La última herida capítulo 32: Escaleras arriba



El Domingo 22 de Noviembre fue una jornada común para Matilde, excepto que en la tarde se despidió de sus padres y salió sin darles mayor información del sitio al que se dirigía. No pretendía informarles desde el principio, y por suerte para ella, fuera de la pregunta que le había hecho su madre la jornada anterior, no tuvo que esquivar otro tipo de cuestionamientos.
Seguramente en la mente de sus padres permanecería la duda sobre cuáles eran sus objetivos, pero no era asunto de ellos enterarse de eso; hablar sobre un supuesto novio o pretendiente sería un error infundado, y por otro lado, inventar cualquier tipo de mentira sobre otra actividad la pondría en el campo de las explicaciones y los comentarios, y durante los meses pasados había cultivado con esfuerzo y dedicación una política de hablar solo lo estrictamente necesario, y nada de eso entraba en ese margen.
La visita que iba a realizar no era fácil para ella, y seguramente tampoco lo sería para el hombre que iba a ver, pero estaba convencida de estar tomando las decisiones correctas; antes habían hablado por teléfono, y también en persona, pero sería primera vez que estarían en contacto en terreno neutral, donde ninguno de los dos tendría protección ni apoyo de nadie. Donde ella no tendría ningún tipo de apoyo. Pero todo lo que habían hablado, las cosas que ella le había dicho en ese tiempo y los acuerdos a los que llegaron tenían que servir de algo, gran parte de todo dependía de eso.
Había estado pensando que era muy probable que después de la obra maestra de eliminación de testigos por parte de los asesinos de la clínica, alguien se encargara de seguirla, pero también recordaba, a veces con espantosa claridad, que uno de esos hombres le dijo al otro que ella no era importante, que sin Patricia todo estaba terminado. En eso tenían razón, y en querer investigarla o seguirla durante un tiempo también, pero a decir verdad, nada de lo que ella o quien fuera hubiese querido hacer sería un riesgo para a gente de la clínica, para todas esas personas con tanto poder: sin pruebas de lo que habían hecho, con la clínica convertida en un edificio móvil y las personas directamente involucradas anuladas a tal punto, solo un tonto habría sido capaz de pretender emprender algo en su contra; cualquier acción sería considerada simplemente un acto de locura, al nivel de los desequilibrados que viven en las calles. Tras seis meses la vida de Matilde era completamente normal.
Semanas antes había hecho algunos viajes de reconocimiento a la zona a la que se dirigía en esos momentos para no perderse, y tenía claro su objetivo: la casa estaba a media calle de un barrio residencial bastante antiguo, y venido a menos a decir verdad; seguramente en otros tiempos tuvo gente de esfuerzo que cuidaban de sus calles y plazas, pero al convertirse en parte de una periferia más poblada, las calles y pasajes lucían descuidados, y en varias esquinas se veían jóvenes vagando, aunque por suerte la zona no estaba tan mal como para tener que cuidarse de cualquier persona que viera pasar a su alrededor. De todos modos llevaba un atuendo muy sencillo, compuesto de jeans, zapatillas de diario y una camisa oscura, junto a una pequeña mochila a la espalda y el cabello recogido en una cola. La casa a la que iba no tenía reja ni jardín, solo una deslucida pared de concreto sin pintar. Un momento después de golpear a la puerta de madera alguien abrió y le dijo que entrara.

–Permiso.

Originalmente había pensado que lo mejor era reunirse con él en un sitio distinto y que no fuera del completo dominio de él, pero si en realidad quería ganarse su confianza en los días tan difíciles que se avecinaban, tendría que hacer algo al respecto; de todos modos si algo salía mal, no se perdería mucho.

–Siéntese.
–Gracias.

Ocupó un sillón enfrente de él. De una rápida mirada apreció que la propiedad era sencilla solo por fuera, ya que tanto los muebles como los elementos electrónicos que podía ver eran recientes y por cierto, no precisamente baratos.

–Gracias por recibirme.
–No hay nada que agradecer.

Él le había dicho que era casi un milagro estar vivo, y más aún poder hablar correctamente. A ella también le parecía.

–Supongo que ahora me va a decir la verdad.

El hombre la miraba fijamente, y su mirada era dura e inflexible, aunque en esos momentos estaba tranquilo y se sentía dueño de la situación; Matilde asintió, no era bueno irse con rodeos.

–No podía hablar de algunas cosas cuando nos vimos antes, era muy inseguro.
–En la cárcel la gente habla todo tipo de cosas –dijo él simplemente– eso no significa que alguien ponga atención.

Realmente era más joven de lo que aparentaba, claramente por la forma de vida que había llevado. En ese momento el hombre estaba vestido con un buzo blanco con líneas rojas a los costados, el cabello muy corto y solo un arete visible en la aleta derecha de la nariz.

–Siempre hay gente que pone atención. Más de la cuenta de hecho.

El hombre frunció el ceño. Se notaba que aún en esos momentos desconfiaba, lo cual era lógico desde todo punto de vista. Ya no se podía ir con más rodeos.

–Soy hermana de la policía que estaba en el lugar cuando explotó el camión de gas.

Lo dijo sin poner inflexión en la voz. Eso si lo había practicado, la forma en que iba a decirlo, para que no sonara a una amenaza, pero aún después de haber estado bastante segura de decirlo sin dramatismo ni dolor o reproche, supo de inmediato que todos los sentidos de ese hombre estaban mucho más alerta que un instante antes. Pero estaba en su terreno, desde luego que no iba a comportarse como aquella vez, ni a gritar o desesperarse.

– ¿Qué quiere?
–Ayudarlo –replicó serenamente– ayudarte, y que tú me ayudes a mí. Nos podemos ayudar mucho, por eso te estuve visitando desde que me fue posible.

El hombre lucía mayor que lo que recordaba de él, o tal vez solo era un efecto de verlo acorralado por la policía, en un momento en que ella estaba muy asustada. Y sin embargo, a pesar de verlo simplemente sentado frente a ella, sabía que era mucho más peligroso ahí que cuando gritaba que no iba a volver a la cárcel al tiempo que Patricia y otro oficial apuntaban tratando de persuadirlo.

–Mire Matilde, durante este tiempo en que me fue a ver a la cárcel siempre me pregunté qué quería o por qué lo hacía. Se lo pregunté. Solo me dijo que quería ayudarme cuando saliera. Me pagó el abogado, aunque usted insista en que no lo hizo. Pero no entiendo qué quiere, o cómo nos podemos ayudar.

Lo mejor era mantener la versión de no haber ayudado a conseguir y pagar el abogado, aunque por cierto que lo había hecho o él estaría aún en la cárcel.

–Tú y yo nos parecemos en mucho más de lo que crees –dijo tomando una frase hecha– Los dos nos hemos equivocado. Mucho. Los dos hemos sufrido por eso.

El hombre levantó las manos para hacerla callar.

–No necesito que nadie me hable de errores y esas cosas, mi madre murió hace años.
–Y los errores que cometiste fueron con la justificación de proteger a tus hermanos y a tu tía –replicó ella despiadadamente– mientras que yo cometí errores con la justificación de ayudar a mi hermana a reponerse de las heridas que la deformaron en ese accidente. Yo perjudiqué a personas. Hay muertos por mi causa, porque fui ciega y fui de cabeza contra todo para tratar de hacer las cosas como creía que estaban bien. Y con eso no solo le hice daño a personas importantes, también permití que otras personas se aprovecharan de eso, y que hicieran más daño.

El hombre la miraba sin comprender sus palabras del todo, pero al mismo tiempo asombrado de la frialdad con la que Matilde se estaba expresando. Para ella también era la primera vez que escuchaba su propia voz de esa forma.

– ¿Por qué me dice esto?
–Porque los dos tenemos demonios, que yo haya nacido en condiciones... diferentes, no cambia nada, excepto que yo no fui a la cárcel. Excepto que tú no perdiste a seres queridos.
–No entiendo nada.
–Hay gente que se aprovechó de mi dolor y el sufrimiento de mi hermana, gente que usa a personas como tú como ratas de experimento, y a personas como yo como forma de financiarse. Necesito hacer algo, y la policía no me puede ayudar porque dentro de ellos hay gente que trabaja para esos delincuentes de los que te estoy hablando.

Ambos mantuvieron la mirada del otro durante la explicación de Matilde; esa sería la única oportunidad de conseguir su ayuda.

– ¿Qué clase de delincuentes?
–De los que jamás van a la cárcel –repuso ella sinceramente– roban y matan con ayuda de la ley, la misma que puede matarte a ti si les estorbas, la misma que no hace nada cuando a un familiar tuyo lo matan y nadie sabe por qué. Contra esa gente quiero hacer algo, y contra esa gente necesito que me ayudes. Lo que te ofrezco es el dinero suficiente para que no tengas que hacer nada en muchos años, quizás en toda tu vida. O que le pagues la educación a tus hermanos para que no sean ladrones. O para que hagas el viaje de tu vida. Tú decides. Solo necesito que me ayudes.

El hombre continuaba mirándola, pero ahora su expresión era diferente.

– ¿Cuánto?
–Cincuenta mil dólares.


2


Subir esas escaleras era siempre un trámite doloroso en su interior, y por partida doble. Primero, por la mentira que significaba, y segundo, por la obligación de guardar silencio que se había autoimpuesto.
Un edificio de seis plantas en una zona residencial muy antigua en la ciudad, una reliquia viviente entre calles donde vivían ancianos y extranjeros que siempre estaban de paso, una iglesia derruida cerca y nada más que calles para deambular hasta salir a la siguiente ruta por donde pasaba el transporte público; sin contar con el interés de las grandes tiendas y almacenes, la vida por esos lados parecía haberse quedado treinta años atrás, con un ritmo distinto, con niños jugando en los pasajes interiores, y vecinos saludándose unos a otros al pasar. El almacén de abarrotes de un par de calles al sur invitaba a la nostalgia con su pesa centenaria y el olor que salía de los hornos de atrás, demasiado hogareño, demasiado atractivo para descansar y quedarse ahí. Matilde no hacía nada de eso, sabía que era vulnerable a algunas cosas, y no quería que la tristeza y la melancolía la golpearan más. Allí, al igual que en la casa de aquel delincuente, tenía que ser fría.
El edificio estaba en la segunda casa desde la esquina y orientado al Norte; usando la llave que llevaba oculta en el bolso, Matilde entraba y torcía a la derecha, para tomar las escaleras. Al igual que la mayor parte de las estructuras visibles de ese edificio, estaban construidas en piedra, con tallados y formas que en otros tiempos habían sido hermosos, pero que con el desgaste de los años se habían convertido en tétricas sombras de sí mismos; a ella le parecían incluso adecuados.
Su conversación con Adrián había sido larga y bastante tensa en una gran parte, pero finalmente se habían entendido; el dinero desde luego que llamaba su atención, pero también había una buena cuota de resentimiento en su mente y eso era lo que ella necesitaba; paulatinamente se entendieron, y aunque aún era pronto para decir detalles del plan, consiguió los dos puntos que eran necesarios en esos momentos: el primero de ellos, que siguiera con su vida mientras ella volvía a contactarlo, y el segundo, que entendiera que la gente contra la que iban a enfrentarse era realmente peligrosa, por lo que mantener el secreto era fundamental. Mantener secretos se había convertido en una costumbre de vida durante los últimos meses.
Dos golpes en la puerta de madera, y después silencio. Era solo para mantener una apariencia de normalidad, ya que su visita estaba programada, igual que otras cosas. Unos momentos después la puerta se abría.

–Pasa.
–Permiso.

El departamento era austero hasta más no poder, debido a los requerimientos del lugar y los planes que estaban tejidos alrededor de esa idea; por lo demás no estaría ocupado por mucho tiempo. Una vez cerrada la puerta, la mujer que recibió a Matilde se sentó ante la mesa de madera en una de las sillas a juego que habían sido conseguidas en una tienda de descuentos: en esos momentos llevaba una sencilla tenida compuesta de un vestido veraniego con sandalias y un bolero blanco que cubría sus entonces delgados hombros. Su cabello estaba corto, tinturado de un tono miel bastante sencillo, que iluminaba su rostro de piel morena y los brillantes ojos del mismo color; tener ese color en el cabello era también una forma de mantener la esencia de su ser, que por esos momentos solo se demostraba a través de la mirada. Se trataba de una mujer de alrededor de treinta años, de figura adelgazada por los acontecimientos de los últimos tiempos, pero que mantenía la estructura fuerte que había cultivado durante muchos años; el rostro de piel morena era algo anguloso, de pómulos sobresalientes, cejas de curva gentil y nariz pequeña y ligeramente curva. La intensidad de su mirada solo se dejó ver durante un instante, antes de volver a mostrarse serena y tranquila como de costumbre.

–Matilde.

Mencionó su nombre de una manera ausente, totalmente carente de sentimientos y que Matilde sabía era parte de un entrenamiento que había llevado a cabo de manera intensiva y voluntaria. A veces se preguntaba si ese cambio de actitud estaría metiéndose en su mente, al punto de amenazar con cambiarla para siempre. Pero no podía hablar con ella de otra manera, desde el principio su plan exigía apegarse a las reglas con absoluta rigurosidad.

–Aniara.

Ella también habló con frialdad, como si las dos no se conocieran, como si tan solo fueran dos personas hablando por motivos de trabajo. Carentes de sentimiento.

– ¿Fuiste a hablar con Adrián?
–Sí.

Ambas hicieron una pausa. En momentos como ese parecía que estaban separadas por kilómetros de distancia, tal era la distancia que tenían establecida entre ellas.

–Supongo que hay buenas noticias.
–Está de acuerdo como lo supusimos antes. Va a ayudar en los planes, por lo tanto está de nuestra parte.
–Excelente. Falta muy poco.
–Es verdad.

Tantos meses de callar, de comerse las lágrimas, de desgarrarse la garganta por dentro conteniendo los gritos, el llanto, la rabia y la frustración, y tantos otros sentimientos que a diario acudían a su mente en oleadas continuas. Habría sido igual de difícil, pero sin sus padres permanentemente visitando su nuevo departamento, al menos podría haberle dado espacio a la tristeza y la desesperación; sin embargo, sus visitas todos los fines de semana se convirtieron desde un principio en una amenaza para cualquier cosa que pretendiera hacer, incluso para dar rienda suelta a su tristeza. Al principio las preocupaciones de ambos por ella habían sido magnificadas por el solo hecho de verla abatida y llorosa, lo que hizo que tomara muy pronto la decisión de contener sus sentimientos. El principal problema entonces fue, que no podía controlar lo que le pasaba, y la presencia de ellos hacía aflorar más aún su dolor, de modo que guardó sus sentimientos y decidió callar, callar todo; en ese sentido la decisión de sus padres de no tocar los temas relativos a Patricia le servía mucho, ya que así podía pasar día tras día como una máquina, funcionando correctamente para todos, menos para ella.
La planificación se había llevado a cabo meticulosamente, y uno de los primeros pasos definidos consistía en dejar fuera cualquier tipo de sentimiento, por lo que se vio nuevamente atrapada en una mecánica de fábrica, donde todo sucedía de una manera específica; sabía que era lo correcto, que sin esa preparación no habría podido despojarse de los sentimientos para, por ejemplo, acudir donde Adrián y enfrentarlo como lo había hecho, pero no por saberlo conscientemente, dejaba de sufrir por ello.
Y en ese momento estaba sentada en una sala vacía, frente a Aniara.
Frente a Patricia, su hermana.




Próximo capítulo: Fiesta de gala


Maldita secundaria capítulo 1: Faltan tres meses: Primera parte




Secundaria Santa Sofía del Ángel
Martes 2 de Octubre
Sala de lenguaje. Tercer año

El ruido se apoderaba de la sala durante la tercera hora de clases mientras la profesora aún no llegaba. Santa Sofía del Ángel era una secundaria que llevaba poco tiempo en funcionamiento, era su primer año, y desde un principio el establecimiento había cosechado buenas críticas, tanto por su excelente infraestructura  como por un muy buen modelo de enseñanza. Cuando estaba acercándose el fin del año escolar, todo funcionaba en el establecimiento con total naturalidad, y desde luego los grupos  ya estaban armados y nada dentro de los salones parecía indicar que el Santa Sofía tenía muy poco tiempo como tal; a esto contribuyó desde el inicio una fuerte inversión que se notaba también en el plantel académico, la mayoría de ellos profesores con amplia trayectoria.
Adelante estaba Dani, robusto y fuerte, de piel trigueña, cabello castaño y rasgos agraciados, de sonrisa encantadora y gestos amigables y sinceros; junto a su silla de ruedas estaba Soledad, su mejor amiga, alta, muy delgada y de aspecto frágil, de piel blanca y melena oscura; se habían hecho amigos el primer día, aunque él resultaba siempre tan encantador que no era difícil que las personas empatizaran al poco de conocerlo. La joven bostezaba por el cansancio.

—Ay Dani, estoy muerta; recién está empezando Octubre y la cosa se está poniendo difícil con los estudios.

Dani mientras tanto sacaba de su mochila un texto de estudios.

—Tienes razón, aunque para ser sinceros, todavía no empiezan los exámenes. Imagínate que anoche tuve que ponerme a estudiar en mi casa.

Soledad lo miró con falso rencor. Dani tenía una gran facilidad para los estudios, tanto que habitualmente era señalado como una promesa profesional, aunque él no le daba importancia a esos elogios.

—Mira, para ti tal vez eso sea así, pero las personas normales siempre nos vemos en la obligación de estudiar afuera de éstas cuatro paredes.
—Ay, ni que yo fuera un fenómeno —se defendió él— lo que ocurre es que yo soy ordenadito aquí, y así tengo más tiempo libre cuando salimos de clase, es la mejor forma de que mi vida ande sobre ruedas.

Soledad hizo una pausa y suspiró.

—Como sea, ya están por llegar los exámenes finales, prométeme que no me vas a abandonar.
—Tranquila, te lo prometo.

A un costado de la sala, dos amigas conversaban animadamente; Lorena era de figura grande y corpulenta, de rostro muy agraciado, ojos claros y cabello largo castaño, el que lucía orgullosa con reflejos color violeta; junto a ella estaba sentada Carolina, de baja estatura, delgada, de cabello castaño rizado y actitud fresca y muy femenina.

— ¿Cómo me quedó?

Lorena se sacudió el cabello mientras su amiga la observaba.

—Cielos amiga, te quedó súper. Cuando me dijiste por teléfono que habías usado ese color, pensé que te quedaría horrendo, pero por lo que veo es solo un reflejo, se te ve muy bien.
—Gracias.

Carolina golpeó suavemente la mesa.

—Casi se me olvida, pero te juro que no me lo vas a creer: mi mamá te invitó a tomar el té uno de éstos días.

Lorena se llevó las manos a la boca.

— ¿Qué?
—Te lo prometo.
—Pero si tu mamá me odia Caro. Incluso recuerdo muy bien cuando te dijo ''No me gusta para nada esa amiga tuya tan espiritual" como si yo no estuviera presente.

Pero la otra joven sonrió. Eran amigas desde hacía tiempo y le importaba mucho que su familia no se interpusiera, aunque a veces sus padres eran un poco anticuados; de verdad Lorena tenía un estilo diferente, sabía de cosas sobrenaturales y de la suerte y ese tipo de temas, pero pensar que era una especie de hippie que la arrastraría al desastre era demasiado.

—Lo que pasa es que todo sucede por algo; todo empezó hace unos días cuando por accidente mi madre tiró a la basura un diario de vida que dejé olvidado, y me aproveché de esa situación, así que le hice un escándalo, y le dije que me había roto el corazón —mentira— y así fue como una cosa llevó a la otra, y para contentarse conmigo el otro día me dijo ''Un día de éstos podrías invitar a tu amiga a tomar el té''
—Es increíble.
—Lo mismo digo. Ahora eso sí, hay que aprovechar muy bien la ocasión, ya estoy harta de que no podamos compartir tranquilas por  mi mamá.

Al fondo de la sala estaba Fernando, de figura estilizada y elegante, atractivo y con el cabello negro con un osado corte, junto a Leticia, más baja que él, de rostro común y poco agraciado, cabello lacio, piel pecosa y actitud fuerte y decidida.

—Deberías haberme contado.
— ¿Qué cosa?
—No te hagas la loca que nadie me lo contó, te vi y no me lo contaste.
—No sé de lo que estás hablando.

Fernando se sacudió el cabello con las puntas de los dedos.

—Te vi en el centro comercial con ese rubio, te tenía muy atrapada.

La joven sonrió y se encogió de hombros.

—Ah, era eso. Fernando, pero eso fue solo una cosa que se dio en el momento. No era para escribir un libro ni algo por el estilo.
— ¿Y qué, te propuso algo?
—No, si te digo que fue una cosa del momento. ¿Y a ti te ha salido algo?

Fernando sonrió encantadoramente.

—Ay, el problema es que aquí hay muy poco material de donde elegir, tienes que considerar que no somos tantos. Pero por ahora estoy tranquilo, el año entrante seré un todavía más apuesto joven de cuarto y ahí espero que las chicas de tercero me persigan.

Rieron, pero Leticia miró hacia el otro lado del fondo de la sala; ahí, sentado sobre una mesa, solo, estaba Hernán, corpulento y fuerte, de facciones duras, piel morena y cabeza rapada, concentrado leyendo un comic de Futuro final.

—Oye, pero parece que no todos pueden decir lo mismo.
— ¿Por qué lo dices?
—Por ese Hernán, es extraño —comentó en voz baja— mira, yo entiendo que éste es el primer año en que todos estamos aquí, pero ya está por terminar el año y sigue allí todo autista con las revistas, si apenas ha hablado por algún trabajo, pero nada más.

Fernando levantó las cejas.

— ¿Pero es que no lo sabes?
— ¿Qué?
—Es un rumor —se acercó en tono de secreto— pero dicen que su familia lo obligó a terminar la secundaria en diurna aunque ya está pasado de edad.
—Se le nota que está pasado.
—Claro Leticia, y debe ser humillante que todos estén mirándote y hablando de ti todo el tiempo.
—Debe ser tremendo.

Fernando le dedicó una mirada suspicaz.

—Noto unas miraditas extrañas...
—Por supuesto que no, solo estoy diciendo la verdad.

De pronto se abrió la puerta y entró de inmediato en inspector Vergara, un hombre de más de cincuenta, alto, de porte altanero, de piel blanca pecosa, mirada fría e impecablemente vestido de traje. Cuando entró, en la sala se hizo el silencio. Vergara no era un hombre agresivo ni mucho menos, era sabido por todos que era justo en el trato, aunque si era muy estricto con los estudiantes y detestaba los escándalos juveniles y ese tipo de cosas; nada se le escapaba a la vista, ni siquiera en los descansos, por eso al verlo en sala todos reaccionaron de la misma manera, algunos siendo más precavidos incluso y guardando discretamente los teléfonos celulares por si decidía pasar entre las mesas.

—Buenos días.

Para el momento en que los estudiantes respondieron el saludo en un coro respetuoso, todos estaban en sus puestos por arte de magia. El inspector paseó la mirada por el curso.

—La profesora Martínez va a llegar pronto.

Lorena miró extrañada a Carolina.

— ¿Que estará pasando? —murmuró en voz baja— nunca se aparece por algo tan sencillo.

El inspector volvió a alzar la voz.

—El director San Luis está en su oficina, esperando a las personas que voy a nombrar.

Se hizo un silencio aún más solemne; el director era un hombre bastante amable, por lo que saber que llamaba a alguien era símbolo de problemas, sobre todo si enviaba a ese inspector.

—Leticia Zamora, Fernando San Martín, Lorena Avad, Carolina Guzmán, Hernán Guerra, Soledad Gamez... y Daniel Rodas.

Sin esperar, Vergara salió y dejó la puerta entreabierta; de inmediato todas las miradas se volcaron en los siete a los que habían llamado, pero especialmente hacia Dani, quien no solo era popular por sus excelentes calificaciones y actitud gentil, sino también por pertenecer al reducido grupo de estudiantes que no causaba problemas. De ningún tipo. El primero en reaccionar fue el propio Dani.

—Dani. Me llamo Dani, no Daniel, todavía quedan listas equivocadas por aquí, pero me pregunto que habrá pasado ¿atropellé a alguien?

Se escucharon algunas risas nerviosas, pero Soledad lo reprendió mientras se ponía de pie.

—Dani, no es momento para bromas, nos acaban de llamar de la oficina del director.

Pero él no estaba alterado.

—No creo que sea un escándalo estudiantil o algo así.
— ¿Y eso por qué?
—Solo tienes que ver a los que nos llamaron: Fernando es muy popular, Leticia su amiga, tú y yo que estamos como en el grupo de los tranquilos, Carolina y Lorena que no pueden ser más sanas, y Hernán, que más allá de callado, no es ni problemático ni nada parecido. A lo que quiero llegar es a que si fuera algo grave llamarían a otros.

Quitó el seguro de la silla y se acercó a la puerta, pero antes de salir se dirigió a los demás.

— ¿Alguien podría tomar apuntes por mí?

Varios rieron mientras los siete comenzaban a salir.
Momentos después, el grupo avanzaba lentamente por el pasillo hacia la dirección y ninguno excepto Dani se veía animado. La oficina se encontraba en la sección delantera de la secundaria, al final de un pasillo en el segundo piso, por lo que no era un sitio muy visitado.

—Creo que lo estamos haciendo demasiado difícil.

Nadie le contestó.

—Está bien, reconozco que nos vamos a perder Lenguaje. Reconozco que nos citaron a la oficina del director y Vergara agregó mucho dramatismo a la escena, pero vamos a hablar con el director, ésto no es la Inquisición.

Soledad suspiró. Más atrás, Leticia iba más irritada que preocupada.

—No lo entiendo, ésto no tiene ningún sentido.
—Ésto va a bajar nuestros niveles de popularidad —comentó Fernando— además mira a tu alrededor, éste grupo es muy extraño.
—Es un fenómeno, deben estar haciéndonos trizas por nuestras juntas.

Leticia hizo una mueca de desprecio. Más adelante Soledad puso los ojos en blanco.

—Que desagradable; pero tiene razón en algo ¿por qué ellos?


Más atrás Carolina caminaba muda, Pero Lorena se frotaba los antebrazos.

Se me erizan los pelos —dijo en voz baja — el ambiente está muy cargado y nosotros también. Tengo un mal presentimiento amiga, te lo juro.

Sin embargo la voz de Hernán se alzó entre los otros; el joven pasó entre ellos con mal gesto.

— ¿Por qué no se callan de una vez? Quítense de mi camino.

Pasó entre los demás, apartando a todos de su paso, incluso a la silla de ruedas de Dani, para llegar primero a la puerta de la oficina.

— ¡Ten más cuidado! —le gritó Soledad— fíjate en lo que haces.
—Déjalo —intervino Dani con calma— estoy bien, no te alteres.

Soledad protestó algo más, pero Dani logró calmarla. Mientras tanto, Hernán llegó hasta la puerta de la oficina del director, mirando fijamente el letrero color bronce con su nombre. Antes que pudiera llamar, la puerta se abrió, y ante los siete apareció Vergara nuevamente. Formal, silencioso, frío, aunque casi podría decirse que también triunfante.

—Pasen, el director los espera.

Soledad evitó la mirada del inspector, no solo por lo que estaba ocurriendo, sino porque siempre le había tenido algo de miedo. Era un pésimo momento para que ocurriera algo así, solo faltando tres meses para que finalizara el año, y además de todo, en la secundaria era sabido que los asuntos comunes los veían los inspectores, el director solo se ocupaba de asuntos de verdad graves. La fría y calculada mirada del inspector terminó de cargar el ambiente, haciendo que todos se sintieran aún más presionados. Uno a uno entraron en la oficina, hasta que todos estuvieron dentro y prácticamente alineados. La oficina del director era un lugar muy limpio y espacioso, sin decoraciones grandilocuentes, solo mostrando algunos diplomas en las paredes y un único cuadro, donde se veía a San Luis más joven y formando parte del cuerpo de Bomberos; el director era un hombre de más de sesenta años, de figura grande y maciza, escaso cabello cano, ojos oscuros y rasgos endurecidos por los años de trabajo, pero que tenía una actitud amable y generosa, que era conocida por todos. Vestido de gris, elegante y sobrio, permanecía sentado tras el escritorio con un abrecartas entre las manos. Paseó la mirada por cada uno de los siete, y en seguida miró a Vergara, que todavía no salía del lugar.

—Muchas gracias Javier, puede retirarse.

Los ojos de Vergara brillaron por un instante, pero de inmediato asintió y salió lenta y silenciosamente. Unos momentos después los siete quedaron solos frente al director. El silencio era incómodo para todos, de modo que el hombre mayor dejó a un lado el abrecartas con forma de sable, y se puso de pie, aunque a pesar de lo que todos podían esperar, el hombre mayor no se veía molesto o irritado, más bien parecía preocupado.

—Muchachos. Les agradezco que estén aquí.

Hizo una pausa, que dejó claro que nada de lo que hubieran pensado era lo correcto; lo que fuera que estaba pasando era difícil para él.

—Lamento tener que interrumpirlos, saben que detesto hacerlo, pero ocurrió algo importante y no puedo esperar noventa minutos hasta el primer recreo. Les pido por favor que me escuchen con mucha atención.

Rápidamente las miradas de los siete se entrecruzaron; aunque habían tenido rencillas anteriores y la mayoría no se llevaban, todos estaban en ese momento en una situación similar, y por un instante las diferencias se borraron, ante la duda y la sorpresa. ¿Qué podía ser tan importante como para que los llamara el director en persona, y con tal tono de urgencia? ¿Por qué se veía preocupado en vez de alterado o severo?

—A primera hora de hoy, vino  a verme Adriano del Real.

El nombre le recordaba algo a Fernando, pero no sabía exactamente qué era.

—Por si no lo saben, éste señor fue dueño del terreno y de la construcción en la que estamos, por más de treinta años. Del Real pasó por una crisis económica, y a pesar de que hizo desesperados intentos, finalmente tuvo que aceptar la realidad, y para evitar un remate miserable, aceptó la oferta y se lo vendió a la sociedad Miramar, que construyó casi todos éstos edificios.

Leticia frunció el ceño. Era sabido que la sociedad Miramar había sido la benefactora que ayudó en la creación de la secundaria, de ahí que se convirtiera tan rápido en una institución de calidad, pero nada de eso parecía tener sentido.

—En agosto del año pasado se inició la remodelación del lugar, ya que como saben, antes de la crisis fue un instituto técnico; en fin, aunque para Agosto del año pasado ya no debería estar involucrado, éste hombre se las ingenió para mantenerse en las instalaciones hasta principios de Enero de éste año.
—Director —intervino Dani— disculpe pero ¿qué tiene que ver todo ésto con nosotros?

San Luis hizo una pausa muy breve, y siguió sin dar respuesta directa a la pregunta, aunque no estaba precisamente ignorándolo.

—A eso voy. Necesitaba explicarles todo para que entiendan lo que les diré ahora.

Lorena sintió escalofríos. Siempre había tenido una capacidad fuera de lo normal para percibir cosas, y en esos momentos sentía que lo único que quería, era no escuchar lo que iban a decirle.

—Una vez que Del Real salió definitivamente de aquí, personalmente me sentí aliviado; él no es una mala persona, de hecho tengo una muy buena impresión de él como hombre, pero tiene una sensibilidad exagerada y por lo mismo creo que no es apropiado para los negocios. En resumidas cuentas, para él el instituto era toda su vida, y cuando lo perdió, resultó destruido emocionalmente, y ahora cree que todavía mantiene un lazo de algún tipo con éste lugar.

Carolina no entendía lo que estaba pasando ¿por qué les estaba contando todo eso?

—Adriano del Real está aquí, y necesita hablar con ustedes siete.

Fernando ahogó una exclamación solo porque no quería más problemas de los que supuestamente iban a tener, pero ya recordaba cual era el motivo por el que ese nombre le parecía familiar: había toda clase de historias de su locura, no era simplemente un viejecito inocente.

—Director, ¿nos está pidiendo que vayamos a hablar con ese loco?
—Fernando, no hables así.
—Pero si usted mismo lo dijo.
—Escúchame. Adriano del Real no es una persona peligrosa, solo... necesito que muestren un poco de generosidad y hablen con él, nada más que eso.

Lorena intervino con un hilo de voz. No era eso, no se trataba de ese tema había algo más y podía sentirlo cada vez con más fuerza.

—Director, díganos qué es lo que está pasando.
—Por favor —replicó el hombre con voz suplicante— muchachos, ésta es una situación fuera de lo común, y les prometo que no recurriría a ustedes si no fuera absolutamente necesario, pero él necesita hablar con ustedes, es solo eso.
— ¿Pero por qué con nosotros? ¿Cómo es que sabe quiénes somos?

El director vio que estaba perdiendo la batalla,  pero no podía perder más tiempo.

—Eso es irrelevante. escuchen, les daré el resto del día libre y me aseguraré de que tengan toda la información de las materias del día de hoy. Esta secundaria necesita que todo siga funcionando en paz, y lo único que les pido es que hagan algo por todos nosotros. Por favor, Carolina, Dani, Hernán, Fernando, Lorena, Soledad, Leticia, ayúdenme en ésto.

Dani suspiró.

—Está bien.



Continúa en Faltan tres meses: Segunda parte