Por ti, eternamente Capítulo 18: Fin del camino



Ignacio Armendáriz corría a toda velocidad en las cercanías de la zona donde había presenciado las consecuencias del accidente en la ruta, mientras su corazón latía violentamente; tenía la poderosa sensación de que las cosas estaban yendo de mal en peor, pero la presencia de Segovia en la camioneta de los periodistas antes del choque no significaba nada a primera vista. Por otro lado, las misteriosas huellas del vehículo que se alejaban de la ruta en esa dirección eran preocupantes ¿Acaso Segovia siempre había tenido un aliado y solo esperado el momento indicado? La perspectiva resultaba nefasta, pero en ese momento dependía solo de él mismo, ya que era el más cercano a la zona; sabía que el equipo que había solicitado llegaría muy pronto, pero no podía perder ni un solo segundo.

—Oh cielos...

Una nueva escena se desplegaba a su vista; un automóvil blanco, estacionado cerca de los árboles, y tres hombres tendidos en el suelo.

—No, no puede ser...

Con el corazón azotando con violencia su pecho, el policía se acercó más a la escena que se desplegaba a sus ojos, aunque ya desde unos pasos antes sabía lo que estaba pasando.

—Maldición.

Las cosas se habían salido por completo de control; lo que estaba viendo en esos momentos estaba más allá de toda idea previa que pudiera haberse hecho, pero ¿Quién realmente era Segovia, quién era en el fondo esa persona que en apariencia solo era un desconocido que tenía un bebé en sus brazos por razones desconocidas? Desde casi un principio había sospechado que había algo extraño, y por eso tenía algunos efectivos investigando a la familia, pero nunca creyó que las cosas llegaran a ese punto. Tenía el revólver en la cartuchera, y supo que muy posiblemente lo usaría pronto, aunque esperaba en primer lugar encontrar al tipo, y recuperar al niño sano y salvo.
2

Víctor corría lo más rápido que podía por entre los árboles y la maleza, con el bebé en sus brazos y la mochila a la espalda, pero ya después de varios minutos de intensa carrera, la adrenalina estaba decreciendo y los efectos de todo lo sucedido antes comenzaba a sentirse.

—Tranquilo bebé...tranquilo...

Ariel había calmado sus llantos, pero todavía se mostraba inquieto en sus brazos, removiéndose y gesticulando constantemente.

—Tranquilo...todo está bien...

Tuvo que dejar de correr, exhausto, y siguió caminando a paso más lento. Los golpes que había recibido en el enfrentamiento luego del accidente de los periodistas estaban haciendo mella en su cuerpo; se extendía un incipiente bosque ante su ojo derecho, pero nubes y oscuridad ante el izquierdo, de seguro porque los golpes en la cara habían profundizado la herida por la pelea anterior con el policía, aunque eso no era lo único, porque tenía lesiones y magulladuras en el torso y en los brazos.

—Tranquilo bebé, tranquilo...

En un momento se detuvo, porque el cuerpo ya no le permitía continuar avanzando.

—Estoy tan cansado...

Aunque resultara sorprendente, la visión cada vez menor por el ojo izquierdo era lo que menos le preocupaba en esos momentos, porque los golpes le habían quitado las fuerzas y la descarga de energía producto del enfrentamiento con los delincuentes lo había debilitado por completo; aún le zumbaban los oídos, haciendo que escuchara todo lo que pasaba alrededor, pero además de eso un sonido extraño y ahogado que no lo dejaba en paz.

—Estoy tan cansado —dijo en voz baja— no entiendo quiénes eran esos hombres, qué es lo que pretendían hacer...perdóname, ellos nunca debieron haberte golpeado, pero yo los alejé de ti, no voy a dejar que te hagan daño otra vez...

Sus palabras se diluyeron un momento; sentía dolor en muchos puntos en el cuerpo, sangre y tierra en la boca, heridas en los brazos, pero sabía que de alguna manera, el miedo estaba complotando en su contra, de modo que tenía que evitarlo, seguir funcionando o al menos hablando para no caer en completa oscuridad. De pronto notó que estaba de pie cerca de un árbol, y que la mochila estaba en el suelo ¿En qué momento la había dejado caer?

—Lo siento, yo...estoy tan cansado, pero tengo que seguir, esos hombres deben estar cerca todavía, y no puedo permitir que me encuentren otra vez...tengo que alejarme de aquí, solo hace falta un poco más, un poco más...

Sabía que tenía que moverse, pero su cuerpo amenazaba con dejarlo ahí; volvió a mirar al pequeño en sus brazos, que por primera vez no lo miraba fijamente, sino que de manera errática, angustiado igual que él por lo que estaba sucediendo, sin dejar de moverse inquieto ¿Qué cosas pasarían por su mente en esos momentos?

—Segovia.

La voz de Armendáriz se dejó escuchar fuerte y clara en medio del bosque; el policía había detenido sus pasos luego de extensos minutos de carrera incesante, al encontrar algunas pistas frescas en el lugar; realizando un rastreo rápido encontró huellas recientes, algunas ramas y hojas rotas, lo que explicaba claramente que Segovia o alguien había pasado por ahí hacía muy poco. Pero aunque aún no llegaba a él, algo en su ser le indicaba que estaba en el lugar preciso, que al fin terminaría con toda esa locura.

—Puedo sentirte Segovia —exclamó el oficial con decisión— ¡Sé que estás aquí!

A no muchos metros de distancia, Víctor permanecía tras un gran y añoso árbol, con el bebé muy cerca de su pecho, sintiendo el corazón golpeando con furia ante la voz de ese hombre, la misma que de manera amenazante lo había perseguido en el auto aquella mañana que parecía ya tan lejana.

—No puede ser... —murmuró con voz temblorosa—, es ese policía...

Armendáriz estaba por completo inmóvil entre los árboles y la maleza; sabía que estaba ahí, lo sentía en los nervios, en el estómago, sabía perfectamente que estaba ahí, no muy lejos, entre alguna planta o detrás de algún árbol, y tenía que seguir hablando, mientras descubría las claves que le faltaban, mientras encontraba la ruta más correcta para capturarlo; solo necesitaba saber que el bebé estaba bien todavía.

—Todo terminó Segovia —sentenció con voz clara—, toda ésta locura tiene que terminar.

Víctor abrazaba contra su pecho al bebé, sin notar que, dentro de todo, conseguía mantener la cordura suficiente para no apretarlo más de la cuenta; la voz del policía se escuchaba cerca, pero aún no lo suficiente.

—No puedo continuar así —se dijo Víctor mientras tanto, en voz muy baja—, no puedo seguir, tengo que hablar con ese policía; él tiene que ayudarme, tiene que entender que no tuve opción, que tuve que escapar, y él sabrá la verdad cuando esos hombres hablen. Tengo que hacerlo.

Tenía un nudo en la garganta, sentía que estaba en el punto definitivo y que debía confiar, quizás no en ese policía, pero sí en lo que representaba; además ya casi no tenía fuerzas para seguir escapando.

—Sé que estás aquí Segovia, y voy a encontrarte y a llevarte ahora mismo; escúchame, hasta ahora has hecho muchas cosas, pero sabes que lo último que hiciste supera todos los límites.

Víctor estaba aún de pie detrás del árbol, con Ariel en sus brazos, debatiéndose entre lo que había estado haciendo y la posibilidad de terminar con todo; la posibilidad de ser capturado era cada vez mayor, y ese policía estaba aún muy cerca de él, quizás más que antes ¿Qué tanto podría correr en el estado en que estaba?

—Tú eres mi ángel —murmuró mirando a los ojos al bebé— tengo que hacer lo correcto, no puedo arriesgarte; ayúdame, ahora necesito tus alas.

Pero cuando levantó la vista era demasiado tarde para opciones; alrededor de cincuenta metros lo separaban de Armendáriz, quien, todavía inmóvil sobre la maleza lo miraba fijamente, con decisión total.

—No te muevas, ni des un solo paso más.

La voz lo intimidó de nuevo, por la sorpresa, y por la fuerza de su mirada ¿Era de alguna manera distinta o solo era el efecto de la adrenalina y los dolores en el cuerpo?

—Entrégate Segovia.
—Necesito que me ayuden —dijo tratando de sonar menos asustado de lo que estaba—, esos hombres...

Se quedó un momento sin palabras, no sabía cómo empezar. Pero el policía sí.

—Todo lo que tenga que ver con eso lo dirás en el cuartel —dijo, determinante—, ahora entrégate y dame al niño.
—No lo entiendes —replicó con un dejo de desesperación—, esos hombres me atacaron, querían llevarse a Ariel.

Armendáriz estuvo a punto de decir algo más, pero se contuvo; no era personal, no podía ser personal, tenía que concentrarse en lo importante, que sin duda era recuperar sano y salvo al pequeño.

—Dame al niño, no te resistas más.
— ¿Encontraron a esos hombres? Ellos me atacaron, tienen que exigirles que digan la verdad.

Armendáriz avanzaba lentamente, sin quitar los ojos de los de Segovia; sabía que en una situación como esa no contaba con mucho tiempo antes de algún arranque de ira, y con el último antecedente las cosas se ponían cada vez más riesgosas.

—Escucha, te aseguro que tendrás un juicio justo, solo dame al niño y todo estará bien.

Sin embargo en ese momento, hacia el oriente de donde se encontraba Víctor, algo se movió, aunque los árboles no lo dejaban ver que era, pero entendió que se trataba de algo importante porque Segovia se volteó espantado.

— ¡No te muevas!

El grito era de uno de sus oficiales, Mendoza o Arivas.

—Espera —gritó imponiendo autoridad—, no se acerquen, estoy aquí.

Pero ya era tarde. En solo un segundo supo que lo que estaba pasando era una escena de doble reacción automática, donde por un lado el oficial tomaba las riendas de su propio actuar al ver a su objetivo en el punto de la mira, y por el otro el objetivo, es decir Segovia, tomaba una actitud súbita ante la sorpresa súbita, siguiendo el patrón de conducta que había seguido hasta ese momento; nada de lo que dijera en ese momento serviría a tiempo, lo único que podía hacer era correr, a toda velocidad, para evitar que se produjera una desgracia. Reuniendo toda la fuerza de su ser en los músculos de las piernas y el torso, el oficial comenzó la carrera hacia el hombre con el niño en los brazos, intentando disminuir la distancia de alrededor de treinta metros que los separaban mientras él comenzaba a correr hacia el sur.

— ¡No te muevas!

El policía apuntó a Víctor con su arma de servicio, pero con eso solo consiguió asustarlo; automáticamente el joven comenzó a correr hacia el sur, asustado por todo lo que estaba pasando; ese policía solo lo había distraído para poder cazarlo, pero aunque pensara en entregarse, ver cómo le apuntaban a él y al bebé en sus brazos le produjo el mismo temor que los hombres de ese automóvil blanco.

— ¡Aléjense de él, no disparen por ningún motivo!

Armendáriz corría a toda velocidad, sabiendo que contaba con cualquier cosa, menos con tiempo; mientras corría nuevamente hacia el sur, el oficial vio por el rabillo del ojo que más oficiales estaban apostados en puntos estratégicos al norte y al oriente, por lo que era cuestión de tiempo que lo hubieran encontrado aunque él no estuviese presente, pero había dos diferencias fundamentales, la primera, que ellos no contaban con lo último que hiciera Segovia, y que en vista de eso una actitud demasiado fuerte podría producir efectos impensados.

— ¡Segovia, detente!

Mientras corría gesticulaba para detener cualquier esfuerzo de los otros oficiales, y funcionó con los que estaban más cerca, pero Souza, uno de sus más experimentados en trabajo de campo hizo un gesto que aún con la adrenalina le congeló la sangre; lo que estaba indicándole, a lo lejos era peligro mortal, y no provenía de ninguno de ellos.
La vegetación se volvía más y más tupida a cada paso que daban, y esa era la trampa mortal a la que se dirigían todos ellos, de la que Souza le estaba advirtiendo desde lejos, y desde la altura necesaria. ¡Segovia corría directamente hacia un barranco!

— ¡Segovia!

Ésta vez su grito fue de auténtico espanto; en los escasos segundos que estaban transcurriendo desde que volviera a intentar escapar, todo se había vuelto un horrible presagio de los más tremendos temores que pudiese haber tenido antes, pero la experiencia también le decía que en medio del estado mental en que se encontraba, añadido a esto la presión de la aparición de los demás oficiales, Segovia no escucharía razones, y que además seguiría corriendo más por instinto que por astucia,  por lo que resultaba prácticamente imposible detenerlo. Tenía que llegar a él, tenía que detener esa carrera, ya nada importaba, ni el caso ni lo que acababa de presenciar cerca del automóvil blanco,  solo importaba correr, se desgarraría los músculos de las piernas si era necesario, pero no podía permitir que ese hombre siguiera esa carrera desesperada, no podía dejar que un niño muriera, ni en esas circunstancias ni en las que fuese.

— ¡Segovia, para, vas a matarte! ¡Segovia!

Sus gritos podían fallar, pero no la fuerza de su cuerpo, el entrenamiento que había hecho durante años tenía que servir de algo; mientras seguía corriendo tras Segovia pudo advertir que los otros se quedaban quietos, sabían que no podían hacer más, el único que estaba cerca y que tenía alguna opción era él, y no pensaba quedarse de brazos cruzados, tenía que hacer el máximo esfuerzo, y en cada paso le rogó a cada fibra de su  ser que rindiera más, ante el peligro jamás se había rendido, y en realidad, a pesar de su arrojo y valentía, el oficial sabía que no estaba corriendo para detener a un hombre acusado de delitos horribles, ni para cumplir con su trabajo o su deber, estaba corriendo porque había un niño en peligro, y sabía se condenaría por siempre a sí mismo si no evitaba el desastre.

— ¡Segovia!

Gritó con todas sus fuerzas, se exigió un poco más, sin importarle el precipicio que veía a tan solo metros de distancia, oculto entre la vegetación de los ojos de cualquiera que no tuviera el entrenamiento o la concentración necesaria, traicionando a quien fuera que osara pasar por ahí.

Y Víctor esquivó unas matas, dio dos pasos más, y desapareció, tragado por la vegetación.

— ¡Noooo!




Próximo capítulo: En manos de la muerte

Beast wars: Broken spark Capítulo 1: Una nueva apariencia. Parte 1



Zona desértica. Día 1.

Al interior de la nave, todos habían pasado por alto el resto del informe de daños, en cuanto la computadora de navegación comenzó a informar que se trataba de algo grave; de momento, no volverían a volar.

—Rayos, ahora estamos derribados mientras esos predacons están por ahí siguiéndonos.

La voz de Optimus conservaba su tranquilidad.

—Tranquilo Rattrap. Ahora es más importante que entremos a las cápsulas de adaptación, al escáner casi termina de revisar las formas de vida con las que podemos mimetizarnos.

Obedecieron la instrucción, y unos momentos después, Rattrap estaba observando en el reflejo de una de las máquinas, complacido, su nueva apariencia.

—Esto luce realmente elegante.
—No sabes nada de elegancia por lo que se ve —comentó Cheetah mientras flexionaba sus laxos miembros—, lo que yo tengo es velocidad y poder.

A un costado, Rhinox se movía con calma, casi a paso lento, pero cada uno de sus movimientos demostraba la fuerza que tenía, y se viera potenciada por la adaptación.

—Son formas de vida bastante básicas, pero sus apariencias nos servirán.

Optimus salió de su propia cápsula; el gorila era de color negro, los miembros anteriores  fuertes y largos, sin embargo la mirada seguía mostrando la sabia calma que poseía.

—Lo que necesitamos es que estas corazas nos protejan; recuerden que en el planeta en el que hemos caído, las cantidades de energon son tan altas que, de exponernos en nuestras formas androide, quedaríamos fuera de funciones en tan sólo unos minutos.

Rattrap hizo entonces una de sus habituales apreciaciones sardónicas.

—Somos semejantes a formas de vida animal propias de este planeta, esto podría gustarme si estuviéramos en un museo en Cybertron pero, lo que me pregunto es ¿Quiénes son nuestros depredadores?


2

Zona rocosa. Día 1
Megatron fue el primero en reaccionar, y tan pronto lo hizo, puso en funcionamiento el escáner móvil, y lo envió a inspeccionar la zona.

—Computadora ¿estamos en el planeta correcto?
—Afirmativo.

El líder de la nave soltó una risa sarcástica.

—Excelente, todo marcha de acuerdo al plan.


Al mismo tiempo, en un rincón de la nave, Dinobot pasaba de modo bestia a robot y observaba con desdén el disco dorado.

—Megatron es un líder incompetente —dijo para sí— no sólo falló en destruir a los maximals, sino que además no pudo utilizar el puente transwarp para llevarnos al planeta correcto. Esto no es la Tierra. Sin embargo, los predacons son superiores en número los maximals y ambas naves cayeron en este extraño planeta, pude ver cómo ellos también caían aquí; para poder derrotar al inútil de Megatron, necesito tener un ejército bajo mis órdenes, y ya sé dónde conseguirlo.

Arrojó el disco dorado a un costado, tras lo cual abrió una compuerta lateral y salió al exterior; un paisaje rocoso y abandonado era lo que lo esperaba del otro lado, algo difícil para esconderse, pero suficiente para correr a toda velocidad y perderse de vista.

—Estamos en el planeta correcto —dijo mientras tanto Megatron para sí mismo—, y la cantidad de energía que hay disponible rebasa todas nuestras expectativas, de modo que los predacons tendremos para nosotros todo el energon que necesitamos para conquistar las galaxias. Tarántula, Scorpicon, Waspineitor y Terrorsaur, vayan a buscar la nave estrellada de los maximals, localicen a cada uno de ellos y destrúyanlos, esos malditos maximals tienen la costumbre de ser muy difíciles de eliminar, así que no creo que un simple golpe los haya vencido.
—Cumpliremos tus órdenes —respondió Scorpicon.
—Eso es lo que espero, no necesito otro desertor ni mucho menos un inútil. Tráiganme sus cabezas en la punta de una lanza, también la de ese cobarde de Dinobot, si lo ven de camino.

3

—Estamos perdidos en la mitad de la nada, esto no va de acuerdo al plan.

Rattrap estaba reclamando acerca de la situación en la que se encontraban mientras descendía por la plataforma hacia el exterior de la nave; Rhinox, en tanto, estaba revisando diversos materiales y maquinaria, para descartar aquella que no se encontrara en buenas condiciones.

—Cállate —le dijo Optimus severamente—. Aunque originalmente no éramos un grupo de combate, nos enviaron a tratar de detener a Megatron porque se trata de un peligroso delincuente; recuerda La gran guerra que hubo en el pasado, si él consigue la cantidad de energía que quiere, podría volver a comenzarla.
—Oh pues disculpe señor…

Optimus se acercó a él y en un movimiento rápido  lo tomó por el cuello.

—Dije que te callaras. Mientras tú te quejas por cualquier tontería que sucede a tu alrededor, las vainas que lanzamos antes de estrellarnos están perdidas en algún punto de la atmósfera de este planeta, nuestros compañeros nos necesitan y están mucho más cerca de la muerte que tú, a menos que quieras que te arroje por el precipicio y termine con tu amargo sufrimiento.

Rattrap no dijo nada durante unos momentos hasta que la amenazadora mirada del líder lo convenció.

—Está bien, no diré nada. Vamos a morir —añadió en un susurro.
—Tenemos que estar atentos indicó Optimus—, el informe de robo del disco dorado que nos enviaron decía que en la nave se encontraban seis predacons, y presiento que vamos a encontrarnos con ellos muy pronto.

4

Scorpicon avanzaba rápidamente valiéndose de sus ocho ágiles patas en modo alterno. Le había parecido ver a la distancia algo de movimiento, quizás humo, y eso podía significar que los maximals estaban muy cerca.

—Con un buen premio voy a ganarme el aprecio total de Megatron —murmuró para sí mismo—, y en las actuales circunstancias no es de extrañar que sea necesario.

Traspasó un muro natural de rocas, y tuvo en punto de vista un sector desértico antecedido por un gran prado; más allá podía ver una serie de piedras altas como una formación moldeada por siglos de vientos y lluvias, y entre ellas una figura que se parecía mucho a la nave de los maximals.

— ¿Te perdiste amiguito?

Scorpicon dio un respingo al escuchar la voz rasposa, lenta y susurrada como una amenaza letal; Dinobot apareció frente  a él, a muy poca distancia.

—Eres tú ¿qué es lo que crees que haces?
—Al parecer lo mismo que tú, encontrar a los maximales.

Scorpicon agitó las poderosas tenazas en gesto de reprobación.


—Traidor, eso es lo que eres, abandonaste la nave tan pronto como nos estrellamos.

Tendría un punto extra por eso, de aquello estaba seguro. Pero contra ese sujeto, lo mejor era ir con cuidado.

—No soy un traidor —replicó el otro sin disimular que estaba disfrutando con el nerviosismo del otro—, sólo es…que tengo otra forma de poner en práctica los planes.

Scorpicon sospechó de la tranquilidad de Dinobot, y decidió no esperar más.

— ¡Aterrorizar!

Una vez activado el comando de voz, el escorpión pasó a modo robot, y de inmediato desplegó el cañón lanzamisiles en una de sus tenazas; sin embargo, Dinobot también se transformó, y utilizando la espada giratoria, desvió la tenaza, lo que le permitió acercarse a su oponente.

—No te conviene ser mi enemigo, pero tampoco podrás ser mi aliado.

Scorpicon no alcanzó a reaccionar a tiempo para esquivar el golpe. La espada atravesó su torso, pero no contento con eso, el velociraptor accionó el mecanismo característico, que la hizo girar durante un instante sobre la base, como un taladro de gran potencia. De inmediato la soltó, sujetando ambos brazos de su oponente.

— ¡No lo hagas! —suplicó el otro, desesperado ante el artero ataque—. No me mates, haré lo que quieras.

Dinobot sonrió maléficamente, tenía bajo su control al enemigo, y podía ver con total claridad el temor pintado en sus sensores ópticos. Pero su objetivo era mucho más importante que la misericordia.

—No voy a matarte, camarada —susurró con goce—, de momento no me sirves muerto, eres mucho más valioso así, inmóvil pero capaz de gritar.



5

— ¿Qué fue eso?

Cheetah fue el primero en escuchar el sonido a no mucha distancia; todos sus sentidos se pusieron alerta.

—También lo escucho.
—Son gritos —dijo el felino—, estoy seguro de que lo son.
— ¿Qué nos importa? —intervino Rattrap— Lo mejor que puede pasarnos es que alguna de las extrañas bestias de este lugar esté devorando a uno o dos predacons, eso sería en verdad un premio.

Optimus afinó al máximo los sensores auditivos, aunque la extrema suma de energon en la superficie interfería con eso. Durante casi un minuto nadie dijo nada, todos tratando de interpretar o definir con total certeza de qué se trataba; quien dio con la frecuencia de audio correcta para escuchar mejor fue el propio Optimus, pero cuando lo hizo, se arrepintió de inmediato. A lo lejos, en la posición que ocupaban, sólo se alcanzaba a oír el sonido, pero él sí pudo identificar el contenido, el amargo mensaje. Antes que pudiera comenzar a hacer algo, el sonido se extinguió, y le sucedió un silencio tan profundo, que supo sin temor a equivocarse, que para el origen del grito, todo había terminado.

—No son simples gritos —repuso al fin, conmocionado—. Estaban torturando a uno de los predacones, y esa víctima, estaba llamando mi nombre.



Próximo capítulo: Una nueva apariencia. Parte 2