No traiciones a las hienas Capítulo 2: No olvides la canción de cuna



New York, seis meses atrás.

—Señorita, no se mueva.
—Oh rayos, es Nightwing.
—Al parecer tanta belleza no esconde su maldad, pero no va a seguir haciendo fechorías en esta ciudad.

 La chica rubia que estaba en el balcón del departamento mirándolo con expresión desafiante. Steve dejó de mirarla a los ojos para mirarse por un instante a sí mismo.

—No puedes pretender que vaya a la fiesta vestido de esta manera.

Ella llevaba un vestido muy corto de satén negro con sandalias de tacón alto y el cabello recogido, con un antifaz que cubría parcialmente el rostro; la mujer le dedicó una mirada evaluadora y él supo que estaba recorriéndolo con los ojos. Se había comprado un disfraz caro y que aparentaban las características del nuevo héroe de la ciudad. Por supuesto que no había sido su idea, pero ella había sido tan determinante que terminó por acceder; el traje se reducía a una malla de lycra muy ajustada al cuerpo y a la vez más delgada.

—Es como si estuviera desnudo —dijo cruzándose de brazos.
—Sí, puedo ver bastantes detalles desde aquí —comentó la rubia sonriendo— ¿qué es lo que querías, ir de Superman con los calzoncillos por fuera del traje?
—Ahora ni siquiera traigo calzoncillos, es como si esto me lo hubieran pintado sobre el cuerpo.

La joven soltó una risilla.

—En ese caso deberías estar orgulloso de ir siempre al gimnasio, y además de hacer ¿cómo se llama ese deporte?
—Parkour —comentó el.
— ¿Lo ves? es otro motivo para sentirte orgulloso.
—Sólo te sugiero que no me provoques cuando estemos en la fiesta, esta malla me va a delatar si lo haces.
—Sería divertido ver cómo explicas esa nueva habilidad.
—Me pregunto si haces esto para verme vestido de esta forma, o porque soy la mejor alternativa al nuevo héroe de Nueva York, ahora todas las mujeres lo aman.

Ella asintió un suspiro.

—Bueno, no es como que pase inadvertido ¿verdad? yo estaba en las cercanías cuando fue ese intento de robo a un banco, y verlo volando por sobre los autos y entre los edificios flexionando este cuerpo de aquella manera, es muy inspirador.

Speed sonrío con complacencia.

—Pues entonces cuando volvamos de esa fiesta, vas a tener que desquitarte conmigo por las fantasías que tienes con él.
— ¿Sabes? creo que voy a cobrar la palabra.

Gotham. Hace 8 días.

Cuando Steve ingresó a la casa unos minutos después de haber visto la desagradable sorpresa, se encontró con una nueva situación con la cual lidiar; su padre había conseguido salir del cuarto y en un acto demencial, había ingerido una serie de pastillas que sacó de uno de los cajones de la sala; Steve lo encontró en el suelo, convulsionando.

A la mañana siguiente despertó bastante más despejado de lo que esperaba, y celebrando el silencio que había en la casa; por suerte el servicio de urgencias se había llevado a su padre para tratarlo de la sobredosis que había sufrido. El doctor que lo recibió en el servicio de urgencias le dijo que, producto de las complicaciones que tenía de manera previa era probable que su padre estuviera internado dos o tres días; internamente él esperaba que fueran más.

Con la estrategia clara en la mente se dirigió a una institución de Salud Mental ubicada en un barrio al norte de Gotham, una residencia de llamada Walker; no le costó encontrarla, se trataba de una casa antigua de tres pisos y bastante amplia, con un jardín ordenado pero deslucido. La enfermera que lo recibió en la entrada era una mujer de treinta y tantos, con una bata blanca que parecía brillar, lo condujo hasta un patio posterior de la instalación.

—Su visita le haría bien a su madre, ha estado muy deprimida en el último tiempo.
—Pensé que sólo llevaba algunos días.
—Esta vez sí, pero antes ya estuvo con nosotros. Disculpe, pensé que lo sabía.

Steve dedujo que lo más probable era que ella hubiese visitado por primera vez ese lugar desde que su padre comenzara los tratos con los mafiosos.

—Entonces eso quiere decir que está aquí desde casi seis meses.
—Un poco menos —concedió la mujer.
La enfermera lo dejó al borde del patio, y él pudo ver a su madre nuevamente. Le asombró lo similar y a la vez distinta que ella estaba después de 10 años; sentada sobre un cojín rojo en un banquito de piedra, con árboles bajos y flores de colores en el suelo como marco, parecía una mujer sencilla de alrededor de 60, de figura delgada, cabello largo atado en una simple cola a la altura de la nuca, la piel blanca sólo un poco sonrosada en las mejillas, y las facciones del rostro gentiles. Al estar más cerca comprobó que las diferencias iban por los detalles: su mirada estaba más oscura y sin vida de lo que recordaba, y habían muchas arrugas alrededor de los ojos y las comisuras de los labios. Cuando lo vio no pareció sorprendida, más bien lo observó con una resignada aceptación.

—Mamá —dijo Steve en voz baja al acercarse.

Sin embargo ella no reaccionó como él se lo esperaba; tenía considerada una serie de reproches por causa de su ausencia, pero siempre acompañados de emoción y llanto, el mismo que muchos años atrás la había embargado en diferentes oportunidades. Aún sin hacer contacto físico, el hombre se sentó junto a ella y la miró; antes de que pudiera hablar o aplicar un plan alternativo al que tenía en mente, ella se llevó las manos al cuello y se quitó con cierta brusquedad una cadena, la que puso a la altura del rostro entre ambos, como si de un escudo se tratase.

—Esto es a lo que has venido ¿no es así?

La cadena era de oro sólido a pesar de lo delicado de los eslabones, y lucía un pendiente con forma de reloj de cadena: el tallado en oro en una de las caras representaba muy bien las manecillas y los números en relieve, y  al estar suspendida en el aire, la cadena dio un giro casi de manera involuntaria, y quedó al descubierto que en la cara opuesta, tras el círculo de cristal, no estaba la foto debellos tres cuando Steve era un niño. La base contrastante negra relucía tras el vidrio con la misma intensidad vacía que la mirada de su madre.

—Mamá yo…
—Has venido desde New York sólo para conseguir una cosa, y aquí la tienes. Viniste a recoger los pedazos que quedan de tu familia, escarbar entre los escombros y seleccionar lo que pueda servirte.

Daba la sensación de que al fin la paciencia de su madre se había agotado. Después de la niñez complicada, de la adolescencia problemática, de sus críticas y regaños, al fin la distancia le había hecho entender las cosas como eran. Steve no se esperaba esa reacción de su parte, pero todavía podía acudir a sus sentimientos y rogarle que hablara con él; necesitaba toda la información posible y ella era la única que podía estar al corriente de datos relevantes con respecto a la intimidad de su padre durante el tiempo que estuvo realizando tratos con los mafiosos.

— ¿De qué estás hablando mamá? —dijo con voz insegura, la que era bastante sincera debido a la sorpresa del momento—. Vine a verte porque me llamaste. Estoy preocupado por ti.

La mujer bajó los brazos y le dedicó una extraña mirada que él no supo identificar; no sabía si era reproche, tristeza, resignación o una mezcla de varios sentimientos.

—Sólo quería tener una familia —dijo ella al cabo de un momento—, vengo de una familia destruida y es probable que por eso se haya convertido en mi sueño, pero era mi sueño y es tan válido como el de cualquier otro.
—Mamá yo…
—Pero para ti las cosas nunca han sido suficientes —continuó la mujer, implacable, casi sin escuchar lo que él pudiese decir—. Siempre has querido más, desde que eras un niño has estado dominado por un sentimiento de ambición, y lo peor es que se trata de algo que no tiene que ver con dinero u objetos materiales, lo que te embriaga y lo que te enferma es el poder: desde siempre fuiste un niño con interminables necesidades, pero cuando alguien necesita poder ilimitado, jamás se detiene. Intenté enseñarte, intenté transmitir todas las cosas que me enseñaron y las que aprendí, pero es algo más fuerte que tú. Naciste con algo que está aquí, en el centro de tu pecho, es una marabunta que jamás se va a detener.

Guardó silencio durante un momento, para tomar aire; tenía que intervenir y cambiar el curso de esta conversación.

—Sé que hecho cosas malas —replicó bajando la vista— he sido horrible, y hay noches en las que no he podido dormir; me engañé asociando esos malestares con el exceso de trabajo, pero en el fondo sabía que se trataba de lo que me estás diciendo ahora —la miró a los ojos fijamente—, no estoy aquí sólo por lo que le pasó a papá, volví porque necesito sanarme de esto. Necesito que alguien me ayude.

La mujer, a pesar de su actitud cansada soltó una risilla, una especie de bufido.

—Steve sé muy bien que tú podrías engañar a Dios si hablaras con él, pero soy tu madre y te conozco mucho más de lo que tú jamás vas a reconocer; no importa cuántos años haya tenido la venda frente a los ojos, más que nadie, yo sé quién eres y sé quién soy.

Desvió la vista de él y la perdió en las flores del patio, como si durante un momento no pudiera soportar verlo a los ojos.

—Quieres la empresa de la familia —sentenció con una voz aterradoramente neutra—, viniste a buscarla y te encontraste con que ya no existe, pero voy a tener que decepcionarte aún más de lo que ya estás, porque tu padre se deshizo de ella hace tiempo; se obsesionó con el asunto de comprarte un automóvil, y cuando las cosas se pusieron feas pretendió inmiscuirse con personas equivocadas. Le dije que no quería otra conciencia manchada en la familia, así que cuando insistió, le exigí que no me dijera nada, y para tu desgracia, no lo hizo. Así que si él en medio del enajenamiento que lo aqueja no pudo decírtelo, me temo que has hecho tu viaje en vano —puso el collar sobre su regazo, procurando no tocarlo—. Llévatelo, es lo último que queda de tu familia. Ahora tienes lo que querías, por favor vete.

Steve salió abatido de la clínica; sus esperanzas de averiguar algo más acerca de lo que había ocurrido con los mafiosos se desvanecían en ese punto, lo que significaba que tendría que seguir en la línea de investigación más lógica, es decir introducirse en el bajo mundo y usar su encanto para hacer las preguntas correctas.

New York, seis meses atrás.

—Vamos cariño, estoy atrapada en este balcón ¿no vas a venir a buscarme?
—Ya le dije señorita que está atrapada, no se mueva.

La rubia con la que es Steve había pasado la última velada se había quitado el vestido nada más entrar al departamento, y lo esperaba de pie en el balcón, con el torso inclinado hacia adelante y los codos apoyados en el borde metálico, realizando un suave meneo con las caderas; más alegre de lo costumbre por el alcohol, el hombre contempló sus torneadas piernas y cómo las nalgas pronunciadas formaban esa sensual pose, un punto de partida y seguramente de término para la diversión de esa noche. Sintió que el bulto se removía abajo la delgada lycra del traje.

—Tal vez debería hacerle un agujero a esto y utilizar mi bastón de la justicia contigo —dijo con voz un poco ronca—, tengo que castigarte por ser una criminal.

Ella se volteó un poco, con lo que dejó al descubierto una pequeña porción del camino hacia la felicidad que él estaba ansiando ver desde hacía horas; la piel sonrosada se le ofrecía como un deleite imposible de rechazar.

—Eso —replicó con una risilla—, sería como en una película porno de poca categoría; abre el traje por la cremallera en el hombro, bájatelo hasta los muslos, pero no te quites el antifaz.
—Todavía quieres seguir con esa fantasía de tu héroe.
—Sólo castígame por todas mis fechorías —replicó la rubia meneando las caderas—, antes que salte por este balcón y comience a cometer crímenes por toda la ciudad.

Steve se quitó el traje y lo deslizó hasta los muslos; lo bueno de haber comprado un traje caro y no estás ridículas imitaciones de las tiendas de cumpleaños era que no estaba sudado, ni su cuerpo olía a plástico y pintura; cuando hizo contacto con el cuerpo de la mujer, percibió una temperatura similar a la suya y deslizó las manos de manera ascendente desde los muslos y por el torso, hasta llenarlas de los turgentes pechos, y aplicar en ellos una suave presión, la suficiente para transmitir una descarga eléctrica de excitación, pero sin resultar vulgarmente brusco.

—Voy a castigarte por ser muy, muy mala.

Gotham, hace 7 días.

Parecía una suerte que la silla en la que estaba sentado no tuviera algún mal olor al igual que la pequeña sala en la que se encontraba. A sus espaldas sonaba tras una delgada pared, una música estruendosa aunque no desconocida; Steve estaba sentado de espaldas a la pared, con la mirada perdida en algún punto del techo, observando sin atención la pintura blanca desconchada, desnudo de la cintura para abajo mientras la mujer de cabello tinturado rojo hacía su trabajo; no era extraño que en un lugar como ese la chica tuviera experiencia con los labios, pero lo que necesitaba era en realidad era que hablara sobre lo que necesitaba. Sus investigaciones no habían ido de acuerdo a lo esperado, sin embargo, con sus padres hospitalizados, tenía libertad de acción mientras que cualquier vecino del barrio en donde se encontraba la casa era anulado con facilidad, al ver a un hijo salir cabizbajo y sin hablar mucho. Preferiría tener a la chica sentada sobre él, pero en vista que ella le había dicho que no estaba disponible en estos momentos más que para un trabajo superficial, había accedido sin protestar, para tener algo de crédito a su favor. Sintió el impulso de correrse en su boca y le dio rienda suelta, pero ella fue más lista que él y con una percepción experta terminó con las manos lo que había comenzado con la boca, mirándolo de un modo al mismo tiempo juguetón e inocente. Steve se imaginó por un momento una lista de acciones, entre las cuales seleccionar su próximo movimiento; sólo era un trabajo.
Mientras la chica retocaba el maquillaje a un metro de él, Steve se secó con unas toallas de papel, sorprendido de la delicadeza de ella al haber dispuesto una caja de toallas húmedas y perfumadas en vez de una de tela por la que de seguro habrían pasado muchos más.

—Así que querías saber sobre ese sujeto.
—Seguro que has escuchado de él —replicó mirándola como si no se sintiera ofendido por el truco que ella había hecho.
—He escuchado de él, pero no lo he atendido, no ha tenido el honor —respondió la mujer sin un poco de modestia—, lo único que sé es que trabaja despejando calles.

Steve había escuchado ese término antes, se refería a pequeños delincuentes que hacían tratos con los residentes de determinada zona, para que no denunciaran los movimientos de los traficantes; ofrecían dinero a cambio de silencio o lugares apropiados, una azotea desde donde mirar, una cochera desde dónde apuntar, y por supuesto el negocio de refacciones de su padre se encontraba en una zona semi industrial con muy buena conexión hacia la bahía. Se imaginó entonces que los hombres le habrían ofrecido dinero por utilizar sus instalaciones y posteriormente se habían deshecho de ellas y de la necesidad de pago, cuando el hombre había cometido el error de alarmarse por la muerte de alguien, era tranquilizador que se tratara de un delincuente menor, sólo una hormiga al servicio de un propósito mucho más grande.

— ¿Y sabes para quién trabaja?

La mujer soltó un resoplido de burla.

—Para alguno de los esbirros de Máscara negra, para quién más.
—He escuchado que el ambiente está convulsionado.

La mujer dejó de mirarlo por el espejo y lo enfrentó.

—El ambiente siempre está convulsionando, pero esas cosas suceden en esferas más altas que la tuya o la mía. Así que si estás interesado en hacer negocios con ese sujeto, sólo hazlo, no importa para quien trabaje, mientras esté libre sigues siendo una opción; no se te olvide que no he dicho nada de esto, hay un hombre que puede jurar ante una corte si es necesario que estaba conmigo justo ahora, y que además puede probarlo.

Steve no preguntó nada más y salió del lugar.

Gotham, hace 6 días.

—Espera, por favor espera…

Era absurdo pensar que el hombre iba a obedecer a sus gritos desesperados; medía con facilidad más de 2 metros y era al mismo tiempo ancho de espalda, corpulento y musculoso, lo que lo convertía en una mole difícil de enfrentar. La primera sorpresa sin embargo la había tenido al comprobar que era increíblemente rápido de movimientos a pesar de su contextura; lo levantó del suelo con una sola mano y lo arrojó como si fuese un saco de grano. A pesar de su agilidad, Steve no pudo evitar el impacto y se estrelló de bruces contra el concreto; durante un momento todo se fue a negro, mientras las señales de dolor se extendían por todo el cuerpo; en su interior se dijo que tenía que reaccionar y ponerse de pie, correr y alejarse de allí cuanto antes.

—Usted aparentemente no es lo que uno puede ver —dijo el hombre con un tono de voz particularmente afable. En otras circunstancias podría sonar como un maestro, o el diácono de una iglesia ortodoxa—. Los guardias lo tomaron por un joven del lugar, pero ahora creo que usted está averiguando más cosas de las que corresponde, y lamento decirle que no puedo permitirlo.

Steve reunió fuerzas y consiguió moverse, poniéndose a cuatro patas de forma indigna sobre el suelo al que el hombrón lo había lanzado. De cualquier manera la fuerza y el ángulo estaban calculados para que al caerse, golpeara las rodillas y el pecho; había aprendido haciendo parkour que lo principal de una caída era cómo y no desde qué altura, y al parecer el hombre también lo sabía. Le temblaban las piernas, pero se obligó a impulsarse, sin embargo la poderosa mano del guardia lo tomó por el cinturón de la misma manera que los adultos arrastran a los niños; ese movimiento había sido aprendido, era deliberadamente humillante.

—Usted parece fuerte, pero le ruego que no oponga resistencia, todo va a pasar mucho más rápido.


El siguiente movimiento fue rápido; para cuándo Steve había vuelto a caer al suelo, esta vez de espalda, la hebilla de su cinturón había saltado y el pantalón estaba rajado por la fuerza del tirón, dejándolo al descubierto como una suerte de patético esclavo.

—Oh no...

El hombre debe haber identificado al instante el terror en su pálido rostro, pero esbozó una sonrisa indulgente, como la que dedica un maestro a un estudiante equivocado; de pronto en la penumbra de la calle, brilló la delgada estructura metálica de una aguja en los dedos de su mano derecha.

—Oh no, no señor, no me malinterprete, su virtud si es que aún la tiene, permanecerá intacta, lo que me dispongo en realidad a hacer es demostrarle de manera práctica un conocimiento sobre medicina. Resulta irónico que nuestros mayores puntos de placer como seres vivos sean al mismo tiempo los de mayor escala de dolor. No se preocupe por las huellas, si más tarde va a cobijarse en los brazos de su novia, ella no notará nada.

Steve intentó arrastrarse patéticamente por el concreto, pero otra vez el hombre hizo gala de una tremenda agilidad, y poniendo una rodilla en tierra lo tomó de una pierna, acercándolo hacia él. Durante un aterrador segundo sintió la manaza envolviendo los testículos con una suavidad digna de un cirujano, permitiendo que con la diestra insertara la aguja en un punto específico. Luego el hombrón la removió tan sólo un milímetro hacia un costado, pero eso fue suficiente para provocar una descarga eléctrica que recorrió toda la zona lumbar y el torso. El aullido de dolor de Steve le desgarró la garganta.

—En la antigüedad —explicó el hombre como si estuviera dando una clase— los guerreros pensaban que mancillar el honor de su contrincante le quitaba la fuerza, por mi parte soy partidario de la idea de que cosas como éstas son difíciles de olvidar, y que en el futuro tendrá la precaución de no inmiscuirse en los asuntos de los otros.

El lacerante dolor se extendía por todo su cuerpo; empapado de sudor, Steve fue consciente de la indignidad de su situación, donde tenía los brazos libres pero sabía que cualquier movimiento podría provocar consecuencias peores. ¿Qué iba a hacer el hombre? ¿deslizar la aguja con fuerza y desgarrar la piel para dejarlo desangrarse?

—Pequeño Joe, por favor qué es esto.

En la calle donde se encontraban, que era la parte trasera de un club, apareció un hombre de alrededor de 70 años, ataviado con una tenida semi formal deportiva, de cabello cano muy bien peinado. Para aumentar la humillación de Steve, el anciano estaba acompañado de dos hombres que parecían ser su guardia personal.

—Por lo que veo, ya conoce a mí acupunturista, la verdad es que es de los mejores que existen, el único que me ha ayudado con mi dolor de espalda.

El hombre lo soltó y se puso de pie para luego quedar parado al lado de su jefe; después de largos momentos de revolverse en el suelo, Steve sintió que el desesperante dolor disminuía, y tuvo la energía y claridad mental para ponerse de pie y taparse con los jirones de la ropa.

—Usted está buscando a El amuleto —no era una pregunta—. Me gustaría saber por qué.
—Me debe dinero.
—Que ese sujeto le deba dinero a alguien no es una novedad ¿cuánto era, 500, 800?

No supo identificar por qué, pero sintió que debía continuar hablando con ese viejo; se forzó a pensar a toda velocidad.

—Se quedó con mi negocio de refacciones —replicó con voz áspera por el esfuerzo de hablar—, tenía que pagar y no lo hizo.
—Usted empezó a buscarlo con la esperanza de recuperar su dinero —comentó el viejo sin alterarse—. Admito que usted es un joven hábil, pero en esta ocasión confió demasiado en sus aptitudes, al igual que él. Por lo que sé, quiso tomar una tajada para él de los negocios que le habían encomendado, alguien lo traicionó y entregó la información a Kronenberg, pero se quedó con el fruto de su negocio más reciente; Francesco, es decir El amuleto, reposa en alguna clínica forense después de haberse ahogado por accidente en un canal, y su dinero mi amigo, está en las manos de esa persona.
— ¿Por qué me está diciendo todo esto?
—Porque la persona que traicionó a quien usted busca es peligroso también para mí en estos momentos; los grandes negocios de Máscara negra y los humildes emprendimientos de ciudadanos como yo pueden quedar en riesgo. Veo en sus ojos que es un hombre fuerte y que quiere conseguir lo que se propone a costa de lo que sea, pues bien, usted nunca será uno de mis trabajadores porque no lo quiere y yo tampoco lo quiero, pero quiere hacer algo que puede ayudarme a estar más tranquilo. Le propongo lo siguiente: Tómese dos o tres días para que el murmullo de un osado investigador se acalle, y luego contáctese conmigo, proporcióneme una entretención, un espectáculo que me convenza de sus habilidades, y yo le proporcionaré los medios necesarios para que pueda recorrer las calles de esta ciudad sin que tenga que exponerse al humo de los bares y centros nocturnos. Es un negocio muy simple en realidad, usted se encarga de eliminar a esta persona traidora e inestable, recupera su dinero y yo me quedo tranquilo con mi negocio.

Steve miró al hombre a los ojos, y tras un instante de recuperar el aliento, preguntó.

— ¿De qué clase de espectáculo habla?

Gotham. Ahora.

La explosión en la Avenida Miller fue como una confirmación de lo que debía hacer. En su interior recordó cómo, de manera casi infantil, había encontrado una azotea y activado en ella un proyector de luz, indicando con él hacia el cielo. Nadie apareció.
Sus padres seguían internados, y en medio de una de esas noches de soledad, parado como un tonto sobre techo del edificio, pensó en qué era lo que habría pasado en New york en un caso similar. Todos decían que Nightwing era un tipo de héroe distinto, algo así como un amigo para los hombres y un príncipe en mallas para las mujeres; un héroe salido de Gotham no lo iba a ayudar, y en vista de las circunstancias, uno de esa misma ciudad tampoco. ¿Estaría ocupado en la lucha contra el crimen? Apenas veía las noticias, pero sabía de una lucha de Poder entre Máscara negra y el murciélago; esas eran batallas importantes, esos eran villanos importantes, víctimas potenciales que merecía la pena rescatar. Todos los días se destruían negocios en las calles, pero el murciélago sólo aparecía en los casos importantes, ya nadie aparecía a bajar gatitos de los árboles.
Cuando cambió de curso en su caminata nocturna, enfiló a pie hacia el borde de la ciudad, hacia una zona urbanizada, pobre por definición  y tan olvidada de la mano de Dios como era de esperarse; un sitio en donde el crimen casi no pasaba por encontrar poco que obtener, donde la beneficencia hacía acto de presencia lo justo y, donde los habitantes estaban resignados al mal olor, las comidas recalentadas y las muertes por enfermedad; le tomaría menos de una hora llegar hasta allí.

—Soy yo. Tendrá su espectáculo.

Una hora más tarde, en una calle en los suburbios, una niña de tez morena caminaba sola, sin rumbo fijo. Avanzada la noche, el calor sofocante de la tarde había dado paso a un viento susurrante, una voz ahogada que invitaba a entrar en las casas y cerrar las ventanas. En los sueños de muchos, ese viento sería la voz de un monstruo.

— ¿Qué haces aquí?
—Estoy perdida señor.

El silencio en esa calle en las afueras de Gotham se podría haber tragado a un minotauro.
Las lágrimas se habían secado en las mejillas de la niña, delineando surcos sobre sus mejillas de piel tostada. Steve se sentó en el suelo y le hizo un gesto para que se acercara.

—Habías salido a pasear con tus padres.
—Mamá dijo que la acompañara —contestó ella con voz temblorosa—, fuimos a ver a tía Judd, pero perdimos el autobús de regreso y estábamos en una estación que no conocía.

Steve podía hacerse una imagen de lo que había sucedido; la madre pobre, cansada en un terminal de buses, buscando la forma de regresar a casa cuando estaba comenzando la noche, diciéndole a la hija inquieta que se quedara sentada esperando; la niña desobediente saliendo del lugar, caminando curiosa hasta perderse. Hasta llegar a él.

—Saliste a jugar un rato verdad.

No lo dijo como una acusación, sin embargo los ojos de ella se inundaron de lágrimas, aunque sin llegar a llorar.

— ¿Usted sabe dónde está la Estación de Buses?

Steve permaneció sentado en el suelo, a tan sólo unos centímetros de ella, con la vista desenfocada.

—Sí, claro que lo sé; te ves cansada, debes extrañar a tu madre.
— ¿Me puede ayudar?
—Te llevaré con ella —dijo abriendo los brazos—, pero haré un truco de magia para ti.

La niña lo miró durante un segundo, sin comprender.

—Será un truco muy sencillo —dijo él en voz muy baja, casi como si el susurro pudiera ser llevado por el viento—, lo haré y en un segundo estarás en el lugar correcto.

La niña se mordió el labio inferior mientras contenía las lágrimas, y asintió lentamente.

—Cierra los ojos, y canta para mí ¿recuerdas alguna canción de cuna?
—Sí —balbuceó ella.
—Entonces cierra los ojos y cántala, y luego estarás en el sitio al que voy a llevarte.

Sucedió un instante breve, pero lleno de un silencio tan intenso, que si alguien más lo hubiera presenciado, habría sentido en el aire el emriagador aroma de la muerte.

—El camino por el que Jesús va… está lleno de algodón… cierra los ojos y duerme… niña de mi corazón…

Sentado en el frío suelo, el hombre acunó en sus brazos a la niña. La magnitud del acto no podría haber sido explicada en palabras, los ángeles de la guarda habían sido desterrados por el miedo y la falta de esperanza, nadie escuchó el sonido del cuchillo deslizándose por la piel, en la cuadra más solitaria de toda la ciudad, ningún oído percibió una exhalación ahogada, ningún ojo se percató de la ligera convulsión.
Las manos del hombre fueron gentiles de forma postrera, al depositar con cuidado y lentitud el cuerpo sobre el concreto; los pasos se alejaron silenciosos, fundiéndose con el sonido del viento que arrastraba algunas hojas, mientras el pequeño bulto sin hálito quedaba solo en la vereda, con la brisa nocturna pasando y la luz de la Luna iluminando con fría intensidad.



Próximo capítulo: Carroña para la hiena


Por ti, eternamente Capítulo 22: Las esperanzas se pierden



Tomás era un hombre de 35 años que ya estaba de vuelta en la vida a pesar de no ser tan mayor; había pasado por muchas cosas en el cuerpo de rescate al que perteneció por más de quince años, y muchas de ellas eran más de lo que una persona común vive en toda su existencia. Quizás por eso es que su presencia en el bosque no era tan extraña, por una parte porque sabía a la perfección como moverse en un terreno como ese, y por otro porque poseía algo de la experimentada calma de alguien que ya ha vivido lo suficiente.
En ese momento, esa mañana de lunes estaba en lo profundo del bosque, cuando el Sol apenas se dibujaba en la lejanía a las seis de la mañana, con el rifle en las manos,  apuntando directo a su blanco.

—Eso es...no te muevas...

La liebre se había internado entre la vegetación hacía rato, pero Tomás le seguía la pista de cerca, y estaba seguro de poder hacer un tiro limpio que le aseguraría después una cena de muy buen sabor.

—Espera...espera...

Lo tenía en la mira, solo debía disparar, pero precisamente en ese instante un ruido a lo lejos advirtió al pequeño animal y lo hizo correr otra vez.

—Diablos...

Bajó el arma, dispuesto a continuar la persecución del animal, pero el ruido que alertó a la liebre continuaba escuchándose ¿de qué se trataba?

— ¿Qué es eso?

No lo podía identificar con claridad, pero estaba ahí, a unos cuantos metros de distancia; era extraño que alguien como él no supiera qué clase de ruido era cualquier cosa que escuchara en el campo o el bosque, por lo que, por precaución, volvió a levantar el rifle avanzando a paso sigiloso en dirección al origen del sonido. Unos pasos después se quedó congelado ante lo que estaba viendo.

—No puede ser...

Un hombre joven estaba frente a él, delgado, con las ropas sucias, evidentes heridas en la cara, brazos y diversas partes del cuerpo, y lo que resultaba más inquietante de todo: tenía entre sus brazos un bulto pequeño que era a todas luces un bebé.

— ¿Qué haces aquí, que te pasó?
—No...

Hizo un gesto de alejamiento con el cuerpo, pero estaba temblando de pies a cabeza, y tenía la mirada perdida, a todas luces esas heridas eran mucho más de lo que de veía a cinco metros de distancia, lo que sea que le hubiera causado eso podría generar un estado febril. Y en ese momento comprendió.

—Tú —dijo en voz baja—, eres el de las noticias...eres Víctor...
—No...

Trataba de mantener distancia, pero en realidad apenas parecía poder mantenerse en pie; Tomás tenía que acercarse.

—Escucha —le habló muy despacio, para hacerse entender—, estás herido, déjame ayudarte.
— ¡No!

El muchacho estaba asustado ¿qué edad podía tener?

—No quiero hacerte daño. Escucha, soy rescatista, no voy a hacerte nada malo, solo quiero ayudarte.

Durante unos momentos no contestó, pero seguía manteniendo esa actitud hostil, lo que era particularmente preocupante en el estado en que estaba.

—Mírame —siguió con voz neutra, sin dar ninguna inflexión—, no voy a hacerte daño, solo quiero ayudarte, sé que estás sufriendo.

Entre los temblores que remecían su débil cuerpo, el muchacho parecía dudar; supo entonces que tenía que darle alguna señal evidente de confianza.

—Mira, estoy quitando las balas del rifle, ahora están en mi bolsillo, y lo dejaré a la espalda —mientras lo hacía sacó algo de su cinturón—, ahora mira, éste es mi cuchillo, tómalo, así vas a estar más seguro. Ahora tú vas a tener el arma, tú vas a mandar, puedes apuntarme con él si quieres.

Sus palabras surtieron efecto, porque el joven dejó que se acercara lo suficiente, y con mano temblorosa tomó el cuchillo.

—Eso está bien. Mira, quiero ayudarte, dime qué pasó, como está el bebé.

Eso pareció llegar más cerca que todo lo que había dicho antes, pero la reacción del muchacho fue más preocupante que verlo en ese estado.

—No sé qué le pasa —replicó .con un hilo de voz ,— está tan quieto, y no reacciona, no me mira y solo...solo...

Tomás sintió que se le oprimía el corazón; en las noticias había escuchado que el hombre estaba dado por desaparecido desde el día anterior, e incluso algunas personas de aventuraban a decir que estaba muerto. Tenía que acercarse, tenía que verlo, aunque estuviera siendo amenazado por su propia arma.

—Escucha, voy a acercarme ahora, no te voy a tocar, solo necesito ver al bebé.

Avanzó en lo que le pareció una eternidad, procurando no hacer ningún movimiento brusco. Unos momentos después estuvo lo suficientemente cerca como para poder ver al pequeño, y al hacerlo, su corazón dio un vuelco.

—Oh por Dios...

2

Claudio estaba en la oficina de Fernando de la Torre, de nuevo vestido con su traje a la medida, fresco y orgulloso como siempre, aunque su patrón se mostraba bastante alterado.

—Toda la noche —protestó el hombrón—, toda la noche estuve esperando alguna noticia, estoy volviéndome loco y la policía me llama diciendo que es probable que mi nieto esté muerto.
—Cálmese señor.
— ¡Cómo quieres que me calme! Se suponía que tú ibas a ayudar a que mi nieto volviera con su familia y ahora es posible que haya muerto.

Claudio respiraba con su habitual tranquilidad; le provocaba un cierto placer perverso tranquilizar a su patrón con simples artilugios.

—Su nieto no está muerto.

El rostro del otro hombre se mantuvo rígido y duro como lo había estado hasta ese momento, mientras él seguía junto al escritorio, de pie y con los puños apretados.

—Dame un motivo para creerte.
—Si estuvieran muertos usted ya lo sabría. La policía no sabe dónde está.

De la Torre sopesó la situación un momento, pero aunque podía estar de acuerdo, no estaba conforme.

—Ya pasó una noche, creer que están vivos y bien es pedir mucho.
—Pero no demasiado señor. Además, el plan aún sigue su curso, Segovia cargará con toda la culpa.
—Eso ya lo sé, pero nada de eso tendrá sentido si le pasó algo, y ahora que ese lugar está infestado de policías no puedes acercarte.

Claudio se acercó al bar y sirvió unos tragos; todo lo que había hecho hasta ese momento tenía buen resultado, excepto que Segovia desapareciera en ese accidente, pero aún estaba convencido de que la muerte de ese hombre lo sepultaría en vida.

—Por ahora hay que esperar, ahora que hay luz de día seguramente ese teléfono sonará señor, y usted podrá recuperar a su nieto.

3

Romina y Álvaro habían salido de la urgencia la tarde anterior, pero cuando era Lunes por la mañana las cosas solo parecían empeorar en el departamento de él, en donde ambos habían pasado la noche.

—Buenos días.

El hombre entró en la habitación en donde ella reposaba en la cama, despierta desde hacía varios minutos.

— ¿Cómo dormiste?
— ¿Cómo podría haber dormido? Armendáriz nos destruyó, no podemos hacer absolutamente nada porque somos parte de la investigación, y como ahora todo es público, no podemos hacer un reportaje o dar declaraciones ni nada...demonios.

Él se sentó junto a ella.

—Yo dormí más o menos, creí que sería peor dormir en el sofá pero no está mal.
—Te dije que podías dormir aquí.

Ambos sabían que su amistad era demasiado férrea como para verse afectada por la típica confusión de sentimientos por estar demasiado cerca; de hecho la opinión más importante que tenían a la hora de buscar pareja era la del otro, su confianza era total.

—No te alarmes, no estoy tan viejo todavía. Además los dos necesitábamos un poco de espacio, la única razón por la que quedamos aquí es que era más seguro estando convalecientes. Ahora lo que tenemos que hacer es pensar en lo que vamos a hacer de ahora en adelante.

Romina no contestó.

—Escucha, sé que dijimos que haríamos éste reportaje, pero ahora no hay nada que podamos hacer; tenemos que asumir que estamos de manos atadas.
—Lo sé, tienes razón, pero las cosas han sido mucho peores de lo que nos esperábamos. Estuvimos tan cerca Álvaro, tan cerca, y ahora tenemos las manos vacías.

Álvaro suspiró profundo.

—Todo está mal para nosotros, pero no somos los únicos. Anoche trataba de dormir, y solo pensaba en Segovia, y en ese niño...yo...Dios...

4

Ignacio Armendáriz estaba en su departamento aún a las nueve de la mañana, recostado en su cama, cuando sonó su teléfono celular. Había pasado una noche horrenda, entre sueños y alucinaciones, sin poder sacarse de la cabeza las últimas imágenes que tenía de Segovia y el pequeño. El día Domingo había sido muy largo, además de infructuoso, pero finalmente los equipos de búsqueda habían tenido que retirarse ante la imposibilidad de buscar en la oscuridad, por lo que el sitio del suceso permanecía acordonado mientras amanecía; en ese momento ya habían comenzado de nuevo los trabajos, pero él llegaría un poco más tarde, necesitaba concentrarse y presentarse como un hombre completo. Pero nunca en su vida había sido tan difícil.

—Hola.
—Ignacio, viejo, por fin logro encontrarte.

Era una frase retórica, pero escuchar esa voz lo ayudaba mucho.

—Alejandro, como estás.
—Bien viejo, pero quería comunicarme  contigo, supe lo que pasó.

Alejandro era oficial de narcóticos, había estudiado con él en la academia y era uno de sus mejores amigos; con él siempre se sentía a sus anchas de ser sincero y claro, y sabía que tenía su apoyo en todo.

—Estoy mal hombre.
—Imagino que sí, pero tienes que estar tranquilo, además los trabajos aún no terminan, tienes que estar con tu gente.
—Lo sé, pero sabes tan bien como yo que la responsabilidad es mía; tengo la responsabilidad de lo que pasó, yo soy el culpable. No puedo quitar de mi cerebro la imagen de ese  niño muerto.

El otro hizo una pausa. En ese momento los papeles se invertían, ya que tiempo antes fue Tomás quien pasaba por un grave problema.

—Todavía no des nada por hecho, te vas a volver loco. Anda al lugar, haz tu trabajo y cuando sepas qué diablos está pasando, tal vez ahí puedas culparte. Pero aun así viejo, pase lo que pase, tienes que recordar lo que nos decía el Capitán en la academia: si sabes que hiciste lo máximo, lo demás está fuera de tu control. Llámame si necesitas una cerveza.



 Próximo capítulo: Despertando