Maldita secundaria capítulo 1: Faltan tres meses: Segunda parte




Poco después, los siete estaban caminando lentamente en la parte delantera de la secundaria, a poca distancia de los estacionamientos.

—El director dijo que teníamos que ir hacia la bodega cerrada.
— ¿Y cómo es que nunca la habíamos visto antes? —preguntó Fernando— ni idea tenía que existía esa bodega.

Leticia resopló.

— ¿Cuantas veces vamos hacia esos lugares? Por acá esta la sala de los profesores, el comedor de los profesores, así que al menos yo no soy fan de hacer éste tipo de visitas.
—Supongo que tienes razón.

Siguieron caminando, hasta que vieron a la persona que los había citado. Adriano del Real era un hombre de alrededor de cincuenta años, de contextura delgada, que lucía el cabello cano bastante corto, y el rostro marcado por numerosas arrugas que lo hacían lucir mayor de lo que era, aunque también tenía una expresión compungida, como lo anticipara San Luis. En absoluto lucía amenazante.

—Buenos días muchachos.
—Buenos días —saludó Dani cortésmente— estamos aquí porque el director nos dijo que necesitaba hablar con nosotros.
—Eso es verdad —respondió Del Real en voz baja— les agradezco que estén aquí, de veras.

Para Leticia la situación ya era demasiado extraña.

—Señor, no queremos ser groseros, pero nosotros no lo conocemos, y todavía no sabemos por qué es que quiere hablarnos. Háganos un favor a todos y diga de una vez qué quiere de nosotros.

Efectivamente, el hombre no se veía para nada amenazante, y de hecho, a Carolina le inspiró algo de tristeza. Del Real respiró hondo.

—No quisiera estar aquí ni molestarlos, pero la verdad es que no tengo alternativa, y ustedes son los únicos que pueden ayudarme... a mí y a toda la secundaria.
— ¿Que trata de decir?
—A pesar de lo que puedan haber escuchado o lo que el propio director les haya dicho, no estoy aquí por razones monetarias ni tampoco he enloquecido; la razón por la que estoy hablando con ustedes es que ésta secundaria corre un grave peligro.

Fernando lo miró con las cejas levantadas.

— ¿Un peligro? Y usted nos viene a salvar.
—No, si pudiera lo haría encantado, pero no puedo. Aunque se trata de mi hijo, no puedo ayudarlo, pero ustedes si pueden, es por eso que vine a pedirles que nos ayuden a todos.

Leticia alzó las manos.

—Espérese un momento, ésto está llegando demasiado lejos. Por lo menos yo no estoy para escuchar ésta clase de tonterías ¿La secundaria en peligro? ¿Ayudar a su hijo? Si su hijo está en algún problema, ayúdelo usted, que para eso es su padre.
—Mi hijo está muerto.

Leticia se quedó muda de asombro; los demás tampoco supieron cómo reaccionar. Del Real hizo una pausa, evidentemente todo aquello estaba siendo mucho más duro para él que para los jóvenes.

—Comprendo que para ustedes sea difícil de entender de lo que les estoy hablando, y si les explico todo de inmediato se convencerán de que estoy loco, por eso es que le pedí al director que los citara aquí. Hay algo que tienen que ver en ésta bodega.

Carolina comenzó a temblar. Todo eso parecía sacado de una película.

— ¿Qué es lo que quiere de nosotros?
—Por favor síganme.

Extrajo un juego de llaves de su bolsillo, y con ellas abrió uno a uno los varios candados que sellaban la pequeña construcción; en total, la vieja construcción tenía unos cincuenta metros cuadrados, hecha de ladrillo y concreto, y se notaba que era parte de la infraestructura original del sitio. Una vez que abrió la puerta, el hombre entró lentamente, pidiéndoles que entraran también.

—Esto da miedo —susurró Soledad hacia Dani sin reponerse del impacto— ¿Nos irá a hacer algo?
—Ay por favor Sole —la reprendió Dani en voz baja— somos siete y él es uno, tenemos a Hernán, mira, está echando fuego por los ojos, y además ¿qué es lo peor que podría pasar, que tenga un fantasma escondido ahí dentro?

Cuando entraron a la bodega, se encontraron un panorama completamente desolador: el lugar estaba desierto, con las paredes, el techo y el suelo totalmente ennegrecidos por lo que claramente había sido un incendio feroz. Sobre el suelo habían además, restos de diversos objetos esparcidos y pegados al suelo, adornos o libros a medio destruir, fundidos con el concreto, como inventos demenciales. El hombre se quedó parado al centro del lugar, en el que sin embargo no había olor a humo ni nada parecido, claramente lo que hubiese sucedido allí era de tiempos anteriores a la secundaria.

—Aquí —comenzó Del Real en voz baja— fue donde murió mi hijo. Su nombre era Matías.

Soledad ahogó una exclamación de horror.

—No puede ser... nos está diciendo que su hijo... ¿murió aquí?
—Así es —respondió el hombre con la voz cortada por la emoción— pero las cosas son más complicadas de lo que parecen. Hace seis años ocurrió un hecho que cambió las vidas de todos, justo cuando el instituto que estaba aquí estaba pasando por su mejor momento. Mi hijo Matías fue secuestrado por un grupo de delincuentes, los que se escondieron con él aquí y comenzaron a hacer exigencias. Como comprenderán, hice todo lo posible por ayudarlo, pero esos hombres desquiciados estaban pidiendo más dinero del que yo disponía, así que, con las negociaciones de la policía estancadas y mi hijo en peligro, lo arriesgué todo y conseguí más dinero hipotecando éstas instalaciones. Todo parecía a punto de resolverse de la mejor manera, pero sucedió algo inesperado: un accidente en la instalación eléctrica de ésta bodega produjo una chispa, que inició un incendio.

Soledad se llevó las manos a la boca.

—No puede ser...
—El fuego se esparció por la red interna de paredes y techo, con lo que todos quedaron encerrados por las llamas. Nadie pudo hacer nada a tiempo, y tanto los seis delincuentes como mi hijo murieron. Aquí.

Lorena no daba crédito a lo que oía. Pero a la vez, algo en su interior le decía que eso no era todo; el hombre estaba hablando de un conjunto de muertes trágicas, en lo que parecía una secuencia de película de horror más que el relato de un hombre frágil a la vista.

—Señor Del Real... lo... lo lamentamos mucho... de verdad...
—Gracias —replicó el hombre— era necesario que lo supieran, porque lo que está a punto de ocurrir en éstas instalaciones está directamente relacionado con lo que pasó en ésta bodega en donde murió mi hijo. Cuando pasó todo ésto, me refugié en el trabajo del instituto, que era también uno de los grandes sueños de Matías, con lo que descuidé parte de mis obligaciones, producto de la tristeza de su pérdida; en resumidas cuentas, me jugué el instituto, y terminé perdiéndolo, pero aunque se trataba de algo doloroso, hubo una razón más importante por la que me preocupaba perder el control de éste lugar, y es que el año antepasado, a fines de año, comenzaron a ocurrir cosas extrañas. Personas se volvían agresivas sin razón, y sucedían cosas raras como destrucción de material o de objetos. Así se empezó a esparcir el rumor de que ocurrían hechos sobrenaturales, y yo decidí intervenir.

Lorena cerró los ojos. Ya sabía lo que iba a oír.

—Contacté personas entendidas, y en secreto hice investigar éste lugar; el resultado fue estremecedor, porque el espíritu de mi hijo está aquí, en una especie de limbo, dentro de éstas instalaciones, perdido en el miedo que lo invadió antes de morir, y lo peor es que los secuestradores también quedaron vagando por aquí. Por eso es que ocurrían cosas extrañas y sin razón, porque los espíritus de ellos están aquí, encerrados, prisioneros del estado en que quedaron antes de morir, esos hombres en un frenesí de agresión y locura, y mi pobre Matías aterrorizado, encerrado queriendo escapar pero sin lograrlo.

Leticia sintió que la cabeza le daba vueltas.

—Horrorizado por éstas revelaciones, pedí ayuda para el alma de mi hijo, para lograr su descanso y a la vez el de los otros espíritus, pero nada de lo que intentaron las personas que contraté funcionó. Una mujer muy sabia me dijo que estaba desperdiciando mi dinero, porque lo que necesitaba aquí no era un exorcismo, era un medio para encontrar la paz de mi hijo, porque él estaba atrapado por un miedo distinto del miedo a la muerte, y mientras yo no supiera de qué se trataba, jamás podría terminar con todo ésto.

Dani sentía escalofríos solo de imaginar lo que estaba sintiendo ese hombre.

—Lo que me dejaba en un callejón sin salida. Mi hijo había muerto de un modo trágico dentro de éstas paredes, pero su real terror era por otra causa, y esa causa era la que lo mantenía a él y a sus secuestradores atrapados en un punto medio entre éste mundo y el otro, por lo que los extraños sucesos no terminarían fácilmente. Me dediqué entonces a evitar los sucesos lo más que podía, pero no fui capaz de disimular todo, y a la larga el instituto se fue a pique por los rumores, y a eso se sumaron las deudas que me hundieron. Perdí el instituto, y al quedar en poder de la sociedad benefactora que construyó la secundaria, supe que las cosas sólo podían empeorar. Hice todo lo que pude, pero no lo logré, y ahora estamos en ésta situación.

Hernán frunció el ceño.

— ¿Por qué nos llamó a nosotros, por qué nos está contando todo ésto?

Del Real sonrió débilmente.

—Porque mi hijo los necesita. El fue quien me hizo saber quiénes eran las personas que podían ayudarlo.
— ¡Pero si ni siquiera lo conocemos! —estalló Leticia— dígame cómo puede el espíritu de su hijo saber algo de nosotros.
—No lo sé, durante meses he estado buscando alguna razón en particular,  y no la encuentro. Solo sé que él los necesita, y que se ha dado una oportunidad única de poner fin a todo lo malo que sigue aquí.

Carolina habló con un hilo de voz.

—Señor Del Real... ¿qué es lo que quiere que hagamos?
—Las cosas van a ponerse complicadas aquí —explicó el hombre con la voz tensa por el esfuerzo que hacía por mantenerse entero— no sé por qué motivo, pero en torno a éstas fechas comenzarán a ver hechos y actitudes extrañas. No se sorprenderán de reconocer las cosas que les he relatado antes, así que por un lado tienen que estar muy atentos, porque al haber tantas personas, estarán en riesgo. Y lo más importante que he venido a pedirles, es que encuentren la forma de salvar a mi hijo. De alguna manera él necesita de su ayuda, porque sabe que ustedes siete pueden ayudarlo.

Fernando tenía naúseas.

—San Luis sabe ésto. Nos engañó para que viniéramos aquí.
—Soy responsable de eso, no su director —explicó Adriano resueltamente— su director trató de impedir éste encuentro a toda costa, pero cuando él mismo experimentó uno de los primeros sucesos, vio que no tenía salida; por favor no lo culpen a él. Necesito pedirles que me ayuden con ésto, se los pido por Matías, por sus compañeros de secundaria y para que los problemas terminen. Y necesitamos también, que no se lo digan a nadie.

Dani intervino, y por primera vez su voz demostraba inseguridad y temor.

—Señor Del Real... ¿Cómo es que su hijo le hizo saber que nos necesitaba a nosotros en particular?

El hombre lo miró con los ojos brillantes.

—En ocasiones cuando estoy aquí, por las noches, puedo escuchar a mi Matías. Él me lo dijo.

Media hora más tarde, los siete estaban en las afueras de la secundaria, reunidos en la plaza más cercana, en medio de un ambiente de total tensión.

—No puedo creer que estamos tomando todo ésto como una real posibilidad —dijo Leticia— es una completa locura.

Dani estaba al centro de todos con un ordenador portátil sobre las piernas.

—La información en éstos tiempos es sumamente importante —dijo resueltamente— y estuve buscando lo que Del Real nos dijo. Y la verdad es que si vamos a los hechos históricos, todo lo que nos dijo fue exactamente como lo dijo, el secuestro, la prensa, la policía, el incendio y la tragedia.
—Yo había escuchado algo de eso, aunque no soy bueno para las noticias —dijo Fernando— supongo que por eso a la sociedad que puso el dinero para esta secundaria no le fue muy difícil comprar el terreno y eso, dicen que esas cosas hacen que bajen los precios.
—Es increíble —comentó Soledad— quiere decir que estamos en medio de una actividad paranormal. ¿Por qué no simplemente cierran la secundaria y ya?

Dani la miró y suspiró.

—No seas inocente, no habría forma de explicarle a más de doscientas familias que una secundaria que lleva alrededor de un año funcionando va a cerrar. ¿Qué les van a decir? Nadie puede hablar de ésto, y francamente nadie lo creería.
—Comprendo por qué es que Del Real perdió el instituto, está loco —dijo a su vez Fernando— viendo como está ahora que han pasado seis años, seguro que nadie le creía ni lo que rezaba en esos momentos.
—Fernando...
—No lo digo con mal tono —se defendió el otro— pero es la verdad.

Lorena aún estaba superada por las emociones. Independiente de lo que estaba sucediendo, lo que había sentido en ese lugar era completamente escalofriante, mucho más de cualquier otra sensación. A ella no le cabía duda de que estaban sucediendo cosas fuera de lo normal.

—En ese lugar hay una cantidad de energía impresionante.
— ¿Tú crees?
—Tal vez me tomen por loca —dijo resignada a la posibilidad— pero me doy cuenta de ese tipo de cosas. Y jamás había sentido algo parecido. Creo en todo lo que nos dijo ese señor, realmente están pasando cosas muy malas a nuestro alrededor.
—De todas maneras tenemos que tomar una decisión —opinó Dani— le pedimos un tiempo para responderle, pero la verdad es que si estamos en algo así, muy bien puede ser que no tengamos mucho de donde elegir.
—Y ni pensar en un cambio —comentó Carolina— a éstas alturas del año sería imposible.

Fernando forzó una risa breve.

—No me gusta reconocerlo, pero si ésto es verdad, y tenemos muchas pruebas de que si, lo más probable es que no tenemos alternativa. Sobre todo si el viejo cumple con lo que le pedimos de darnos algún tipo de prueba.
—Y yo creo que al final fue peor pedirle pruebas de ésto.
—Solo serán tres meses —ironizó Leticia por su parte— ¿qué tan malo puede ser? solo nos han pedido que ayudemos a un espíritu que sufre a encontrar la paz sin tener absolutamente idea de lo que estamos haciendo, con la amenaza de espíritus agresivos por la secundaria, y sin reprobar los exámenes.

Lorena la miró reprobándola.

—No hables de ese modo, no juegues con éstas cosas.
— ¿Y me puedes decir quien se preocupa de nosotros? Mira en lo que estamos metidos ¡Esto es el colmo!
—Eso no tiene importancia —terció Dani— yo opino que ya que las cosas están así, no hay salidas, de todos modos estamos inmersos en la secundaria y si es así, entonces podemos hacer algo al respecto ¿Que dices Soledad?
—Estoy contigo Dani. Ahora solo tenemos que esperar que Del Real en serio nos demuestre lo que nos ha dicho, pero no sé si quiero que llegue ese momento.
—Tendremos que afrontarlo —comentó Lorena abrazándose a su amiga Carolina para infundirse fuerzas— es lo único que podemos hacer.
—Si pasamos el año va a ser un milagro Fernando.
—Es verdad Leticia. Nos espera el día más largo de la historia.
—Y yo pensé que al menos aquí iba a poder estar tranquilo —masculló Hernán enfurecido— pero no podré estar en paz. Maldita secundaria.



Próximo capítulo: Si necesitas un héroe, búscalo

La última herida capítulo 32: Escaleras arriba



El Domingo 22 de Noviembre fue una jornada común para Matilde, excepto que en la tarde se despidió de sus padres y salió sin darles mayor información del sitio al que se dirigía. No pretendía informarles desde el principio, y por suerte para ella, fuera de la pregunta que le había hecho su madre la jornada anterior, no tuvo que esquivar otro tipo de cuestionamientos.
Seguramente en la mente de sus padres permanecería la duda sobre cuáles eran sus objetivos, pero no era asunto de ellos enterarse de eso; hablar sobre un supuesto novio o pretendiente sería un error infundado, y por otro lado, inventar cualquier tipo de mentira sobre otra actividad la pondría en el campo de las explicaciones y los comentarios, y durante los meses pasados había cultivado con esfuerzo y dedicación una política de hablar solo lo estrictamente necesario, y nada de eso entraba en ese margen.
La visita que iba a realizar no era fácil para ella, y seguramente tampoco lo sería para el hombre que iba a ver, pero estaba convencida de estar tomando las decisiones correctas; antes habían hablado por teléfono, y también en persona, pero sería primera vez que estarían en contacto en terreno neutral, donde ninguno de los dos tendría protección ni apoyo de nadie. Donde ella no tendría ningún tipo de apoyo. Pero todo lo que habían hablado, las cosas que ella le había dicho en ese tiempo y los acuerdos a los que llegaron tenían que servir de algo, gran parte de todo dependía de eso.
Había estado pensando que era muy probable que después de la obra maestra de eliminación de testigos por parte de los asesinos de la clínica, alguien se encargara de seguirla, pero también recordaba, a veces con espantosa claridad, que uno de esos hombres le dijo al otro que ella no era importante, que sin Patricia todo estaba terminado. En eso tenían razón, y en querer investigarla o seguirla durante un tiempo también, pero a decir verdad, nada de lo que ella o quien fuera hubiese querido hacer sería un riesgo para a gente de la clínica, para todas esas personas con tanto poder: sin pruebas de lo que habían hecho, con la clínica convertida en un edificio móvil y las personas directamente involucradas anuladas a tal punto, solo un tonto habría sido capaz de pretender emprender algo en su contra; cualquier acción sería considerada simplemente un acto de locura, al nivel de los desequilibrados que viven en las calles. Tras seis meses la vida de Matilde era completamente normal.
Semanas antes había hecho algunos viajes de reconocimiento a la zona a la que se dirigía en esos momentos para no perderse, y tenía claro su objetivo: la casa estaba a media calle de un barrio residencial bastante antiguo, y venido a menos a decir verdad; seguramente en otros tiempos tuvo gente de esfuerzo que cuidaban de sus calles y plazas, pero al convertirse en parte de una periferia más poblada, las calles y pasajes lucían descuidados, y en varias esquinas se veían jóvenes vagando, aunque por suerte la zona no estaba tan mal como para tener que cuidarse de cualquier persona que viera pasar a su alrededor. De todos modos llevaba un atuendo muy sencillo, compuesto de jeans, zapatillas de diario y una camisa oscura, junto a una pequeña mochila a la espalda y el cabello recogido en una cola. La casa a la que iba no tenía reja ni jardín, solo una deslucida pared de concreto sin pintar. Un momento después de golpear a la puerta de madera alguien abrió y le dijo que entrara.

–Permiso.

Originalmente había pensado que lo mejor era reunirse con él en un sitio distinto y que no fuera del completo dominio de él, pero si en realidad quería ganarse su confianza en los días tan difíciles que se avecinaban, tendría que hacer algo al respecto; de todos modos si algo salía mal, no se perdería mucho.

–Siéntese.
–Gracias.

Ocupó un sillón enfrente de él. De una rápida mirada apreció que la propiedad era sencilla solo por fuera, ya que tanto los muebles como los elementos electrónicos que podía ver eran recientes y por cierto, no precisamente baratos.

–Gracias por recibirme.
–No hay nada que agradecer.

Él le había dicho que era casi un milagro estar vivo, y más aún poder hablar correctamente. A ella también le parecía.

–Supongo que ahora me va a decir la verdad.

El hombre la miraba fijamente, y su mirada era dura e inflexible, aunque en esos momentos estaba tranquilo y se sentía dueño de la situación; Matilde asintió, no era bueno irse con rodeos.

–No podía hablar de algunas cosas cuando nos vimos antes, era muy inseguro.
–En la cárcel la gente habla todo tipo de cosas –dijo él simplemente– eso no significa que alguien ponga atención.

Realmente era más joven de lo que aparentaba, claramente por la forma de vida que había llevado. En ese momento el hombre estaba vestido con un buzo blanco con líneas rojas a los costados, el cabello muy corto y solo un arete visible en la aleta derecha de la nariz.

–Siempre hay gente que pone atención. Más de la cuenta de hecho.

El hombre frunció el ceño. Se notaba que aún en esos momentos desconfiaba, lo cual era lógico desde todo punto de vista. Ya no se podía ir con más rodeos.

–Soy hermana de la policía que estaba en el lugar cuando explotó el camión de gas.

Lo dijo sin poner inflexión en la voz. Eso si lo había practicado, la forma en que iba a decirlo, para que no sonara a una amenaza, pero aún después de haber estado bastante segura de decirlo sin dramatismo ni dolor o reproche, supo de inmediato que todos los sentidos de ese hombre estaban mucho más alerta que un instante antes. Pero estaba en su terreno, desde luego que no iba a comportarse como aquella vez, ni a gritar o desesperarse.

– ¿Qué quiere?
–Ayudarlo –replicó serenamente– ayudarte, y que tú me ayudes a mí. Nos podemos ayudar mucho, por eso te estuve visitando desde que me fue posible.

El hombre lucía mayor que lo que recordaba de él, o tal vez solo era un efecto de verlo acorralado por la policía, en un momento en que ella estaba muy asustada. Y sin embargo, a pesar de verlo simplemente sentado frente a ella, sabía que era mucho más peligroso ahí que cuando gritaba que no iba a volver a la cárcel al tiempo que Patricia y otro oficial apuntaban tratando de persuadirlo.

–Mire Matilde, durante este tiempo en que me fue a ver a la cárcel siempre me pregunté qué quería o por qué lo hacía. Se lo pregunté. Solo me dijo que quería ayudarme cuando saliera. Me pagó el abogado, aunque usted insista en que no lo hizo. Pero no entiendo qué quiere, o cómo nos podemos ayudar.

Lo mejor era mantener la versión de no haber ayudado a conseguir y pagar el abogado, aunque por cierto que lo había hecho o él estaría aún en la cárcel.

–Tú y yo nos parecemos en mucho más de lo que crees –dijo tomando una frase hecha– Los dos nos hemos equivocado. Mucho. Los dos hemos sufrido por eso.

El hombre levantó las manos para hacerla callar.

–No necesito que nadie me hable de errores y esas cosas, mi madre murió hace años.
–Y los errores que cometiste fueron con la justificación de proteger a tus hermanos y a tu tía –replicó ella despiadadamente– mientras que yo cometí errores con la justificación de ayudar a mi hermana a reponerse de las heridas que la deformaron en ese accidente. Yo perjudiqué a personas. Hay muertos por mi causa, porque fui ciega y fui de cabeza contra todo para tratar de hacer las cosas como creía que estaban bien. Y con eso no solo le hice daño a personas importantes, también permití que otras personas se aprovecharan de eso, y que hicieran más daño.

El hombre la miraba sin comprender sus palabras del todo, pero al mismo tiempo asombrado de la frialdad con la que Matilde se estaba expresando. Para ella también era la primera vez que escuchaba su propia voz de esa forma.

– ¿Por qué me dice esto?
–Porque los dos tenemos demonios, que yo haya nacido en condiciones... diferentes, no cambia nada, excepto que yo no fui a la cárcel. Excepto que tú no perdiste a seres queridos.
–No entiendo nada.
–Hay gente que se aprovechó de mi dolor y el sufrimiento de mi hermana, gente que usa a personas como tú como ratas de experimento, y a personas como yo como forma de financiarse. Necesito hacer algo, y la policía no me puede ayudar porque dentro de ellos hay gente que trabaja para esos delincuentes de los que te estoy hablando.

Ambos mantuvieron la mirada del otro durante la explicación de Matilde; esa sería la única oportunidad de conseguir su ayuda.

– ¿Qué clase de delincuentes?
–De los que jamás van a la cárcel –repuso ella sinceramente– roban y matan con ayuda de la ley, la misma que puede matarte a ti si les estorbas, la misma que no hace nada cuando a un familiar tuyo lo matan y nadie sabe por qué. Contra esa gente quiero hacer algo, y contra esa gente necesito que me ayudes. Lo que te ofrezco es el dinero suficiente para que no tengas que hacer nada en muchos años, quizás en toda tu vida. O que le pagues la educación a tus hermanos para que no sean ladrones. O para que hagas el viaje de tu vida. Tú decides. Solo necesito que me ayudes.

El hombre continuaba mirándola, pero ahora su expresión era diferente.

– ¿Cuánto?
–Cincuenta mil dólares.


2


Subir esas escaleras era siempre un trámite doloroso en su interior, y por partida doble. Primero, por la mentira que significaba, y segundo, por la obligación de guardar silencio que se había autoimpuesto.
Un edificio de seis plantas en una zona residencial muy antigua en la ciudad, una reliquia viviente entre calles donde vivían ancianos y extranjeros que siempre estaban de paso, una iglesia derruida cerca y nada más que calles para deambular hasta salir a la siguiente ruta por donde pasaba el transporte público; sin contar con el interés de las grandes tiendas y almacenes, la vida por esos lados parecía haberse quedado treinta años atrás, con un ritmo distinto, con niños jugando en los pasajes interiores, y vecinos saludándose unos a otros al pasar. El almacén de abarrotes de un par de calles al sur invitaba a la nostalgia con su pesa centenaria y el olor que salía de los hornos de atrás, demasiado hogareño, demasiado atractivo para descansar y quedarse ahí. Matilde no hacía nada de eso, sabía que era vulnerable a algunas cosas, y no quería que la tristeza y la melancolía la golpearan más. Allí, al igual que en la casa de aquel delincuente, tenía que ser fría.
El edificio estaba en la segunda casa desde la esquina y orientado al Norte; usando la llave que llevaba oculta en el bolso, Matilde entraba y torcía a la derecha, para tomar las escaleras. Al igual que la mayor parte de las estructuras visibles de ese edificio, estaban construidas en piedra, con tallados y formas que en otros tiempos habían sido hermosos, pero que con el desgaste de los años se habían convertido en tétricas sombras de sí mismos; a ella le parecían incluso adecuados.
Su conversación con Adrián había sido larga y bastante tensa en una gran parte, pero finalmente se habían entendido; el dinero desde luego que llamaba su atención, pero también había una buena cuota de resentimiento en su mente y eso era lo que ella necesitaba; paulatinamente se entendieron, y aunque aún era pronto para decir detalles del plan, consiguió los dos puntos que eran necesarios en esos momentos: el primero de ellos, que siguiera con su vida mientras ella volvía a contactarlo, y el segundo, que entendiera que la gente contra la que iban a enfrentarse era realmente peligrosa, por lo que mantener el secreto era fundamental. Mantener secretos se había convertido en una costumbre de vida durante los últimos meses.
Dos golpes en la puerta de madera, y después silencio. Era solo para mantener una apariencia de normalidad, ya que su visita estaba programada, igual que otras cosas. Unos momentos después la puerta se abría.

–Pasa.
–Permiso.

El departamento era austero hasta más no poder, debido a los requerimientos del lugar y los planes que estaban tejidos alrededor de esa idea; por lo demás no estaría ocupado por mucho tiempo. Una vez cerrada la puerta, la mujer que recibió a Matilde se sentó ante la mesa de madera en una de las sillas a juego que habían sido conseguidas en una tienda de descuentos: en esos momentos llevaba una sencilla tenida compuesta de un vestido veraniego con sandalias y un bolero blanco que cubría sus entonces delgados hombros. Su cabello estaba corto, tinturado de un tono miel bastante sencillo, que iluminaba su rostro de piel morena y los brillantes ojos del mismo color; tener ese color en el cabello era también una forma de mantener la esencia de su ser, que por esos momentos solo se demostraba a través de la mirada. Se trataba de una mujer de alrededor de treinta años, de figura adelgazada por los acontecimientos de los últimos tiempos, pero que mantenía la estructura fuerte que había cultivado durante muchos años; el rostro de piel morena era algo anguloso, de pómulos sobresalientes, cejas de curva gentil y nariz pequeña y ligeramente curva. La intensidad de su mirada solo se dejó ver durante un instante, antes de volver a mostrarse serena y tranquila como de costumbre.

–Matilde.

Mencionó su nombre de una manera ausente, totalmente carente de sentimientos y que Matilde sabía era parte de un entrenamiento que había llevado a cabo de manera intensiva y voluntaria. A veces se preguntaba si ese cambio de actitud estaría metiéndose en su mente, al punto de amenazar con cambiarla para siempre. Pero no podía hablar con ella de otra manera, desde el principio su plan exigía apegarse a las reglas con absoluta rigurosidad.

–Aniara.

Ella también habló con frialdad, como si las dos no se conocieran, como si tan solo fueran dos personas hablando por motivos de trabajo. Carentes de sentimiento.

– ¿Fuiste a hablar con Adrián?
–Sí.

Ambas hicieron una pausa. En momentos como ese parecía que estaban separadas por kilómetros de distancia, tal era la distancia que tenían establecida entre ellas.

–Supongo que hay buenas noticias.
–Está de acuerdo como lo supusimos antes. Va a ayudar en los planes, por lo tanto está de nuestra parte.
–Excelente. Falta muy poco.
–Es verdad.

Tantos meses de callar, de comerse las lágrimas, de desgarrarse la garganta por dentro conteniendo los gritos, el llanto, la rabia y la frustración, y tantos otros sentimientos que a diario acudían a su mente en oleadas continuas. Habría sido igual de difícil, pero sin sus padres permanentemente visitando su nuevo departamento, al menos podría haberle dado espacio a la tristeza y la desesperación; sin embargo, sus visitas todos los fines de semana se convirtieron desde un principio en una amenaza para cualquier cosa que pretendiera hacer, incluso para dar rienda suelta a su tristeza. Al principio las preocupaciones de ambos por ella habían sido magnificadas por el solo hecho de verla abatida y llorosa, lo que hizo que tomara muy pronto la decisión de contener sus sentimientos. El principal problema entonces fue, que no podía controlar lo que le pasaba, y la presencia de ellos hacía aflorar más aún su dolor, de modo que guardó sus sentimientos y decidió callar, callar todo; en ese sentido la decisión de sus padres de no tocar los temas relativos a Patricia le servía mucho, ya que así podía pasar día tras día como una máquina, funcionando correctamente para todos, menos para ella.
La planificación se había llevado a cabo meticulosamente, y uno de los primeros pasos definidos consistía en dejar fuera cualquier tipo de sentimiento, por lo que se vio nuevamente atrapada en una mecánica de fábrica, donde todo sucedía de una manera específica; sabía que era lo correcto, que sin esa preparación no habría podido despojarse de los sentimientos para, por ejemplo, acudir donde Adrián y enfrentarlo como lo había hecho, pero no por saberlo conscientemente, dejaba de sufrir por ello.
Y en ese momento estaba sentada en una sala vacía, frente a Aniara.
Frente a Patricia, su hermana.




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