Por ti, eternamente Capítulo 3: Única opción



Tan pronto como salió de la casa en donde había encontrado a Magdalena, un poderoso sentimiento de inseguridad se apoderó de Víctor. Parecía como si todo lo que pasara fuera una película, una fantasía en la que estaba atrapado sin poder hacer nada más que seguir participando, una situación excepcional en la que nada estaba bien, y donde parecía que todos podían estar observándolo. Con el bebé en sus brazos y muy bien envuelto en las cobijas, el hombre caminó varias cuadras en la dirección contraria por donde había llegado, sin poder sacarse de la cabeza las palabras de Magdalena, y la amenaza de la familia De la Torre como un ojo amenazante, muy cerca de él.
Algunas cuadras después subió a un taxi, pero descendió a cierta distancia de su casa, sin tener muy claro qué hacer; a fin de cuentas tenía un bebé en sus manos, y la posibilidad de que alguien lo viera con él era incómoda y desagradable. Caminando a paso rápido entró en el pasaje y se metió a su cuarto, sorprendiéndose de no haber topado con nadie en el trayecto, pero cuando se encontró en lo que consideraba la seguridad de su privacidad, comenzó a sentirse más angustiado.

—Esto no puede estar pasando...

Se sentó en la cama y dejó al bebé sobre las cobijas; seguía estando muy quieto, y aunque estaba despierto, no hacía más que respirar y mirarlo, muy fijamente con esos impresionantes ojos castaños que había heredado de su madre, casi como si quisiera conocerlo, como si estuviera estudiando su cara y sus rasgos.

—Tengo que ir a buscar a Magdalena.

Que ella le hubiera dicho con tanta propiedad que confiaba en él para hacerse cargo de Ariel era un peso que comenzaba a sentir sobre los hombros, pero aún en esos momentos no procesaba todo lo que estaba pasando; Magdalena estaba muy enferma, pero seguramente había algo que se podía hacer, además, el peligro que ella temía de su familia no era directo si era él quien tenía al bebé, lo que les daría tiempo para conseguir ayuda. De primera, lo importante era llevarla a algún centro asistencial, para que se hicieran cargo de estabilizarla. Pero obviamente no podía hacerse cargo del bebé y de ella a la vez, eso lo sabía desde el principio.

—Voy a tener que salir...

Sabía que estaba muy nervioso, pero al menos tenía algo en su favor, y es que cuando más joven había trabajado de canguro, así que sabía todo lo necesario del cuidado de un bebé o un niño, desde los alimentos hasta como detectar determinadas reacciones, y en ese momento Ariel estaba totalmente tranquilo, lo que le daba un tiempo en su favor.
Aunque no estaba muy convencido, acomodó al bebé justo en medio de la cama, y armó a su alrededor con las cobijas una estructura que lo mantuviera quieto, ligeramente ladeado y con la cabeza en ángulo para mantenerlo estable y con las vías despejadas. Tomó algo de dinero de entre sus cosas, pero se detuvo y puso música ambiental en el minicomponente, a un volumen suficiente para no molestar al bebé, pero suficiente también para que cubriera los llantos si es que los había.

—Volveré pronto, pórtate bien.

El bebé lo miró fijamente, pero no pareció alterado por quedarse en la cama, seguramente porque con la enfermedad de la madre estaba acostumbrado a permanecer sobre el lecho. Encomendándose a sí mismo a todos los santos, Víctor salió a toda velocidad y se subió a un taxi y comenzó el viaje, sabiendo que se tardaría aproximadamente ocho minutos en llegar. Luego tendría que rogar no tardarse demasiado en sacar a Magdalena de ese sitio en donde estaba.

Mientras Víctor hacía esos planes, Magdalena yacía sola sobre la cama, respirando lenta y cansadamente. De pronto su celular anunció una llamada, y con algo de dificultad lo alcanzó; era un número desconocido, pero sabía de quien se trataba, y no contestaría.

—Víctor...

Sus murmuraciones apenas se escuchaban en sus propios oídos; apagó el celular, sabiendo que le había entregado su hijo a su padre en el momento preciso, porque los hombres de su padre ya la habían localizado. ¿Qué tan cerca estarían? Ya no importaba.

—Víctor —murmuró como hablando con él— te confío a Ariel para que cuides de él; solo puedo confiar en ti, y mi corazón de madre me dice que harás lo correcto. Adiós Víctor.

Cerró los ojos, y ya no sentía más preocupación; no podía estar equivocada, el hombre al que había conocido antes y que era el padre de Ariel no era ni por lejos perfecto, y claramente era joven como ella, pero algo en su interior le decía insistentemente que había tomado la decisión correcta, porque alguien que se estremece en un abrazo como el que le dio, alguien que puede sintonizar con lo realmente importante a pesar de todo lo demás, es realmente la persona indicada para criar a un niño.
La joven madre se quedó muy quieta, orgullosa de su hijo y tranquila con su decisión, y con los ojos cerrados esperó el momento, en que tuviera que dormir.

2

Víctor se bajó del taxi a un par de cuadras del sitio en donde estaba la casa donde poco antes encontrara a Magdalena, y mientras caminaba en esa dirección sacó del bolsillo el celular para llamarla; pero cambió de opinión, porque le pareció absurdo llamarla. Antes de girar en una esquina se le cayó el celular, y tuvo que detenerse a recogerlo, justo cuando escuchó unas voces del otro lado de la esquina.

— ¿Y qué se supone que vamos a hacer?
—Tenemos que llamar a Don Fernando, hay que decirle ahora mismo.
—Ese hombre se va  a poner como una fiera cuando le digamos que encontramos a la señorita Magdalena muerta en esa casa.

¿Muerta? Víctor sintió que se le helaba la sangre.

—Es verdad, pero hay que decirle ya mismo, después veremos cómo reacciona.

Los dos hombres se alejaron, justo en la dirección en donde estaba la casa donde había encontrado a Magdalena; Víctor se puso de pie dificultosamente, con las manos temblorosas, sin poder creer nada de lo que estaba sucediendo. ¿Cómo podía estar muerta? Es cierto que estaba  enferma, pero demostraba tanta fuerza al hablar de su hijo, y de cómo estuvo dispuesta a todo para ponerlo a salvo de...

—Oh por Dios...

Se tapó la boca con las manos para no dar un grito de espanto. ¿Cómo no lo había entendido, como no se había dado cuenta de lo que en realidad estaba pasando?

—Dios mío...

No daba crédito a su ingenuidad. Magdalena le había mentido, o le había dicho algo que no era totalmente cierto al menos; estaba encargándole a su hijo, pero no era por su familia o la enfermedad, o al menos esos no eran el motivo principal. Cuando le encargó al bebé, ella sabía que su muerte estaba cerca, muchísimo más cerca de lo que se veía y de lo que ella misma dijera, porque la estaba viviendo, no era una exageración decir que no quería que su hijo presenciara la muerte.
Estaba estupefacto, no podía creer lo que estaba pasando, pero de pronto reaccionó y supo que tenía que salir de allí lo más pronto posible; giró en dirección contraria, y caminó a toda velocidad, tenía que salir de ahí, tenía que alejarse de ese sitio y no volver, y lo más importante de todo, tenía que volver a su cuarto, y tomar una decisión muy importante.

                        3    

Víctor volvió en pocos minutos al cuarto, sin poder terminar de procesar nada de lo que estaba pasando; todo parecía una pesadilla, en la que estaba involucrado de manera irremediable, pero ahora no tenía más opción que vivir, y decidir lo qué iba a hacer.

— ¿Qué voy a hacer?

Se sentó en la cama junto al bebé, y se quedó mirándolo de hito en hito. El pequeño estaba prácticamente en la misma posición de antes, y se encontró con su mirada penetrante buscando la suya.

—Tengo que hacer algo, no puedo seguir así...

Lo primero que asomó en su mente fue la idea más inmediata, llamar a la policía y advertirles de lo que había ocurrido, creyendo que seguramente ellos tomarían la mejor decisión. Pero un momento después reaccionó, y recordó lo que la propia Magdalena le había dicho; no solo eso, el recuerdo de las palabras de esos hombres hablando de su muerte, la realidad de su muerte, todo se conjugaba para hacerle entender poco a poco la realidad.

No podía llamar a la policía sin perder a Ariel en el intento, y nuevamente apareció en su mente la imagen de Magdalena pidiéndole que le asegurara que cuidaría a su hijo. Él mismo no sabía muy bien cómo es que no había salido corriendo, ni tampoco por qué es que seguía involucrado, sin huir como de seguro haría cualquiera en su lugar. Tomó al bebé en sus brazos y lo liberó de las cobijas que lo envolvían; llevaba un trajecito celeste de dos partes, y lentamente, con sumo cuidado, levantó la tela para ver la piel. Ahí estaba, un lunar rojo alargado, increíblemente similar al suyo, que delataba la verdad en las palabras de Magdalena.

—Cielo santo, no puedo creerlo...

Era su hijo tal como ella lo había dicho, y se sintió culpable por haber dudado de sus palabras, pero comprobar con esa prueba que el bebé realmente llevaba su sangre no facilitaba las cosas, al contrario, las hacía muchísimo más complicadas.

—Así que te llamas Ariel...

Sostuvo al pequeño frente a si, mientras él lo miraba nuevamente, con esos profundos ojos color castaña, como si estuviera analizándolo, o queriendo decirle algo.

—Te llamas Ariel... yo soy Víctor, soy...

Pero no pudo decirlo. Era una tontería porque en su mente ya lo tenía claro, pero igual no pudo exteriorizarlo, solo pudo quedarse mirando al bebé mientras éste parecía querer escudriñar su alma a través de los ojos.

Tenía que tomar una decisión que iba a definir su vida.

No podía simplemente aparecer con un bebé de la nada, por mucho que fuera su hijo; existía Servicios infantiles, y tan pronto como alguien descubriera al pequeño, los tendría a ellos y a la policía encima, pero tampoco tenía ningún plan, no había nada que se le ocurriera, y desde luego no tenía familia en ninguna parte como para recurrir a ese tipo de salida momentánea. Ya lo tenía decidido, conservaría al pequeño ahí durante la tarde, y luego decidiría con más calma qué hacer, pero lo que tenía claro, al menos en  su mente, es que no iba a entregar al niño a la primera.

—Magdalena tenía razón —murmuró lentamente— tú no deberías vivir en un entorno como el de su familia, y si se lo prometí, no puedo fallarle, además que tú eres...

Se quedó un momento sin palabras, la música ambiental aún se dejaba escuchar, pero él no podía oír nada, solo sabía que todo había cambiado del cielo a la tierra en menos de un día, y que todas esas sorpresas y cambios lo hacían sentir sacudido, con una sensación total de vacío en el estómago.

—No sé qué es lo que va a pasar, ni tampoco sé si ésta es la decisión correcta, pero le hice una promesa a tu madre y haré lo posible por cumplirla.

Volvió a envolver al bebé en las cobijas, sintiendo el ritmo del corazón acelerado y la respiración entrecortada. A partir de ese momento no sabía lo que iba a pasar y sentía miedo de todo, pero algo en su interior pujaba por hacerlo cumplir la promesa que había hecho a una madre desesperada.



Próximo capítulo: Escándalo y escape

La traición de Adán capítulo 16: Errores en cadena



Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, ésta vez ambas sentadas frente al ordenador. Ya caía la noche del día Lunes, y el trabajo había resultado muy satisfactorio, ya que en el banco le habían proporcionado una copia de la grabación de seguridad del día del depósito en su cuenta, luego de hacerla firmar un documento donde exime al banco de cualquier  responsabilidad penal; lo firmo sin más, lo que quería era ver a la persona que había hecho el depósito en su cuenta.

– ¿Estás lista?
–Sí.

No lo estaba, pero tampoco podía ya arrepentirse.  Dieron inicio al video y lo adelantaron hasta la hora del depósito, hasta que dieron con el hombre; pudo saber que era porque en el banco, además de su nombre, lo único otro que pudieron darle fue una vaga descripción, hombre de entre treinta y cuarenta, en la caja tres, con un dinero sacado de los bolsillos de su chaqueta.

–Mira, es ese.
–Pero no se le ve el rostro. Esperemos hasta que salga a ver si se da vuelta.

Pero en ningún momento se le vió la cara, y la cámara enfocaba desde arriba, así que tendría que voltear completamente o mirar hacia arriba. No lo hizo, y mientras se alejaba, las esperanzas de tener alguna respuesta se esfumaban.

–Rayos, ya está saliendo, creo que en esto llegamos hasta aquí.
–Espera.

Siguió mirando como el hombre se alejaba, y entonces lo vió.

–No es posible...
–Qué mujer, no veo nada.

No era posible. No podía ser que esa persona estuviera involucrada. ¿Cómo, porqué?
Sintió que se le escapaba el aire, esto era aún peor que  todo lo que había pasado antes, porque significaba que...

–Dime Pilar por Dios santo, te pusiste pálida, estás matándome con la angustia, dime que estás viendo que yo no.
–La mujer mayor  –respondió con voz temblorosa mientras detenía el video– la que está junto al sujeto.
– ¿Sabes quién es?
–Si... es imposible, tiene que haber un error...
– ¡Pero dime quien es!

No podía creerlo, no podía aceptar algo así, porque si era verdad, si en serio había ocurrido eso, entonces ella no era la única víctima en  toda esa historia, y la maquinación que se escondía detrás de todo eso era absolutamente monstruosa.

–Esa mujer... ahora está jubilada, tengo que encontrarla, tengo que enfrentarla y escuchar que me lo confirme o nunca podré creerlo. Ella es el ama de llaves de la madre de Micaela.

Margarita casi se cayó del asiento.

– ¿Qué?
–Es ella, la recuerdo muy bien, desde que me conoció siempre me trató con mucho cariño.
–Pero no lo entiendo, no tendría motivos para...
–No es ella. Ella solo hacía las cosas por órdenes, y si es así... Dios me libre, si de verdad esto no es un error, entonces puede ser que la madre de Micaela este detrás de todo esto. Mañana  a primera hora salgo a buscarla.

Adán estaba en la galería revisando los detalles necesarios para la re–inauguración de la galería la noche siguiente; por suerte había pasado tan poco que la mayoría estaba listo, y el personal necesario ya estaba contactado para que  a las diez de la noche atendieran a todos los invitados, y de hecho lo ocurrido la jornada anterior había servido pues ahora habían algunos medios de prensa más y habían confirmado prácticamente todos los invitados; todo era casi igual, excepto que ahora habría una recepción rápida afuera y los cuadros se quedarían en el interior, de hecho había dispuesto que el nuevo Regreso al paraíso estuviera en el centro de la galería, abrazado por las otras pinturas que eran de imagen más amable que ésta nueva. Sabía que la obra llamaría la atención, pero no estaba seguro del efecto en general, porque un resultado tan convulso podía perjudicar a todo lo demás. La suerte ya estaba echada otra vez, Carmen descansaba en su departamento y él tenía todo controlado excepto aquel molesto mensaje en la tarjeta: no había dejado de pensar en eso, hasta finalmente convencerse de que no había motivos para estar alarmado, porque por mucho que alguien deslizara cualquier tipo de amenaza, aún tendría que disponer de alguna prueba, y eso era sumamente difícil.
Sonó su teléfono celular.

–Eva.
–Ven al hotel.
–Voy para allá.

No dijo más y cortó. Tan pronto como escuchaba a Eva lo demás se borraba, ahora solo le importaba amarla otra vez, y  para eso cerró la galería, y salió rápidamente en su auto, sin percatarse del vehículo estacionado donde Miguel lo vigilaba atentamente.

–Parece que vas a tener noche de fiesta Adán –murmuró para si– y mañana es tu gran día. No me conviene decirle nada a Sofía aún, así que te voy a dejar disfrutar de tu noche de gloria y después atacaré; tranquila Sofía, tú y yo vamos a tener nuestra venganza.

A la mañana siguiente Pilar salió rápidamente y con solo un objetivo en la mente; no le fue difícil dar con el paradero de la persona que buscaba, sabía que por su edad no se había ido a vivir sola, de modo que le bastó hacer algunas averiguaciones y supo que estaba  en una casa de retiro campestre a las afueras de la ciudad. Estaba más nerviosa que antes, ante la posibilidad de encontrarse con una verdad que no quería oír, pero por dura que fuese la situación, no iba a acobardarse esta vez, de alguna manera el apoyo y la fe de su amiga le habían dado fuerzas para enfrentar de una vez por todas aquello de lo que tenía ocho meses escapando.
Cuando la localizó dentro de la casa de retiro, vio a una mujer de más de setenta años, quizás más envarnecida y canosa pero básicamente igual, de baja estatura, blanca de piel y cabello corto con rizos plateados, sentada sobre una reposadera, sola en ese instante.

–Marcia.

La mujer mayor miró en su dirección, y al cabo de unos momentos la reconoció, pero no pareció alegre al verla, aunque tampoco triste.

– ¿Y usted que hace aquí niña Pilar?

Sonaba como antes, con esa voz melodiosa que inspiraba a la vez respeto y confianza, pero no era lo mismo, no podía acercarse a ella sin más, primero tenía que saber.

–Necesito saber algo Marcia, por eso vine aquí. Tengo una pregunta que quiero que me respondas.

La anciana la miró fijo y más seria al notar su expresión.

–Dime mi niña.
–Dime quien te envió hace ocho meses a depositar mucho dinero en mi cuenta en el banco.

La mujer dió señales de no entender.

– ¿Dinero en el banco? No sé, yo no hago esas cosas, creo que estás confundida.
–Acompañaste a un hombre.
–No Pilar, yo no...
–Lo hiciste, te vi en una grabación –replicó conservando aún la calma– por favor no me lo niegues.
–Es que no estoy negando nada, yo nunca he sabido nada de esas cosas, estás confundida mi niña.
– ¡No me digas así, no me sigas tratando como si fuera estúpida!

No tenía costumbre  de gritar, así que su voz salió aguda, con una nota de histeria. Mejor, ya estaba harta de callar.

–Pilar...
–Dime la verdad Marcia.
–Pilar yo...
–Dime la verdad Marcia –exclamó con energía– me lo debes, después que confié en ti, después que te creí mi amiga me lo debes, al menos sé sincera conmigo una vez, porque está claro que nunca antes lo fuiste.

La anciana se sintió ofendida, pero mantuvo la mirada.

–Ustedes sabían que lo que hacían estaba mal.
– ¿Qué?
–Lo sabían –la acusó en voz más alta– y la señora estaba sufriendo por eso pero no les importó, nada les importaba; pero es verdad cuando dicen que las cosas se compensan por si solas, por eso es que ella las puso a prueba, y se demostró todo, lo mal hecho se les devolvió.

Hablaba como una fanática, refiriéndose a su relación con Micaela como un pecado o un delito imperdonable.

–No sabes de lo que estás hablando.
–Ustedes tampoco sabían que lo que hacían estaba mal, o no quisieron escuchar.
–Por Dios Marcia, estás hablando de Micaela, ¡tú prácticamente la criaste! Y estás hablando de mí, me acogiste, me escuchaste, y ahora me vienes con esto... ¿Por qué lo hiciste si siempre pensaste que nuestro amor era un delito?
–Porque siempre se intenta al comienzo –explicó con convicción– siempre se intenta convencer pero si no funciona hay que hacer algo, nunca quedarse de brazos cruzados.
–No sabes lo que dices. ¿Tienes alguna idea de lo que me hicieron? ¡Contéstame!
–Hicimos lo que era necesario.

Su paso por allí había terminado; era doloroso escuchar esas palabras de una persona en la que confió en su momento, pero fuese como fuese, a fin de cuentas la responsable mayor estaba en otro sitio.

–Fue ella, fue la madre de Micaela. Siento pena por ti Marcia, estás tan equivocada que no tendrás tiempo para entender la verdad. Suerte que no tendré que verte otra vez.

Dió media vuelta y se apresuró a salir de allí. Esperaba sentirse devastada o con deseos de llorar, pero por primera vez en su vida, en vez de pena, lo que sintió fue rabia; ella misma tenía culpa por haber sido crédula, pero aunque sabía que era inocente de lo que la habían acusado, siempre se había sentido más culpable que víctima, de ahí su salida del país, pero ahora ya no podía callar, ahora sabía que la mujer a la que amaba había faltado a su palabra de creer y confiar en ella, que su madre la había traicionado, que para su progenitora había sido más importante un lienzo que su hija, y que en resumidas cuentas había sido sacrificada para conseguir otros objetivos. Ya no más, tenía tomada la decisión, esta vez las cosas iban a aclararse, esta vez tendrían que escucharla.
Poco tiempo después llegó al departamento que estaba arrendando Micaela, el que no le fue difícil ubicar pues aún conservaba datos de ella a través de los cuales lo hizo. Aun no daban las diez de la mañana, temía no encontrarla pero abrió la puerta casi al momento con una sonrisa en los labios que desapareció al verla.

– ¿Que es lo que haces tú aquí?
–Necesito pasar, hay algo de lo que voy a hablarte.

Micaela frunció el ceño. ¿Qué le pasaba, como se atrevía a visitarla de ese modo?

– ¿Qué? Estás loca, lárgate de aquí.

Pero Pilar no la escuchó y entró apartándola a un lado. Entró en el departamento luchando por no desmoronarse al reconocer algunas cosas como adornos y muebles. Micaela la fulminó con la mirada.

–No sé qué te pasa y no me importa, pero es mejor que te vayas ahora antes que me enoje.
–No me voy a ir –sentenció– no hasta que te diga a lo que vine.
–No me interesa.
–Claro que te va a interesar, vas a escucharme.
–Ya te dije que no –exclamó Micaela– no hay nada de ti que me interese.
–¡Te dije que vas a escucharme!

El grito de Pilar descolocó a Micaela; jamás la había visto así, no supo cómo reaccionar.

–Estoy cansada de todos ustedes, estoy cansada de las amenazas de mi madre, de tus gritos y de la desconfianza de todos; no tengo por qué seguir soportándolo, me quedé callada demasiado tiempo, ahora vas a escuchar cada palabra maldita sea. Te amaba Micaela, eras la persona más importante para mí, se suponía que tú tenías que creer en mi antes que en nadie, pero tu amor fue demasiado frágil.

Puso en volumen alto la grabación de voz que había hecho de su conversación con Marcia, y mientras las palabras volvían a escucharse, vio como Micaela abría más los ojos sin poder dar crédito al registro.

–Ésta es la verdad –continuó con fuerza– jamás fui la responsable,  y te lo dije: ese día te dije que estaban pasando cosas extrañas, pero no me creíste y con eso me rompiste el corazón.
–No puede ser... –murmuró Micaela– no es posible, tiene que haber un error...
–Yo tampoco lo creía en un principio, me parecía una locura, pero a fin de cuentas los hechos son más fuertes.

Micaela se sentía como si la hubieran arrojado contra el pavimento desde la ventana del edificio; estaba escuchando a nana, a su nana decirle a Pilar que habían tenido que hacer eso porque ellas estaban cometiendo un pecado o algo por el estilo. ¡Pero si ella siempre lo supo, siempre la escuchó en todo!

–No puede ser –continuó con la voz quebrada– no lo entiendo, porque ella...
–Ella estaba trabajando para las órdenes de tu madre –acusó Pilar– por eso es que ella de pronto estaba de tu lado, porque sería mucho más fácil atacar desde adentro, así nunca sabrías que era lo que te había golpeado.

Solo en ese momento las piezas comenzaron a encajar. Recordó entonces esa fatídica jornada, y a su madre apareciendo en su cuarto con expresión compungida. ¨Descubrí algo tremendo hija. Descubrí quien es la persona que me hizo la venta de la colección de cuadros de Carmen Basaure, y por lo que sé, lo hizo a sus espaldas. Fue su hija, fue Pilar, mira este documento¨
En ese momento todo se fue al demonio, y resulta ser que todo era un plan, una maquinación de su propia madre para separarlas. Eso quería decir que Pilar tenía razón, porque sabía que su madre era capaz de todo, solo que nunca creyó que en contra de su propia hija; entonces había permitido que las separaran, había dejado que la mentira fuera más fuerte que el amor, y todas esas cosas horribles que le dijo eran totalmente injustificadas.
–Pilar –balbuceó aun sin poder creerlo del todo– esto es... es horrible, pero tienes que entender que yo... habían pruebas Pilar, todo coincidía, tu firma, los datos...
– ¡Y eso qué! –le reprochó con rabia– se supone que me amabas, me juraste que estaríamos juntas, me juraste que creerías en mí, pero me fallaste, y ni siquiera me diste  el beneficio de la duda, te bastó con ver unos papeles para olvidarte de lo nuestro y tratarme de lo peor; me dijiste cosas horribles, me trataste como si fuera la peor mujer del mundo y  no me dejaste defenderme. Podía aguantar lo que fuera, el rechazo de mi madre, podía aguantar que todo el mundo pensara que era una mala hija y una mala persona, pero no tú, tu tenías que ser mi apoyo y me dejaste sola cuando más te necesitaba.
–Pilar, por favor perdóname –suplicó Micaela acercándose– yo no sabía... fui una estúpida, fui la más tonta del mundo al creer en lo que me dijeron, pero yo te amaba, por eso es que no pensé con claridad, y me volví loca al creer que eras culpable.

Pero Pilar se alejó; durante meses había extrañado el abrazo de Micaela, ahora no quería que se le acercara.

–Esto no se trata de quien tiene la culpa, lo que está hecho ya no se puede deshacer, lo que me rompió el corazón no fue lo de la mentira ni que me acusaran de robarle a mi propia madre, ya te lo dije, esto se trata de tú y yo, se trata de que no fuiste capaz ni siquiera de escucharme y eso habla tan mal de tu supuesto amor por mi como de mi por creer que estarías conmigo hasta el fin.

Tenía razón en todo lo que le estaba diciendo, y al mismo tiempo Micaela estaba sintiendo asco de sí misma por haber sido tan ilusa, rabia con Marcia y odio por su madre, pero lo peor de todo, es que el amor por Pilar nunca se había ido y ahora que estaba descubriendo toda la verdad ese sentimiento volvía hecho culpa y dolor; no podía imaginar cuanto había hecho sufrir a Pilar, mientras estaba sola y sabiéndose inocente. ¿Cómo podía haber desconfiado tan fácilmente de ella? ¿Acaso en realidad su sentimiento nunca fue tan fuerte como creía?

–Pilar por favor escúchame –le rogó con los ojos llenos de lágrimas– fui una estúpida, pero podemos arreglarlo, puedo arreglarlo, yo jamás te he dejado de querer.

Pilar la miró con dureza.

–No tuve tu amor cuando lo necesité. Ahora es demasiado tarde para eso, solo vine porque no podía, no puedo dejar todo esto así. Adiós.
–Pilar espera...

Pero la otra mujer no la espero y salió rápidamente del departamento azotando la puerta; Micaela quedó entonces sola en el lugar, con la respiración entrecortada, comenzando a llorar convulsivamente mientras las escenas aparecían una a una en su mente; era culpable, era irremediablemente culpable de haber faltado a su promesa de amor, de no haber confiado en Pilar, de dejarse engañar con tanta facilidad y de haber herido a la mujer a la que amaba tanto como antes.





Próximo episodio: Mariposas calcinadas