La traición de Adán capítulo 17: Mariposas calcinadas



La mañana del día de la inauguración de la galería avanzaba rápidamente, y Carmen estaba tranquila en su departamento, hasta que tocaron insistentemente a la puerta.

–Pilar, ¿qué haces aquí?

Se le veía algo demacrada, y lo más llamativo de todo fue la expresión de su rostro; definitivamente estaba enfadada.

–Había pensado dejar esto para otro momento –dijo entrando sin preguntar – incluso pensé en esperar, pero después lo pensé mejor; sé que hoy inauguras tu galería, pero no voy a privarte de nada.

Carmen alzó las cejas.

–No sé de qué estás hablando, pero no recuerdo haberte invitado. Cuando te necesite te llamaré.

Le hablaba como a un empleado. Que indiferencia por Dios, ¿Acaso cambiaría al saber la verdad, o seguiría importándole tan poco como ahora?

–En realidad no creo que te importe, pero no voy a quedarme con esto aquí dentro, tú también tienes que saberlo.
– ¿A qué te refieres?
–A todo lo que ha pasado entre nosotras desde siempre –explicó serenamente– porque haciendo memoria mamá, es lo mismo que antes; siempre me has subestimado, siempre me has considerado... poca cosa para ser tu hija, y yo siempre traté de contentarte, siempre quise que me valoraras por quien soy, pero nada funcionaba –miró un cuadro– tu tenías cosas más importantes de que ocuparte.
–No tengo ganas de escuchar esa clase de cursilerías de ti –la interrumpió Carmen– no después de cómo te has comportado.
–Como según tú me he comportado –la corrigió la joven impasible– porque las cosas son muy distintas ahora que cuando me echaste de tu casa gritándome que era una traidora y una ladrona.

A Carmen se le agotó la paciencia.

–Pero si eso es lo que eres –exclamó decidida– o dime como se le llama a una hija que le roba a su madre algo invaluable y lo vende al mejor postor.

Pilar respiró. Otra vez el mismo desprecio, de nuevo la misma rabia; sabía que después de lo que iba a decir nada mejoraría, pero ya no importaba, porque ya había llegado al límite de la humillación.

–Es divertido que ahora recuerdes que soy tu hija –comentó duramente– por lo visto es solo porque te conviene. Pero si algo te acuerdas de lo que pasó, tal vez recuerdes que  esa tarde te supliqué de rodillas que me ayudaras y que me creyeras, y no solo me diste la espalda, también me echaste de tu vida, me maldijiste y además hiciste lo posible para perjudicarme. Qué clase de madre le hace eso a una hija sin escucharla.
–No te atrevas a hablarme así.
–Me atrevo Carmen Basaure –le espetó desafiante– me atrevo a decirte que no eres una madre, porque una madre de verdad iría al infierno por proteger a un hijo, y a ti te bastó con ver un par de papeles para arrojarme de tu vida. Jamás me quisiste.

Carmen iba a decir algo pero no lo hizo, ahogada por una exclamación que más parecía por sorpresa que por verse afectada por las palabras de Pilar. La joven sacó de su bolso un disco en un sobre transparente.

–La venta de tu querida colección de arte no la hice yo, y ahí está la prueba; como te dije entonces, soy inocente y fui utilizada porque quisieron perjudicarme. Si quieres saberlo por adelantado te lo diré, la responsable de esto, quien falsificó mi firma y envió gente a perjudicarme fue la madre de Micaela.
– ¿Qué?
–Así es, y en la grabación que hay en ese disco lo vas a comprobar.
–Eso es ridículo, no hay ningún motivo para que ella...
–Ella fue la única que salió ganando –siguió Pilar implacable– ¿No lo ves? La verdad siempre ha estado ahí frente a tus ojos, pero si no quieres entenderlo, no te mereces más mi insistencia. Solo vine a eso, ahora si te satisface más seguir engañada, déjalo, si quieres comprobar lo que te estoy diciendo, entonces escúchalo, es material de primera, como a ti te gusta.

Salió del departamento sin decir más, y dejando a Carmen perpleja; miró el disco con desconfianza, casi como si pudiera hacerle algún daño, pero no sabía aún si sería peor la incertidumbre o la verdad. Desde siempre había predicho que Pilar le provocaría problemas, y ahora mismo no sabía que pensar, más bien parecía todo orquestado como parte de un plan de ella. Sin embargo y aunque tenía cientos de dudas al respecto, la curiosidad pudo más, y finalmente la artista tomó en sus manos el disco, decidida a escuchar su contenido.

– ¿Sabes para que vuelan las mariposas?

La mujer se quedó  inmóvil, escuchando.

–Las mariposas vuelan para llegar al cielo. Pero nunca lo logran, porque cuando están demasiado alto, la luz del Sol les quema las alas.

La mujer volteó lentamente; no creyó escuchar de alguien más esa críptica descripción, pero había pasado y sabía quién era la persona que había entrado por su cuenta a su departamento.

–Micaela.

La vió y al momento se sintió sorprendida: físicamente se veía como de costumbre, quizás con el cabello más largo, pero su expresión era distinta, su rostro estaba endurecido, la mirada afilada como un puñal.

–Hola Bernarda.

Bernarda Solar miró de pies a cabeza a Micaela; tenía la sospecha de que ella volvería en algún momento,  pero pensó que se tardaría más.

–Pudiste avisarme, te habría tenido algo especial.

Un saludo típico para ganar tiempo; pero en el estado mental en que se encontraba Micaela, no seguiría su juego.

–Ya sé lo que hiciste.  Ya sé que tú armaste la estrategia para quedarte con la colección Cielo y que me  mentiste para lograrlo. Ya sé todo lo que hiciste, mamá.

Lo último lo dijo como disparando un arma; Bernarda la miró fijo, así que después de esos meses finalmente lo había descubierto, no podía culparla por estar enfadada, pero nada más.

–Que sorpresa, no creí que estuvieras investigando este tema después de tanto tiempo.
–Me mentiste Bernarda. Me hiciste creer que estabas de mi lado, mientras a mi espalda tramabas la forma de intrigar contra mi relación con Pilar. Usaste mi cercanía con ella para conseguir información, y te valiste de engaños y falsificaciones.
–Culpable de esos cargos –replicó Bernarda sin inmutarse– por fin caen las máscaras hija mía, ahora podemos hablar con la verdad.
–Quiero que me digas porqué.
–Porque nunca iba a estar de acuerdo en esa aventurilla tuya con esa muchacha. ¿Por qué más?

Micaela la miró con desprecio. Siempre había sabido que su madre era una bestia de caza en los negocios, y nunca la apoyó ni estuvo de acuerdo, pero de alguna manera creyó que por ser su hija, ella establecería un límite de no dañar, de no destruir. Que estúpida había sido.

–Eso ya lo había supuesto, me refiero a porque me hiciste creer que eras mi aliada.
–Porque era la única forma de entrar en el área de Carmen sin poner en riesgo mis planes – respondió la otra simplemente– todo se trataba de oportunidades.

La joven vió por un momento la escena desde afuera, con ella por un lado,  joven, natural, sincera, y por el otro Bernarda, madura, artificial, mentirosa. No tenía ningún sentido estar allí pidiendo explicaciones, mejor era pasar a la parte importante. Tomó en sus manos una costosa figura tallada a mano en cristal blanco, una especie de hada con corazón de brillante.

–Así que solo fue otro negocio –comentó jugando con la estatuilla– otro día, otro billete para ti, nada más y nada menos. Solo otro comerciante pequeño expropiado porque pondrás en lugar de su tienda una automotora, otro grupo de obreros despedidos para abaratar costos, otra empleada tirada a una casa de reposo a cambio de una más joven. Eso fué para ti tu hija, y yo que creí que me mantendrías al margen de tus maquinaciones al menos para no perjudicar tus propios intereses.

Arrojó violentamente la figura contra una pared, haciéndola mil pedazos; Bernarda contrajo los músculos de su cara al ver la destrucción de una de sus posesiones, pero se mantuvo firme, a tres metros de distancia de la más joven, decidida a no dejarse intimidar por nadie, como siempre.

–Estás haciendo un melodrama barato –atacó haciendo ojos ciegos a la estatuilla– a fin de cuentas yo no soy la bruja de la historia ni eso que pretendes. ¿O acaso fui yo quien se llenó de desconfianza?

Eso fue un golpe bajo.

–Claro que no, pero si eres responsable de tus actos, a la larga todo lo que haces termina por tener una consecuencia, no puedes ser tan inocente como para creer que eso no pasará nunca. Soy una tonta, fui la mujer más estúpida del mundo al creer que tú, específicamente tú, ibas a tener alguna cuota de humanidad teniendo un botín jugoso a la vista; te creí, te  creí tu apoyo y tus palabras, incluso di por correcto que me pidieras mantener lo nuestro en secreto, porque pensé que era el precio que tenía que pagar por tener a mi madre de aliada. Luego –continuó con rabia– estuvo esa noche en la galería, cuando estábamos tú y yo y me mostraste esa horrenda pintura: un cielo tormentoso iluminado por infinitos colores, salidos de las alas de las más exquisitas mariposas, volando en ascensión hacia un cielo impredecible, y las que estaban más arriba con las alas incendiándose; me dijiste cual era el concepto de esa obra, y mientras yo miraba esas frágiles vidas destruirse, te escuchaba diciéndomelo ¨nunca logran llegar al cielo, porque cuando están demasiado alto la luz del Sol les quema las alas¨ Y sabías que yo le decía a Pilar que era mi mariposa, tú lo sabías. ¿Qué te ocurrió en ese momento? ¿Estabas advirtiéndome en un momento de debilidad a ver si yo comprendía el mensaje, o simplemente estabas anunciando mi destino?

–Un poco de las dos cosas –contestó Bernarda sin alterarse– pero a fin de cuentas daba lo mismo, porque lo importante ya estaba hecho, no iba a dar pie atrás, y lo mismo digo de ti, no te arrepentiste de mezclarte con esa chiquilla, y ahí tienes. Todo el amor que supuestamente tenías ni siquiera era tan grande después de todo.

Micaela miró de arriba a abajo a su madre; esa era la verdadera, la que había visto siempre y no otra.

–No estoy hablando de eso, ya te lo dije. Mis sentimientos por Pilar y lo que pueda pasar con ella son asunto mío, pero te concierne actuar contra tu hija, y lo sabes. Estás completamente sola en el mundo, mi papá huyo de ti, tus amigos solo se te acercan porque vives un buen momento, y no cuidas a tu hija ni siquiera por interés.

Bernarda sabía desde siempre que ser madre no era lo suyo, y en realidad Micaela había sido un dolor de cabeza desde que se convirtió en lesbiana, pero ya era irrelevante, simplemente tenía que quitarla del camino.

–No tengo interés en ti, no te necesito Micaela, siempre he sido autosuficiente, y si ya terminaste tu teatro, es mejor que te vayas.
–No tengo mayor interés en quedarme contigo aquí, pero si quiero que sepas que no me voy a cruzar de brazos viendo como le sigues arruinando la vida a los demás.
– ¿Y qué vas a hacer? ¿Destruir mis adornos?

Micaela la miró fijamente; escuchar a la propia madre hablarle como a una desconocida era duro, pero lo superaría, y cumpliría con lo que estaba anunciando.

–Voy a destruirte a ti –sentenció decidida– tal vez no pueda cambiar el engaño que hiciste, pero te conozco Bernarda Solar, y no solo puedo entrar a tu departamento, también conozco varios otros sitios, veremos qué tan molesta puede ser para una leona como tú una mariposa volando a su alrededor.

Una hora después, Micaela estaba en la obra del Boulevard, y aprovechó un momento para hablar con el mismo obrero que había visto saliendo del edificio de la constructora anteriormente.

–Mario, quiero que me digas por qué estabas en el edificio de la constructora.

El hombre la miró sorprendido.

– ¿En el edificio? Nunca estuve ahí, además ¿para qué?
–No lo niegues –replicó ella– sé que tienes estudios de informática, y creo saber lo que hiciste, pero quiero que primero me lo digas tú. Sé que hemos trabajado muy poco, pero siempre estuve  de su lado, respétame un poco y dime la verdad, me lo merezco.

El hombre tragó saliva.

–Tiene que comprender que es mucho dinero, y lo necesito.
–No te voy a juzgar. Solo dímelo.
–Me pagaron por conseguir información de los proyectos que lleva don Esteban –explicó el trabajador en voz baja– y lo hice. Es mucho lo que me pagaron, lo siento pero lo hice por mi familia.
– ¿Quién te pagó?
–La misma mujer que estuvo aquí la otra vez. Por favor no le diga a los demás o van a matarme.

Micaela lo miró, y comprendió porque es que personas como Bernarda  tenían éxito: porque habían personas como él que les pavimentaban el camino.

–No le voy a decir a nadie. Además no tendría sentido, me van a despedir dentro de muy poco.
– ¿Por lo que hice?
–No, iba a pasar igual. Eres un buen hombre Mario, no te arriesgues a colaborar con este tipo de gente, porque así  como ahora te  pagan por algo que necesitan que hagas, el día de mañana le pagaran a otro para quitarte de su camino si les estorbas; cuídate mucho de las personas como Eva San Román, con ellos lo único que tienes claro es que algún día te causaran problemas.

– ¿Y ahora qué hago?

Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, después de las visitas que les había hecho a Micaela y a su madre; estaba cansada, pero no sabía definir si estaba triste o no.

–Mira, lo importante es que ya diste ese paso tan importante.
–No lo habría logrado sin tu apoyo.
–Ni lo menciones –comentó la otra sonriendo– es lo mínimo que haría por ti amiga. Ahora, si ya pasaste esta etapa, creo que deberías hacer alguna clase de proyecto nuevo.
– ¿Pero de que, con qué dinero?
– ¿Cómo que con qué dinero? Pues con el del pago, ese que tienes ahí desde hace ocho meses.

Pilar frunció el ceño.

–Nunca he pensado en usar ese dinero, creo que no corresponde.
– ¿Y por qué no? Ese dinero no es mal habido si es eso en lo que estás pensando, es un pago mínimo en comparación con todo lo que has sufrido mujer; tómalo como una indemnización, si se pudiera enjuiciar a alguien por lo que te hicieron exigirías una reparación o una multa, esto es exactamente lo mismo.
–La verdad es que no lo había tomado de esa manera.
–Ya  veo. Pero hazme caso, te aseguro que es la mejor decisión.

Pilar sabía que había estado haciendo algunas cosas, además de algunas inversiones con el dinero que le dejara su padre, pero la idea, ahora planteada, tenía sentido.

–Margarita, y tú ¿que harías con ese dinero?
– ¿Yo?
–Claro, es tu idea, dime en que lo usarías.
–Pues si lo pones así... mira, la verdad yo pondría un restaurant o algo parecido, en estos tiempos está de moda eso de los lugares temáticos y tú has viajado así que tienes más conocimientos.

Pilar se lo pensó un momento. La idea tenía sentido tanto por el argumento de Margarita como por la perspectiva de estar ocupada.

– ¿Sabes qué? Que me parece una idea genial, eso voy a hacer, y tú vas a ayudarme.
–Pero como te voy a ayudar yo mujer si no sé nada de negocios.
–Pero sabes de recetas –replicó animándose– y yo no. Así que te voy a contratar, desde ahora serás mi asesora, pondremos un restaurante que será un éxito, y nos vamos a olvidar de todos estos problemas.

Interiormente sabía que no será fácil, pero si ya había enfrentado a su madre y a Micaela, seguramente todo lo demás sería fácil.




Próximo episodio: Paraíso sin retorno

Por ti, eternamente Capítulo 3: Única opción



Tan pronto como salió de la casa en donde había encontrado a Magdalena, un poderoso sentimiento de inseguridad se apoderó de Víctor. Parecía como si todo lo que pasara fuera una película, una fantasía en la que estaba atrapado sin poder hacer nada más que seguir participando, una situación excepcional en la que nada estaba bien, y donde parecía que todos podían estar observándolo. Con el bebé en sus brazos y muy bien envuelto en las cobijas, el hombre caminó varias cuadras en la dirección contraria por donde había llegado, sin poder sacarse de la cabeza las palabras de Magdalena, y la amenaza de la familia De la Torre como un ojo amenazante, muy cerca de él.
Algunas cuadras después subió a un taxi, pero descendió a cierta distancia de su casa, sin tener muy claro qué hacer; a fin de cuentas tenía un bebé en sus manos, y la posibilidad de que alguien lo viera con él era incómoda y desagradable. Caminando a paso rápido entró en el pasaje y se metió a su cuarto, sorprendiéndose de no haber topado con nadie en el trayecto, pero cuando se encontró en lo que consideraba la seguridad de su privacidad, comenzó a sentirse más angustiado.

—Esto no puede estar pasando...

Se sentó en la cama y dejó al bebé sobre las cobijas; seguía estando muy quieto, y aunque estaba despierto, no hacía más que respirar y mirarlo, muy fijamente con esos impresionantes ojos castaños que había heredado de su madre, casi como si quisiera conocerlo, como si estuviera estudiando su cara y sus rasgos.

—Tengo que ir a buscar a Magdalena.

Que ella le hubiera dicho con tanta propiedad que confiaba en él para hacerse cargo de Ariel era un peso que comenzaba a sentir sobre los hombros, pero aún en esos momentos no procesaba todo lo que estaba pasando; Magdalena estaba muy enferma, pero seguramente había algo que se podía hacer, además, el peligro que ella temía de su familia no era directo si era él quien tenía al bebé, lo que les daría tiempo para conseguir ayuda. De primera, lo importante era llevarla a algún centro asistencial, para que se hicieran cargo de estabilizarla. Pero obviamente no podía hacerse cargo del bebé y de ella a la vez, eso lo sabía desde el principio.

—Voy a tener que salir...

Sabía que estaba muy nervioso, pero al menos tenía algo en su favor, y es que cuando más joven había trabajado de canguro, así que sabía todo lo necesario del cuidado de un bebé o un niño, desde los alimentos hasta como detectar determinadas reacciones, y en ese momento Ariel estaba totalmente tranquilo, lo que le daba un tiempo en su favor.
Aunque no estaba muy convencido, acomodó al bebé justo en medio de la cama, y armó a su alrededor con las cobijas una estructura que lo mantuviera quieto, ligeramente ladeado y con la cabeza en ángulo para mantenerlo estable y con las vías despejadas. Tomó algo de dinero de entre sus cosas, pero se detuvo y puso música ambiental en el minicomponente, a un volumen suficiente para no molestar al bebé, pero suficiente también para que cubriera los llantos si es que los había.

—Volveré pronto, pórtate bien.

El bebé lo miró fijamente, pero no pareció alterado por quedarse en la cama, seguramente porque con la enfermedad de la madre estaba acostumbrado a permanecer sobre el lecho. Encomendándose a sí mismo a todos los santos, Víctor salió a toda velocidad y se subió a un taxi y comenzó el viaje, sabiendo que se tardaría aproximadamente ocho minutos en llegar. Luego tendría que rogar no tardarse demasiado en sacar a Magdalena de ese sitio en donde estaba.

Mientras Víctor hacía esos planes, Magdalena yacía sola sobre la cama, respirando lenta y cansadamente. De pronto su celular anunció una llamada, y con algo de dificultad lo alcanzó; era un número desconocido, pero sabía de quien se trataba, y no contestaría.

—Víctor...

Sus murmuraciones apenas se escuchaban en sus propios oídos; apagó el celular, sabiendo que le había entregado su hijo a su padre en el momento preciso, porque los hombres de su padre ya la habían localizado. ¿Qué tan cerca estarían? Ya no importaba.

—Víctor —murmuró como hablando con él— te confío a Ariel para que cuides de él; solo puedo confiar en ti, y mi corazón de madre me dice que harás lo correcto. Adiós Víctor.

Cerró los ojos, y ya no sentía más preocupación; no podía estar equivocada, el hombre al que había conocido antes y que era el padre de Ariel no era ni por lejos perfecto, y claramente era joven como ella, pero algo en su interior le decía insistentemente que había tomado la decisión correcta, porque alguien que se estremece en un abrazo como el que le dio, alguien que puede sintonizar con lo realmente importante a pesar de todo lo demás, es realmente la persona indicada para criar a un niño.
La joven madre se quedó muy quieta, orgullosa de su hijo y tranquila con su decisión, y con los ojos cerrados esperó el momento, en que tuviera que dormir.

2

Víctor se bajó del taxi a un par de cuadras del sitio en donde estaba la casa donde poco antes encontrara a Magdalena, y mientras caminaba en esa dirección sacó del bolsillo el celular para llamarla; pero cambió de opinión, porque le pareció absurdo llamarla. Antes de girar en una esquina se le cayó el celular, y tuvo que detenerse a recogerlo, justo cuando escuchó unas voces del otro lado de la esquina.

— ¿Y qué se supone que vamos a hacer?
—Tenemos que llamar a Don Fernando, hay que decirle ahora mismo.
—Ese hombre se va  a poner como una fiera cuando le digamos que encontramos a la señorita Magdalena muerta en esa casa.

¿Muerta? Víctor sintió que se le helaba la sangre.

—Es verdad, pero hay que decirle ya mismo, después veremos cómo reacciona.

Los dos hombres se alejaron, justo en la dirección en donde estaba la casa donde había encontrado a Magdalena; Víctor se puso de pie dificultosamente, con las manos temblorosas, sin poder creer nada de lo que estaba sucediendo. ¿Cómo podía estar muerta? Es cierto que estaba  enferma, pero demostraba tanta fuerza al hablar de su hijo, y de cómo estuvo dispuesta a todo para ponerlo a salvo de...

—Oh por Dios...

Se tapó la boca con las manos para no dar un grito de espanto. ¿Cómo no lo había entendido, como no se había dado cuenta de lo que en realidad estaba pasando?

—Dios mío...

No daba crédito a su ingenuidad. Magdalena le había mentido, o le había dicho algo que no era totalmente cierto al menos; estaba encargándole a su hijo, pero no era por su familia o la enfermedad, o al menos esos no eran el motivo principal. Cuando le encargó al bebé, ella sabía que su muerte estaba cerca, muchísimo más cerca de lo que se veía y de lo que ella misma dijera, porque la estaba viviendo, no era una exageración decir que no quería que su hijo presenciara la muerte.
Estaba estupefacto, no podía creer lo que estaba pasando, pero de pronto reaccionó y supo que tenía que salir de allí lo más pronto posible; giró en dirección contraria, y caminó a toda velocidad, tenía que salir de ahí, tenía que alejarse de ese sitio y no volver, y lo más importante de todo, tenía que volver a su cuarto, y tomar una decisión muy importante.

                        3    

Víctor volvió en pocos minutos al cuarto, sin poder terminar de procesar nada de lo que estaba pasando; todo parecía una pesadilla, en la que estaba involucrado de manera irremediable, pero ahora no tenía más opción que vivir, y decidir lo qué iba a hacer.

— ¿Qué voy a hacer?

Se sentó en la cama junto al bebé, y se quedó mirándolo de hito en hito. El pequeño estaba prácticamente en la misma posición de antes, y se encontró con su mirada penetrante buscando la suya.

—Tengo que hacer algo, no puedo seguir así...

Lo primero que asomó en su mente fue la idea más inmediata, llamar a la policía y advertirles de lo que había ocurrido, creyendo que seguramente ellos tomarían la mejor decisión. Pero un momento después reaccionó, y recordó lo que la propia Magdalena le había dicho; no solo eso, el recuerdo de las palabras de esos hombres hablando de su muerte, la realidad de su muerte, todo se conjugaba para hacerle entender poco a poco la realidad.

No podía llamar a la policía sin perder a Ariel en el intento, y nuevamente apareció en su mente la imagen de Magdalena pidiéndole que le asegurara que cuidaría a su hijo. Él mismo no sabía muy bien cómo es que no había salido corriendo, ni tampoco por qué es que seguía involucrado, sin huir como de seguro haría cualquiera en su lugar. Tomó al bebé en sus brazos y lo liberó de las cobijas que lo envolvían; llevaba un trajecito celeste de dos partes, y lentamente, con sumo cuidado, levantó la tela para ver la piel. Ahí estaba, un lunar rojo alargado, increíblemente similar al suyo, que delataba la verdad en las palabras de Magdalena.

—Cielo santo, no puedo creerlo...

Era su hijo tal como ella lo había dicho, y se sintió culpable por haber dudado de sus palabras, pero comprobar con esa prueba que el bebé realmente llevaba su sangre no facilitaba las cosas, al contrario, las hacía muchísimo más complicadas.

—Así que te llamas Ariel...

Sostuvo al pequeño frente a si, mientras él lo miraba nuevamente, con esos profundos ojos color castaña, como si estuviera analizándolo, o queriendo decirle algo.

—Te llamas Ariel... yo soy Víctor, soy...

Pero no pudo decirlo. Era una tontería porque en su mente ya lo tenía claro, pero igual no pudo exteriorizarlo, solo pudo quedarse mirando al bebé mientras éste parecía querer escudriñar su alma a través de los ojos.

Tenía que tomar una decisión que iba a definir su vida.

No podía simplemente aparecer con un bebé de la nada, por mucho que fuera su hijo; existía Servicios infantiles, y tan pronto como alguien descubriera al pequeño, los tendría a ellos y a la policía encima, pero tampoco tenía ningún plan, no había nada que se le ocurriera, y desde luego no tenía familia en ninguna parte como para recurrir a ese tipo de salida momentánea. Ya lo tenía decidido, conservaría al pequeño ahí durante la tarde, y luego decidiría con más calma qué hacer, pero lo que tenía claro, al menos en  su mente, es que no iba a entregar al niño a la primera.

—Magdalena tenía razón —murmuró lentamente— tú no deberías vivir en un entorno como el de su familia, y si se lo prometí, no puedo fallarle, además que tú eres...

Se quedó un momento sin palabras, la música ambiental aún se dejaba escuchar, pero él no podía oír nada, solo sabía que todo había cambiado del cielo a la tierra en menos de un día, y que todas esas sorpresas y cambios lo hacían sentir sacudido, con una sensación total de vacío en el estómago.

—No sé qué es lo que va a pasar, ni tampoco sé si ésta es la decisión correcta, pero le hice una promesa a tu madre y haré lo posible por cumplirla.

Volvió a envolver al bebé en las cobijas, sintiendo el ritmo del corazón acelerado y la respiración entrecortada. A partir de ese momento no sabía lo que iba a pasar y sentía miedo de todo, pero algo en su interior pujaba por hacerlo cumplir la promesa que había hecho a una madre desesperada.



Próximo capítulo: Escándalo y escape