No traiciones a las hienas Capítulo 7: La hiena al acecho



Gotham. Ahora. A la mañana siguiente del avistamiento de la batalla entre red Hood y Batman

Doug fulminó a Steve con la mirada, mientras le echaba en cara lo que había estado ocultando sobre su identidad.

— ¿De qué estás hablando? Yo…

Las palabras del muchacho lo tomaron por sorpresa; se fijó en la expresión en su rostro y notó que estaba hablando en serio, sus ojos destilaban rencor dirigido a él.

—Ese es tu verdadero nombre ¿no es así? ¿no? Eres Steve, no eres el escritor que me dijiste en un principio, no estás de visita en esta ciudad, tú eres de aquí.

¿Cómo podía saber eso?

—Escucha, no sé de qué…

El muchacho se puso de pie como activado por un resorte, y lo enfrentó; sus ojos destellaban ira.

—No, escúchame tú; puedo ser un perdido de la calle. Puede que no tenga en dónde caerme muerto, pero no pienses ni por un minuto que soy tan estúpido como para creerme todas tus mentiras por segunda vez.

Alguien le había dicho toda la verdad sobre él, por eso es que no contestaba las llamadas. La pregunta era por qué eso lo impresionaba tanto y de ese modo.

—Doug, sólo dame un momento…
— ¿Un momento para qué? ¿para decirme que me has estado utilizando para investigar a un grupo de delincuentes que podrían haberme matado? Porque eso fue lo que hiciste, me vendiste una historia de niños sobre lo que estabas haciendo aquí, me ofreciste dinero y este estúpido teléfono para que investigara cosas dentro de la ciudad, y yo fui tan imbécil como para seguirte las ideas, e incluso cuando me metí a la morgue no me pareció sospechoso, creí que era algo divertido, no pensé que un pandillero muerto pudiera hacerme daño. Pero puede, claro que puede.

Arrojó el teléfono celular con fuerza hacia la calle, justo en el momento en que pasaba un vehículo, por lo que esté lo aplastó con las ruedas; enseguida se descubrió el antebrazo izquierdo y se lo enseñó con actitud desafiante. Lucía un corte que iba desde un lado al otro del antebrazo, era reciente y a simple vista se notaba que era bastante profundo; unos cuantos centímetros más cerca de la muñeca y ese corte podría haber sido fatal.

— ¿Quién te hizo eso?

El muchacho soltó una risa que sonó más como un gruñido, y miró en todas direcciones como si de alguna manera estuviera buscando una respuesta en el cielo, más arriba de sus cabezas.

—Eres tú el que está detrás de los secuaces de El amuleto ¿por qué no te respondes a ti mismo?
—Doug, enserio no sé quién pudo haberte hecho eso.
—No, claro que no lo sabes, y yo no voy a ser el que te ayude a desentrañar ese misterio ¿Y sabes por qué? porque puedo ser un pobre abandonado de la calle, pero no quiero morir, y eso es justo lo que va a pasar si me involucro en toda esta porquería.

Dio media vuelta para alejarse de él, pero Steve se adelantó y se interpuso en su camino.

—Mira, sé que te mentí, pero si de verdad hay peligro en esto, o te amenazaron, lo peor que puedes hacer es apartarte.
—Entonces vas a protegerme, es eso.
—Por supuesto, puedo hacerlo, por eso es que cuando nos conocimos estaba con el rostro cubierto, porque yo…

Pero el joven no lo dejó seguir hablando y con un fuerte empujón lo apartó de él. En este momento Steve se dio cuenta de que los estaban observando; alguien alrededor, o tal vez desde un edificio estaba siguiendo cada uno de los pasos del muchacho.

—Escucha…
— Sólo aléjate de mí, no quiero saber nada más de ti, no me importa que es lo que estés haciendo ni lo que te propongas para el futuro, no me importa por qué estás involucrado en este asunto de El amuleto, lo único que me importa es que me dejes en paz. Esto que tengo aquí —volvió a enseñarle el brazo—, es una advertencia; la gente que me atrapó en la madrugada me había estado siguiendo, sabían que yo estaba trabajando contigo, y no fue difícil que dieran a entender que yo no tenía que seguir cerca de ti ni ayudándote en tu investigación.

La desaparición de Marcus y la herida de Doug tenían el mismo objetivo: evitar que él descubriera lo que estaba pasando. Eso quería decir el traidor que había delatado a El amuleto estaba desesperado, era de vital importancia que tomara la delantera en esa carrera.

—Entonces no te involucres más —dijo hablando con cautela—. Sólo dime quién hizo esto, si tengo alguna pista puedo intervenir, tengo que detener a esa persona.

Durante un largo segundo el muchacho no respondió, lo quedó mirando inmóvil con la vista desenfocada; Steve no se movió, pero comprendió que la o las personas que estaban vigilándolo estaba en justo detrás de él. No sabía a cuánta distancia, pero apostaría todo lo poco que le quedaba en esos instantes a que era así ¿estarían haciéndole un simple gesto, o quizás en ese momento había un arma apuntando directo a su cabeza? ¿Por qué no matarlo, por qué no aprovechar esta oportunidad y deshacerse de quien estaba significando una amenaza para sus misteriosos planes? Entonces lo supo: esa persona lo que quería era anonimato, necesitaba por sobre todas las cosas seguir estando en las sombras eso quería decir que la traición El amuleto, su posterior muerte, la forma en que se habían esfumado sus secuaces, la desaparición de Marcus y las heridas propinadas a Doug eran actos realizados por la misma persona, ese sujeto que encontró en la traición un buen negocio, y desde entonces se había dedicado a borrar las pistas de su paradero, a cualquier costo. Desde ese punto de vista asesinar era comprensible, ya había sucedido una vez; sin embargo si lo que quería era pasar desapercibido, no lo lograría continuando con una secuencia de asesinatos, lo más probable era que se tratara de alguien muy cercano a Kronenberg, alguien a quien le importaba sobremanera mantener la faceta inocente que hasta entonces había cultivado.

No le vi la cara ni sé su nombre —dijo de pronto el muchacho—. Supongo que si eso hubiera pasado no estaría aquí hablando contigo; sólo voy a decirte una cosa, hay un mensaje para ti y si eres aunque sea un poco inteligente, entonces tal vez vas a hacer caso de esto: vete de la ciudad, sal ahora mismo, corre lo más rápido que puedas y nunca regreses, no mires hacia atrás ¿alguna vez pensaste que los que vivimos en la calle tenemos principios? Pues yo nunca le he deseado la muerte a nadie. Jamás había pensado en salir de esta ciudad y ahora no puedo porque sospecharían de mí; sólo voy a estar seguro mientras esté lejos de ti, y sólo podré recuperar mi vida de dos maneras: Si te vas para siempre, o si estás bajo tierra. Vete de la ciudad.

No dijo más y echó a andar a toda velocidad; tan sólo unos pasos después desapareció de su vista en las escaleras del subterráneo. En ese preciso instante sonó el celular de Steve, anunciando una llamada de Marcus.

—Demonios —contestó el teléfono—. Marcus ¿dónde diablos has estado todo este tiempo?

La Voz del otro lado de la conexión lo descolocó. Marcus sonaba exactamente como él mismo después de una gran noche de reventón.

—Steve amigo, veo que no estás aquí —dijo con voz ronca, hablando despacio—. Parece que fue una gran noche ¿no crees?
— ¿Dónde estás?
— ¿Dónde estás tú? —indicó la voz del otro lado de la conexión— Esperaba que al menos tuvieras la decencia de quedarte conmigo ¿O me vas a decir qué tuviste alguna propuesta mejor?

Estaba saliendo de una resaca, era evidente que no iba a escuchar sus palabras a través del teléfono.

—Dime en dónde estás.
—En un hotel, espera —se sintió ruido y quejidos—. Diablos… Levantarme de la cama es una tortura… es en el centro, sólo alcanzo a ver que justo al frente está la Posada del herrero. Si vas a venir que sea en silencio, trae antiácidos, no golpes. Y si ya estoy en coma, no molestes.

Steve sintió cómo su amigo soltaba el teléfono sobre el lecho; cortó la llamada y se dispuso a ir en esa dirección. Conocía el bar La posada y no estaba demasiado lejos; cuando llegó 15 minutos más tarde, no tuvo mayor dificultad en encontrarlo, la recepcionista le dijo en qué habitación estaba luego de escuchar una breve descripción de él y decirle que había llegado alrededor de las seis de la mañana, apenas siendo capaz de mantenerse en pie, pero sólo. Al entrar en la habitación lo encontró tendido boca abajo sobre la cama, desnudo, su ropa estaba desperdigada por el lugar, y definitivamente olía a alcohol.

— ¿Todavía estás despierto?

El otro murmuró algo ininteligible con el rostro hundido sobre el colchón y con un gran esfuerzo giró la cabeza hacia la izquierda, mirándolo con ojos entrecerrados.

—No sé si estoy dormido o no.
—Marcus, anoche te fuiste a tratar de conseguir algo de información…
—Espera, espera, más despacio —replicó el otro levantando apenas los dedos—, mira, nosotros realmente no nos veíamos hace mucho tiempo y fue genial que nos encontráramos aquí, pero la estábamos pasando muy bien yendo de un lugar a otro, no entiendo cómo es que tú estás tan bien y yo estoy tan mal.

Esa conversación no lo estaba llevando a ninguna parte.

—Sí, lo estábamos pasando bien.
— ¿Recuerdas? Ese centro nocturno donde bailaban las chicas que parecían gemelas…

Oh rayos, eso había sido poco antes de que se separaran.

—Sí.
—Pues te aseguro que lo que nos tomamos en el siguiente sitio que visitamos era de primera calidad, porque lo siguiente que recuerdo es que estaba en uno de esos moteles temáticos, esos donde las camas parecen instrumentos de circo, y que habían unas chicas muy lindas, y yo estaba como en las nubes —rió de forma ahogada, sin fuerzas—. Estaba en la parte más alta de la ola ¿sabes? perdóname sí fui un mal amigo y me fui sólo con ellas, por alguna razón estaba convencido de que estabas ahí o en la habitación contigua.

En este momento, Steve vio con claridad una marca en la espalda de su amigo; la señal de que había sido pinchado con una aguja estaba en el trapecio, justo en un punto que no podía verse por sí mismo en un espejo. Eso significaba que en algún momento  entre su separación y esa extraña llamada alguien lo había drogado; teniendo ya alcohol en el cuerpo no era de extrañar que con una dosis apropiada perdiera la noción del tiempo, o de manera directa no recordara algunos acontecimientos. Decidió no enseñarle la grabación de su propia llamada, no tenía sentido intentar hacerlo recordar lo sucedido en la noche cuando apenas habían pasado un par de horas, su mente estaría más despejada durante la tarde y tal vez en este momento tendría éxito. Dejó sobre el velador junto a la cama una botella, y le dio unas palmadas en el hombro.

—Toma ese tónico, es del mismo que yo uso para reponerme después de una noche de fiesta; en un minuto te sentirás bien.
— ¿Te vas? —dijo el otro en un murmullo.
—Sí, tengo algunos asuntos que arreglar, pero estoy seguro de que estarás bien; hablamos más tarde ¿de acuerdo?

Salió del Hotel pensando en su siguiente objetivo: aún tenía pendiente averiguar qué era lo que había pasado con Miranda después del accidente; volvió a llamar al número de la casa de sus padres que encontró con anterioridad, y otra vez no obtuvo respuesta. No recordaba en qué parte de Gotham vivían ellos, de modo que se acercó a una oficina de información turística y le dijo a la chica que lo atendió que estaba buscando a la familia de su amiga que iba a visitar; gracias a su encanto y saber el nombre de ella, la joven accedió a entregarle la información.

—Disculpe, usted dijo que venía a visitarla.
—Sí —respondió con una sonrisa—, es una sorpresa, estuve mucho tiempo fuera de Gotham y quiero visitarlos, pero la ciudad ha cambiado mucho y no puedo ubicarme por mí mismo.

La chica se mostró un tanto incómoda, dudó y al final habló en voz baja, con el mayor tacto posible.

—Señor lamento informarle esto, escuche… no debería decir esto, prométame que no le va a decir a nadie que lo escuchó de mí.
— ¿A qué se refiere?
—Por favor prométalo, no quiero arriesgar mi puesto de trabajo.
—Se lo prometo —respondió con una amable sonrisa—, usted está siendo gentil y magniífica conmigo— de ninguna manera la voy a perjudicar.
—Gracias señor; creo que es mejor que llame por teléfono a su amiga, no va a poder encontrar la casa de sus padres, porque ellos murieron.

La chica le indicó que no podía entregarle más información, y golpeado como estaba por la sorpresa, Steve decidió salir de ese lugar de inmediato y buscar información por su cuenta; un rápido registro en la red de obituarios de la ciudad confirmó el hecho: los padres de Miranda habían muerto ocho años atrás en un accidente automovilístico. En la cena, el coronel  Keyton había dicho “a visitar a tu familia y compartir con tus amigos” Por supuesto, no podía quedarse con su familia ni compartir con ellos porque estaban muertos, estaba tan concentrado en el descubrimiento de la ocupación de ella y todo lo que eso significaba que había pasado por alto este detalle tan sutil en la conversación; sin embargo no era fecha aniversario de su muerte ¿por qué motivo entonces se encontraba en la ciudad al mismo tiempo que él? ¿acaso eso tenía relación directa con los acontecimientos ocurridos en torno al ataque a su padre? ¿sería posible que la soldado de Afganistán estuviera involucrada de algún modo, y no se tratara de una casualidad? Tomó un taxi y se dirigió a toda velocidad al sitio en donde había ocurrido el accidente, y dedicó un tiempo a intentar averiguar si es que alguien sabía algo al respecto; los pocos que quisieron contestar preguntas no entregaron mucha información, sin embargo un muchacho del lugar le mostró una foto tomada con su teléfono celular: la captura era de cierta distancia y sólo se veía la ambulancia y un coche de policía. A pesar de que no era de buena calidad, Steve pudo identificar que en el parachoques trasero tenía un auto adhesivo de color verde cuyo diseño no podía identificar; por suerte el chico le dijo que pertenecía a una asociación llamada Verdes furiosos, que promulgaba la utilización de energías limpias. Después de una búsqueda en internet descubrió la nómina de la organización no gubernamental, y a través de ella la ubicación del servicio de urgencia en donde se desempeñaba el conductor de la ambulancia: se trataba de una pequeña urgencia local ubicada a treinta minutos del sitio del accidente. Pero la recepcionista del lugar no se rindió ante sus encantos.

—Entiendo que esté preocupado por su amiga, sin embargo no podemos permitir la entrada de nadie que no sea familiar.
—Sus padres murieron, ella no tiene familia.
—Te equivocas, ella sí la tiene.

La voz de un hombre lo interrumpió y sorprendió: se trataba de un sujeto de casi su misma edad, alto y fuerte, de rasgos endurecidos. Era sin lugar a dudas un militar, pero Miranda no tenía hermanos.

—Disculpa, no te conozco.
—Tampoco yo, pero te escuché preguntando por Miranda. Soy su esposo.

La declaración lo golpeó como un mazo en el rostro. ¿Esposo? ¿Por qué en el mundo alguien como ella estaría casada siendo tan joven, y aún más, por qué no se lo habría dicho?

— ¿Esposo?
—Sería mejor que en vez de hacer preguntas, me dijeras quién eres y por qué estás preguntando por ella.

La recepcionista los interrumpió en un tono poco amable, y les dijo que salieran; ya en el exterior, el hombre de cabeza rapada lo miró muy fijo; estaba alterado, a todas luces.

— ¿Y bien?
—Mi nombre es Steve, Steve Maori, soy amigo de infancia de Miranda.

Por un momento no supo qué estaba pasando por la mente del otro; se quedó muy quieto, hasta que soltó el aire contenido en los pulmones, muy despacio.

—Ah, el chico listo de la escuela, el que era demasiado importante
— ¿A qué te refieres?
—Miranda me habló de ti, de todo en realidad —dijo con cierto tono de orgullo. Estaba demostrando quién era el macho de la manada ahí—. No tenemos secretos.

Steve sabía que, si en efecto ella le había contado a ese hombre todo de su niñez, entonces él sabría mucho sobre sus acciones, algo que lo dejaba en desventaja y como un rival; necesitaba ganarse su confianza. Pero primero tenía que encontrar una excusa plausible para saber que ella estaba internada cuando en realidad no vivía ahí.

—Nos encontramos de casualidad hace muy poco —replicó evadiendo cualquier precisión—, y la verdad es que no alcanzamos a hablar mucho, estaba extraña, triste.

El otro se cruzó de brazos.

—Es extraño que se encontraran, ella creía que estabas en Atlanta.
—Vine por un tiempo a visitar a mis padres, están pasando por una situación muy complicada.

Se hizo un incómodo silencio entre los dos; necesitaba sortear ese obstáculo, tener a ese hombre ahí celando y protegiendo a Miranda era un impedimento ¿Estaría despierta? Supuso que no, o de lo contrario él le habría hecho algún tipo de recriminación.

—Entonces se encontraron por casualidad.
—Fue una gran sorpresa, yo también estoy triste, aunque por otros motivos ¿sabes? —en ese momento se le ocurrió la idea: era agarrarse de un clavo ardiendo, pero era lo único que podía funcionar—. Pasaron tantas cosas, tuve problemas en mi trabajo, descubrí que Carl me engañaba y estaba a punto de mandar todo al diablo, cuando supe que habían asaltado a mi padre, así que tuve que guardarme mis problemas y venir a hacerme cargo.

Notó que el otro levantaba ligeramente las cejas; un instante después su postura se relajó. Estaba funcionando.

—Debe haber sido doloroso saber que él te engañaba.

Steve hizo una breve pausa dramática.

—El muy desgraciado me juraba amor, pero lo eché a la calle; como sea —continuó carraspeando, como si quisiera evitar emocionarse—, vine de Atlanta hasta aquí para ocuparme de asuntos familiares, ya sabes que cuando uno es hijo único toda la responsabilidad cae en estos hombros. Y en eso me encontré con ella, hablamos muy poco, estaba evasiva, así que le dije que teníamos que desayunar hoy y luego tal vez ir de compras —el esposo de Miranda lo miraba casi con una sonrisa—, y cuando no me contestó el teléfono pensé que estaba pasando algo extraño. Entonces empecé a llamar a urgencias y me dijeron que estaba aquí ¿qué fue lo que le pasó?

La artimaña sirvió de forma increíble; Sam, así fue como se presentó, y le dijo que lo acompañara a la sala en donde estaba internada. Estaba sedada, tenía parches y vendas en el cuerpo, y todo el lado derecho de la cara estaba cubierto por los vendajes.

—Pobre ¿la atropellaron?
—Cayó de un tercer piso.
— ¿Qué? Pero ¿por qué, qué estaba haciendo en una azotea?
—A mí también me gustaría saberlo, me gustaría saber por qué estaba aquí y qué se proponía.

Si él tampoco lo sabía, sus sospechas y temores aumentaban; por un lado, si Sam no sabía nada al respecto, montaría en cólera al descubrir la mentira, y por otro, la información seguiría oculta a sus ojos, escondida en la mente de Miranda. Era seguro y a la vez peligroso que despertara.

—No lo entiendo, dijiste que no tenían secretos.
—Y no los tenemos —replicó perdido en la contemplación de ella—. Estábamos distanciados desde hace un mes ¿te dijo a lo que se dedica?
—Me dijo que estaba en el ejército y que era peligroso, pero no hablamos más de eso.
—Es comprensible que no te lo haya explicado, fue el origen de nuestros problemas; trabajamos en el ejército, realizamos misiones difíciles en distintos lugares, es lo que tú conocerías como agentes secretos, pero sin las fiestas y los automóviles. He visto a muchos amigos salir perjudicados, y le dije que ya era hora de que termináramos con eso, yo estaba con baja médica por un disparo pero Miranda insistía en que quería hacerlo, que era una forma de ayudar más activa que colaborar con dinero en una colecta. Supongo que de alguna manera quería evitar que otras personas sufrieran lo que ella cuando perdió a sus padres; algunas misiones son de reconocimiento o simplemente de escoltar a alguien importante, pero a veces intervenimos en secuestros, o rescatamos inocentes en zonas donde hay conflictos bélicos, de algún modo se volvió una droga para ella.
—Y entonces ella decidió venir a Gotham.
—No, eso sucedió después; primero tuvimos esa discusión, y luego me dijo que vendría hasta aquí, porque necesitaba pensar y estar apartada de todo para tomar una decisión, y ya sabes que uno puede ser muy orgulloso, pero al fin decidí venir tras ella y arreglar las cosas.

Entonces su presencia en esa ciudad seguía siendo una incógnita, y así se lo hizo saber Sam.

Asumí que quería visitar la tumba de sus padres, incluso mientras venía, me puse a pensar en que la sensación de pérdida de ellos podría ayudarla a entenderlo que yo le decía, pero no me esperaba encontrarla accidentada, y mucho menos con su ropa de exploración.

Desvió la vista hacia una silla que estaba a un costado, en donde, dentro de una bolsa plástica, estaba la ropa con la que él la había visto en su enfrentamiento en la noche.

 — ¿Ropa de exploración?
—Es un tipo de uniforme —explicó sin ánimos—. Si Miranda tenía puesto ese uniforme, significa que estaba siguiendo o investigando a alguien los doctores dijeron que tiene señas de golpes además de las de la caída, y son recientes; eso sólo puede significar que tuvo una pelea, o quizás esa misma persona la arrojó por el edificio.

Si llegaba a despertar y decirle que lo había visto, en efecto, pero en otras circunstancias, el asunto se saldría de control.

— ¿Y por qué no has hecho una denuncia a la policía?
—Porque eso podría poner en peligro a Miranda y a quien sea que esté investigando, puede ser un delincuente o también una víctima potencial, y si alguien la atacó, puede volver a intentarlo. Mientras no despierte, estoy de manos atadas.
— ¿Y qué dijeron los médicos?
—Las próximas 48 horas son vitales; tiene muchas heridas, fracturas y cortes, pero el principal es un golpe en el occipital derecho producto de la caída, si no evoluciona bien, podría no despertar.

Cuarenta y ocho horas era demasiado tiempo, las pistas se enfriarían demasiado rápido. En ese momento una nueva teoría apareció en su mente, y era la primera que tenía sentido y encajaba con todo lo demás. El sujeto que traicionó a El amuleto, es alguien de confianza de Kronenberg, quien de paso se queda con el dinero de la empresa de su padre; sin embargo no es cualquier cercano, es alguien que trabaja de intermediario, tal vez es un mensajero, o una especie de agente de enlace, por lo que conoce el trabajo que hacen los pequeños maleantes. Lleva tiempo investigando, quizás no es primera vez que hunde a uno de esos delincuentes, y de pronto ve que puede sacar más de una tajada del negocio, por lo que urde un plan y arruina el negocio paralelo de El amuleto y se encarga de ocultar su muerte el tiempo necesario para que el padre de Steve piense que las amenazas y el ataque vienen de él, de modo que cuando el delincuente muere de forma oficial, Kronenberg asume que el dinero se perdió junto con él y, como tiene otros problemas como el cambio de planes de Máscara negra, se desentiende de un asunto menor. Y en medio de todo eso, el padre de Steve no puede ser una amenaza porque prácticamente ha perdido la razón, los secuaces pueden haberse escondido o incluso seguir trabajando para el mismo jefe superior haciendo como si nada pasara, y cuando dos personas empiezan a hacer demasiadas preguntas, amenazan a una y drogan a la otra hasta hacerle olvidar. ¿Cómo encajaba Miranda en todo eso? A través de él. Ya sabía que quienes lo acechaban habían entrado a su casa, y ahora pensaba que era muy probable que siguieran los pasos de su padre desde hace tiempo, por lo que no resulta difícil establecer que ay una conexión con la chica. Averiguan que está en el ejército y, aprovechando que está en la ciudad, le envían alguna clase de informe ¿Qué Steve estaba siendo perseguido por un merodeador nocturno? Tal vez simplemente ese sujeto hizo encajar las piezas que estaban a su disposición de forma casual, y Steve, en vez de guardar silencio, hizo lo primero que se le vino a la mente, con lo que consiguió que ella creyera que él era un delincuente en vez de una víctima. Parecía la trama de una novela de suspenso, pero ordenado de esa forma, resultaba tan probable como ninguna otra cosa antes. Hasta ese momento había estado intentando descubrir quién era el soplón que había causado la caída de El amuleto y conseguido quedarse con el dinero de la empresa de su padre, pero sólo había seguido un juego planteado por alguien que tenía varios pasos de distancia y además, mucha más información que él; en cierto modo, el accidente de Miranda era el primer error que cometía el traidor, porque de seguro lo que esperaba era que ella lo denunciara, o incluso que lo entregara a las autoridades. No habían resultado las amenazas, de modo que, teniendo una opción caída del cielo, la utilizó y él, como un idiota, había caído.
Se aseguró de que Sam tuviera su número y le pidió que se comunicara con él ante cualquier cambio en el estado de Miranda, comprometiéndose, desde luego, a estar de regreso lo más pronto posible para ayudar al matrimonio en ese difícil momento. Para cuando salió de la urgencia, ya tenía la simpatía del hombre y un problema controlado; lo siguiente era dejar de ser la presa a la que una hiena esperaba ver moribunda, y convertirse en el cazador.

2

Por la tarde, Steve regresaba a la casa de sus padres; eligió llegar por la calle a pie, en vez de llegar por la lateral en que podía disminuir su tiempo de desplazamiento. Cinco cuadras lo separaban de la vivienda a la que se dirigía, de modo que en un negocio local compró una soda y la fue bebiendo por el camino, mientras caminaba a paso lento, sin mirar a ninguna parte en especial.

—Steve, querido, qué tal.
—Hola señora Miscoe.
—Vas de regreso a casa por lo que veo.
—Sí ¿y usted?
—Nada en especial —dijo la mujer sonriendo—, sólo a hacer unas compras ligeras, un sobrino estará de cumpleaños pronto y ya sabes que prefiero tener todo listo por anticipado.
—Es lo mejor.
—Nos vemos.

La mujer siguió su camino en sentido contrario al de Steve, mientras este se terminaba la soda y arrojaba la botella a un basurero; en esos momentos el clima amenazaba con dejar caer otra vez una lluvia, aunque de momento sólo estaba nublado y corría una brisa tibia, ajena a la hora en que el sol había abandonado casi por completo ese lado del horizonte.
En una casa a un costado había mucha luz y música, tal vez una familia que festejaba un cumpleaños o algo por el estilo; Steve subió el cuello de su suéter ante el aumento de viento, pero no apuró el paso. No daba la sensación de que fuera a comenzar a llover aún. A su lado pasaron dos perros corriendo y jugando, se distrajo un momento esquivándolos, pero luego continuó su caminata; desde siempre, esa calle no había sido muy transitada, además de los vehículos locales sólo pasaba algún que otro taxi, casi ningún vehículo pesado.
Por lo mismo volteó un poco extrañado al sentir el sonido de un motor pesado a su espalda; se trataba de un furgón grande, de color blanco, que avanzaba de forma penosa, como si le costara al conductor mantener el ritmo o tuviera algún desperfecto. Iba a poca velocidad pero hacía bastante ruido, y aunque era llamativo, no dejaba de ser un simple vehículo en mal estado, de modo que el hombre siguió caminando de forma despreocupada.
Cuando pasó a su lado, el vehículo disminuyó la marcha al mismo tiempo que la puerta lateral se abría.
Alguien desde el interior realizó un disparo.
El ataque fue directo, dio en el pecho e hizo caer de espalda al hombre, tomado por completo por sorpresa; antes que su cuerpo terminara de tocar el suelo, dos hombres descendieron del vehículo, con el rostro cubierto por gorros pasamontaña, y se abalanzaron sobre él. De inmediato y sin titubear, lo tomaron por los brazos, y lo arrastraron a peso muerto hacia el interior del vehículo, el que reinició su marcha, sólo que en esta ocasión a gran velocidad, dejando la calle vacía y a muchas personas asombradas detrás de las ventanas de las casas más próximas.



Próximo capítulo: Con la ventaja en las manos

Por ti, eternamente Capítulo 27: Buen corazón



— ¿Qué es eso?

Los dedos de Romina comenzaron a temblar mientras aún mantenía entre ellos el pequeño objeto que extrajera antes de la etiqueta bordada artesanalmente.

—Esto es una tarjeta de memoria —murmuró incrédula—. Víctor, ¿Sabías de esto?
—Nada en absoluto —replicó Víctor sin entender—, no puedo creer que haya estado todo éste tiempo ahí.
— ¿Te das cuenta que ésta tarjeta puede haber estado en poder de Magdalena y que por eso puede tener información importante? ¿Ella no te dijo nada de eso?

Pero Álvaro intervino para evitar que dijera otra tontería.

—Basta Romina, ¿no ves que se le nota en la cara que no lo sabe? Pero esa tarjeta de memoria es muy antigua, tenemos que leer la información.
— ¿Cómo, con qué?

Él se metió en el maletero del auto y rebuscó hasta encontrar algo, y volvió con ello donde Víctor y Romina.

—Podemos verlo con esto —enseñó una cámara de fotos—, dámela, a ver si sirve.

Víctor se sentía mareado, pero la posibilidad que se presentaba ante sus ojos y la atención de los periodistas tenía el primer lugar en ese momento. Unos instantes después Álvaro abría los ojos por la sorpresa.

—Oh por Dios, oh por Dios...
—Déjame ver —se acercó ella—, oh por Dios, Víctor, éstos son informes contables, son de la familia De la Torre.

Aunque claramente no entendía lo que estaba viendo, era claro que tenía que ver con esa familia; en la pequeña pantalla de la cámara se podían ver varios nombres y cifras.

—Cielos, aquí hay mucha información, aunque solo puedo ver algunas cosas, hay otro contenido que no puedo ver desde aquí sin un adaptador... Víctor, es genial, hay muchos datos, esto incluye fotos de informes contables, datos de cuentas falsas...es increíble.

Los dos estaban casi eufóricos por lo que estaban descubriendo, pero en cambio, Víctor fue a sentarse al asiento trasero del auto, mirándolos sin expresión en el rostro.

— ¿Qué pasa Víctor? —le preguntó Romina acercándose—, acabamos de encontrar información muy valiosa, con esto podrías terminar con todas las mentiras.

Pero él no estaba pensando en eso; con Ariel en sus brazos, aún en medio de todo lo que estaba pasando, resultaba difícil pensar en lo que Magdalena había tenido que sufrir sola.

—Debe haber estado muy enferma como para poder decirme...simplemente no podía pensar en eso, el tiempo solo le alcanzó para encargarme a Ariel.
—Es verdad, pero piensa que ahora puedes hacerle honor a lo que ella te dijo. Tenemos que ir a la policía.
—No.

Los dos se quedaron mirándolo sin entender. Qué extraño le resultaba a Víctor sentir la claridad necesaria justo en ese momento.

—No voy a ir a la policía ¿No se han preguntado que tal vez, después de todo lo que ha pasado, la familia De la Torre no está detrás de Ariel, sino detrás de esa información?

Romina tragó saliva; su lado periodístico ya le había dicho eso.

—Puede ser.
—Eso me devuelve a lo que pasó al principio; no sé si hay alguien que tenga esa gente en la policía, y no sé lo que podría pasar, o pasarme, mientras tanto. Pero si sé lo que hay que hacer.

Se acercó a Romina y tomó de las manos de Álvaro la cámara, que volvió a depositar en las manos de ella.

—Entréguenle esto a Armendáriz.

Solo mencionar su nombre puso de sobresalto a los otros dos; Víctor no sabía si era el efecto de saberse apoyado por ellos y por Tomás y Arturo a la distancia, haber expresado sus sentimientos  ante la cámara o esa sensación de vacío en la cabeza, pero algo le decía que estaba haciendo las cosas de la manera correcta.

— ¿Que estás diciendo?
—Lo que escuchaste. Armendáriz estuvo a un paso de atraparme, no puedo creer que tenga malas intenciones, pero si todos creen que soy un delincuente, también podría estar equivocado él. Estuve recordando cuando tuvimos el enfrentamiento, nunca quiso dañar a Ariel. Ambos estábamos luchando por el mismo motivo.
—Pero es que...
—Por favor, háganlo por mí, si quieren ayudarme —dijo con determinación—. Entréguenle esa información, si lo que pienso de él ahora es verdad, Armendáriz sabrá que hacer, y si no, al menos tendré tiempo para ocultarme.

Romina y Álvaro se miraron unos momentos; había llegado el momento en que tenían que decidir.

—Es una movida muy arriesgada.
—Puede ser, pero siento que eso es lo que debo hacer.
—Está bien —dijo ella resueltamente—, lo haremos. Escucha, te llevaremos hasta la siguiente zona, y luego hablaremos con Armendáriz.

Álvaro sentía que su alegría por encontrar las pruebas se estaba diluyendo, pero no iba a quejarse en ese momento, él también había tomado una decisión.

—Toma mi celular, déjalo apagado si quieres, lo usaremos para comunicarnos —sonrió para darse ánimos—, también toma éste dinero, no es mucho pero te ayudará a salir de aquí lo más rápido posible, solo date prisa, nosotros haremos esto, le diremos todo a ese policía y te llamaremos.
—Está bien pero...

Víctor iba a decir algo más, pero a la distancia algo llamó su atención; en la claridad del día no se interpretaba bien.

— ¿Qué es eso?

Los periodistas voltearon en la dirección que indicaba el joven; a lo lejos, un automóvil se había detenido, y de él descendía una persona con algo en las manos, algo que ambos interpretaron de inmediato, como una cámara fotográfica profesional.

—Diablos, es Benjamín Andrade, el de Zona periodística.
—Debe haber estado siguiéndonos —dijo ella en voz baja—, ese tipo es un desgraciado, es un simple mercenario.
—Si está siguiéndonos, seguro debe estar detrás de una recompensa: De la Torre.

Aparentemente el hombre a la distancia notó que no habían descubierto, de modo que volvió a entrar en el auto. Álvaro supo lo que tenía que hacer.

—Va a avisarle a la policía, deben estar muy cerca, y puedo jurar que está llamando a De la Torre o a alguien de esa familia.
—Váyanse —sentenció Víctor tratando de sonar convincente—, si la policía los intercepta sabrán que estuvieron conmigo, si me acompañan, nos atraparán y no podrán acercarse a Armendáriz.
— ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
—Sí, estoy seguro, tienen que hacerlo.

Los periodistas subieron al auto, dejando otra vez a Víctor solo en medio de la nada, pero Álvaro se veía mucho menos angustiado que ella.

—Esto es una maldición —protestó ella—, no puedo creerlo, otra vez tenemos que abandonarlo, y ahora para peor ese maldito de Andrade tenía que estar cerca.

Solo en ese momento notó que iban a gran velocidad, regresando a la vía por donde estaba alejándose el hombre que los descubriera momentos antes.

— ¿Que estás haciendo?

El marcador indicaba más de noventa, estaban casi a tope.

—Álvaro...
—Mira, si ya llegamos hasta aquí, no voy a permitir que un mercenario de mala muerte nos arruine. Así que mejor sujétate.

Siguieron a toda velocidad durante algunos minutos, con él conduciendo de forma implacable, la vista fija en la pista, presionando con fuerza el pedal del acelerador. Romina le hizo caso y se sujetó con fuerza al asiento, esperando que ocurriera algo pero al mismo tiempo con miedo a que eso pasara. El tiempo pareció avanzar muy rápido entonces, hasta que el automóvil alcanzó al de Andrade, y sin dudarlo, Álvaro arremetió contra el morro del otro vehículo, embistiendo a toda velocidad. El sonido de metales y neumáticos frenando a toda velocidad se mezcló, pero el  choque duró tan solo unos segundos, dejando a ambos automóviles detenidos en medio de una nube de polvo.

— ¡Estás loco!

Pero él había saltado del auto, y se abalanzó contra el otro vehículo. Sin pensarlo dos veces, consiguió abrir la puerta del conductor y, después de un breve forcejeo, regresó corriendo a retomar el lugar del conductor y reinició la marcha.

— ¡Si querías sorprenderme lo lograste! —exclamó ella aún con el corazón en la mano—, dime qué fue todo eso.

Él sonrió y le mostró unas llaves.

—Ah...
—No podemos evitar que le avise a De la Torre, pero al menos no llegará antes que nosotros donde la policía.


3


Nuevamente Víctor se había quedado solo con Ariel en sus brazos; estaba muy cansado, y aún sentía la cabeza dando vueltas, pero no podía quedarse quieto, tenía que aprovechar el tiempo que le ayudaran a ganar Romina y Álvaro y alejarse de ese sitio. Si en un principio hubiera encontrado esa tarjeta, si tan solo se le hubiera pasado por la mente que Magdalena había escondido esa información entre las cosas de Ariel, tal vez todo habría sido diferente, pero en esos momentos lo único que importaba era ponerse a salvo lo más pronto posible.

—Tenemos muchos amigos bebé —dijo jadeante mientras caminaba— ¿lo ves? todo va a estar bien porque ahora tenemos amigos ¿lo ves? tenemos amigos que van a  ayudarnos...

Se quedó sin palabras unos momentos; tenía que alejarse de ese sitio, y por lo que podía ver, estaba acercándose a una zona poblada, pero ya no estaba exactamente cerca de la línea del tren ¿Que podía hacer? pasar por la zona poblada, usar el dinero que le habían pasado y desaparecer. Tendría que pasar la noche oculto en algún hostal, antes le había resultado, y en una zona bastante campestre como esa la gente por lo general estaba mucho menos informada, usaría eso en su favor. Pero la cabeza seguía dándole vueltas.

— ¿Sabes una cosa Ariel? —dijo para continuar pensando—, creo que es hora de contarte un cuento.

Necesitaba seguir hablando, necesitaba sentirse despierto y en movimiento, hacerlo era la única forma de no distraerse en un momento en que se sentía más frágil que nunca. Había hablado, había dicho lo que sentía, y si estaba en lo cierto, ese policía al que le había temido en el pasado podría convertirse en su aliado.

Pero nuevamente algo lo sorprendió. Un sonido sordo, un golpe en la pierna derecha, fulminante, dolor instantáneo.

Víctor cayó bruscamente de rodillas, con la pierna derecha sangrando producto de un disparo.


3


Álvaro y Romina continuaban su travesía por el camino, luego de haber dejado atrás un automóvil chocado y a un colega de trabajo enfadado. Con el tiempo en contra, Álvaro conducía a toda la velocidad de la que era capaz, pero un vehículo avanzando en sentido contrario le llamó la atención.

—Ese auto que viene es de la policía...
—No puede ser...

Al ver de quien se trataba, Álvaro supo lo que tenía que hacer.

—Esto es una bendición Romina, éste gorilote por fin nos va a ayudar en algo.

Detuvo el auto en medio del camino, obligando al otro vehículo a detenerse. Armendáriz descendió uy rápido, creyendo en un principio que se trataba de algún accidente, por causa del morro aplastado del auto que se había detenido de manera tan abrupta, pero al ver bajar a los periodistas, todo tuvo sentido en su mente. La noticia de Segovia saliendo en televisión solo unos minutos atrás, todas las incongruentes apariciones y desapariciones, todo reunido en la expresión de satisfacción del hombre que caminaba hacia él como si estuviera en un día de campo. Y en un momento el oficial se abalanzó sobre Álvaro.

— ¡Tú!

Junto con el grito, tomó a Álvaro por los hombros, con tanta fuerza que lo levantó en andas, descontrolado por la verdad que se estaba dibujando en su mente. Álvaro no se inmutó.

— ¡Ustedes son los responsables de todo esto!
—Escúchame Armendáriz.
—Colaboraron con Segovia —prosiguió, imparable, gritando fuera de sí—, le mintieron a las autoridades, encubrieron a un delincuente, un prófugo de la justicia.
— ¡Tienes que escucharnos!

Pero en ese momento el que estaba sacudiéndolo no era el policía, era el hombre que estaba totalmente fuera de control, desesperado por sentir que todo lo que había pasado no era más que una maquinación de personas con objetivos que quedaban fuera de su entendimiento. Romina se acercó corriendo a tratar de detener el enfrentamiento.

— ¡Suéltalo Armendáriz!

Pero el otro no la escuchaba.

— ¡Esto no puede continuar! —rugió con toda la potencia de su voz—, ustedes no saben, ustedes no dimensionan lo que han estado haciendo, pero no lo voy a permitir, tienen que decirme donde está Segovia ¡Donde está!
— ¡Suéltalo, vas a lastimarlo!

Romina logró elevar su voz por sobre la de él, y aunque a todas luces no tenía la fuerza para separarlos, sí pudo forcejear con la suficiente determinación como para que el hombre reaccionara, al menos en parte, y soltara a Álvaro.

—Tienes que escucharnos ahora, es muy importante.
—Esto no va a continuar —repitió mirándolos con ojos desorbitados—, no permitiré que ocurra otra desgracia más.
— ¡Entonces tienes que escucharme maldita sea! —gritó ella a su vez—, tenemos pruebas de la inocencia de Víctor, pruebas en contra de Fernando de la Torre.
—Víctor nos pidió que habláramos contigo —intervino el otro hombre firmemente a pesar de la agitación—, encontramos unas pruebas, es información comprometedora en contra de esa familia, por eso es que durante todo éste tiempo han estado tan interesados en recuperar al niño. Escucha, Víctor nos dijo que tú sabrías que hacer.

Lo que le dijeron no tenía el más mínimo sentido de acuerdo a las cosas que habían pasado antes, y eso hizo el efecto suficiente como para que el policía retrocediera un paso; su lado lógico, el lado que no había funcionado los últimos segundos, le decía que si existía cualquier tipo de prueba que alterara el curso de una investigación, era obligatorio investigar de inmediato.

—Lo que  estás diciendo es muy grave —dijo lentamente—, no tienes idea lo que...
—Míralo por ti mismo —lo interrumpió Romina enseñándole la pantalla de la antigua cámara de fotos—, Víctor encontró ésta tarjeta de memoria por accidente entre las cosas del pequeño, es probable que la madre la haya ocultado para tener algo con qué defenderse de Fernando de la Torre, pero ya sabemos lo que sucedió después.
—Oh por Dios...
—Esto es lo que encontramos, es por eso que teníamos que encontrarte —intervino él—, no sabemos por qué, pero Víctor cree que tú puedes ayudarlo, que eres el único que puede hacer que las cosas se aclaren, pero tiene miedo de que traten de hacerle daño como antes. Por favor, tienes que entender lo que te estamos diciendo.

Ignacio se quedó la cámara en sus manos, mirando tontamente por unos segundos las imágenes, las fotos de los balances y las referencias de cuentas de la familia De la Torre y sus empresas. Pero no había tiempo para entender nada más.

— ¿Dónde está Segovia?
—Escucha...
—No —los interrumpió secamente, la vista un poco desenfocada—, no entienden, el asistente personal de Fernando de la Torre estuvo rastreando junto con mi gente al principio de todo esto —mientras hablaba iba uniendo las piezas que hasta ese momento habían estado desperdigadas por todas partes—, luego dejó de hacerlo, pero el tipo sabe muy bien cómo rastrear y moverse en distintos terrenos. Que ahora mismo no esté trabajando con nosotros significa que puede estar en cualquier parte, especialmente siguiendo los pasos de mi gente o los míos.


Álvaro se quedó un momento sin palabras, pero la energía que se había apoderado de Ignacio antes, ahora estaba transmutada en nerviosismo, porque conforme tenía más clara la información en su mente sentía que el panorama era más horrible que antes.

—Armendáriz...
—Cometí un terrible error —sentenció de forma implacable— y aunque esto —enseñó la cámara— solo apareció ahora, ese error podría haber sido fatal, esos hombres que trabajaban para Fernando de la Torre, el hombre que supuestamente fue asesinado por Segovia hace dieciocho días puede haber sido asesinado por alguien más. Tienen que decirme donde está, y tienen que decirme ahora.

Los periodistas se miraron fijo durante un instante, y fue ella quien tomó la decisión.

—Lo dejamos un poco atrás, podemos llevarte con él. Pero prométenos que vas a ayudarlo.
—Tengo que encontrarlo antes que ocurra una desgracia mayor, les prometo que voy a hacer todo lo posible.



Próximo capítulo: Cuento para dormir