La última herida capítulo 39: Dos decisiones correctas




Matilde enfrentó a los dos cirujanos, quienes tras su apariencia perfecta escondían lo mejor que podían la frustración y el enojo de verse descubiertos, y además imposibilitados de hacer lo que querían; seguramente llevaban demasiados años manejando todo a su voluntad.

– ¿Qué le pasó a la otra mujer? Usted –le dijo a Scarnia– se hizo pasar por un paciente de la clínica para pasar desapercibido igual que ella, pero lo de acercarse a mi hermana fue totalmente distinto. ¿Por qué organizar esa farsa?

Durante un momento ambos intercambiaron miradas de alarma; habían sido descubiertos, pero ambos amaban demasiado su integridad como para ponerla en riesgo si podían evitarlo. Finalmente se rindieron.

–La otra mujer está muerta. Murió antes que fallara el tratamiento.
– ¿Pero cómo es eso posible?
–No lo sabemos –intervino Samanta haciendo una mueca– fue sorpresivo, la mujer murió en un accidente de tránsito muy poco después de iniciar el tratamiento, tan solo unas semanas después; pensamos lo peor, pero extrañamente no sucedió nada, y todo continuó como siempre, así que decidimos investigar mucho más de cerca en un ambiente protegido.
–La cita en la supuesta fiesta –dijo Aniara intentando disimular su sorpresa– por eso me invitaste, querías llevarme a un sitio desconocido para poder experimentar directamente conmigo.
–Era la fórmula más útil si queríamos saber algo. Además, si no había nada nuevo, simplemente quedaría como antes.
–En ese momento fue cuando por error dejé caer las píldoras –dijo Aniara rememorando– y sin darme cuenta tomé la que había dejado fuera días antes. No tenía nada distinto en apariencia, pero me produjo una horrible sensación que me hizo perder el conocimiento; lo que tengo en esta caja es el contenido de esa píldora, el genoma mutante del que han hablado, que luego de expulsarlo durante el ataque, creció por si solo escondido en una parte de mi departamento.
–Por eso Antonio estaba tan cerca investigando –intervino Matilde– por eso usted reaccionó de esa manera cuando dije que ella tenía un ataque, por eso la intervención de la policía...
–Cuando dijiste lo del ataque supe que las cosas habían salido mal, por eso se aplicó el protocolo de contingencia, pero todo salió mal desde entonces.

Vicencio, el viejo doctor, volvió a alzar la voz, pero en esa ocasión había determinación en sus palabras en vez de la derrota anterior.

–Todo ha salido mal desde que tuve la desgracia de dar con ese genoma. Ustedes se han aprovechado demasiado tiempo de mi estupidez y mi ceguera, y de los afanes insaciables de los que tienen poder, no puedo permitirlo más.

La puerta se abrió en ese momento. Aniara giró rápidamente apuntando el arma, pero no fue lo suficientemente rápida y el disparo la derribó.

– ¡No!

Matilde vio con horror como Elías Jordán, a quien creyera muerto o gravemente herido durante el ataque en la noche, aparecía en el umbral con un revólver con silenciador en las manos; la mirada fría como la piedra se clavó en ella el tiempo justo antes que ambos dispararan.

– ¡No lo haga!

Por gracia del destino, ambos fallaron por la mínima en sus tiros, y la joven hizo una rápida finta para acercarse a toda velocidad al hombre; este sonrió maléficamente y preparó el siguiente tiro, pero Aniara reaccionó muy rápido luego de la caída y le arrojó la caja. Durante una milésima de segundo el hombre tuvo el horror en su mirada al ver el contenido, pero se movió con la suficiente rapidez como para escabullirse del repugnante contenido que se movía por sí solo. Matilde se aprestó a disparar, pero en ese momento Rodolfo Scarnia se arrojó contra ella, dispuesto a inmovilizarla.

– ¡No!

Ambos quedaron enzarzados en un violento forcejeo durante un momento. Al mismo tiempo Aniara volvió a enfrentar al jefe de seguridad. El disparo que realizó Jordán le desgarró la piel del torso a la altura de la cintura, mientras que el tiro de Aniara, que resonó en la oficina, dio de lleno en una pierna y lo hizo perder el equilibrio y caer.

– ¡Aléjese de ella!

La voz de Vicencio atronó en el lugar, y semi arrodillada en el suelo, Matilde pudo ver como el viejo doctor había tomado valientemente en sus manos el informe animal fruto del gen mutágeno, y lo agitaba hacia Scarnia, quien por temor tuvo que soltarla para ponerse de pie apresuradamente.

– ¡Tenemos que salir de aquí!

Samanta no había perdido el tiempo durante los escasos segundos que había durado el enfrentamiento, y rodeó la oficina para poder llegar a la puerta. El viejo doctor intentó sujetarla con una mano mientras con la otra luchaba por contener la fuerza del mutágeno, pero cuando ella quiso soltarse, la bestia se arrojó contra ella, haciéndola gritar de horror.

– ¡Ayúdenme!

Aniara había logrado arrebatarle el arma a Jordán, pero el doctor Scarnia se escabulló del resto y corrió a toda velocidad hacia la puerta abierta de la oficina.

– ¡Rodolfo, ayúdame!

La mujer había caído presa del horrendo animal de laboratorio que estaba aferrándose a su pecho, y gritó desesperadamente hacia el hombre, pero este no hizo ningún caso y corrió fuera de la oficina a toda carrera.

– ¡Cobarde!

Matilde intentó salir a perseguirlo, pero la herida que sabía que tenía su hermana y la presencia de los otros la hizo desistir. Sintió el dolor casi al mismo tiempo. Aniara golpeó en la cabeza a Jordán para asegurarse que no hiciera ninguna tontería, al tiempo que la mujer continuaba forcejeando con la imparable bestia que la atacaba, en medio de horrendos gritos de dolor; por un momento pensó en dejarla así, en hacer que pagara por todo lo que había causado, pero había cosas más importantes que hacer. Marcó un número.

–Pon atención, tienes que fijarte en el hombre que te había indicado antes, debes seguirlo como sea si es que lo ves.

Cortó inmediatamente; tomó en sus manos la caja metálica y con ella y la ayuda del propio Vicencio con un abrecartas, logró devolver al mutágeno al lugar en donde estaba encerrado. La mujer tenía sangre en varios puntos del pecho y en los antebrazos y manos, y aún continuaba gritando de dolor una vez liberada de la bestia. Matilde pensó que era extraño que, a diferencia del guardia, no hubiera perdido el conocimiento y en cambio permaneciera despierta experimentando el dolor.

–Doctor Vicencio, dígame a donde puede haber ido Scarnia.

El hombre se había sentado, y solo en ese momento la joven notó que también estaba herido, aunque en su caso era solo en las manos y parecía menos grave que lo de ella; estaba rojo y con la respiración muy agitada, seguramente por el enorme esfuerzo que había hecho. Aniara asintió hacia ella cuando la miró, quitando importancia a la herida en su costado.

–Deben irse de aquí...

La voz del hombre era alarmantemente ahogada y dificultuosa; Matilde pensó que le iba a dar un ataque.

–Doctor.
–Deben irse –dijo él con un poco más de fuerza– hicieron una tontería al venir hasta aquí, están en riesgo.

La había salvado, y ahora estaba demostrando valor para tratar de ayudarlas; Matilde sintió a la vez orgullo por haberse encontrado con él, y una infinita tristeza al ver que alguien como él había tardado tanto en ver lo que pasaba a su alrededor.

–Tiene que decirme dónde está Scarnia, él es un riesgo.
–Ustedes están en riesgo –sentenció él con voz ronca– lo que han hecho es muy peligroso, el cuerpo de seguridad de la clínica es mucho más grande que eso, que los hayan tomado por sorpresa en este lugar es una excepción solamente. Tienen que aprovechar de irse ahora.

Se arrodilló junto a Samanta y la sujetó de los brazos. Un momento después rodeó su cuello con una mano, ante lo que la mujer trató de gritar, sin poder hacerlo; estaba presionando los puntos adecuados para cortar la respiración.

–Tranquila –dijo él con voz suave, casi melodiosa– tranquila, solo deja que pase. Igual que con todos ellos.

Prácticamente parecía un doctor calmando a un paciente, pero era muy claro lo que estaba sucediendo; Matilde sintió un estremecimiento al ver la escena, qué lamentable que alguien que había querido hacer un bien terminara asesinando para detener a otro asesino.

–Calma, calma.

La mujer intentó forcejear para liberarse, pero la presión que ejercía el hombre sobre ella fue más fuerte. Un momento después Samanta Vera se quedó muy quieta sobre el suelo, la sangre aún manando de las heridas, los ojos desorbitados mirando a ninguna parte. El viejo doctor estiró una mano hacia Aniara.

–Váyanse. Deme el arma de este hombre, es el único además de mi que sabe quienes son; es cosa de tiempo para que la gente de seguridad del edificio aparezca, no se expongan más.

Matilde sintió el impulso de decirle que las acompañara, que él aún tenía una esperanza. Aún después de todo lo ocurrido, todavía creía que en alguna persona, aunque fuera una, podía haber algo bueno, y que ese hombre era tal vez dentro de la clínica la más clara excepción a la regla.

–Doctor.
–Soy tan culpable como ellos –dijo en voz baja apuntando a Jordán que seguía sujeto por Aniara y algo aturdido– no hay nada para mi fuera de este lugar, pero ustedes ya pasaron por mucho como para pagar por crímenes ajenos. Váyanse.

El dolor estaba presente. Pero Matilde estaba en total control de si misma.

– ¿Quién más sabe de la apariencia de ella?
–Solo Scarnia, y yo.

La joven se acercó más al hombre, que se había puesto de pie respirando aún con dificultad y con el arma ya apuntando a Jordán, que seguía atontado en el suelo. Por un instante se miraron a los ojos, y ella supo que el viejo doctor había leído en su mirada lo que iba a hacer.

–Va hacia el centro de seguridad de los encargados de la clínica.
–Los encargados son ustedes tres.
–Así es.
–Dígame donde está.
–A diez minutos de aquí –replicó en voz baja– se trata del centro de oficiales en retiro del cuerpo de elite del ejército.

Un lugar protegido por oficiales en servicio, con sistema de cámaras y guardia permanente, además de todas las medidas de seguridad del caso. Era vital detenerlo antes que llegara allí.

–Debe desaparecer –le dijo en voz más baja, esperando que Aniara no lo escuchara– si Scarnia ya no está, ella estará a salvo, porque no podrán encontrarla jamás.

Matilde asintió y siguió a Aniara fuera de la oficina. Un par de pasos más adelante se sintió un disparo.


2


El dolor seguía presente. Matilde iba al volante en el vehículo directo al punto que le había indicado Vicencio, mientras Aniara permanecía en silencio a su lado. Las revelaciones por parte del doctor y la muerte de Vera y Jordán no solucionaban los problemas ni aminoraban la carga que tenían, pero al menos cumplía con el objetivo de dejarlas más cerca de terminar con el trabajo. Matilde sabía que no podrían terminar con la existencia de la clínica, pero si podía poner definitivamente a salvo a su hermana, su misión estaría completa. Estaba tan agradecida de haber filmado los videos.

– ¿Qué ves?

El delincuente al que Matilde había contactado para que realizara determinadas acciones a cambio de cincuenta mil dólares estaba demostrando toda su capacidad en esos momentos. Su fingido asalto mientras se encontraban en compañía de Gabriel y la vigilancia que debía ejecutar sobre Scarnia en aquel momento de vital importancia estaban siendo profesionales, y aunque las cosas se habían complicado en el edificio, él igualmente había estado dispuesto y preparado para seguirlo, por lo que, al momento de salir subrepticiamente de las instalaciones, llevaban muy poca diferencia del auto negro donde escapaba Scarnia.

–Va en la moto detrás del auto, dice que Scarnia salió solo del edificio y conduce él mismo el auto. Seguramente dejó al chofer igual que la dejó a ella.

Matilde asintió con la vista fija en el camino. Por suerte no había mucho tránsito a esa hora, pero era necesario apresurarse más aún.

–Falta poco, falta poco.

Ambas supieron al instante que tenían que detener a Scarnia antes que llegara al refugio que les había explicado Vicencio, ya que una vez allí lo perderían de manera definitiva. Y si bien es cierto que le quitaron el teléfono celular, no dispusieron de tiempo para revisar el vehículo y existía una alta probabilidad que allí tuviera otro teléfono que le permitiera comunicarse con la gente de seguridad. Estaba claro que Jordán estaba en las inmediaciones desde antes que ellas llegaran en persecución de los científicos, pero con anularlo no se evitaba a los otros. Matilde frunció el ceño al recordar a los hombres de blanco que habían asesinado a Cristian.

–Si, ya lo sé –dijo Aniara airadamente– estamos de camino.
– ¿Qué pasa?
–Dice que aumentó la posibilidad, pero no sabe si lo vio.
–Dame el teléfono.

Prácticamente se lo arrebató de las manos; mantenía la vista muy fija en la vía, tratando de concentrarse al máximo. No podía ceder.

–Falta muy poco, hay que detenerlo.

La voz del otro hombre se escuchaba un poco ahogada dentro del casco, pero también se oía muy excitada. El hombre estaba dando todo por el trabajo que se comprometió a hacer.

– ¿De qué manera? El tipo va como un loco, acabamos de virar en la esquina de Rosal Mayor.

Les llevaban solo una cuadra de distancia, pero faltaba cada vez menos para el destino; Sintió el dolor nuevamente y al mismo tiempo como su corazón se oprimía contra el pecho.

–Intercéptalo.
– ¡Qué! Está loca.
–Tienes que hacerlo, es la única manera, voy a llegar en un segundo.
– ¿Y qué quiere que haga?
–Arrójale la motocicleta al auto, es la única forma.

El hombre resopló, claramente sorprendido con la idea.

– ¿Está loca?

Probablemente lo estaba. Matilde aferró el volante y giró sin disminuir la velocidad; pudo ver la motocicleta tras el auto negro que les había descrito antes, a menos de una cuadra, pero faltaban dos y un poco más para llegar. No lo lograría sin una interferencia.

–No tengo más tiempo, acelera y lanza la motocicleta en el trayecto, es la única manera.
–Pero…
–Yo me haré cargo de todo –gritó fuera de si– tienes que hacerlo ahora.
–Pero…
– ¡Hazlo ya!

Su propio grito salió desgarrado. Durante una fracción de segundo creyó que la comunicación se había cortado, y se inclinó involuntariamente hacia adelante, presa de una desesperación sin límite. Un instante después vio como la moto hacía una especie de cabriola en la rueda de atrás, para adelantarse al auto negro. En seguida la moto desapareció de vista, y un sonido lejano y sordo de chirrido metálico atravesó el auricular del teléfono que llevaba al oído. El auto negro trató de girar o esquivar, y frenó bruscamente.

– ¡Lo hizo!

Aniara gritó con furia contenida al ver al automóvil frenar de esa manera. Matilde presionó el acelerador a tope, mientras los escasos autos en la calle pasaban hacia atrás como sombras a su lado. En el siguiente cruce esquivó por muy poco a un camión pequeño que estalló en bocinazos de protesta. Le pareció que llegaron increíblemente pronto al auto, y pudo ver que estaba totalmente detenido, con la motocicleta humeante enredada en las ruedas delanteras. Pero Scarnia no estaba en el lugar del conductor, lo mismo que el que llevaba la moto.

–Me largo.

Escuchó la voz ausente del hombre en el oído, mientras buscaba con la vista al científico. Ya no importaba, había hecho por ella todo lo que debía, ese dinero estaría perfectamente bien utilizado en él. Fue Aniara quien advirtió.

– ¡Ahí!



Scarnia corría a toda velocidad por la acera, en la misma dirección que llevaba originalmente en el auto. Aniara se iba a bajar, pero la descarga eléctrica fue tan repentina e inesperada que no pudo hacer nada al respecto. Cayó de bruces sobre la guantera.


5


Cuando abrió los ojos, Aniara no supo dónde estaba; se sentía adormilada, algo extraño en ella, sobre todo después de todo lo que había ocurrido ¿Qué lugar era ese?
De golpe aparecieron en su mente todos los recuerdos de las últimas y frenéticas horas, e hizo un ademán de moverse, aunque un fuerte dolor en la cabeza la hizo detenerse; la intromisión en el edificio, las revelaciones por parte del doctor, la persecución, y de pronto todo se ponía oscuro, hasta llegar a ese punto.

–Lo siento hermana.

Era primera vez en todo ese tiempo que la llamaba hermana; ambas habían llegado a un trato implícito, a través del cual decidieron enterrar por completo la identidad de Patricia, con el fin de enfrentar todo lo que planeaban hacer de la mejor manera.
Aun estaba en la camioneta, sentada en el asiento del copiloto, cubierta con una frazada ligera; por un momento pensó que podía estar atada, pero no lo estaba: sobre la guantera vio la máquina de descarga de electricidad, lo que explicaba el dolor de cabeza que tenía en ese momento, y la forma en que todo se había ido a negro anteriormente. Giró la cabeza, y vio a Matilde mirándola fijamente.

–Lo siento por el dolor de cabeza. Pero era necesario.

Estaba muy pálida. ¿Dónde estaban? Miró por el parabrisas y vio que era de noche, pero no estaban en la ciudad; en ese momento llegó a sus oídos el sonido del radio.

–Las autoridades aun no se pronuncian a este respecto, pero parece ser algún tipo de crimen por venganza. Testigos indican que la camioneta llegó al lugar donde chocó el automóvil, y una mujer, hasta ahora identificada, se bajó, dando inicio a una persecución, tras la cual disparó en reiteradas oportunidades al hombre.

La noticia estaba en los medios ¿Qué diablos había pasado mientras estaba inconsciente?

–Lo que informan testigos del dramático hecho, es que tras derribar al hombre a tiros, la mujer se acercó a él y le disparó en la cabeza, lo que presumiblemente causó su muerte instantánea. Inmediatamente la mujer huyó en el mismo vehículo en que había llegado, sin que hasta este momento se tenga noticia de su paradero.

Muerto. Volvió a mirar a Matilde, quien seguía mirándola fijamente. ¿Por qué estaba tan pálida?

–La identidad del hombre no fue revelada, y la policía ha mantenido reserva de los acontecimientos, limitándose a informar que a su debido tiempo se dará cuenta de los detalles.

Scarnia estaba muerto. Matilde lo había asesinado, pero seguramente por los medios jamás se sabría quien era realmente ese hombre, demasiados intereses lo impedirían.

– ¿Matilde?

Se incorporó un poco; le dolía el cuerpo, y todo daba vueltas por el efecto del shock eléctrico que recibiera poco antes. Entonces vio el rastro de sangre en el asiento del piloto, en las manos de Matilde sobre el regazo y en la puerta de la camioneta.

– ¡Matilde!

Su grito salió ahogado y ronco; apenas reconoció su voz. Se inclinó hacia su hermana, y vio que el rastro de sangre salía de su costado, poco más arriba de la última costilla. La sangre en la ropa y el asiento estaba secándose.

–Matilde ¿por qué?

Durante un eterno momento, la joven no reaccionó. Después enfocó la mirada en ella.

–Esto no estaba en los planes.
– ¿Cómo, en qué momento?
–Supongo que un doctor siempre tiene un bisturí a mano ¿o no?

Lo dijo con un hilo de voz, y a pesar de verse tan indefensa y débil, tuvo fuerza suficiente para sujetarla del brazo cuando ella hizo el ademán de moverse.

–Ya está. Está bien.

Estaba tan fría, que su piel parecía más suave y delicada que de costumbre. Su mirada era tan calma, que nada en ella hacía pensar que estaba herida, y de esa manera.

–Te hirió cuando forcejearon –dijo lentamente– ¿por qué no me lo dijiste?
–No podía permitir que escapara...

¿Qué tan grave podía ser la herida? No sabía dónde estaban, pero probablemente alcanzaría a llegar a algún centro de urgencia; tan pronto como ese pensamiento apareció en su mente, también lo hicieron los temores que anteriormente Matilde le había revelado con respecto a su estado cuando tuvo el colapso anteriormente. La inseguridad de confiar en las instituciones, y como la policía o el cuerpo médico eran entonces una amenaza, al estar infestados por el mismo mal que las amenazaba a ellas.

–Matilde, voy a ayudarte, solo mantente despierta ¿Si?
– ¿Te acuerdas cuando éramos niñas?

Por un momento no dijo nada. Resultaba muy fuerte escucharla hablar de esa manera, con esa cercanía y nostalgia, después de todo ese tiempo; cuando pusieron en marcha el plan, habían sepultado entre ellas también a Patricia, con el objetivo de evitar cualquier tipo de fractura en la información. Durante esos meses, había pensado muy seguido en lo dura que era la vida encerrada en aquel departamento, juntando rabia mientras lograban articular algo que tuviera sentido, pero jamás interpretó correctamente lo que estaba viviendo Matilde. En esa ocasión entendía, demasiado tarde, que ella siempre había tenido el mismo objetivo, desde el principio.

–Si, lo recuerdo.
–Siempre me gustó viajar, siempre quise viajar –dijo como en un ensueño– es extraño, ya dije esto antes...

¿A qué se refería con eso?

–Matilde, escucha, solo tienes que ser fuerte.
–Mi corazón siempre será de ustedes... Patricia, mi hermanita...

No parecía estar mirándola. En ese momento, la mujer entendió que Matilde siempre había tenido ese plan de última hora ¿o habría sido ese en realidad su objetivo desde un principio? ¿Tomar la responsabilidad sobre sus hombros, para luego llevársela junto con ella, donde nadie pudiera hacer nada al respecto? La sola idea resultaba macabra.

–Matilde, dime qué fue lo que hiciste.
–Solo hice lo que tenía que hacer –dijo con un poco más de fuerza– lo que era necesario, llegamos tan lejos, que ahora no hay nada más que hacer.
– ¿Por qué, por qué lo hiciste? –exclamó con los ojos llenos de lágrimas– no debiste hacerlo, es un precio demasiado alto.
–No es un precio –dijo Matilde– ya te dije que... esto no estaba en los planes... pero está bien, lo tenía considerado de todos modos, solo que no pensé llegar tan lejos, lo primero siempre fue tratar de mantenerte viva.

Patricia sintió como se quedaba sin aire en los pulmones; era demasiado tarde, demasiado para poder hacer algo al respecto ¿Por qué nunca antes había supuesto algo así, que su hermana había pasado por demasiado como para simplemente rendirse? Siempre entendió que se trataba de hacer justicia, de conseguir que los culpables de todo eso pagaran de alguna manera, pero jamás de otra cosa; incluso hablaron en muchas ocasiones acerca de lo que harían si alguna de las dos resultaba herida en el transcurso de la misión, y el acuerdo siempre fue que en tal caso, se abortaría todo. Pero Matilde tenía sus propios planes, y la mantuvo engañada durante todo ese tiempo.

–Por favor resiste.
–Nadie podrá reconocerte jamás –explicó la joven con voz más débil– eso es lo que quería, que aunque fuera algo del mal que ellos te hicieron pudiera revertirse de alguna manera, a través de ti. Ahora que los que te vieron ya no están, no corres peligro. Estás a salvo.

Patricia la atrajo hacia su cuerpo, y la acunó igual que cuando eran niñas, y Matilde tenía pesadillas. Solo era una niña, su hermanita pequeña, que estaba asustada por los sonidos de la noche.

–Tienes que ir –continuó con voz apenas audible– es lo que tienes que hacer... van a entender, yo sé que van a entender...

Nunca iba a poder perdonarse por no haber visto algo como eso, por no haber entendido las señales de manera correcta; la traición cometida por su hermana era el medio que había encontrado para lograr su objetivo. Más allá de todo, cumpliendo lo que esperaba conseguir; su generosidad y amor no habían conocido límites ¿Quien era ella para cuestionar eso? No podía controlarse, ni detener las lágrimas que brotaban de sus ojos; la justicia tan anhelada por ella y por Matilde en el pasado no era nada, en comparación con el dolor de perderla de esa manera.

–Recuerdo... cuando éramos niñas...

La voz de Matilde se apagaba más a cada segundo. Patricia la estrechó en sus brazos, rogando desde lo más profundo por mantenerla junto a ella, por evitar el destino aciago que estaba cayendo sobre ellas se hiciera una realidad.



Próximo capítulo: Una visita desconocida

Maldita secundaria capítulo 5: Cada vez peor



Fuera de la Secundaria
Miércoles 10

Leticia estaba apoyada en la muralla viendo como los demás entraban a clase, pero aún le quedaban un par de minutos y estaba escuchando un compilado clásico de primera; además no tenía muchas ganas de entrar a clase después de todo lo que había pasado antes; extrañamente, después de toda la presión y los sucesos paranormales de la semana anterior, el Lunes y el Martes habían pasado en total calma; no es que se hubieran olvidado de todo lo que les rodeaba, sino que simplemente no hubo de qué preocuparse, porque misteriosamente no volvieron a demostrarse los espíritus; y el ambiente entre los siete estaba mucho peor desde la última discusión. En eso vio llegar a Fernando.

—Hola.
—Hola.

Ellos dos tampoco habían arreglado las cosas.

—Leticia.
— ¿Qué quieres?
—Que hablemos —replicó sonriendo sinceramente— oye, sé que las cosas han estado complicadas, pero tú y yo somos amigos, incluso desde antes de entrar a ésta secundaria éste año, no podemos estar peleados por algo en lo que ni tú ni yo tenemos la culpa.

Se miraron fijamente un rato.

—No uses la mirada de galán conmigo, eso te funciona con las que no te conocen.
—Ya sé que no, pero eres mi amiga y no quiero perderte.

Leticia suspiró.

—Yo tampoco quiero perder tu amistad.

Mientras tanto, Lorena paseaba por los estacionamientos cuando se topó con Carolina, que parecía muy ansiosa.

—Hola.
—Hola amiga tenemos que hablar, es urgente.

Lorena respiró profundo. Había echado de menos a su amiga durante el fin de semana en que se habían distanciado.

—Tienes razón, tenemos mucho de qué hablar. No me gusta que estemos peleadas.
—Es verdad, pero no quiero hablar de eso contigo, es sobre todo lo que ha estado pasando últimamente.
— ¿A qué te refieres?
—A lo de los espíritus —replicó decidida— estuve pensando mucho en ésto durante el fin de semana. Creo que hay algo importante que pasamos por alto.

Mientras las dos amigas hablaban, Soledad estaba en el primer patio cuando escuchó el sonido del timbre, y el consecuente movimiento de estudiantes y maestros por los pasillos. Durante el fin de semana había estado confinada en su casa estudiando y haciendo trabajos para los que no había tenido tiempo ni ganas en la semana, así que no era mucho lo que habían hablado con Dani, y a pesar de que no estaban enojados propiamente tal, si sentía la necesidad de hablar con él y aclarar las cosas, entender por parte de ambos que su amistad no tiene que verse afectada por las cosas por las que están pasando. Un momento. Ya habían anunciado el inicio de la jornada, y Dani aún no llegaba, eso era muy extraño viniendo de él. Es cierto que solo sería un atraso leve, pero él era muy estricto con los horarios, y como lo dejaba su padre, la posibilidad de llegar atrasado disminuía muchísimo.

—Ay no...

Recién después de pasar por esos momentos pensó que podía haber algo mal, y marcó el número de su amigo. Fuera de área. Y no solo eso, también había otra cosa fuera de lo común, el director no había dado su habitual saludo a los estudiantes de cada mañana. Después de ese momento pasaron dos cosas casi a la vez: el altavoz por donde se escuchaba la voz del director todos los días emitió un sonido extraño y similar a un golpe antes de bloquearse nuevamente, y el teléfono celular de Soledad mostró una llamada de Hernán.

—Llama a los demás— dijo apresuradamente, se notaba que estaba agitado— unos tipos se están llevando a Dani.

Soledad sintió que se quedaba sin aire.
— ¿Qué?
—Se lo llevan —replicó él con fuerza— están llevándoselo por la calle Molinos, van hacia Consistorial.

Cortó el llamado. Soledad reaccionó y caminó hacia la salida, pero estaba bloqueada por la inspectora Carvajal. ¡Iba a retrasarla! Pero estaba segura de que Fernando y Leticia aún estaban afuera, de modo que tuvo que cambiar de planes y comenzó a correr hacia las escaleras que conducían a la oficina del director.

—Fernando— le dijo por teléfono mientras corría hacia la oficina del director— ¿dónde estás?

Lo vio con Leticia a poca distancia y echó una maldición por lo bajo.

— ¿Qué pasa?
— ¿Dónde están Carolina y Lorena?
—Las vi afuera por el lado de los estacionamientos.

Enfilaron hacia la escalera que conducía al segundo piso, donde estaba la oficina del director, aunque los otros dos no entendían que pasaba. Soledad marcó el número de Carolina.

— ¿Dónde están?
— ¿Qué pasa?
—Atacaron a Dani, vayan a Molinos con Consistorial ahora mismo, Hernán va para allá.

No esperó respuesta y cortó. En eso llegaron a la segunda planta.

— ¿Qué es lo que está pasando Soledad?
— ¿Que no escucharon ese ruido por el altavoz? Estoy segura de que algo le pasó al director.

Estaba temblando de pies a cabeza.

— ¿Y  Dani?
—Alguien lo atacó, los demás fueron a ayudar.
—Va a estar bien, no te preocupes.

Fernando se adelantó hacia la oficina del director y trató de abrir.

—Maldición, está cerrada y se escuchan ruidos adentro.

Mientras, en la calle, las dos amigas avanzaban a toda la velocidad que podían; el cruce de las calles Molinos y Consistorial estaba a solo dos cuadras de la Secundaria, pero después de la alarmante llamada de Soledad toda distancia parecía mucha. Cuando estaban cerca de la esquina vieron pasar a un par de jóvenes que arrastraban la silla de Dani al mismo tiempo que trataban de inmovilizarlo, pero él se defendía muy bien sacudiendo los brazos.

— ¡Dani!
— ¡No se acerquen!

Su voz se escuchaba agitada y nerviosa, se notaba aún a la distancia que estaba enfrentándose con todas sus fuerzas. Un momento después vieron a Hernán forcejeando con un tercer sujeto. Las chicas corrieron hacia la silla para tratar de rescatar a Dani, pero sorpresivamente uno de ellos volteó y las enfrentó; claramente estaba enajenado.

— ¡Cuidado!

Mientras eso sucedía afuera, Fernando aporreó la puerta tratando de abrirla.

— ¡Director!

Se escucharon unos quejidos y movimiento de muebles en el interior, y aunque la puerta estaba entreabierta, no podía abrirse. Los tres se unieron tratando de abrir la puerta, pero aunque estaban empujando con toda su fuerza, no parecía haber diferencia.

— ¡Maldita sea, empujen más fuerte!

Hicieron un nuevo esfuerzo, y lograron abrir un poco la puerta, tras lo cual el joven empezó a introducirse en la oficina para poder empujar la puerta desde dentro, pero repentinamente la fuerza que estaba haciendo presión aumentó, aprisionándolo por la cintura.

—¡Aahhh!!
— ¡Fernando!
—Trata de salir —exclamó Soledad luchando por mover la puerta—  ¡empuja!

—No puedo —se quejó a gritos— me está apretando, ¡no puedo moverme!

Al mismo tiempo que dentro de la secundaria Soledad y Leticia trataban de liberar a Fernando, en la calle Carolina caía al suelo por causa de un golpe del enajenado.

— ¡No! ¡Carolina!

Guiada más por la adrenalina del momento que por otra cosa, Lorena se arrojó contra el enajenado golpeando hasta donde podía, pero el otro no pareció afectado y se dispuso a golpearla de regreso. En ese momento apareció Hernán y lo empujó hacia un costado, deteniéndolo momentáneamente.

— ¡Ve por Dani!
—Pero...

El rapado se las había ingeniado para mantener a raya a los dos enajenados, pero el tercero estaba consiguiendo llevarse a Dani.

—No pierdas tiempo, ¡te voy a alcanzar!

Dejando a Hernán enzarzado en esa pelea y tratando de no pensar en Carolina que estaba en el suelo, Lorena comenzó a correr hacia la calle por la que se estaban llevando a Dani; paralelamente, el joven trataba de liberarse, pero al estar el otro empujando la silla, resultaba muy difícil intervenir. Por desgracia, no tenía puestos los guantes, de modo que tampoco podía tratar de detener las ruedas sin desgarrarse las manos y aun así eso no le aseguraba conseguir su objetivo.

—Escúchame, tienes que calmarte, no eres tú el que está haciendo ésto.

Sus palabras no hacían el más mínimo efecto; en ese instante notó que por la calle que iban tomaba un descenso bastante pronunciado, lo suficiente para que la silla se desplazara por si sola. ¡Pensaba arrojarlo calle abajo!

Dentro de la secundaria, todos los esfuerzos de Soledad y Leticia estaban siendo inútiles.

—Maldición, la puerta no cede.
—Ayúdenme...

Por la presión de la puerta contra su cuerpo, Fernando comenzó a perder el conocimiento, y Leticia entró en pánico.

— ¡Fernando no te duermas!

Pero él ya no estaba reaccionando. De pronto Leticia dejó de luchar con la puerta, y desesperada miró en todas direcciones buscando algo que pudiera ayudarla. No podía permitirlo, no iba a dejar que siguieran haciendo eso, tenía que encontrar alguna forma de ayudar.

— ¿Adónde vas?

Dejándose llevar por el impulso de la adrenalina, Leticia rompió la puerta de vidrio de la caja de incendios con su mochila, y sacó el hacha de allí.

— ¡Quítate!

Soledad apenas alcanzó a reaccionar, y se apartó justo a tiempo para que la otra joven descargara un golpe con todas sus fuerzas. El filo del hacha dio de lleno en la mirilla de la puerta, y el impacto hizo que se produjera un ruido muy potente, después de lo cual la puerta estalló, lanzando a los tres en todas direcciones.

Por otra parte, Lorena seguía de cerca al enajenado, pero sentía que las fuerzas estaban abandonando su cuerpo; no era de hacer ejercicios y el cuerpo estaba pasando la cuenta, el dolor se esparcía por todos los músculos, sabía muy bien que no podía seguir corriendo por más tiempo. Le daba miedo cualquier tipo de enfrentamiento físico, pero en esos momentos sabía que tenía que ayudar a Dani, así que haciendo acopio de valor hizo un último esfuerzo y sujetó al enajenado.

— ¡Déjalo!

El enajenado trató de liberarse de ella y empujar la silla a la vez, momento que Dani aprovechó para detener las ruedas. Sin embargo, precisamente regresó uno de los otros dos enajenados y se abalanzó hacia el grupo con furia; en tanto Hernán, que había logrado noquear al primero de ellos, corría a toda velocidad para alcanzar al que se le había escapado, sabiendo que ahora estaban mucho más fuertes y resistentes que antes. Vio con espanto que el que se le había escapado le asestó un golpe en la cara a Dani, dejándolo medio aturdido y dejando espacio para que el otro escapara con la silla.

— ¡Déjalo! —le gritó a Lorena al verla en peligro— ¡ve por Dani!

Lorena se alejó, pero tropezó, aunque eso sirvió para hacer tropezar también al enajenado que estaba casi sobre ella, el que por suerte cayó de cabeza, quedando inmóvil en el suelo. Solo quedaba uno, y en esos momentos Hernán quedó solo en la carrera; no lo pensó dos veces, atacó por un costado al enajenado y consiguió hacer que soltara la silla, pero en ese momento era demasiado tarde, ya habían sobrepasado el cruce y la silla de Dani se acercaba peligrosamente al declive.

Mientras sucedía eso en la calle, dentro del pasillo del segundo piso del primer edificio había un completo caos: trozos de la madera de la puerta por todas partes, Fernando tirado en el suelo y las chicas recién poniéndose de pie.

—Eso fue horrible.
—Lo lamento Soledad pero...
—Ni lo menciones —dijo la otra joven entrando en la oficina— director ¿se encuentra bien?

El director San Luis estaba semisentado en el suelo, apartando dificultosamente su escritorio; el armatoste había estado presionándolo contra la muralla de igual forma que a Fernando contra la puerta, pero al menos en ese momento la fuerza sobrenatural había desaparecido.

—Estoy bien Soledad —repuso pesadamente— es mejor que te ocupes de Fernando.

Leticia se arrodilló junto a su amigo y lo tomó en sus brazos.

—Contéstame... Fernando...
—Estoy bien —respondió él con un hilo de voz— pero esa cosa me dejó sin aire...

Soledad miró alrededor y pensó automáticamente en cómo iban a explicar todo eso.

—Tenemos que llevarlos a la enfermería.
— ¿Y que se supone que les vamos a decir?
—No lo sé, pero los dos pueden tener heridas internas, no nos podemos arriesgar.

El director, que estaba aún semisentado habló, aunque su voz aún era débil. Estaba tan adolorido como asustado por lo que acababa de pasar, a fin de cuentas no era cualquier cosa que los muebles comenzaran a moverse por sí mismos, pero incluso con todo eso seguía siendo el único adulto allí.

—Traigan a la señorita Bastías.
— ¿Qué? Pero no podemos, como vamos a...

El hombre levantó pesadamente una mano para pedir silencio. No estaba en condiciones de discutir.

—No importa lo que haya pasado Leticia, de todos modos tienen que revisarnos. Además éste es mi territorio y puedo manejar cualquier situación mucho mejor desde aquí. Vayan por favor.

Soledad inspiró profundamente un par de veces antes ir de vuelta hacia el pasillo; aún no procesaba bien todo lo que había pasado, pero quizás era mejor así, porque de lo contrario habría perdido el control tiempo atrás. Se acercó rápidamente a la escalera para ir a la enfermería, pero una figura apareció sorpresivamente.

—Leticia...

No tuvo oportunidad de advertirle, cuando estuvo demasiado cerca de dos muchachas de segundo, que evidentemente estaban enajenadas. La que estaba más próxima a ella la arrojó violentamente contra la pared.

Hernán se adelantó un paso, pero el enajenado que quedaba aún estaba en su camino, y lo golpeó con fiereza; Dani estaba aturdido, sin darse cuenta de que la silla había sido empujada más allá del cruce y comenzaba a ganar velocidad en el declive.

— ¡Dani!

Gritó impotente, hizo un nuevo esfuerzo y logró golpear efectivamente al que lo estaba agrediendo, pero la silla estaba demasiado lejos. De la nada apareció Carolina, cojeando y con el rostro manchado de sangre; la joven estaba al límite de su fuerza física, y casi sin aliento consiguió alcanzar la silla, pero la pierna que tenía lesionada la hizo perder el equilibrio y cayó exhausta, aunque pudo sujetarse de una de las agarraderas del vehículo, y con eso disminuyó su velocidad antes de soltarse y quedar tendida en el suelo ya sin aire. Hernán vio el esfuerzo que habían hecho las dos chicas, y sacó fuerzas para emprender nuevamente la carrera.

— ¡Dani despierta!

Pero el otro seguía sin reaccionar; el rapado siguió corriendo, en esos momentos sentía el dolor por los golpes que había recibido, pero no podía detenerse, la calle ya estaba en franco declive y el esfuerzo que había hecho Carolina por detener la silla no podía perderse. Hernán hizo un esfuerzo supremo y logró ir corriendo a la par de la silla con Dani en ella, pero supo que no podría sujetarla y también a él, la fuerza se lo llevaría por delante ¿Cuánto podía faltar para el cruce? La única forma era sacarlo de encima de las ruedas.

Leticia escuchó el débil grito de Soledad y sus alarmas se activaron de nuevo; se puso de pie y salió al pasillo rápidamente, solo para descubrir el error de no tomar precauciones: se topó cara a cara con las dos jóvenes enajenadas, y le fue imposible esquivarlas, cuando una de ellas la empujó violentamente. Desprevenida, Leticia trastabilló caminando torpemente hacia atrás, resbaló y cayó de espaldas.

—¡¡Noo!!

Una de ellas se dispuso a golpearla con un trozo de madera que había tomado del piso; Leticia pensó que era su fin, pero se escuchó un grito.

— ¡Cierra los ojos!

No había tiempo para hacer preguntas, Leticia se encogió en si misma, cubriendo su cara con las manos y los brazos; un momento después sintió un sonido sordo y ahogado, y sobre ella algo parecido a polvillo, junto con un olor muy extraño. ¡El extintor de incendios! Trató de cubrirse lo más posible para no respirar el químico que estaba siendo lanzado en todas direcciones, y esperó algunos segundos más. Se hizo silencio. Cuando le pareció que ya todo había terminado, abrió lentamente los ojos y se vio a ella misma, el suelo y las paredes cubiertos del polvillo grisáceo del extintor. Las dos enajenadas estaban tendidas en el suelo, por suerte inconscientes, y Soledad estaba sentada en el suelo, exhausta.

Mientras tanto, en la calle, Hernán vio claramente que era su única oportunidad de detener el avance ya incontrolable de la silla, y sin dudar se arrojó sobre Dani, abrazándose a su cuerpo; con el peso de ambos la silla se volcó, pasando por sobre los dos, saliéndose totalmente de control, y rodando por la pendiente a toda velocidad hasta el siguiente cruce, donde una camioneta de gran tamaño la embistió, aplastándola por completo. Arrodillado en el suelo, Hernán aún tenía a Dani en sus brazos y trataba de despertarlo.

—Dani, reacciona por favor.
—Estoy bien —murmuró dejándose sostener por Hernán— estoy bien, en serio.

En ese momento Carolina y Lorena llegaron apoyadas la una en la otra, y Dani, aunque había quedado aturdido, se había dado cuenta de la última parte y sabía que habían caído. Abrió los ojos para ubicarse en el espacio, vio a Hernán,  a Lorena y Carolina, todos se veían golpeados y cansados, pero además de eso, estaban mirándolo fijamente. Desplazó la mirada hacia un costado y otro, y en cierto punto entendió por qué lo habían estado mirando de esa forma; vio la esquina siguiente, a la vez tan lejos y tan horriblemente cerca, la silla aplastada y retorcida bajo los neumáticos, y todo terminó para él.

—Dani.
—Suéltame.

Pero Hernán trató de contenerlo.

—Dani, oye...
—Suéltame.

El primer intento fue débil, pero la siguiente reacción fue mucho más violenta.

— ¡Suéltame, déjame, déjame en paz!

Con una renovada y furiosa fuerza, Dani se liberó de Hernán y lo empujó hacia un costado, y valiéndose de sus fuertes brazos y manos, se arrastró por el concreto en dirección a donde había ocurrido el choque, mientras los otros tres miraban paralizados la escena. Dani avanzó un par de dolorosos metros más, entrando en pánico, pero negándose a abandonar su esfuerzo, impulsándose aún más, sin sentir como se rasgaba la piel de los brazos y los dedos, intentando alcanzar la silla, tratando de salvar una distancia imposible; cuando finalmente no pudo seguir avanzando, Dani estalló en un desgarrador llanto que se llevó toda la fuerza de su ser. Hernán golpeó el suelo impotente.

—Maldición.
—Una vez —dijo Lorena con voz temblorosa— Dani dijo que nunca se había sentido distinto al resto por estar en una silla, que para él las ruedas eran lo mismo que para nosotros las piernas. Ahora no puedo imaginar que se siente que te arranquen las piernas.



Próximo capítulo: Completamente perdidos