La última herida capítulo 35: Jefe de seguridad



El hombre vestía ropa deportiva oscura con un capuchón que tapaba la mayor parte de su cara, y apuntaba el revólver directo al rostro de Matilde; ni Aniara ni Gabriel se movieron.

– ¡Dame las llaves!

Aniara hizo un leve movimiento, lo que hizo que el hombre reaccionara rápidamente y encañonara a Matilde, sujetándola por un brazo al mismo tiempo.

–Ni se te ocurra –dijo con voz amenazante– dame esa arma, y entrégame las llaves de la camioneta.
–Tranquilo –dijo Matilde– no es necesario disparar.

Nadie se movió durante unos instantes. Finalmente Aniara le entregó el arma, mientras Gabriel miraba atónito la escena.

–Las llaves.

Nerviosamente, Matilde buscó en su bolsillo y se las entregó. El hombre la arrojó bruscamente hacia los otros dos y retrocedió, apuntando en todo momento con su arma.

–No traten de hacer ninguna tontería, o se van a arrepentir.

Se alejó rápidamente hacia la camioneta, y en unos segundos el vehículo ya se había alejado ante los ojos de Matilde; cuando volteó, vio que Gabriel había emprendido una carrera a toda velocidad, seguido de Aniara, que poco después dejó de perseguirlo al verlo demasiado lejos. Ambas se reunieron poco después.

–Está en buena forma, lo perdí.
–Así veo.

Durante un momento ninguna de las dos habló. Luego cruzaron una mirada cómplice.


2


La puerta se abrió y Matilde entró, dejando a Aniara esperando fuera; se trataba de un cuarto cerrado y completamente a oscuras; la voz del hombre se dejó escuchar suave y armoniosa a los oídos al fondo del lugar.

–Cuidado con el mueble.

Al fondo del lugar una tenue luz salía de varias pantallas de  ordenador; ante el escritorio un hombre de figura gruesa y grande permanecía sentado, inmóvil.

– ¿Cómo te fue?
–Todo va bien –respondió ella– ahora necesito que hagas lo tuyo.

El hombre asintió y se volcó al ordenador. Matilde se quedó un momento mirando a xxx, pensando en cómo había cambiado en los últimos años; estaba más grueso, no necesariamente gordo, pero si más voluminoso, y ahora usaba el cabello muy corto y una barba como de dos días. Le caía bien, y no habría recurrido a él de no ser por el destino, que quiso que tuvieran una oportunidad de charlar a solas durante la ceremonia fúnebre de Patricia. Benjamín era un buen hombre en general, y su amor por Patricia había sido tan genuino como el de ella por él, pero ambos eran demasiado jóvenes como para que su relación funcionara; al momento de la separación de ellos pensó en él como un hombre inmaduro e ingenuo, lo que probablemente sería el resto de su vida, pero era un buen hombre, y se mostró realmente indignado por lo de Patricia.

–Debí haber estado aquí –le dijo en un momento– debieron matarme a mí en vez de a ella. El mundo es tan injusto y ella sólo hacía bien a todos; ahora todo es peor.

Era una declaración impulsiva e infantil de parte de alguien que además desconocía las reales implicancias del caso de Patricia, pero las lágrimas de xxx habían sido reales, y tan dolidas que fue una nueva amenaza para su temple; a poco estuvo de decirle algún consuelo más allá de lo permitido, pero se controló y mantuvo todo en orden. Pero al mismo tiempo se le ocurrió que él podría ayudarla, ya que tenía acceso a una de las dependencias de la Unidad de prevención de accidentes en ruta, por lo que sus ojos podrían ver cosas que muchos otros no. Nunca hizo preguntas, le bastó para su conciencia saber que lo que fuera que estuviera haciendo servía para hacer justicia en nombre de Patricia, y se comprometió a ayudarla cuando lo llamase, y no revelar jamás la naturaleza de sus actos.

–Esto es lo que está pasando ahora –dijo en voz baja– pero no me has dicho lo que quieres ver exactamente.
–No lo tengo muy claro –replicó ella mirando una de las pantallas de ordenador– pero se supone que debería haber algún movimiento de maquinaria, algo como camiones pesados cerca de un lugar grande, alguna edificación de grandes proporciones.

Los ojos de xxx se desplazaban a gran velocidad de una pantalla a otra, mientras los números diminutos en ellas indicaban la hora: pasaba de las once de la noche.

–Movimiento de máquinas de gran tamaño en la noche no es algo común en la zona más céntrica de la ciudad, pero si tú lo dices, puede suceder.
–Debería estar por suceder.

La espera se hizo un poco larga durante algunos minutos; Aniara seguía afuera, esperando. Matilde sabía cuán duro debía ser todo eso para ella, pero por desgracia era la única opción. Si eso resultaba, tendrían que recurrir a la ayuda solo de una persona más.

–Aquí puede haber algo –dijo xxx de pronto– es extraño.

Matilde se concentró en uno de los monitores: Camiones con grandes acoplados entraban en un terreno cercado y se dirigían hacia un edificio de tres plantas, muy parecido a lo que Patricia en su momento había descrito como las instalaciones de Cuerpos imposibles.

–Son ellos.
–Entonces esto te sirve.
–Es perfecto –replicó ella– no sabes cuánto te lo agradezco.

Benjamín se volteó y la enfrentó. Su mirada era profunda y sincera, quizás de las pocas que seguían pareciéndole confiables.

– ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
–Lo que has hecho es más de lo que crees. Pero necesito que me prometas que...
–Todo esto muere conmigo –se adelantó él esbozando una sonrisa– no me debes explicaciones Matidez, siempre te tuve cariño, y sobre Patricia... solo quisiera haber sido más capaz de cuidarla y de cuidar lo nuestro, no sabes cómo lo he lamentado todo este tiempo.

No habló durante unos eternos segundos. Entonces así era, después de todo ese tiempo, la seguía amando como siempre, quizás más que antes; por un instante sintió como su corazón azotaba su pecho, muestra física del deseo de revelarle toda la verdad, de darle a él y a ella al menos una oportunidad. ¿Por qué no? ¿Por qué no olvidarse de todo, y aprovechar la oportunidad que tenían e intentarlo, juntos de nuevo, al menos como una posibilidad? Seguro que él tenía suficiente amor para intentarlo sin hacer preguntas, pero si abría esa puerta, todo el horror y la muerte volverían a amenazar sus vidas, y con ello también las de quienes los rodeaban. Además su hermana no quería olvidar.

–Eres un hombre increíble, de verdad.
–No pienso lo mismo.
–Lo eres. Ahora lo mejor que puedes hacer por tu vida es ser feliz, o luchar por serlo lo más posible. No te quedes de brazos cruzados; hazlo por su memoria.

Él asintió sin decir nada. Había llegado la hora de ir a otro sitio.

–Tengo que irme.
–Ahora no te voy a volver a ver ¿verdad?
–No lo creo –dijo ella simplemente– pero está bien, fue un gusto volver a verte, y de nuevo gracias por todo.


3


A Manieri le habían descubierto una afección al corazón, y entre eso y su jubilación pasó muy poco tiempo; él también era querido por la familia y por ella misma, por lo que esa noticia fue lamentable y emotiva al igual que su presencia en la ceremonia, pero Matilde no podía dejar de sospechar de él. Sabía que era un policía a la antigua, que había sido mentor de Patricia y un oficial siempre recto, pero la experiencia con Céspedes y las trágicas consecuencias que sobre ella y Cristian habían caído le impedían confiar nuevamente en alguien de alguna institución; tuvieron una larga discusión con su hermana a la hora de iniciar los planes, pero al final tuvo que ceder y confiar en él una parte terriblemente importante y acudir a él. Manieri ni siquiera podía ver a Aniara, ya que como ella dijo, él era de las pocas personas, junto a ella y sus padres, que la descubrirían tan solo al mirarla a los ojos. Así que Matilde dejó pasar el tiempo, y en determinado momento fue a visitarlo para preparar el camino; le sorprendió ver el cambio que su salida de la policía hizo en el viejo oficial, y aunque en un principio lo atribuyó a su enfermedad, él mismo se encargó de dilucidar las dudas.

–Estoy cansado Matilde –le dijo en esa oportunidad– la verdad es que estoy cansado de todo esto. La tragedia que ocurrió con tu hermana, el asesinato de Mayorga, son cosas que me han hecho pensar mucho, más aún ahora que estoy retirado. Hay algo ahí afuera, algo más poderoso que la ley y que la policía, algo que puede hacer lo que queramos con nosotros; ya no son los tiempos donde uno podía luchar contra la delincuencia, donde sabías quiénes eran los malvados. Estos son tiempos donde la maldad es algo más fuerte, que no se ve, son tiempos en donde no hay diferencia entre un ladrón y una empresa o entre una gargantilla y la vida de alguien. Ya no puedo vivir así, no haciendo como si no pasara nada, tratando de salvar esquina tras esquina mientras están pasando cosas monstruosas alrededor y a nadie le importa nada.

Estaba frustrado. Seguro que lo de Patricia había ayudado su buen tanto, pero para el policía también era el resultado de tantos años de ver su trabajo frustrado, de compañeros muertos, de justicia que jamás llega; al escucharlo hablar ella supo que la decisión había sido la correcta, de modo que se aventuró a decirle lo que necesitaba de él, y a mencionar también que en medio de todo ese secreto, ni siquiera él podía estar enterado de los detalles de su plan. Durante una larga conversación en que él le explicó sin palabras concretas que no quería saber de qué se trataba exactamente lo que pretendía hacer, la joven le dijo de la misma manera sus intenciones, como si ambos hubiesen estado haciendo referencia a sueños o fantasías. Cuando se despidieron, ella tenía un manojo de llaves en su bolsillo, y una decisión por tomar, después de la cual no habría regreso.
No, no habría regreso.
El viaje en la camioneta había sido a toda velocidad hacia el lugar donde tenían el vehículo cargado, y de ahí nuevamente a toda máquina para alcanzar a llegar hasta su destino; se trataba de un sencillo camión aljibe, aunque tenía un modificación muy importante, de ahí que hubiese sido tan importante la intervención de Manieri para conseguir lo necesario. Una vez que llegaron descubrieron a los camiones dentro de un inmenso terreno en la zona oriente de la ciudad. Estaba bastante lejos de donde una vez había estado Cuerpos imposibles, pero cumplía con las mismas características: Cercado, en un barrio de alta sociedad, con gran extensión de terreno convertido en un parque y una imponente construcción al centro; fuertes máquinas estaban cargando unas estructuras hacia los enormes containers que esperaban estacionados, tal y como Antonio les había dicho en un momento que era, instalaciones modulares que podían quitarse en el momento en que se requiriera. Y en ese momento, ante la advertencia de Gabriel y sabiendo que era precisamente Matilde quien estaba de por medio, habían decidido retirarse antes de quedar nuevamente expuestos. Seguramente en esos momentos alguien debería estar viajando hacia su nuevo departamento, qué ingenuos al pensar que ella estaría esperándolos indefensa nuevamente.

–Mira, ahí.

Aniara ya estaba preparada, con el arma en la mano; mientras tanto Matilde condujo el vehículo hacia la entrada del lugar.

–Nos vieron.

Una pareja de hombres custodiaban la entrada, sin armas a vista pero probablemente preparados para enfrentar a algún posible intruso pero ¿Quién sospecharía de un vehículo de aseo comunal que se dedica a echar agua a los parques y plazas?
Uno de los hombres se adelantó levantando los brazos para hacer que se detuvieran, pero ya no había vuelta atrás; Aniara disparó a ambos rápidamente, haciéndolos caer, y sin detenerse, el camión entró en el lugar. No tenían mucho tiempo, de modo que la reacción debía ser a toda prisa.

– ¡Hazlo ahora!

Aniara dejó el arma en la guantera y abrió la puerta; no habían podido ensayar esos movimientos, pero por fortuna la mujer se desplazó hacia la parte trasera con toda facilidad mientras el camión continuaba internándose en el sitio. Al mismo tiempo, un hombre apareció armado entre dos camiones, mientras el ruido de los disparos hacía detenerse las máquinas y asomar de los montacargas y cabinas a los conductores. Al verlo, la joven supo automáticamente que era el encargado de seguridad del que Antonio le había hablado a Cristian, Elías Jordán. Si no se encargaban de él, seguramente todo el plan quedaría estropeado.

– ¡Hazlo!

El hombre armado era muy alto, de piel blanca, cabello rubio cortado estilo militar y de cuerpo fuerte; miró en dirección al camión con sus ojos color piedra y levantó el arma sin esperar más, pero Aniara ya estaba lista y abrió la llave del contenedor mientras dirigía el chorro hacia el camión más cercano. Matilde presionó el acelerador un poco más, para permitir que el efecto del líquido cayera sobre la mayor cantidad de vehículos posible antes que tuvieran que escapar; uno de los conductores bajó atropelladamente de su cabina gritando hacia el hombre armado, quien por un momento dudó sobre qué hacer, lo que hizo que no disparara. Sin embargo la distancia que faltaba para que llegaran hasta él era muy escasa, y faltaban aún tres camiones más sin contar lo que pudiera estar dentro de la construcción. El hombre armado corrió hacia el camión levantando el arma, seguramente dispuesto a reventar los neumáticos; Matilde no podía ver a Aniara, pero sabía que en ese momento no estaba mirando realmente, que estar arrojando combustible sobre los camiones que llevaban en su interior parte de la clínica que había destruido su vida estaba siendo un trance del que no podía salir. Con mano firme tomó el arma y asomándola por la ventana, disparó hacia el hombre. Falló. Sin embargo él no pareció alterarse por el tiro que pasó a poca distancia, y continuó su carrera afinando la puntería; tanto él como Matilde dispararon, pero fue el tiro de ella el que dio en el blanco, haciendo que Jordán cayera pesadamente sobre un costado.

– ¡Date prisa!

El grito de la otra atronó por sobre el ruido del motor y los gritos de desconcierto que estaban inundando el lugar; seguramente ella había visto algo que las obligaba a irse lo más rápidamente posible. Matilde esquivó al caído Jordán sin preocuparse de si estaba vivo o no, y presionó el acelerador con más fuerza: alrededor la gente bajaba a toda prisa de los vehículos ante la alerta del que había bajado en primer lugar, y entre ellos, otros hombres vestido de manera similar al jefe de seguridad trataban de poner orden al caos formado. En unos pocos segundos llegaron hasta la construcción, donde Aniara cerró la llave, y arrojó una pequeña botella con una mecha prendida. Lo siguiente fue el infierno.



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La última herida capítulo 34: Dos videos



–Cierra esa caja.

Ninguna de las dos se movió. Los últimos dos minutos habían sido intensos para las tres personas dentro de la camioneta, pero nada había cambiado, Matilde seguía apuntando mientras Aniara mantenía la caja abierta frente a él.

–Supongo que no te quedan dudas.
–Aleja esa cosa de mi –dijo él con voz ronca– no hagas eso.

El hombre había perdido toda su galantería y frialdad al ver lo que había dentro de la caja; Matilde no podía culparlo, a ella le era muy difícil tan siquiera recordar el contenido, y hasta el momento agradecía que sus despertares luego de las pesadillas fueran silenciosos y no con gritos de espanto, sobre todo cuando sus padres estaban en casa.

–Es suficiente.

Aniara guardó la caja y recuperó el arma, aunque por el estado nervioso en que había quedado Gabriel, no parecía necesario amenazarlo.

– ¿Sabías de esto?
–Uno nunca sabe las cosas que...
–Contesta la pregunta –lo interrumpió Matilde– ¿Lo sabías?

Gabriel se secó el sudor con la manga de la camisa y respiró profundamente, aliviado de ya no tener cerca la caja que le habían mostrado. Luego se recostó en el asiento, respirando fuerte.

–Había escuchado algo pero nunca... demonios.
–Eso es lo que tú también tienes en tu cuerpo Gabriel.

El hombre hizo una mueca, conteniendo las náuseas.

–Está bien, si querías torturarme lo conseguiste, pero nada de esto va a cambiar lo demás ¿o acaso crees que con una pistola y eso vas a poder conseguir algo? Ya sabes que no.

La policía estaba descartada; quizás si Matilde hubiera tenido más claro eso desde un principio, sus acciones no habrían dejado tantos damnificados en el camino. La mirada sincera de Cristian Mayorga seguía viva en su recuerdo.

–Debería alegrarte estar en la posición en que estás, porque eso significa que no estarás en la de la gente de la clínica. Ahora solo tienes dos opciones, me llevas a la clínica sin trucos ni engaños, o jamás llegarás a volver a salir a la calle luego que terminemos con tu cara. Lo que suceda en ese lugar es solo mi asunto.


2


Desde que pusieron en marcha el plan y tuvieron como objetivo llegar a la gente de la clínica a través de la única persona cercana a la modelo que quiso ayudar a su hermana, Matilde se propuso pensar en Patricia como Aniara. Era un anagrama del nombre real de Miranda Arévalo, pensado para llamar la atención de Gabriel cuando lo encontraran, y además para poder mantenerla oculta mientras llevaran a cabo todo el desarrollo, pero para ella también era una especie de homenaje; en todo lo que había ocurrido, algo se mantenía inalterable, y es que no podía pensar en Miranda como una culpable, sino como una víctima. Era extraño, porque solo la había visto dos veces en su vida y apenas por unos momentos, pero al recordar, lo que sentía es que ella había sufrido las consecuencias de estar en el lugar y con las personas equivocadas, igual que ella. Jamás iba a saber a ciencia cierta a qué se refería exactamente con lo que le dijo la primera vez en esa calle, pero lo que encontró en el departamento de Patricia y todo lo sucedido en los meses posteriores hacían que pensara que ella, de alguna manera, había descubierto algo similar, o que por algún accidente esa verdad simplemente cayó en sus manos. Una mujer sola, rodeada de personas que solo querían negociar con ella, en un mundo donde los sentimientos probablemente tendrían poca importancia, seguramente no tuvo oportunidad ante lo que fuera que descubriera. Mientras la camioneta seguía su curso, decidió hacer la pregunta que tanto la inquietaba.

– ¿Qué le sucedía a Miranda la primera vez que la vi?

El hombre estaba más repuesto del mal rato, pero no había vuelto a su centro.

–Estaba alterada.
–Eso pude verlo. Lo que quiero saber es por qué dijo lo que dijo.

Gabriel la miró auténticamente sorprendido.

– ¿Alcanzaron a hablar?
–Sí.
–No lo sabía –dijo él en voz baja– no me di cuenta con el alboroto. Si lo hubiera sospechado, entonces podría haberla detenido antes que le diera los datos de la clínica.
– ¿A qué te refieres?

Por primera vez parecía preocupado, aunque sus emociones parecían constantemente lejos de lo que pasaba al interior del vehículo.

–Ariana era una mujer inestable y débil. Desde que comenzó a trabajar fue manejada por alguien más, siempre las decisiones estuvieron en otras manos, así que cuando llegó a la clínica para tratar una herida en la cadera por una caída, la atendieron sin mayores problemas. Eventualmente estaba tratada, y por su trabajo se hicieron necesarios nuevos tratamientos para hacerla más hermosa, y de pronto se volvió necesaria para la organización, ya que era un rostro conocido y querido por la gente, y ellos siempre necesitan personajes públicos que estén desviando la atención de todos.

Matilde sintió náuseas al pensar en las consecuencias de esos continuos tratamientos.

–Pero algo salió mal.
–A diferencia de lo que pasó con tu hermana, lo de Ariana fue un descuido de un trabajador de la clínica, que permitió que ella terminara en un sitio en donde no debía estar; ella era casi como una niña para algunas cosas, así que cuando vio una puerta abierta, simplemente se dejó llevar, pero el ataque de histeria que sufrió después no fue en la clínica, sino mientras íbamos en mi auto hacia un evento. Se puso como loca y dijo que iba a decir todo lo que había visto, y escapó de mí.
–En ese momento se encontró conmigo.

Él asintió.

–Mientras la seguía la vi cayendo al suelo, y a ti cerca. Lloraba tanto y hablaba tantas incoherencias, que no creí que hubiera dicho algo importante.
–Para mí no lo fue, no estaba en condiciones de pensar en eso.
– ¿Qué dijo?

Matilde no desvió la mirada para encontrar la suya, pero sabía que estaba mirándola.

–Dijo que lo que había visto era horrible.
–Probablemente tenía razón.

Aniara se había mantenido en absoluto silencio tal y como lo habían acordado desde el principio. Matilde sabía que estaba siendo una prueba difícil para ella, pero parte del acuerdo era mantenerla al margen de su propia historia, costase lo que costase.

–Sin embargo, ella después siguió trabajando –dijo ella con voz inexpresiva– hizo eventos, incluso estuvo en el edificio donde se encontró conmigo ¿Estaba drogada?
–Por supuesto que estaba drogada –replicó él– eso es evidente. Después de ese ataque la sometieron a un tratamiento para calmarla, y hacer que se olvidara de todo. No es tan sencillo deshacerse de alguien como ella que de un desconocido, además les servía mucho más viva. Pasaba casi todo el tiempo en otro mundo, por eso es que nadie nunca sospechó que había sido ella quien les entregó la información.

El poder de la organización que dirigía la clínica se tambaleaba cuando una modelo veía más de la cuenta. O cuando una mujer común entraba en contacto con ellos.

–Pero igualmente dejaron que accediéramos a todo eso.
–Cuando sucedió, fue una sorpresa para ellos supongo –repuso el hombre tratando de sonar liviano– según supe, simplemente fue una serie de malentendidos lo que permitió que llegaran tan lejos, pero cuando ya estaba hecho era muy tarde para echar pie atrás, de modo que simplemente se estableció vigilancia.
–Vicente, el empresario que tenía una herida en la espalda, y Antonio, mi amigo.
–Así es. Todas las personas que se han tratado en la clínica tienen a alguien cercano que los vigila, eso es parte de sus protocolos para mantener todo en secreto, por eso es que funciona. Sabes tan bien como yo que luego las cosas se complicaron.
–Y por eso decidieron acabar con todo, matar a mi hermana, a Miranda, al oficial Mayorga y al doctor Medel.
–Solo tu hermana era un peligro real en tanto tuviera la información genética en su cuerpo –replicó el hombre– Antonio estaba en lo cierto cuando te lo dijo.

Antonio les había dicho todo. Y probablemente, dentro de la clínica no hubiera nadie más peligroso para ellas que él.

– ¿Está vivo?
–No lo sé, no supe más de él, y se suponía que tampoco sabría más de ti.
–Pero igual me siguieron.
–Han pasado meses desde que todo eso terminó, hasta donde yo sé, una vigilancia como esa sería por unas seis a ocho semanas como mucho, pero veo que moviste bien tus cartas.

Matilde guardó silencio un momento. Así que sus planes sí habían funcionado bien, todo el esfuerzo por mantenerse oculta y disimular sus acciones había servido. Lo que no tenía claro aún era si había sido buena idea o no grabar esos videos. Ralentó la marcha conforme se acercaban a un nuevo semáforo, mientras según las indicaciones de Gabriel estaban cerca de las nuevas instalaciones de la clínica.

–No había mucho que hacer ¿no crees? –dijo forzando una sonrisa– sabes bien que no había forma de acudir a nadie, mucho menos a la policía. Pero hay algo que no comprendo, si dijiste que Patricia era el único peligro real ¿Por qué matar a los demás?

Gabriel estudió la situación un momento. Estaba claro que quería protegerse, y entendía que mientras hablara, no le harían daño.

–No sé lo suficiente.
–Mientes, estuviste con Ariana, por lo tanto estás involucrado.
–Está bien, lo que quiero decir es que no sé tanto como esperas; que Miranda haya deslizado información sin autorización, pese a estar medicada, indicaba que se había salido definitivamente de control, o que tal vez estaba tratando de buscar una salida, no lo sé. Pero se volvió peligrosa, y fue más oportuno para ellos eliminarla, además serviría para distraer la atención.
– ¿De la muerte del policía o de la amenaza de las acciones de Miranda y mías?
–Un poco de ambas supongo. Todo sucedió casi al mismo tiempo, y supongo que no tengo que detallarlo. Patricia sufrió ese accidente o lo que fuera y detonó todas las alarmas al mismo tiempo que Vicente iba a hacer una ronda de investigación, y lo siguiente que sabíamos es que un policía avisaba que te estaban tratando de ayudar, que Antonio había fracasado y que ese imbécil del doctor había contactado a alguien por su cuenta.

Matilde hizo una pausa. Las miles de conjeturas que había hecho durante ese tiempo incluían cosas como esa, pero no dejaba de ser sorprendente cómo funcionaba esa maquinaria, con una base central desconocida, y cientos de tentáculos en todas direcciones; y al mismo tiempo que era poderosa, tenía en su propia composición algunos puntos débiles que podían ayudarla.

–Es decir que la muerte de mi hermana era una obligación, la de Miranda una necesidad y todas las otras, fuerza mayor.

El hombre rió de manera similar a la que lo había hecho Antonio anteriormente.

–No entiendes el poder de la clínica. Hay demasiada gente adinerada, famosa y poderosa que se ha atendido con ellos como para permitir que tú o quien sea se interponga en su camino.
–Pero habitualmente no asesinan tantas personas.
–No estuviste involucrada en una situación normal, por eso es que movieron tantas piezas. Pero te vuelvo a decir, no hay nada que tú puedas hacer aquí.

Matilde asintió, como si estuviera dándole la razón.

–Hay algo que quiero saber: quién es el líder.
–No lo sé –replicó él como si lo que decía fuera absurdamente obvio– están escondidos, no tienen necesidad de estar presentes cuando pueden recibir el dinero con tranquilidad.
–Pero alguna vez deben haberlo hecho; deben ser doctores o cirujanos, solo personas expertas pueden haber conseguido que esto sea posible.

Gabriel meneó la cabeza.

–Si alguna vez estuvieron presentes, es de antes de mis tiempos.
– ¿Desde cuándo existen?
– ¿Que yo sepa? –dijo él perplejo– lo que uno puede saber es relativo, esto no es una empresa con un sitio web y una gran placa de mármol con su historia. Pero lo que sé es que son aproximadamente veinte años. Más que eso es imposible saber.

Pero un científico no se queda al margen de su trabajo, esa es una deformación profesional de cada uno de ellos. Esa persona o personas estaban ahí, en alguna parte, verificando que todo siguiera el curso que ellos querían. Su hermana había tenido razón en eso.

– ¿Hay algún jefe de seguridad de la clínica, alguien que se encargue de los asuntos como ese? No puedo creer que no

La mirada del hombre se ensombreció. Entonces lo conocía, y era peor de lo que parecía.

–No sé quién es, pero sí puedo decirte esto: cuando se entere de lo que tramas, desearás haber muerto junto a tu hermana.

Matilde detuvo el vehículo e hizo que los demás bajaran. Estaban al lado de un pequeño parque urbano, vacío y solitario en la noche.

–Vamos a cambiar de vehículo, terminaremos el viaje de otra forma.

Caminaron hacia el parque, del cual al otro lado se veía un auto blanco. Nadie dijo nada durante varios segundos, hasta que un grito amenazador hizo que los tres quedaran inmóviles, todas las miradas sobre el cañón de un revólver.



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