Maldita secundaria capítulo 8: Intentos inútiles



Viernes 12 Octubre
Alrededores de la secundaria.

Los seis se reunieron a poca distancia de la Secundaria. Después de la nefasta experiencia del día anterior, los ánimos de todos estaban bastante decaídos, de modo que por insistencia de Soledad no se reunieron en la plaza Las flores, y evitaron el sector donde había tenido lugar el ataque a Dani.

—Nos espera un día muy largo.
—Mejor dicho —comentó Leticia— hay que ver qué diablos es lo que pasa hoy, ayer ya fue extraño sentirse en medio de la casa de los espíritus.

Lorena suspiró. Tenía algunas cosas en mente, pero no era el momento de hablar.

—Hay que prestar atención, ahora mismo podría pasar cualquier cosa.
—Estuve pensando en algo —comentó Soledad— creo que tendríamos que hacer algo por Dani.

Fernando se rió sarcásticamente.

—Perdóname pero su madre casi nos echó a patadas de la urgencia, no veo cómo podríamos ayudar.
—No se trata tanto de ir a ofrecer ayuda como de hacer algo. Soy amiga de él y aunque no debería estar hablando de esas cosas, sé que sus padres no tienen los recursos para comprarle una silla rápidamente. Esas cosas son caras.

Hernán la miró lentamente, y habló despacio, tratando de no sonar agresivo.

—Si estás tratando de decir que podemos comprarle una silla, es imposible, jamás tendríamos el dinero.
—Nosotros no, pero el señor Del real y el director tal vez sí.

Todos se quedaron mirándola asombrados. Leticia silbó alegremente.

—Soledad, me sorprendes, esperaba ese tipo de actitud de alguien como yo, no de ti. ¿Y cuándo propones ir a chantajearlos?
—No estoy proponiendo chantajear a nadie Leticia, además tampoco tenemos nada con que hacerlo por si es eso en lo que estás pensando. Lo que se me ocurre es hablar con el director y decirle la situación, a ver cómo nos ayuda.
—Considerando como estuvieron los ánimos ayer —replicó Leticia— no creo que nos vaya muy bien, pero siempre podemos intentar.

Se apuraron y entraron en la secundaria, y fueron inmediatamente al tercer piso del primer edificio, hacia donde había sido trasladada la oficina del director luego del supuesto incendio de la jornada pasada un piso más abajo. San Luis los recibió tan pronto llamaron; se veía demacrado y cansado, pero claramente estaba haciendo un esfuerzo por hablar con ellos.

—Buenos días.

Los seis saludaron. Carolina pensó que era una mala idea, pero Fernando decidió tomar la palabra.

—Director, estamos preocupados por Dani después de lo que pasó ayer.
—Está en su casa —replicó de modo cortante— y bajo el cuidado de sus padres.
—Lo sabemos —intervino Soledad— lo que nos preocupa es que Dani se quedó sin silla.
—No voy a expulsarlo si eso es lo que les preocupa. Faltan minutos para que empiecen las clases, vayan a sus salas.

Con eso estaba dando por terminada la reunión, pero Hernán no estaba dispuesto a quedarse así nada más.

— ¿Oiga que le pasa?
—Cállate Hernán.
—No me hagas callar Fernando. Director, usted también es parte de todo ésto, no puede ser que no le importe.

El director se puso de pie, pero Hernán no se intimidó.

—Vayan a su sala.
—No, usted no se va a hacer el desentendido. Estamos en problemas, Dani está en problemas y necesita una silla nueva, necesita que alguien lo ayude.

Se hizo un tenso silencio en la oficina. Leticia pensó que por lo menos se iban a ganar un castigo, pero para su sorpresa, la expresión de San Luis se suavizó y habló con un tono de voz mucho más calmo.

—Según lo que sé, está recuperándose. Sus padres tienen algunas dificultades económicas, seguramente no podrán comprarle una silla.

Soledad se había dado cuenta de que la actitud de San Luis era extraña, pero parecía estar volviendo a su centro.

—Tenemos que ayudarlo Director.
—Sí, hay que ayudar a ese muchacho. Vayan a clase, los tendré informados durante el día.
—Director...
—Vayan a clase —interrumpió volviendo a sentarse— por favor, hablaré con ustedes después.

Lorena advirtió que había hecho un gran esfuerzo por dominarse; se veía cansado, pero lo último que les dijo había sido honesto y sensato.

—Gracias director. Vamos, vamos a la sala.

Salieron rápidamente. Mientras bajaban por la escalera, Fernando no se pudo guardar un comentario.

—Estuviste de lujo Hernán.
—Cállate.
—Lo digo en serio, lo pusiste entre la espada y la pared. Una más y nos castigaban a todos, pero funcionó.

Hernán se guardó los comentarios.

—Mejor preocúpate de Del real, ya que estás tan contento aprovecha esa energía y convéncelo de que nos ayude también.
—Es buena idea —comentó Leticia sonriente— por hablar demasiado y no hacer nada te lo ganaste.
—Eres un ejemplo de amistad —hizo una mueca— pero supongo que está bien, si no lo logro yo, probablemente estemos perdidos.

Sala de artes
11:45

Fernando, Lorena y Carolina estaban en total penumbra en sala, con solo un foco iluminando en dirección a la blanca muralla, donde se veían aumentadas las sombras de sus manos.

—Ésto no nos lleva a ninguna parte.

Seguían intentando hacer con las manos una figura que representara algo, pero las cosas no iban muy bien.

—Deja quieta esa mano Fernando —lo reprendió Lorena— mira, creo que si subes esos dos dedos... no, esos otros...
—Cielos, ésto no está resultando y no tengo paciencia hoy.
— ¡Fernando!

El atractivo joven se apartó del grupo.

—Lo siento, podríamos tomarnos un minuto.
—No tenemos un minuto, casi termina la hora. Oh, si solo hubiera hecho ese taller de sombras chinas en la otra secundaria.

Fernando resopló sorprendido.

— ¿Hacían talleres de sombras chinas?
—Si, era extraprogramática pero no la tomé. Espera, creo que si ajusto la luz ésto puede mejorar un poco.

Se acercó a la fuente de luz, que era un foco a metro y medio en la pared junto a la puerta y se dispuso a ajustarlo, pero antes de poder hacer algo, la puerta se abrió con fuerza.

— ¡Buu!
— ¡Aaahhh!

Lorena reaccionó automáticamente, y junto con el grito lanzó el foco hacia la puerta, dándole directo en la cabeza a un chico de primer año, que se desplomó en el suelo dentro de la sala.

—Ay Dios mío.
—Lorena —exclamó Fernando acercándose— mira lo que hiciste, le diste con el foco, está desmayado.

Fernando recogió al jovencito y lo sentó en una silla, mientras Carolina devolvía el foco a su sitio.

—Me gritó —se defendió Lorena cerrando la puerta— con todo lo que pasa es natural que me haya asustado.
—Como sea, hay que sacarlo de aquí —dijo Carolina abriendo sigilosamente la puerta— no sería bueno que... oh cielo santo.
— ¿Que pasa ahora?
—Vergara viene para acá.

Fernando hizo una mueca.

—Creo que estamos entre la espada y la pared. Voto por decir la verdad.

No tuvieron tiempo de decidir nada más, cuando el inspector Vergara entró llenando de luz el lugar en penumbras.

— ¿Que hacen jóvenes?

Ayúdenos —exclamó Fernando dramáticamente— éste niño acaba de entrar y se desmayó.

El inspector se acercó a la silla en donde estaba recostado el jovencito, pero precisamente en ese momento llegó Leticia corriendo y muy agitada.

— ¡Fernando!

Pero se quedó inmóvil al ver a Vergara.

— ¿Pero qué es esto? — exclamó molesto el inspector — esa no es manera de comportarse señorita, ni que hubiera visto un fantasma.

Carolina y Lorena se acercaron disimuladamente a la puerta; Leticia hizo una mueca.

— ¿Fantasma? Como cree, solo vengo porque tengo que decirles que... la clase va a empezar... y tenemos un trabajo.

Por un momento parecía que el hombre se había olvidado del desmayado.

—Me parece bien que sea responsable, pero tiene que controlarse.
—Como usted diga.
—Bien.
—Bien.
—Ahora por favor aproveche algo de esa energía y vaya a la enfermería a buscar ayuda para éste joven.
—Nosotros vamos con ella —dijo Carolina agarrándose a un clavo ardiendo— volvemos en seguida.
—Ustedes van a irse a su sala ahora mismo.
—Por supuesto, nos vamos en seguida.

Mientras tanto, en los jardines a un costado de los edificios, Soledad y Hernán estaban trepándose a un árbol mientras seis enajenados los amenazaban desde abajo.

—Demonios, y eso que dijimos que teníamos que estar alerta.
—Nos tomaron por sorpresa, lo reconozco —dijo Soledad viendo que ya no podían subir más— hasta la mañana el ambiente seguía cargado y de pronto ésto.

Hernán sacó una rama y con ella trataba de alejar a los enajenados, pero eran demasiados y las cosas se estaban complicando.

— ¿Dónde están los demás?
—No los veo.
—Diablos, estamos perdidos.

Alejó a uno de una patada, pero se estaban subiendo al árbol y definitivamente había sido mala idea correr en esa dirección por estar en desventaja. Estaba tratando de calcular si podría lanzarse y darle espacio a Soledad, pero parecía muy improbable. En eso la chica gritó eufórica.

— ¡Ahí vienen los demás, estamos salvados!

Los otros se acercaron preparados. Llevaban planchas de madera de casi un metro de largo, flexibles, y con ellas golpearon a los enajenados, haciéndolos caer rapidamente.

— ¡Lo lograron!

Hernán se bajó de un salto mientras Fernando ayudaba a Soledad a bajar.

— ¿Que los retrasó?
—Vergara —replicó Lorena dejando de lado su improvisada arma— ahora tenemos que volver antes que se note que aún no llegamos a la sala.

Pero Carolina tenía también algunas otras preocupaciones.

—Esperen. ¿Qué vamos a hacer para explicar lo del chico de primer año?
—La sala estaba oscura —dijo Fernando encogiéndose de hombros— así que mantenemos la versión de que se desmayó y punto. No creo que quiera vérselas con Vergara y contar que hace pitanzas en clase.

Última hora de clase.
Sala de fotografía.

Los seis estaban en la sala trabajando en silencio, intentando terminar un trabajo.

—Demonios —protestó Leticia— ésta me quedó corrida. No vamos a terminar nunca.
—Cálmate, todavía tenemos tiempo.

Soledad era quien estaba más cerca de terminar el revelado de las fotos.

—Ya estamos pasando a la etapa de que se nos olviden las cosas —se lamentó— ni se me pasó por la mente que teníamos este trabajo.
—Voy a tener una nota horrible —se lamentó Lorena a su vez— lo que menos necesito son más problemas; en fin, terminemos con ésto, quiero irme a casa, entre lo de los enajenados en los jardines y el incidente con los otros en el segundo recreo...

Carolina dejó por un momento su trabajo.

—Oigan... ¿no les parece raro que Matías no se haya manifestado hoy, pero si los secuestradores?

Se hizo un breve silencio; Hernán miró a su alrededor y recordó que estaban solos en una sala, pero cuando lo hizo era demasiado tarde. La puerta de la sala hizo un sonoro clic.

—Si, tienes razón, era muy extraño.

Leticia se abalanzó sobre la puerta, pero ya era demasiado tarde.

—No puede ser, estamos encerrados.
—Pero ya sabemos cómo solucionarlo —dijo Fernando sin mucha convicción— solo hay que...
—Abrir la puerta todos juntos —lo interrumpió Lorena pesadamente— pero como recordarás, Dani no está aquí.

Soledad se acercó a la puerta; era extraño sentir como una especie de suave corriente de aire impedía mover la puerta o girar el pomo. Si, de verdad les hacía falta Dani.

—No podemos quedarnos aquí, tiene que haber alguna forma. Probemos de todos modos.

Se reunieron en torno al pomo de la puerta, pero no se produjo ningún cambio; Hernán pateó la puerta, impotente.

—Diablos, nos la haces bastante difícil para querer nuestra ayuda.

Lorena estaba preocupada por lo que estaba pasando, pero recordó algo en lo que había estado pensando desde antes.

—No podemos ayudar si no nos ayudamos nosotros mismos.
— ¿De qué hablas?

Lorena se dejó llevar por un impulso, y habló sinceramente, sin pensar en lo que pudieran decir los demás.

—Matías, somos nosotros. Te necesitamos, necesitamos que nos digas como ayudarte; no te hemos abandonado, seguimos aquí.

Al principio no pasó nada, pero unos momentos después la puerta cedió, y todos se quedaron mirándola sorprendidos.

— ¿Cómo hiciste eso?
—No hay tiempo de explicarlo —replicó abriendo la puerta— tomen las fotos y salgamos, hay que contactar a Adriano del Real.

Más tarde, luego de salir de clases, los seis se reunieron con Adriano del Real en la plaza Las flores.

—Y esa es nuestra idea —explicó Lorena ansiosa— necesitamos a Dani de vuelta, pero no solo se trata de eso; él necesita volver, y necesita a Matías igual que él a nosotros.

Del real no se veía tan animado como ella esperaba.

—Entiendo tu propuesta Lorena, es solo que no hay nada más que pueda hacer ahora.
— ¿Qué quiere decir?
— ¿El director San Luis no habló con ustedes?

Se miraron sorprendidos. No recordaban que tenían que hablar con él.

—Lo olvidamos.
—Él no. Y le dije que no tenía dinero como para ayudarlo con ese asunto, pero que si podía hablar con algunas personas que conozco; después de la forma en que perdí éste lugar, es difícil, pero espero que alguna de las personas a las que contacté recuerden los buenos tiempos y quieran ayudarnos. Por ahora solo hay que esperar.

Los jóvenes se miraron unos a otros, por una parte angustiados y por otra ansiosos, pero Del real tenía algunas dudas.

—Lorena, dijiste que ésto no era solo por Matías, ¿a qué te referías?
—He estado pensando en lo que pasó —replicó decidida— y recordé lo que hablamos. Es cierto que nos dimos cuenta de que habíamos sido egoístas, y que en parte lo que pasó era nuestra culpa, pero no solo es eso; Dani fue el único antes de ese suceso que estaba realmente interesado en ayudar, y por eso lo atacaron a él con tanta rabia, porque era el más cercano al espíritu de su hijo. Ahora han habido cambios, ataques simultáneos, hoy también pasaron cosas y es porque el poder de los secuestradores es más fuerte, y el miedo del espíritu de su hijo también. Necesitamos unirnos de verdad, y solo así Matías tendrá el valor de ayudarnos.

Leticia estaba sorprendida de lo elocuente que estaba siendo Lorena, pero por otra parte lo que decía tenía bastante sentido.

— ¿Estás tratando de decir que para conseguir nuestro objetivo solo basta con que tengamos la voluntad de hacerlo?
—No. Estoy diciendo que cuando estemos todos juntos y podamos dejar de lado nuestras diferencias y lo egoístas que hemos sido, ahí podremos comenzar a hacer algo más de lo que hemos logrado hasta ahora.



Próximo capítulo: El fin del secreto

La traición de Adán capítulo 6: Confrontación



Ya era Martes por la mañana, y Adán despertó puntualmente a las siete; se encontraba en perfectas condiciones, así que se dio una ducha, y salió en su automóvil directamente a la Galería de arte de Carmen Basaure.
Para cuando llegó, apenas alcanzó a abrir cuando tocaron: era el personal de aseo y el personal que había contratado especialmente para dejar todo a punto para el evento. Se trataba de un día decisivo, y cuando llevaba solo media hora en la galería, verificando que todos los detalles se perfeccionaran a su orden, sucedió la primera sorpresa de la jornada.

–Pilar.

No movió un musculo, pero internamente se sorprendió por verla a esa hora,  y más aún vestida de esa forma, con un traje formal muy sobrio y el cabello recogido, en una tenida que la hacía verse un poco menos frágil, y definitivamente en modo operativo.

– Buenos días Adán, necesito hablar contigo ahora mismo.

Adán hizo un gesto de asentimiento muy vago, y la guió en silencio hacia el taller de Carmen; podrían haber salido, pero dado que ella claramente venía en son de guerra, el taller jugaría a su favor.

–Te escucho.

Con un gesto cálido la invito a ocupar uno de los altos pisos que había en el taller, precisamente en el que estaba enfocado a un autorretrato de Carmen; Adán observó a Pilar y como apretaba la mandíbula mirando de reojo el cuadro antes de volver a él.

–Necesito que me expliques cuales son las condiciones específicas en las que estás haciendo funcionar la galería de arte mientras mi madre está en la clínica.

–Pensé que eso te lo había explicado bien, pero si lo necesitas, puedo repetírtelo.

Pilar miró a Adán fijamente un par de segundos; no se había equivocado en el juicio que había emitido de el en un principio, solo se había quedado corta en las medidas.
Adán era un tipo realmente fuera de orden, eso era verdad; era increíblemente atractivo, magnético, seguro, consciente, eficiente, claro. Era perfecto, pero no se supone que las personas perfectas existan, y sin embargo él se veía como una aparición ideal, como esos personajes de las novelas de amor, ese hombre que tiene en su poder la respuesta y la solución de todo. Eso explicaba que él y su madre fueran tan cercanos.

–Adán, quiero saber porque es que estás siguiendo  con todo lo de la organización de la clínica, supongo que sabes lo importante que es para ella y que por lo tanto no querría estar fuera de esto.
–No es algo que esté bajo mi control  – replicó Adán con una expresión inescrutable en el rostro – cuando ocurrió todo, hable con el abogado de Carmen, quien me dió a conocer un documento redactado por ella, en donde deja estipulado lo que hay que hacer en caso de que le suceda algo que la invalide antes de inaugurar la exposición; lo primero que le pregunté al abogado, desde luego, fue si Carmen tenía alguna sospecha de que pudiera ocurrirle algo, a lo que me contestó que ella no le había dicho nada especifico. Así las cosas, tengo que obedecer las órdenes de Carmen, no podría dejar de hacerlo, sobre todo después de todo lo que nos hemos esforzado para sacar adelante la galería.

Pilar observó a Adán en silencio mientras éste le explicaba la situación; no sonaba a discurso preparado, sino que a la verdad espontanea que sale de alguien que no tiene nada que esconder. Pero eso no era suficiente. Sin embargo, la joven entendió que no conseguiría nada más allí.

–Entonces eso quiere decir que me pudo considerar invitada a la inauguración mañana a las ocho.

Adán asintió lentamente, sin poder descifrar del todo la expresión de la joven; estaba jugando muy bien sus cartas.

–No eres una invitada Pilar, eres la persona más importante en el evento después de tu madre, solo que no sabía si era apropiado invitarte en estas circunstancias.
–Pero me tenías considerada.
–Siempre, pero desde luego que todo depende de ti, aunque sé que tu madre querría que estuvieras presente.
–Entonces es eso. Bien, voy a venir entonces.
– ¿En serio? Pilar, es magnífico, te aseguro que vas a quedar encantada con todo, no voy a decepcionarte.

Poco después, Pilar fue directamente a la oficina del abogado Ramón Izurieta, sin avisar de su llegada.
Para cuando llegó a la lujosa oficina, que claramente había sido redecorada desde la última vez que la había visto, estaba más preocupada que antes de su reunión con Valdovinos, pero al menos esperaba haber interpretado bien su papel y no delatarse: Adán era de temer.

–Buenos días Pilar.

El saludo del abogado fue cortés, solo políticamente correcto, y la invitó a entrar, aunque no lo dijera, porque no tenía alternativa, ya que claramente no se encontraba a gusto con ella. Y Pilar estaba al tanto de eso. Izurieta por su parte estaba empezando a preocuparse por el tema: Carmen en la clínica, Adán declarado responsable comercial por la propia artista, y ahora la muchachita con cara de mosca muerta aparecida por sorpresa.

–Te hacía en el extranjero.
–Llegué hace poco abogado, pero quiero ir al grano, necesito saber exactamente las condiciones de las que dispuso mi madre en el documento que usted le dio a conocer a Valdovinos.

Valdovinos. O sea que la hija de Carmen ya había estado moviéndose, y por lo visto no había caído rendida a sus pies como todo el resto de las mujeres que lo veía. Una excepción en mil.

–Veo que hablaste con Adán.
–Por eso estoy aquí.

El abogado se puso de pie y fue directo a un aparador en donde reposaba el documento dentro de una carpeta. Carmen no había considerado siquiera la posibilidad de que su hija volviera al país, pero ¿quién lo habría supuesto? Después de lo que ella había hecho, resultaba casi indignante que se apareciera así de pronto, justo en un momento como ese, y con aires de la hija buena en una situación como esa. Pero él no podía hacer nada, más aún porque era la hija de una de sus clientas más antiguas, y la más prestigiosa de todos. Pilar leyó el documento en silencio y luego se lo devolvió a Izurieta.

–Necesito que suspenda la inauguración de la exposición, al menos hasta que mi madre esté en condiciones de presenciarla, o de autorizarla en persona.
–Pero eso es imposible – replico él conservando la calma – Pilar, por favor, esto es un documento perfectamente legal, no puedes simplemente detenerlo.

Pilar sabía que las cosas no iban a ser tan fáciles.

–Ese documento que tiene en sus manos solamente es legal si nadie sabe de la existencia de otro documento, firmado por mi madre y redactado por usted, en el que ella se asegura que nada, absolutamente nada de lo que le pertenece sea removido o modificado si ella no está de cuerpo presente para autorizarlo.

Izurieta sintió que los músculos de su cara se contraían ¿Cómo es que sabía eso, si supuestamente el documento había sido confidencial, secreto, y se suponía también que Carmen no se lo mencionaría jamás a nadie? ¿Cómo podía confiar en ella después de lo que había hecho?

–Lo que estás diciendo es absurdo, ella misma desautoriza el primer documento en función del segundo.
–Dudo que otro abogado opinara lo mismo – replicó Pilar en voz baja  – sobre todo considerando las condiciones en las que se firmó el documento y todo lo que ha ocurrido ahora. A su reputación no le haría nada bien que se supiera eso, imagine el escándalo que se generaría si se hiciera público que un estudio jurídico de esta categoría pasa por encima de uno de sus propios documentos en medio de una situación que puede afectar gravemente a su cliente en su patrimonio, hay muchísimo implicado.

Izurieta estaba perdiendo la calma. ¿Qué le podía importar el patrimonio de Carmen si ella misma lo había puesto todo en riesgo algunos meses atrás?

– ¿Me estás amenazando?
–No abogado, solo pretendo que la galería se abra por autorización expresa de mi madre, no por un papel que perfectamente podría haber sido redactado en otras circunstancias y siendo interpretado voluntariosamente. No puedo creer que el orgullo de Carmen Basare le permita dejarse a sí misma fuera de un evento como este.
–De cualquier manera  – intervino el abogado con tono cortante – nada podrías hacer contactando a un abogado, la inauguración es mañana.
–No pretendo acudir a un abogado hoy, sé que no conseguiría nada. Lo que pretendo es que usted mismo detenga a Valdovinos y la inauguración hoy mismo.
–Pero lo que estás diciendo es ridículo – estalló el – no tiene sentido.
–Lo tiene – replicó ella con fuerza – solo tiene que detener  a Valdovinos, la galería como ente es la forma de hacerlo.
–Lo que sugieres es ilegal.
–No. Usted sabe que no lo es.
–Pero con esto solo conseguirás arruinar la exposición de tu madre, no ganas nada con eso.

Pilar estaba al límite de sus fuerzas. Aparentar ser la mujer fuerte y decidida que no era estaba desgastándola demasiado, ya podía verlo de reojo como una señal, sus manos en el regazo, temblando.

–No trate de engañarme abogado, usted debe recordar muy bien que ya una vez se suspendió una inauguración, y esa vez fue por puro capricho de ella, sin embargo eso atrajo a los medios como abejas a la miel. Además es por una causa justificada, usted lo sabe.

Izurieta respiró profundo para obligarse a no gritarle en su cara todo lo que pensaba de ella. Pero tenía razón, y momentáneamente le convenía no arriesgarse.

– ¿Cómo pretendes manejar la situación?
–Hágase cargo. Puede culparme, de todos modos ya estoy acostumbrada a que me traten como si fuera la peor persona del mundo, pero la inauguración debe detenerse.

Mientras tanto, Micaela andaba dando tumbos por la ciudad. Había salido del departamento sin muchas energías, así que decidió caminar hacia donde fuese para darse ánimos y empezar de una vez por todas con su camino de sanación en esas calles. Después de reunir su determinación, se dio cuenta de que no estaba lejos de la Torre del nuevo extremo, y como al fin y al cabo no tenía mucho que hacer, decidió ir hacia allá.
A medida que se fue acercando, la gigantesca mole fue abriéndose paso entre los otros edificios de la ciudad, una enorme torre de cuarenta pisos de altura, desde cuya terraza se dominaba casi toda la ciudad, del que una de sus cinco caras, era un gigantesco espejo que reflejaba silencioso el pasar de los días y los años a su alrededor. Con el estómago apretado y algo tensa en general, Micaela siguió caminando hacia el edificio, doblando una esquina y enfilando por la calle que en otros días la había albergado a ella y a Pilar.
Y entonces la vio.
Pilar tenia cierto tiempo de terminada su reunión con el abogado de su madre, y aunque aún debía hacer otras cosas, tuvo que darse unos minutos y caminar para darse energías. Enfrentarse  a Valdovinos y al abogado en el mismo día había sido mucho más duro de lo que esperaba, pero al menos podía estar bastante segura de que Izurieta estaría obligado a ceder por el momento. Luego caerían sobre ella las consecuencias de la tormenta que acababa de desatar.
Pero entonces la vio.
Ambas se quedaron inmóviles, incapaces de reaccionar al encontrarse nuevamente y de sorpresa, separadas tan solo por una cuadra de distancia, que era mucho más, eran kilómetros de recuerdos, terminados por gritos y llantos. Imposible no verse en esa calle tan desierta a esa hora de la mañana, imposible no quedar helada, cuando una sufría por el tan inesperado reencuentro y la otra se maldecía por haber ido a dar allí.
Un fantasma frente  a otro, dos siluetas dibujadas contra el sol de la mañana, en un momento que por sorpresivo y doloroso, solo podía agregarse a la lista de penas y amarguras que cada una de las dos cargaba en esos momentos.

–No puede ser  – murmuró Pilar sintiendo que el aire escapaba de su cuerpo – es imposible...

Sintió los ojos llenándose de lágrimas, pero no podría llorar siquiera, tan aturdida estaba por ese encuentro.
Micaela no podía moverse, trataba de reaccionar, pero el cuerpo no le respondía, era como si de alguna manera la conexión entre ambas aun persistiera, convirtiendo a Pilar en un imán demasiado fuerte como para evitarlo. Al fin hizo un esfuerzo más, reunió las energías que le quedaban, y consiguió quitar la vista de la otra mujer, para luego devolverse sobre sus pasos, comenzando a escapar torpemente, dispuesta a salir de allí, con el corazón en llamas, solo deseando desaparecer, borrarse de manera definitiva.

– ¿Se siente bien señorita?

Pilar volvió a la realidad cuando se dio cuenta de que casi se había desplomado. El hombre que la había sostenido la miraba claramente perplejo, viéndola pálida y casi sin respiración.

– Estoy bien – replicó ella en voz baja, sin sonar convincente – solo fue un mareo.
– ¿Quiere que la lleve a algún sitio o que llame a alguien?
– No, en serio – repuso con más firmeza – de verdad estoy bien, se lo agradezco mucho.

Se alejó lentamente del lugar, caminando sin rumbo, solo que en sentido contrario al que llevaba antes de lo ocurrido. Sentía la piel helada, su presión estaba por el suelo; seguramente se trataba de una pesadilla, ella de vuelta, encontrándose con Micaela por casualidad, y más encima en ese sitio y en esas circunstancias. Pero era real, y la había visto allí, tan cerca como para haber corrido directo a ella, pero a la vez tan lejos, tan dramáticamente lejos por causa de todo lo que había ocurrido hacía ya ocho meses. No se esperaba el ataque de su madre, ni se esperaba tener que presentarse en público, mucho menos encontrarse otra vez con Micaela, así que ahora todo se reunía en un torbellino de emociones que no sabía si podría enfrentar con éxito. Pero esta vez no tenía alternativa, estaba entre la espada y la pared, y tendría que conseguir de algún modo reunir las energías para enfrentar toda esa compleja situación. Aunque Adán estuviera en su camino, aunque su madre la maltratara después, incluso aun si por esas crueles burlas del destino, Micaela estaba otra vez en el país, al igual que ella.




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