Maldita secundaria capítulo 11: Elige para sobrevivir



Miércoles 17 Octubre

—Gracias por venir.
—No lo agradezcas, mejor explícanos que es lo que está pasando.

Los tres estaban reunidos en una sala, minutos antes de que comenzaran las clases. La juvenil voz masculina respondió en voz baja.

—Tengo serias razones para creer que hay una respuesta para lo que nos pasó el otro día.

Una de las dos voces femeninas habló, dejando notar su nerviosismo.

— ¿Cómo lo averiguaste?
—Prefiero no adelantarlo, pero necesito que me ayuden en algo antes de hablar.

La otra voz femenina intervino.

— ¿Qué quieres?
—Es sencillo. Tenemos que descubrir si esas personas están involucradas, y la única forma es seguirlos. Hoy es el día.

Secundaria Santa Sofía.
Inicio tercera hora de clases
Sala de Lenguaje

La sala aún era un absoluto caos sin la presencia de la maestra; Soledad se acercó a Dani muy preocupada.

—Dani, tengo que contarte algo.
— ¿Qué pasa, por qué tienes esa cara?

La chica miró en derredor, y aunque no había nadie exactamente cerca, igualmente habló en voz baja.

—Creo que está pasando algo extraño.
— ¿Por qué lo dices?
—Tengo la sensación de que alguien me ha estado siguiendo.

Dani la miró sorprendido.

— ¿Qué?

Iba a decir algo más, pero la alarma de evacuación sonó precisamente en esos momentos. El ruido generalizado fue reemplazado por una confusión total, y algunos gritos desesperados de los más alarmistas.

—Por favor estudiantes —exclamó el inspector Vergara parándose en el umbral de la puerta— no se alarmen. Permanezcan en sus puestos.

Carolina frunció el ceño. Vergara estaba actuando como de costumbre, excepto que no estaba aplicando el procedimiento de emergencias que ya había aplicado en los ensayos. Fernando se deslizó hacia el resto mientras el nerviosismo cundía.

—Aquí pasa algo raro, no se escucha al director por el altavoz.
—Porque probablemente no sea una alerta oficial —comentó Leticia— de pronto se trata de los espíritus.
—Habla más bajo —la reprendió Fernando— pero te encuentro razón.
—Yo me preocuparía más por lo que está pasando afuera —intervino Soledad— porque con Vergara ahí no podemos salir a ver qué es lo que está pasando. Ahora mismo alguien podría estar en riesgo.

Solo en ese momento Lorena comprendió que era lo que la había estado molestando durante todo ese tiempo; desde lo de Dani, sabía que algo no estaba bien, que algo además de los espíritus había evolucionado, y al escuchar a Soledad, lo comprendió. Miró alarmada a Dani.

—Dani, hay que salir de la sala ahora mismo. Tengo un mal presentimiento.

El joven la miró con los ojos muy abiertos; el mensaje había sido transmitido con toda claridad.

—Si, tienes razón, pero no se me ocurre nada, si alguien tiene alguna sugerencia...

En ese momento la alarma de evacuación dejó de sonar, y el inspector se apartó un poco para darle paso al maestro. Lorena miró desesperadamente a la puerta, y aplicó lo único que se le ocurrió, dejándose caer desvanecida en los brazos de Fernando.

— ¡Ayúdenme por favor, acaba de desmayarse!

Fernando dramatizó la escena subiendo el tono de voz, con lo que llamó la atención de todos. Dani le dio un codazo a Soledad.

—Desmáyate, que esperas.

Ella iba a replicar algo, pero se rindió y puso los ojos en blanco, tras lo cual se dejó caer en sus brazos.

— ¡Soledad!

Vergara se acercó al grupo ante las miradas de todos los compañeros. Por un momento Leticia creyó que los había descubierto, pero el hombre se limitó a mirarlos muy fijamente.

—Acompañen a éstas dos señoritas a la enfermería.

Rápidamente los restantes cinco se las ingeniaron para parecer necesarios en llevarlas fuera; sin embargo tuvieron que seguir fingiendo por el pasillo hasta la escalera al notar la insistente mirada del inspector.

—Las cosas deben estar realmente movidas como para que Vergara no sospechara de ti —le dijo Fernando a Hernán— parece que su nivel de sorpresa está muy arriba.

Hernán hizo una mueca.

—Supongo que estaba distraído destapándose los oídos después de tus gritos —replicó el otro— ahora si nos concentramos, debería haber un lugar adonde ir a investigar, no va a pasar mucho tiempo hasta que nos descubran.

Se reunieron con Dani abajo.

—Escuchen, hay que comprobar lo de la alarma y eso es en la parte de atrás, pero me preocupa el director.

En ese momento el altavoz se escuchó encender, y la fuerte y serena voz del director quebró el silencio del patio.

—Estudiantes, por favor manténganse dentro de sus salas, la alarma que escucharon fue solo un defecto del sistema, no hay alarma ni ningún motivo de evacuación. Por favor continúen con sus estudios.

Leticia hizo una mueca.

—Genial, salimos de la sala por nada.

Pero Lorena sorprendió a todos ahogando un grito.

— ¡No puede ser!
— ¿Qué pasa, qué? —exclamó Fernando mirando en todas direcciones— ¿que viste?

La joven se veía devastada, pero a todas luces era la única que sabía de qué hablaba.

—Lorena, dime en que piensas.
—La alarma de evacuación —dijo— el motivo por el que pasó ésto, la verdad de todo ésto es...

Todos se reunieron a su alrededor.

— ¿De qué estás hablando?
—Esto no pasó por casualidad —repuso aun procesando lo que estaba pasando por su mente— muchachos, la alarma de evacuación no tiene nada que ver con el espíritu de Matías ni con los de los secuestradores. Es una trampa.

Soledad sintió que le caía un peso encima.

—No puede ser, dime por qué estás diciendo algo así.
—No hay tiempo para eso, tenemos que ir a la enfermería; hay que tratar que parezca que salimos por esa razón.

Comenzaron a caminar nerviosamente hacia la parte delantera de la secundaria, con todos atendiendo a lo que nerviosamente decía Lorena.

—Seguramente ya es muy tarde, pero hagamos pantalla de todas maneras.
— ¿Pero de qué estás hablando?
— ¿Acaso no les parece muy raro que después del ataque a Dani y al Director no haya pasado nada más?

Fernando ahogó una risa burlona.

—No, no me pareció raro, fue una bendición o habríamos terminado todos hospitalizados.
—Estoy hablando en serio Fernando. Todo lo que pasó fue en la mañana, ¿por qué no iba a haber algún otro ataque si los espíritus de los secuestradores estaban desatados?
—N—no lo sé, ya habían descargado todo su poder sobre nosotros.
—O sobre alguien más —intervino Carolina— ¿es eso lo que tratas de decir?
—Después durante el día no estuvimos aquí, ¿cómo podríamos saberlo? Y después las cosas quedaron en ese estado tan extraño, cualquiera pensaría que se trataba de algo nuevo, pero nunca nos preguntamos si pasó o no algo más.

En eso llegaron a la enfermería. La señorita Bastías abrió la puerta y los miró fijamente.

—Buenos días.

La enfermera era una mujer corpulenta y fuerte, de carácter fuerte pero afable, y que siempre parecía tener razón en cada diagnóstico gratuito o en los orígenes que imaginaba de los malestares de los estudiantes.

—Ustedes están volviéndose clientes frecuentes de ésta enfermería —dijo poniendo los brazos en jarras— ¿qué ocurrió ahora?
—Dos compañeras con dolores de cabeza —dijo Fernando entrando con decisión— seguramente es por lo de la alarma.

Lorena y Soledad se sentaron con cara de circunstancia frente a la enfermera, que hizo algunos testeos de rutina como evaluar el pulso y revisar el iris.

—Es un poco de estrés —sentenció acercándose a su escritorio— cuando dejen de involucrarse tanto en cosas sin importancia como una simple alarma éstas cosas dejarán de pasar.
—Seguramente está teniendo mucho trabajo últimamente.

La señorita Bastías miró a Dani con la misma expresión embelesada de casi todas las maestras.

—Si mi vida, desde hace un tiempo en ésta secundaria pasa cada accidente más extraño que el anterior, y además parece que la mala suerte persigue a las mismas personas, ustedes son la muestra de ello.

Dedicó un momento a rellenar un informe; todos miraron alarmados a Lorena, quien después de un instante le hizo un gesto a Dani.

—Tal vez es por la presión del fin de año, todos estamos nerviosos y torpes.
—Nada de actividades fuertes, hoy según el horario no tienen clase de deporte, y un analgésico —sentenció guardando la ficha en la repisa que correspondía a los terceros, y que extrañamente era la que estaba más llena de todas— puede ser cariño, ustedes los jóvenes tienen tanta energía que a veces eso los supera. Pero supongo que está bien, al menos las peleas no han aumentado, aunque si los accidentes.
— ¿Algún día más pesado que el otro?
—Claro cielo, el Miércoles; mi enfermería parecía hospital de campaña, entre ustedes, y más tarde la chica que quedó encerrada en el laboratorio de química con un experimento peligroso, la que cayó desmayada, el pobre al que golpearon entre varios... bueno, pero ya está bien de tanta palabrería, vuelvan a sus salas, y tu cariño, me debes una visita, estoy preocupada.

Dani se acercó a la puerta con los demás.

—Muchas gracias, pero estoy bien; le prometo que para fin de mes estaré por aquí.
—O quizás antes.

Los dejó y cerró la puerta. Otra vez todos se reunieron en torno a Lorena.

— ¿Quieres explicarnos de una vez por todas qué diablos está pasando?
—Lo que suponía es verdad. Todo ésto de la alarma fue una trampa, alguien nos descubrió.

Todos se quedaron en silencio ante las palabras Lorena.

—No puede ser, debe haber otra explicación.
—Yo al menos no la encuentro. Esos tres estudiantes, los que mencionó la señorita Bastías, lo que les pasó fue justamente después de que salimos de la secundaria, cuando no podíamos hacer nada por ayudar. Y justamente ahora alguien acciona la alarma misteriosamente cuando estábamos atrapados en la sala. Como si lo hubieran planeado.

Fernando tragó saliva.

—Y no ha pasado nada fuera de lo común.
—No, no puede ser —dijo Dani sin mucha convicción— no puede pasarnos ésto justo ahora, no ahora que estamos tan cerca...
—Esperen, esperen —intervino Hernán— antes de desesperarse, hay que saber si de verdad tienen razón o no.
—Y que quieres que haga —le espetó Fernando— no puedo ir a preguntar por ahí: oye, ¿tu descubriste que somos un grupo que pelea contra espíritus del más allá?
—No digas tonterías, sé que te cuesta pero controla lo que dices.
—Aunque tal vez no sea mala idea.
— ¿Que, enloqueciste?

Dani suspiró profundamente.

—Probablemente, pero todos estamos un poco locos ya; vamos a la biblioteca.
— ¿Y con qué excusa?
—Francamente Leticia, ya me da igual.

Minutos después los siete estaban en la biblioteca ante uno de los ordenadores.

—No puedo seguir esperando —se quejó Soledad— ¿crees que podrás hacer algo Leticia?

Leticia estaba tratando de entrar en el servidor del sitio sured.

—No es difícil, sobre todo porque no quiero meterme a las salas de chat, solo quiero saber si... Ay por todos los cielos...

Encontró un grupo de conversación cerrado que llamó su atención. Para entrar se necesitaba una clave, y se le ocurrió escribir "siete" "espiritus" y falló, pero descubrió que era una palabra de seis letras.

— ¿Que puede ser?
—Oculto; es lo que somos ¿o no?

Leticia probó y funcionó. Claramente habían borrado los mensajes más antiguos, pero la última línea que quedaba era muy clara: vamos a descubrir lo que esconden esos siete. A Soledad se le vino el mundo encima.

— ¿No puede ser, pero cómo?
—Es bastante lógico si lo pensamos —dijo Leticia pesadamente— hemos estado todo este tiempo llamando la atención en medio de los disturbios que pasan en ésta secundaria, y ahora que Lorena lo dice, dejamos de lado el lugar ese día, porque claramente no estábamos para hacernos cargo.
—Y los espíritus siguieron provocando cosas —intervino Fernando— pero la pregunta no es qué pasó, la pregunta es por qué ellos tres en particular están tras nuestros pasos.

Dani se removió incómodo.

—No, no es eso, es más complicado aún.
— ¿Que dices?
—Adriano del Real nos lo dijo —explicó sin terminar de convencerse— nadie tenía que saber lo que pasaba o las cosas se pondrían peores, y ustedes mismos me dijeron que luego del accidente aquí todo cambió. Perfectamente puede tratarse de eso.

Fernando tuvo que sentarse.

— ¿Y qué se supone que vamos a hacer ahora? Esto no tiene sentido, si se supone que hay más gente enterada, deberían haber cambiado las cosas y no es así.

Pero él mismo no estaba muy convencido de eso, y la duda ya se había esparcido por todo el grupo; Dani habló en voz más baja.

—Lorena, ¿era ésto lo que temías?
—No, pero es lo único que tiene sentido ahora.

El silencio de la biblioteca estaba haciéndose cada vez más insoportable; de pronto había ocurrido algo más inesperado que todo lo anterior, y la incertidumbre era un componente que ninguno de ellos se esperaba.

—Estamos expuestos. Si alguno de ellos habla, la noticia correrá como pólvora y estaremos metidos en problemas peores.

Dani estaba inmóvil ante los demás.

—Lo sé.

Hernán resopló.

—Todo lo que hemos hecho está en peligro. Esas personas pueden arruinarlo todo.

Fernando odiaba estar de acuerdo con él, pero tenía la razón.

—Las personas que saben que estamos metidos en ésto pueden querer investigar por su propia seguridad o por las razones que sea, pero igual son un peligro.
—Desde un principio —comentó Lorena nerviosamente— sabíamos que si más personas se enteraban de ésto las cosas se saldrían de control.

Soledad suspiró.

—Estamos atrapados. Si ésto de verdad es así, el riesgo es mucho mayor que antes, puede pasar cualquier cosa.
—No solo eso —agregó Leticia— también está en peligro la gente de la Secundaria.
—Eso también lo sé.

Carolina sabía muy bien a lo que se exponían.

—Hay que tomar una decisión ahora. ¿Qué vamos a hacer?

Dani respondió resueltamente.

—No hay salida. Tendremos que decirles toda la verdad.



Próximo capítulo: Sin temor

La traición de Adán capítulo 8: El primer engaño



Pilar había terminado de almorzar cuando recibió la llamada. Era Adán.

– Voy para allá.
– Estoy llegando a tu hotel, te llevo.
– De acuerdo.

Por supuesto que se trataba de algo inesperado, Pilar sentía que se le apretaban todos los músculos del cuerpo, eso se convertía justo en lo peor que podía esperarse en esos momentos.

– Sube.

Pilar subió al automóvil de Adán, que se mostraba tan reservado y contenido como ella.

– ¿Que te dijeron?
– Solamente llamaron para decirme que Carmen sufrió una complicación; lo que no entiendo es porque no te llamaron a ti, creí que ya lo sabías.

A Pilar eso le sonaba extraño también, pero si estaba segura de algo, era que en ese momento no le interesaba en absoluto, y mucho menos lo que tuviese que ver con Micaela, la galería de arte o el abogado Izurieta: su madre estaba complicada y debía estar con ella.
Llegaron a la clínica Santa Augusta por una entrada lateral, donde los retuvieron unos guardias.

– Buenos días, necesitamos sus identificaciones.

Ese procedimiento estaba demorándolos. Pilar estaba impaciente.

– Por favor, mi madre esta grave, necesito entrar a verla.

El guardia consultó una información en su pantalla y luego se comunicó por interno.

– Señorita, no puedo dejarla pasar.
– ¿Qué?
– Usted tiene pendiente una citación con un tribunal, por seguridad no puedo dejarla entrar. Voy a llamar al jefe de seguridad de la clínica.

Pilar se quedó de una pieza al oír semejante comentario, pero Adán intervino en el acto.

–Escuche, la madre de ella esta aquí, es una paciente importante de la clínica. Soy asesor de Carmen Basaure, me haré cargo de lo que sea mientras tanto, su hija no va a ir a ninguna parte.

El guardia cayó bajo el influjo de sus palabras.

– Veré lo que puedo hacer ¿Quién me dijo que es la paciente?
– Carmen Basaure.
– Pues la cosa va aun peor  –comentó el guardia– porque esa paciente ni siquiera esta aquí.

Pilar se sintió helada por dentro ¿Que estaba sucediendo? No entendía nada, ni lo de su madre ni lo de esa supuesta orden de un tribunal ¿Que estaba sucediendo? Por un momento pensó en salir del auto y arrojarse al interior de la clínica, solo para ver a su madre, solo para estar junto a ella aunque jamás se lo agradeciera. Pero era ridículo, no llegaría ni a la puerta.
Diez minutos después, Pilar estaba en el cuartel móvil de la policía afuera de la clínica, hablando desesperada con una oficial que parecía dispuesta a escucharla pero no a apurar nada por ella, mientras Adán entraba a la clínica, directamente a la nueva habitación en donde estaba trasladada Carmen. Ahí estaba, aun dormida, completamente inconsciente, a merced de lo que sucediera a su alrededor ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo las cosas se hubieran complicado tanto? Pero parecía que todo empezaba a arreglarse, y no solo eso, sin que además Adán empezaba a contar con Izurieta entre sus aliados, y eso en el futuro le serviría.
Se acercó a la camilla en donde reposaba la artista. Al principio, cuando la conoció, creyó que ella lo pretendía como hombre, cosa que no lo sorprendió dado que habitualmente provocaba ese efecto, y más aún en muchas mujeres mayores que él aunque ellas mismas no lo quisieran reconocer.  Sin embargo las cosas tomaron un cariz más personal, y el terminó convirtiéndose en su mano derecha, su asesor más cercano, y aunque en ocasiones seguía pareciendo que ella lo deseaba, quizás para Carmen no fuese tan importante o solo usaba ese deseo como inspiración, al fin de cuentas ella era una mujer temperamental y como artista sus acciones no se interpretaban del mismo modo que el resto de la gente.
En silencio se acercó aún más, y quedó a centímetros de la camilla, con la vista un poco perdida en la nada mientras escuchaba lejanamente el sonido de las máquinas; Carmen le agradecería todo, y él una vez más seria el héroe, un paso más para cumplir con sus objetivos, porque despejar el camino para permitir la inauguración de la galería era solo una pequeña estación en esa travesía.
Y de pronto la mano de Carmen tocó la suya.
Se quedó congelado, sintiendo la piel fría tocando la suya, y bajó la mirada lentamente, con la mente como pocas veces nublada por la sorpresa, pero ordenándose contener las emociones superficiales para mantener la expresión de siempre. Para cuando la vio, se encontró con un rostro pálido y algo demacrado, con ojos entreabiertos que lo miraban fijamente.
Estaba viva, y despierta.

– ¿Puedes escucharme Carmen?

Ella asintió lenta y pesadamente.

– Estás en la clínica, sufriste un ataque al corazón, pero vas a ponerte bien.

Carmen asintió lentamente, demostrando que entendía.

– Escúchame, debes descansar ahora, yo voy a llamar a tu doctor para que te revise.

Y para su nueva sorpresa, la artista negó con los ojos. Una tensa pausa, un leve gesto que parecía decirle que se acercara. No estaba completamente claro, pero por las dudas se acercó, quedando a milímetros de ella.

– ¿Donde... está el... cuadro?

Apenas se le escuchaba.

– En un lugar seguro, y oculto. No te preocupes, la inauguración está en curso, recuerda que es hoy, y será tu éxito.

Ella hizo una pausa. Adán estaba debatiéndose entre lo que tenía y lo que debía hacer; sabía que tenía que llamar a una enfermera, y escuchaba con claridad como las máquinas conectadas a Carmen anunciaban alteraciones, pero sabía que tan pronto hacerlo, tendría que salir de ahí y ya no sabría lo que fuese que ella iba a decirle, y el aun no sabía que era lo que le había provocado el infarto.

– Mi... hija...
– ¿Qué pasa con ella?
– Búscala... tengo que verla...

Ahí estaba el riesgo ¿Podía arriesgarla a decirle lo de Pilar? ¿O le diría algo que podía matarla?

–  Ella está aquí. Vino para acompañarte.

Pasó un instante, y Carmen sigue viéndose exactamente igual que antes. Genial, ahora no le molestaba su presencia.

– Llámala, tengo que verla ahora mismo.

Carmen estaba pidiéndole que le trajera a Pilar, la misma que estaba tratando de detener la inauguración y a quien el mismo en confabulación con Izurieta estaban deteniendo. Todo era una paradoja.

– Hablaré con ella.
– Y... no le digas a nadie... que estoy despierta... hasta que la vea a ella...

Después de eso cerró los ojos, pero solo como muestra de cansancio luego del esfuerzo que había realizado.
Adán salió de la habitación pensando en el punto de conflicto en el que se encontraba y que se agregaba a todo lo demás. Estaba del lado de Carmen en todo lo que se refería a la galería y al duplicado del cuadro, con Izurieta al planificar algo en contra de Pilar, por lo que estaba en contra de Pilar al hacer lo posible por detenerla, y de pronto estaba entre todo, sabiendo que acercar a su madre lo pondría en contra del abogado pero a favor de ella, reunirlas podría alejarla de Carmen  si madre e hija decidían superar sus conflictos, y no hacer nada era lo más cercano a hundirse por completo.
Pero Adán no había nacido para terminar derrotado por sus propias dudas.
Tenía que contar con el factor tiempo–espacio para acomodar las cosas en su favor. Usó uno de los teléfonos de la clínica  para llamar al abogado y comprobar que aún estaba allí; luego salió de la clínica a toda velocidad a buscar a Pilar, y consiguió apresurar el procedimiento para sacarla de allí. Finalmente logró sacarla del retén, pero ella estaba más preocupada que antes.

– No puedo creerlo, esto sucede en el peor momento ¿Dónde estabas?
– Ocurrió algo, por eso me ausenté –replicó él con tono de confianza – tu madre despertó.

Momentos después estaban llegando a la habitación, pero Carmen fue categórica y lo dejó por fuera, ya que quería hablar a solas con su hija y por una vez, nada de lo que él dijo sirvió para hacerla cambiar de opinión.

– Mamá...

Pilar sabía que la voz le temblaba tanto como las manos. Hacía ocho meses que no veía a su madre, había abandonado el país por motivos demasiado dolorosos, estaba de vuelta de un modo tormentoso, y además tenía que enfrentarse a su madre.
Baldosas blancas, maquinas relucientes, muerte alrededor, y la mirada penetrante y fuerte de Carmen Basaure. Pilar tragó saliva, era realmente increíble que con en esas circunstancias ella la mirara así, sin cariño, solo con esa fuerza impenetrable que desde niña le había enseñado a temer; no importaba su estado, su carácter no había minado un ápice.

– ¿Qué haces en el país?

La pregunta directa, el susurro sin contemplaciones.

– No debería preocuparte por eso –respondió la joven para ganar tiempo– debes recuperarte.
– ¿Viniste a arruinarme la vida otra vez? ¿Es eso?

Apenas se le escuchaba, pero era como estar oyendo sus gritos atronadores ocho meses atrás. Pilar se sentía encogida ¿Por qué no podía simplemente estar ahí y dejarse atender?

– Mamá, solo estoy aquí preocupada por ti, ¿de acuerdo?
– ¿Justo ahora? claro, justo ahora que estoy en camilla y con mi galería a punto de inaugurarse.

Desde luego, Carmen Basaure, genio y figura, jamás dejaría de atender su bendito arte, ahí estaba primero que cualquier otra cosa.

– No quería intervenir, ni siquiera pretendía verte... pero Adán me dijo lo que había sucedido y tuve que venir; además él iba a inaugurar la galería sin ti, y yo pensé...
– ¿Qué?

La exclamación le sacó a Carmen mas energía de la que tenía en ese momento; Pilar sintió que se le tensaban todos los músculos del cuerpo.

– Es que Adán...
– ¿Qué hizo?
– Él dijo que cumplía tus órdenes, dijo que lo autorizaste a trabajar igual que siempre aun si no estabas. Hay un documento que lo autoriza, tú lo firmaste.

Hubo una pausa en la que evidentemente la artista estaba midiendo la situación, evaluando hasta donde podía estirar la cuerda.

– ¿Y qué hiciste tú?
–Hablé con el abogado  replicó Pilar agarrándose de un clavo ardiendo – y le exigí que detuviera todo porque tú no permitirías que la obra se inaugurara sin ti. Después vine para acá.

Carmen hizo una nueva pausa, hasta que finalmente habló con decisión.

– Lo hiciste bien. Ahora llama a Adán y espera afuera.

La joven obedeció en silencio y salió, haciéndole nada más un gesto al hombre para que entrara. Mientras tanto él sabía que debía cuidar muy bien sus actos y palabras porque había una conversación que no había escuchado y estaba obligado a protegerse. Siguió con la misma actitud de siempre, completamente seguro de sus actos y movimientos, sabiendo que era lo que tenía que decir y cómo actuar; la mirada de Carmen había recuperado casi toda su fuerza habitual, aunque aún la voz delataba lo que le había sucedido hacia poco.
Pero cuando habló en voz baja, lo hizo con total seguridad.

– Acércate.
– Te escucho.
– Sácame de aquí.




Próximo episodio: El segundo engaño