Por ti, eternamente Capítulo 13: Lejanía




Arturo estaba aún en la sala muy iluminada y de paredes lisas adonde lo había llevado la policía; nada de dramatismos, nada de teatralidad, solo se trataba de tenerlo ahí y convencerlo de hablar.

—Esto es totalmente absurdo.

Estaba con los mismos oficiales que lo habían ido a buscar a su casa. No habían sido agresivos ni hecho el juego del policía malo y el bueno, lo que en cierto modo era mejor, porque no tenía que plantearse una situación rara, y tenía claro que ambos estaban tratando de convencerlo, usando una mezcla de autoridad y sensatez.

—Sólo estamos pidiéndole algo de cooperación, nada más.
—No, lo que me están pidiendo es que hable algo que no sé.
—Pero usted puede ser cómplice de un delito.
— ¡No lo soy porque no sé nada!

La mujer se mostró algo más empática. Buena, ahora trataban de confundirlo.

—Escuche, alguien nos dijo que usted está involucrado en la huida de Segovia.
—Eso es imposible.
—No lo es, usted conoce a Arnaldo Márquez.

Escuchar el nombre lo puso nervioso, aunque ya había pensado en que pudieran preguntarle por él; de cualquier manera era absurdo negarlo, pero podía usar eso para desviar la atención del tema que era de verdad importante.

—Lo conozco.
—Ese hombre es un reducidor de especies, y según su declaración, cuando fue al domicilio de Segovia usted estaba ahí.
—Por supuesto que estaba ahí —replicó con lentitud—, Víctor me dijo que tenía que pagar una deuda grande, y que por eso necesitaba una gran cantidad de dinero.
—Entonces debería parecerle extraño que lo hiciera así, tan de repente, a menos que usted ya supiera algo.

Lo de sacar una verdad con otra era algo que también se esperaba. Pero en esos momentos agradeció que Víctor no le hubiera contado en ese momento en particular, aunque de todas formas lo supiera después; se había entrenado lo más posible para soportar esa situación, pensando y pensando en preguntas difíciles, pero de todos modos era mucho más complejo y fuerte estando en el caso.

—Me dijo ese mismo día que necesitaba ayuda para conseguir el dinero, por eso contacté al tipo.
— ¿El bebé en sus brazos no le pareció llamativo?

La pregunta del policía estaba teñida de dobles intenciones, pero no podía dejarse impresionar.

—No tenía ningún bebé en sus brazos por el amor de Dios, y el reducidor puede confirmarlo, estuvo dentro del cuarto de Víctor igual que yo.
—Si es su amigo, debería estar preocupado por él.
—Claro que estoy preocupado.
—Entonces ayúdenos.
—No voy a tenderle una trampa si es eso lo que están pensando —replicó desafiante— hasta ahora he tratado de comunicarme con él, incluso le envié un correo pidiéndole que volviera, pero si no lo hace no voy a decirle que nos juntemos en tal parte ni nada de eso que hacen en las telenovelas, no voy a traicionar a mi amigo.

La mujer frunció el ceño.

—Habla como si supiera de qué habla.
—No, no lo sé, ni siquiera sabía que tenía un bebé hasta que salió en las noticias. Pero no necesito saber nada más, él es mi amigo, lo conozco.

Eso había sido un error. Había tratado de mantenerse apegado a lo técnico, pero mezclar  la amistad lo había hecho equivocarse.

—Hay muchas personas que creen conocer a alguien hasta que descubren que tiene una vida secreta —opinó el hombre—, y eso cambia las cosas.
—Puede ser —afirmó forzándose a ser firme—, pero a Víctor lo están buscando todavía, mientras no tenga una prueba irrefutable de que es culpable de algo, voy a seguir confiando en él. Si quieren les doy mis claves de correo si piensan que estoy ocultando algo, pero lo demás es su trabajo, búsquenlo entonces.

2

Armendáriz retrocedió unos pasos. El arma cayó a unos metros de distancia, mientras el policía se cubría la mano derecha con la otra, gruñendo por la quemadura que le provocó la detonación del revólver. Víctor cayó sobre el suelo de la parte trasera del furgón, con las manos cubriéndose la cara y gritando descontroladamente; cuando el policía estaba casi sobre él, el joven lo golpeó con una botella de vidrio, dando el golpe justo en el arma, lo que hizo que se disparara por fuerza. La detonación destrozó la botella, desarmando al policía y arrojando esquirlas de vidrio en todas direcciones, pero principalmente hacia Víctor, que se revolvía de dolor.

Los llantos del bebé lo reactivaron de alguna manera, y de nuevo, guiado por la adrenalina, y también por el dolor que estaba sintiendo, reaccionó, y tomó uno de los termos que él mismo había cargado al interior del furgón. El policía lo había agarrado por las piernas para sacarlo del piso del vehículo, lo que le dio una oportunidad de defenderse; sin parar de gritar y viendo nublado, el joven se encorvó y lanzó un golpe certero en la cabeza, aunque el corpulento policía no lo soltó.

— ¡Detente!

Fue inútil. Víctor volvió a golpear, con todas sus fuerzas, y ésta vez logró alejarlo de su cuerpo. Trastabillando se bajó, y aprovechando que Armendáriz estaba medio aturdido, volvió a golpearlo con todas sus fuerzas.

— ¡AAhhh!

Armendáriz se vio totalmente sorprendido por toda la situación, y con el primer golpe como sorpresa, no alcanzó a reaccionar, dándole espacio al otro de volver a golpearlo; se sintió aturdido como con los golpes recibidos en las sesiones de boxeo, y por instinto se cubrió la cara, pero un nuevo golpe le dio en las costillas, haciéndolo doblarse, dejándole libre el campo. Dos golpes más lo desestabilizaron y dejaron medio de rodillas en el suelo.

— ¡Segovia!

El grito sonó ahogado en sus propios oídos. Víctor soltó el termo, corrió al furgón y tomó de él la mochila, los bolsos que alcanzó, y fue al auto del policía; Ariel seguía llorando estruendosamente, pero el joven lo tomó en sus brazos, subió al asiento del piloto, y emprendió la marcha a toda velocidad hacia el sur. Armendáriz se puso de pie impotente.


3


La camioneta de Álvaro y Romina seguía detenida en la elevación de terreno que estaba a cierta distancia de la granja.

—Oh Dios santo, Álvaro, esto es de antología.
—Pero cuéntame la última parte, no me dejes con la duda —protestó él ansioso—, te quedaste en la parte donde Segovia y el gorila forcejeaban.

Romina no soltaba los binoculares.

— ¡Esto es la lotería! Con las fotos que tengo vamos a poder hacer muchas cosas más.
—Romina...
—Ya, ya, lo siento. Mira, ellos forcejeaban, pero el tipo se soltó, el gorila iba a dispararle o a hacer una advertencia y al mismo tiempo el prófugo lo golpeó con algo.
—Parece mentira. ¿Pudiste ver qué era?
—No, pero cuando veamos las fotos lo sabremos, debe haber sido un tubo de luz, una botella o algo así, la cosa es que ambos quedaron heridos, pero Segovia reaccionó como un gato y lo volvió a golpear.

Álvaro se frotaba las manos ante la noticia que estaban consiguiendo.

—Increíble, increíble...
—Pero eso no es todo, porque Segovia se quedó con el auto de Armendáriz y huyó con él.

Álvaro se bajó de la camioneta con energías renovadas y sacó de la parte de atrás una bicicleta.

—Escucha, voy a quedarme aquí para sacar unas fotos del sitio del enfrentamiento.
—Yo seguiré a Segovia —comentó ella pasándose al volante—, tenemos que establecer un cronograma de huida.
—Ten cuidado, ese tipo es más peligroso de lo que creíamos.
—No te preocupes —replicó ella guiñándole un ojo—, no tengo pensado acercarme, y tú mantente oculto, el gorilote debe estar echando fuego por los ojos y si te ve, es capaz de esposarte a un árbol y dejarte abandonado.
—No hay problema —sonrió él—, no va a verme. Estamos en contacto.


 4


Había conducido sin detenerse durante casi una hora, pasando velozmente del pueblo que era su punto de destino en primer lugar; había callado sus propios gritos a la fuerza, obligándose a estar callado, pero con las manos aferrándose al volante, mirando adelante, sin pensar en nada, solo sintiendo el terror vivo en el cuerpo después de todo lo que había pasado. Ariel había llorado de manera incesante, pero producto del cansancio terminó durmiéndose, lo que a fin de cuentas era mejor porque no estaba en condiciones mentales de hacerse cargo de sus llantos.

Al final, cuando traspasó el pueblo, siguió por un camino rural que vio a un costado y continuó por él, avanzando entre árboles y vegetación. Cuando consideró, dentro de su angustia, que estaba los suficientemente lejos del lugar en donde había tenido el enfrentamiento con el policía, buscó un sitio escondido, una cuna de árboles, y detuvo al fin el automóvil. Luego permanecía inmóvil aún en el asiento del conductor, mirándose fijo en el espejo retrovisor; una decena de heridas poblaban el lado izquierdo de la cara, y en esos momentos estaba quitando el que creía era la última esquirla de vidrio que podía ver, con la piel del rostro y las manos ensangrentadas.

—Parece que esa era la última.

Se recostó con desgano en el asiento, con el dolor punzante en el rostro y los dolores de los golpes que había recibido durante su enfrentamiento con el policía.

—Y yo que siempre había sido pacífico...ahora además tengo una anotación  por agresión a un policía y robo de auto...no puedo creer todo lo que está sucediendo.

Miró a su derecha, encontrándose con los vivaces ojos de Ariel, que recostado en el asiento del copiloto lo miraba de nuevo, tranquila y fijamente.

—Nada de esto habría pasado si no fuera por ti. Estoy herido, agredí a un oficial, robé un auto y estoy perdido en la mitad de la nada.

Pero la mirada del bebé seguía ahí, contemplándolo como desde que lo tenía consigo, con el mismo interés; no era justo, nada de lo que decía era justo, al menos no así.

—Lo siento —murmuró—, no quise decir eso...

Se quedó sin palabras durante un momento. No sentía el impulso de llorar, solo se sentía desprovisto de fuerzas.

—Lo lamento, no quise decir que la culpa fuera tuya...es solo que yo...estoy tan asustado, ese hombre amenazándome por teléfono, y luego ese cura tratando de llevarte, ahora ese policía, y él no escuchaba nada de lo que decía, como si ya estuviera decidido que yo soy un delincuente y...

Cerró los ojos otra vez. Su vida completa era una locura, pero no terminaba ahí, nada había terminado.

—Todo eso fue una cosa tan extrema...pudiste haber terminado herido, pasaste peligro y yo no podía hacer nada, sólo reaccioné lo mejor que pude. Pero es extraño, porque a la vez siento que no deberías estar pasando por esas cosas, que no deberías pasar por ejemplo una noche en descampado ni que te asusten éstos gritos, pero también siento que Magdalena siempre tuvo la razón, que su familia no debe acercarse a ti y yo...yo solo quisiera que estés a salvo.


No solo estaba lastimado, también estaba confundido, dividido entre la idea de mantener su promesa y seguir adelante con la débil alternativa de esconderse y conseguir un abogado que lo ayudara a defenderse. Desvió la mirada otra vez hacia el retrovisor.

—Estoy todo con sangre —comentó sin inflexión en la voz—, pero lo que me preocupa es mi ojo izquierdo, no sé si me pegué o algo, pero me duele mucho...al menos tú eres afortunado, tus cosas y tu comida están en los bolsos...

Volvió a encender el motor; no podía quedarse ahí demasiado tiempo.

—Ésta ha sido la hora más larga de mi vida...pero tengo que seguir, hay que salir de aquí y alejarse lo más posible, porque ese policía debe haberle avisado a toda la ciudad. Y tengo que deshacerme de éste  auto, es demasiado vistoso, aunque nos ha servido bastante...no podemos seguir al sur, tendré que buscar un desvío y después pensar en algo.


5


Un automóvil blanco avanzaba a gran velocidad por la carretera. Al volante iba un hombre moreno, muy musculoso, enfundado en una camiseta blanca; junto a él otro, delgado, de rasgos orientales, y atrás el que parecía ser el líder, un hombre delgado, de figura esbelta y atlética, de cabello negro y rasgos y mirada aguda, que en ese momento contestaba el celular.

—Señor Claudio.
— ¿Cómo va la investigación?
—Estamos detrás de la pista que nos dijo —replicó sonriendo—, hay movimiento de policías por aquí, creo que es porque están cerca. ¿Quiere que nos deshagamos de ese hombre?

La voz del otro lado de la conexión se escuchaba fría y segura, como de costumbre.

—Por ahora solo importa el bebé, ya saben eso. De cualquier manera lo del policía puede ser importante, así que quiero que estés atento, te avisaré cualquier cosa.

Cortó. Adrián sabía que ese tipo de cuello y corbata que era el asistente o lo que fuera de Fernando de la Torre no era lo que parecía, era lo mismo que ellos, solo un matón a sueldo, pero con un sueldo mejor que el de ellos. No era la primera vez que tenían algún tipo de trabajo así, pero si la primera en que tenían que ser cuidadosos y preocuparse de alguien, en éste caso el nieto. El que se lo había robado no sabía en la historia que se había metido al llevárselo de esa manera. Pasado de una pequeña granja, el hombre de rasgos orientales le indicó al conductor que estuviera el vehículo, justo en una elevación del terreno, y se bajó inmediatamente.

— ¿Y a éste que le pasa?
— ¿Qué sé yo? sabes que siempre hace esas cosas.

El oriental ya estaba de rodillas revisando el suelo.

—Jail...
—Espera.

El musculoso se sentó en el capó. Adrián se cruzó de brazos.

—La pelea de la policía fue más adelante...
—No estamos solos —dijo el otro seriamente poniéndose de pie—, alguien más estuvo aquí.
—Tal vez la policía.
—La policía no usa bicicletas —replicó el que llamaban Jail—, además el hombre dijo que la llamada de la policía decía que tuvieron un enfrentamiento después y hacia el oriente. Es decir que alguien está siguiendo al policía o a Segovia, y son dos personas por lo menos. Llegaron aquí en una camioneta y se separaron, uno de ellos va en bicicleta.

Adrián frunció el ceño. Claudio no les había dicho que hubiera más gente involucrada ¿Tenía que llamarlo o no? Decidió esperar, al menos por el momento, hasta que supieran algo más.

— ¿A quién tendríamos que seguir, al de la camioneta?
—Es lo mejor, seguro que ese va tras Segovia.

Ese hombre era muy intuitivo.

—Está bien, suban al auto, vamos a seguir esa pista, pero solo un poco, no podemos dejar que el tipo con el niño se aleje demasiado.


6


Romina estacionó la camioneta a un costado de la carretera y volvió a barrer el terreno con los binoculares. Parecía mentira que ella y Álvaro estuvieran sobre una pista tan buena, con las fotos de la pelea de Segovia y Armendáriz y siguiendo de cerca al fugitivo; aunque en esos momentos la situación podía ser un poco decepcionante, porque a pesar de ser ella misma quien siguió a Segovia en su huida, incluso antes que la policía misma, casi dos horas después no lograba encontrarlo.

—No puede ser —murmuró barriendo nuevamente—, no puede haber desaparecido en el aire.

Ya se había comunicado con Álvaro y le había indicado su ubicación para que se reunieran. Independientemente del caso en sí, sabían que ahora que el policía estaba herido en su orgullo, movería cielo, mar y tierra para encontrarlo, lo que quería decir que ellos tenían que llegar antes para tomar la exclusiva y luego correr para lanzarla en primer lugar. En eso sintió un golpe de nudillos en el vidrio.

— ¿Sacaste buenas fotos?

Otro golpe más fuerte la hizo reaccionar. Miró y se encontró con dos hombres junto a su puerta y a otro delante, apoyado en el capó. Se quedó muy quieta, guiada por un presentimiento.

— ¿Están perdidos?
—Estamos buscando a alguien —respondió el tipo de penetrantes ojos negros—, y algo me dice que tú has visto algo.

No le gustaba, ni la actitud de él ni que la mirara de ese modo, pero sabía muy bien que ante situaciones así tenía que mantener la calma.

— ¿Algo de qué? no te entiendo.

El tipo se acercó un poco más, haciendo que resultara inútil el vidrio, eso no la hacía sentir más segura. Al inclinarse sobre la ventana, Romina vio un arma asomada en el cinturón.

—Yo creo que si me entiendes. Estamos buscando a un hombre con un bebé, el mismo de las noticias. Dime lo que viste. Por favor.

La sorpresa de la visión del arma la anuló por un segundo. El tipo sonrió y le hizo un gesto. Baja el vidrio bonita. No quería hacerlo, pero lo hizo, lentamente, tratando de pensar si resultaría presionar el acelerador a fondo. ¿Tendría que atropellar al de adelante? La camioneta era fuerte, quizás podría, pero no tenía la seguridad, al menos sabía que el motor estaba encendido.

—Dime lo que viste, tengo prisa.
—El hombre pasó por éstos lados hace poco —respondió luchando por no sonar demasiado asustada—, va en un auto gris.
— ¿Hacia dónde fue?
—No lo sé —respondió con total sinceridad—, creí que estaba por aquí pero parece que lo perdí.

El otro pareció satisfecho.

—Gracias. Ahora mejor ve a tu casa, y ten cuidado, acuérdate que a los periodistas no es difícil encontrarlos.

Con un rápido movimiento le quitó los binoculares de las manos, y alejándose tomó el arma y disparó, reventando uno de los neumáticos. Inmediatamente los tres subieron a un auto blanco y emprendieron la marcha, dejando a Romina temblando en el interior de la camioneta. Un momento después la mujer tomó con manos temblorosas el teléfono celular para llamar a Álvaro.




Próximo capítulo: Caminos convergentes






La traición de Adán capítulo 27: Dos balas



Eva estaba en su oficina muy temprano por la mañana; ya había comenzado el mes de Enero y la parte previa de los trabajos estaba andando rápidamente, los permisos y contratos estaban en trámite y ya dentro de poco se comenzaría la intervención en el terreno en donde estaría el Hotel. Recibió entonces comunicación de su secretaria.

–Señorita San Román, al teléfono está Méndez.
–Páseme la llamada. Gracias.

Ya estaba ansiosa por recibir la llamada del detective privado, no podía sacarse de la cabeza la idea del peligro que representaba en esos momentos cualquier tipo de amenaza; tomó el auricular y saludó.

–Buenos días.
–Hola preciosa.

Sintió que se le contraían todos los músculos de la cara en una mueca de espanto; era él, usando el nombre del detective privado. No alcanzó a hablar cuando la melodiosa voz volvió a oírse.

–Es tu culpa. Lo que está pasando en este momento es tu culpa.

Cortó. Lívida, Eva dejó el auricular sobre el escritorio, pero en vez de sentarse tomó el mando remoto del televisor de su oficina y lo encendió, sintonizando el canal de noticias; con horror vio como en ese preciso instante se mostraba la secuencia mientras un periodista relataba los hechos: un vehículo a toda velocidad por la carretera se estrellaba contra un camión al pasar sin detenerse una luz roja. Mientras se mostraba el video, que claramente pertenecía a un ciudadano que había grabado con el celular, en pantalla aparecía la fotografía de la víctima fatal,  identificado como Mijaíl Macrura. Era el detective que había contratado, y estaba muerto. Mientras hablaba un oficial de policía volvieron a pasar el video, y pudo entenderlo: no había sido un accidente, el detective iba siguiendo a alguien en su vehículo, iba siguiendo al automóvil barato y pasado de época que iba justo adelante.
Sonó su teléfono celular, y Eva lanzó un grito de miedo. Era Adán. No podía contestarle, no en ese momento, de modo que cortó y apagó el celular momentáneamente; estaba ahí, en alguna parte, pero estaba ahí, y ya no podía poner distancia entre ellos nuevamente.
Entonces, Eva recordó el pasado, y se sintió nuevamente en medio de la situación que había originado la desgracia que la acechaba sin cesar. Julio Cisternas era un próspero administrador de terrenos en el campo, precisamente en una zona cercana a la casa hogar en donde ella se había criado; un lugar decadente y sucio, presentado a las autoridades como un hogar de esfuerzo, pero que en realidad era sobrellevado por los dirigentes en un régimen estricto como en época de guerra, donde los jóvenes eran lo mismo que prisioneros y trabajadores, dedicados por obligación a realizar las labores que eran necesarias, pero para las que no se les entregaba siquiera lo mínimo, y a cambio de las que recibían menos comida que la indicada. Ella era parte de ese grupo, pero desde siempre supo que eso no era para ella, había algo más afuera de esas paredes y tenía que conocerlo; todos decían que  cumplir los dieciocho era la libertad porque podía irse, pero Eva no podía esperar tanto, no cuando tenía trece y ya estaba desesperada por huir. Debía salir de ese sitio a como diera lugar, y no podía hacerlo sola, así que buscó y buscó, hasta que dio con el objetivo perfecto, un matrimonio sin hijos. Comenzó el acercamiento con bastante facilidad, se hizo de la confianza y amistad de la esposa, y sin adelantarse a los hechos, dejó que su inteligencia terminara el trabajo que sus bellos ojos habían comenzado. Sabía que tenía un efecto en las personas, de modo que cuando ya los tenía en sus manos, dejó que ellos se sintieran como su familia, calculando las palabras y los hechos para que, sin decirlo ella misma, pasaran a considerarla como una hija. Pasaron varios meses en los que estaba cada vez menos en el hogar y más con el matrimonio, más con buena comida y menos hambrienta, pero hubo algo que no pudo calcular con anticipación, y eso  comenzó a pasar, la mirada del marido se modificaba, aunque eran solo destellos, nada más una impresión momentánea. Hizo caso omiso, ignoró las señales, y obsesionada por salir del hogar cinco años antes de lo presupuestado, siguió adelante con la familia a la que estaba decidida a integrarse. Pero el castigo por su soberbia y ceguera estaba muy cerca, porque de la noche a la mañana las miradas con fugaces segundas intenciones se convirtieron en realidad, y el hasta entonces agradable posible padre se volvió en el acosador con perversas intenciones; todo estaba en su contra, pero Eva no se rindió, y aprovechó las oscuras intenciones de él en su favor, para montar un espectáculo en el que a fin de cuentas ella quedó como la víctima absoluta. El matrimonio se quebró, y aunque la esposa jamás creyó que la joven tuviera responsabilidad alguna, tampoco podía seguir cerca de ella, porque su existencia le recordaba como el hombre al que había amado se había convertido en un monstruo. Esa parte del plan falló por completo, pero al menos consiguió en su beneficio una cantidad de dinero en una cuenta bancaria y una beca en un internado, fruto de una combinación de amor maternal y culpa. Jamás volvió a saber de ninguno de los dos, aprovechó la estancia en el internado para pulirse y adquirir el máximo de los conocimientos que ese lugar podía entregarle, y una vez que salió era otra, una jovencita hermosa, inteligente, culta, propia y vivaz, capaz de llegar tan lejos como quisiera. Utilizando una sutil mezcla de encanto y capacidad, se hizo de los contactos necesarios entre miembros de una universidad, ingresó y logró viajar, cultivándose aún más y logrando un ascenso meteórico que muchas otras solo podían imaginar, y que muchas lograrían a lo máximo a los cuarenta, mientras ella no tenía treinta y ya lo estaba logrando; pero el fantasma de ese hombre nunca se fue en realidad, solo había estado buscándola incesantemente, hasta encontrarse con ella en esa ciudad finalmente. Tuvo una aterradora idea, buscó ciertos datos en la red, y comprobó lo que a esas alturas era una especie de profecía críptica: la ex esposa de Julio Cisternas se había suicidado hacía un par de años.
Se sentó ante su escritorio tratando de calmarse. Había llegado demasiado lejos, pero había fallado estruendosamente tanto en escapar como en encontrar un método para alejarlo, y ese hombre estaba loco, ya no importaba si lo estaba por ella, por la ruina o por sus propios demonios, pero lo cierto es que lo estaba, y la siguiente víctima de su locura después del detective, seguramente sería ella.
A menos que hiciera algo al respecto.

Adán viajaba a toda velocidad en su automóvil rumbo a la galería de arte de Carmen Basaure; dejó a un lado el teléfono celular, extrañado de que Eva no solo le cortara, sino que además apagara su dispositivo. Eso no era normal, podía ser muestra de algún peligro, pero sabía que no era de importancia vital o ella se lo habría dicho.
¿Se lo habría dicho?
Recordó la amenaza y el chantaje de Samuel, y se sintió incómodo ante una ficticia escena en donde Eva se preguntaba si él sería absolutamente sincero con ella. Pero no era lo mismo, la situación son Samuel le exigía secreto, por un lado para no arriesgarla a ella, y por otro para tener libertad de acción a la hora de quitarlo de su camino.
Para el momento en que llegó a la galería de arte, la policía ya se le había adelantado y tenía acordonado el sector.

–Oficial, soy Adán Valdovinos, hablamos por teléfono.

El policía a cargo era un tipo cincuentón, de los que han hecho su carrera en las calles. Era demasiado duro para que algo lo impresionara.

–Qué bueno que llegó pronto. El hombre se llamaba Bastián Donoso, estaba con visa de turista, y básicamente se voló la cabeza de un disparo en medio de la galería.

Adán supo al instante que aquel acto de locura había sido cometido en un lugar específico, justo frente a El regreso al paraíso, así que no necesitaba verlo.

– ¿Saben cómo entró?
–Sí, forzó la entrada con una ganzúa. El servicio de alarma funcionó, pero el vehículo de vigilancia no tuvo tiempo de llegar, el hombre se suicidó casi al momento de entrar en el lugar. ¿Sabe quién es este hombre o si tiene alguna relación con la galería o con la señora Basaure?

Adán respondió  con total seguridad.

–El nombre me es desconocido por completo. ¿Tiene alguna fotografía?
–Sí, pero dudo que quiera verla. Aunque tengo su identificación, vea.

Le exhibió un sobre de plástico hermético dentro del que había una tarjeta de identificación. El hombre era prácticamente de treinta y algo, muy atractivo, moreno y de mirada penetrante, eso solo era parte de lo que había atraído  a Carmen.

–No lo he visto, además tampoco es una persona que Carmen haya siquiera mencionado en el pasado. Me pregunto si la pintura habrá tenido algo que ver en esto.
– ¿Por qué lo dice?
–La pintura central de la muestra –explicó Adán para darle sustento  a su argumento– es un cuadro doble, que al mirarlo produce un efecto tridimensional, es decir la persona ve como si estuviera dentro de la pintura, y fue calificada como un espectáculo tormentoso para los sentidos, quizás en determinadas personas pueda provocar un efecto incorrecto.

El policía pareció entrar en sintonía.

–Explíqueme un poco más.
–La idea del cuadro es provocar sensaciones reales, es decir trascender del simple gusto, y se logró. Sin embargo... oficial, yo he visto muchas cosas en mi vida, supongo que entiende  a lo que me refiero.
–Sí.
–Y pues... este cuadro  era perturbador. Pero no sé si a una persona que ya estuviese perturbada podía causarle algún efecto más allá de un simple estremecimiento.
– ¿Está tratando de decir que la pintura podría provocar el suicidio de alguien con las facultades psicológicas perturbadas?
–No lo digo, me pregunto si es una posibilidad.
–El hombre está muerto en el centro de la galería –reflexionó el policía– y su sangre salpicó dos cuadros, se refiere a esos dos.
–Si están exactamente en el centro de la galería y en Angulo de menos de 180 grados, sí.
–Entonces si son esos cuadros. Nunca lo he visto, pero he escuchado de gente que ha enloquecido por personas, objetos, canciones, artistas y actrices, supongo que resulta posible, así que lo agregare a las vías de investigación. ¿Tiene como ubicar a la señora Basaure?
–Esta fuera del país en un viaje de introspección, así que esta desconectada del mundo. ¿Cree que es necesario contarle?

El policía lo miró perplejo.

–Hay un muerto en su galería, y su sangre está en sus cuadros.

Adán se dio cuenta muy tarde de que estaba siendo demasiado frio.

–Lo entiendo, a lo que me  refiero es a si ella es relevante para la investigación.
–Claro. De momento no, ya que no estaba en el país al momento de la muerte de Donoso, pero si le recomiendo que la localice, a la larga la necesitaremos.
–Desde luego. Oficial,  necesito pedirle dos cosas.
–Dígame.
–Lo primero, es que haga lo posible por evitar los detalles escabrosos, la carrera de Carmen depende mucho de eso; sé que es imposible evitar que la noticia se sepa, pero al menos quisiera protegerla lo más posible.
–Haré lo que pueda.
–Lo otro que necesito pedirle es que me contacte a cualquier hora si necesita algún dato, o tiene alguna noticia relevante sobre la investigación; mientras la artista está en el extranjero soy yo quien es responsable de ese tipo de gestiones.
–De acuerdo, estaremos en contacto entonces  ante cualquier situación. Ahora como comprenderá el sitio está acordonado, nadie puede entrar. Si necesita alguna documentación podré buscarla para usted mañana. Tengo trabajo pendiente.
–Gracias oficial.
–Una cosa más.

El oficial lo miró muy fijo, tratando de identificar cualquier rasgo que delatara alguna verdad oculta.

–Le escucho.
–Donoso efectuó dos disparos con esa arma, pero en el lugar solo hemos encontrado huella de una bala. ¿Eso le dice algo?

Entonces Bastián Donoso era el culpable del ataque en la fallida primera inauguración de la galería. No tenía sentido ocultarlo, solo generaría sospechas innecesarias.

–Sí, me dice y a la vez no. Hay un expediente abierto por un ataque a bala realizado aquí mismo, aunque sin heridos, si lo revisa tal vez haya una relación.
–Lo revisaré de inmediato. Buenas tardes.

Si el policía quería encontrar un caso interesante ya tenía uno, pensó Adán, pero la real pregunta era qué tan secreto había sido el romance entre ese hombre y Carmen, porque si se llegaba a establecer alguna conexión entre ellos, las cosas podrían complicarse; tenía que retirar su inversión en las obras de Carmen de inmediato, antes que la noticia se hiciera pública y sus obras se convirtieran en basura maldita. Donoso había disparado una vez antes, y si sus conjeturas  eran correctas, el disparo al cuadro no era accidental, él quería dispararle a la pintura, solo que no podía saber cuál de las dos era la correcta. Si había  sido amante de ella en un pasado distante, tenía que haber un motivo para que se matara de esa forma tan explícita, queriendo decir algo. ¡Claro! Lo que había planteado en un principio como una distracción para la policía podía ser correcto, ¿o acaso no había sido ella quien dijo que en medio del apasionado romance había extremado los detalles de la pintura? Bien podía ser que Donoso también sintió aquello, y al encontrarla más de una década después, le envió el cuadro envuelto en misterio, pero  mostrando un mensaje de paz y amor, que luego se vería trastocado; primero ella usufructuaba de la obra en vez de conservarla como un secreto de amor, y después de la locura de él, en donde destruía el cuadro, la artista hacía otro que demostraba no amor, sino odio y tormento. Ingredientes especiales para cometer una locura. Ahora vendría la investigación de la policía. ¿Qué diría o haría la  inocente Pilar? Tal vez ese era el momento que esperaba para dar el siguiente paso, oculta hasta ahora en las sombras y el silencio. Emprendió nuevamente el viaje en su  automóvil, pensando en que era una buena oportunidad para apartarse de todo eso definitivamente, dejando el capítulo de Carmen Basaure en el pasado y enfocándose en su éxito con Boulevard y el Hotel que venía, y solo tenía que ocuparse de una molestia antes de continuar. Volvió a marcar el número de Eva.

–Dime.
– ¿Estás bien?
–Estoy saliendo de la ciudad para ocuparme de unos asuntos.

No estaba bien; él tampoco, era un mal momento para hablar.

–Yo también estoy atareado. Nos veremos más tarde.
–Sí, veámonos en mi hotel.
–Espero el momento.

Cortó. Aparcó el auto a un costado, con el teléfono celular aún en la mano; algo no estaba bien con Eva, así como a él mismo le ocurrían cosas, pero sentirlo así en esos momentos era muy complejo, también sorprendente. Recién en ese momento reflexionó, y se dio cuenta de que lo que le ocultaba a ella no solo era por seguridad, sino que además había una cuota de desconfianza, no porque ella quisiera perjudicarlo, sino por temor a que algo saliera mal, a que la información una vez transmitida tuviera fisuras y por lo tanto alguien a quien culpar después. Eva lo era todo, era la persona perfecta para él, la única, pero ni siquiera ese amor sobrenatural era más fuerte que sus ansias de supervivencia. Y había tanto en juego.
Sentado en su automóvil, Adán pensó en estas cosas, y pensó también que si así era, bien podía estar ocurriendo lo mismo del otro lado; era un riesgo de quiebre, algo impensable, porque la gente normal con romances débiles quebraban, pero ellos, que estaban conectados hasta el alma, que se habían entregado por entero y más allá de la razón, no podían romper, no podían separarse o de lo contrario, algo así los destruiría. Y por primera vez en mucho tiempo, quizás en toda su vida, Adán no supo qué hacer.





Próximo episodio: Verdades absolutas