No traiciones a las hienas Capítulo 9: En el principio está el final



La noticia de la muerte de su padre era un tanto desafortunada, pero no era nada sorprendente después de las heridas físicas que había sufrido, y sobre todo el daño mental; no era de extrañar que terminara de esa manera. En un principio Steve pensó en dejar las cosas así y ceder la responsabilidad al ayuntamiento, sin embargo se reconoció a sí mismo que persistía una especie de interés morboso en el destino que hubiese sufrido Miranda, de modo que de alguna manera se hacía cargo de los trámites legales necesarios, confirmaba la buena imagen que los allegados tenían de él y no dejaba cabos sueltos que pudiesen molestarlo más tarde; de su experiencia anterior había aprendido que no cuidar ese tipo de detalles podía causar numerosos problemas en el futuro, y esta vez nada podía salir mal. Tenía en su poder el dinero que era su objetivo inicial en este asunto, las perspectivas próximas eran muy halagüeñas; sobre el supuesto secuestro, del cual de seguro toda la comunidad estaría hablando, tomó la decisión de usar un simple cabestrillo y decir de forma vaga que los delincuentes lo habían soltado al comprobar que no tenía nada de valor. Se vio obligado a cambiar esa mentira de forma temporal en el aeropuerto y cambiar su lesión por un simple esguince.
Tan pronto como llegó a Gotham se acercó al centro de tratamiento en donde su madre estaba internada, pero no hablo con ella: la enfermera a cargo de esa sección le explico que estaba pasando hace algunos días por un estado depresivo severo, en el cual no era recomendable exponerla a enfados o emociones fuertes; en cierto modo esto le provocó un alivio, ya que no tuvo que hacerse cargo de ella ni exponerse a una serie de situaciones incómodas de forma posterior. Se encargó de comentar a la enfermera la situación ocurrida, pero al mismo tiempo le pidió que no le notificara de ello, sino que lo hiciera en cuanto si encontrara más repuesta; la mujer pareció conforme con esa precaución y de forma muy respetuosa no hizo más preguntas.
Su padre había formado parte de un club de pequeños empresarios asociados, por lo que ante un hecho como ese la congregación se hizo cargo de la mayor parte de los trámites, incluso consiguieron una iglesia pequeña en donde se ofició un servicio, el que por suerte fue breve y acotado gracias a la petición de Steve; debido a lo rápido que él sugirió que se llevaran a cabo todos los protocolos, en la ceremonia sólo habían algunas personas. Vestido de un impecable negro con una corbata azul ultramarino y espejuelos oscuros, se mantuvo en absoluto silencio y una vez terminada la ceremonia dio las gracias, e hizo el viaje sólo hasta el cementerio. Una vez que terminó con todos estos trámites tuvo el tiempo necesario para ir la urgencia en donde estaba internada Miranda, pero se topó con la sorpresa de que ella ya no se encontraba allí; la recepcionista que lo recordaba de la visita anterior hizo lo posible por evitar las miradas indiscretas hacia el cabestrillo que ostentaba en el brazo izquierdo y el evidente luto que llevaba, y le dijo que el esposo de ella había conseguido un traslado un centro especializado en California, en donde un doctor entendido en traumatismos encéfalo craneanos aplicaría un tipo de terapia experimental orientada a evitar que la paciente cayera en un coma profundo o quedara en estado vegetativo. Entonces eso significaba que había una gran posibilidad de que Miranda nunca despertara. La verdad es que era una lástima, no sólo porque junto con su inconsciencia quedarían escondidos los motivos por los cuales se había mostrado tan alterada la noche en que él se quitó la máscara, sino porque ella representaba algunos de los pocos buenos recuerdos que tenía de esa ciudad; después de rogar un poco logró que la recepcionista le diera el número de Sam, y aunque decidió no llamarlo, conservó el dato para poder mantenerse atento en el futuro. El soldado era un hombre fácil de manipular, de modo que lo único que tendría que hacer sería mantenerse alerta y conversar con él de vez en cuando, incluyendo quizás alguna visita; después cuando ella despertara encontraría la forma de averiguar sus motivos. Todo eso tomaría tiempo, pero podía esperar, de momento lo relevante era que había podido regresar y salir de la ciudad sin mayores contratiempos; antes de tomar el avión de regreso a New York se deshizo del teléfono móvil y adquirió uno nuevo, tal vez se trataba de un simbolismo absurdo, pero sentía que necesitaba hacer algo que pusiera fin a su estadía en esa ciudad, todo había terminado, tenía lo que necesitaba y su vida lo esperaba en la ciudad de los rascacielos.
El viaje de regreso fue tranquilo, y Steve se encontró disfrutando de la sencillez de ver una película tonta y comer los desabridos bocadillos, como si se hubiera quitado de encima un gran peso; la forma en que había llegado era por completo opuesta a la salida, no creía en las señales, pero era capaz de admitir que el cierre de aquellos acontecimientos era un buen augurio; una vez estuvo de regreso en New York, mientras se desplazaba hacia la zona céntrica y ya libre del cabestrillo, se dirigía a su nuevo departamento: se comunicó con Marcus y le relató de forma breve el asunto de la ceremonia, asegurando que no era necesario una mayor muestra; de todos modos su amigo comprendió y estuvo de acuerdo, él tampoco era un sentimentalista.
Habían pasado poco más de 36 horas desde la noticia cuando Steve al fin se encontró de regreso en su departamento; se quitó la corbata y las colleras negras, y tomó el mando a distancia del sistema de música, poniendo algo de sonido ambiental bajo y relajante. A partir del día siguiente tendría que hacer algunas operaciones básicas como conseguir un automóvil nuevo y mejorar el guardarropa, además por supuesto de retomar su círculo de amistades, a quienes había dejado en un completo segundo plano con el fin de editar que pudiesen enterarse de cualquier situación. Sin embargo, a través de las redes sociales supo que todo seguía como de costumbre; había algo de extrañeza con respecto a su abandono de la empresa en la que hasta hace poco se había desempeñado, sin embargo todas esas dudas quedarían resueltas en cuanto pusiera en conocimiento público sus nuevos objetivos de negocio. Esto significaba que las posibilidades de devolverle la mano a su antigua jefa en un entorno elegante y amigable estaban aumentando cada día que pasaba; se acercó al refrigerador y tomó una botella de cerveza de la puerta: el líquido frío y el alcohol resultaban estimulantes en ese momento, una recompensa bastante básica pero que le venía bien después de una agotadora jornada de viajes, amén por supuesto del papeleo y el constante juego de familiar doliente que cualquier persona en un caso como éste tenía que seguir. Se sentó en un piso alto ante la barra a un costado de la cocina, y bebió un poco más, con los ojos entrecerrados por el cansancio y la mente volando hacia distintas alternativas para el futuro próximo; a pesar de que ya no lo necesitaría, no quiso deshacerse del traje, era de alguna manera interesante y parte de lo que le había permitido conseguir sus objetivos.
En el momento en que tomó nuevamente la botella desde el mesón ante el que estaba sentado, supo que algo no estaba bien. No dejaba las cervezas en la puerta del refrigerador, las dejaba arriba, muy cerca del hielo para que estuvieran a la temperatura perfecta.
Durante un eterno segundo se quedó mirando la botella en su mano, luego el pánico se apoderó de él. Se sintió mareado y confuso pero se ordenó conservar la calma; alguien había estado en su departamento, y resultaba evidente que había cambiado algunas cosas de lugar, si bien estas no estaban a simple vista, no se trataba de los muebles o el sistema de sonido ¿por qué cambiar de lugar las botellas de cerveza?

—Oh por Dios…

El mareo que había sentido un instante antes no era por causa de la sorpresa, sino del contenido de la botella. La dejó de forma brusca sobre el mesón pero sus movimientos se volvieron torpes y la volteó con fuerza, derramando su contenido; mientras la botella de vidrio giraba lentamente hasta estrellarse contra el piso, dentro de su cabeza el sonido del vidrio contra el suelo sin romperse fue como un golpe seco dentro de un túnel. La cerveza estaba envenenada.

—Oh Dios…

El traje.
Entre los distintos elementos que portaba en los bolsillos del traje, había un compuesto que anulaba de manera momentánea los efectos de las toxinas. Se puso de pie, sintiendo el efecto del mareo al hacerlo, pero se obligó a conservar la calma, respiró profundo y se dispuso a ir al cuarto en donde estaba.

Un golpe en la puerta.

El primero fue un golpe tentativo, pero de inmediato se sintió otro mucho más fuerte; el cerrojo de la puerta cedió y Steve volteó rápido, sus ojos se encontraron con los de dos hombres, ambos vestidos con ropa deportiva; ellos lo miraron con decisión, sin un asomo de duda.

—Sí, es él —dijo uno de ellos hacia hacia una persona que estaba oculta en el pasillo.

No puede ser, es él, se dijo Steve en una milésima de segundo. El sujeto responsable de todo esto es…

Los hombres entraron al departamento y la adrenalina hizo en el resto; olvidándose de todo corrió hacia el interior del departamento con la puerta del cuarto en el centro de su objetivo, pero de pronto sintió que algo pesado lo golpeaba en la espalda y perdió el equilibrio: chocó con una lámpara de pie y cayó de forma estrepitosa, mientras a su lado caía el pesado jarrón de madera que un momento antes estaba en el Mesón junto a la puerta de entrada.

“Tengo que salir de aquí.”

Miró hacia atrás y vio a los dos hombres acercarse, separándose para poder atacar desde dos puntos distintos; sujetó con fuerza el mango metálico de la lámpara y se puso de pie de un salto, empuñándola como si fuera una lanza. Con movimientos amplios intentó mantener la distancia entre él y sus enemigos, pero a pesar de que habían pasado tan sólo unos segundos desde que tomara el trago, el efecto parecía intenso y rápido. A pesar de estar haciendo lo posible por moverse a máxima velocidad, sentía que sus movimientos eran lentos y poco precisos; los dos sujetos se mantuvieron a distancia prudente, esquivando sus ataques pero sin quedarse quietos, intentando encontrar un punto desprotegido. Aún no estaba lo suficientemente cerca de la puerta, de modo que simuló abalanzarse sobre el de la izquierda para de inmediato girar y atacar al de la derecha.
No funcionó. El hombre consiguió evadir el golpe y sujetó la lámpara del otro extremo, dando tiempo a que el otro lo embistiera con fuerza; hizo una sucesión de golpes, pero no fue suficientemente rápido y perdió el arma, uno de los enemigos lo golpeó en el estómago y el otro usó toda su fuerza para arrojarlo por sobre el sofá. Rodó sobre la mesa de centro y fue a estrellarse contra el suelo.

“La salida. Estoy más cerca de la salida, tengo que huir.”

Se revolvió en el suelo hasta poder ponerse de pie; un extraño escalofrío recorrió su cuerpo, sintió las manos sudorosas, los latidos del corazón desbocados. Se dijo a sí mismo que la prioridad en este momento era ponerse de pie y escapar, pero el sistema nervioso no estaba obedeciendo las órdenes de su cerebro.

“No puede ser, no puede ser.”

Al levantar la vista vio que los dos hombres estaban de pie en el mismo lugar donde se habían enfrentado, mirándolo ya sin adoptar la actitud de combate de un momento atrás.

—Cuarenta y cinco segundos —dijo uno de ellos—, ya debe haber hecho efecto.

No sentía que hubiese pasado tanto tiempo. Luchó con desesperación por ponerse de pie, a cuatro patas se desplazó hacia un costado y apoyó los brazos en la superficie del sillón, intentando impulsarse Las piernas temblaban con una sensación interna similar a los calambres, mientras que por toda la espina dorsal se transmitía una corriente eléctrica intensa y aguda; luchó con todas sus fuerzas por inyectar energía en las piernas y ponerse de pie, pero las extremidades no respondieron a sus órdenes. Desesperado, se arrastró usando sus temblorosos brazos y manos, esforzándose por mantener la cabeza en alto y mirar hacia la puerta que aún permanecía abierta; parecía como si tuviera un enorme peso sobre la espalda, justo entre los hombros, los músculos atenazados por garras invisibles, los estertóreos escalofríos expandiéndose por todos los músculos, la sensación de vacío en el estómago, garganta cerrada, la boca seca. Clavó los dedos de la izquierda en el brazo del sillón, pero perdió el agarre, no pudo seguir sujetándose y se deslizó de vuelta al suelo; giró sobre sí mismo sin poderlo evitar, y quedó sobre el lado izquierdo, intentando con toda la energía de su ser moverse, sin conseguirlo.
De pronto los escalofríos y la sensación de electricidad en la espalda cesaron, y en ese momento sintió auténtico terror; de un momento a otro su cuerpo quedó quieto sobre el suelo, las extremidades lánguidas, la tensión esfumada por completo: ya no podía moverse. Hizo un intento por hablar, pero se encontró con que tampoco podía hacerlo, estaba inmovilizado por completo, a gusto y merced de los dos hombres que de forma tan extraña habían pasado de atacantes a espectadores. Sintió pasos en el pasillo y trató de mover la cabeza, pero la puerta no estaba en ángulo de su mirada, sólo vio una débil sombra pasar detrás del sillón, quedándose en un punto indeterminado tras él.

—Ya está inmovilizado —dijo uno de los dos sujetos—, menos de un minuto, tal como nos dijo que pasaría.

El silencio le hizo pensar que la otra persona estaba haciéndoles algún gesto.

—Esperaremos afuera.

Estaba inmovilizado por completo, ni siquiera podía hablar o gritar para pedir ayuda ¿acaso ese iba a ser el fin, ese era el amargo destino estaba escrito para él?
Vio las piernas de los dos hombres pasar frente a él y desaparecer de su campo visual, tras lo cual cerraron la puerta del departamento; el sujeto tras el sillón hizo aún una pausa, pero luego se puso otra vez en movimiento hasta quedar de pie frente a su rostro. Steve movió desesperadamente los ojos hacia la derecha, es decir hacia el techo, pero de todas formas no podía ver el rostro de su enemigo, que en silencio parecía disfrutar de esa interminable situación. Cuando escuchó la voz dirigirse a él, supo que el nivel de sorpresa que había experimentado hasta entonces aún podía aumentar más. Un instante después se puso en cuclillas y al fin pudo ver su rostro.

—Eres un sujeto tan seguro de ti mismo, tan competente, la situación siempre bajo control; pasas de quienes te rodean, utilizas a quienes puedes, y al parecer estás convencido de tener la última palabra. ¿Qué se siente? ¿Qué se siente querer hablar y gritar, y no poder hacerlo, Steve?



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La última herida Capítulo 9: Ideas sugerentes - Capítulo 10: Personas invisibles





Abrir los ojos se estaba convirtiendo poco a poco en una experiencia renovadora para Patricia; aún se sentía prisionera al estar recluida en su casa por causa del tratamiento, pero levantarse y ver en el espejo su piel cada vez más renovada y sana era un pago justo por cualquier tipo de sacrificio.

—Buenos días mamá.
—Buenos días hija.
—Matilde ya salió.
—Sí, dijo que no olvides no asomar la nariz fuera de aquí.
—Lo tendré en cuenta.

Entró al baño directamente a pararse frente al espejo para sacarse las vendas y realizar el cambio: Todos los días debía cambiarlas.

—Vamos a ver.

Ya era Viernes diez de Junio, casi daba un mes desde que tuviera el accidente pero ni ella misma diría que era tan poco al verla, parecían haber pasado meses por su piel. Por fuerza mantenía corto el cabello en el lado izquierdo para no obstruir el efecto de los medicamentos, lo que dejaba al descubierto la piel más suave y tersa del costado de la cabeza, la mejilla y el hombro. A juzgar por las imágenes que vio en la red, el avance de sus quemaduras podía fácilmente compararse con el de cinco meses de un tratamiento regular, y todavía podría decir que era aún mejor: lo que en un inicio era piel quemada, enrojecida, con gran relieve, ahora estaba mucho más lisa, de un color rojo tenue y con sensibilidad más cercana al resto del cuerpo. Además y como le anunciara su doctor, la piel de la cara avanzaba más lentamente al ser mucho más sensible, podía palpar y ver los surcos y gesticular seguía siendo bastante doloroso, pero no podía quejarse.

—Ahora a cambiar las vendas.

Le entregaban los vendajes dentro de una caja plástica esterilizada, desde donde sacaba una bolsa sellada al vacío por una abertura en el extremo. Al quitar el sello se sentía un suave perfume como de flores, aunque se evaporaba y solo quedaba una sensación fresca en el aire; en su trabajo tenía que saber cosas básicas de primeros auxilios, pero los días que habían pasado la convirtieron en una experta en vendajes y casi podría hacerlo sin mirar, aunque secretamente sabía que se miraba con atención porque no tenía la intención de perder detalle alguno de la evolución de su cuerpo.
A pesar de que podía llegar sola al lugar de tratamiento, de todos modos un vehículo pasaba por ella para llevarla, aunque a diferencia del primer día no era una ambulancia sino un automóvil gris conducido por un enfermero llamado Saúl y que siempre parecía muy animado; habían conversado bastante en los últimos días.

— ¿Vas a tomar desayuno?
—Solo una ensalada de fruta mamá, gracias.

Estar quieta en la casa iba a estropear su estado físico, pero por otro lado estaba disfrutando de un período de consentimiento ya que sus padres insistieran en quedarse a hacerle compañía; lo que antes le habría parecido muy molesto y un peligro para su privacidad, ahora le venía bien, al menos hasta el momento, además que en algún día muy cercano todo volvería  a la normalidad y todos retomarían sus actividades ¿Que iba a hacer con la policía?
Quizás lo único doloroso en ese tiempo había sido rechazar continuamente las invitaciones y visitas de sus amigos de la unidad y los externos, aunque estaba rodeada de personas que la querían y se preocupaban por ella pero ¿Cómo iba a explicarles que de un día para otro estaba a medio camino de una recuperación casi milagrosa? Aún con las vendas puestas se notaba la diferencia en la piel, y no solo estaba lo visual, también las excusas que no terminaban de fabricar. Matilde tenía razón al decirle constantemente que debía mantenerse en el departamento y no dejarse ver, porque por mucho que confiaba en sus amigos, y que a los de a unidad les confiaría la vida, no podía arriesgar el patrimonio que le quedaba  a la familia exponiendo lo que le estaba pasando, al menos no todavía. Cuando pasara más tiempo podría reaparecer, y decir que en realidad las quemaduras eran menos profundas de lo que decía el primer diagnóstico o que había estado fuera del país atendiéndose con alguna eminencia, esas ideas eran frecuentes en sus conversaciones con sus padres, que se habían tomado muy a pecho lo de mantenerla oculta por mucho que no hablaran de la hipoteca.
La hipoteca.
En ocasiones se enfadaba con Matilde por haber propuesto arriesgar la casa y una suma de dinero tan grande en lo del tratamiento, pero estaría mintiéndose a sí misma si no reconociera su alegría porque lo hiciera. Además ella misma trabajaría con todas sus fuerzas para devolver el dinero, y mientas nadie dijera nada no había motivos para preocuparse de la amenazadora cláusula del contrato de confidencialidad.
Con las vendas cambiadas y de muy buen ánimo, Patricia desayunó con sus padres, y luego se preparó para la llegada del vehículo, que se presentó puntualmente a las once. Por suerte pasaba directo al estacionamiento, de modo que la posibilidad de ser vista era mucho menor.

—Buenos días señorita.
—Buenos días.
—Que gusto verla, nos vamos ahora mismo.

No había mucho que ver a través de las ventanas ahumadas del vehículo, pero la charla del conductor arreglaba las cosas, y a gran velocidad por la carretera urbana llegaban en pocos minutos a destino, y aunque ya tenía varias visitas, no podía dejar de sorprenderse: El edificio en donde se realizaba el tratamiento estaba ubicado en probablemente uno de los sectores más exclusivos de la ciudad, cerca de los límites de hecho, en el interior de una especie de condominio cercado por unos prados que tenían por lo menos el tamaño de un estadio deportivo y lucían cuidados como los de los programas de turismo. Una vez sorteada la entrada, el vehículo seguía un camino serpenteante hacia un conjunto de edificios compuesto de no más de diez construcciones, todas de menos de diez pisos y con diseños innovadores que destacaban materiales de distintos colores o espejos o sistemas iluminados a plena luz de día. El edificio hacia donde iban estaba en el centro de los otros, al cual se accedía por un estacionamiento subterráneo que los dejaba justo al lado de los ascensores, los que desde luego eran digitales y funcionaban solo articulando el número del piso al que se deseaba ir, tras lo cual las puertas cerraban con un ronroneo y una voz digitalizada daba los buenos días. Una vez en el quinto piso el conductor se despidió.

—Que tenga un buen día, voy a hacer mi reporte y luego tomaré mis labores aquí, la veré después.
—Gracias Saúl.

El hombre siguió hacia el piso superior dejando a Patricia ante un mesón donde una mujer vestida de blanco la esperaba sonriente.

—Buenos días Patricia ¿Cómo se encuentra?
—Muy bien, buenos días.
—Acompáñeme por favor, vamos a realizar el diagnóstico de hoy. ¿Trajo la caja de las píldoras?

Patricia se la enseñó dentro de su bolso.

—Sí, aunque quedan algunas.
—No se preocupe —comentó la mujer mientras entraban a una oficina—, lo importante es que las haya tomado según lo indicado, ahora según el diagnóstico  se realizará una nueva calibración de vitaminas para su caso, las demás son desechadas de inmediato.

Solo en ese momento Patricia recordó algo que tenía que ver con lo que llevaba en su bolso. Claro que habían quedado pastillas, pero una de ellas no estaba allí, sino en su velador; la noche anterior la había sacado por aburrimiento, y después de mirar largo rato los diminutos dibujos sin sentido y que tramaban una especie de mapa, no supo qué hacer con la pastilla, ya que la caja en donde se guardaban tenía un sistema de enfriamiento a baterías y le habían advertido solo sacarlas para ingerirlas. Creyendo que lo mejor sería dejarla fuera para evitar algún tipo de contaminación como ocurría con los alimentos, decidió esperar al día siguiente para preguntar qué hacer con la pequeña píldora.

—Usted es por lejos nuestra paciente más obediente Patricia —dijo uno de los doctores al entrar—, le aseguro que su comportamiento es fundamental en los avances que hemos tenido hasta ahora.

Patricia se sintió culpable por haber dejado la pastilla fuera de la caja en ese momento; pero ya no tenía remedio, y si de todos modos el sobrante era desechado, no tenía mayor sentido confesar una actitud francamente infantil. Lo desecharía ella también.

—Hago lo posible por seguir sus instrucciones —dijo en voz baja—, supongo que cualquiera haría lo mismo.
—No siempre es así, pero lo importante es que lo está haciendo muy bien. Ahora haremos un diagnóstico.


2


Durante el día siempre había alguna actividad en la clínica, de hecho desde que iniciara el tratamiento, tenía muchas más ocupaciones allí que en su departamento. Estaban los diagnósticos, los testeos de reflejos, la terapia con luz en las zonas afectadas, una sesión de masajes en el resto del cuerpo ya que los profesionales decían que era bueno mantener a toda la estructura física en buenas condiciones, tratamientos para el cabello que estaban enfocados a fortalecerlo, y vaya que le hacían muy bien, los tiempos obligatorios de descanso sobre una camilla en una habitación oscura y absolutamente aislada, y la ingesta de preparados de vitaminas que más sabor tenían a jugos naturales, aunque hacían maravillas con su estado de ánimo. Entre todo eso, algunos momentos permitían interactuar con otros pacientes, aunque los que había visto por lo general estaban acompañados, seguramente por lo que indicaba Matilde de ser personajes famosos que estarían con algún guardia o consejero o quizás incluso un amigo que compartiera sus deseos, pero entre todos ellos se encontró con Vicente, un empresario de poco más de treinta y con quien inició charla casi de manera espontánea cuando se trasladaban de una de las tantas dependencias a otra; el hombre tenía una serie de cortes en la espalda, según le explicó por una caída en su casa en la playa, y parecía tener una absurda aversión por las heridas propias pero no por las ajenas. Se trataba de un hombre agradable y de buen trato, guapo desde luego, pero lo principal, es que era agradable y sencillo, nada pretencioso como otras personas que veía de vez en cuando. Durante la tarde se lo encontró en el pasillo hacia el cuarto de descanso.

—Patricia, qué gusto, pensé que hoy no venías.

En el interior del lugar no llevaban ropa de calle, aunque por suerte habían tenido la buena idea de no dejarlos con esos ridículos camisones casi transparentes de los hospitales, y en cambio llevaban una camisa y pantalón blanco de los de producción en masa, a fin de cuentas que entre los exámenes y los masajes era mucho más cómodo y el ambiente estaba tan bien temperado que se agradecía la tranquilidad.

—Hola.
—Te ves genial, me encanta como te estás recuperando.

Era el primer elogio que recibía desde el accidente, y se escuchaba especialmente bien viniendo de alguien como él.

—Gracias, qué gentil.
—No lo digo por gentileza, es lo que veo.
—Bueno, pero gracias igualmente.

Él se descubrió un poco la espalda. Las huellas eran ya casi imperceptibles y desde luego mucho menos evidentes que la semana anterior.

—Lo que lamento es que ya no nos vamos a ver aquí, el Martes me van a dar de alta.

Eso era bastante lógico, aunque de todos modos la mujer lo lamentó.

—No deberías lamentarlo, al fin y al cabo todos queremos salir de aquí.
—Sí, pero —se acercó un poco más—, lo que no quiero es dejar de verte. Y especialmente me gustaría que tú y yo pudiéramos conversar en un lugar donde hubiera privacidad y tranquilidad.

Se quedaron mirando unos momentos. Patricia no era ninguna muchachita inocente para no notar que él estaba flirteando con ella y que era cada vez menos reservado, pero le gustaba y por supuesto que era un aliciente para su ego en un momento en que estaba bastante alicaído. Coquetear con un hombre adulto y sincero era atractivo para ella, lo demás podía verse en el camino.

—Supongo que podemos mantener el contacto.
—Por supuesto que sí —repuso él sonriendo—, la semana que viene tengo que retomar toneladas de trabajo que no se han hecho mientras estoy aquí, pero el día 26 voy a estar desocupado y creo que podrías acompañarme a una fiesta.

Patricia sonrió, burlona.

—Cualquiera diría que tenías esto preparado.

Pero él soltó una risa alegre que la sorprendió.

—Patricia, créeme que cuando estoy en plan de conquista prefiero hacerlo fuera de una clínica, en un lugar entretenido y no desnudo debajo de ropa horrenda. O al menos eso último puede ser dependiendo del sitio en donde esté.

Ambos rieron de buena gana. Cielos, estaba riendo de buena gana, la última vez que recordaba haber estado de un humor similar había sido la mañana del accidente, y la verdad parecía una jornada muy lejana.

—Te doy el punto, tal vez no está tan preparado. ¿Y de qué fiesta se trata?
—Mi celebración de aniversario de la creación de mi primera empresa, es algo modesto en la playa. Bueno, la fecha no es exactamente pero...ya te explicaré.
—En la playa, parece un buen panorama. Creo que puedo aceptar.

El hombre sonrió triunfante y sacó del pequeño bolsillo del pantalón una tarjeta y un bolígrafo plateado de tamaño diminuto.

—Ten mi número. Y puedes apuntar tu número para llamarte también.

La mujer recibió la tarjeta y apuntó el número en una esquina del papel, lo cortó y se lo devolvió junto al bolígrafo. Era un juego divertido.

—Esto vale oro para mí, te voy a llamar.

Patricia decidió usar un arma algo infantil, similar a estar cambiando números en trozos de papel.

—Espero que lo hagas o tu secretaria va a tener muchas llamadas mías.


3


Para cuando Matilde llegó al departamento de Patricia, ésta ya estaba de regreso y de muy buen humor.

—Te ves cansada.
—Debe ser porque lo estoy —repuso la joven entrando a sentarse—, ha sido un día muy duro, pero a ti te veo radiante.

Matilde se sentó y dejó el bolso y una carpeta en la mesita de centro.

—No me puedo quejar hermanita, mi tratamiento va viento en popa y ya te voy  a mostrar unas fotos de como estoy ahora mismo, pero hay algo que no te había contado.

Por fin empiezan a mantener conversaciones de tipo casual y con la confianza anterior al accidente, eso era un beneficio adicional del tratamiento.

— ¿Qué pasó?
—Hay un hombre que estoy conociendo.

Por un momento la cabeza de Matilde dio vueltas.

— ¿Un hombre? es decir ¿es de la clínica?
—No de ahí pero se está tratando, y hemos conversado bastante éstos días.
—Creí que habías dicho que siempre te tenían ocupada con un tratamiento y otro.

Su hermana sonrió casi con la misma naturalidad de antes.

—Bueno, eso es así, pero entre idas y venidas comenzamos a conversar.

Matilde se imaginó conociendo a alguien en un lugar así, pero la verdad era que su mente la llevaba a un sitio lleno de sufrimiento y desesperanza, no a un lujoso lugar donde la gente no solo se recuperaba, sino que además se embellecía. Aún con las permanentes vendas, su hermana lucía cada vez mejor.

—No puedo negar que me sorprende, pero creo que es excelente ¿Ya tienen una cita o algo?
—Puedo decir que sí, aunque no todavía, es para fin de mes.
—Pero dijeron que tu tratamiento no termina hasta Julio, no puedes estar saliendo a menos que sea cubierta y no me parece que...

Patricia la detuvo levantando las manos, aunque aún sonreía.

—Tranquila, tranquila, hice las preguntas pertinentes en la clínica, y me dijeron que si el tratamiento sigue el ritmo de hasta ahora, para fin de mes podré hacer salidas breves siempre que no sea de día y solo con un vendaje ligero.
— ¿Tan avanzado está?
—Mira.

Patricia le enseñó unas fotos sacadas en el estudio, en donde frente a un fondo blanco se podía ver su rostro y cuello sin vendas ni apósito alguno, y la joven se quedó realmente sin palabras. No quedaba rastro de las quemaduras originales que habían arruinado su vida, ahora tenía, desde luego, marcada la zona, con relieve y esa textura enrojecida típica de la piel lacerada por el fuego, pero estaba tan distante de esa otra piel quebrada y sin elasticidad que parecía otra persona.

—Patricia, esto es impresionante.
—Todos los días me digo lo mismo en la mañana cuando me cambio las vendas, pero a la luz de la clínica y desde otra perspectiva es diferente, no puedo creer que esté sucediendo de verdad.

En ese momento aparecieron en la sala los padres de las mujeres, aunque se veían un tanto serios.

—Papá, creí que estarían durmiendo, casi dan las diez.
—Necesitamos hablar con ustedes —dijo él con sencillez—, qué bueno que viniste hoy hija.

Ambos se sentaron frente a sus hijas mirándolas fijamente.

—Ocurrió algo en Río dulce. Antalasio falleció.

Durante un momento nadie dijo nada, pero Matilde sabía muy bien de quien se trataba y a poco estuvo de preguntar si se trataba de un broma; Antalasio era un campesino que comenzó a trabajar para sus padres hacía demasiados años, era un hombre curtido y rudo de campo, pero al mismo tiempo una de las personas más sinceras y confiables del mundo entero. Era un hombre sencillo pero de ideas muy claras, del tipo de persona que si confiaba en ti, sería capaz tanto de dejar su vida en tus manos como de proteger la tuya a costa de todo. Y ya era tan viejo cuando ellas eran niñas que parecía no envejecer, incluso bromeaba diciendo que la muerte era su novia y que por eso no se lo llevaba.

— ¿Cómo fue?

Patricia recuperó en ese momento su aspecto policial, donde se hace cargo de hechos concretos.

—Simplemente se durmió —explicó su madre con ojos llorosos—, nos llamaron hace unos minutos, dijo que tenía sueño, se recostó en la mecedora y se durmió.

Patricia de inmediato de sintió angustiada por lo que pudiera estar pasando en la hacienda: sin sus padres y sin Antalasio, no había nadie capacitado para ir a hacerse cargo de trámites o siquiera de coordinar llamados y esas cosas. Y ella no podía moverse de la ciudad.

—Tienen que ir a Río dulce —sentenció antes que ellos dijeran algo más—, todo debe ser un caos, además hay que darle una despedida como corresponde a Antalasio.
—Eso teníamos que decirles —dijo su madre en voz baja—, lo siento, pero no podemos dejarlo ahora. Quisiera haber estado con él en ese momento.
—Yo también cariño —le dijo él con voz muy suave—, pero no lo podemos arreglar.

Matilde recuperó en ese instante las palabras, a tiempo para tragarse las lágrimas que estaban por brotar. Al día siguiente y pese a ser Sábado, tenía una salida a terreno por completo impostergable.

—Sí, tienen que ir, tienen que estar ahí por nosotras. Y tienen que decirle a Lavinia que la queremos mucho, que nos fue imposible ir pero que estamos con ella y con él también.

Su madre asintió, pensativa. Era claro que para ellos no era sencillo dejar a sus hijas antes del tiempo que tenían presupuestado, antes de que terminara el tratamiento de Patricia, pero si bien las dos hijas habían aceptado reconocer sus fragilidades y necesidades, en una situación como esa debían demostrar que no eran una carga.

—Vamos a estar bien mamá, no te preocupes —dijo con la mayor seguridad de la que fue capaz—, me voy a encargar que mi hermana no se mueva ni un centímetro del plan que hay para que se recupere, no se preocupen.


4


Los días siguientes a la noticia de la muerte del anciano Antalasio pasaron en una tensa calma para las hermanas. Matilde se ofreció para quedarse en el departamento de Patricia, pero ella se opuso asegurándole que no iba a moverse del departamento a menos que fuera a tratamiento, y que el motivo extra de tener una posible cita era más que suficiente para mantenerla controlada, además por supuesto de las constantes recomendaciones de su hermana y el yugo de la hipoteca pesando sobre ambas. De igual manera Matilde se pasaba en la tarde a llevarle suministros y compartir un poco con ella, antes de volar a su departamento y tratar de descansar antes de un nuevo día de trabajo. Con solo una parte del Sábado y el Domingo como descanso, la joven se sentía bastante apurada la semana siguiente, pero se terminó acostumbrando y además tuvo la tranquilidad de una menor carga laboral. Cuando llegó el Domingo veintiséis y después de una jornada de películas, Matilde salió a comprar un refresco y se encontró con una gran sorpresa: Patricia se había puesto un hermoso vestido largo hasta más abajo de las rodillas, ajustado en la cintura y con una sola manga, que era la izquierda, con lo que disimulaba los vendajes que aún mantenía; en tanto el pañuelo que llevaba al cuello, azul como el tono del vestido, disimulaba casi todo el resto de las marcas, aunque desde luego no todo quedaba oculto ya que  la mejilla mostraba un parche color piel, sin embargo de lo cual la mujer se había peinado con el cabello en una especie de descuidado flequillo que distraía la atención.

—Te ves estupenda.
—Gracias, estaba esperando el momento de estrenarlo y creo que es apropiado.

Casi daban las ocho de la noche y Patricia estaba revisando el contenido del bolso de mano mientras su hermana le ayudaba con las cintas de los tacones a juego con el vestido.

— ¿No crees que es demasiado evidente?
—Dijiste que él también tenía heridas —comentó Matilde quitando importancia al tema—, así que no creo que le preocupe. Además usaste todo a tu favor, y con la forma en que dispusiste el parche en la mejilla cualquiera diría que es por algún malestar, como cuando te da el aire frío de golpe.

Patricia no había pensado en eso.

—Sabes que creo que tienes razón, supongo que Vicente no le habrá dicho a sus amigos lo que me pasó, y si alguien me pregunta, solo tengo que decir que me quemé en el solárium o que me picó un insecto o algo así.
—Buena idea.

Matilde recordó algo importante justo en ese momento.

—Patricia, la píldora.
—Es verdad, lo había olvidado, voy por ella. Si llega Vicente dile que espere afuera, quiero encontrarlo en terreno neutral por ahora.
—Está bien, como quieras.

Era normal que Patricia se sintiera nerviosa en un momento como ese después de lo que le había pasado; Matilde suponía que normalmente no lo estaría tanto en un caso como ese, pero estaba de más decir que su ego estaba en juego y que un hombre se mostrara interesado en ella, aún si era algo superficial, ayudaría a confirmar que estaba en franca recuperación más que cualquier terapia sicológica. Era una buena noticia después de lo sucedido antes, y aunque ninguna de las dos quería darle más importancia de la que merecía, sabían que hasta sus padres estarían contentos; las cosas en Río dulce estaban más tranquilas, aunque el cariño de la gente de la hacienda y del pueblo por Antalasio se demostró con creces, según su padre llegó gente de todas partes a dar el último adiós para él.
Entonces golpearon tres veces a la puerta, y una voz masculina con tono divertido se anunció a sí misma.

—Llegué Patricia ¿Estás lista?

Y el hombre era atrevido. Matilde giró para ir a abrir la puerta, cuando un sonido la hizo voltear de forma repentina hacia el cuarto de su hermana.

— ¿Patricia?

Sonó como algo al caer o golpearse, tal vez estaba llevándolo difícil con los tacones. Pero casi sobre el sonido original se escuchó otro más, definitivamente el de algo golpearse con violencia.

—Patricia.

Sin entender qué podía estar sucediendo, pero sintiendo de manera instintiva que ocurría algo malo, la joven abrió la puerta del cuarto y entró.

— ¡Patricia!

Su hermana estaba en el suelo, sufriendo violentas convulsiones.




Capítulo 10: Personas invisibles


Ver a su hermana sufriendo convulsiones congeló a Matilde durante una eterna milésima de segundo; la mujer se sacudía con violencia y sin control, los ojos aparentemente cerrados, el velador de su cuarto volcado, objetos de todo tipo desperdigados por todas partes. La joven reaccionó de manera instintiva a inclinarse para tratar de sujetarla, pero al hacerlo descuidadamente lo primero que recibió fue un manotazo involuntario en la cara. 

— ¡Patricia!

El tiempo parecía pasar muy lento mientras estaba ocurriendo eso; nuevamente se acercó, ésta vez arrodillándose a horcajadas sobre la mujer y consiguió sujetar sus brazos, aunque los movimientos que realizaba eran tan violentos que parecía que en cualquier momento iba a ser arrojada a un costado.

— ¡Patricia por favor!

Estaba entrando en pánico, pero gritar no iba a servirle de nada. Haciendo uso de toda la fuerza de su cuerpo, presionó el de su hermana y con un mínimo de control, sujetó su cabeza para evitar que siguiera golpeándose contra la superficie del suelo.

— ¡Reacciona por favor!

Sus ojos estaban en blanco y continuaba sacudiéndose con violencia, de modo que Matilde le quitó el pañuelo del cuello y lo enrolló sobre sí mismo; casi le cogió un dedo con los dientes, pero el pañuelo contuvo esas reacciones, sin embargo era muy difícil hacer nada más mientras siguiera teniendo que sujetarla de esa manera. Podía sentir su propia respiración jadeante por el esfuerzo físico y por la angustia tan repentina, y el corazón azotando su pecho enloquecido, tenía la adrenalina a mil y sentía que iba a desmayarse, pero no podía soltarla, tenía que contenerla antes que se hiciera algún daño mayor ¿Cómo iba a pedir ayuda así, sola en la habitación y en el departamento sin soltar  a su hermana a su suerte?
La respuesta llegó por sí sola, tan sorpresivamente como había comenzado todo eso, las convulsiones se detuvieron, y fue como si algo se apagara, sólo se quedó muy quieta, en una posición extraña, con la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados sin orientar.
¿Muerta?

— ¡Patricia!

Gritó enloquecida el nombre de su hermana, pero al acercarse comprobó que no estaba muerta, aunque sí inconsciente: su respiración se había vuelto muy tranquila. Por un momento Matilde no supo cómo reaccionar o qué hacer, pero un instante después el mismo instinto que la había llevado a sujetarla en un principio la hizo levantarse y correr de vuelta a la sala, tenía que alcanzar el celular y llamar a una ambulancia en ese mismo instante.

— ¿Patricia, ocurre algo?

La voz fuera del departamento preguntando por su hermana la descolocó, pero recordó que era Vicente, la cita de ella. No importaba quien fuera, necesitaba ayuda de quien fuera en ese momento. Corrió a abrir.

—Ayúdame por favor.

El hombre que estaba parado fuera era efectivamente alto, fuerte y atractivo como se lo había dicho su hermana. La miró con una expresión muy extraña en el rostro ¿Tendría cara de loca en ese momento?

—Disculpa, escuché unos gritos, yo...
—Ayúdame —lo interrumpió ella angustiada—, mi hermana tuvo un ataque o algo parecido, ayúdame a conseguir una ambulancia.

El hombre se la quedó mirando con los ojos muy abiertos durante un segundo, pero todo estaba sucediendo a un ritmo muy lento para Matilde, quien volvió a hablarle con urgencia.

—Por favor, mi hermana está...
— ¿Dónde está? Puedo llevarla en mi auto.

Entró casi junto con ella y la joven le indicó  el cuarto, mientras tomaba el celular y marcaba el número de urgencias. Un segundo después el hombre salía a la sala hablando a toda prisa.

—Iré por mi auto.

Salió a toda carrera mientras Matilde volvía a la habitación ¿era normal que estuviera tan quieta? ¿Por qué esas convulsiones, por qué de manera tan repentina? 

—Buenas tardes, cuál es su urgencia.

El servicio contestaba casi de inmediato. Vicente había dicho que podían llevarla en su automóvil, pero no sabía si debía moverla o no. ¿Qué pasaba si la ambulancia no era tan veloz como la agente que le hablaba?

—Mi hermana acaba de sufrir un ataque o algo parecido, está inconsciente.
—Comprendo, vamos a ayudarla, necesito su dirección para poder enviar una unidad.
—Calle Bernardo Asturias 615, edificio sur, no sé qué hacer, tuvo convulsiones.
—Una ambulancia va en camino en éste momento —replicó rápidamente la mujer del otro lado de la línea— ¿ella se golpeó la cabeza, tiene rastros de sangre en la boca o espuma?
—No lo sé —contestó arrodillándose junto a su hermana—, estaba bien, luego sentí un ruido y estaba con convulsiones en el suelo, pero ahora no reacciona, perdió el conocimiento, está muy quieta pero respira, no sé qué es lo que debo hacer...

La mujer replicó con seguridad.

—Escuche, es importante que verifique que la vía aérea no esté obstruida y que la aleje de cualquier cosa con la que pueda golpearse.
—Una persona podría llevarla en su auto...
—No lo haga, si no está absolutamente segura de que no se haya golpeado la cabeza no la mueva hasta que llegue personal especializado. Dígame su nombre.

Las lágrimas habían comenzado a correr por sus mejillas, y ver a su hermana tan increíblemente quieta era tan atemorizante como ver las convulsiones poco antes.

—Matilde.
—Matilde, la ambulancia está muy cerca de su domicilio. Mientras tanto ayúdeme con alguna información ¿Su hermana sufre alguna afección al corazón, algún tipo de mal congénito?
—No —respondió de forma automática—, no tiene ningún tipo de enfermedad pero...

¿Tenía que mencionar lo del accidente? No sabía qué hacer, de modo que optó por decirlo de inmediato.

— ¿Hay algo más?
—Ella...ella sufrió quemaduras hace unas semanas, está en tratamiento...
— ¿Qué clase de quemaduras?
—De segundo grado, pero estaba recuperándose, hasta ahora llevaba una vida normal, solo tenía que guardar reposo.
—Comprendo. Matilde, la ambulancia está llegando en éste momento, los paramédicos ya están informados de todos los detalles que usted me informó, por favor ayúdelos con toda la información que pueda servir al respecto.


2


La segunda vez en una situación como esa en tan poco tiempo era demoledor, pero a la vez completamente diferente de lo ocurrido después del accidente. En ésta ocasión el traslado fue muy breve, en menos de cinco minutos ya estaban entrando a las brillantes y asépticas instalaciones de la urgencia de una clínica privada; ella misma había registrado algunos números en su celular poco después del accidente, todavía muy angustiada y tratando de tener a su mano alguna forma de prestar ayuda en caso de ser necesario. La camilla fue descargada del vehículo rápidamente e ingresada a una sala adonde un doctor ingresó acompañado de algunos asistentes; lo único que no fue distinto es que la dejaron afuera, aunque a diferencia, una mujer joven apareció de la nada y la condujo a una silla y le ofreció un vaso con agua.

—Beba por favor, es un sedante leve.
—No necesito un sedante —dijo con la garganta seca—, necesito saber qué es lo que le pasa a mi hermana, por qué es que tuvo esas convulsiones y qué es lo que le va a pasar.
—Por favor mantenga la calma, le aseguro que los doctores van a...

Pero Matilde se puso de pie resueltamente. Temblaba de pies a cabeza, pero no iba a llorar, no mientras no supiera por qué su mundo y el de su hermana estaba otra vez de cabeza. Para su sorpresa el mismo doctor que había visto entrar salió a paso rápido.

— ¿Usted es familiar de la joven que ingresó hace un momento?
—Si, por favor dígame que le sucede.
—Acompáñeme.
—Pero que...
—Acompáñeme por favor.

El hombre le habló con tanta fuerza que no pudo menos que seguirlo a una puerta lateral; al entrar se encontró con una oficina minúscula que no podía ser más que una bodega de archivos antiguos.

—Señorita, esto es muy grave.
— ¿Qué le ocurre a mi hermana?
— ¿Qué es lo que estaban haciendo ustedes dos? —replicó el hombre con fuerza—, Su hermana podría estar muerta, es un milagro que no lo esté.

La estaba acusando de algo. A Matilde le daba vueltas todo.

—No entiendo de que...
—Es una sobredosis de fármacos —la cortó él—, no me diga que no vio las pastillas, los paramédicos me dijeron que estaban desperdigadas por toda la habitación cuando llegaron al lugar.

¿Fármacos? ¿Pensaba que Patricia y ella eran drogadictas?

— ¿De qué está hablando? —dijo nerviosamente—, no son drogas, mi hermana no consume...

Pero el profesional parecía bastante hastiado.

—Escuche, habitualmente veo como mujeres jóvenes y con futuro se arruinan la vida consumiendo distintos tipos de medicamentos, para adelgazar, para mantenerse despiertas, para concentrarse mejor, sé perfectamente qué cosas pueden pasar, ella tenía convulsiones ¿verdad? No pierda tiempo y dígame qué clase de medicamentos estaba consumiendo específicamente.
— ¡Mi hermana no se droga! —chilló Matilde por sobre la voz del doctor—, ella jamás ha hecho algo como eso, las pastillas de las que habla son vitaminas, se las recetaron como parte del tratamiento por las quemaduras que tiene.
—Esas quemaduras son antiguas —intervino él con desconfianza—, y no se recetan vitaminas por quemaduras superficiales, no vi ninguna muestra de daño en las vías aéreas.
—Es policía —replicó ella a la defensiva—, no podría hacerlo, la sacarían de la unidad, le estoy diciendo que no son drogas ni nada por el estilo.

El doctor frunció el ceño, a todas luces confuso por la información que estaba recibiendo.

— ¿Policía? ¿Cómo se hizo esas quemaduras?
—Hubo un tiroteo y explotó un balón con gas y...
—No puede ser —el semblante del doctor cambió por completo, no había tanta furia en su mirada como confusión—, ella es...no puede ser, el estado de esas quemaduras es...

De alguna manera lo había descubierto, o lo sospechaba ¿Qué tenía que hacer? Por una parte no debía revelar ningún tipo de información acerca de Cuerpos imposibles, pero estaba en una situación de emergencia y siempre en casos médicos había que aportar toda la información posible. Desde los primeros y sorprendentes resultados del tratamiento no se le había pasado por la mente que pudiera ocurrir algo como eso ¿Debería haberse dirigido a ellos? 

—Doctor, por favor —pidió para desviar la atención—, dígame qué es lo que le está pasando a mi hermana, ayúdela.
— ¿Está completamente segura de que no se trata de drogas?
—Ya le dije que no, por favor no haga esto, estoy preocupada por ella.
—Debería estarlo —replicó el doctor a su vez—, su hermana es la del tiroteo hace un mes, pero el nivel de avance de esas quemaduras... usted le dijo a los paramédicos que habían sido de segundo grado, un quince por ciento del cuerpo, la extensión coincide pero no la recuperación. ¿Qué fue lo que hizo, siguió algún tipo de tratamiento no convencional, que tipo de especialista le recetó esas pastillas?

Eran demasiadas preguntas y todas apuntaban a Cuerpos imposibles. ¿Qué debía hacer? Por primera vez deseó no estar allí, no tener que debatirse entre dar la información que podría ayudar a su hermana y poner en juego el futuro económico de la familia.

—Mi hermana está realizando un tratamiento alternativo, pero nos dijeron que no habían peligros ni efectos secundarios, además todo estaba bien, se estaba recuperando perfectamente.
—No me ha dicho qué clase de profesional le recetó esas pastillas ¿Son solo vitaminas, de qué tipo son?

No tenía ningún tipo de respuesta sensata para eso.

—Eso nos dijeron, vitaminas para que se mantenga saludable, las preparaban según su constitución física.
—Si no es una especie de droga entonces los síntomas tienen que ser provocados por algo más —reflexionó el doctor hablando más consigo mismo que con ella—, podría ser un cuadro alérgico, pero no puedo determinar nada sin el componente. Necesito una muestra de esas pastillas si no son lo que creo.
—No las tengo aquí ¿Que va a pasar con mi hermana, se va a recuperar?
—No sé qué es lo que le está pasando a su hermana; si efectivamente no se trata de drogas como me acaba de decir, necesito realizar una serie de exámenes y comprobar los medicamentos que está ingiriendo. Por ahora puedo decirle que está estable.

Estable era muchísimo mejor que el último pronóstico que hicieran de su hermana en una situación similar. Tenía que volver al departamento.

—Gracias a Dios, estaba tan preocupada cuando la vi con esas convulsiones.

El doctor abrió la puerta y ambos salieron del lugar.

—No he dicho que  no sea preocupante, mientras no sepamos a qué se debe el estado de su hermana no podemos hacer nada. ¿Cuánto puede tardarse en traer esas pastillas?
—Menos de diez minutos.
—Por favor tráigalas —dijo él aún confuso—, cuando llegue solicite hablar con el doctor Medel, la atenderé de inmediato.


3


Matilde encontró un taxi y salió disparada de vuelta al departamento de su hermana; por suerte el taxista comprendió que se trataba de una emergencia y se tardó casi lo mismo que la ambulancia en el viaje de ida al centro de urgencias, quedando en el estacionamiento mientras ella llegaba hasta el cuarto de su hermana.
En la puerta del departamento descubrió que había ocurrido algo más mientras ella no estaba.

—No...

Tan pronto abrió la puerta se encontró con un caos: el sofá y los sillones estaban volteados, y había cosas tiradas por el suelo ¿Un robo justo en ese momento? No tenía tiempo para ocuparse de eso, de modo que fue directo a la habitación, pero la intrusión de la que fuera víctima no se quedaba ahí, las cosas del cuarto también estaban revueltas.

— ¿Pero qué es lo que está pasando?

Independiente de lo que claramente había ocurrido, Matilde no pudo menos que notar que además de la violación del domicilio sucedía algo mucho más desconcertante: las pastillas de Patricia no estaban y la caja tampoco.

—No puede ser...

El velador había sido vaciado y el cajón estaba en el suelo al igual que varias cosas arrancadas del armario, pero la caja que mantenía a temperatura las pastillas no estaba, y todas las que viera desperdigadas por el suelo tampoco. Por un momento se quedó mirando el suelo sin comprender lo que pasaba ¿Por qué alguien entraría para llevarse las pastillas de su hermana y en un momento como ese? 
Un escalofrío recorrió su espalda.

—Dios mío...

Se devolvió a la sala, donde el equipo de música seguía en su lugar, lo mismo que el televisor, los electrodomésticos de la cocina y hasta los adornos de los muebles. No sabía exactamente qué cosas había en todo el departamento, pero lo que estaba a la vista seguía en el mismo sitio, revuelto o tirado, pero sin remover las cosas de ahí. Solo faltaban las pastillas.
La clínica.
Se le secaba la garganta. Su hermana había sufrido un extraño ataque hacía poco, el doctor la acusaba de consumir algún tipo de sustancia ilícita y un desconocido entraba al departamento en su ausencia y se llevaba las pastillas entregadas en Cuerpos imposibles, pero nada más. Nada de eso tenía sentido, tenía que controlarse, el doctor necesitaba información acerca de lo único que no podía decirle.

— ¿Qué voy a hacer?

Estaba sudando frío. En ese mismo momento los doctores podían necesitar esas pastillas para verificar si le produjeron algún daño o una reacción alérgica ¿Podía ocurrir algo así después de tantos días? Según Patricia  cada vez que iba hacían una nueva receta de vitaminas personalizada ¿Acaso agregaron algún componente? Lo más cercano era la oficina donde había comenzado todo eso. Con nerviosismo revisó su bolso, iba a salirle un dineral el taxi hasta allá pero era lo único que se le ocurría en ese momento.


4


Tan pronto el taxi se detuvo frente a la puerta del edificio, Matilde bajó rápidamente y corrió a la entrada. Adriana, esa mujer tan encantadora y oportuna la había asistido desde el principio, de seguro le diría que hacer, o tal vez sería necesario trasladarla hasta las mismas instalaciones donde la trataban para realizar algún procedimiento en particular.

En el mesón de recepción había un hombre de mediana edad.

—Buenas noches señorita.

Por un momento no reaccionó, había estado desde el principio encontrarse con esa mujer o en su defecto con otra de apariencia similar.

—Buenas noches, necesito hablar con Adriana.
— ¿Adriana? —dijo el hombre— ¿Algún departamento en particular?

Esa era una pregunta extraña.

—No, ella trabaja en esa oficina —señaló la puerta donde había entrado sola la primera vez y con su familia posteriormente—, Adriana Vegas.

El hombre se puso de pie sin disimular la sorpresa en su rostro.

— ¿Trabajar en éste lugar? Señorita, creo que está equivocada ¿Está segura de que es en éste edificio?

Matilde se acercó a la puerta mientras el hombre rodeaba el mesón.

—La oficina está en éste lugar, tiene que haberla visto.
—Señorita, eso es una bodega. 
—No, es una oficina, vine aquí hace un par de semanas, están tratando a mi hermana.
—Señorita...

Matilde llegó primero que él a la puerta y giró el pomo; del otro lado había cajas y repisas con cosas de todo tipo, desde televisores viejos hasta utensilios de aseo.

—Señorita, haga el favor de salir.

La voz del hombre no era amenazadora, pero sí lo era precavida, quizás qué se estuviera imaginando que era ella. Matilde se sentía mareada.

—Estaba aquí —dijo tontamente— estaba aquí, la oficina de atención, estuve aquí para llevar a mi hermana a la clínica.
— ¿Clínica? —exclamó el conserje con total escepticismo—, señorita, éste es un edificio residencial, no hay forma de que haya una clínica aquí.

La joven volteó hacia él luchando con las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

—Es una oficina, aquí reciben a los pacientes, me atendió Adriana Vegas de la clínica, no puede ser que no sepan nada de ella.

El hombre la miró como si fuera una loca. Probablemente porque estaba comportándose como una.

—Señorita, éste es un edificio residencial, no hay oficinas ni tiendas ni nada parecido aquí, es mejor que se vaya o tendré que llamar al administrador.
—Llámelo, de seguro él sabe más que usted de eso —replicó ella con voz temblorosa—, es aquí, no pueden simplemente haber desaparecido.

El hombre suspiró sin disimulo y se acercó al mesón desde donde tomó un auricular; murmuró unas palabras y colgó. Tan solo un instante después apareció un hombre de alrededor de cuarenta años, bien vestido y con cara de sueño.

— ¿Qué sucede? Mi nombre es Rodolfo, soy el administrador ¿Qué puedo hacer por usted?
—Necesito encontrar a la persona de esa oficina —señaló e manera acusatoria la puerta abierta de la bodega—, estuve aquí hace poco con mi familia, reciben a las personas antes de derivarlas a la clínica, no sé por qué ahora no están pero estaban, necesito encontrar...
—Señorita —la cortó el hombre, a todas luces molesto—, disculpe, pero nada de lo que está diciendo tiene sentido ¿Clínica? La clínica más cercana está a diez minutos en automóvil.
—No es eso, si usted es el administrador tiene que saberlo ¿Acaso no vio la oficina? Tenían pantallas y archivos, Adriana estaba en ese mesón, es imposible que no lo sepa.

El hombre que se había presentado como Rodolfo le dedicó una mirada evaluadora.

—En éste edificio tenemos cuatro conserjes, dos de día y dos de noche, y ninguno de ellos es mujer. Y le vuelvo a indicar, aquí no hay ninguna clínica ni oficina de nada, es una de las normas de convivencia no desarrollar ningún tipo de negocio en las instalaciones, la mayoría de los edificios de éste sector tiene esa misma regla, por eso es que tienen ésta ubicación y la plusvalía.
— ¡Pero estaba aquí!
—Escuche, no sé de qué está hablando, pero está claro que lo que sea que busca no se encuentra aquí —avanzó hacia la puerta de la bodega y la cerró—, ahora le voy a pedir que se vaya o tendré que llamar a la policía y no se tardarán en llegar.

Lo dijo en serio. Matilde no sabía que más hacer en ese momento, no si la oficina y la mujer no estaban y nadie parecía saber nada al respecto; además ¿Cómo demostrar que estaba en lo cierto? Estaba anocheciendo y en donde estaba la oficina había una bodega y las cosas parecían cada vez más difíciles de asimilar. 
Entonces un pensamiento atroz se hizo presente.

—No...

La clínica Cuerpos imposibles era su única alternativa, sabía cómo llegar  por lo que le comentara su hermana antes. Tenía que llegar allí y tratar de hablar con alguien.
Siempre y cuando al llegar a ese lugar encontrara lo que se disponía a buscar.
Se sintió horriblemente sola.


Próximo capítulo: Caminos cortados