Maldita secundaria capítulo 4: La amistad no existe




Sala de libros.
Viernes 5, antes de clases.

—Ya lo tengo todo confirmado —comentó Lorena en tono confidencial— Hernán está en éstos momentos en la enfermería.
—Yo escuché unos comentarios en la entrada —dijo Soledad— pero no creí, ustedes saben que hay tantos rumores...
—Según lo que me comentaron, llegó con algún tipo de lesión, pero las versiones son diferentes, hay personas que hablan de un ojo morado y otras que dicen que llegó sangrando.

Dani se llevó las manos a la cabeza.

—Esto no me gusta muchachos, sobretodo porque después de lo de ayer bien podría haber sido atacado, y además tiene apagado el teléfono.

Pero Leticia parecía totalmente despreocupada.

—En todo caso, nada nos asegura que él haya llegado así por culpa de los espíritus.
— ¿Qué quieres decir?

Fernando sonrió.

—Es obvio Carolina, viniendo de Hernán esos golpes podrían ser por cualquier causa.
— ¿Tan temprano y hablando de los demás?

Hernán entró rápidamente y cerró la puerta tras sí; lucía una mano vendada y algunos moretones en el lado izquierdo de la cara. Dani se le acercó inmediatamente.

— ¿Estás bien Hernán?
—Entonces no llegaste sangrando como decían —comentó Fernando— por lo visto no era para tanto el asunto.
—El escándalo no lo hice yo —se encogió de hombros— Vergara me atajó en la entrada.
— ¿Pero qué pasó? —preguntó Soledad— nos preocupamos.
—No tiene nada que ver con los espíritus si es eso lo que están pensando —replicó de mal humor— es asunto mío.

Fernando hizo una mueca.

—Se los dije.
—Podrías agradecer la preocupación —lo regañó Carolina— pensamos que te habían atacado.
—Yo no les he pedido que lo hagan.
—Está bien, está bien —terció Dani— ya pasó, no hagamos un drama de ésto por favor, que es muy temprano, y por las cosas que han pasado ésta semana perfectamente pueden pasar más incidentes, hay que estar preparados.

Sala de matemáticas
Antes de primer recreo

La sala estaba sumida en el silencio; faltaban minutos para que terminara la clase, y todos estaban concentrados en pasar la materia más compleja de la semana, mientras la maestra llenaba una serie de informes. Poco después, Soledad levantó la vista, y cayó en la cuenta de que la maestra estaba dormida sobre su escritorio; lo peor llegó cuando miró al resto de la clase y descubrió que todos también dormían.

— ¡Dani!
—Cállate —susurró él concentrado en los estudios —aún no termino.
—Levanta la vista por el amor de Dios— exclamó exaltada— todos están dormidos.

Los demás también miraron, pero los siete eran los únicos, todo el resto del curso y la maestra están dormidos.

Carolina removió a uno de ellos, sin resultado.

—Ay por Dios, debe ser...
— ¿Matías? —dijo Leticia incrédula— ¿y por qué haría que la gente se durmiera?
—Yo mejor me preguntaría por qué no podemos salir.

Todos voltearon a ver a Hernán, que forcejeaba con la puerta.

—Está pasando lo mismo del otro día en el taller de computación, pero ahora además la gente se queda dormida.
—Hay que solucionar ésto ahora mismo —dijo Dani— falta muy poco para el recreo y si alguien ve ésto será un escándalo.

Leticia se acercó a las ventanas para bajar las persianas.

—Por lo menos ahora nadie nos va a ver.
— ¡Maldición! —gritó Hernán forcejeando con la puerta— ésta cosa no abre.
— ¿Por qué no rompemos un vidrio?
—Esperen —intervino Dani— no se alteren, hay que pensarlo un poco, porque ésto es parecido a lo de la otra vez, pero no igual.
—La vez anterior funcionó hablarle— comentó Soledad— Dani, podrías intentarlo.

Dani comenzó a murmurar algunas palabras, pero Hernán no se iba a quedar esperando.

—Ésto no tiene sentido...

Volvió a tratar de abrir la puerta sin resultado; en tanto Dani abandonó sus intentos.

—Ésto no está bien, las cosas no son como la vez anterior, algo anda mal.

Hernán aporreó la puerta.

— ¿Que nadie me va a ayudar? Las plegarias no están sirviendo de nada.
—Por qué tienes que solucionar todo por la fuerza —exclamó Fernando revolviendo el contenido de su mochila— yo sé cómo vamos a resolverlo, con ésto.

Sacó una llave y caminó decididamente hacia la puerta; pero todos sus ánimos se derrumbaron cuando al tratar de introducirla en la cerradura, ésta hizo resistencia a pesar de que no había nada obstaculizando.

—Demonios, parece que hay una fuerza invisible.
—Genial, ahora estamos atrapados.

Lorena miró por un momento a Fernando y a Hernán, y le llamó la atención lo cerca que estaban las ideas de ambos.

—Eso es, hay que abrir la puerta.
—No sé si lo notaste pero no pude.
—Entonces hay que volver a intentarlo.

Decidida, la joven tomó la llave y se la pasó al rapado; éste apuntó la llave al ojo de la cerradura, pero solo consiguió mantenerla a algunos centímetros del punto. Dani comprendió la idea y se unió a ellos, e instantes después lo hicieron también todos los demás; al cabo de unos momentos en que todos ayudaron a Hernán a empujar la llave, finalmente lograron introducirla y abrieron la puerta.

—Lo logramos.
—Ahora hay que ver...miren —susurró Carolina— están despertando.

Durante el segundo recreo.
Baño de hombres

Dani estaba entrando en el último cubículo mientras Fernando se contemplaba en el espejo; Hernán en tanto estaba quitándose de la mano la venda.

—A veces es extraño como las cosas parecen ser normales —comentó Fernando— ¿se fijaron en el patio? Esa chica rubia, la que se llama Luciana que es del otro tercero, hablaba con unas amigas y todos estaban hipnotizados con ella.
—Es popular —dijo Hernán— yo diría que más que tú.

Fernando dejó pasar el comentario.

— Tenemos públicos diferentes, aunque reconozco que es muy bonita.
—Tiene una figura espectacular —comentó Dani saliendo del baño y acercándose al lavamanos— de hecho tiene algo que me recuerda a una ex. No estuvimos mucho tiempo juntos, casi todo el verano, pero fue una relación bastante fogosa.

Fernando se estaba mojando el cabello.

— ¿Qué quieres decir con fogosa?
— ¿Que podría querer decir?

Los otros dos lo miraron sorprendidos.

— ¿Estás tratando de decir que tú puedes...?

Dani rió divertido.

—Si, si puedo.
—Ah, pensé que porque tú...
—Mucha gente piensa lo mismo —replicó livianamente— pero puedo hacer una vida íntima sin problemas. No puedo mover las piernas, pero te sorprenderías de las cosas que aprendes a hacer moviendo las caderas cuando de eso depende tu felicidad.

Hernán tiró la venda usada, dejando a la vista un corte relativamente profundo y bastante hinchado.

—Ese corte está feo, ¿cómo te lo hiciste?
—Ya te dije que ese es asunto mío.
—No te lo tomes a mal, solo estamos preguntando, es en tono amistoso.
—Nosotros no somos amigos.

Fernando se encogió de hombros mientras caminaba hacia la salida.

—Allá va el amargado de nuevo.

Iba a decir algo más, pero sus palabras quedaron cortadas cuando la puerta del baño se abrió y entraron cuatro jóvenes; no era necesario prestar demasiada atención para notar la mirada perdida y la actitud agresiva que ya habían visto antes en los otros enajenados. Fernando dio un paso atrás.

Mientras tanto, Lorena y Carolina paseaban por el patio trasero cuando vieron pasar a Soledad corriendo hacia los baños del fondo.

—Que le pasa...

Carolina iba a decir algo más, pero precisamente su celular anunció una llamada perdida de la propia Soledad; probablemente no las había visto.

—Ay cielos, parece que pasa algo.
—Por cómo se veía Soledad debe ser grave, vamos.

Ambas apuraron el paso, y por suerte nadie lo notó con todo el movimiento y ruido del recreo. Los baños del fondo estaban relativamente apartados, de modo que eran lugar perfecto para cualquier tipo de alboroto y todos sabían que antes había habido peleas en esa zona.

— ¿Que está pasando?
—Dani me dijo que están en problemas, pero la llamada se cortó.

En ese momento ya iban prácticamente corriendo, pero antes de llegar a los baños, vieron a Leticia pasar a toda carrera. Llegó algunos segundos antes y golpeó furiosamente la puerta cerrada.

— ¡Abran la maldita puerta!

De pronto la puerta se abrió y salió un muchacho corpulento, que la empujó violentamente, lanzándola al suelo.

— ¡Aahh!

Las demás llegaron al poco, solo para ver como al interior del baño Dani trataba de liberarse de uno que lo empujaba hacia la pared, mientras Hernán luchaba valientemente contra otros dos.

— ¡Suéltala!

Las chicas se dedicaron a tratar de detener al que había salido y que intentaba atacar a Leticia, que todavía seguía en el suelo. Mientras tanto, adentro, Fernando logró ponerse de pie y golpeó en la cabeza al que estaba atacando a Dani, dejándolo fuera de combate.

— ¡Ayuda a Hernán!

El rapado estaba combatiendo con rabia, y entre él y Fernando lograron derribar a los dos, pero todavía faltaba uno de ellos, y tenía el tiempo en contra porque en cualquier momento podían despertar, y si veían algo extraño las cosas se iban a complicar más. Rápidamente pusieron fuera de combate al que faltaba.

—Salgamos de aquí antes que alguno despierte y nos descubra.
—Es un milagro que nadie ande por aquí en pleno recreo —dijo Fernando de mal humor mientras ayudaba a Leticia a ponerse de pie— vámonos hacia el fondo, no podemos aparecer en éstas fachas.

Se alejaron lo más rápido que pudieron hasta un patio posterior. Fernando y Leticia  se estaban sacudiendo y ordenando mientras los demás intentaban recuperarse.

— ¿Están todos bien?
—No, no estamos bien —replicó Lorena exaltada— no podemos estar bien cuando nuestros propios compañeros nos atacan.
—No son ellos.
— ¡No me importa!

Iba a decir algo más, pero estalló en llanto y se abrazó a Carolina, aunque ella misma aún temblaba por los nervios.

—Tratemos de calmarnos —intervino Dani secándose la transpiración— estamos muy alterados.
—Deja de decirnos que nos calmemos — espetó Leticia — por lo demás, nada de ésto habría pasado si ustedes no se hubieran ido para ese sitio.
—El baño de adelante estaba en mantención, además no puedes saberlo —replicó Hernán de mal modo— ésto podría haber pasado en cualquier parte.
—Pero las cosas pasan cuando no hay público Hernán, como no te vas a dar cuenta.
—Cállate, sabes de ésto tan poco como cualquiera de nosotros, aquí lo único que está claro es que los problemas suman y siguen.
— ¿Porque no se callan todos? —gritó Soledad por sobre las voces de los otros— no quiero saber nada de ustedes, ni de los fantasmas, no quiero seguir con todo ésto.
—Deja de gritar.
—No me digan lo que tengo que hacer.
—Por favor bajen la voz —intervino Dani con voz suplicante— estamos fuera de control.

Fernando tomó una piedra y la arrojó lejos.

—Todo está fuera de control, todo se está yendo al diablo.

Gimnasio
Momentos después.

Dani estaba solo en el gimnasio, moviendo la silla lentamente y sin rumbo fijo. Sintió unos pasos acercándose, pero no miró de inmediato, antes escuchó la voz del director San Luis.

—Ya tocaron para entrar a clases.

Dani no contestó. Sabía que la discusión no era por la última pelea, era por eso y por todo lo demás.

—Voy en seguida.

Giró para ir hacia la puerta, pero el director lo detuvo.

— ¿Te encuentras bien Dani?

El joven quitó la vista de las ruedas y lo miró por primera vez.

—No director. Disculpe que se lo diga, pero no creo que tenga que explicarle por qué.
—Imagino que no. He estado atento a todo lo que sucede, y entiendo que han tenido una semana muy pesada, pero hasta ahora las cosas se han mantenido controladas. Hacen un buen equipo.

Dani se sorprendió a si mismo soltando una risa sarcástica.

—No tiene idea de lo que estamos pasando. De la noche a la mañana todo nuestro mundo se puso de cabeza, ni siquiera sabemos que es lo que va a pasar mañana.

Se detuvo. Miró al director, y quizás por primera vez vio en su expresión los efectos que hacían en él los últimos sucesos.

—Tienes razón. Veo que estás molesto, todos tienen derecho a estarlo, y es porque terminaron involucrados en algo que está por fuera de sus obligaciones con los estudiantes.
—Disculpe, no debí...
—No, está bien Dani, todo lo que puedas estar pensando tú y los demás es lógico, y ya había pensado en eso. Sé que nada de lo que yo diga va a ayudarlos, y eso solo lo empeora. Me convertí en maestro y lo he sido por veinte años porque quiero hacer algún tipo de diferencia, porque creo que sobre todo en éstos tiempos cuando es tan fácil hablar mal de la juventud, la mejor forma de actuar es hacer algo en vez de quejarse, porque cuando les das atención y herramientas, la mayoría consiguen grandes avances. Y ahora me siento completamente impotente, porque ustedes están pasando por algo extraño y además peligroso, y yo lo único que puedo hacer al respecto es inventar excusas para evitarles los castigos y tratar de encubrir todo lo que está ocurriendo.

Mientras, Carolina estaba ya en la sala, pero no estaba prestando atención a nada, seguía en silencio igual que todos los demás; la última pelea que habían tenido solo era consecuencia de la carga tensional que estaban cargando y a fin de cuentas era lógico, pero de todos modos resultaba frustrante tener que enfrentarse a hechos sobrenaturales y a peligros constantes, y más aún sin poder confiar en nadie, siempre pendientes de lo que pudieran ver los demás, siempre en riesgo. ¿Cómo se suponía que ellos, un grupo de personas tan disímiles entre si, con tanto en contra y con tan poco conocimiento iban a poder controlar a los espíritus agresivos? ¿Cómo iban a encontrar la paz para el espíritu del hijo de Adriano Del real? ¿Cómo salvar a alguien más cuando no se podían salvar ellos mismos?
Entonces lo entendió, y vio con claridad que había algo muy importante que los siete tenían que hacer antes de poder cumplir con el objetivo que por la fuerza se les había encomendado. Estaban cayendo, y tenían que salvarse ellos mismos.



Próximo capítulo: Cada vez peor

La última herida capítulo 37: Oficina sin espejos




Al despuntar el alba del día Lunes 14 de Diciembre Matilde conducía un automóvil negro hacia el edificio Ventisqueros donde su informante le había dicho que Samanta Vera se dirigió después del incendio. La joven suponía que para ese momento tanto ella como el doctor Scarnia estarían tratando de contener los daños causados por ellas, pero lo más importante es que estarían desprevenidos.
Ventisqueros era un antiguo edificio de oficinas, donde también tenían su centro de operaciones algunas empresas inmobiliarias de las más renombradas de la ciudad, por lo que era una excelente fachada para quien quisiera tener buenos contactos y un lugar discreto para operar. Y también permitiría que Matilde y Aniara entraran con relativa facilidad.

La seguridad del edificio era francamente deficiente para alguien que conociera lo suficiente de métodos, por lo que a Aniara no le fue difícil aplicar lo que había aprendido en el cuerpo de policía para que ambas pudieran entrar a través de las vías de emergencia, aunque por desgracia no tenían mayores datos del interior del lugar ni tiempo para conseguirlo. Matilde había tomado una excelente decisión al contactar a El ciego, que fue el seudónimo con el que desde un principio había querido ser identificado, seguro porque los ladrones y similares tenían un cierto respeto por sus nombres o la historia que había tras ellos. Sabía su nombre desde el momento en que fue a buscarlo a la cárcel en primer lugar, pero para todo tipo de efectos prácticos, lo mejor era mantener el trato según lo planeado; poco antes de entrar al edificio lo había llamado de nuevo para darle un par de instrucciones, y en cierto modo prepararlo para lo que vendría después: el hombre era rudo, y a cambio del dinero que ella le había ofrecido, no hacía preguntas y cumplía su trabajo sin problemas, desde el falso asalto para permitir que Gabriel escapara hasta seguir subrepticiamente a Samanta Vera en su salida del incendio de la clínica. Ahora solo tenía que esperar.


2


Una vez dentro del edificio y sabiendo que contaban con muy poco tiempo antes que las descubrieran o los cirujanos cambiaran de lugar, las dos mujeres se dedicaron a buscar la oficina y a las personas en su interior; Aniara llevaba a la espalda la mochila con la caja, y ambas armas aún escondidas.

–Mira.

Algunos minutos después dieron con un pasillo que daba a un sector inexplorado del sexto piso del edificio; rápidamente entraron por ahí, suponiendo que los cirujanos podrían estar ocultos en un lugar en donde no tuvieran molestias, y un hombre apostado fuera de la única puerta del lugar confirmó sus sospechas.

–Debe ser ahí.
–Tenemos que acercarnos.

No tenían tiempo que perder; usando el ancestral truco de generar ruido para atraer, consiguieron que el guardia se acercara a la esquina donde estaban escondidas, y Aniara se encargó de dejarlo inconsciente. Sin esperar más entraron en la oficina.

–Te digo que es mucho más grave de lo que parece, quemaron muchos equipos la noche anterior, hemos perdido muchísimo de lo que tenemos.

Samanta se puso rígida al ver, desde su escritorio, a Aniara y Matilde en el umbral de la puerta.
En la oficina había cuatro personas en total, los dos cirujanos a quienes estaban buscando, y dos hombres más, uno de los cuales levantó un arma hacia ellas al mismo tiempo que Aniara hacía lo propio.

–No se te ocurra disparar.

Rodolfo Scarnia volteó lentamente en su asiento hasta enfocar a las dos, y su expresión fue tan asombrada como la de la mujer. El tercer hombre en la habitación era mayor, de cabello cano y cuerpo voluminoso, y se quedó en su asiento semi volteado hacia ellas, mirando con expresión extrañamente ausente en el rostro.

–Doctora, doctor, creo que necesito que me atiendan ahora mismo.

Vera estiró la mano hacia el teléfono de escritorio, pero Aniara agitó hacia ella el arma de forma amenazante.

–No hagas eso. Ninguno de ustedes haga nada, o van a perder todo lo que tienen.

Scarnia le hizo un gesto con la cabeza al guardia, y este bajó el arma; momentos después Matilde desconectó los cables de los dos teléfonos fijos, y con rapidez se apropió de los celulares de los bolsillos de todos. Ambos doctores estaban claramente sorprendidos por la situación en la que estaban, pero fuera de eso, se mostraban en control ¿Sería tal la frialdad de esas dos personas, o durante el último cuarto de siglo se habían desecho de muchas más cosas que las molestias físicas?

–Tú –dijo Matilde mirando directamente a la mujer– siempre fuiste tú, reconozco que fue inteligente de tu parte.
–No tienes idea de lo que has hecho Matilde –repuso la doctora con frialdad– has cometido una gran estupidez con ese ataque.

Matilde extrajo el arma y le apuntó a la cara, permaneciendo a solo un par de metros del escritorio; la mujer disimuló lo mejor que pudo su nerviosismo.

–No hay ningún error peor que haber entrado en contacto con la clínica en primer lugar –replicó la joven fulminándola con la mirada– ese sí que fue un error, ahora dime por qué es que han hecho todo esto.

La mujer la desafió poniéndose de pie, y casi al mismo tiempo lo hizo el doctor, como activado por un resorte; Aniara y Matilde mantuvieron las armas en alto.

– ¿Para eso viniste aquí? ¿Para eso quemar mis equipamientos, dispararle a mi gente? Solo eres una estúpida.

Las últimas palabras fueron un aviso implícito para el guardia, que se arrojó contra Aniara que estaba más cerca de él.

– ¡No!

Aniara consiguió esquivar un golpe, y con precisión asestó un puñetazo en la cara del guardia; Matilde trató de acercarse sin perder punto de vista a los otros, pero tuvo que voltearse hacia ellos cuando Scarnia corrió hacia un costado.

– ¡Detente!

EL cirujano se detuvo de golpe al ver el arma apuntando hacia él; en tanto, Aniara había caído en un forcejeo con el guardia y trataba de liberarse, pero la fuerza de los movimientos de ambos rompió las correas que sujetaban la mochila, y esta cayó a un costado, liberando la caja metálica que hasta entonces había mantenido oculta.

– ¡Cuidado!

Como activada por un resorte, la mujer se soltó de su oponente y giró por el suelo alejándose de la mochila y su contenido. El hombre, que sangraba por la boca luego del golpe, tomó en sus manos la caja, quizás creyendo algún tipo de ventaja en ello, pero repentinamente el objeto se abrió, y algo salió disparado hacia el hombre.
Se escuchó un aullido aterrador.

Lo que salió del interior de la caja era espantoso, y seguía provocando tanto en Aniara como en Matilde el mismo tipo de impacto que al principio, tanto por su apariencia como por lo que era capaz de hacer: se trataba de una especie de ser vivo invertebrado, de forma similar a un pulpo, con algunos tentáculos con extremos puntiagudos, y una aterradora boca con pequeños dientes afilados; la bestia que Matilde había encontrado en el departamento de Patricia, la cosa viva a la que antes Antonio había hecho referencia como parte del tratamiento que ejecutaba la gente de ese lugar. Todos se quedaron inmóviles, atónitos ante la escena donde el guardia luchaba por quitar de su cara al animal mientras se revolvía y gritaba desesperadamente; unos momentos después, Aniara usó un abrecartas para punzar al animal y poder devolverlo al interior de la caja, aunque la mantuvo en las manos. El guardia permanecía en el suelo, cubriéndose la cara con las manos mientras continuaba aullando de dolor.

– ¿Qué es lo que han hecho? –gritó el hombre mayor mirando con ojos desorbitados la escena– ¿Qué es esto? Samanta, Rodolfo, tienen que darme una explicación.

Rodolfo miró con asco al hombre en el suelo para luego desviar la mirada hacia su interlocutor. Pero el otro hombre se puso de pie, y con movimientos lentos se acercó al herido en el suelo; el otro seguía gimiendo de dolor, y al quitarle un poco las manos de la cara, vio que tenía destrozado el labio y parte de la mejilla derecha, obra de tan solo unos instantes cerca de la bestia que se había liberado.

–Tranquilícese, vamos a ayudarlo, pero tiene que calmarse.

Era doctor. Por un momento Matilde se preguntó si debía dejarlo actuar o no, pero la respuesta no estaba clara. Ambas mantenían firme punto de tiro sobre los otros dos.

– ¿Es que no van a hacer nada? –exclamó el hombre mayor– Este hombre tiene heridas graves, tengo que atenderlo.
–Si tiene un maletín aquí, hágalo –replicó Matilde fríamente– no va a salir de esta oficina.

El hombre meneó la cabeza con gesto preocupado y se puso de pie con dificultad; miró en ambas direcciones alternativamente, esperando que alguien reaccionara.

–No tengo mi maletín aquí; escuche señorita, lo que sea que esté pasando no es culpa de él, déjeme ayudarlo.
– ¡Nadie va a salir de aquí! –sentenció Matilde enérgicamente.

El otro hombre levantó un dedo acusando a los cirujanos.

– ¡Me mintieron! Dijeron que habían separado la célula que destruía los genes defectuosos, dijeron que esa cosa había sido destruida.
– ¡Si, te mentí! –gritó Scarnia fulminándolo con la mirada– te mentí porque jamás habríamos conseguido nada de seguir con tus absurdas investigaciones. Tenías en tus manos uno de los descubrimientos más importantes de la década, pero tu miedo fue más grande que tu capacidad.
– ¡Basta!

El grito de Matilde se escuchó por sobre las voces de ambos hombres; para ese momento ambos estaban enfrentados con tan solo una silla entre ellos, de modo que la joven apuntó a ambos a prudente distancia, la mirada acerada sobre ambos mientras Aniara mantenía en control a Samanta.

– ¿Quién es usted?
–Edgard Vicencio –replicó el otro en voz baja– el culpable de gran parte de lo que está sucediendo ahora mismo –y de vuelta a Scarnia– eres un monstruo, mantuviste ocultos tus verdaderos intereses durante todo este tiempo, no puedo imaginar toda la gente que ha sido dañada a lo largo de este tiempo.
–Hablas como un cobarde.
–Usted cállese –ordenó Matilde acompañando sus palabras con un movimiento de su revólver– Doctor Vicencio ¿Es doctor verdad?

Un momento de silencio, y el hombre se derrumbó en la silla contigua a la que había estado ocupando Scarnia antes.

–No debería usar ese título. No lo merezco, ni estos dos sujetos lo merecen.
–Dígame cómo es que sabe de la existencia de ese ser vivo, y no me mienta.

El hombre la miró profundamente durante unos instantes; se trataba de un factor que no tenía en cuenta, pero podía ser sumamente importante para dilucidar algunas de las inmensas dudas que mantenía.

–Esto ocurrió hace treinta años –explicó lentamente– los tres éramos tan jóvenes, solo teníamos que seguir con nuestros experimentos y atender a las nuevas tecnologías; hasta que un día descubrí una mutación de una célula cancerígena sumamente extraña, en el cuerpo de un sujeto de experimento.
–No sigas.

Vicencio le dedicó una mirada de desprecio.

–Anoche esta mujer destruyó más de la mitad de tus instalaciones, y ahora te tiene a ti y a mí en sus manos, a solo un disparo de terminar con esta pesadilla. No me des órdenes.

Scarnia enrojeció de rabia, pero no dijo nada. Vera se mantenía de pie tras el escritorio, completamente inmóvil, mirando fijamente el arma con la que Aniara le apuntaba constantemente.

–La mutación que descubrí estaba haciendo algo inusitado: atacaba únicamente células defectuosas en el organismo, dejando las otras sin afectar. Quise compartir este descubrimiento, pero Rodolfo me dijo que primero debíamos hacer más pruebas, lo que me pareció totalmente lógico; con el tiempo los tres hicimos nuevos experimentos, y descubrimos que la célula tenía no solo la capacidad de atacar y destruir las células defectuosas en un organismo, sino que además aceleraba el proceso de reconstrucción celular en un área dañada. En cosa de semanas una rata de laboratorio herida volvía a estar sana, y en mucho mejores condiciones que antes. ¡Creímos haber hecho el descubrimiento del siglo! Solo imaginar lo que estábamos haciendo, eso abría un campo infinito de posibilidades para la medicina, podría significar, en principio, el fin de las cicatrices, incluso ganar la guerra contra enfermedades inmunodeficientes...

Se quedó un momento sin palabras. Matilde, dentro de todo su nerviosismo, y la rabia creciente que experimentaba por lo que estaba descubriendo, no pudo menos que notar el apasionamiento con el que hablaba el doctor Vicencio, el mismo que en teoría debería impulsar a cualquier científico ¿En qué momento eso se había trastocado tanto?

–Pero algo salió mal –intervino Aniara lúgubremente– algo que no se esperaban.
–Si –replicó el otro abriendo mucho los ojos– mal, muy mal...
– ¿Qué fue lo que pasó?

El hombre se puso de pie pesadamente. Al parecer para él había cosas peores que un arma apuntando a su cara.

–En la habitación de junto se los puedo explicar. O al menos explicar la parte que creí cierta hasta ahora. Ahora entiendo por qué mantuvieron intacta la oficina sin espejos.

Aniara miró fugazmente a Matilde, incitándola a entrar.



Próximo capítulo: Fecha de caducidad