No traiciones a las hienas Capítulo 1: Una persona prescindible

No traiciones a las hienas

Capítulo 1: Una persona prescindible
Gotham City. Avenida Miller.

“¿Es que acaso no hay nada bueno en ti?”

Una noche como cualquier otra, desolada, desagradablemente cálida y oscura; la gente trata de volver a casa lo más pronto posible para evitar ser atrapado por alguno de los delincuentes que cada noche inundan las avenidas, muy a pesar de los intentos de la policía.
A Steve nada de eso le interesa.
Si en ese instante un grupo de maleantes apareciera para golpearlo hasta dejarlo convertido en un montón de carne sanguinolenta, lo más probable es que los recibiría con los brazos abiertos.

—Maldita ciudad.

Cruzó la angosta calle 428 sin tomar atención del tráfico; a su izquierda sintió el ronco sonido del motor de un camión pequeño, y al desviar la vista hacia él quiso sonreír al ver que en el costado del compartimiento de carga tenía un letrero que decía “muévete” pero su humor esa noche no estaba como para cambiar de una manera tan sencilla.
Un instante después, el pequeño camión voló en mil pedazos.
Steve se quedó de pie a una cuadra de distancia del montón de fuego en que el vehículo se había convertido, físicamente aturdido por el atronador sonido de la explosión, pero en el interior de su mente, no tan sorprendido. Inmóvil, miró en todas direcciones, pero aparte de un par de autos estacionados que habían salido despedidos por la onda expansiva y un vehículo en sentido contrario que giró para huir a toda velocidad, nadie parecía interesado en lo que estaba sucediendo; su odio y rencor hacia la ciudad en donde se encontraba tenía su fuente de origen justo en cosas como esa, en que dentro de ti no sucediera nada cuando una desgracia le sucedía a alguien que no conocías. Al menos el conductor del camión debería haber muerto de forma instantánea. Levantó la vista y miró también en distintas direcciones, sin saber muy bien qué es lo que estaba esperando encontrar ¿algún superhéroe con capa descendiendo para ver en qué podía ayudar? Por supuesto que no; le pareció ver a una persona en la cornisa de un edificio cercano, pero un pestañeo después lo hizo descartar esa posibilidad. Regresó sobre sus pasos y dobló a la izquierda en la calle que acababa de sobrepasar.
Otra Muerte en Gotham, no era la suya, no todavía.

New york city. Diez días antes.

—Charlotte, mi estimada, soy todo tuyo.

Steve entró en el lujoso despacho de Charlotte Davis sonriendo y con los brazos abiertos como era una de sus expresiones habituales; sabía que su figura torneada por el ejercicio en el gimnasio, la forma en que marcaba la musculatura bajo la camisa celeste y los pantalones de diseñador eran infalibles, y que su rostro expresivo de piel bronceada y ojos color miel completaba el cuadro de un hombre joven sexualmente atractivo y a la vez inteligente y capaz. Se sorprendió al ver que ella no sonreía.

—Me gusta la correa de tu reloj —dijo ella con un tono glacial—, tiene un estilo gótico ¿no crees?

Lo sabía. Steve sintió que el estómago descendía hasta los testículos, mientras su sangre parecía comenzar a correr en sentido opuesto. Dios del cielo ¡se había descubierto toda la verdad!

—Sinceramente no creo que Armani diseñe relojes de ese estilo —replicó sin alterar la expresión amable de su rostro—, pero si te hace feliz puedo conseguir uno con la inspiración correcta.

Charlotte era la gerente de proyectos de la empresa Black & Gold, una mujer ampliamente conocida por su enorme capacidad así como por su carácter implacable. La buena relación había sido inmediata cuando se conocieron, al poco ya coqueteaban y, aunque no había pasado a mayores, siempre pensaba que sucedería en algún momento. Y a partir de ese instante, la intimidad no se daría jamás.

—Qué descaro. Qué capacidad de mentir —exclamó la mujer fulminándolo con la mirada— ¿A dónde crees que viniste a parar? Esta no es una comedia romántica en donde el chico pobre entra a trabajar a una gran empresa y gracias a sus capacidades todos le perdonan lo que es en realidad.

La mente de Steve trabajaba a toda velocidad; no importaba cuáles eran los motivos por los que ella supiera la verdad, lo que importaba evitar era que es se desencadenara la catástrofe.

—Por favor, nací en un excelente barrio en New York.
—Por un azar del destino, chico de Gotham —replicó ella—, así es; llevas casi un año trabajando aquí a punta de mentiras y esperas que me quede viéndote embobada por esa cara y esos ojos y te diga que no importa.

No podía pasar a la ofensiva, pero sí podía defenderse de otra manera.

—Charlotte, soy uno de los mejores desarrolladores que has tenido jamás en esta empresa.

La mujer se puso de pie y la expresión de su rostro hizo que Steve comprendiera que había adoptado la estrategia incorrecta.

—Buen desarrollador, pésimo cerebro, estás en Black & Gold. Esta es una empresa grande, exclusiva, discriminadora, que desarrolla tecnologías absurdamente caras para gente que necesita sentirse importante y tiene el dinero para pagarlo, que realiza caridad por interés y que paga sumas estratosféricas para que las estrellas del pop confíen en nuestros programas y los publiciten solo a un número limitado de usuarios ¿acaso crees que me importa que seas inteligente si en realidad sólo eres un chico pobre con talento?
—Puedo borrar todo mi pasado.
—Me gusta cómo suena eso, pero tendrías que haberlo hecho antes de poner un pie aquí. Firmaste un contrato a través del cual asegurabas tu estrato social, procedencia, bienes familiares ¿Acaso crees que los redactamos para pagarle a los becarios que traemos? No, es porque más allá de los sistemas y programas que desarrollamos, nosotros vendemos estatus y sabemos que por una simple mancha podemos perder un cliente de millones de dólares.
Debería denunciarte y hacer que pagues la multa, pero seré generosa contigo y dejaré que desaparezcas de la faz de este edificio sin desembolsar ni un centavo. El departamento debe estar desocupado mañana antes de las 9.

Si haber sido descubierto en el engaño había sido doloroso para él, la misericordia de Charlotte resultó insoportable; era cierto, podían obligarlo a pagar una multa, y en los 11 meses que había trabajado en esta empresa no había tenido la precaución de ahorrar dinero. De un momento a otro perdió importancia saber cómo es que ella había descubierto la mentira sobre su origen que con tanto cuidado él había creado, lo más probable es que si se trataba de un accidente o de un becario demasiado intruso, la humillación sería aún mayor.
Once meses viviendo a lo grande, organizando barbacoas y fiestas de espuma, pagándole tragos a chicas guapas y luego pagando el taxi después de noches de sexo desenfrenado, comprando ropa cara, relojes y teléfonos celulares. Cuando llegó al ascensor, rogando que nadie más en el edificio supiera lo que estaba sucediendo, sintió pánico.

—Maldita sea.

Mientras el ascensor bajaba, revisó el estado de su cuenta personal a través del teléfono: 5271 dólares era la última suma que tenía registrada, pero no pudo realizar ninguna operación; el cajero automático se burló de él sin piedad unos momentos después, al mostrar una leyenda en pantalla que indicaba que la tarjeta insertada se encontraba fuera de operaciones; ni siquiera hizo el intento de ir a una oficina, supuso que la ira de Charlotte había cerrado su cuenta, borrando con ella el escaso de dinero del que habría logrado disponer. Entró a un bar y se tomó una cerveza de un solo trago, aún sintiendo que la sangre no circulaba por sus venas.
Estaba perdido, sólo tenía en su poder lo que estaba en el interior del departamento, y tenía menos de 24 horas para salir de ahí.
Vendió el reloj en una casa de empeño y obtuvo dinero suficiente para conseguir un camión en donde poner su ropa, los muebles y electrodomésticos; el conserje no le preguntó de qué iba todo eso y fue lo mejor, lo más probable era que ya lo sabía. Para el final de ese día estaba instalado en un departamento pequeño y desagradable, con una pila de muebles en un costado y una cama demasiado grande en el otro. Cuando sonó el teléfono y vio quién estaba llamando, comprobó que en la vida, de hecho, las cosas siempre pueden empeorar.

—Lo siento cariño, de verdad no puedo con esto.

La voz quebrada de su madre fue todo lo que escuchó antes de sus sollozos; quién habló después fue el doctor Aschmeier, un antiguo amigo de la familia que con su característica voz ronca por causa del uso excesivo de cigarrillo, le explicó de manera sencilla y clara lo que había sucedido con su padre. Lo había atrapado un grupo de mafiosos de poca monta y realizaron en él una serie de torturas con el objetivo de hacerlo desistir de una denuncia en su contra: le rajaron la espalda con un cuchillo curvo, y aunque fue un milagro en palabras del propio doctor, que no quedara parapléjico, las secuelas habían sido graves. Steve hizo una mueca al recordar que la fecha en que ocurrió el ataque, 2 meses atrás, coincidía con una noche en la que él estaba en el balcón de su antiguo departamento mirando las luces de la ciudad mientras penetraba a una rubia de la cual ni siquiera sabía el nombre, una rubia de unos pechos deliciosos que se bamboleaban al ritmo incesante de sus movimientos.
Los últimos dos meses los había pasado internado en el hospital de Gotham, pero desde luego, los recursos estatales no eran infinitos y le fue dada el alta, tras lo cual se le envió a su casa con un listado de medicamentos y tratamientos que desde luego su nivel de ingresos no podía permitir. El doctor le explicó con la misma claridad objetiva de un profesional, que su madre no podía hacerse cargo de él, ya  que ahora mismo ella estaba pasando por un estado depresivo severo. Necesitaba en que su único hijo los ayudara.

Gotham. Dos días después.

Steve no odiaba a sus padres, pero siempre había sentido una especie de compasión hacia ellos. Él con esa empresa pequeña de refacciones para automóviles, y ella como una clásica ama de casa de los 50, ambos tan clásicos, tan correctos y desde siempre para él tan mediocres: se quisieron casar, quisieron tener un hijo y una casa, y se contentaron con ser ciudadanos correctos que tenían lo suficiente para vivir con tranquilidad y sin mayores aspiraciones. Desde pequeño a él lo hizo sentir enfermo ese conformismo, de modo que cuando le dijo a su padre que liquidara la empresa para que él tuviera los recursos para irse a New York y hacer allí la preparatoria y universidad, no le extrañó en lo absoluto que el vendedor de refacciones le dijera que eso era algo que no podían permitirse, que si quería ir a la universidad, lo haría en la estatal y trabajando medio tiempo para ayudar a pagar los estudios.
A los 14 años se fue de su casa sin tomar en cuenta la tristeza de su madre y la decepción de su padre, y a partir de ahí convirtió su vida en una mentira, se inventó un pasado prometedor y se las ingenió para encontrar los trabajos correctos dirigidos por gente incauta a la cual pudo quitarle el puesto. Los últimos dos años de preparatoria los vivió en un departamento mugriento mientras todos sus compañeros creían que era un joven adinerado cuyos padres estaban en el extranjero, y comprobó que vivir a lo grande abría puertas, y ser inteligente como él lo mantenía adentro de los sitios correctos. El empleo en Black & Gold era lo más sorprendente que podía esperar conseguir a los 25 años, de modo que al recibir aquella llamada se convenció de que la humillación que acababa de sufrir sería solo un accidente; con su padre incapacitado, podría tomar el control de la empresa familiar, liquidarla, pagar una casa de reposo para él y quizás también para su madre, y utilizar el dinero y sus conocimientos para fundar algo propio, algún proyecto con uno de sus conocidos fuera de la empresa. Charlotte podía haberse deshecho de él y arruinado su presente, pero por su mismo afán de protección de la empresa no se atrevería a revelar nada de esa historia, de manera que él podría hacer el negocio que quisiese y luego aparecer en una de sus fiestas lujosas a burlarse de ella.

Cuando llegó a Gotham al día siguiente comenzó con el pie izquierdo, ya que pretendía aparecerse por la mañana y no fue sino hasta la noche que lo logró;  el panorama que se encontró en la incipiente oscuridad era tal y como el doctor Aschmeier se lo había dicho antes: su madre no había podido con la tristeza de lo que había pasado y se encontraba en una institución psiquiátrica, intentando recuperarse luego de la crisis de nervios que casi había acabado con su vida. Su padre en efecto se encontraba solo en casa y dado de alta, pero el hombre a quien Steve había conocido se había ido para siempre.
 Más allá de las heridas físicas, los delincuentes habían hecho algo que había metido en su mente un horror tan grande que llegó a convertirlo en una especie de animal; tan pronto lo vio intentó ahorcarlo, diciendo una retahíla de incoherencias acerca de unos animales que le habían hecho daño. Steve sólo pudo sentirse tranquilo cuando lo encerró en su cuarto, pero su primera noche de regreso en Gotham después de 10 años fue muy difícil de sobrellevar con los constantes sollozos y súplicas de perdón de parte de un hombre que, ya viejo y superado por las heridas causadas, le decía de manera alternativa que sólo cuando estaba solo y encerrado podía encontrar algo de paz, y que necesitaba que lo dejaran salir para poder destruir a todos los monstruos. Como si de pronto su progenitor hubiese sido intercambiado por una persona aquejada de esquizofrenia.
Al día siguiente y con el objetivo aun claro en mente, Steve fue hasta las instalaciones de la empresa de refacciones de su padre, consciente de que no obtendría nada intentando razonar con él en el estado en que se encontraba.
Se encontró con las instalaciones cerradas y convertidas en una bodega, y cuando de manera desesperada dio el siguiente paso en la asociación de comercio de Gotham, se encontró con que la empresa había sido disuelta 6 meses atrás ¿qué diablos era lo que su padre había hecho? volvió a la casa de sus padres enfurecido, frustrado y sin entender lo que había sucedido; entró hecho un huracán y una vez dentro del cuarto de su padre, se olvidó de los males que le afectaban y lo tomó por los hombros, empujándolo contra la pared.

— ¿Qué es lo que hiciste? dime qué fue lo que hiciste con la empresa.

Para su sorpresa, el hombre se derrumbó y comenzó a llorar con desconsuelo.

—Lo siento hijo —dijo entre sollozos—, yo sólo… solo… quería hacerte el regalo que tú querías,
que…

Durante un eterno segundo Steve no supo qué pensar. ¿Regaló, había liquidado la empresa para comprarle algo? Un departamento o un auto serían útiles, pero si habían pasado 6 meses tal vez las cosas no habían salido bien o de lo contrario alguna seña en la casa se lo habría indicado, o por último habría tratado de comunicarse con él, para congraciarse después de no acceder a apoyarlo en la meta de lograr su futuro.


— ¿A qué te refieres?

El hombre quedó sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, las mejillas mojadas de lágrimas, un costado de la cara grotescamente manchado por saliva que había escapado de su boca. Despeinado, con barba de tres días y llorando como un niño, era la viva imagen del patetismo.

—Yo sólo quería… que estuvieras orgulloso ¿recuerdas que dijiste que querías uno, que lo querías?
— ¿Qué cosa?
—Pero era más dinero del que podía conseguir, el negocio no había estado bien los últimos tiempos. Así que cuando aparecieron estos hombres y me ofrecieron el trato, les dije que sí.

Sintió una puntada al centro del estómago; eso no era en New York, era Gotham; los términos hombres y trato sólo podía significar una cosa.

—Eran traficantes de armas.

Su padre no respondió la pregunta, pero el estremecimiento que tuvo le dijo con toda claridad que así era.

—No me importó lo que estaban haciendo, me dije que las cosas iban a ser así de todas maneras, pero cuando mataron a ese chico yo… no lo pude aceptar…

La depresión de su madre no había comenzado con el ataque, pensó para sus adentros. Todo eso venía de antes, desde hace 6 meses.

—Sólo quería que pudieras estar orgulloso de mí —dijo su padre con un hilo de voz— ¿recuerdas que dijiste que querías un GT?

El modelo de auto que le había pedido como segunda opción cuando se negaron a lo de la universidad. Un automóvil caro, que incluso con el sueldo que había tenido hasta el mes anterior habría tardado varios meses en conseguir.

—Quería darte tu regalo —dijo mirándolo con los ojos inundados en lágrimas— pero ahora no tengo nada, sólo tengo miedo. Perdóname.

Steve observó a su padre.
Su madre había entrado en depresión, su padre había vendido la empresa y había arriesgado su vida haciendo tratos con maleantes, para hacerle un regalo que él había pedido por capricho 10 años atrás.

—Perdóname papá.

Lo tomó por los hombros, lo obligó a levantarse y lo empujó contra la pared, mirándolo con ojos llameantes.

— ¿Con quién hiciste ese trato?

El hombre se estremeció aún más. No había intentado hacer una denuncia, él estaba de acuerdo con los delincuentes, hasta que ellos traspasaron una línea que no podía permitir, lo que desencadenó los hechos que ya conocía. Por eso el doctor no mencionó por teléfono nada sobre la empresa ni sobre el procedimiento judicial, porque jamás lo hubo.

—Por favor no…no me hagas recordar…

Sin embargo Steve siguió, implacable.

—Esa empresa iba a ser mi herencia, dijiste que sería mía cuando tú murieras ¿Y la regalaste a cambio de nada?
—Por favor…
—Regalaste mi dinero, mi patrimonio para el futuro ¡Acaso eso es amar a un hijo!
— ¡Por favor! —rogó entre sollozos— Por favor perdóname, no hay nada que yo pueda hacer…

Steve lo zarandeó, y con fuerza volvió a presionarlo contra la pared, sin importarle los jadeos y el llanto entrecortado que estremecía al viejo; atravesaría la muralla con él si era necesario para saber la verdad.


—Dime quién es, dime con quien hiciste esos tratos.
—No puedo, no puedo recordar —gritó su padre en un arranque de terror— Sus colmillos en mi garganta ¡No puedo!
— ¡Vas a decírmelo! —gritó Steve por encima de sus llantos— Esa gente se quedó con la empresa que les regalaste, y voy a recuperarla como tú no fuiste capaz. ¡Dime de quién se trata!

No podían ser criminales de alta; no era una zona importante de Gotham, y aunque lo fuera, los criminales importantes de verdad no dejaban testigos con facilidad. Quien le había causado esas heridas era parte de una banda menor y, por lógica, más fácil de acceder.

—Hijo…
— ¡Dímelo, o los encontraré y los traeré ante ti!

Su padre abrió los ojos desmesuradamente; la amenaza, fútil por cierto, surtió efecto, porque después de un eterno segundo, el viejo habló, con apenas un susurro por voz.

—Ellos dijeron que eran…
—Dilo.
—Dijeron que trabajaban para El amuleto.

Steve soltó a su padre y lo dejó derrumbarse en el suelo. El amuleto era el típico apodo que tenía un delincuente con algo de dinero, muchas agallas y una banda de tarados violentos drogadictos para seguirle. El tipo de sujeto que prestaba servicios para The penguin o cualquier otro villano más grande.
Un peón en el tablero.

Llevaba diez años fuera, tenía que averiguar de quién se trataba, dar con él y recuperar lo que era suyo. ¿Quién era el principal traficante de armas, el principal dealer? Eso cambiaba con regularidad, porque mientras el Murciélago se dedicaba a capturar dementes, siempre había otro dispuesto a pasar el riesgo. Tendría que informarse, hablar con algunas personas adecuadas y descubrir a quién buscar, para poder inmiscuirse y saldar cuentas con él; por un momento tuvo el impulso de arrojarse contra su padre, de hacerlo temblar otra vez de miedo, por haber perdido el patrimonio que necesitaba para su futuro, decirle que si hubiera hecho caso a su petición diez años atrás, él no sólo seguiría teniendo su trabajo y el departamento, sino que no tendría que estar allí ensuciándose las manos con un pasado que no quería revivir.
Haría las averiguaciones, encontraría la forma de recuperar lo que le pertenecía, y después dejaría Gotham para siempre. Pero primero, tenía que visitar a su madre, ella de seguro no sabía nada importante que pudiera aportar, pero apelando a su compasión maternal, podría obtener datos detallados de la vida en esa ciudad y, a través de eso, poder fundirse en esas calles que al llegar unas horas antes, le habían parecido tan extrañas y distantes.
Salió de la habitación y cerró con pestillo. Necesitaba mucha información, pero de momento, despejarse era una prioridad, ya podría utilizar la rabia para mejores propósitos. Se desnudó y sacó de la maleta una sudadera, se puso unos jeans viejos y botas de estilo militar para dejar de parecer un niño rico venido a menos y, más ambientado al lugar en donde se encontraba, a esas paredes viejas y el olor a desinfectante de ambientes, decidió salir a tomar un poco de aire.
Afuera encontró, casi sobre el tapete con el ridículo texto “Bienvenido” un animal muerto; era un perro, le habían rasurado el pelo de todo el vientre, y lucía una cara de ojos desorbitados y una línea de sangre alrededor del cuello. Lo habían degollado sin compasión. Le tomó un largo instante notar que la sangre en el vientre no era fruto de una herida, sino que habían escrito con ella, como si de un tatuaje macabro se tratase. La letra era clara, de una caligrafía casi admirable.

“El bebé está intranquilo. Tu esposa no estará para siempre en el hospital”

                                     


Próximo capítulo: No olvides la canción de cuna


Por ti, eternamente Capítulo 21: Condena y sangre




Cuando despertó, Víctor no recordaba nada, pero tampoco tenía la más mínima noción del lugar en donde se encontraba, o siquiera si estaba despierto o aún dormido.

A su alrededor solo había murmullos ininteligibles.

Sintió que algo lo abrumaba, y así fue como, con el pasar de los minutos, fue un poco más consciente, aunque aún estaba en un limbo entre la conciencia y la inconciencia.
Se sentía como bajo el agua, con los oídos tapados, la nariz obstruida, y los ojos aún cerrados; ¿qué había pasado, por qué sentía todas esas extrañas sensaciones? ¿acaso estaba teniendo una pesadilla? Su mente no funcionaba correctamente y de algún modo lo sabía, pero a la vez, esa misma sensación lo mantenía atrapado, ahogado, inmovilizado, inútil.

Entonces abrió los ojos.

Fue muy lentamente, luchando desde algún rincón de su ser con esa extraña somnolencia, que consiguió levantar los párpados, tratando de enfocar la vista en algo, de dejar el mundo de sombras y volver a la luz del día o a la oscuridad de la noche, donde fuera que estuviese. Lo primero que pudo ver fue una neblina, una cortina borrosa enfrente, que fue disipándose con lentitud, para luego dar paso a un panorama que no podía entender, pero que de alguna manera se le antojaba críptico y tortuoso; todo era contrastes, de sombras delante de luces, danzando sin sentido, sombras alargadas, como líneas algunas, otras como humanoides con muchos brazos y piernas, sin rostro, solo observando a lo lejos o a una distancia indeterminada, moviéndose a ese raro ritmo, mientras la luz, semi oculta tras ellos se mostraba tímida, con destellos que resultaban igual de inquietantes. Luego apareció el sonido, como si sus oídos hubieran recuperado la capacidad así nada más, de golpe, siendo invadidos por ese murmullo que creyó estaba ocurriendo solo en sus sueños; otra grotesca situación, un ingrediente más para la danza, como si de algún modo ambas cosas estuvieran conectadas, las informes formas moviéndose al ritmo inconstante de los murmullos, o los murmullos saliendo de ellas ¿qué era lo que estaba pasando?

—Mmppf...

Trató de murmurar algo, de abrir la boca siquiera, pero solo consiguió emitir un sonido ahogado y extraño, casi tanto como los murmullos que escuchaba. Solo entonces, al hacer el esfuerzo de hablar, algo se activó en su cerebro, y comenzó a procesar la información que a oleadas llegaba visual y auditivamente; poco a poco lo que veía comenzó a tener algún sentido, pero a pesar de saberlo, no podía identificarlo, el sopor que lo apresaba todavía ejercía el influjo sobre su ser, mas no se detuvo, siguió, casi inconsciente, tratando de identificar algo, de mover los ojos en derredor, y de hacer algo, lo que fuera.

Y en ese momento el tacto volvió a su ser, despertando de esa somnolencia que lo había atrapado hasta entonces, y despertándolo también a él, pero recuperar ese sentido fue lo peor desde que abriera los ojos, porque el dolor hizo que su mente recordara también todo lo que había ocurrido hasta entonces. Las imágenes se agolparon violentamente en su mente, pasando frente a sus ojos, vívidas, acompañadas de los sonidos que también lo golpeaban; recordó su miedo, las amenazas, el llanto de Ariel, su huida, los gritos de Armendáriz, y esos policías con sus armas, y no solo eso, también recordó el enfrentamiento, el disparo, la voz de Magdalena antes de morir, y su miedo, todo su miedo.

—Ahggg...

Solo pudo balbucear un quejido, aunque no representaba en lo más mínimo lo que estaba sintiendo; el dolor parecía expandirse a cada momento que se hacía más consciente de lo que pasaba, recorriendo su cuerpo y golpeando sus sentidos, directamente desde el interior. De a poco comprendió que era en realidad lo que estaba viendo, aun entre nieblas, y descubrió que las sombras que de movían de esa manera irreal no eran más que ramas, ramas y hojas que se mecían entre el murmullo de la niebla, mudos testigos de lo que estaba sufriendo.

Había caído mientras trataba de escapar de la policía, pero al ser inesperada, la caída también se convirtió en una trampa casi mortal; en esos momentos, Víctor estaba tendido, inmóvil, sobre un cruel colchón de ramas y espinas, el que sin embargo le había salvado la vida. El descenso fue veloz e inevitable, pero en determinado punto la espesura de las ramas frenó el avance, haciéndolo chocar con una serie de ramas, hasta que de manera providencial terminara chocando de espalda contra un firme entramado natural de ramas, lo suficientemente añoso e inexplorado como para resistir el peso del hombre y la fuerza de la caída. Y Víctor había quedado ahí, inconsciente, tendido con la espalda atascada, acuchillada por decenas de ramas y espinas, las que durante los últimos minutos le habían arrancado hilos de sangre, que corrían hacia la vegetación como prueba de su dolor; de alguna manera había logrado sobrevivir, pero en esos momentos las espinas que lo salvaran eran también una nueva amenaza para su ser. Hacia el lado izquierdo solo veía sombras, hacia el derecho, árboles y luces a medias; entonces algo más se abrió paso entre el dolor y el golpe emocional que estaba sufriendo, algo que remeció no solo sus oídos, sino también su alma, hasta lo más profundo, y eso fue el llanto de Ariel.

—Aahh...

Intentó murmurar su nombre, pero el dolor aún se lo impedía. Pero estaba ahí, estaba llorando, tenía miedo, y como las veces anteriores, necesitaba de él; sin embargo parecía no tener fuerzas ¿cómo iba a ocuparse de él si no podía moverse, si sentía que la fuerza era reemplazada por dolor?

—Ariel...

Apenas susurró su nombre, haciendo un esfuerzo nuevamente. Pero no sabía en dónde estaba, tenía que moverse, tenía que encontrarlo, de la manera que fuese. Haciendo acopio de fuerza, Víctor luchó contra el dolor, y obligó a su cuerpo a moverse, moviendo con ello la cabeza, y en ese instante fue que sintió como se le volcaba dentro del pecho el corazón; Ariel estaba ahí, sobre su pecho, sostenido bajo el brazo derecho, milagrosamente intacto, apoyado contra él, completamente indemne, lejos de las heridas que poblaban el cuerpo del hombre, recostado, llorando por el miedo que de seguro lo había embargado durante los últimos minutos. Su llanto era constante, pero también ahogado, seguramente porque la angustia lo había debilitado muchísimo mientras él seguía inconsciente; verlo fue un bálsamo para sus heridas, un calmante que alivió, al menos de manera pasajera, la tortura que estaba sufriendo, pero si recordar todo lo pasado había sido un golpe y descubrir en donde exactamente se encontraba acentuado su sufrimiento, tener conciencia del milagro que estaba en su diestra, sujeto contra su pecho, consiguió atormentarlo aún más, sin embargo de lo cual sabía que algo se anteponía a cualquier otra cosa.

—Tranquilo...

Su susurro no iba a ser suficiente, pero tenía que continuar, y al menos intentarlo una vez más. Dejó caer la cabeza hacia atrás, para concentrarse en hablar, aunque la sangre en el paladar seguía sintiéndose rara y ajena.

—Tranquilo Ariel...

Volvió a repetirlo un par de veces más, y extrañamente el llanto del bebé comenzó a ceder, alertado por una voz conocida que se esforzaba por transmitirle calma. Al cabo de unos momentos el llanto cedió.

—Ariel...

Estaba atrapado, en el fin de todo, en un estado en que no solo tenía heridas físicas, sino que también mentales, las que parecían haberse llevado su fuerza por completo.

—Parece que esto fue una mala idea desde el principio —murmuró en voz baja—, Ariel...perdóname, no pude cumplir la promesa que le hice a tu madre, a Magdalena...le prometí que iba a cuidarte y a mantenerte a salvo de su familia y de quien quisiera hacerte daño, pero ahora siento que no tengo fuerzas...la policía va a llegar en cualquier momento, a ti te llevarán con la familia De la Torre y yo...no sé qué es lo que me va a pasar...

Se quedó sin palabras, sin llegar a comprender la magnitud de lo que estaba ocurriendo, pero sintiendo en su interior el dolor de las heridas, casi tanto como la frustración del fracaso en el que estaba sumido.
Pero cuando toda esperanza parecía abandonarlo por completo, ocurrió algo totalmente inesperado; el pequeño Ariel alargó una de sus pequeñas manos, y se acercó más a él, lo suficiente para rozarle la mejilla, y dejar sobre la piel su piel mientras lo miraba con esa inexplicable intensidad.

—Ariel...

Lo miraba igual que desde el primer momento, con fijación, casi como queriendo explorar sus sentimientos a la vez que con su manito le tocaba la cara; qué confianza, qué incorruptible sentimiento dedicado a quien lo mantenía consigo, nada de eso podía ser casual.

—Ariel... ¿por qué sigues confiando en mí?

No hubo respuesta, pero la mirada del pequeño seguía ahí, entregándole la misma seguridad de antes, fija en sus ojos como si nada hubiera cambiado.

—Tengo...tengo que...

Algo en su interior le dijo que debía seguir, que aún no era el momento de rendirse, de modo que el hombre volvió a moverse y le pidió a su cuerpo un nuevo esfuerzo, para salir del colchón de hojas y espinas que hasta ese momento lo había mantenido atrapado.

—Tengo que...

Casi no podía hablar. En un principio las espinas y ramas ofrecieron resistencia, y el dolor aumentó al tratar de quitarse de esa superficie, pero no se detuvo, rogando que funcionara y pudiera moverse. Después de unos momentos de intentarlo consiguió tener la energía suficiente, y se arrancó a si mismo del lugar en donde estaba, cayendo semi sentado en el suelo. Respiró lo más intensamente que pudo, tratando de absorber algo de aire puro, o lo que fuera que pudiera animarle, mientras mantenía en los brazos al pequeño niño.

— ¿Que dices? —murmuró en voz baja— ¿crees que deberíamos seguir avanzando?

Volvió a mirarlo a los ojos, y se encontró otra vez con la fija mirada del bebé, diciéndole sin palabras que todo estaba bien, o al menos lo estaría mientras estuvieran juntos. Así fue como Víctor tuvo la fuerza para volver a ponerse de pie, y volvió a caminar.



Próximo capítulo: Las esperanzas se pierden.