La última herida capítulo 31: Un evento poco familiar




Matilde se había levantado muy temprano el día Sábado 21 de Noviembre; sus padres habían llegado la noche anterior por causa de un anuncio de lluvia, y con los ya habituales problemas para trasladarse hacia la ciudad prefirieron evitar contratiempos.

–Buenos días hija.
–Buenos días mamá, buenos días papá.

Su departamento había sido dejado tiempo atrás, y en esos momentos estaba en uno nuevo en otro edificio, a cierta distancia de donde habitara anteriormente. Con el tiempo la decisión había sido la correcta, aunque no lo pareciera en un principio; el departamento estaba en un primer piso y era bastante amplio, con tres habitaciones en total además del cuarto de baño, la sala y la cocina comedor, por lo que resultaba perfecto para las constantes visitas de sus padres los fines de semana.

–Traje tarta de pollo hija, si quieres te sirvo un poco ahora para el desayuno.
–Muchas gracias mamá.

Las mañanas de Sábado eran agotadoras, tanto cuando sus padres llegaban a primera hora como cuando llegaban el Viernes; desde luego sus padres eran madrugadores y la vida en Río dulce no cambiaba eso, de modo que al llegar mantenían esa costumbre. Matilde no iba a discutir con ellos.

–Te dejé frutas sobre el refrigerador, para que tengas para la semana.
–Gracias papá.

Jamás habían estado tan pendientes de ella como en esos últimos cuatro meses y fracción; no habían querido entender que su forma de enfrentar los acontecimientos era distinta, y cualquier tipo de intervención en ese sentido los violentaba profundamente. No podía culparlos.
Al menos podía agradecer que en esos momentos ya era posible hacer algo tan cotidiano como encender el televisor sin ser bombardeados por información de todo tipo, tanto en los noticieros como en cuanto programa de televisión existiera. Si hubiera aceptado ir a las entrevistas a las que fue llamada y cobrado por ello, seguramente podría haber vivido tranquilamente el resto de su vida.

– ¿Quieres jugo?
–De naranja por favor.

Se sentó a la mesa circular de la cocina mientras su padre servía jugo en vasos altos y su madre cortaba otro trozo de tarta. Era enternecedor ver como con el paso de los años la relación entre ellos se había hecho tan fuerte como para que su padre dejara de modo sutil sus costumbres machistas para acompañar a su amada esposa en todo tipo de labores, en ese caso las cotidianas. El amor hacía cosas impensadas.

–Gracias papá.
–Por nada.

Los tres se sentaron a la mesa una vez que su madre terminó de servir tarta de pollo para los tres. En otra época una cocinera de la hacienda había hecho la preparación del pollo y el sazonado, que era sumamente importante, y con el paso del tiempo la receta se había ido traspasando a otros trabajadores, y seguía siendo uno de los platillos más exquisitos de Río dulce.
La vida jamás había sido tan amarga como entonces.
Las discusiones con sus padres habían llegado casi al mismo tiempo que la invasión de la prensa y la policía; por desgracia las comunicaciones parecieron restablecerse de forma mágica la tarde del 27 de Junio, ya que muy poco después de ocurrida la tragedia, fue necesario hacer las llamadas pertinentes. Matilde supo entonces que era posible sentir más dolor incluso del que había sentido mientras rogaba a gritos por la vida de su hermana.

– ¿Puedes pasarme el cuchillo?
–Claro.

La muerte de Cristian Mayorga solo había aumentado el interés de los medios por cualquier cosa relacionada, y ella junto con su familia eran parte medular de la noticia.
Aunque no era lo único que había sucedido.
Los acontecimientos estaban precipitándose desde antes y la prensa no tardó en establecer suspicaces conclusiones acerca de muchos de los hechos. Nada de eso servía de nada en esos momentos.
El vehículo del servicio legal había llegado prácticamente al mismo tiempo que la policía, de modo que la autorización se gestionó casi de inmediato; en esa ocasión Matilde se sobrepuso a cualquier sentimiento de devastación que estuviera experimentando, y no permitió que se le alejara siquiera un milímetro. Las siguientes horas pasaron como en un ensueño, entre paredes blancas, mármol inmune a la sangre y al dolor y un olor indescriptible que parecía meterse por las fosas nasales hasta impregnar el alma y los recuerdos. Las lágrimas se estaban secando adheridas a las mejillas, pero de sus ojos no volvieron a brotar, como si aquellos hombres con trajes blancos se hubieran llevado, algo tardíamente, su capacidad de derramar lágrimas junto con ellos; se negó tenazmente a apartarse, y mantuvo en sus manos la pintura roja que como costras insensibles se secaba y endurecía sobre la piel, ya sin la tibieza que antes anunciaba que la fuente de ese color rojo era un cuerpo vivo con un corazón que latía.
Uno de los hombres del servicio legal le ofreció algo de beber con un calmante, pero la joven no lo aceptó; ya no necesitaba calmantes ni frases de consuelo, a partir de ese momento la vida que conocía había cambiado para siempre, y quería estar despierta y al pendiente de cada detalle, doliera lo que doliera.

–La tarta está deliciosa.
–Me alegro que te guste hija.

La policía se había hecho presente en el lugar de la balacera debido al llamado de los vecinos asustados; el cuerpo de Cristian Mayorga había sido llevado por otro vehículo, seguramente porque los policías querían hacer sus propios trámites de manera particular, a fin de cuentas era parte de los suyos. Alguien le facilitó el teléfono para que pudiera hacer la llamada a sus padres, ya que había perdido el bolso y de todos modos no sabía si después de todo lo ocurrido su número siquiera funcionaría. Se sintió extrañamente desprovista de sentimientos, incluso cuando escuchó los llantos de su madre como música de fondo a la voz helada y quebrada de su padre; solo se limitó a decir lo que debía, y luego cortó.
La policía se dedicó a hacer su trabajo investigativo, mientras que sus padres viajaban a la cuidad; llegaron en poco tiempo, junto con algunos de los trabajadores antiguos de Río dulce que conocían a las hermanas desde pequeñas. En la ceremonia hubo mucho más gente de la esperada, amigos de la familia, de las hermanas, colegas de la unidad donde Patricia se había desempeñado hasta antes del accidente, y muchos otros con los que había trabajado anteriormente; incluso llegaron varios compañeros del trabajo de Matilde además de algunos del instituto. Eliana no apareció. Soraya llegó un poco tarde, pero su presencia fue tan valiosa como siempre, y su abrazo, quizás el primero que despertó en ella una auténtica emoción digna de derramar lágrimas, aunque no llegó a hacerlo. Se contuvo.
Para el momento en que se llevó a cabo la ceremonia era el primer día de Julio, paradójicamente un día con mucha luz, aunque con mucho viento también; en medio de la llegada de los asistentes un policía le dijo que la investigación se estaba llevando a cabo, y que iban a necesitar más declaraciones de ella y de los otros involucrados en los hechos, aunque no eran muchos en realidad. Supo que el funeral de Cristian había sido realizado la jornada anterior, y consiguió que alguien le hiciera llegar el número de su madre, de modo que la llamó brevemente para darle las condolencias previa una explicación de lo que él había hecho por ayudarla. La voz de la mujer, traspasada de dolor, dando las gracias por la llamada, y haciendo patente la calidad humana de su hijo, le atravesó el pecho incluso desde el otro lado de una línea telefónica, haciendo que entendiera que la mejor opción había sido no presentarse ante ella, porque no habría podido soportarlo.
Sin embargo la ceremonia la soportó por un escaso margen.
La culpa y el dolor estaban mezclados en su interior desde el principio, pero las cosas se volvían mucho más complejas conforme las pensaba; no podía dejar de sentir que todo era culpa suya, que ella había acercado a su hermana a la posibilidad de tocar una solución inimaginable, para luego no poder rescatarla del mal que la amenazaba, ni a ella ni a las personas que la rodeaban. Sus padres escucharon la historia lo mismo que la policía, pero Matilde omitió o suavizó algunos de los datos relacionados con la clínica, ya que llegó a la conclusión que nada de eso serviría para aclarar nada, además de la amenaza implícita que significaba tener al superior de Mayorga del lado de la clínica, lo que significaba directamente que en cada nuevo cuestionario podía haber un oído inapropiado. Por otro lado, estaba cada vez más segura de la capacidad de la gente de la clínica para eliminar de su camino no solo a personas, sino que también las pruebas que pudieran inculparlos, o tan siquiera levantar un sutil manto de sospecha.
Lo correcto era respirar, y continuar.
El desconsuelo de sus padres era completamente comprensible, si bien no culparon a Matilde de nada y se esforzaron por hacerle ver que estaban felices de verla con vida; la propia Matilde sabía que las cosas entre ellos jamás serían iguales a partir de ese momento. Tomó la decisión de abandonar el departamento porque ese lugar le producía demasiado dolor y necesitaba un sitio nuevo que le resultara al menos frío y ajeno, con lo que quizás dio la señal equivocada: sus padres decidieron hacerse presentes en la ciudad los fines de semana para estar con ella y acompañarla, sin querer escuchar nada al respecto. Solo hubo una discusión sobre las visitas, y Matilde tuvo la buena conciencia de guardar silencio antes de detonar una bomba de racimo que solo los habría hecho sufrir más: ellos llevarían ese dolor a la tumba, e independiente de lo que pudieran sentir en su interior acerca de las responsabilidades de su hija menor, incluso en caso de creerla culpable, no iban a hacer o decir algo en contra de ella. Matilde se preguntaba en ocasiones si la persistencia en visitarla y ocuparse de ella era para apoyarla, o para sentir que algo en sus vidas era normal. O si pretendían aliviar su conciencia de algún tipo de culpa. De todos modos, fuera de lo lógico cuando ella les contó su versión modificada de los acontecimientos pasados y la única discusión a la que llegaron, no volvieron a hablar de su hija mayor, al menos no con ella. Matilde no sabía si era una especie de trato tácito entre ellos o simplemente que estaban en una etapa de negación, pero no tuvo fuerzas para averiguarlo, sobre todo porque cualquier cosa relacionada con Patricia revivía el ardor de la culpa que sentía en su interior; aceptó las visitas de sus padres cada fin de semana, y que la trataran con cordialidad, comenzando una rutina que no por extraña dejaba de ser real: en la semana hacía su trabajo, cada vez más integrada al grupo y más lejos de ser el centro de las atenciones y las condolencias, se iba a casa y trataba de descansar, y el fin de semana lo pasaba junto a sus padres, viviendo un ambiente aparentemente normal pero en el que sabía que ningún tema doloroso o grave se trataba. Era como estar suspendida.

–Mamá, tengo todo lo que me encargaste la semana pasada para lo del bordado.
–Gracias hija, quería volver a bordar hace tiempo.
–De nada.

Nunca había bordado en realidad, pero cuando ambas eran pequeñas lo hacía para detalles de la ropa como los nombres; probablemente estaba buscando en el pasado lo que no tenía en el presente.
La investigación de la policía, como era de prever, no avanzaba en ninguna dirección, y Matilde en particular no había hecho nada para aportar datos que de todos modos no ayudarían; oficialmente se investigaba alguna posible venganza de delincuentes contra Mayorga, quienes lo habrían encontrado en descampado en medio de un operativo irregular; sobre las acciones del policía, si bien estaba claro que eran irregulares, en ningún momento se puso en duda que fueran por un bien mayor pese a las consecuencias, aunque para Matilde era un intento de aplacar cualquier duda porque otra cosa habría levantado dudas. Ver a Céspedes en las noticias en el funeral con cara de sufrimiento había sido muy duro, pero ella no podía hacer nada, ni siquiera hablar al respecto. Respecto a Antonio no había noticias, lo que a ella le decía que jamás volvería a tenerlas gracias a la intervención de la clínica; sabía que probablemente debería alegrarse, pero con el tiempo había llegado a una especie de paz al respecto: él no era el enemigo. Lo que estaba meridianamente claro era que lo relacionado con los actos criminales de Antonio quedaría suspendido en el aire mientras el involucrado siguiera figurando como persona en posible desgracia, mientras que cualquier delito cometido por el doctor Medel quedaba sin mayor objetivo al encontrarse su cuerpo; también seguía en investigación.
Matilde no podía menos que admirar el trabajo de la gente de la clínica y de aliados como Céspedes y quien estuviera con él. Visto de fuera, parecía un lamentable acto heroico de un policía que empleaba métodos equivocados con mal término, un doctor involucrado en alguna clase de ajuste de cuentas, un informático tal vez metido en líos de dinero con delincuentes peligrosos, y dos hermanas en medio de una serie de acontecimientos desafortunados. Y así quedaría para siempre, hasta que el archivo del caso tuviera tanto polvo encima que nadie quisiera saber el nombre bajo la capa gris.
La doctora Miranda era otro motivo por el que Matilde se sentía culpable: el golpe en la cabeza durante el enfrentamiento con los delincuentes que estaban en la chatarrería era más grave de lo que aparentaba. Matilde sintió horror al enterarse de eso, cuando esperaba que al menos ella no estuviera en malas condiciones. Había daño neurológico, por lo que la mujer había perdido el control de sí misma y casi toda la capacidad de comunicarse, de modo que estaba internada en un centro de tratamiento especializado, y en compañía de su esposo, que sorprendentemente tomó la decisión de acompañarla. Él se mostró sumamente gentil con ella tiempo después cuando le hizo una visita, le agradeció su preocupación y le dijo que era probable que en el mediano plazo Romina volviera a valerse por sí misma, si bien no iba a ser la de antes y jamás podría ejercer su profesión nuevamente; el hombre la amaba profundamente y su determinación quizás consiguiera que los pronósticos se hicieran realidad.
Su amistad con Eliana estaba irremediablemente rota y la joven no hizo esfuerzos por buscarla; entendía, quizás mejor que cualquier persona, que ella tomara la decisión de mantenerse alejada por su propia seguridad antes que seguir las desventuras de otra persona. Además, tenía razón. Soraya era un caso que Matilde no podía determinar claramente, pero si tenía que hacer un juicio acerca de su comportamiento, podía decir que en su amiga se confrontaban el miedo y una cuota de resentimiento; desde su punto de vista, apartarla en un momento duro había sido un golpe, una forma de desconfiar de ella y no lo superaba por mucho que las pruebas dijeran que era lo correcto, y desde luego, el miedo hacía su parte para que la relación no fuera como antes. Hablaban cada pocos días, pero faltaba algo, esa parte lúdica y de comprensión mutua que siempre habían tenido. Matilde no tenía fuerzas para enfrentar conflictos de ese tipo, además que al mismo tiempo sentía que era mucho mejor que Soraya se mantuviera a prudente distancia de ella por mucho que le hiciera falta como amiga.
En un principio pensó en abandonar el trabajo de la misma manera que lo había hecho con el departamento, pero luego vio que eso no tendría sentido y agregaría problemas en vez de evitarlos ya que tendría el estrés de conseguir una nueva ocupación, y desde su jefe directo en adelante todos se habían mostrado tan comprensivos y cariñosos con ella que al final resultaba agradable poder contar con ellos. Por otro lado habían entendido su silenciosa manera de negarse a hablar del tema y eso también era de mucha ayuda. Trabajar le daba un norte a su vida.

–Hija.
–Dime mamá.

A veces sentía que sus padres la miraban largamente, lo que era comprensible por sus silencios; a veces pasaba horas sin moverse, completamente callada, pensando, pero rara vez expresaba sus pensamientos de la manera en que aparecían, porque esas tormentas provocaban exactamente las reacciones que amenazaban la estabilidad de sus padres. Lo mejor era callar y continuar.
La muerte de Miranda Arévalo, cuyo verdadero nombre era Ariana De Rebecco, había tenido lugar mientras sucedían otros acontecimientos, y oficialmente no tenía nada que ver con Matilde ni con la policía; según el informe del forense, la modelo había sido encontrada muerta en su departamento, ahogada en la tina de su baño producto de haberse quedado dormida por consumo de medicamentos. Perfecto, quizás dentro de todo eso, la muerte más perfecta de todas, la que menos llamaría la atención acerca de las horribles maquinaciones de la clínica y que a la vez distraería a la opinión pública. A diferencia de otras modelos, Miranda era muy gentil y amable con los medios y en los eventos en los que participaba y resultaba fantástica en las campañas, de modo que su muerte fue ampliamente cubierta por los medios, contando de su desconocida faceta solidaria al participar en fundaciones y entrevistando a sus compañeros de trabajo acerca de su personalidad; con su muerte opacaban la relevancia de los hechos realmente importantes y eso funcionaba en muchos niveles. Inicialmente Matilde había pensado tratar de comunicarse con sus familiares, pero le llamó muchísimo la atención que no los tuviera, o al menos eso es lo que informaron los medios; investigando un poco más supo que entre la biografía conocida de la modelo, se comentaba que era originaria de una ciudad al norte y de una familia muy pequeña, cuyo padre murió al ser ella una niña. La madre murió tiempo atrás. Fantástico, la más mediática de los involucrados no tenía familiares cercanos, por lo tanto nadie que pudiera reclamar por los informes del forense ni tratar de exigir verdad. Matilde buscó en los videos de la prensa, semanas después, al hombre que había visto con ella la primera vez que la viera luego del accidente de Patricia, pero no lo vio en ninguno de ellos; incluso trató de ubicarlo en videos o fotos de eventos anteriores, pero no estaba en ninguno de ellos, por lo que la lógica indicaba que él podría haber sido silenciado de la misma manera que otros involucrados, pero a Matilde le parecía que en su caso las cosas eran más bien diferentes: sentía que ese hombre era parte de la gente de la clínica  aunque a decir verdad no tenía ningún fundamento para eso; solo lo había visto una vez. Y sin embargo estaba segura de la conexión, y encontraba en su desaparición del funeral la respuesta a esa interrogante; solo podía respirar y continuar.

– ¿Por qué tienes marcado el día de mañana en al calendario?

El 22 de ese mismo mes estaba marcado desde días atrás en el calendario en la cocina, solo un círculo en rojo alrededor del número, pero que resaltaba porque por un lado ella no marcaba fechas, y por otro porque no se celebraba nada. Matilde desvió lentamente la vista hacia el papel colgado en la muralla.

–Tengo que visitar a alguien.

Sin embargo no era la única fecha. Otra fecha, el mes de Diciembre, también estaba resaltada; tampoco en ese caso daría respuestas.

– ¿Vas a visitar a algún amigo?
–Un conocido –respondió enigmáticamente– solo un conocido.



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