Maldita secundaria capítulo 3: Enajenados




Precisamente en ese momento en el patio aparecieron tres compañeros de curso.

—Y al diablo con las apariencias — murmuró Leticia.

Sin embargo Fernando se quedó mirando al trío que se acercaba, y notó algo que llamó su atención.

—Esperen, hay algo raro en esos tres.

Lorena también se dio cuenta.

—Es cierto, se ven como... ay por Dios...

No alcanzó a decir más, y uno de los tres arrojó una piedra de considerable tamaño, que Fernando esquivó por muy poco. Aún los separaban varios metros, pero comenzaron a avanzar a paso mucho más rápido, y por cierto, amenazante.

— ¡Deténganse!

Dani avanzó valientemente con las manos alzadas, pero no hubo reacción, solo le sirvió para sujetar las manos de uno de ellos que intentaba golpearlo.

—Espera por favor.

Ninguno de los tres parecía hacer caso. Sin esperar más, Hernán se enfrentó al más corpulento de los tres, mientras que Fernando, sin tener más alternativa, se enfrentó al tercero de ellos; durante segundos interminables las escaramuzas se expandieron por el patio, hasta que Fernando se descuidó y fue derribado por un golpe.

— ¡Fernando!

Leticia no lo pensó dos veces y se lanzó sobre el enajenado que quedaba libre.

— ¡Ten cuidado!

Sin mucho valor pero decididas, las demás chicas también se unieron a la pelea, Soledad ayudando a Dani y Carolina y Lorena a Leticia, aunque ninguna estaba consiguiendo mucho más que detener momentáneamente a los que los atacaban. El primero en tener éxito fue Hernán, que asestó un puñetazo y derribó a su contrincante; al mismo tiempo, Lorena fue lanzada a un costado.

— ¡No!

Fernando intervino, y levantándose furioso por el golpe que había recibido, lo devolvió a su contrincante, dando cuenta de él. Un poco más allá Dani había caído, pero antes que el joven pudiera golpear a Soledad, Hernán le dio un golpe en la nuca y lo hizo caer. Después de eso ayudó a Dani a volver a su silla.

—Gracias.
— ¿Están todos bien?
—Sí.

Lorena trataba de calmar su respiración, pero en su voz se delataba el nerviosismo.

—Eso es de lo que nos advirtió el señor Del real —dijo atropelladamente— él nos dijo que las personas iban a volverse violentas, y eso es lo que está pasando.
—Parecían enajenados.
—Lo más probable es que lo sean.

Fernando estaba sacudiéndose la ropa.

—Y bastante que lo son, pero ésto está sucediendo mucho más rápido de lo que pensé.
—Concuerdo contigo, pero ¿qué vamos a hacer ahora?

Dani suspiró.

—La verdad no me esperaba algo como ésto ahora, pero no hay mucho que podamos hacer, van a despertar en cualquier momento, así que solo podemos hacer una cosa: irnos a la sala y hacer como si nada.

Carolina suspiró.

—Es la verdad, pero si cuando despierten se acuerdan de algo, vamos a estar metidos en un gran problema.
—Nada menos —reflexionó Dani— pero sea como sea, hay que tener cuidado y no estar en lugares apartados como éste, y estar muy atentos.

Poco después el grupo confirmó que las cosas estaban en orden, por extraño que a ellos mismos les pareciera; ninguno de los tres jóvenes que los habían atacado mostró la más mínima seña de recordar lo que había sucedido. Sin embargo, Dani se sentía intranquilo, pero luchaba interiormente por mantenerse en su centro, y en esos momentos en la sala era el centro de la atención mientras faltaban pocos minutos para que comenzara la siguiente clase.

—...Y entonces él me dice: "pero si tenemos mucha sal, no hay problema"

Risas. En esos momentos uno de los estudiantes de un curso menor apareció agitado y hablando atropelladamente.

— ¡Ocurrió un accidente, la sala de computación está cerrada con todo el curso dentro!

Y sin esperar más siguió su camino hacia la sala que estaba en el mismo edificio, un piso más abajo. Inmediatamente el curso comenzó a salir, seguidos por Dani.

— ¿Por qué se quedan ahí?

Leticia se masajeaba el cuello.

— ¿Qué? Ya tuvimos mucha acción por hoy, la verdad no tengo ganas de ir a chismear.

El joven la miró fijamente.

— ¿Qué? ¿No creerás que...?
—Tenemos que ir a ver.
—Oye no exageres —comentó Hernán— solo es una sala cerrada, deben haber roto la llave.
—Me sorprende mucho que tú digas algo como eso con las revistas que lees.
—De acuerdo, te entiendo, pero si supuestamente hay una fuerza espectral aprisionando el lugar, claramente no la vamos a poder derribar.
—Ya pensaremos en algo, ahora vamos a ver, por favor.

Momentos después el grupo estaba en el pasillo, pero se encontraba abarrotado de curiosos.

—Esto es imposible —dijo Fernando en voz baja— con toda ésta gente dando vueltas no podemos ni acercarnos.
—Se escuchan algunos gritos —comentó Carolina— deben estar asustados si no pueden salir.

En ese momento entre la gente apareció el inspector Vergara. Por alguna extraña razón parecía no prestarle atención a las decenas de estudiantes que abarrotaban el pasillo.

— ¿Que sucedió inspector?

Vergara los miró con el ceño fruncido.

—Al parecer se atascó la cerradura de la sala, no es nada grave y ya se llamó a un cerrajero, pero por lo que pasó en la mañana todo el mundo está sensible a los hechos fuera de lo común.

Se alejó en silencio.

—Es el hijo.
— ¿Qué?

Todos miraron a Lorena.

—He estado pensando en lo que pasó y creo que descubrí lo que pasa: un hecho es la consecuencia del otro. Hace rato nos agredieron, ahora una sala está misteriosamente cerrada.
— ¿Y?
—Si tienes miedo tal vez te querrías encerrar —explicó Carolina entendiendo— tiene mucho sentido.

Fernando se cruzó de brazos.

—Está bien, pongamos que tienen razón y es eso, no veo como nos ayuda a solucionarlo.
—Yo sí. Leí en un libro que se puede calmar a una persona que está teniendo pesadillas si mientras duerme alguien le transmite calma.
—Pero los espíritus no duermen.
—Ese no es el punto Fernando.
— ¡Ya entendí!
—Cállate Dani...

El aludido bajó la voz.

—Es verdad, lo siento. Chicas, tienen toda la razón, tenemos que llegar a esa sala y hablarle, explicarle que ahora todo está bien y que no debe tener miedo.

Fernando suspiró.

—Te diría que es lo más descabellado que he oído, pero no es así. Vamos.

Soledad suspiró. Si las cosas iban a seguir así, entonces les esperaban días muy difíciles. Por lo pronto iba a hablarle a una puerta esperando que eso la hiciera abrirse.



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La última herida capítulo 35: Jefe de seguridad



El hombre vestía ropa deportiva oscura con un capuchón que tapaba la mayor parte de su cara, y apuntaba el revólver directo al rostro de Matilde; ni Aniara ni Gabriel se movieron.

– ¡Dame las llaves!

Aniara hizo un leve movimiento, lo que hizo que el hombre reaccionara rápidamente y encañonara a Matilde, sujetándola por un brazo al mismo tiempo.

–Ni se te ocurra –dijo con voz amenazante– dame esa arma, y entrégame las llaves de la camioneta.
–Tranquilo –dijo Matilde– no es necesario disparar.

Nadie se movió durante unos instantes. Finalmente Aniara le entregó el arma, mientras Gabriel miraba atónito la escena.

–Las llaves.

Nerviosamente, Matilde buscó en su bolsillo y se las entregó. El hombre la arrojó bruscamente hacia los otros dos y retrocedió, apuntando en todo momento con su arma.

–No traten de hacer ninguna tontería, o se van a arrepentir.

Se alejó rápidamente hacia la camioneta, y en unos segundos el vehículo ya se había alejado ante los ojos de Matilde; cuando volteó, vio que Gabriel había emprendido una carrera a toda velocidad, seguido de Aniara, que poco después dejó de perseguirlo al verlo demasiado lejos. Ambas se reunieron poco después.

–Está en buena forma, lo perdí.
–Así veo.

Durante un momento ninguna de las dos habló. Luego cruzaron una mirada cómplice.


2


La puerta se abrió y Matilde entró, dejando a Aniara esperando fuera; se trataba de un cuarto cerrado y completamente a oscuras; la voz del hombre se dejó escuchar suave y armoniosa a los oídos al fondo del lugar.

–Cuidado con el mueble.

Al fondo del lugar una tenue luz salía de varias pantallas de  ordenador; ante el escritorio un hombre de figura gruesa y grande permanecía sentado, inmóvil.

– ¿Cómo te fue?
–Todo va bien –respondió ella– ahora necesito que hagas lo tuyo.

El hombre asintió y se volcó al ordenador. Matilde se quedó un momento mirando a xxx, pensando en cómo había cambiado en los últimos años; estaba más grueso, no necesariamente gordo, pero si más voluminoso, y ahora usaba el cabello muy corto y una barba como de dos días. Le caía bien, y no habría recurrido a él de no ser por el destino, que quiso que tuvieran una oportunidad de charlar a solas durante la ceremonia fúnebre de Patricia. Benjamín era un buen hombre en general, y su amor por Patricia había sido tan genuino como el de ella por él, pero ambos eran demasiado jóvenes como para que su relación funcionara; al momento de la separación de ellos pensó en él como un hombre inmaduro e ingenuo, lo que probablemente sería el resto de su vida, pero era un buen hombre, y se mostró realmente indignado por lo de Patricia.

–Debí haber estado aquí –le dijo en un momento– debieron matarme a mí en vez de a ella. El mundo es tan injusto y ella sólo hacía bien a todos; ahora todo es peor.

Era una declaración impulsiva e infantil de parte de alguien que además desconocía las reales implicancias del caso de Patricia, pero las lágrimas de xxx habían sido reales, y tan dolidas que fue una nueva amenaza para su temple; a poco estuvo de decirle algún consuelo más allá de lo permitido, pero se controló y mantuvo todo en orden. Pero al mismo tiempo se le ocurrió que él podría ayudarla, ya que tenía acceso a una de las dependencias de la Unidad de prevención de accidentes en ruta, por lo que sus ojos podrían ver cosas que muchos otros no. Nunca hizo preguntas, le bastó para su conciencia saber que lo que fuera que estuviera haciendo servía para hacer justicia en nombre de Patricia, y se comprometió a ayudarla cuando lo llamase, y no revelar jamás la naturaleza de sus actos.

–Esto es lo que está pasando ahora –dijo en voz baja– pero no me has dicho lo que quieres ver exactamente.
–No lo tengo muy claro –replicó ella mirando una de las pantallas de ordenador– pero se supone que debería haber algún movimiento de maquinaria, algo como camiones pesados cerca de un lugar grande, alguna edificación de grandes proporciones.

Los ojos de xxx se desplazaban a gran velocidad de una pantalla a otra, mientras los números diminutos en ellas indicaban la hora: pasaba de las once de la noche.

–Movimiento de máquinas de gran tamaño en la noche no es algo común en la zona más céntrica de la ciudad, pero si tú lo dices, puede suceder.
–Debería estar por suceder.

La espera se hizo un poco larga durante algunos minutos; Aniara seguía afuera, esperando. Matilde sabía cuán duro debía ser todo eso para ella, pero por desgracia era la única opción. Si eso resultaba, tendrían que recurrir a la ayuda solo de una persona más.

–Aquí puede haber algo –dijo xxx de pronto– es extraño.

Matilde se concentró en uno de los monitores: Camiones con grandes acoplados entraban en un terreno cercado y se dirigían hacia un edificio de tres plantas, muy parecido a lo que Patricia en su momento había descrito como las instalaciones de Cuerpos imposibles.

–Son ellos.
–Entonces esto te sirve.
–Es perfecto –replicó ella– no sabes cuánto te lo agradezco.

Benjamín se volteó y la enfrentó. Su mirada era profunda y sincera, quizás de las pocas que seguían pareciéndole confiables.

– ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
–Lo que has hecho es más de lo que crees. Pero necesito que me prometas que...
–Todo esto muere conmigo –se adelantó él esbozando una sonrisa– no me debes explicaciones Matidez, siempre te tuve cariño, y sobre Patricia... solo quisiera haber sido más capaz de cuidarla y de cuidar lo nuestro, no sabes cómo lo he lamentado todo este tiempo.

No habló durante unos eternos segundos. Entonces así era, después de todo ese tiempo, la seguía amando como siempre, quizás más que antes; por un instante sintió como su corazón azotaba su pecho, muestra física del deseo de revelarle toda la verdad, de darle a él y a ella al menos una oportunidad. ¿Por qué no? ¿Por qué no olvidarse de todo, y aprovechar la oportunidad que tenían e intentarlo, juntos de nuevo, al menos como una posibilidad? Seguro que él tenía suficiente amor para intentarlo sin hacer preguntas, pero si abría esa puerta, todo el horror y la muerte volverían a amenazar sus vidas, y con ello también las de quienes los rodeaban. Además su hermana no quería olvidar.

–Eres un hombre increíble, de verdad.
–No pienso lo mismo.
–Lo eres. Ahora lo mejor que puedes hacer por tu vida es ser feliz, o luchar por serlo lo más posible. No te quedes de brazos cruzados; hazlo por su memoria.

Él asintió sin decir nada. Había llegado la hora de ir a otro sitio.

–Tengo que irme.
–Ahora no te voy a volver a ver ¿verdad?
–No lo creo –dijo ella simplemente– pero está bien, fue un gusto volver a verte, y de nuevo gracias por todo.


3


A Manieri le habían descubierto una afección al corazón, y entre eso y su jubilación pasó muy poco tiempo; él también era querido por la familia y por ella misma, por lo que esa noticia fue lamentable y emotiva al igual que su presencia en la ceremonia, pero Matilde no podía dejar de sospechar de él. Sabía que era un policía a la antigua, que había sido mentor de Patricia y un oficial siempre recto, pero la experiencia con Céspedes y las trágicas consecuencias que sobre ella y Cristian habían caído le impedían confiar nuevamente en alguien de alguna institución; tuvieron una larga discusión con su hermana a la hora de iniciar los planes, pero al final tuvo que ceder y confiar en él una parte terriblemente importante y acudir a él. Manieri ni siquiera podía ver a Aniara, ya que como ella dijo, él era de las pocas personas, junto a ella y sus padres, que la descubrirían tan solo al mirarla a los ojos. Así que Matilde dejó pasar el tiempo, y en determinado momento fue a visitarlo para preparar el camino; le sorprendió ver el cambio que su salida de la policía hizo en el viejo oficial, y aunque en un principio lo atribuyó a su enfermedad, él mismo se encargó de dilucidar las dudas.

–Estoy cansado Matilde –le dijo en esa oportunidad– la verdad es que estoy cansado de todo esto. La tragedia que ocurrió con tu hermana, el asesinato de Mayorga, son cosas que me han hecho pensar mucho, más aún ahora que estoy retirado. Hay algo ahí afuera, algo más poderoso que la ley y que la policía, algo que puede hacer lo que queramos con nosotros; ya no son los tiempos donde uno podía luchar contra la delincuencia, donde sabías quiénes eran los malvados. Estos son tiempos donde la maldad es algo más fuerte, que no se ve, son tiempos en donde no hay diferencia entre un ladrón y una empresa o entre una gargantilla y la vida de alguien. Ya no puedo vivir así, no haciendo como si no pasara nada, tratando de salvar esquina tras esquina mientras están pasando cosas monstruosas alrededor y a nadie le importa nada.

Estaba frustrado. Seguro que lo de Patricia había ayudado su buen tanto, pero para el policía también era el resultado de tantos años de ver su trabajo frustrado, de compañeros muertos, de justicia que jamás llega; al escucharlo hablar ella supo que la decisión había sido la correcta, de modo que se aventuró a decirle lo que necesitaba de él, y a mencionar también que en medio de todo ese secreto, ni siquiera él podía estar enterado de los detalles de su plan. Durante una larga conversación en que él le explicó sin palabras concretas que no quería saber de qué se trataba exactamente lo que pretendía hacer, la joven le dijo de la misma manera sus intenciones, como si ambos hubiesen estado haciendo referencia a sueños o fantasías. Cuando se despidieron, ella tenía un manojo de llaves en su bolsillo, y una decisión por tomar, después de la cual no habría regreso.
No, no habría regreso.
El viaje en la camioneta había sido a toda velocidad hacia el lugar donde tenían el vehículo cargado, y de ahí nuevamente a toda máquina para alcanzar a llegar hasta su destino; se trataba de un sencillo camión aljibe, aunque tenía un modificación muy importante, de ahí que hubiese sido tan importante la intervención de Manieri para conseguir lo necesario. Una vez que llegaron descubrieron a los camiones dentro de un inmenso terreno en la zona oriente de la ciudad. Estaba bastante lejos de donde una vez había estado Cuerpos imposibles, pero cumplía con las mismas características: Cercado, en un barrio de alta sociedad, con gran extensión de terreno convertido en un parque y una imponente construcción al centro; fuertes máquinas estaban cargando unas estructuras hacia los enormes containers que esperaban estacionados, tal y como Antonio les había dicho en un momento que era, instalaciones modulares que podían quitarse en el momento en que se requiriera. Y en ese momento, ante la advertencia de Gabriel y sabiendo que era precisamente Matilde quien estaba de por medio, habían decidido retirarse antes de quedar nuevamente expuestos. Seguramente en esos momentos alguien debería estar viajando hacia su nuevo departamento, qué ingenuos al pensar que ella estaría esperándolos indefensa nuevamente.

–Mira, ahí.

Aniara ya estaba preparada, con el arma en la mano; mientras tanto Matilde condujo el vehículo hacia la entrada del lugar.

–Nos vieron.

Una pareja de hombres custodiaban la entrada, sin armas a vista pero probablemente preparados para enfrentar a algún posible intruso pero ¿Quién sospecharía de un vehículo de aseo comunal que se dedica a echar agua a los parques y plazas?
Uno de los hombres se adelantó levantando los brazos para hacer que se detuvieran, pero ya no había vuelta atrás; Aniara disparó a ambos rápidamente, haciéndolos caer, y sin detenerse, el camión entró en el lugar. No tenían mucho tiempo, de modo que la reacción debía ser a toda prisa.

– ¡Hazlo ahora!

Aniara dejó el arma en la guantera y abrió la puerta; no habían podido ensayar esos movimientos, pero por fortuna la mujer se desplazó hacia la parte trasera con toda facilidad mientras el camión continuaba internándose en el sitio. Al mismo tiempo, un hombre apareció armado entre dos camiones, mientras el ruido de los disparos hacía detenerse las máquinas y asomar de los montacargas y cabinas a los conductores. Al verlo, la joven supo automáticamente que era el encargado de seguridad del que Antonio le había hablado a Cristian, Elías Jordán. Si no se encargaban de él, seguramente todo el plan quedaría estropeado.

– ¡Hazlo!

El hombre armado era muy alto, de piel blanca, cabello rubio cortado estilo militar y de cuerpo fuerte; miró en dirección al camión con sus ojos color piedra y levantó el arma sin esperar más, pero Aniara ya estaba lista y abrió la llave del contenedor mientras dirigía el chorro hacia el camión más cercano. Matilde presionó el acelerador un poco más, para permitir que el efecto del líquido cayera sobre la mayor cantidad de vehículos posible antes que tuvieran que escapar; uno de los conductores bajó atropelladamente de su cabina gritando hacia el hombre armado, quien por un momento dudó sobre qué hacer, lo que hizo que no disparara. Sin embargo la distancia que faltaba para que llegaran hasta él era muy escasa, y faltaban aún tres camiones más sin contar lo que pudiera estar dentro de la construcción. El hombre armado corrió hacia el camión levantando el arma, seguramente dispuesto a reventar los neumáticos; Matilde no podía ver a Aniara, pero sabía que en ese momento no estaba mirando realmente, que estar arrojando combustible sobre los camiones que llevaban en su interior parte de la clínica que había destruido su vida estaba siendo un trance del que no podía salir. Con mano firme tomó el arma y asomándola por la ventana, disparó hacia el hombre. Falló. Sin embargo él no pareció alterarse por el tiro que pasó a poca distancia, y continuó su carrera afinando la puntería; tanto él como Matilde dispararon, pero fue el tiro de ella el que dio en el blanco, haciendo que Jordán cayera pesadamente sobre un costado.

– ¡Date prisa!

El grito de la otra atronó por sobre el ruido del motor y los gritos de desconcierto que estaban inundando el lugar; seguramente ella había visto algo que las obligaba a irse lo más rápidamente posible. Matilde esquivó al caído Jordán sin preocuparse de si estaba vivo o no, y presionó el acelerador con más fuerza: alrededor la gente bajaba a toda prisa de los vehículos ante la alerta del que había bajado en primer lugar, y entre ellos, otros hombres vestido de manera similar al jefe de seguridad trataban de poner orden al caos formado. En unos pocos segundos llegaron hasta la construcción, donde Aniara cerró la llave, y arrojó una pequeña botella con una mecha prendida. Lo siguiente fue el infierno.



Próximo capítulo: Dos responsables, una cara