La última herida capítulo 30: Dos caminos



Los tres quedaron congelados durante un interminable instante; Matilde se había cubierto la boca con las manos después de soltar un grito de horror al ver que, en un rápido movimiento, su hermana había levantado el brazo y apuntado al policía. Nadie se movió.

–Los chocolates.

Con un rápido movimiento de los dedos giró el arma y se la entregó al policía, que reaccionó y la recibió con un gesto estudiadamente lento.

–Sí, los chocolates.

Patricia volteó lentamente hacia Matilde.

– ¿Por qué no contestas el teléfono?
–Han pasado muchas cosas hermana.
–Supongo que si –dijo vagamente– pero no me siento bien, no sé qué es lo que me pasa.

Matilde no supo qué decir, pero Mayorga intervino.

–Escuche, sé que vino aquí para conseguir medicamentos, déjeme ayudarla; después tenemos que salir de aquí para ir a un lugar seguro, entonces le explicaré todo.

La mujer se quedó mirando a su hermana un largo momento; estaba muy cansada. Pero tenía claros sus objetivos, o al menos estaba bastante segura de tenerlos claros.

–Está bien.


2


Antonio no tenía considerado quedar esposado al vehículo mientras el policía y Matilde iban a buscar a Patricia, o al menos se lo esperaba, pero no con la precaución de cazarle también un pie. Sin embargo y por primera vez en su vida, le sería útil la capacidad de dislocar los huesos de las manos, aptitud que de niño parecía una gracia frente a los otros; se había tardado y resultada difícil, pero finalmente tenía la mano libre, así que se ocupó de buscar en el auto algo que pudiera ayudarle a escapar.

–Vamos, vamos, tiene que haber algo.

Estaba empezando a preocuparse por el paso de los minutos, pero al parecer algo estaba demorando a la parejita y eso de momento le venía estupendamente; estirando el cuerpo todo lo que pudo y tratando de ignorar el dolor de la pierna herida, consiguió hacerse de un clip, con el que empezó a intervenir la esposa que ataba su tobillo. El auto no tenía las llaves en el encendido y en eso el policía había sido precavido, pero una vez libre daba igual como desplazarse, lo esencial era escapar del peligro y estar junto a Matilde mientras buscaba a Patricia era el segundo peor lugar en el mundo después de estar en manos de la policía. Sabía que las oportunidades eran pocas, pero si por azar del destino se abría una puerta cuando pensaba que todo estaba perdido, al menos lo iba a intentar. Logró hacer que la esposa cediera y se dispuso a sentarse en el asiento trasero para recuperar el aliento, pero al levantar la vista vio algo que le congeló la sangre.

–No puede ser...

Era un automóvil blanco con los vidrios ahumados, incluso el delantero. Era de la clínica, de eso no había duda; se agazapó en el asiento para poder mirar sin ser visto ¿Solo  una cuadra de distancia? Era lo mismo que nada, pero tenía un mínimo de espacio para poder reaccionar. Las llaves no estaban en el encendido y con la pierna herida su única alternativa era el auto, de modo que se dedicó a los cables para poder hacerlo arrancar.
¿Cómo habían descubierto donde estaban? Por un momento creyó que podía escapar de las garras de la clínica gracias a que el policía estaba infringiendo la ley y eso no se lo esperarían, pero por lo visto alguien dentro estaba siguiendo sus pasos. Eso era, alguien dentro de la policía, alguien muy cercano a Mayorga era de la clínica, y por eso el grandote se escapó, para evitar que lo mataran. O porque estaba interesado en Matilde, o ambas.

–Vamos, vamos...

Lo que estaba haciendo ese policía era ilegal, por eso estaba de civil y tan nervioso, de hecho había traspasado la línea entre la primera y la segunda visita que le hizo. Tal vez su superior, o su pareja de trabajo o como se le llamara; seguramente le dijo algo a la persona incorrecta y trataron de convencerlo ¿Dinero quizás? Tal vez esa persona le ofreció mucho dinero, pero el muchachito bonito escogió ser honesto, y tuvo que escapar antes que lo mataran. Por eso salieron a hurtadillas de la urgencia, y en ningún momento se comunicó por radio ni habló con nadie.

–Por favor...

Consiguió que el auto arrancara, pero antes de hacer algo más volvió a asomarse. El auto estaba detenido por la misma calle a tan solo unos cuantos metros, y de él descendió un hombre alto, vestido completamente de blanco, con las manos dentro de los bolsillos del cortaviento que llevaba puesto. Era un asesino de la clínica ¿Entonces lo que hablaron acerca de Patricia era mucho más grave de lo que se imaginaba? Por un momento pensó en hablarles y delatar a la parejita, pero de inmediato recordó las palabras de aquella voz diciéndole que no tendría oportunidades. No, no podía confiar en nadie. Sin esperar más, y mientras el hombre caminaba hacia el auto, sujetó el volante con fuerza y presionó el acelerador a fondo.
El cuerpo del hombre chocó contra el auto, pero Antonio no aminoró la marcha.
Vio a alguien más saliendo del auto, creyó ver un arma, pero nada lo detuvo. Esquivó el auto blanco a toda velocidad y siguió conduciendo en línea recta.


3


Los tres estaban muy cerca de la esquina tras la cual estaba estacionado el auto cuando sintieron un chirrido infernal de neumáticos. Mayorga supuso que lo peor había pasado, e inmediatamente corrió hacia la esquina mientras sacaba el arma de servicio. Ya no le importaba Antonio; lo que hubiera pasado con él estaba fuera de su poder, y aunque fuera prácticamente criminal pensarlo, lo que fuera que hubiera pasado con él se lo merecía, o como mínimo era la consecuencia de sus actos. Pero quizás nunca antes había estado tan seguro de algo en su vida, y más aún en su trabajo, en esos momentos no era un policía, era un hombre que estaba dispuesto incluso a transgredir la ley, a cambio de hacer lo que creía correcto. Volvió a pensar en su madre, y rogó al cielo que pasara lo que pasara, ella siempre estuviera bien. Lentamente se acercó al muro exterior de la casa de la esquina, y se asomó cuidadosamente.
El disparo dio de lleno en el pecho y lo arrojó de espaldas como si un ariete lo hubiera golpeado.

– ¡No!

Matilde gritó de horror al ver caer al policía al mismo tiempo que escuchaba el disparo. Inconscientemente había volteado hacia el origen del sonido, y pudo ver claramente al hombre aparecer empuñando un arma.

– ¡No, no!

Volvió a gritar de desesperación al ver que el hombre apuntaba hacia ellas ¿Cómo las habían encontrado? Todo estaba perdido entonces, había encontrado a su hermana solo para morir, lo mismo que habría pasado si no hubiera luchado tanto.
Se escuchó un nuevo disparo.

– ¡No!

Pero Patricia había reaccionado con impensada rapidez, y se interpuso entre el atacante y su hermana. Matilde no alcanzó a hacer nada en esa milésima de segundo, y ambas cayeron al suelo, la menor de las hermanas abrazando a la mayor.

– ¡Patricia!

Cayó semisentada, con Patricia desfallecida en sus brazos. Tenía los ojos en blanco, y en medio del terror sintió como sus manos se manchaban de sangre; había recibido el disparo por ella.

–Patricia ¿por qué? No te mueras hermanita, no te mueras...

Se aferró a ella gritando y llorando sin poderse controlar, olvidando incluso la amenaza del hombre que a pocos metros mantenía la pistola en alto. Su hermana enfocó la vista en la de ella.

–Hermanita...
–Patricia por favor no...

Durante un instante solo la miró con unos ojos tan fijos que podrían perderse en el vacío. Estaba desangrándose en sus brazos sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, pero estaba ahí, mirándola con ternura, la misma ternura con que la miraba cuando eran niñas.

–Hermanita...
–Patricia no... no...

Sus lágrimas cayeron sobre las mejillas desprovistas de color de su hermana. No importaba cuánto hubiera cambiado por fuera, por dentro seguía siendo la misma de siempre, nunca dejaría de ser su hermana mayor.

–Perdón –dijo con un hilo de voz– tenía que hacerlo...

Matilde apretó el cuerpo inmóvil en sus brazos.

–Perdóname Patricia –dijo entre sollozos– perdóname por haberte hecho esto...
–Está bien –repuso lentamente, en un susurro– solo... solo...

Su voz se apagó, y se quedó inmóvil en brazos de su hermana, mientras la sangre de la herida de la espalda brotaba con menos intensidad. Dos mujeres tendidas en el suelo, sangre y silencio después de los disparos.

El hombre que había hecho el disparo estaba a pocos metros de distancia y mantuvo el blanco en la mira.

–Terminemos con todo esto.

Pero otro de los hombres lo detuvo. Por el momento los disparos habrían asustado a las personas del lugar lo suficiente para no hacerlos salir, pero eso no sería por mucho tiempo.

–Espera. Los del otro grupo están detrás del automóvil, tenemos que irnos.
–No he terminado.

El segundo asintió, contradiciendo las palabras de su colaborador.

–La que tenía que desaparecer es ella, esa es la orden. El policía estaba en el camino, pero la mujer no es nuestro objetivo.
–Es ella la que dio problemas.

Se miraron fijo un instante.

–A Dartre solo le importan las pruebas. Y todo morirá con ella, la otra mujer no importa. Déjala vivir.

El hombre bajó el arma, la guardó y se pasó las manos por el cabello, nervioso.

–Está bien. Vámonos de aquí entonces.

Los hombres se subieron rápidamente al auto, y éste emprendió la marcha.

Ya no se movía. Matilde se abrazó desesperadamente a su hermana, luchando con la fuerza de su alma por mantenerla consigo, rogando al universo que no se la llevaran, que le permitieran mantenerla a su lado más allá de lo físicamente posible. No se movía.
La sangre escurriendo entre sus dedos, escapando del cuerpo inmóvil de su hermana, y el sonido del motor comenzando a alejarse. Todo el mundo había desaparecido de sus ojos y de sus oídos, y se concentraba en su hermana, en su amada hermana que no reaccionaba. Sin poder contener las lágrimas que brotaban de sus ojos, con el corazón violentamente azotado por el dolor y la desesperanza, Matilde rogaba, desde lo más profundo de su ser, que las cosas no terminaran así; no podían terminar así, no para su hermana, para la mujer fuerte y noble que tantas veces le había demostrado que ser correcto era lo correcto en la vida. Las cosas no podían ser tan injustas, no podía ser que se cometiera un crimen en plena calle, y que los asesinos escaparan impunemente, llevándose consigo la vida de una persona hermosa, destruyendo todo lo que había construido, destruyendo sus sueños, y a los seres que amaba junto con ella.

–Patricia... ¡Patricia!





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La última herida capítulo 29: La verdad junto a ti




Cristian Mayorga no le había contado a nadie en el cuerpo de policía que había sido fármaco dependiente en la época de la secundaria. Ni siquiera sus padres los sabían. Todo empezó cuando un amigo le dio pastillas que estúpidamente probó repetidamente hasta necesitarlas desesperadamente; cuando perdió el conocimiento y despertó en un lugar que no conocía, vomitado y sin poder ponerse en pie, se asustó tanto que juró jamás haría algo como eso. Dio resultado, pero jamás había olvidado como encontrar unos almacenes de fármacos en las cercanías de lo que fuera un derruido estadio deportivo y que en el presente era un centro de alto rendimiento; como policía sabía que debería dar aviso, pero el miedo de ser delatado de alguna manera, o que alguno de los que conoció en ese corto tiempo pudiera hablar, siempre lo detuvo. Un pecado diario que trataba de pagar con esfuerzo y trabajo. Detuvo el auto a un par de calles de distancia y esposó a Antonio por ambas manos y además del tobillo sano, sin tomar en cuenta las protestas del hombre.

–No me ha dicho dónde vamos.
–Si su hermana está en manos de gente que quiere algo de ella –explicó mientras caminaban rápidamente– no pueden dejarla morir, por lo que necesitarán fármacos para mantenerla estable. Cerca de aquí puedo conseguir información, por favor no diga nada.

Siguieron caminando en silencio. Matilde estaba sorprendida de la capacidad del policía para deducir y tener siempre algo que hacer ante lo que iba sucediendo, aunque estaba claro que las cosas estaban fuera de la ley. No le había dicho directamente que Antonio había salido ilegalmente de la urgencia, pero no necesitaba hacerlo para saberlo, y el riesgo que estaba corriendo, yendo por ahí de civil con un prófugo y corriendo tanto peligro junto a ella hablaba demasiado bien de su persona como para cuestionar cualquier cosa; además en esos momentos era la única persona en quien podía confiar para encontrar a su hermana, y a pesar de todo, la esperanza no moría en su corazón, estaba segura de conseguir algo bueno de todo eso.
Unos minutos después llegaron a una casa, y el policía le hizo algunas preguntas al hombre de edad avanzada que salió, aunque hablaban en código porque no entendió a qué se referían. Un momento después la puerta se cerró.

–No hay noticias aquí. Pero aún podemos ir a otro sitio.
– ¿Dónde?
–A un depósito de medicamentos con los que trabajamos. Tendremos que llegar también a pie, pero será más distancia porque no quiero arriesgarme a que alguien vea a este hombre en las cercanías. Esperemos que todo salga bien.

Matilde notó que algo no estaba bien con el policía, no se estaba expresando como de costumbre.

– ¿Se siente bien?
–Sí, estoy bien.
–No lo parece.

EL oficial sonrió.

–No se supone que usted se preocupe por mí sino al contrario.
–Ha hecho por mí y por mi hermana mucho más de lo que debería –replicó ella sin hacer referencia a lo de Antonio, de lo que ninguno de los dos había hablado– lo menos que puedo hacer es preocuparme por usted, y no se ve bien.

El hombre observó por un momento a Matilde más allá de lo que estaban viviendo, algo que no había hecho en su momento con su hermana. Estaba hecha de acero aunque ella misma no se diera cuenta, pero a la vez era una mujer compasiva y dedicada a quienes creía que necesitaban su apoyo. Pasara lo que pasara, era afortunado por haberla conocido.

–Todos tenemos algunos fantasmas –respondió evasivamente– no es importante, pero se lo agradezco mucho.
–Nada que agradecer.

La imitación de la frase de él lo hizo sonreír un momento. Volvieron a subir al auto.


2


No se estaba sintiendo bien.
No sabía muy bien lo que le ocurría, pero claramente no estaba bien y eso ponía en riesgo sus planes y el anonimato en el que pretendía mantenerse hasta tener una idea clara de lo que estaba ocurriendo.

–Cálmate Patricia.

Por momentos no sabía dónde estaba, y ese maldito sonido dentro de su cabeza no cesaba; tenía las manos y el cuerpo frío, pero no era como el frío habitual, y tampoco se parecía a una baja de presión, era otra cosa que no había experimentado antes.

– ¿Qué otra cosa entonces?

Se dio cuenta de estar hablando en voz alta y miró en todas direcciones; la calle por la que iba estaba casi vacía, de modo que no tuvo que preocuparse ¿sería algún tipo de fiebre, algo relacionado con lo que le habían hecho?
No podía andar hablando por la vía pública, y definitivamente tenía que hacer algo al respecto. Poco antes había intentado comer, pero tenía el estómago cerrado y sintió náuseas al primer bocado, de modo que lo dejó y se ocupó de hidratarse, eso le caía mal también pero al menos podía soportarlo e ingerir líquidos era lo más importante en ese momento para seguir funcionando. Mientras caminaba se cruzó de brazos, casi rodeando el torso con ellos, intentando dar calor a su cuerpo, pero tenía una especie de insensibilidad en la piel, las manos parecían estar adormecidas. Además le costaba caminar con rapidez. Claro, como si la estuvieran esperando.

– ¿Dónde...?

Se guardó la pregunta cuando notó que estaba hablando en voz alta nuevamente; no lo necesitaba, era de hecho bastante importante guardar silencio y aparentar ser una persona normal caminando por la calle.

–Yo...

¿Cuál era su destino?
Por un momento que le pareció muy largo estuvo detenida cerca de una esquina, sin saber lo que iba a hacer o el destino de sus pasos; después lo recordó, pero las cosas se hacían cuesta arriba, parecía que estuviera quedándose dormida poco a poco a pesar de no tener sueño. Tal vez algún efecto de medicamentos, o resultado del ataque que había sufrido, pero estaba entendiendo que necesitaba mantenerse despierta y atenta. Tendría que hacer una parada en un sitio en donde podría conseguir algo para sentirse mejor.


3


El siguiente viaje había sido una discusión constante con Antonio; éste comenzó a demostrarse preocupado por la demora y a suponer que todo era una trampa para sacarle información. Por suerte la discusión cuando Mayorga le dijo que ya que había infringido la ley para sacarlo de la urgencia, muy bien podía arrojarlo a un canal para que se ahogara. Después de eso siguieron el viaje en silencio, hacia el nuevo destino, por lo que el oficial no se molestó en quitarle as esposas.

–No vaya a ninguna parte y trate de no llamar la atención.

Antonio le dedicó una mirada resentida.

–Es difícil moverme.
–No vamos a tardar tanto así que no se queje.

Antonio dijo algo más pero el policía ya había cerrado la puerta. Comenzaron a caminar alejándose del lugar donde estaba estacionado el auto.

– ¿Qué va a pasar con Antonio?
–Voy a ayudarlo a salir del país.
– ¿Qué? Pero eso no puede ser, es un criminal, no puede ayudarlo a...
–Matilde –la interrumpió él– sé que no es la decisión correcta para él, pero es lo único que nos permitió tener esa información, jamás se la habría dicho a la policía de manera oficial porque eso aumentaría el peligro, y dado como han sucedido las cosas le creo.

Matilde suponía algo como eso, pero de ninguna manera algo tan extremo. Sin embargo y pensando fríamente, no tenía argumento válido para criticar o estar en contra de esa decisión, y por otro lado lo mejor sería mantener a Antonio lo más lejos posible de ellas.

–Lo lamento, no quise sonar dura con usted.
–Tiene razón en serlo –concedió el hombre– pero de momento es lo único que podemos hacer que nos mantiene en un umbral de seguridad aceptable, o al menos mientras no nos encuentre alguien.

Se alejaron varias cuadras hacia el almacén del que había hablado Mayorga anteriormente. El lugar no era más que una bodega en una casa que aparentaba ser común y corriente, salvo que estaba habitada por personal contratado por la policía; eso significaba algún tipo de seguridad, aunque por precaución Cristian prefirió pedirle a Matilde que se quedara un poco retirada. Como la vez anterior volvió sin éxito.

–Lo siento, aquí tampoco hay información que nos sea útil.

Ninguno de los dos habló mientras caminaban de regreso al auto; en ese momento no era necesario decir que si el presentimiento del policía estaba errado, tenían las mismas posibilidades que antes, es decir ninguna. A medio camino Matilde se detuvo, lo que hizo que él la enfrentara.

– ¿Qué vamos a hacer?
–No lo sé Matilde, pero voy a pensar en algo, le prometo que voy a pensar en algo, no puede quedar así.

Sin pensarlo se había acercado más, y estaba justo frente a ella, las manos sobre sus hombros, intentando de alguna manera transmitirle calma, aunque él mismo no estaba seguro de nada. Durante un momento ambos permanecieron en silencio ¿Qué estaba haciendo? No podía tener ese tipo de actitud, era irregular y además era absurdo, solo producto del nerviosismo y de las cosas que habían dicho; debía mantener la mente clara y alejada de cualquier tipo de confusión.

–Yo...

La voz se le quebró. No debía hacer eso, lo que era correcto era mantener una distancia prudente y ser sensato. Pero parecía que no podía dejar de mirarla. Cuando se percató, el cañón del arma estaba apuntando a su rostro.

–Suelta a mi hermana.

Matilde dio un salto al percatarse de la presencia de otra persona junto a ellos, pero su sorpresa fue mayor al mirar a la mujer frente a ella. Estaba vestida de un modo muy extraño, pero la reconoció.

– ¡Patricia!

Dio un grito de alegría, y sin pensar en nada se arrojó a abrazarla; el policía no alcanzó a reaccionar a mantenerlas a distancia o prevenir del arma apuntando y se quedó un milisegundo congelado, aunque por suerte las dos mujeres se abrazaron sin que el arma se disparara. La joven rompió en llanto al poder abrazar a su hermana.

–Patricia, estás viva, no sabes cuánto te he buscado hermana...

Patricia devolvió quedamente el abrazo, sin quitar la vista del hombre; no estaba segura de haberlo visto antes ¿Por qué no se alegraba de ver a su hermana?

–Matilde...

Matilde se separó un poco para poder mirarla a los ojos; en ese momento no importaba nada más, solo tenía espacio en su ser para la alegría de ver nuevamente a su hermana después de tanto sufrimiento. Secó las lágrimas de sus ojos para no dejar de verla.

–Estás viva, tuve tanto miedo.
–Estoy bien.

De inmediato Matilde notó que no estaba bien. Estaba muy pálida y tenía la mirada perdida.

–Patricia dime cómo te sientes.
–Estoy bien. Dime quien es ese hombre.

El policía mantuvo la distancia y eligió una postura corporal relajada para no parecer amenazante, aunque internamente le estaba pareciendo a cada segundo más peligroso que ella tuviera un arma.

–Cristian Mayorga.

Patricia se separó de Matilde y caminó hacia él con pasos lentos y torpes; el policía no quitaba la vista del arma ahora en el brazo al costado del cuerpo y el seguro descorrido, sabiendo que si ella decidía disparar probablemente no tendría tiempo de sacar el arma que había puesto en el cinturón a la espalda.

–Mayorga.
–Usted me conoce –respondió sinceramente– he estado tratando de ayudar a su hermana a encontrarla.

Matilde se quedó inmóvil al ver la mirada de Mayorga. Había comprendido que no debían sobresaltarla, y en ese momento era el hombre quien podía hacer que su hermana reaccionara; estaba rebosante de felicidad al verla nuevamente, viva y consiente, pero pasado el segundo de alegría, las preguntas comenzaban a aparecer en su mente con espantosa rapidez, y también los miedos. Se veía distinta y a primera vista no estaba bien, quizás afectada por los malestares de los que habían hablado antes, pero sostenía en arma en la diestra con asombrosa firmeza.

–Mayorga.
–Soy yo, no quiero hacerle ningún daño Patricia.
–Te conozco.

Estaban a dos pasos de distancia. El policía vio la mirada de ella,  muy fija en él pero a la vez haciendo veloces movimientos al resto el cuerpo, y supo que estaba preparada para todo a pesar de su estado.

–Solo quiero ayudarla Patricia.
–Eres policía.
–Lo soy –repuso lentamente– estamos aquí por usted, queremos ayudarla, por favor ponga el seguro en el arma.

Le estaba costando pensar. Pero Matilde estaba bien, y eso tenía que ser lo importante ¿Por qué estaba ahí? Continuaba mirando al policía, esperando algo, sin tener claro lo que estaba sucediendo, pero sabía que lo conocía, era Mayorga, el arrogante novato que había perdido el arma. El de los chocolates.

–Eres tú.

Mayorga asintió. Necesitaba que le pusiera el seguro al arma, y que todos dejaran de estar a campo traviesa en medio de la calle, porque si bien era bueno que la hubieran encontrado, su aparición por propio pie suponía una serie de preguntas adicionales, y hacía que el peligro confluyera en un solo punto.

–Por favor ponga el seguro, todo está bien.

Patricia estaba inmóvil ante el hombre y dándole la espalda a su hermana, que no se atrevía a moverse para no provocar algún contratiempo.

–Patricia, por favor ponga el seguro.

No estaba resultando. La mujer estaba en una situación claramente compleja, al parecer estaba en shock, lo que por cierto no era extraño considerando los acontecimientos que había vivido, pero eso solo aumentaba el riesgo en esos momentos; no era un delincuente, era una víctima, lo que indicaba que el miedo podía hacerla mucho más peligrosa que a una persona en estado normal con un arma, y a eso agregaba el peligro de ser policía y por lo tanto tener conocimiento de los movimientos del cuerpo humano en situaciones de tensión. Si él hacía cualquier movimiento inesperado, la reacción era inesperada, y si no lo hacía, probablemente también.
La mujer armada levantó el brazo armado hacia el policía.

– ¡Patricia no!



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