La última herida Capítulo 9: Ideas sugerentes - Capítulo 10: Personas invisibles





Abrir los ojos se estaba convirtiendo poco a poco en una experiencia renovadora para Patricia; aún se sentía prisionera al estar recluida en su casa por causa del tratamiento, pero levantarse y ver en el espejo su piel cada vez más renovada y sana era un pago justo por cualquier tipo de sacrificio.

—Buenos días mamá.
—Buenos días hija.
—Matilde ya salió.
—Sí, dijo que no olvides no asomar la nariz fuera de aquí.
—Lo tendré en cuenta.

Entró al baño directamente a pararse frente al espejo para sacarse las vendas y realizar el cambio: Todos los días debía cambiarlas.

—Vamos a ver.

Ya era Viernes diez de Junio, casi daba un mes desde que tuviera el accidente pero ni ella misma diría que era tan poco al verla, parecían haber pasado meses por su piel. Por fuerza mantenía corto el cabello en el lado izquierdo para no obstruir el efecto de los medicamentos, lo que dejaba al descubierto la piel más suave y tersa del costado de la cabeza, la mejilla y el hombro. A juzgar por las imágenes que vio en la red, el avance de sus quemaduras podía fácilmente compararse con el de cinco meses de un tratamiento regular, y todavía podría decir que era aún mejor: lo que en un inicio era piel quemada, enrojecida, con gran relieve, ahora estaba mucho más lisa, de un color rojo tenue y con sensibilidad más cercana al resto del cuerpo. Además y como le anunciara su doctor, la piel de la cara avanzaba más lentamente al ser mucho más sensible, podía palpar y ver los surcos y gesticular seguía siendo bastante doloroso, pero no podía quejarse.

—Ahora a cambiar las vendas.

Le entregaban los vendajes dentro de una caja plástica esterilizada, desde donde sacaba una bolsa sellada al vacío por una abertura en el extremo. Al quitar el sello se sentía un suave perfume como de flores, aunque se evaporaba y solo quedaba una sensación fresca en el aire; en su trabajo tenía que saber cosas básicas de primeros auxilios, pero los días que habían pasado la convirtieron en una experta en vendajes y casi podría hacerlo sin mirar, aunque secretamente sabía que se miraba con atención porque no tenía la intención de perder detalle alguno de la evolución de su cuerpo.
A pesar de que podía llegar sola al lugar de tratamiento, de todos modos un vehículo pasaba por ella para llevarla, aunque a diferencia del primer día no era una ambulancia sino un automóvil gris conducido por un enfermero llamado Saúl y que siempre parecía muy animado; habían conversado bastante en los últimos días.

— ¿Vas a tomar desayuno?
—Solo una ensalada de fruta mamá, gracias.

Estar quieta en la casa iba a estropear su estado físico, pero por otro lado estaba disfrutando de un período de consentimiento ya que sus padres insistieran en quedarse a hacerle compañía; lo que antes le habría parecido muy molesto y un peligro para su privacidad, ahora le venía bien, al menos hasta el momento, además que en algún día muy cercano todo volvería  a la normalidad y todos retomarían sus actividades ¿Que iba a hacer con la policía?
Quizás lo único doloroso en ese tiempo había sido rechazar continuamente las invitaciones y visitas de sus amigos de la unidad y los externos, aunque estaba rodeada de personas que la querían y se preocupaban por ella pero ¿Cómo iba a explicarles que de un día para otro estaba a medio camino de una recuperación casi milagrosa? Aún con las vendas puestas se notaba la diferencia en la piel, y no solo estaba lo visual, también las excusas que no terminaban de fabricar. Matilde tenía razón al decirle constantemente que debía mantenerse en el departamento y no dejarse ver, porque por mucho que confiaba en sus amigos, y que a los de a unidad les confiaría la vida, no podía arriesgar el patrimonio que le quedaba  a la familia exponiendo lo que le estaba pasando, al menos no todavía. Cuando pasara más tiempo podría reaparecer, y decir que en realidad las quemaduras eran menos profundas de lo que decía el primer diagnóstico o que había estado fuera del país atendiéndose con alguna eminencia, esas ideas eran frecuentes en sus conversaciones con sus padres, que se habían tomado muy a pecho lo de mantenerla oculta por mucho que no hablaran de la hipoteca.
La hipoteca.
En ocasiones se enfadaba con Matilde por haber propuesto arriesgar la casa y una suma de dinero tan grande en lo del tratamiento, pero estaría mintiéndose a sí misma si no reconociera su alegría porque lo hiciera. Además ella misma trabajaría con todas sus fuerzas para devolver el dinero, y mientas nadie dijera nada no había motivos para preocuparse de la amenazadora cláusula del contrato de confidencialidad.
Con las vendas cambiadas y de muy buen ánimo, Patricia desayunó con sus padres, y luego se preparó para la llegada del vehículo, que se presentó puntualmente a las once. Por suerte pasaba directo al estacionamiento, de modo que la posibilidad de ser vista era mucho menor.

—Buenos días señorita.
—Buenos días.
—Que gusto verla, nos vamos ahora mismo.

No había mucho que ver a través de las ventanas ahumadas del vehículo, pero la charla del conductor arreglaba las cosas, y a gran velocidad por la carretera urbana llegaban en pocos minutos a destino, y aunque ya tenía varias visitas, no podía dejar de sorprenderse: El edificio en donde se realizaba el tratamiento estaba ubicado en probablemente uno de los sectores más exclusivos de la ciudad, cerca de los límites de hecho, en el interior de una especie de condominio cercado por unos prados que tenían por lo menos el tamaño de un estadio deportivo y lucían cuidados como los de los programas de turismo. Una vez sorteada la entrada, el vehículo seguía un camino serpenteante hacia un conjunto de edificios compuesto de no más de diez construcciones, todas de menos de diez pisos y con diseños innovadores que destacaban materiales de distintos colores o espejos o sistemas iluminados a plena luz de día. El edificio hacia donde iban estaba en el centro de los otros, al cual se accedía por un estacionamiento subterráneo que los dejaba justo al lado de los ascensores, los que desde luego eran digitales y funcionaban solo articulando el número del piso al que se deseaba ir, tras lo cual las puertas cerraban con un ronroneo y una voz digitalizada daba los buenos días. Una vez en el quinto piso el conductor se despidió.

—Que tenga un buen día, voy a hacer mi reporte y luego tomaré mis labores aquí, la veré después.
—Gracias Saúl.

El hombre siguió hacia el piso superior dejando a Patricia ante un mesón donde una mujer vestida de blanco la esperaba sonriente.

—Buenos días Patricia ¿Cómo se encuentra?
—Muy bien, buenos días.
—Acompáñeme por favor, vamos a realizar el diagnóstico de hoy. ¿Trajo la caja de las píldoras?

Patricia se la enseñó dentro de su bolso.

—Sí, aunque quedan algunas.
—No se preocupe —comentó la mujer mientras entraban a una oficina—, lo importante es que las haya tomado según lo indicado, ahora según el diagnóstico  se realizará una nueva calibración de vitaminas para su caso, las demás son desechadas de inmediato.

Solo en ese momento Patricia recordó algo que tenía que ver con lo que llevaba en su bolso. Claro que habían quedado pastillas, pero una de ellas no estaba allí, sino en su velador; la noche anterior la había sacado por aburrimiento, y después de mirar largo rato los diminutos dibujos sin sentido y que tramaban una especie de mapa, no supo qué hacer con la pastilla, ya que la caja en donde se guardaban tenía un sistema de enfriamiento a baterías y le habían advertido solo sacarlas para ingerirlas. Creyendo que lo mejor sería dejarla fuera para evitar algún tipo de contaminación como ocurría con los alimentos, decidió esperar al día siguiente para preguntar qué hacer con la pequeña píldora.

—Usted es por lejos nuestra paciente más obediente Patricia —dijo uno de los doctores al entrar—, le aseguro que su comportamiento es fundamental en los avances que hemos tenido hasta ahora.

Patricia se sintió culpable por haber dejado la pastilla fuera de la caja en ese momento; pero ya no tenía remedio, y si de todos modos el sobrante era desechado, no tenía mayor sentido confesar una actitud francamente infantil. Lo desecharía ella también.

—Hago lo posible por seguir sus instrucciones —dijo en voz baja—, supongo que cualquiera haría lo mismo.
—No siempre es así, pero lo importante es que lo está haciendo muy bien. Ahora haremos un diagnóstico.


2


Durante el día siempre había alguna actividad en la clínica, de hecho desde que iniciara el tratamiento, tenía muchas más ocupaciones allí que en su departamento. Estaban los diagnósticos, los testeos de reflejos, la terapia con luz en las zonas afectadas, una sesión de masajes en el resto del cuerpo ya que los profesionales decían que era bueno mantener a toda la estructura física en buenas condiciones, tratamientos para el cabello que estaban enfocados a fortalecerlo, y vaya que le hacían muy bien, los tiempos obligatorios de descanso sobre una camilla en una habitación oscura y absolutamente aislada, y la ingesta de preparados de vitaminas que más sabor tenían a jugos naturales, aunque hacían maravillas con su estado de ánimo. Entre todo eso, algunos momentos permitían interactuar con otros pacientes, aunque los que había visto por lo general estaban acompañados, seguramente por lo que indicaba Matilde de ser personajes famosos que estarían con algún guardia o consejero o quizás incluso un amigo que compartiera sus deseos, pero entre todos ellos se encontró con Vicente, un empresario de poco más de treinta y con quien inició charla casi de manera espontánea cuando se trasladaban de una de las tantas dependencias a otra; el hombre tenía una serie de cortes en la espalda, según le explicó por una caída en su casa en la playa, y parecía tener una absurda aversión por las heridas propias pero no por las ajenas. Se trataba de un hombre agradable y de buen trato, guapo desde luego, pero lo principal, es que era agradable y sencillo, nada pretencioso como otras personas que veía de vez en cuando. Durante la tarde se lo encontró en el pasillo hacia el cuarto de descanso.

—Patricia, qué gusto, pensé que hoy no venías.

En el interior del lugar no llevaban ropa de calle, aunque por suerte habían tenido la buena idea de no dejarlos con esos ridículos camisones casi transparentes de los hospitales, y en cambio llevaban una camisa y pantalón blanco de los de producción en masa, a fin de cuentas que entre los exámenes y los masajes era mucho más cómodo y el ambiente estaba tan bien temperado que se agradecía la tranquilidad.

—Hola.
—Te ves genial, me encanta como te estás recuperando.

Era el primer elogio que recibía desde el accidente, y se escuchaba especialmente bien viniendo de alguien como él.

—Gracias, qué gentil.
—No lo digo por gentileza, es lo que veo.
—Bueno, pero gracias igualmente.

Él se descubrió un poco la espalda. Las huellas eran ya casi imperceptibles y desde luego mucho menos evidentes que la semana anterior.

—Lo que lamento es que ya no nos vamos a ver aquí, el Martes me van a dar de alta.

Eso era bastante lógico, aunque de todos modos la mujer lo lamentó.

—No deberías lamentarlo, al fin y al cabo todos queremos salir de aquí.
—Sí, pero —se acercó un poco más—, lo que no quiero es dejar de verte. Y especialmente me gustaría que tú y yo pudiéramos conversar en un lugar donde hubiera privacidad y tranquilidad.

Se quedaron mirando unos momentos. Patricia no era ninguna muchachita inocente para no notar que él estaba flirteando con ella y que era cada vez menos reservado, pero le gustaba y por supuesto que era un aliciente para su ego en un momento en que estaba bastante alicaído. Coquetear con un hombre adulto y sincero era atractivo para ella, lo demás podía verse en el camino.

—Supongo que podemos mantener el contacto.
—Por supuesto que sí —repuso él sonriendo—, la semana que viene tengo que retomar toneladas de trabajo que no se han hecho mientras estoy aquí, pero el día 26 voy a estar desocupado y creo que podrías acompañarme a una fiesta.

Patricia sonrió, burlona.

—Cualquiera diría que tenías esto preparado.

Pero él soltó una risa alegre que la sorprendió.

—Patricia, créeme que cuando estoy en plan de conquista prefiero hacerlo fuera de una clínica, en un lugar entretenido y no desnudo debajo de ropa horrenda. O al menos eso último puede ser dependiendo del sitio en donde esté.

Ambos rieron de buena gana. Cielos, estaba riendo de buena gana, la última vez que recordaba haber estado de un humor similar había sido la mañana del accidente, y la verdad parecía una jornada muy lejana.

—Te doy el punto, tal vez no está tan preparado. ¿Y de qué fiesta se trata?
—Mi celebración de aniversario de la creación de mi primera empresa, es algo modesto en la playa. Bueno, la fecha no es exactamente pero...ya te explicaré.
—En la playa, parece un buen panorama. Creo que puedo aceptar.

El hombre sonrió triunfante y sacó del pequeño bolsillo del pantalón una tarjeta y un bolígrafo plateado de tamaño diminuto.

—Ten mi número. Y puedes apuntar tu número para llamarte también.

La mujer recibió la tarjeta y apuntó el número en una esquina del papel, lo cortó y se lo devolvió junto al bolígrafo. Era un juego divertido.

—Esto vale oro para mí, te voy a llamar.

Patricia decidió usar un arma algo infantil, similar a estar cambiando números en trozos de papel.

—Espero que lo hagas o tu secretaria va a tener muchas llamadas mías.


3


Para cuando Matilde llegó al departamento de Patricia, ésta ya estaba de regreso y de muy buen humor.

—Te ves cansada.
—Debe ser porque lo estoy —repuso la joven entrando a sentarse—, ha sido un día muy duro, pero a ti te veo radiante.

Matilde se sentó y dejó el bolso y una carpeta en la mesita de centro.

—No me puedo quejar hermanita, mi tratamiento va viento en popa y ya te voy  a mostrar unas fotos de como estoy ahora mismo, pero hay algo que no te había contado.

Por fin empiezan a mantener conversaciones de tipo casual y con la confianza anterior al accidente, eso era un beneficio adicional del tratamiento.

— ¿Qué pasó?
—Hay un hombre que estoy conociendo.

Por un momento la cabeza de Matilde dio vueltas.

— ¿Un hombre? es decir ¿es de la clínica?
—No de ahí pero se está tratando, y hemos conversado bastante éstos días.
—Creí que habías dicho que siempre te tenían ocupada con un tratamiento y otro.

Su hermana sonrió casi con la misma naturalidad de antes.

—Bueno, eso es así, pero entre idas y venidas comenzamos a conversar.

Matilde se imaginó conociendo a alguien en un lugar así, pero la verdad era que su mente la llevaba a un sitio lleno de sufrimiento y desesperanza, no a un lujoso lugar donde la gente no solo se recuperaba, sino que además se embellecía. Aún con las permanentes vendas, su hermana lucía cada vez mejor.

—No puedo negar que me sorprende, pero creo que es excelente ¿Ya tienen una cita o algo?
—Puedo decir que sí, aunque no todavía, es para fin de mes.
—Pero dijeron que tu tratamiento no termina hasta Julio, no puedes estar saliendo a menos que sea cubierta y no me parece que...

Patricia la detuvo levantando las manos, aunque aún sonreía.

—Tranquila, tranquila, hice las preguntas pertinentes en la clínica, y me dijeron que si el tratamiento sigue el ritmo de hasta ahora, para fin de mes podré hacer salidas breves siempre que no sea de día y solo con un vendaje ligero.
— ¿Tan avanzado está?
—Mira.

Patricia le enseñó unas fotos sacadas en el estudio, en donde frente a un fondo blanco se podía ver su rostro y cuello sin vendas ni apósito alguno, y la joven se quedó realmente sin palabras. No quedaba rastro de las quemaduras originales que habían arruinado su vida, ahora tenía, desde luego, marcada la zona, con relieve y esa textura enrojecida típica de la piel lacerada por el fuego, pero estaba tan distante de esa otra piel quebrada y sin elasticidad que parecía otra persona.

—Patricia, esto es impresionante.
—Todos los días me digo lo mismo en la mañana cuando me cambio las vendas, pero a la luz de la clínica y desde otra perspectiva es diferente, no puedo creer que esté sucediendo de verdad.

En ese momento aparecieron en la sala los padres de las mujeres, aunque se veían un tanto serios.

—Papá, creí que estarían durmiendo, casi dan las diez.
—Necesitamos hablar con ustedes —dijo él con sencillez—, qué bueno que viniste hoy hija.

Ambos se sentaron frente a sus hijas mirándolas fijamente.

—Ocurrió algo en Río dulce. Antalasio falleció.

Durante un momento nadie dijo nada, pero Matilde sabía muy bien de quien se trataba y a poco estuvo de preguntar si se trataba de un broma; Antalasio era un campesino que comenzó a trabajar para sus padres hacía demasiados años, era un hombre curtido y rudo de campo, pero al mismo tiempo una de las personas más sinceras y confiables del mundo entero. Era un hombre sencillo pero de ideas muy claras, del tipo de persona que si confiaba en ti, sería capaz tanto de dejar su vida en tus manos como de proteger la tuya a costa de todo. Y ya era tan viejo cuando ellas eran niñas que parecía no envejecer, incluso bromeaba diciendo que la muerte era su novia y que por eso no se lo llevaba.

— ¿Cómo fue?

Patricia recuperó en ese momento su aspecto policial, donde se hace cargo de hechos concretos.

—Simplemente se durmió —explicó su madre con ojos llorosos—, nos llamaron hace unos minutos, dijo que tenía sueño, se recostó en la mecedora y se durmió.

Patricia de inmediato de sintió angustiada por lo que pudiera estar pasando en la hacienda: sin sus padres y sin Antalasio, no había nadie capacitado para ir a hacerse cargo de trámites o siquiera de coordinar llamados y esas cosas. Y ella no podía moverse de la ciudad.

—Tienen que ir a Río dulce —sentenció antes que ellos dijeran algo más—, todo debe ser un caos, además hay que darle una despedida como corresponde a Antalasio.
—Eso teníamos que decirles —dijo su madre en voz baja—, lo siento, pero no podemos dejarlo ahora. Quisiera haber estado con él en ese momento.
—Yo también cariño —le dijo él con voz muy suave—, pero no lo podemos arreglar.

Matilde recuperó en ese instante las palabras, a tiempo para tragarse las lágrimas que estaban por brotar. Al día siguiente y pese a ser Sábado, tenía una salida a terreno por completo impostergable.

—Sí, tienen que ir, tienen que estar ahí por nosotras. Y tienen que decirle a Lavinia que la queremos mucho, que nos fue imposible ir pero que estamos con ella y con él también.

Su madre asintió, pensativa. Era claro que para ellos no era sencillo dejar a sus hijas antes del tiempo que tenían presupuestado, antes de que terminara el tratamiento de Patricia, pero si bien las dos hijas habían aceptado reconocer sus fragilidades y necesidades, en una situación como esa debían demostrar que no eran una carga.

—Vamos a estar bien mamá, no te preocupes —dijo con la mayor seguridad de la que fue capaz—, me voy a encargar que mi hermana no se mueva ni un centímetro del plan que hay para que se recupere, no se preocupen.


4


Los días siguientes a la noticia de la muerte del anciano Antalasio pasaron en una tensa calma para las hermanas. Matilde se ofreció para quedarse en el departamento de Patricia, pero ella se opuso asegurándole que no iba a moverse del departamento a menos que fuera a tratamiento, y que el motivo extra de tener una posible cita era más que suficiente para mantenerla controlada, además por supuesto de las constantes recomendaciones de su hermana y el yugo de la hipoteca pesando sobre ambas. De igual manera Matilde se pasaba en la tarde a llevarle suministros y compartir un poco con ella, antes de volar a su departamento y tratar de descansar antes de un nuevo día de trabajo. Con solo una parte del Sábado y el Domingo como descanso, la joven se sentía bastante apurada la semana siguiente, pero se terminó acostumbrando y además tuvo la tranquilidad de una menor carga laboral. Cuando llegó el Domingo veintiséis y después de una jornada de películas, Matilde salió a comprar un refresco y se encontró con una gran sorpresa: Patricia se había puesto un hermoso vestido largo hasta más abajo de las rodillas, ajustado en la cintura y con una sola manga, que era la izquierda, con lo que disimulaba los vendajes que aún mantenía; en tanto el pañuelo que llevaba al cuello, azul como el tono del vestido, disimulaba casi todo el resto de las marcas, aunque desde luego no todo quedaba oculto ya que  la mejilla mostraba un parche color piel, sin embargo de lo cual la mujer se había peinado con el cabello en una especie de descuidado flequillo que distraía la atención.

—Te ves estupenda.
—Gracias, estaba esperando el momento de estrenarlo y creo que es apropiado.

Casi daban las ocho de la noche y Patricia estaba revisando el contenido del bolso de mano mientras su hermana le ayudaba con las cintas de los tacones a juego con el vestido.

— ¿No crees que es demasiado evidente?
—Dijiste que él también tenía heridas —comentó Matilde quitando importancia al tema—, así que no creo que le preocupe. Además usaste todo a tu favor, y con la forma en que dispusiste el parche en la mejilla cualquiera diría que es por algún malestar, como cuando te da el aire frío de golpe.

Patricia no había pensado en eso.

—Sabes que creo que tienes razón, supongo que Vicente no le habrá dicho a sus amigos lo que me pasó, y si alguien me pregunta, solo tengo que decir que me quemé en el solárium o que me picó un insecto o algo así.
—Buena idea.

Matilde recordó algo importante justo en ese momento.

—Patricia, la píldora.
—Es verdad, lo había olvidado, voy por ella. Si llega Vicente dile que espere afuera, quiero encontrarlo en terreno neutral por ahora.
—Está bien, como quieras.

Era normal que Patricia se sintiera nerviosa en un momento como ese después de lo que le había pasado; Matilde suponía que normalmente no lo estaría tanto en un caso como ese, pero estaba de más decir que su ego estaba en juego y que un hombre se mostrara interesado en ella, aún si era algo superficial, ayudaría a confirmar que estaba en franca recuperación más que cualquier terapia sicológica. Era una buena noticia después de lo sucedido antes, y aunque ninguna de las dos quería darle más importancia de la que merecía, sabían que hasta sus padres estarían contentos; las cosas en Río dulce estaban más tranquilas, aunque el cariño de la gente de la hacienda y del pueblo por Antalasio se demostró con creces, según su padre llegó gente de todas partes a dar el último adiós para él.
Entonces golpearon tres veces a la puerta, y una voz masculina con tono divertido se anunció a sí misma.

—Llegué Patricia ¿Estás lista?

Y el hombre era atrevido. Matilde giró para ir a abrir la puerta, cuando un sonido la hizo voltear de forma repentina hacia el cuarto de su hermana.

— ¿Patricia?

Sonó como algo al caer o golpearse, tal vez estaba llevándolo difícil con los tacones. Pero casi sobre el sonido original se escuchó otro más, definitivamente el de algo golpearse con violencia.

—Patricia.

Sin entender qué podía estar sucediendo, pero sintiendo de manera instintiva que ocurría algo malo, la joven abrió la puerta del cuarto y entró.

— ¡Patricia!

Su hermana estaba en el suelo, sufriendo violentas convulsiones.




Capítulo 10: Personas invisibles


Ver a su hermana sufriendo convulsiones congeló a Matilde durante una eterna milésima de segundo; la mujer se sacudía con violencia y sin control, los ojos aparentemente cerrados, el velador de su cuarto volcado, objetos de todo tipo desperdigados por todas partes. La joven reaccionó de manera instintiva a inclinarse para tratar de sujetarla, pero al hacerlo descuidadamente lo primero que recibió fue un manotazo involuntario en la cara. 

— ¡Patricia!

El tiempo parecía pasar muy lento mientras estaba ocurriendo eso; nuevamente se acercó, ésta vez arrodillándose a horcajadas sobre la mujer y consiguió sujetar sus brazos, aunque los movimientos que realizaba eran tan violentos que parecía que en cualquier momento iba a ser arrojada a un costado.

— ¡Patricia por favor!

Estaba entrando en pánico, pero gritar no iba a servirle de nada. Haciendo uso de toda la fuerza de su cuerpo, presionó el de su hermana y con un mínimo de control, sujetó su cabeza para evitar que siguiera golpeándose contra la superficie del suelo.

— ¡Reacciona por favor!

Sus ojos estaban en blanco y continuaba sacudiéndose con violencia, de modo que Matilde le quitó el pañuelo del cuello y lo enrolló sobre sí mismo; casi le cogió un dedo con los dientes, pero el pañuelo contuvo esas reacciones, sin embargo era muy difícil hacer nada más mientras siguiera teniendo que sujetarla de esa manera. Podía sentir su propia respiración jadeante por el esfuerzo físico y por la angustia tan repentina, y el corazón azotando su pecho enloquecido, tenía la adrenalina a mil y sentía que iba a desmayarse, pero no podía soltarla, tenía que contenerla antes que se hiciera algún daño mayor ¿Cómo iba a pedir ayuda así, sola en la habitación y en el departamento sin soltar  a su hermana a su suerte?
La respuesta llegó por sí sola, tan sorpresivamente como había comenzado todo eso, las convulsiones se detuvieron, y fue como si algo se apagara, sólo se quedó muy quieta, en una posición extraña, con la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados sin orientar.
¿Muerta?

— ¡Patricia!

Gritó enloquecida el nombre de su hermana, pero al acercarse comprobó que no estaba muerta, aunque sí inconsciente: su respiración se había vuelto muy tranquila. Por un momento Matilde no supo cómo reaccionar o qué hacer, pero un instante después el mismo instinto que la había llevado a sujetarla en un principio la hizo levantarse y correr de vuelta a la sala, tenía que alcanzar el celular y llamar a una ambulancia en ese mismo instante.

— ¿Patricia, ocurre algo?

La voz fuera del departamento preguntando por su hermana la descolocó, pero recordó que era Vicente, la cita de ella. No importaba quien fuera, necesitaba ayuda de quien fuera en ese momento. Corrió a abrir.

—Ayúdame por favor.

El hombre que estaba parado fuera era efectivamente alto, fuerte y atractivo como se lo había dicho su hermana. La miró con una expresión muy extraña en el rostro ¿Tendría cara de loca en ese momento?

—Disculpa, escuché unos gritos, yo...
—Ayúdame —lo interrumpió ella angustiada—, mi hermana tuvo un ataque o algo parecido, ayúdame a conseguir una ambulancia.

El hombre se la quedó mirando con los ojos muy abiertos durante un segundo, pero todo estaba sucediendo a un ritmo muy lento para Matilde, quien volvió a hablarle con urgencia.

—Por favor, mi hermana está...
— ¿Dónde está? Puedo llevarla en mi auto.

Entró casi junto con ella y la joven le indicó  el cuarto, mientras tomaba el celular y marcaba el número de urgencias. Un segundo después el hombre salía a la sala hablando a toda prisa.

—Iré por mi auto.

Salió a toda carrera mientras Matilde volvía a la habitación ¿era normal que estuviera tan quieta? ¿Por qué esas convulsiones, por qué de manera tan repentina? 

—Buenas tardes, cuál es su urgencia.

El servicio contestaba casi de inmediato. Vicente había dicho que podían llevarla en su automóvil, pero no sabía si debía moverla o no. ¿Qué pasaba si la ambulancia no era tan veloz como la agente que le hablaba?

—Mi hermana acaba de sufrir un ataque o algo parecido, está inconsciente.
—Comprendo, vamos a ayudarla, necesito su dirección para poder enviar una unidad.
—Calle Bernardo Asturias 615, edificio sur, no sé qué hacer, tuvo convulsiones.
—Una ambulancia va en camino en éste momento —replicó rápidamente la mujer del otro lado de la línea— ¿ella se golpeó la cabeza, tiene rastros de sangre en la boca o espuma?
—No lo sé —contestó arrodillándose junto a su hermana—, estaba bien, luego sentí un ruido y estaba con convulsiones en el suelo, pero ahora no reacciona, perdió el conocimiento, está muy quieta pero respira, no sé qué es lo que debo hacer...

La mujer replicó con seguridad.

—Escuche, es importante que verifique que la vía aérea no esté obstruida y que la aleje de cualquier cosa con la que pueda golpearse.
—Una persona podría llevarla en su auto...
—No lo haga, si no está absolutamente segura de que no se haya golpeado la cabeza no la mueva hasta que llegue personal especializado. Dígame su nombre.

Las lágrimas habían comenzado a correr por sus mejillas, y ver a su hermana tan increíblemente quieta era tan atemorizante como ver las convulsiones poco antes.

—Matilde.
—Matilde, la ambulancia está muy cerca de su domicilio. Mientras tanto ayúdeme con alguna información ¿Su hermana sufre alguna afección al corazón, algún tipo de mal congénito?
—No —respondió de forma automática—, no tiene ningún tipo de enfermedad pero...

¿Tenía que mencionar lo del accidente? No sabía qué hacer, de modo que optó por decirlo de inmediato.

— ¿Hay algo más?
—Ella...ella sufrió quemaduras hace unas semanas, está en tratamiento...
— ¿Qué clase de quemaduras?
—De segundo grado, pero estaba recuperándose, hasta ahora llevaba una vida normal, solo tenía que guardar reposo.
—Comprendo. Matilde, la ambulancia está llegando en éste momento, los paramédicos ya están informados de todos los detalles que usted me informó, por favor ayúdelos con toda la información que pueda servir al respecto.


2


La segunda vez en una situación como esa en tan poco tiempo era demoledor, pero a la vez completamente diferente de lo ocurrido después del accidente. En ésta ocasión el traslado fue muy breve, en menos de cinco minutos ya estaban entrando a las brillantes y asépticas instalaciones de la urgencia de una clínica privada; ella misma había registrado algunos números en su celular poco después del accidente, todavía muy angustiada y tratando de tener a su mano alguna forma de prestar ayuda en caso de ser necesario. La camilla fue descargada del vehículo rápidamente e ingresada a una sala adonde un doctor ingresó acompañado de algunos asistentes; lo único que no fue distinto es que la dejaron afuera, aunque a diferencia, una mujer joven apareció de la nada y la condujo a una silla y le ofreció un vaso con agua.

—Beba por favor, es un sedante leve.
—No necesito un sedante —dijo con la garganta seca—, necesito saber qué es lo que le pasa a mi hermana, por qué es que tuvo esas convulsiones y qué es lo que le va a pasar.
—Por favor mantenga la calma, le aseguro que los doctores van a...

Pero Matilde se puso de pie resueltamente. Temblaba de pies a cabeza, pero no iba a llorar, no mientras no supiera por qué su mundo y el de su hermana estaba otra vez de cabeza. Para su sorpresa el mismo doctor que había visto entrar salió a paso rápido.

— ¿Usted es familiar de la joven que ingresó hace un momento?
—Si, por favor dígame que le sucede.
—Acompáñeme.
—Pero que...
—Acompáñeme por favor.

El hombre le habló con tanta fuerza que no pudo menos que seguirlo a una puerta lateral; al entrar se encontró con una oficina minúscula que no podía ser más que una bodega de archivos antiguos.

—Señorita, esto es muy grave.
— ¿Qué le ocurre a mi hermana?
— ¿Qué es lo que estaban haciendo ustedes dos? —replicó el hombre con fuerza—, Su hermana podría estar muerta, es un milagro que no lo esté.

La estaba acusando de algo. A Matilde le daba vueltas todo.

—No entiendo de que...
—Es una sobredosis de fármacos —la cortó él—, no me diga que no vio las pastillas, los paramédicos me dijeron que estaban desperdigadas por toda la habitación cuando llegaron al lugar.

¿Fármacos? ¿Pensaba que Patricia y ella eran drogadictas?

— ¿De qué está hablando? —dijo nerviosamente—, no son drogas, mi hermana no consume...

Pero el profesional parecía bastante hastiado.

—Escuche, habitualmente veo como mujeres jóvenes y con futuro se arruinan la vida consumiendo distintos tipos de medicamentos, para adelgazar, para mantenerse despiertas, para concentrarse mejor, sé perfectamente qué cosas pueden pasar, ella tenía convulsiones ¿verdad? No pierda tiempo y dígame qué clase de medicamentos estaba consumiendo específicamente.
— ¡Mi hermana no se droga! —chilló Matilde por sobre la voz del doctor—, ella jamás ha hecho algo como eso, las pastillas de las que habla son vitaminas, se las recetaron como parte del tratamiento por las quemaduras que tiene.
—Esas quemaduras son antiguas —intervino él con desconfianza—, y no se recetan vitaminas por quemaduras superficiales, no vi ninguna muestra de daño en las vías aéreas.
—Es policía —replicó ella a la defensiva—, no podría hacerlo, la sacarían de la unidad, le estoy diciendo que no son drogas ni nada por el estilo.

El doctor frunció el ceño, a todas luces confuso por la información que estaba recibiendo.

— ¿Policía? ¿Cómo se hizo esas quemaduras?
—Hubo un tiroteo y explotó un balón con gas y...
—No puede ser —el semblante del doctor cambió por completo, no había tanta furia en su mirada como confusión—, ella es...no puede ser, el estado de esas quemaduras es...

De alguna manera lo había descubierto, o lo sospechaba ¿Qué tenía que hacer? Por una parte no debía revelar ningún tipo de información acerca de Cuerpos imposibles, pero estaba en una situación de emergencia y siempre en casos médicos había que aportar toda la información posible. Desde los primeros y sorprendentes resultados del tratamiento no se le había pasado por la mente que pudiera ocurrir algo como eso ¿Debería haberse dirigido a ellos? 

—Doctor, por favor —pidió para desviar la atención—, dígame qué es lo que le está pasando a mi hermana, ayúdela.
— ¿Está completamente segura de que no se trata de drogas?
—Ya le dije que no, por favor no haga esto, estoy preocupada por ella.
—Debería estarlo —replicó el doctor a su vez—, su hermana es la del tiroteo hace un mes, pero el nivel de avance de esas quemaduras... usted le dijo a los paramédicos que habían sido de segundo grado, un quince por ciento del cuerpo, la extensión coincide pero no la recuperación. ¿Qué fue lo que hizo, siguió algún tipo de tratamiento no convencional, que tipo de especialista le recetó esas pastillas?

Eran demasiadas preguntas y todas apuntaban a Cuerpos imposibles. ¿Qué debía hacer? Por primera vez deseó no estar allí, no tener que debatirse entre dar la información que podría ayudar a su hermana y poner en juego el futuro económico de la familia.

—Mi hermana está realizando un tratamiento alternativo, pero nos dijeron que no habían peligros ni efectos secundarios, además todo estaba bien, se estaba recuperando perfectamente.
—No me ha dicho qué clase de profesional le recetó esas pastillas ¿Son solo vitaminas, de qué tipo son?

No tenía ningún tipo de respuesta sensata para eso.

—Eso nos dijeron, vitaminas para que se mantenga saludable, las preparaban según su constitución física.
—Si no es una especie de droga entonces los síntomas tienen que ser provocados por algo más —reflexionó el doctor hablando más consigo mismo que con ella—, podría ser un cuadro alérgico, pero no puedo determinar nada sin el componente. Necesito una muestra de esas pastillas si no son lo que creo.
—No las tengo aquí ¿Que va a pasar con mi hermana, se va a recuperar?
—No sé qué es lo que le está pasando a su hermana; si efectivamente no se trata de drogas como me acaba de decir, necesito realizar una serie de exámenes y comprobar los medicamentos que está ingiriendo. Por ahora puedo decirle que está estable.

Estable era muchísimo mejor que el último pronóstico que hicieran de su hermana en una situación similar. Tenía que volver al departamento.

—Gracias a Dios, estaba tan preocupada cuando la vi con esas convulsiones.

El doctor abrió la puerta y ambos salieron del lugar.

—No he dicho que  no sea preocupante, mientras no sepamos a qué se debe el estado de su hermana no podemos hacer nada. ¿Cuánto puede tardarse en traer esas pastillas?
—Menos de diez minutos.
—Por favor tráigalas —dijo él aún confuso—, cuando llegue solicite hablar con el doctor Medel, la atenderé de inmediato.


3


Matilde encontró un taxi y salió disparada de vuelta al departamento de su hermana; por suerte el taxista comprendió que se trataba de una emergencia y se tardó casi lo mismo que la ambulancia en el viaje de ida al centro de urgencias, quedando en el estacionamiento mientras ella llegaba hasta el cuarto de su hermana.
En la puerta del departamento descubrió que había ocurrido algo más mientras ella no estaba.

—No...

Tan pronto abrió la puerta se encontró con un caos: el sofá y los sillones estaban volteados, y había cosas tiradas por el suelo ¿Un robo justo en ese momento? No tenía tiempo para ocuparse de eso, de modo que fue directo a la habitación, pero la intrusión de la que fuera víctima no se quedaba ahí, las cosas del cuarto también estaban revueltas.

— ¿Pero qué es lo que está pasando?

Independiente de lo que claramente había ocurrido, Matilde no pudo menos que notar que además de la violación del domicilio sucedía algo mucho más desconcertante: las pastillas de Patricia no estaban y la caja tampoco.

—No puede ser...

El velador había sido vaciado y el cajón estaba en el suelo al igual que varias cosas arrancadas del armario, pero la caja que mantenía a temperatura las pastillas no estaba, y todas las que viera desperdigadas por el suelo tampoco. Por un momento se quedó mirando el suelo sin comprender lo que pasaba ¿Por qué alguien entraría para llevarse las pastillas de su hermana y en un momento como ese? 
Un escalofrío recorrió su espalda.

—Dios mío...

Se devolvió a la sala, donde el equipo de música seguía en su lugar, lo mismo que el televisor, los electrodomésticos de la cocina y hasta los adornos de los muebles. No sabía exactamente qué cosas había en todo el departamento, pero lo que estaba a la vista seguía en el mismo sitio, revuelto o tirado, pero sin remover las cosas de ahí. Solo faltaban las pastillas.
La clínica.
Se le secaba la garganta. Su hermana había sufrido un extraño ataque hacía poco, el doctor la acusaba de consumir algún tipo de sustancia ilícita y un desconocido entraba al departamento en su ausencia y se llevaba las pastillas entregadas en Cuerpos imposibles, pero nada más. Nada de eso tenía sentido, tenía que controlarse, el doctor necesitaba información acerca de lo único que no podía decirle.

— ¿Qué voy a hacer?

Estaba sudando frío. En ese mismo momento los doctores podían necesitar esas pastillas para verificar si le produjeron algún daño o una reacción alérgica ¿Podía ocurrir algo así después de tantos días? Según Patricia  cada vez que iba hacían una nueva receta de vitaminas personalizada ¿Acaso agregaron algún componente? Lo más cercano era la oficina donde había comenzado todo eso. Con nerviosismo revisó su bolso, iba a salirle un dineral el taxi hasta allá pero era lo único que se le ocurría en ese momento.


4


Tan pronto el taxi se detuvo frente a la puerta del edificio, Matilde bajó rápidamente y corrió a la entrada. Adriana, esa mujer tan encantadora y oportuna la había asistido desde el principio, de seguro le diría que hacer, o tal vez sería necesario trasladarla hasta las mismas instalaciones donde la trataban para realizar algún procedimiento en particular.

En el mesón de recepción había un hombre de mediana edad.

—Buenas noches señorita.

Por un momento no reaccionó, había estado desde el principio encontrarse con esa mujer o en su defecto con otra de apariencia similar.

—Buenas noches, necesito hablar con Adriana.
— ¿Adriana? —dijo el hombre— ¿Algún departamento en particular?

Esa era una pregunta extraña.

—No, ella trabaja en esa oficina —señaló la puerta donde había entrado sola la primera vez y con su familia posteriormente—, Adriana Vegas.

El hombre se puso de pie sin disimular la sorpresa en su rostro.

— ¿Trabajar en éste lugar? Señorita, creo que está equivocada ¿Está segura de que es en éste edificio?

Matilde se acercó a la puerta mientras el hombre rodeaba el mesón.

—La oficina está en éste lugar, tiene que haberla visto.
—Señorita, eso es una bodega. 
—No, es una oficina, vine aquí hace un par de semanas, están tratando a mi hermana.
—Señorita...

Matilde llegó primero que él a la puerta y giró el pomo; del otro lado había cajas y repisas con cosas de todo tipo, desde televisores viejos hasta utensilios de aseo.

—Señorita, haga el favor de salir.

La voz del hombre no era amenazadora, pero sí lo era precavida, quizás qué se estuviera imaginando que era ella. Matilde se sentía mareada.

—Estaba aquí —dijo tontamente— estaba aquí, la oficina de atención, estuve aquí para llevar a mi hermana a la clínica.
— ¿Clínica? —exclamó el conserje con total escepticismo—, señorita, éste es un edificio residencial, no hay forma de que haya una clínica aquí.

La joven volteó hacia él luchando con las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

—Es una oficina, aquí reciben a los pacientes, me atendió Adriana Vegas de la clínica, no puede ser que no sepan nada de ella.

El hombre la miró como si fuera una loca. Probablemente porque estaba comportándose como una.

—Señorita, éste es un edificio residencial, no hay oficinas ni tiendas ni nada parecido aquí, es mejor que se vaya o tendré que llamar al administrador.
—Llámelo, de seguro él sabe más que usted de eso —replicó ella con voz temblorosa—, es aquí, no pueden simplemente haber desaparecido.

El hombre suspiró sin disimulo y se acercó al mesón desde donde tomó un auricular; murmuró unas palabras y colgó. Tan solo un instante después apareció un hombre de alrededor de cuarenta años, bien vestido y con cara de sueño.

— ¿Qué sucede? Mi nombre es Rodolfo, soy el administrador ¿Qué puedo hacer por usted?
—Necesito encontrar a la persona de esa oficina —señaló e manera acusatoria la puerta abierta de la bodega—, estuve aquí hace poco con mi familia, reciben a las personas antes de derivarlas a la clínica, no sé por qué ahora no están pero estaban, necesito encontrar...
—Señorita —la cortó el hombre, a todas luces molesto—, disculpe, pero nada de lo que está diciendo tiene sentido ¿Clínica? La clínica más cercana está a diez minutos en automóvil.
—No es eso, si usted es el administrador tiene que saberlo ¿Acaso no vio la oficina? Tenían pantallas y archivos, Adriana estaba en ese mesón, es imposible que no lo sepa.

El hombre que se había presentado como Rodolfo le dedicó una mirada evaluadora.

—En éste edificio tenemos cuatro conserjes, dos de día y dos de noche, y ninguno de ellos es mujer. Y le vuelvo a indicar, aquí no hay ninguna clínica ni oficina de nada, es una de las normas de convivencia no desarrollar ningún tipo de negocio en las instalaciones, la mayoría de los edificios de éste sector tiene esa misma regla, por eso es que tienen ésta ubicación y la plusvalía.
— ¡Pero estaba aquí!
—Escuche, no sé de qué está hablando, pero está claro que lo que sea que busca no se encuentra aquí —avanzó hacia la puerta de la bodega y la cerró—, ahora le voy a pedir que se vaya o tendré que llamar a la policía y no se tardarán en llegar.

Lo dijo en serio. Matilde no sabía que más hacer en ese momento, no si la oficina y la mujer no estaban y nadie parecía saber nada al respecto; además ¿Cómo demostrar que estaba en lo cierto? Estaba anocheciendo y en donde estaba la oficina había una bodega y las cosas parecían cada vez más difíciles de asimilar. 
Entonces un pensamiento atroz se hizo presente.

—No...

La clínica Cuerpos imposibles era su única alternativa, sabía cómo llegar  por lo que le comentara su hermana antes. Tenía que llegar allí y tratar de hablar con alguien.
Siempre y cuando al llegar a ese lugar encontrara lo que se disponía a buscar.
Se sintió horriblemente sola.


Próximo capítulo: Caminos cortados

Broken spark Capítulo 6: Desde las alturas



Rhinox fue el primero en reaccionar, y tan pronto como terminó de escuchar las amenazas del recién llegado, extrajo del interior de su coraza sus cañones rotores y disparó con furia.

— ¿Qué estás haciendo? —susurró Cheetah acercándose— Podría ser de los nuestros.
—Tú sólo dispara.

Cheetah decidió no poner más excusas y comenzó a disparar. El tigre blanco sin embargo, demostró una seguridad y agilidad tremendas, esquivando los tiros sin la menor dificultad; incluso cuando Megatron disparó, no pareció inquietarse. Después de frenéticos segundos, todos dejaron de disparar, quedando un silencio extraño, impregnado de poder y furia ahora controlada.

—Eres un transformer poderoso, y no pareces tener miedo de mí —dijo Megatron disfrutando de la escena—. No necesitas declarar nada, serás bien recibido bajo mi mando, como el predacon que eres.

Sin embargo el tigre despreció sus palabras con un gesto de la mano.

—Tal parece que no entiendes mis palabras; no soy seguidor de nadie, soy el rey de esta superficie, la especie dominante. No hago tratos con nadie, a menos que tú y tu pequeño destacamento quieran obedecer mis órdenes de inmediato.

El tiranosaurio ahogó un gruñido, desconcertado ante la falta de respeto.

—No sabes con quien estás hablando.
—Megatron —lo interrumpió el otro—. Usas el nombre de un antiguo tirano ya extinto para tomar de él algo de su esencia, pero es evidente que no eres él. Mi consejo para ti y los tuyos es que se presenten ante mí en las superficies nevadas en cinco clics, y presenten ofrenda, si no quieren ser eliminados.
—Cómo te atreves…

Antes que alguien más pudiera hacer algo, el felino se convirtió a modo bestia otra vez, y lanzó un poderoso láser ocular, que trazó una línea llameante en el suelo, como cerco entre ellos. De inmediato emitió un feroz rugido y emprendió camino de regreso al punto desde donde venía.

—Esto no estaba dentro de los planes —masculló Megatron, irritado por el desafío del que había sido víctima—. Tarántula, dime cuál es la razón por la que puede estar pasando algo como esto.
—Lo único que se me ocurre es —replicó el octópodo hablando muy lento— que la vaina haya caído en un sitio en donde las cantidades de energon hayan sido muy altas, esto podría haber influido en su funcionamiento tan extraño.
—Terrorsaur, ¿viste energon en grandes cantidades?
—No señor —contestó el otro, mintiendo con seguridad—. Cuando llegué, el lugar ya estaba dañado sin embargo, había fuego en distintos sitios y la vaina no se veía, tal vez ese maximal ya había destruido toda evidencia.

Rhinoz y Cheetah esperaban cautelosos la reacción de Megatron; estaban en un momento crítico, tal vez su intervención podría ser lo necesario para que las cosas decantaran en su favor. El líder predacon se acordó de ellos justo en ese momento.

—Díganme ustedes dos, quiero saber cuáles son sus ocupaciones.
—Científico e investigador —replicó Rhinox—, y mi compañero es un veloz explorador, puede ir en busca del enemigo que acaba de estar aquí y averiguar cómo es el terreno, para darnos la ventaja.
—Iré de inmediato si me autorizas, Lord.

Cheetah dijo estas palabras sin pensar en el significado. Megatron pareció satisfecho.

—Interesante —comentó más tranquilo—, ve tras él junto a Terrorsaur, exploren el terreno y traigan un informe de inmediato.
—Sí señor.

El pterodáctilo no parecía satisfecho.

—Pero señor, estoy herido, podría ser víctima de este maximal.
—No somos maximales —interrumpió Rhinox—, somos servidores de Lord Megatron.
—No por decirlo vas a serlo —espetó el volador—. Señor, estoy herido, seré n blanco fácil para estos dos.
—En ese caso te sugiero mantener el vuelo y disparar primero —recomendó el líder sin inmutarse—. Pero sólo si es necesario. Tarántula, el dispositivo.

Las ágiles patas de la araña depositaron en las del líder un par de dispositivos, los que arrojó a Cheetah y Terrorsaur.

—Quiero evitar problemas entre mis viejos y nuevos aliados; llevarán estos dispositivos de grabación con ustedes, así sabré toda la verdad de lo que suceda. Rhinox, acércate.

Cheetah dudó una milésima de segundo, pero de inmediato dio media vuelta y comenzó a seguir las huellas del tigre. “Por favor, que esto funcione” se dijo a sí mismo. Rhinoz en tanto, se mostraba tan tranquilo como al principio.

—A tus órdenes, amo.
—Acompaña a Tarántula, va a hacer unas pruebas y creo que tu habilidad científica podría sernos de utilidad.

“Me está arrojando a la telaraña, debo darme prisa en mi misión.”

—Como ordenes señor. Si me permites además, me gustaría disponer de las refacciones que puedan servirnos para futuras investigaciones.

El líder volvió a modo dinosaurio.

—Como tú quieras.

2

Tigreton estaba ya en su territorio, rodeado del infinito blanco y bajo un cielo que desplegaba de forma aleatoria una riquísima gama de colores traslúcidos.

—Este parece ser un buen lugar para establecer mi reino, definitivamente.

Los enemigos parecían poco organizados, indisciplinados y mal entrenados, pero bajo su mando, estaba seguro de poder controlar su desarrollo y convertirlos en soldados leales y fuertes. El que creía ser el líder era atrevido y poco pensante, sobre los demás, el que tenía mayor potencial era el rinoceronte, sagaz y que a todas luces ocultada un lado oculto a simple vista.

— ¿Qué es eso?

De pronto se percató de algo planeando en su dirección; el pterodáctilo que lo había acechado no podría volar de ese modo tan grácil, y ninguno de los otros tenía un modo alterno volador ¿de quién podría tratarse? Momentos después vio a una majestuosa águila parda, volando sin hacer el más mínimo esfuerzo, dueña del cielo, avistadora de grandes distancias; ella, utilizando su vista privilegiada, había avistado al tigre desde hacía cierta distancia, pero sólo en ese momento se percataba de que, tras la coraza felina, se escondía alguien de su misma especie. Se tomó un largo momento para realizar un majestuoso descenso en círculos, y se posó sobre un promontorio albino, a cierta distancia de él.

—Luces como una aparición bella visitante.

Ella lo escrutó durante unos segundos antes de responder.

—Tus palabras son aduladoras, pero pareces un ser de ese tipo.
—No, soy un rey.

Ella miró en derredor.

—Un rey sin súbditos.
—Los tendré.
—Espero que no pienses en que yo voy a ser uno de ellos —comentó ella con gracia, sin darse por aludida—, soy un espíritu libre, no puedo ser controlada.
—Eres de un tipo de ser muy especial, eso puedo verlo —replicó él de forma veloz—. No te considero una potencial sirviente, sino como a un igual, lo vi en tu forma de dominar el cielo con tu vuelo. Pero soy un rey, mi pueblo caerá a mis pies muy pronto, y tú podrías estar a mi lado, o sobre mí, disfrutando de las ventajas.

Ella se tomó un instante para contestar.

— ¿Cuál es tu propuesta entonces, tigre rey?
—En este planeta se está desarrollando un conflicto, y pretendo someter a todos, maximals y predacons bajo mi poder, para a partir de ahí crear un mundo de paz y armonía, a imagen y semejanza de la forma de vivir que tienen los animales en los que nos hemos basado para adquirir estas formas.

Airazor no contestó, nuevamente sumida en un silencio tranquilo y reflexivo. Un mundo en donde todos conviven, en equilibrio entre la caza y la necesidad, entre la vida y la muerte, unos arriba, otros abajo en la escala evolutiva. Parecía el epítome de la pirámide.

—Apruebo tus pensamientos. Soy Airazor, soy un ser de aire, pero también de fuerza. Estaré en el cielo, de momento, pero tendrás noticias de mí. Ahora sólo ten en cuenta esto: a ojo de un cazador como yo, el que piense ser victimario, será víctima.

3

Rhinox al fin consiguió entrar en la nave predacon, arrastrando tras de sí las partes del cuerpo de Scorponok; Tarántula se desplazaba a través de las paredes y el techo, resultando muy difícil de seguir en línea recta, mucho menos de tomar alguna acción.

—Y entonces dime ¿qué se siente estar al servicio de Lord Megatron?
—Eso tal vez deberías decirlo tú.

Se hizo un silencio entre ambos. El octópodo se situó en el techo, enfrentando con sus ojo ochos a Rhinox, que en modo robot casi tocaba la superficie; no se demostró intimidado, pero tampoco agresivo.

— ¿Sabes que Megatron no confía en ti?
—Para ser alguien que viene legando con una razón poco probable de unión a nuestro equipo, tienes muchas agallas —comentó el otro, la vista fija en él—. No debes hablar así de un oficial tan importante como yo, no sabes nada de nosotros.
—Claro que lo sé, Megatron te instaló un dispositivo de vigilancia, ha estado siguiendo tus pasos desde hace tiempo.

Tarántula no dijo nada durante unos segundos. Al final, la mirada serena de Rhinox consiguió hacerlo dudar.

—Es una mentira muy mala.
—No puedes verlo desde luego, se encuentra sobre ti, tras los ojos.

Con gran lentitud, el que estaba en el techo llevó una de sus patas a la parte indicada, momento que Rhinox aprovechó para abalanzarse sobre él; la lucha se volvió frenética durante unos segundos, hasta que la bomba cayó y rodó hacia un costado. La explosión envolvió a ambos.



Próximo capítulo: Una santísima trinidad