Maldita secundaria capítulo 6: Completamente perdidos




Luego de los desafortunados hechos ocurridos con los enajenados, el grupo se vio en la obligación de hacer pública una gran parte de lo que había pasado; tanto el director como los restantes seis integrantes del grupo terminaron en la enfermería, junto con las dos estudiantes víctimas de espíritus que tras el ataque en el pasillo fuera de la oficina quedaron con problemas respiratorios producto del químico del extintor de incendios. Por suerte los otros tres jóvenes no quedaron con secuelas, y las niñas no recordaban exactamente por qué estaban en ese sitio al momento del incidente, de modo que la versión del director acerca de un amago de incendio terminó por ser la oficial. Dani en tanto fue llevado de inmediato a urgencias al encontrarse en estado de shock.
Alrededor de las once de la mañana el grupo estaba en una plaza alejada de la secundaria, junto a Adriano del Real. El hombre, que ya por naturaleza tenía una figura enfermiza y avejentada, estaba aún más conmocionado ante los hechos que los jóvenes estaban relatando.

—Los enajenados arrojaron a Dani calle abajo —siguió Carolina— y Hernán consiguió rescatarlo, pero la silla cayó y terminó destruida por una camioneta.
—Dios santo...
—Ahí las cosas se complicaron más, porque Dani colapsó y nos vimos obligados a llamar a urgencias.

Adriano miraba uno por uno a los jóvenes; todos tenían algún tipo de lesión, ya fueran golpes, cortes o rasmilladuras; no se había pasado por la mente que las cosas llegaran hasta ese punto.

—Es decir que se vio involucrada más gente.
—Era inevitable, no podíamos hacernos cargo solos —explicó Lorena— aunque como nosotros tres estábamos ahí, nos pusimos de acuerdo y dijimos que íbamos juntos y vimos como a Dani le fallaban los frenos de la silla y perdía el equilibrio, así que supuestamente lo ayudamos pero no pudimos salvar la silla.
— ¿Y qué ocurrió con los muchachos que estaban atacándolos?

Carolina respondió.

—Descubrimos que la única forma de detenerlos es golpearlos en la cabeza, pero las personas no quedan con secuelas y ni siquiera recuerdan nada, así que no tuvimos que preocuparnos por eso al menos.

Adriano inspiró profundamente.

—Dijiste que un vehículo aplastó a la silla de ruedas de Dani. ¿Qué dijo el conductor, hablaron con él?
—Si, además que él llamó a la policía mientras urgencias se llevaba a Dani.
—Dejamos a Dani en la ambulancia y volvimos a la Secundaria, pero no sabíamos que era lo que estaba ocurriendo adentro, de hecho nunca antes había habido dos hechos simultáneos.

El hombre mayor se puso de pie repentinamente.

— ¿Me estás diciendo que tuvieron presencias en dos sitios al mismo tiempo?

Fernando se abrazaba las costillas mientras intervenía.

—En realidad podríamos decir que fueron tres.
— ¿Qué?
— ¿No había pasado cuando éste sitio lo controlaba usted? —se extrañó Soledad— a nosotros nos tomó por sorpresa, pero creí que usted no nos lo había dicho.

Si Adriano del Real estaba preocupado, esa revelación lo alarmó mucho más.

—Sería un estúpido completo si les ocultara información. Pero por favor díganme que fue lo que pasó en ese momento, se los ruego.

Leticia estaba irritada con Del real, pero saber que él mismo desconocía algunos detalles cambió su forma de ver las cosas en esos momentos.

—Mientras ellos tenían esos problemas, Soledad descubrió que pasaba algo extraño en la oficina del director, así que fuimos hacia allá. El director estaba en su oficina, atrapado por su escritorio que lo aplastaba contra la pared.
—Eso quiere decir que podría haber sido mi hijo...
—Nosotros pensamos lo mismo —replicó Fernando— de hecho las cosas se pusieron peores cuando intenté entrar por la fuerza y la puerta de la oficina me atrapó.
— ¿Y qué hicieron?
—Leticia echó abajo la puerta con un hacha.
— ¿Qué?

La aludida se encogió de hombros quitándole dramatismo a la escena que seguramente ya se estaban imaginando los demás.

—Fue lo único que se me ocurrió. En todo caso la cosa no fue tan así, tampoco tengo fuerza como para hacer algo como eso: cuando golpeé la puerta con el hacha, fue como si la fuerza que estaba ahí —su hijo asumo— saliera despedida, y nos arrojó a todos en todas direcciones.
—Fue horrible —terció Soledad— fue como si estallara una bomba. Y lo peor es que un minuto después aparecieron dos enajenadas más y nos atacaron.
—Esa fue la parte más fácil, pero nos hizo perder tiempo y no pudimos salir de ahí,  aparte que Fernando estaba golpeado y era imposible que no hubieran escuchado el ruido adentro. Al final al director se le ocurrió un plan de última hora y le prendió fuego a su oficina.
— ¿Que hizo qué?
—No fue un incendio propiamente tal, pero habíamos usado un hacha y un extintor, así que él dijo que se culparía de todo y diría que nosotros tres y las dos víctimas habíamos ido a ayudar, y como ellas no recordaban nada, creyeron todo.

Carolina respiró profundamente. Contar las dos historias juntas hacía que las cosas fueran aún peores.

—Después de eso nos reunimos en la secundaria en la enfermería, y decidimos llamarlo a usted porque claramente las cosas se nos fueron de las manos. Lo lamento.

Adriano del Real parecía haber envejecido durante el tiempo que escuchó a los jóvenes.

—No tienes nada porque pedir disculpas. Ustedes seis, es decir los siete, han hecho muchísimo más de lo que cualquier persona habría hecho, se han expuesto a todo tipo de riesgos y eso es más grande que cualquier error que pudieran cometer. Lo que pasó hoy es algo fuera de lo común, y el hecho de saber que pueden ocurrir cosas como ésta después del tiempo que ha pasado es sumamente preocupante.

Soledad intervino en sus cavilaciones.

—El director nos dio el día libre después de lo que pasó. Queremos ir a urgencias a ver a Dani.

Urgencia de clínica Cordillera. Mediodía.

Adriano del Real se quedó en el estacionamiento mientras los seis fueron al sector de urgencias; de inmediato vieron a los padres de Dani sentados a un costado de la máquina de café, cerca de la recepción. Soledad les habló en voz baja.

—Señora Camila.

El padre de Dani era un hombre corpulento y de aspecto bastante juvenil, mientras que su madre era de figura pequeña y delicada, de rasgos muy agraciados, los que claramente había heredado su hijo. Ambos se veían muy consternados.

—Hola Soledad.
—Queríamos saber si podemos ver a Dani.

La madre se puso de pie resueltamente; podía verse la angustia en su actitud y reflejada en los ojos rojos por el llanto, pero también había una dosis de decisión notable.

—No, no pueden verlo.
—Cariño —intervino él— no seas dura con ellos.

Fernando temió por un momento que ellos tuvieran en su poder más información de la que suponían.

—Seré dura mientras mi hijo esté hospitalizado en éste lugar.

Soledad conocía a la madre de Dani, y se sintió sumamente impactada al verla en ese estado; estaba protegiendo a su hijo, no importaba de que.

—Solo queríamos saber de él —intervino Lorena con tono conciliador— estamos preocupados.
—Es bueno que estén preocupados —replicó con una mirada que echaba fuego— es bueno que alguien entienda que a mi hijo le está pasando algo.
—Querida —volvió a intervenir el padre— éstos niños no tienen la culpa del accidente de Dani.
—Por lo que sabemos —replicó ella fieramente—durante los últimos días mi hijo no es el mismo de siempre, algo ocurre con él y sabes que tengo razón.
—Eso no tiene nada que ver, además lo de hoy fue un accidente.

Pero ella continuó, implacable.

—No fue un accidente, Dani estaba a dos cuadras de donde lo dejaste en la mañana. ¿Por qué estaba ahí, por accidente?
—Querida...
—Nadie va a ver a Dani, no mientras yo no sepa en que anda metido. No permitiré que nadie se le acerque.

Los seis salieron de la urgencia caminando lentamente.

—Esto es un desastre —dijo Fernando— no me explico cómo es que llegamos a éste punto. Ya estábamos haciéndonos una idea de cómo pasaban las cosas, y ahora todo cambió totalmente.

Se quedaron detenidos y en silencio, hasta que la voz de Hernán los sorprendió.

—Esto es nuestra culpa. Nosotros hicimos ésto.

Fernando lo miró con las cejas levantadas.

— ¿Y a ti que te pasa ahora? No me digas que no entendiste que hemos estado tratando de ayudar.

Sin embargo la actitud de Hernán no era agresiva, más bien se veía afectado. Por primera vez no estaba discutiendo con nadie.

—Es nuestra culpa. Nosotros lo hicimos, somos responsables de lo que pasó.
—Estás delirando.
— ¿Que no te das cuenta? Del real nos lo advirtió maldita sea, hasta la voz de Matías nos habló dentro de nuestras cabezas: necesitaban nuestra ayuda, y no pudimos dársela.

Leticia se espantó con esas palabras.

— ¿Por qué dices eso? ¿Qué esperabas encontrar la solución a ése acertijo en una revista acaso?

El rapado frunció el ceño pero no respondió a esa pregunta.

— ¿De verdad lo intentamos? —Preguntó con fuerza— después que vi a Dani tirado en el suelo, me quedé pensando en todo lo que ha pasado y lo que hemos hecho. En éste tiempo, Dani es el único que estuvo ocupado de tratar de hacer algo al respecto, mientras que los demás solo nos dedicamos a protestar y a lamentarnos. Hasta ayer, las cosas estaban más o menos equilibradas, pero a medida que nos fuimos peleando más y más, solo aumentamos el miedo de Matías y el poder de los espíritus de los secuestradores.
—Tiene razón —comentó Soledad horrorizada—realmente nosotros ayudamos a que pasara ésto, Hernán está en lo cierto. No sé cómo es que no me di cuenta.

Se hizo un largo silencio en el grupo; con las palabras de Hernán todos terminaron por ver la realidad, comprendiendo solo entonces la magnitud de sus actos. Adriano del Real había estado escuchando toda la conversación del grupo y se acercó a los seis.

—Muchachos. Sé que han sido días muy duros para ustedes, si quieren abandonar todo ésto...
—De ninguna manera —replicó Hernán— no voy a escapar ahora.
—Cometimos un grave error —dijo Fernando— pero eso no quiere decir que se haya terminado. Tenemos que volver a la Secundaria y hacer lo posible por evitar que ocurran más desastres.
—Se lo debemos a Dani.
—Y además lo prometimos.
—No vamos a dejar de intentarlo.
—Además tenemos que armarnos de valor —dijo Soledad— porque la silla de Dani quedó destruida y sus padres no tienen dinero para comprarle otra, al menos no pronto.

Adriano sonrió débilmente.

—Muchas gracias muchachos. Yo también voy a hacer lo que esté en mis manos para ayudarlos a ustedes, no los dejaré solos; de alguna manera les daré ayuda.

Mientras tanto, en el interior de la urgencia, el doctor Mendoza estaba hablando con los padres de Dani.

— ¿Cómo está mi hijo doctor?

Mendoza se veía tranquilo como profesional, pero como hombre estaba afligido.

—Dani está en un estado muy complejo.
— ¿Qué quiere decir?
—El accidente que sufrió no le provocó tantos daños físicos en realidad; tiene algunos golpes y rasmilladuras, pero lo más grave es su estado mental, porque sufrió un shock muy grave. He sido doctor de Dani desde que tuvo el accidente y por ese motivo es que tengo conocimientos al respecto. Cuando sucedió el choque en el que sus piernas resultaron dañadas tan gravemente, Dani tuvo una reacción que yo como profesional nunca había visto, y que es poco común en la medicina; él asimiló con facilidad la pérdida de las piernas, y procesó el uso de la silla como una evolución natural de los acontecimientos en su vida, es decir que la incorporó mentalmente a su cuerpo. No era casual que habitualmente dijera "mis ruedas" con la misma propiedad que el resto de las personas dice " mis piernas" Esto significa que sufrir ese accidente, y además perder físicamente la silla como me dijeron, seguramente fue para él un golpe psicológico mucho más fuerte que el anterior; en otras palabras, ésta invalidez ha sido más traumática para Dani que la primera.

La madre de Dani estaba al borde de las lágrimas, pero se contuvo. No era momento para llorar.

— ¿Se va a recuperar?
—Dani es un chico muy fuerte, más que la mayoría de su edad, pero ahora mismo está en un estado muy delicado, porque ante el dolor de ésta pérdida se encerró en sí mismo, por eso es que no reacciona a los estímulos y continúa en el estado en que lo vieron; ustedes y sus amigos deben acompañarlo y apoyarlo lo más posible, pero para que salga de la coraza en la que se ha encerrado, el primer paso lo debe dar él.

El padre de Dani abrazó a su esposa.

— ¿Va a darlo de alta?
—Puedo mantenerlo hoy y un par de días más aquí, pero no me parece recomendable que siga internado porque eso podría fomentar su estado. Además no puedo hacer mucho más por él. Si les da más tranquilidad puedo darlo de alta mañana.
—No, nos lo llevaremos a casa ésta misma tarde, cuando terminemos el papeleo —repuso la madre del joven— allá podremos atenderlo y cuidarlo mejor.

La tarde que siguió a esa jornada fue oscura y deprimente para todos. Soledad llegó a su casa obligada a pasar por los interrogatorios de su madre, pero lo afrontó con calma y apegándose a la versión que antes hablara con los demás, y que había pasado a ser la oficial. De cualquier manera sabía que al día siguiente los rumores serían la principal fuente de trabajo en la Secundaria, así que mientras más pronto dijera todo menos sospechoso sería. Cuando se conectó a la red por la noche recibió una llamada de Fernando.

— ¿Que sucede?
— ¿Estás conectada?
—Sí.
—Entra a sured, los demás ya están conectados.

Soledad suspiró. Sured era una red social a la que pertenecían muchos de los estudiantes de la Secundaria Santa Sofía, y que había sido creada para darle espacio a los chismes, además del lógico tráfico de información entre los diversos niveles. La publicación que encabezaba la página ese día hablaba directamente de los hechos en los que todos estaban involucrados.

"Se volvió loco el director?"

—Oh por Dios...

Pero eso no era todo; la segunda publicación más visitada del día era totalmente sensacionalista. "¿Porque ocultan el asalto al chico de la silla y lo hacen pasar por accidente?"
Estaba viendo eso cuando le llegó una solicitud de charla privada. En el grupo de charla estaban los demás.

Leticia —Ahora salimos en las noticias.
Fernando —Por lo menos nadie nos ha mencionado como responsables de nada.
Carolina — ¿No te das cuenta de lo que significa ésto?
Fernando —Si, hoy sí que hicimos espectáculo.
Carolina —No, ahora tenemos una secundaria con cientos de periodistas en potencia.
Hernán —Ella tiene razón. No iremos ni al baño sin testigos.
Soledad —Si sucede algo como lo que ya sabemos, tendremos que estar demasiado atentos.
Lorena — ¿Alguien ha sabido algo de él?
Fernando —Llamé a la urgencia, lo dieron de alta, supongo que está en su casa.
Leticia — ¿Hablaste con la familia tú que eres amiga?
Soledad — ¿Enloqueciste? No quieren ver a nadie, fueron muy claros en la urgencia.
Lorena —Hay que esperar.



Próximo capítulo: El paso de los días

La última herida capítulo 39: Dos decisiones correctas




Matilde enfrentó a los dos cirujanos, quienes tras su apariencia perfecta escondían lo mejor que podían la frustración y el enojo de verse descubiertos, y además imposibilitados de hacer lo que querían; seguramente llevaban demasiados años manejando todo a su voluntad.

– ¿Qué le pasó a la otra mujer? Usted –le dijo a Scarnia– se hizo pasar por un paciente de la clínica para pasar desapercibido igual que ella, pero lo de acercarse a mi hermana fue totalmente distinto. ¿Por qué organizar esa farsa?

Durante un momento ambos intercambiaron miradas de alarma; habían sido descubiertos, pero ambos amaban demasiado su integridad como para ponerla en riesgo si podían evitarlo. Finalmente se rindieron.

–La otra mujer está muerta. Murió antes que fallara el tratamiento.
– ¿Pero cómo es eso posible?
–No lo sabemos –intervino Samanta haciendo una mueca– fue sorpresivo, la mujer murió en un accidente de tránsito muy poco después de iniciar el tratamiento, tan solo unas semanas después; pensamos lo peor, pero extrañamente no sucedió nada, y todo continuó como siempre, así que decidimos investigar mucho más de cerca en un ambiente protegido.
–La cita en la supuesta fiesta –dijo Aniara intentando disimular su sorpresa– por eso me invitaste, querías llevarme a un sitio desconocido para poder experimentar directamente conmigo.
–Era la fórmula más útil si queríamos saber algo. Además, si no había nada nuevo, simplemente quedaría como antes.
–En ese momento fue cuando por error dejé caer las píldoras –dijo Aniara rememorando– y sin darme cuenta tomé la que había dejado fuera días antes. No tenía nada distinto en apariencia, pero me produjo una horrible sensación que me hizo perder el conocimiento; lo que tengo en esta caja es el contenido de esa píldora, el genoma mutante del que han hablado, que luego de expulsarlo durante el ataque, creció por si solo escondido en una parte de mi departamento.
–Por eso Antonio estaba tan cerca investigando –intervino Matilde– por eso usted reaccionó de esa manera cuando dije que ella tenía un ataque, por eso la intervención de la policía...
–Cuando dijiste lo del ataque supe que las cosas habían salido mal, por eso se aplicó el protocolo de contingencia, pero todo salió mal desde entonces.

Vicencio, el viejo doctor, volvió a alzar la voz, pero en esa ocasión había determinación en sus palabras en vez de la derrota anterior.

–Todo ha salido mal desde que tuve la desgracia de dar con ese genoma. Ustedes se han aprovechado demasiado tiempo de mi estupidez y mi ceguera, y de los afanes insaciables de los que tienen poder, no puedo permitirlo más.

La puerta se abrió en ese momento. Aniara giró rápidamente apuntando el arma, pero no fue lo suficientemente rápida y el disparo la derribó.

– ¡No!

Matilde vio con horror como Elías Jordán, a quien creyera muerto o gravemente herido durante el ataque en la noche, aparecía en el umbral con un revólver con silenciador en las manos; la mirada fría como la piedra se clavó en ella el tiempo justo antes que ambos dispararan.

– ¡No lo haga!

Por gracia del destino, ambos fallaron por la mínima en sus tiros, y la joven hizo una rápida finta para acercarse a toda velocidad al hombre; este sonrió maléficamente y preparó el siguiente tiro, pero Aniara reaccionó muy rápido luego de la caída y le arrojó la caja. Durante una milésima de segundo el hombre tuvo el horror en su mirada al ver el contenido, pero se movió con la suficiente rapidez como para escabullirse del repugnante contenido que se movía por sí solo. Matilde se aprestó a disparar, pero en ese momento Rodolfo Scarnia se arrojó contra ella, dispuesto a inmovilizarla.

– ¡No!

Ambos quedaron enzarzados en un violento forcejeo durante un momento. Al mismo tiempo Aniara volvió a enfrentar al jefe de seguridad. El disparo que realizó Jordán le desgarró la piel del torso a la altura de la cintura, mientras que el tiro de Aniara, que resonó en la oficina, dio de lleno en una pierna y lo hizo perder el equilibrio y caer.

– ¡Aléjese de ella!

La voz de Vicencio atronó en el lugar, y semi arrodillada en el suelo, Matilde pudo ver como el viejo doctor había tomado valientemente en sus manos el informe animal fruto del gen mutágeno, y lo agitaba hacia Scarnia, quien por temor tuvo que soltarla para ponerse de pie apresuradamente.

– ¡Tenemos que salir de aquí!

Samanta no había perdido el tiempo durante los escasos segundos que había durado el enfrentamiento, y rodeó la oficina para poder llegar a la puerta. El viejo doctor intentó sujetarla con una mano mientras con la otra luchaba por contener la fuerza del mutágeno, pero cuando ella quiso soltarse, la bestia se arrojó contra ella, haciéndola gritar de horror.

– ¡Ayúdenme!

Aniara había logrado arrebatarle el arma a Jordán, pero el doctor Scarnia se escabulló del resto y corrió a toda velocidad hacia la puerta abierta de la oficina.

– ¡Rodolfo, ayúdame!

La mujer había caído presa del horrendo animal de laboratorio que estaba aferrándose a su pecho, y gritó desesperadamente hacia el hombre, pero este no hizo ningún caso y corrió fuera de la oficina a toda carrera.

– ¡Cobarde!

Matilde intentó salir a perseguirlo, pero la herida que sabía que tenía su hermana y la presencia de los otros la hizo desistir. Sintió el dolor casi al mismo tiempo. Aniara golpeó en la cabeza a Jordán para asegurarse que no hiciera ninguna tontería, al tiempo que la mujer continuaba forcejeando con la imparable bestia que la atacaba, en medio de horrendos gritos de dolor; por un momento pensó en dejarla así, en hacer que pagara por todo lo que había causado, pero había cosas más importantes que hacer. Marcó un número.

–Pon atención, tienes que fijarte en el hombre que te había indicado antes, debes seguirlo como sea si es que lo ves.

Cortó inmediatamente; tomó en sus manos la caja metálica y con ella y la ayuda del propio Vicencio con un abrecartas, logró devolver al mutágeno al lugar en donde estaba encerrado. La mujer tenía sangre en varios puntos del pecho y en los antebrazos y manos, y aún continuaba gritando de dolor una vez liberada de la bestia. Matilde pensó que era extraño que, a diferencia del guardia, no hubiera perdido el conocimiento y en cambio permaneciera despierta experimentando el dolor.

–Doctor Vicencio, dígame a donde puede haber ido Scarnia.

El hombre se había sentado, y solo en ese momento la joven notó que también estaba herido, aunque en su caso era solo en las manos y parecía menos grave que lo de ella; estaba rojo y con la respiración muy agitada, seguramente por el enorme esfuerzo que había hecho. Aniara asintió hacia ella cuando la miró, quitando importancia a la herida en su costado.

–Deben irse de aquí...

La voz del hombre era alarmantemente ahogada y dificultuosa; Matilde pensó que le iba a dar un ataque.

–Doctor.
–Deben irse –dijo él con un poco más de fuerza– hicieron una tontería al venir hasta aquí, están en riesgo.

La había salvado, y ahora estaba demostrando valor para tratar de ayudarlas; Matilde sintió a la vez orgullo por haberse encontrado con él, y una infinita tristeza al ver que alguien como él había tardado tanto en ver lo que pasaba a su alrededor.

–Tiene que decirme dónde está Scarnia, él es un riesgo.
–Ustedes están en riesgo –sentenció él con voz ronca– lo que han hecho es muy peligroso, el cuerpo de seguridad de la clínica es mucho más grande que eso, que los hayan tomado por sorpresa en este lugar es una excepción solamente. Tienen que aprovechar de irse ahora.

Se arrodilló junto a Samanta y la sujetó de los brazos. Un momento después rodeó su cuello con una mano, ante lo que la mujer trató de gritar, sin poder hacerlo; estaba presionando los puntos adecuados para cortar la respiración.

–Tranquila –dijo él con voz suave, casi melodiosa– tranquila, solo deja que pase. Igual que con todos ellos.

Prácticamente parecía un doctor calmando a un paciente, pero era muy claro lo que estaba sucediendo; Matilde sintió un estremecimiento al ver la escena, qué lamentable que alguien que había querido hacer un bien terminara asesinando para detener a otro asesino.

–Calma, calma.

La mujer intentó forcejear para liberarse, pero la presión que ejercía el hombre sobre ella fue más fuerte. Un momento después Samanta Vera se quedó muy quieta sobre el suelo, la sangre aún manando de las heridas, los ojos desorbitados mirando a ninguna parte. El viejo doctor estiró una mano hacia Aniara.

–Váyanse. Deme el arma de este hombre, es el único además de mi que sabe quienes son; es cosa de tiempo para que la gente de seguridad del edificio aparezca, no se expongan más.

Matilde sintió el impulso de decirle que las acompañara, que él aún tenía una esperanza. Aún después de todo lo ocurrido, todavía creía que en alguna persona, aunque fuera una, podía haber algo bueno, y que ese hombre era tal vez dentro de la clínica la más clara excepción a la regla.

–Doctor.
–Soy tan culpable como ellos –dijo en voz baja apuntando a Jordán que seguía sujeto por Aniara y algo aturdido– no hay nada para mi fuera de este lugar, pero ustedes ya pasaron por mucho como para pagar por crímenes ajenos. Váyanse.

El dolor estaba presente. Pero Matilde estaba en total control de si misma.

– ¿Quién más sabe de la apariencia de ella?
–Solo Scarnia, y yo.

La joven se acercó más al hombre, que se había puesto de pie respirando aún con dificultad y con el arma ya apuntando a Jordán, que seguía atontado en el suelo. Por un instante se miraron a los ojos, y ella supo que el viejo doctor había leído en su mirada lo que iba a hacer.

–Va hacia el centro de seguridad de los encargados de la clínica.
–Los encargados son ustedes tres.
–Así es.
–Dígame donde está.
–A diez minutos de aquí –replicó en voz baja– se trata del centro de oficiales en retiro del cuerpo de elite del ejército.

Un lugar protegido por oficiales en servicio, con sistema de cámaras y guardia permanente, además de todas las medidas de seguridad del caso. Era vital detenerlo antes que llegara allí.

–Debe desaparecer –le dijo en voz más baja, esperando que Aniara no lo escuchara– si Scarnia ya no está, ella estará a salvo, porque no podrán encontrarla jamás.

Matilde asintió y siguió a Aniara fuera de la oficina. Un par de pasos más adelante se sintió un disparo.


2


El dolor seguía presente. Matilde iba al volante en el vehículo directo al punto que le había indicado Vicencio, mientras Aniara permanecía en silencio a su lado. Las revelaciones por parte del doctor y la muerte de Vera y Jordán no solucionaban los problemas ni aminoraban la carga que tenían, pero al menos cumplía con el objetivo de dejarlas más cerca de terminar con el trabajo. Matilde sabía que no podrían terminar con la existencia de la clínica, pero si podía poner definitivamente a salvo a su hermana, su misión estaría completa. Estaba tan agradecida de haber filmado los videos.

– ¿Qué ves?

El delincuente al que Matilde había contactado para que realizara determinadas acciones a cambio de cincuenta mil dólares estaba demostrando toda su capacidad en esos momentos. Su fingido asalto mientras se encontraban en compañía de Gabriel y la vigilancia que debía ejecutar sobre Scarnia en aquel momento de vital importancia estaban siendo profesionales, y aunque las cosas se habían complicado en el edificio, él igualmente había estado dispuesto y preparado para seguirlo, por lo que, al momento de salir subrepticiamente de las instalaciones, llevaban muy poca diferencia del auto negro donde escapaba Scarnia.

–Va en la moto detrás del auto, dice que Scarnia salió solo del edificio y conduce él mismo el auto. Seguramente dejó al chofer igual que la dejó a ella.

Matilde asintió con la vista fija en el camino. Por suerte no había mucho tránsito a esa hora, pero era necesario apresurarse más aún.

–Falta poco, falta poco.

Ambas supieron al instante que tenían que detener a Scarnia antes que llegara al refugio que les había explicado Vicencio, ya que una vez allí lo perderían de manera definitiva. Y si bien es cierto que le quitaron el teléfono celular, no dispusieron de tiempo para revisar el vehículo y existía una alta probabilidad que allí tuviera otro teléfono que le permitiera comunicarse con la gente de seguridad. Estaba claro que Jordán estaba en las inmediaciones desde antes que ellas llegaran en persecución de los científicos, pero con anularlo no se evitaba a los otros. Matilde frunció el ceño al recordar a los hombres de blanco que habían asesinado a Cristian.

–Si, ya lo sé –dijo Aniara airadamente– estamos de camino.
– ¿Qué pasa?
–Dice que aumentó la posibilidad, pero no sabe si lo vio.
–Dame el teléfono.

Prácticamente se lo arrebató de las manos; mantenía la vista muy fija en la vía, tratando de concentrarse al máximo. No podía ceder.

–Falta muy poco, hay que detenerlo.

La voz del otro hombre se escuchaba un poco ahogada dentro del casco, pero también se oía muy excitada. El hombre estaba dando todo por el trabajo que se comprometió a hacer.

– ¿De qué manera? El tipo va como un loco, acabamos de virar en la esquina de Rosal Mayor.

Les llevaban solo una cuadra de distancia, pero faltaba cada vez menos para el destino; Sintió el dolor nuevamente y al mismo tiempo como su corazón se oprimía contra el pecho.

–Intercéptalo.
– ¡Qué! Está loca.
–Tienes que hacerlo, es la única manera, voy a llegar en un segundo.
– ¿Y qué quiere que haga?
–Arrójale la motocicleta al auto, es la única forma.

El hombre resopló, claramente sorprendido con la idea.

– ¿Está loca?

Probablemente lo estaba. Matilde aferró el volante y giró sin disminuir la velocidad; pudo ver la motocicleta tras el auto negro que les había descrito antes, a menos de una cuadra, pero faltaban dos y un poco más para llegar. No lo lograría sin una interferencia.

–No tengo más tiempo, acelera y lanza la motocicleta en el trayecto, es la única manera.
–Pero…
–Yo me haré cargo de todo –gritó fuera de si– tienes que hacerlo ahora.
–Pero…
– ¡Hazlo ya!

Su propio grito salió desgarrado. Durante una fracción de segundo creyó que la comunicación se había cortado, y se inclinó involuntariamente hacia adelante, presa de una desesperación sin límite. Un instante después vio como la moto hacía una especie de cabriola en la rueda de atrás, para adelantarse al auto negro. En seguida la moto desapareció de vista, y un sonido lejano y sordo de chirrido metálico atravesó el auricular del teléfono que llevaba al oído. El auto negro trató de girar o esquivar, y frenó bruscamente.

– ¡Lo hizo!

Aniara gritó con furia contenida al ver al automóvil frenar de esa manera. Matilde presionó el acelerador a tope, mientras los escasos autos en la calle pasaban hacia atrás como sombras a su lado. En el siguiente cruce esquivó por muy poco a un camión pequeño que estalló en bocinazos de protesta. Le pareció que llegaron increíblemente pronto al auto, y pudo ver que estaba totalmente detenido, con la motocicleta humeante enredada en las ruedas delanteras. Pero Scarnia no estaba en el lugar del conductor, lo mismo que el que llevaba la moto.

–Me largo.

Escuchó la voz ausente del hombre en el oído, mientras buscaba con la vista al científico. Ya no importaba, había hecho por ella todo lo que debía, ese dinero estaría perfectamente bien utilizado en él. Fue Aniara quien advirtió.

– ¡Ahí!



Scarnia corría a toda velocidad por la acera, en la misma dirección que llevaba originalmente en el auto. Aniara se iba a bajar, pero la descarga eléctrica fue tan repentina e inesperada que no pudo hacer nada al respecto. Cayó de bruces sobre la guantera.


5


Cuando abrió los ojos, Aniara no supo dónde estaba; se sentía adormilada, algo extraño en ella, sobre todo después de todo lo que había ocurrido ¿Qué lugar era ese?
De golpe aparecieron en su mente todos los recuerdos de las últimas y frenéticas horas, e hizo un ademán de moverse, aunque un fuerte dolor en la cabeza la hizo detenerse; la intromisión en el edificio, las revelaciones por parte del doctor, la persecución, y de pronto todo se ponía oscuro, hasta llegar a ese punto.

–Lo siento hermana.

Era primera vez en todo ese tiempo que la llamaba hermana; ambas habían llegado a un trato implícito, a través del cual decidieron enterrar por completo la identidad de Patricia, con el fin de enfrentar todo lo que planeaban hacer de la mejor manera.
Aun estaba en la camioneta, sentada en el asiento del copiloto, cubierta con una frazada ligera; por un momento pensó que podía estar atada, pero no lo estaba: sobre la guantera vio la máquina de descarga de electricidad, lo que explicaba el dolor de cabeza que tenía en ese momento, y la forma en que todo se había ido a negro anteriormente. Giró la cabeza, y vio a Matilde mirándola fijamente.

–Lo siento por el dolor de cabeza. Pero era necesario.

Estaba muy pálida. ¿Dónde estaban? Miró por el parabrisas y vio que era de noche, pero no estaban en la ciudad; en ese momento llegó a sus oídos el sonido del radio.

–Las autoridades aun no se pronuncian a este respecto, pero parece ser algún tipo de crimen por venganza. Testigos indican que la camioneta llegó al lugar donde chocó el automóvil, y una mujer, hasta ahora identificada, se bajó, dando inicio a una persecución, tras la cual disparó en reiteradas oportunidades al hombre.

La noticia estaba en los medios ¿Qué diablos había pasado mientras estaba inconsciente?

–Lo que informan testigos del dramático hecho, es que tras derribar al hombre a tiros, la mujer se acercó a él y le disparó en la cabeza, lo que presumiblemente causó su muerte instantánea. Inmediatamente la mujer huyó en el mismo vehículo en que había llegado, sin que hasta este momento se tenga noticia de su paradero.

Muerto. Volvió a mirar a Matilde, quien seguía mirándola fijamente. ¿Por qué estaba tan pálida?

–La identidad del hombre no fue revelada, y la policía ha mantenido reserva de los acontecimientos, limitándose a informar que a su debido tiempo se dará cuenta de los detalles.

Scarnia estaba muerto. Matilde lo había asesinado, pero seguramente por los medios jamás se sabría quien era realmente ese hombre, demasiados intereses lo impedirían.

– ¿Matilde?

Se incorporó un poco; le dolía el cuerpo, y todo daba vueltas por el efecto del shock eléctrico que recibiera poco antes. Entonces vio el rastro de sangre en el asiento del piloto, en las manos de Matilde sobre el regazo y en la puerta de la camioneta.

– ¡Matilde!

Su grito salió ahogado y ronco; apenas reconoció su voz. Se inclinó hacia su hermana, y vio que el rastro de sangre salía de su costado, poco más arriba de la última costilla. La sangre en la ropa y el asiento estaba secándose.

–Matilde ¿por qué?

Durante un eterno momento, la joven no reaccionó. Después enfocó la mirada en ella.

–Esto no estaba en los planes.
– ¿Cómo, en qué momento?
–Supongo que un doctor siempre tiene un bisturí a mano ¿o no?

Lo dijo con un hilo de voz, y a pesar de verse tan indefensa y débil, tuvo fuerza suficiente para sujetarla del brazo cuando ella hizo el ademán de moverse.

–Ya está. Está bien.

Estaba tan fría, que su piel parecía más suave y delicada que de costumbre. Su mirada era tan calma, que nada en ella hacía pensar que estaba herida, y de esa manera.

–Te hirió cuando forcejearon –dijo lentamente– ¿por qué no me lo dijiste?
–No podía permitir que escapara...

¿Qué tan grave podía ser la herida? No sabía dónde estaban, pero probablemente alcanzaría a llegar a algún centro de urgencia; tan pronto como ese pensamiento apareció en su mente, también lo hicieron los temores que anteriormente Matilde le había revelado con respecto a su estado cuando tuvo el colapso anteriormente. La inseguridad de confiar en las instituciones, y como la policía o el cuerpo médico eran entonces una amenaza, al estar infestados por el mismo mal que las amenazaba a ellas.

–Matilde, voy a ayudarte, solo mantente despierta ¿Si?
– ¿Te acuerdas cuando éramos niñas?

Por un momento no dijo nada. Resultaba muy fuerte escucharla hablar de esa manera, con esa cercanía y nostalgia, después de todo ese tiempo; cuando pusieron en marcha el plan, habían sepultado entre ellas también a Patricia, con el objetivo de evitar cualquier tipo de fractura en la información. Durante esos meses, había pensado muy seguido en lo dura que era la vida encerrada en aquel departamento, juntando rabia mientras lograban articular algo que tuviera sentido, pero jamás interpretó correctamente lo que estaba viviendo Matilde. En esa ocasión entendía, demasiado tarde, que ella siempre había tenido el mismo objetivo, desde el principio.

–Si, lo recuerdo.
–Siempre me gustó viajar, siempre quise viajar –dijo como en un ensueño– es extraño, ya dije esto antes...

¿A qué se refería con eso?

–Matilde, escucha, solo tienes que ser fuerte.
–Mi corazón siempre será de ustedes... Patricia, mi hermanita...

No parecía estar mirándola. En ese momento, la mujer entendió que Matilde siempre había tenido ese plan de última hora ¿o habría sido ese en realidad su objetivo desde un principio? ¿Tomar la responsabilidad sobre sus hombros, para luego llevársela junto con ella, donde nadie pudiera hacer nada al respecto? La sola idea resultaba macabra.

–Matilde, dime qué fue lo que hiciste.
–Solo hice lo que tenía que hacer –dijo con un poco más de fuerza– lo que era necesario, llegamos tan lejos, que ahora no hay nada más que hacer.
– ¿Por qué, por qué lo hiciste? –exclamó con los ojos llenos de lágrimas– no debiste hacerlo, es un precio demasiado alto.
–No es un precio –dijo Matilde– ya te dije que... esto no estaba en los planes... pero está bien, lo tenía considerado de todos modos, solo que no pensé llegar tan lejos, lo primero siempre fue tratar de mantenerte viva.

Patricia sintió como se quedaba sin aire en los pulmones; era demasiado tarde, demasiado para poder hacer algo al respecto ¿Por qué nunca antes había supuesto algo así, que su hermana había pasado por demasiado como para simplemente rendirse? Siempre entendió que se trataba de hacer justicia, de conseguir que los culpables de todo eso pagaran de alguna manera, pero jamás de otra cosa; incluso hablaron en muchas ocasiones acerca de lo que harían si alguna de las dos resultaba herida en el transcurso de la misión, y el acuerdo siempre fue que en tal caso, se abortaría todo. Pero Matilde tenía sus propios planes, y la mantuvo engañada durante todo ese tiempo.

–Por favor resiste.
–Nadie podrá reconocerte jamás –explicó la joven con voz más débil– eso es lo que quería, que aunque fuera algo del mal que ellos te hicieron pudiera revertirse de alguna manera, a través de ti. Ahora que los que te vieron ya no están, no corres peligro. Estás a salvo.

Patricia la atrajo hacia su cuerpo, y la acunó igual que cuando eran niñas, y Matilde tenía pesadillas. Solo era una niña, su hermanita pequeña, que estaba asustada por los sonidos de la noche.

–Tienes que ir –continuó con voz apenas audible– es lo que tienes que hacer... van a entender, yo sé que van a entender...

Nunca iba a poder perdonarse por no haber visto algo como eso, por no haber entendido las señales de manera correcta; la traición cometida por su hermana era el medio que había encontrado para lograr su objetivo. Más allá de todo, cumpliendo lo que esperaba conseguir; su generosidad y amor no habían conocido límites ¿Quien era ella para cuestionar eso? No podía controlarse, ni detener las lágrimas que brotaban de sus ojos; la justicia tan anhelada por ella y por Matilde en el pasado no era nada, en comparación con el dolor de perderla de esa manera.

–Recuerdo... cuando éramos niñas...

La voz de Matilde se apagaba más a cada segundo. Patricia la estrechó en sus brazos, rogando desde lo más profundo por mantenerla junto a ella, por evitar el destino aciago que estaba cayendo sobre ellas se hiciera una realidad.



Próximo capítulo: Una visita desconocida