Broken spark Capítulo 10: Energon metálico




Optimus supo desde el primer momento que no iba a resultar, que sus esfuerzos por detener los locos afanes de Megatron no surtirían efecto, pero no existía forma de detenerse, algo en su interior lo forzaba a continuar a costa de lo que fuera; se trataba de algo parecido a un instinto primitivo, que nació en su ser desde el momento en que se desataron los conflictos en ese extraño planeta. Sin embargo, su carrera fue inútil, la distancia era insalvable y la acción de su enemigo se concretó sin poderlo evitar: el disco dorado fue arrojado y giró con suavidad, traspasando el perímetro definido por las piedras que rodeaban el lago. Durante un instante no sucedió nada, el disco giró y perdió altura hasta que chocó con el agua, desplegando una serie de ondas, las que siguieron su curso hacia el exterior; ambos se quedaron inmóviles, Megatron mirando triunfante, Optimus temiendo lo peor.
Y en ese momento sucedió.
Una vez que el disco se sumergió en el agua y desapareció de vista, todo el lugar pareció reaccionar a la acción realizada; la luz negra, que hasta ese momento se desplazaba en una danza de luces indefinibles, se convirtió en un remolino, al mismo tiempo que el cauce del río y el lago alteraban su comportamiento. Optimus vio con horror que el disco emergía nuevamente, pero el contenido del fondo del lago lo había afectado, cambiando su superficie lisa y de tonos brillantes dorados por un aspecto dañado, oxidado y oscuro.

—No sabes lo que has hecho Megatron.
—Lo que hay en este sitio es energía en estado puro —replicó el otro con satisfacción— ¿Crees que no he estudiado las viejas referencias cybertronianas? El disco será el catalizador que hará que esta energía encerrada aquí durante milenios se libere, y a mí, que la he dirigido, el poseedor de todo.
—Has enloquecido —exclamó Optimus—, no puedes creer que vas a controlar un poder semejante.

Ninguno de los dos pudo seguir hablando en ese momento; el disco, que había llegado al punto más alto dentro de la caverna, emitió un destello dorado de gran intensidad, antes de apagarse por completo. La luz negra de todo el sitio confluyó en él, siendo absorbida por el objeto como si este se alimentara de la energía que momentos antes rechazaba y contra la que trataba de luchar; todo rastro de luz al interior de la cueva desapareció en el curso de sólo algunos instantes, obligando a ambos rivales a activar la iluminación a través de los ópticos. Como un espectáculo espectral en el aire, el decadente disco giró de forma incesante sobre un imaginario centro, emitiendo una serie de chispas que eran aleatoriamente oscuras  y brillantes; mientras esto sucedía, el agua en el centro de la estructura formada por piedras formó un remolino, desde cuyo dentro y de forma increíble, surgió un haz de luz negro, que voló directo hacia el disco, generando un enlace energético de enorme potencia.

—El poder ilimitado es mío —gritó Megatron enfervorizado por la situación—. Seré el dominador de la galaxia, ¡el gran controlador de todo y de todos!

Por un momento, Optimus tuvo que dejar de mirar el enlace energético que amenazaba con hipnotizarlo, y ocuparse de Cheetor, que volvía con suma lentitud desde el trance en el que estaba sumido.

—Cheetah, aléjate de ahí.

El felino volteó en la dirección de la voz, y su rostro mutó en una mueca de horror; demasiado tarde, Optimus comprendió que el último recuerdo que debía tener era el de él mismo intentando asesinarlo, por lo que verlo junto a Megatron en medio de esa situación resultaba, de forma lógica, atemorizante.

— ¡No te acerques!
— ¡Cheetah, espera! —exclamó el líder maximal levantando las manos en gesto pacificador— No quiero hacerte daño.

Pero el felino no lo escuchaba; mirando con expresión aterrorizada en todas direcciones, retrocedió intentando poner distancia con los que creía sus enemigos, y desde luego, confundido al no identificar el lugar en donde estaba, ahora mutado en una fantasmagórica cueva casi sin luz. Un momento después fue demasiado tarde, sobrepasó el límite del diámetro de las piedras, y el remolino lo atrapó entre su energía, arrastrándolo junto con él.

— ¡Cheetah noooo!



Cheetah desapareció de vista, absorbido por el remolino de agua que ascendía hacia la fuente de energía reunida en torno al disco dorado; Optimus vio con desesperación cómo el poder de la luz blanca convertía todo lo que tocaba en materia destrozada y sin vida.

—No vas a salirte con la tuya Megatron.

Volvió a accionar los cañones de los antebrazos, que en esta ocasión sí dispararon la carga; Megatron no se alteró por el ataque a tan corta distancia, sólo se dignó a mirar de perfil hacia su oponente.

—Tú aún no lo entiendes.

Megatron estaba a muy poca distancia del círculo de piedras, y en apariencia esa cercanía lo protegía al mismo tiempo que evitaba que fuese absorvido: de esta forma, el disparo de Optimus se disolvió antes de poder tocarlo, como si se tratara de un escudo deflector de gran poder, invisible e intraspasable. Casi al mismo tiempo, el enlace de poder entre el disco suspendido y la luz negra se cortó, provocando un apagón total en el interior del sitio donde este sorprendente hecho se había producido. Un instante después la luz de los ópticos de Optimus iluminó débilmente el interior de la caverna, pero además de la quietud de las aguas y las piedras inmóviles rodeando el lago, que lucía tan quieto que se asemejaba a una visión, en el interior del lugar no había nada. Durante un instante no supo qué pensar, pero todas las respuestas quedaron relegadas a un segundo plano, cuando el techo del lugar comenzó a abrirse, resquebrajado por la acción de un poder inmenso e imprevisible.


2


Tigreton estaba explorando una escarpada zona en lo alto de las montañas. Las últimas horas habían sido intensas, entre el desplazamiento que realizaba para conocer cada detalle del sitio en el que se movía, y el descubrimiento sorprendente realizado hacía muy poco; sin embargo, al descubrir aquello, supo también que existía una forma de localizar otros de la misma especie, y estaba poniendo sus esfuerzos en el empeño de lograr localizar la mayor cantidad posible. De pronto, algo a su espalda llamó su atención, aunque en primer lugar no supo decir de qué se trataba. Luego, tras escudriñar el horizonte, vio cómo un rayo de luz salía de la tierra, de forma similar a un géiser, pero formado por una extraña mezcla de luz muy brillante y luz negra; como un espiral ascendente, las dos luces parecían confrontarse en combate, subiendo por sobre las nubes, y opacando con sus destellos imposibles el celeste cielo de esa jornada.

—Por los dioses ¿Qué es eso que está sucediendo?

Definitivamente no se trataba de algo natural; en el poco tiempo pasado, casi le parecía imposible que los de su raza hubiesen podido provocar algún desastre de ese tipo, pero considerando las implicancias de sus actos, estaba en la obligación de reconocer que era muy probable que se trataba de ellos.

— ¡Oh no, Airazor!

El terreno que ella estaba explorando en esos momentos se encontraba a cierta distancia del extraño géiser ¡Podía estar en peligro mortal! Por primera vez desde que la conoció, Tigreton sintió un temor irrefrenable de perderla, de que aquella fuerza misteriosa y extraña pudiera hacerla desaparecer de la faz de ese planeta. Comenzó una carrera a toda velocidad en dirección a donde se encontraba ella.

3

Optimus usó todo el poder de sus propulsores para seguir el camino que el rayo de energía seguía hacia la superficie. Tras el efecto de aquel rayo, la caverna cayó destrozada en mil pedazos, y la tierra comenzó a abrirse de la misma manera que lo haría tras un terremoto de grandes proporciones; el líder maximal no pensó en nada más, y comenzó a volar, sin importarle que los efectos de los rayos comenzaban a quemar la coraza metálica de su cuerpo. Megatron estaba ahí afuera, poseyendo un poder indescriptible, y tenía que hacer lo que fuera por detenerlo.
Cuando llegó al exterior, se encontró con una nueva sorpresa, que dejaba muy atrás a todas las que presenció poco antes: Megatron se había convertido en un gigante de energía, un coloso con forma de robot de color púrpura y negro, que con sus ojos llameantes de fuego observaba con deleite le mundo extendido a su alrededor.

—Este mundo es mío ¡Mio!

Durante un instante, Optimus sintió un enorme pánico por lo que estaba a punto de hacer; desaparecería de la faz del universo, pero si se trataba de proteger las formas de vida de ese astro, y de las generaciones que estaban por venir, no existía otro camino. Al elegir el nombre que llevaba, sabía a la perfección qué le deparaba el futuro. Sería uno con la matrix.

—El inocente Optimus —exclamó Megatron viéndolo subir en vuelo—, has venido hasta aquí, para morir.

Optimus comenzó un vuelo rápido y zigzagueante, disparando los cañones de los brazos y los de la espalda; no importaba qué tan fuerte fuera, existía un punto débil, y tenía que localizarlo fuese como fuese. Megatron intentó apartarlo de su camino como espantando a un mosquito, pero la diferencia de tamaños jugaba a favor del maximal, que seguía volando con valor en diferentes direcciones, atacando y analizando a la vez los efectos de los ataques.

— ¡Basta! No vas a detenerme, te exterminaré como debí hacer desde hace mucho.

El gigante de energía era una coraza. Optimus lo supo al mirar con detención; el verdadero Megatron estaba en el centro de la cabeza de aquel ser de energía, controlándolo como si se tratara de un enorme dispositivo de ataque. Elevó el vuelo, la única forma de llegar a él sería lanzarse en picada con todo su poder, y convertirse en modo bestia en el último momento, de esa forma, cuando la coraza alterna fuera consumida por la energía, aún tendría los cañones del modo robot, y habría traspasado la barrera de poder, para terminar con eso.

4

Dinobot había ganado bastante distancia luego de recuperarse y se sentía más seguro entre unos montes escarpados, pero un movimiento telúrico le indicó que la calma había terminado, y de forma brusca. Llegando a una zona despejada, escaló hasta estar en la cima de un monte de piedra, desde donde pudo ver con aterradora claridad cómo la imagen de Megatron se materializaba en el cielo, rodeándose de energía oscura hasta convertirse en un gigante robot igual a él; entonces supo que ese era el real sentido de la existencia del disco dorado, ser una especie de catalizador de poder, el que seguramente el líder predacon había logrado obtener de alguna parte. Luego de unos instantes vio salir a Optimus primal, herido pero combatiente, atacando al gigante de energía con el mismo nivel de resultado que una mosca podría atacar a un árbol. Pero estaba luchando.

—Optimus…

Durante un tiempo no supo qué pensar. Ese arrojo, esa capacidad de enfrentarse a la muerte, ahora personificada en Megatron, sin importarle nada, decidido a sacrificar su chispa con tal de vencer ¿Qué podía llevarlo a ese comportamiento? ¿Ansias de triunfo, defensa de su orgullo? Había en él un tipo de fuerza que Dinobot desconocía, un poder más grande que la energía que envolvía a Megatron, y aunque a todas luces eso no sirviera para derrotarlo de forma física, sí le daba el triunfo en otros niveles. Se quedó inmóvil, esperando ver el inevitable resultado.

5

Megatron intentaba sin éxito deshacerse de si rival, pero este se escapaba entre sus manos; en tanto, Optimus seguía ganando altura sin dejar de atacar, de modo que cuando estuvo listo, se dispuso a atacar con todas sus fuerzas.
Sin embargo, algo lo detuvo.
De pronto, una nueva forma de energía comenzó a materializarse, a muy poca distancia de Megatron; el gigante retrocedió unos pasos, sorprendido por lo que estaba viendo, pero a todas luces preparando sus acciones para realizarlas de inmediato. No sabía si ese cuerpo informe era resultado de su propio poder, pero estaba seguro de poder adivinarlo en cuanto adquiriera su forma definitiva. Por causa del despliegue de poder, el cielo se oscureció, eclipsada su luz por el enorme desempeño de la luz brillante y negra que conformaba a Megatron, y de otra más brillante y dorada, que se extendía hasta tener la misma altura y dimensiones, pero con otra forma.

— ¿Qué es eso, en nombre de los primes?

El cuerpo energético al fin adquirió su forma definitiva, que para sorpresa de Optimus, tenía la misma apariencia de Cheetah.

— ¡No es posible! ¡Cheetah!

Su grito se perdió en el estruendo del atronador gemido del felino. La forma energética colosal que tenía la misma forma del modo robot del felino se retorció en un gesto corporal de dolor, mientras su grito demostraba la agonía a la que estaba siendo sometido. Optimus se olvidó por un momento de la amenaza predacon, y se acercó en vuelo a la figura de Cheetah, intentando establecer contacto visual.

—Cheetah, escúchame, soy Optimus ¡Quiero ayudarte!

Cheetah dirigió su mirada hacia Optimus que permanecía suspendido en el aire: su expresión de tristeza lo conmovió incluso antes de saber a qué se debía.

—Es el fin Optimus.
—Encontraré la forma de ayudarte, te lo prometo…

El propio Optimus se quedó un momento sin palabras. No podía ser, no así.

—Ya no puedes hacer nada por mí —exclamó la forma energética—. He trascendido la forma que tenía, no puedes ayudarme.

En ese momento el líder maximal vio con horror que en el interior de la forma energética, a diferencia de Megatron, no había nada más que poder puro ¿Por qué estaba sucediendo?

—Cheetah por favor, ¡no te perderé a ti también!
—Existe un segundo disco dorado —dijo la voz sin cuerpo del felino—, gracias a ellos es que él está con vida, pero no es mi caso; adiós Optimus, fue un honor haber luchado a tu lado, prométeme que salvarás a este mundo y al futuro.
— ¡Cheetah nooo!

El enorme felino de energía lo apartó con una onda que lo lanzó a metros de distancia. De inmediato fue hacia el coloso Megatron, quien ya había entendido de quién se trataba y se enfrentó a él, ambos iguales en poder, tan distintos en lo que eran en realidad. Durante unos momentos el choque de poderes remeció la tierra, pero al final, el felino consiguió rasgar la corteza de luz negra que envolvía el cuerpo del rival.

— ¡No, no puede ser!

La forma del gran ser se desintegró, emitiendo una serie de rayos de energía, que cayeron en distintos puntos; uno de ellos traspasó a Megatron mientras se precipitaba al vacío, mientras otro fulminó a Optimus a la distancia, derribándolo envuelto en una nube de fuego y humo. Decenas de otros rayos cayeron en diversos sitios, generando incendios y destrucción de cuerpos montañosos, como si de simples piedras apiladas se tratase. Después de este esfuerzo supremo, los ojos del titánico Cheetah destellaron una luz blanca muy potente, mientras su grito se extinguía, sólo dejando el eco en el horizonte.



Próximo capítulo: Dinastía bestia

La última herida Capítulo 21: Nadie en quien confiar - Capítulo 22: Otro rostro




El tránsito desde el café en donde una nerviosa Eliana los esperaba hasta el depósito de chatarra del que habló Roberto Medel se hizo tan breve como intenso; Eliana estaba con los nervios de punta después de su experiencia anterior, y ver a Matilde y Patricia no hizo más que aumentar su angustia, pero de momento decidieron dejar las explicaciones para un momento más apropiado.

— Es ahí.

Romina estaba exhausta para el momento en que llegaron al lugar, que no era otra cosa que un gran sitio cercado dentro del cual había vehículos por partes en todas direcciones, siguiendo algún tipo de patrón que de seguro el dueño entendía a la perfección; el olor a aceite y a metal se sentía a distancia y formaba una atmósfera lejana a la ciudad, algo como un paisaje antiguo y cerrado, con un ritmo propio.

—Roberto, qué sorpresa.

Medel se bajó de la ambulancia y saludó a un hombre gordo y grande que avanzaba hacia él a paso lento mientras se limpiaba las manos con un trapo; el hombre sonrió ampliamente.

— ¿Y quién es la señorita?
—Necesitamos meter la ambulancia aquí.

El hombre no replicó y se dio la media vuelta; abrió el portón del lugar con un sonido metálico que no guardaba relación con el ambiente impregnado de aceite y se quedó a un costado mientras el vehículo entraba. Romina descendió del vehículo con las llaves en las manos intentando demostrar confianza en sí misma, aunque se sentía cada vez más cansada. Habían acordado dejar a las demás dentro de la ambulancia mientras consiguieran el vehículo en el que transportarse y hacer que salieran en el momento preciso, de modo que ella estaría el pendiente hasta que fuera necesario.

— ¿Que necesitan?
—Una camioneta grande de preferencia.
—Tengo una camioneta pero no es grande ¿Traen una carga?

Romina le dio a Roberto una mirada de advertencia, pero él se encogió de hombros sencillamente.

—Tenemos una camilla y tres personas.
—No es tan grande —repuso el hombre cruzando los brazos—, tendrían que llevarse la camilla en la camioneta y los demás en un auto, es pequeño pero les servirá.
—Está bien.
—Esperen un momento.

El hombre desapareció tras uno de los caminos formados entre los escombros, momento que aprovechó la mujer para acercarse al doctor.

— ¿Se supone que hay una forma de pagar o algo así?
—De momento no —dijo el hombre—, no es necesario, él sabe que puede confiar en mí y que le voy a devolver los vehículos, la ambulancia es una garantía mientras tanto.

Romina miró la ambulancia y las abolladuras en el morro. Ya encontraría la forma de restaurar eso después, en ese instante era importante solucionar lo más inmediato y sacar de allí a Patricia era primordial. Cuando dio la vuelta vio que el doctor tenía algo en las manos.

—Lo siento Romina, no voy a dejar que se la lleven.
—Que...

No pudo decir nada más. El golpe que recibió no fue con intención de hacer un daño grave, pero si con la fuerza suficiente para tirarla de espalda; la mujer chocó contra el morro de la ambulancia y se desplomó al suelo, aturdida por el golpe.

— ¿Qué fue eso?

Soraya reaccionó al escuchar el golpe y miró hacia adelante, pero  a través del vidrio del parabrisas no se veía nadie. Sin pensarlo fue a la parte trasera y abrió el cerrojo de la puerta, pero de inmediato algo jaló haciéndola salir atropelladamente.

— ¡Soraya!

La mujer trastabilló bajando del vehículo al perder el equilibrio, pero antes de poder recuperar el equilibrio, el hombre que había tirado de la puerta se abalanzó sobre ella.

— ¡No!
— ¡Soraya!
— ¡Auxilio!

Eliana entró en pánico y bajó de un salto de la ambulancia, mientras Matilde intentaba infructuosamente sujetarla; sin embargo la carrera de la mujer no fue muy larga, ya que otro hombre en el exterior la sujetó con un movimiento violento. Entre los gritos de ella y el forcejeo entre Soraya y el primer hombre, Matilde reaccionó instintivamente y se arrojó al exterior para tratar de liberarla, pero entonces un tercer hombre se hizo presente en la escena, y era el mismo que los había recibido en primer lugar.

— ¡Por qué están haciendo eso, déjennos en paz!

El hombre le dio una bofetada que la arrojó al suelo de golpe. Durante un eterno momento la joven solo vio oscuridad, sin saber muy bien en donde estaba, pero la adrenalina hizo efecto y la llevó a levantarse del suelo con más energía que claridad del espacio a su alrededor; esto tomó al hombre grande por sorpresa y le permitió ponerse de pie y tomar una vara de metal del suelo casi al mismo tiempo, pero ver a uno de los otros hombres acercarse a la cabina de la camioneta le hizo entender todo ¡Querían llevarse a Patricia!

—No lo hagas más difícil niñita.

El hombre la miró amenazadoramente pero no se acercó, consciente del peso de la improvisada arma que la mujer tenía en sus manos; Soraya en tanto intentaba liberarse sin éxito, mientras que Eliana solo lloraba y gemía bajo el abrazo forzoso de su captor. Por un momento la joven no supo qué hacer, no importaba lo que pretendiera, ella o una de sus amigas resultaría lastimada, pero dejar a su hermana a su suerte no era una opción. Sin pensarlo dos veces corrió hacia la parte delantera del vehículo, pero su carrera se vio interrumpida al ver a la doctora tirada en el suelo; el impacto la hizo perder el paso y dio tiempo suficiente para que el tipo que estaba subiendo al volante alcanzara a cerrar la puerta.

— ¡Deja en paz a mi hermana!

Llevada por la ira y la desesperación, Matilde solo atinó a lanzar un golpe con la vara metálica, y con ella destruyó el vidrio de la ventana, haciendo que el hombre se cubriera la cara con las manos.

— ¡Déjala, ya tenemos lo que queríamos!

Esa era la voz de Medel. Matilde volteó hacia atrás y vio que alguien estaba sacando la camilla con Patricia en ella, y como activada por un resorte volvió a correr en esa dirección.

— ¡Patricia!

Rugió con toda su fuerza mientras llegaba a la puerta trasera: el doctor Medel y el hombre gordo tenían la camilla abajo del vehículo mientras un poco más atrás Soraya seguía intentando soltarse, pero no se veía a Eliana por ninguna parte.

— ¡Deje a mi hermana!

Miró directamente a Medel alzando la vara metálica en las manos, pero alguien apareció de un costado y se arrojó sobre ella, derribándola.

— ¡Noo!

Cayó con todo el peso del hombre sobre ella y perdió la vara; sintió el golpe en la espalda y la cabeza y nuevamente su vista quedó ciega, solo que en esa ocasión no alcanzó a reaccionar cuando unas manos la tomaron por los hombros y la azotaron contra el suelo otra vez.

— ¡Ahhgg!

Se retorció en sí misma al sentir el golpe en la espalda. Su propio grito se oyó como un sonido gutural, con la garganta cerrada por el impacto, el cuerpo resguardando su propia integridad cerrando las vías. Luchó por ponerse de pie, escuchando con horror el sonido de un motor, pero no era la ambulancia a su lado ¡Patricia!

—No...

Hizo un esfuerzo supremo y consiguió arrodillarse, esforzándose en ese momento por enfocar la vista en lo que tenía delante; un furgón negro estaba echando marcha atrás ¡Se la estaban llevando!

— ¡Patricia no!

Se desgarró la garganta al gritar, pero esa expulsión de energía hizo que tuviera fuerzas para ponerse en pie. No se ocupó de lo que estaba pasando a su alrededor ni de la imagen en su mente de la doctora tendida en el suelo, solo reaccionó y corrió de vuelta a la cabina de la ambulancia, subió y trató de encender, pero las llaves no estaban.

— ¡No, no!

Miró en derredor tratando de encontrarlas, y las vio en el asiento del copiloto, seguramente abandonadas por el hombre que la iba a echar a andar en un principio. Con manos firmes encendió el vehículo, y sin esperar más retrocedió a toda velocidad mientras por el retrovisor veía desaparecer al furgón negro.
No iba a detenerse, tenía que sacarla de ahí, conseguir ponerla a salvo de nuevo, había pasado demasiado como para quedarse así nada más.

— ¡Patricia!

La ambulancia era un vehículo muy pesado y ella no tenía costumbre de conducir, de hecho solo en las vacaciones conducía una de las camionetas pequeñas de sus padres en el campo, pero sujetó el volante con todas sus fuerzas y giró en la misma dirección que el furgón. Con dificultad logró enderezar la marcha y presionó el acelerador con fuerza, ignorando los gritos de los músculos de su cuerpo que rogaban por descanso. Salió a la calle, aparentemente por otra salida, a poca distancia de quienes huían, pero aún estaba demasiado lejos de ellos; con la vista fija en su objetivo, Matilde le suplicó al motor  rindiera un poco más, y sin pensar en ninguna otra cosa, aceleró a fondo y consiguió ponerse por delante del furgón, tras lo cual frenó.

— ¡Ahh!

Sintió golpe del choque y trató de evitar el latigazo en el cuerpo, pero solo lo consiguió a medias. Aún llena de adrenalina volvió a tomar el volante entre las manos y giró, para atravesar la ambulancia y evitar que huyeran, pero otra vez se vio sorprendida cuando un sonido muy fuerte seguido de una especie de estallido remeció el vehículo en el que estaba. El sacudón la hizo comprender que la habían chocado, pero al presionar de nuevo el acelerador sintió un agudo chirrido metálico ¡Un neumático! La máquina se negó a moverse con la misma ligereza anterior, y solo se desplazó un par de metros entre el intenso sonido, hasta que la joven, presa de la desesperación, bajó a la carrera, aunque solo para ver como el furgón se alejaba a toda velocidad.


2


La unidad médica de urgencia en la que terminaron era bastante pequeña y se encontraba a cierta distancia de la chatarrería donde Patricia había sido secuestrada; estaba abarrotada de gente, pero la presencia de la policía hizo que les dieran atención primero que al resto. Eliana estaba sedada luego del shock que había sufrido antes, y tanto Soraya como Matilde estaban en observación. La doctora había sido derivada a otro centro. Matilde se había negado desde el principio a ser internada o detenida de cualquier manera, pero la aparición de la policía muy pronto luego de los hechos no le dejó muchas alternativas. Después de minutos de gritos y ruegos consiguió que una patrulla siguiera el rumbo aún desconocido del furgón y entregó los datos que tenía del doctor Medel, pero fue el nombre y cargo de su hermana lo que hizo que el oficial superior prestara más atención, diera las órdenes correctas y además la acompañara hasta la urgencia. Una vez que el doctor que la examinó descartó heridas graves, encargó que le curaran el corte en la pierna y los rasguños sufridos en el fallido intento de rescate y la dejó en observación. El policía a cargo de la investigación se identificó como Cristian Mayorga, era un hombre alto y de figura fuerte, de mirada sincera y voz ronca, que entró en el cubículo con un asentimiento de cabeza.

— Mi gente sigue buscando el furgón.
—Gracias oficial.
—Llámeme Cristian —replicó él con amabilidad— ¿Cómo está?
—Tranquila.

No era verdad. Matilde tenía los ojos secos al igual que el alma, en esos momentos no podía siquiera llorar, después de la experiencia vivida ¿Cómo había llegado hasta una situación como esa? Las cosas no solo estaban fuera de control, también había algo más peligroso y que probablemente estaba ahí desde el principio y que no quiso ver en su momento. El policía había escuchado atentamente sus palabras y enviado gente a buscar el furgón negro y averiguar acerca de Medel y Antonio sin mostrarse incrédulo frente a la historia del secuestro que siguió al intento de asesinato, o tal vez era algún tipo de respeto por el estado mental en que ella se encontraba.

—Matilde.
—Dígame.
—Matilde, sé que está pasando por una situación que resulta muy fuerte, pero necesito que hable conmigo, que me diga todo lo que sucedió, detalle por detalle, para poder ayudarla.

Antonio les había disparado después de utilizar a Eliana para llegar hasta ellas, y por una providencia del destino habían escapado con vida, solo para terminar perdiendo a su hermana nuevamente y ser testigo del shock por el que pasó una de sus amigas y la agresión de la otra, además de las heridas que sufriera la doctora Miranda.

—Matilde.

Estaba sentada en la camilla, contemplando el parche en la pierna y los diversos cortes en los brazos, que de seguro se los hizo al subir a la ambulancia con los vidrios rotos o cuando la golpearon después. Todo había salido horriblemente mal.

—Matilde.

El hombre usó un poco de su voz autoritaria, la misma entonación que ella escuchara esa ya lejana mañana de voz de su propia hermana. Parecía que entre ese día y el presente había años luz de distancia. Levantó la vista hacia él.

—Sí.

El hombre la miraba fijamente a una distancia prudente.

—Hable conmigo. Necesito información para poder ayudarla, a usted y a los demás.
—El único nombre que sé es el del doctor Roberto Medel, se lo dije antes.
—No hablo de eso. Hábleme de lo que pasó antes, necesito que me dé mayor información.

La joven no contestó. El policía pareció darse por vencido, pero no dejó de hablar.

—Escuche, sé que está mal, pero cuando me dijo que su hermana era policía, que era Patricia Andrade... sabe, se supone que los policías tenemos que ser completamente imparciales, pero es inevitable que cuando le pasa algo a uno de los nuestros nos afecte de un modo mucho más personal. Y a mí en particular, escuchar que Patricia otra vez estaba en una situación complicada, me hizo mucho mal. No debería estar hablando de esto, pero aunque no la conozco mucho, Patricia tuvo una influencia muy grande en mi vida y en mi forma de enfrentar el trabajo.

Todo lo que había pasado hasta ese momento era como una bola de nieve que no hacía más que crecer. Ese policía le decía que hablara con ella, que le diera la información. Antes lo hizo, con Antonio, con el doctor Medel ¿Había logrado que el peligro llegara más rápido? Creyendo hacer lo mejor solo había causado desgracias.

—Hace tres años —dijo él hablando solo—, estaba recién salido de la escuela, creía que era el dueño del mundo y que iba a salvar a todos con mi gran poder. Era más ingenuo que autocomplaciente, gracias al cielo. Entonces vi  un carterista quitarle el bolso a una señora, y salí a perseguirlo; lo atrapé, pero fui descuidado y permití que el tipo me quitara el arma y saliera disparado con ella. Entonces —continuó con una risita nerviosa—, apareció Patricia, corriendo como una maratonista. Cielos, corrió y corrió y lo atrapó limpiamente; me reprendió como era de esperar, pero aunque debería haberme denunciado a mis superiores por mi pésima actitud, no lo hizo, aunque me obligó a prometer hacer horas extra de servicio durante un mes sin pedir remuneración. Lo que hizo en esa ocasión, su forma de resolver una situación y de, a la vez, enseñarme algo tan importante como a preservar el orden y guardar respeto por mi trabajo hizo que aprendiera una gran lección y decidiera hacer las cosas de la manera más eficiente, siempre pensando en los demás y en todas las posibilidades. Recuerdo que al mes le mandé una caja de chocolates carísimos como agradecimiento junto con una nota diciendo que jamás volvería a cometer el mismo error si podía evitarlo, y me envió de vuelta una nota diciendo que no parecía muy agradecido si pretendía que engordara comiendo esas cosas.

Matilde levantó la vista hacia él. Los chocolates. Lo recordaba porque un fin de semana su hermana le había dicho que hicieran un panorama de hermanas con películas y esas cosas, y llegó con una caja de bombones, de todos tipos. Y recordó cómo le dijo que eran un regalo de un policía nuevo al que le había salvado la vida. Era él.

—Cometí muchos errores —dijo sintiendo la garganta cerrada—, hice todo mal pensando que estaba ayudando a mi hermana, y ahora ella está desaparecida y hay muchas personas sufriendo. No quiero que nadie más sufra por mi culpa.

El policía le dedicó una mirada de comprensión, aunque decidió mantenerse a distancia de todas maneras.

—Solo quiero ayudarla Matilde. También quiero que esto termine.

¿Lo haría Patricia? ¿Confiaría ella en ese policía, al que una vez había ayudado?

—Ni siquiera sé por dónde empezar, han pasado tantas cosas y además de eso, hoy todo ha sido un infierno.

Mayorga iba a decir algo pero se interrumpió para hablar por el radio. Su rostro se contrajo mientras escuchaba, aunque se esforzó por sonar profesional mientras daba algunas instrucciones. Después la miró.

—Hay un hombre herido y detenido ahora mismo. Me informan que fue en el sector en que usted dice que le dispararon.
—Debe ser él —replicó ella ansiosamente—, no pueden dejar que se vaya.
—No se irá Matilde. Escuche, vamos a hacer lo siguiente: haré que alguien de sistemas investigue algo acerca de ese hombre y del doctor del que me habló, y usted va a decirme todo lo que sucedió. Le prometo que haré lo que esté en mis manos para encontrar a su hermana.



Capítulo 22: Otro rostro


Aquel 27 de Junio estaba convirtiéndose en el día más largo de la vida de Matilde. Mientras entraba en la oficina del oficial Mayorga miró la hora en el reloj de la pared y se sorprendió de ver que daban las cuatro de la tarde, aunque en realidad pareciera que habían pasado décadas desde que las cosas estuvieran en orden. Estaba en un estado mental difícil de identificar aún por ella misma en esos momentos mientras las cosas se sucedían alrededor.

—Siéntese por favor ¿quiere un café o algo para beber?

Matilde le aceptó café principalmente porque por momentos las fuerzas la abandonaban y sentía que iba a desmayarse; sin importar lo que estuviera sucediendo, no podía quedarse quieta ni detenerse, no mientras las cosas siguieran ese curso tan extraño. Mayorga consiguió sacarla de la urgencia a pesar de las protestas del doctor, y aunque se lo ofreció, la joven prefirió ir a la unidad a decirle toda la información que mantenía en su poder antes de ver a Eliana y Soraya; solo sabía que la segunda estaba en observación y que a la primera la mantenían sedada a la espera de alguna evolución y la llegada de su esposo.

—De camino me estaba diciendo que ese hombre llamado Vicente también podría estar involucrado de alguna manera, o que al menos eso es lo que usted cree.

El viaje no había tomado más de quince minutos, pero tan pronto subir a la patrulla y sentirse, de alguna manera, en un espacio protegido, comenzó a relatar los hechos desde el momento de la internación en urgencias luego del accidente con el delincuente, por lo que al llegar a la unidad estaba casi terminando el relato más antiguo de todo. Se dio cuenta de estar por primera vez hablando con total claridad, entregando todos los datos, de la misma manera que lo haría con alguien como sus padres o su hermana en un momento común. En pocos minutos ya había terminado de contar toda la historia.

—En éstos momentos mi gente está revisando información acerca de Antonio Salgado y Roberto Medel, las personas de quien me pudo entregar algún dato más completo, y envié a alguien a la urgencia a ver si hay algún tipo de novedad, aunque lo más probable es que ya haya algún tipo de denuncia por la forma en que ustedes sacaron de ahí a su hermana más que otra cosa.

Matilde se terminó el café con más decisión que ganas y miró al policía, que mientras hablaba con ella hacía una serie de apuntes en una libreta.

—También la modelo, a fin de cuentas ella tiene que ver con que yo haya llegado a la clínica en primer lugar, y es importante hablar con el abogado que me acompañó en la firma del contrato, tendría que haberlo contactado temprano pero con todo lo que sucedió me fue imposible. Oficial.
—Cristian —dijo él amablemente.
—Cristian —concedió ella—, usted dijo que Antonio estaba detenido ¿No van a soltarlo?
—No se preocupe por eso, apenas recibí esa información envié uno de los míos a vigilarlo, está en un centro de urgencias, además sería difícil que saliera ya que por lo que sé, tiene una herida profunda en una extremidad.

Matilde no lograba sentirse contenta de saber a Antonio herido, pero sí tranquila al tener un medio por el cual confirmar que ese hombre no andaba por ahí tratando de matarla. Pero entonces las preocupaciones se desplazaban a otra persona.

—Hay que encontrar a Medel y a esa gente que lo ayudó, tengo mucho miedo por mi hermana.

Mayorga la miró fijamente, dejando de lado por un momento sus notas.

—De eso quería hablarle, creo que hay algo más en todo esto.
— ¿Qué quiere decir?
—Que su historia es rara —dijo con sinceridad—, quiero decir, no veo por qué motivo él hizo las cosas de la manera que las hizo.

Matilde levantó las manos en gesto de impotencia.

— ¡Pero agredió a la doctora, estaba ahí con ellos llevándose a mi hermana, lo escuché diciendo que ya tenían lo que querían!

El oficial puso las palmas por delante en gesto pacificador.

—No estoy diciendo que usted me mienta Matilde. Escuche, vamos a partir porque yo creo en lo que me dice, no tendría nada en éste caos si no le creyera.
—Pero...
—A lo que quiero llegar es a que usted piensa que él está involucrado con el asunto de la clínica al igual que Antonio, pero al escuchar su relato no me da esa sensación.
—No lo comprendo.

Mayorga se puso de pie y se acercó a un pequeño diario de pared donde había una serie de imágenes. Despejó un espacio y se hizo de unos círculos de colores.

—Usted me dijo que cuando llegó a la urgencia con su hermana, ella fue derivada con el doctor, que en un principio la acusó de consumo de drogas.
—Sí.
—Si él ya estaba involucrado en el caso —puso un círculo detrás de otro para explicar los pasos de la parte de la historia que estaba relatando—, no tendría sentido que le dijera a usted que fuera a buscar más información, mucho menos que dejara espacio para que pudiera regresar.
—Pero se llevó a mi hermana —dijo ella a la defensiva.
—Sí, pero a lo que quiero llegar es a que no por ocurrir algo relacionado con la misma persona quiere decir que tiene la misma motivación. Medel pudo llevarse a su hermana cuando usted salió de la urgencia en las dos ocasiones en que lo hizo, de hecho pudo borrarla de los registros, pero no lo hizo.

Matilde se cruzó de brazos sin estar convencida de nada.

—No lo sé, tal vez estaba simplemente esperando el momento oportuno, y le resultó más fácil salir de la urgencia con ayuda que por sus propios medios.
—Porque tal vez no tenía pensado llevarla a otra parte desde un principio.
—No sé a dónde quiere llegar.

El hombre se encogió de hombros.

—Yo tampoco. Pero sí puedo decirle que existe una posibilidad de dos móviles relacionados en vez de solo uno. Piense en esto, si Antonio intentó matarla, dos veces ¿Por qué él no? En términos comparativos, Medel tuvo infinitas oportunidades más de matarla, tan solo tuvo que administrarle una dosis letal de cualquier medicamento con un vaso de agua diciendo que era un calmante para sus nervios. Y otra cosa más, usted dijo que cuando llegaron a la chatarrería, fueron atacadas por al menos tres hombres, lo que es casi igual a lo que dijo su amiga, pero por la forma en que sucedió, no parece haber sido planeado con anticipación, o de lo contrario, por ejemplo, habrían usado contra ustedes el arma que usaron después. Hay demasiadas cosas que no calzan Matilde.

Visto de esa manera tenía bastante sentido, pero al mismo tiempo significaba agregar una serie de incertidumbres más.

— ¿Entonces qué?
—Lo que creo —dijo él arriesgando mucho—, es que el doctor vio que tenía en las manos algo que podía serle útil, y después de mucho pensarlo, tomó la decisión de hacer algo al respecto.
—La doctora lo conoce —reflexionó ella—, en teoría ella debería poder darnos alguna luz al respecto.
—Mientras siga en cuidados intensivos no nos es de utilidad, de modo que tenemos que concentrarnos. Usted dijo que él le hizo muchas preguntas acerca del tratamiento ¿No es así?
—Sí. Supuse que era obvio ya que lo de la clínica era algo fuera de lo común.
—No quiere decir que no lo sea. No sé nada de medicina, pero sí sé que las personas pueden dejarse llevar por la ambición y que usted y su hermana estaban involucradas con una clínica fantasma en la que le administraron un tratamiento tan poderoso, que mientras fue aplicado hizo cambios increíbles en su piel. Tal vez pensó que tenía un gran negocio en las manos.

Sonaba bastante sensato.

—La verdad es que no puedo decir si es así o no, siempre se mostró tan ocupado del caso, que no creí que...
—No creyó que la traicionara —dijo él terminando la oración—, pero debe recordar que el caso es diferente a Antonio porque él era su amigo.

Iba a decir algo más, pero recibió una llamada en el teléfono de su escritorio.

— ¿Hola? Sí. No, te escucho. Muy bien, voy a pasar por ahí tan pronto como pueda, mientras tanto deben seguir con eso. ¿Cómo? Sí, algo escuché de eso, pero no veo que tiene que ver con...

Se quedó muy quieto mientras escuchaba lo que estaban diciéndole. Algo malo, porque su expresión cambió por completo.

— ¿Estás completamente seguro de lo que me estás diciendo?

Por un momento miró a Matilde, pero desvió la vista de inmediato, aunque solo ese instante bastó para arrebatarle la poca calma que tenía.

—Está bien, entiendo. Escucha, de ahora en adelante cualquier dato adicional de lo que les pedí, me avisas. No, a mi celular, directamente. Gracias.

Cortó y se quedó un momento quieto, evaluando la forma de decirlo, pero ya desde antes sabía que no existía forma de hacerlo bien, o siquiera menos impactante.

—Matilde, tenemos que salir de aquí ahora mismo, surgió algo inesperado.

La joven se puso de pie casi al mismo tiempo que él.

— ¿Qué pasó?
—La modelo Miranda Arévalo —dijo en voz baja, aun sabiendo que eso no cambiaría nada—, su verdadero nombre es Ariana De Rebecco. La encontraron muerta en su departamento ésta mañana.


2


Sin mediar mayores explicaciones ni preguntas, Matilde acompañó al policía fuera de la estación y subió con él a su auto de servicio. El corto trayecto hasta el asiento del automóvil fue pesado y vago, como si cualquier energía que estuviera acumulando desde la conversación con Mayorga se hubiera mezclado nuevamente con miedo. La modelo había sido siempre su última esperanza desde que la clínica desapareció, la persona que podía darle alguna luz o método para encontrar a esa gente cuando más los necesitaba. Y estaba muerta.

—Fue Antonio.
—Es improbable que haya sido él Matilde, estaba siguiéndola a usted, pero sí creo que todo está relacionado y que debo moverme rápido.
— ¿Por qué?

Porque las personas alrededor de las hermanas estaban en riesgo latente, pensó el policía. Pero no podía decírselo, al menos no de esa manera.

—Porque creo que su amigo debe darnos varias explicaciones, ya que de todos los involucrados es el primero al que tenemos en nuestras manos. Tengo una persona que está yendo ahora mismo al despacho del abogado que me nombró antes, para que podamos realizar algún tipo de análisis al contrato. Usted se va a quedar en el auto mientras yo interrogo a Antonio.
—Quiero estar presente.

Mayorga negó con la cabeza. Qué parecidas eran en algunas cosas.

—De ninguna manera, es innecesario.
—Pero quiero estar —replicó ella con más fuerza—, quiero mirarlo  los ojos, que me diga en mi cara por qué intentó matarme, quiero que me mire con la misma frialdad que fuera de ese ascensor y me diga qué es lo que pretende.

Estaba ahogada, con los ojos inundados en lágrimas, pero se contuvo. Antonio vio que era mala idea haberla llevado con él, pero viendo las cosas como estaban era lo único que se le ocurría. Patricia había sido secuestrada por un doctor después de sufrir un ataque presumiblemente provocado por una falla en un tratamiento invisible de parte de una clínica fantasma, un amigo de Matilde había tratado de matarla en dos ocasiones y la modelo que le dio el dato de la clínica en primer lugar estaba muerta. Era demasiado peligro como para dejarla por las suyas o en la unidad policial, y lo peor era que la doctora Miranda y las amigas de la joven estaban en sitios distintos, lo que dividía sus fuerzas. Necesitaba armar un grupo de los más confiables, y no tenía tiempo para lidiar con ella, de modo que optó por confiar en que la bomba no le explotara en las manos.

—Escuche, no estamos en una situación de rutina ni mucho menos, pero temo que si mis sospechas son ciertas, no sea solo ese hombre el que esté tramando algo, no puede simplemente pedirle explicaciones, además no creo que se las de con facilidad.
—Quiero verlo, por favor, no me deje fuera.
—Está bien, está bien —repuso él mientras giraba en una esquina—, entrará conmigo, pero bajo mis condiciones o la dejaré fuera.

Matilde asintió.

—Está bien.
—Esto es lo que haremos —dijo tratando de sonar convencido, aunque no lo estaba—, entraremos a esa urgencia y usted entrará conmigo, pero no dirá ni una palabra.
—Pero...
—Ni una —recalcó él—, quiero ver cuál es la reacción de él al verla viva y entera, no una escena de recriminaciones; verla serena podría servir mucho más como efecto en él, además recuerde que está herido y detenido, es decir que no tiene el poder como antes. Le aseguro que le preguntaré por qué lo hizo, qué tiene que ver con Patricia y con la clínica, pero necesito que me ayude con eso.

La joven asintió resignada. No sería fácil callar lo que pensaba de Antonio, pero seguiría las instrucciones de Mayorga, se lo debía después de confiar en ella.

—Estoy de acuerdo.

Minutos después llegaron a una urgencia diminuta y cuyo estacionamiento ya anunciaba que no era un día común: un par de patrullas estacionadas vigilaban todo. El oficial intercambió algunas palabras con los otros y entró delante de ella, tras lo cual los dos siguieron hacia el interior. Fuera del pequeño cuarto un oficial saludó escuetamente.

—Pase.
—Gracias.

Al entrar, Matilde se encontró con un Antonio en un estado que no se habría esperado. Despojado de la ropa, cubierto por la sabanilla blanca, tendido impotente sobre la camilla con la pierna derecha con vendas y apósitos, pero sonriente ante la visita.

—Matilde.

Al escucharlo sintió ganas de echarle las manos al cuello ¿Por qué se reía de esa manera? ¿Acaso no entendía lo que había provocado?

—Soy el oficial Mayorga —dijo Cristian con un asentimiento de cabeza—, Antonio Salgado, usted se encuentra bajo arresto por intento de homicidio.
—Qué gusto ver que estás bien —dijo el hombre de la camilla ignorando las palabras del policía—, pero eso no te va a durar mucho.
—Estoy hablando con usted —intervino el policía con más fuerza—, no haga como que no me escucha.

Antonio desvió lentamente la mirada hacia él.

—No quise ser descortés.
— ¿Por qué motivo trató de matar a Matilde?
—Para salvar mi vida.
— ¿De quién?

El hombre se encogió de hombros.

—De la gente de la clínica ¿De quién más?



Próximo capítulo: Palabras muertas