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No traiciones a las hienas Capítulo 10: Ante un gran jardín



Gotham. Ahora.

Haber visto su rostro no resolvía las dudas que había tenido hasta entonces, más bien las multiplicaba. Esto no podía estar pasando, era imposible, por completo imposible. Llevaba una camisa y pantalones de pana con zapatos de vestir a juego, en colores pastel, nada espectacular ni llamativo, pero con esa tenida sencilla parecía otra persona.

—Reconozco que te convertiste en un problema más grande de lo que esperaba. Aunque a decir verdad tú siempre eres un problema. Me sorprendió mucho que no desistieras a pesar de mis intentos, sé que la ambición es lo que te mueve, pero juzgué mal tu lista de prioridades; pensé que ante el riesgo o una amenaza pondrías en primer término tu seguridad, y no las cosas que podías conseguir. Claro, en ese momento no sabía lo que había ocurrido en New York, pensé que sólo se trataba de tu ansia desmedida.

Las últimas palabras las dijo con una ligera sonrisa, su mirada sin embargo destellaba determinación.

—En cuanto comenzaste a hacer investigaciones y meter tu nariz más allá de lo normal me preocupé, y pensé que las cosas tal vez no eran como yo las imaginaba, perdí tiempo haciendo preguntas y averiguando cosas sin llamar la atención, así que cuando descubrí que tu vida soñada en esa ciudad estaba hecha trizas no tardé en comprender que tú habías sacado las cuentas en tu beneficio, y que por lo tanto no estarías dispuesto a salir de Gotham, no con las manos vacías.
Reconozco que mis acciones fueron lentas en un principio, las cosas estaban complicadas en la ciudad con la aparición de ese lunático de Red Hood, Máscara negra echando fuego por los ojos, cambiando los planes, los destinos de los embarques y las formas de vigilancia a cada rato, tenía que caminar con cuidado durante todo este tiempo; el principal factor de éxito en mi desempeño ha sido mantener este bajo perfil.

Se sentó sobre el suelo, con las piernas cruzadas: la distancia suficiente para que él pudiera ver su rostro. Lo contempló un momento en silencio, antes de continuar con su monólogo.

—El bajo perfil ha sido siempre mi mejor arma, y tal vez tú deberías saberlo, pero desde luego siempre has sido demasiado importante como para prestar atención a los detalles; siempre fuiste demasiado importante como para notar a alguien a tu alrededor que permaneció siempre en un segundo plano, tras las sombras, teniendo la misma importancia que un mueble, que te sirve para un fin específico, pero al que no consideras para nada más. Tal vez podrías haberlo supuesto, quizás un análisis detallado de ese primer mensaje te habría permitido descubrir más que todas tus correrías por la ciudad, pero aunque corrí un riesgo imprudente, tuve la oportunidad de comprobar una vez más tu increíble falta de atención por alguien que no seas tú. Pudiste haber hecho aunque fuese una mínima relación o tenido una sospecha ¿cómo puede ser que no hayas identificado la letra de tu madre?

La última pregunta no la hizo con tono de reproche, más bien se escuchó como una suerte de burla. La perfecta letra casi escrita con caligrafía, cada uno de los caracteres individuales correcto, de las dimensiones correspondientes, al mismo tiempo tan bien redactado, pero tan común, la letra que podría haber sido admirada pero que en cambio había sido ignorada.

—Supongo que debes estar pensando que esta es una de esas situaciones en donde tu enemigo habla y habla sin cesar, hasta que tú tienes la oportunidad de escapar o hacer algo en su contra ¿sabes qué? Eso no va a pasar.

Era imposible. Todas las cosas que no encajaban desde el principio, la sensación de que alguien lo estaba vigilando, alguien que conocía su rostro y antecedía sus pensamientos. Quería gritar, zarandearla o al menos correr, irse de ahí lo más lejos que pudiera, pero estaba inmovilizado por completo.

—Debes tener ganas de gritar y por supuesto de huir de aquí, o acaso en el fondo de tu ser quieres echarme las manos al cuello y ahorcarme. Nada de eso va a pasar. Pero no quiero que te quedes en la ignorancia, te entregaré la información que necesitas; nunca estuviste presente ni te preocupaste a lo largo de todos estos años, pero Steve, tienes que saber que ahora vas a escuchar cada maldita palabra que voy a decirte, ahora que eres un hombre vas a hacer lo que no logré que hicieras cuando eras un niño, te vas a quedar quieto y vas a prestar atención a todo lo que te diré.
A lo largo de tus investigaciones en la ciudad debes haber sabido acerca de los sujetos que limpian las calles, los que preparan el terreno para que los cargamentos de los grandes empresarios puedan llegar a destino; estoy segura de que también debes tener una idea acerca de los traficantes menores y los informantes, pero es improbable que alguien te haya hablado de los informantes fantasma, todas esas personas que están ocultas tras una apariencia común y cuyo principal trabajo es vigilar al resto, tanto a los delincuentes como a los civiles. Piensa en esto como un simple control de calidad, si hay un limpiador de calles que ofrece dinero por silencio, debes saber si todo el dinero que destina a ese tipo de soborno se usa de verdad para el fin último que se le ha destinado; es un trabajo sencillo como te darás cuenta, pero exige ser metódico, silencioso, no estar rodeado de personas que puedan significar un problema o que llamen la atención. Nosotros trabajamos para los mandos altos, sin que nadie sepa quiénes somos además de ellos. ¿Que podría ser mejor que un ama de casa? Una vecina chismosa aquí, un dueño de un pequeño negocio de barrio allá, y resulta que tienes una red de información a la cual ni siquiera tienes que pagarle; desde que eras un niño intenté que fueras silencioso, que no llamaras la atención. Con el potencial que tenías desde pequeño y la herencia genética de tu padre, creí que sería sencillo lograr que te convirtieras en un muchacho educado, obediente y que pudiese ampliar esto al nivel de un negocio familiar. No, si te lo estás preguntando, tu padre nunca supo nada de esto, su forma de ser era útil para mis objetivos porque jamás se metía en cosas que no le correspondieran, yo podría haber dejado un libro lleno de información sobre una mesa y él no lo habría abierto si no era su asunto, pero al mismo tiempo no me servía para involucrarlo, siempre tuvo ese sentido de la moral tan alto.
Tú habrías podido continuar con mi trabajo e incluso ampliarlo, porque siendo hombre y joven habrías podido acceder a lugares y puntos de control en donde una inocente ama de casa como yo no tenía oportunidades sin llamar la atención ¿quién sabe todo lo que habrías podido conseguir sólo siendo distinto? Pero de este pequeño fuiste rebelde, siempre quisiste ser el centro de la atención, y no te bastaba con lograrlo, tenías que salirte con la tuya en lo que sea que pensaras; comportándote de esta manera no serías de ninguna utilidad para mí, el riesgo de que te involucraras en trifulcas o cualquier clase de conflicto era demasiado alto, no sabes el alivio que sentí cuando te fuiste de la ciudad, de verdad fue como un premio para mí, porque a partir de ese momento tuve la posibilidad de trabajar tranquila, aprovechando los tiempos en que tu padre estaba ausente, trabajando. El papel de madre amorosa era mucho más fácil de representar cuándo tú no te encontrabas presente, te aseguro que fueron 10 años muy satisfactorios, aumenté el dinero en mi cuenta y la confianza que la mano derecha de Kronenberg tenía en mí era algo seguro. Obviamente a lo largo de los años fui haciendo algunos favores, traficantes o espías de poca monta que cometían algún delito menor no eran acusados por mí, a cambio de comprometerse a realizar en algún momento alguna gestión que yo les pidiera, sin contárselo a nadie y sin hacer preguntas.
Me costó, pero lo logré persuadir a tu padre de aceptar el trato con El amuleto con la excusa de tener más dinero disponible para que te regalara el auto con el que venía insistiendo hace tanto tiempo, y estaba confiada en que ese delincuente de mala muerte se iba a limitar a hacer lo que le correspondía. Pero empezó a averiguar más de la cuenta y terminó por descubrir las dos cosas que lo habrían convertido en un criminal mucho más grande: primero, haciendo averiguaciones en el ayuntamiento llegó a la conclusión de que podría apropiarse de la empresa de tu padre, y segundo, lo más peligroso, hizo tantas rondas de seguimiento por su cuenta que de forma inevitable me encontró hablando con un informante ¿te imaginas lo que habría sido que ese sujeto terminara conmigo? Si le decía a Kronenberg que yo tenía una serie de delincuentes menores cumpliendo determinadas labores a sus espaldas, mis segundos estarían contados. Así que tuve que actuar rápido, pero aunque este tipo nunca se dio cuenta, sus acciones no lo beneficiaron mucho; después de engañarlo y atraerlo a un lugar en donde fuese vulnerable, hice que bebiera un trago con una sustancia que lo puso a dormir de inmediato, estas sustancias son muy útiles, son compuestos a base de hierbas que alguien consiguió para mí. Después de eso sólo fue necesario comprar algunos favores y hacerle creer a tu padre que quienes lo habían atacado eran El amuleto y sus secuaces en persona, y a la mano derecha de Kronenberg que su trabajador había decidido hacer negocios por su cuenta. Siguieron la pista que les entregué y localizaron la cuenta de El amuleto, en la que obviamente no se encontraba el dinero porque yo misma lo había trasladado antes.

Hablaba a un ritmo constante, como si tuviera prisa por ser muy clara y al mismo tiempo estuviera disfrutando su exposición. Sus palabras eran medidas y bien pronunciadas, como si estuviera enseñando algo a un público que está atento, por lo que no necesita subir la voz, pero sí mantener la actividad para no perder una sola mirada.

—Es increíble que en este mundo nunca te sales del negocio al que has entrado, pero ante esta situación, donde uno de sus trabajadores se volvía en su contra y perjudicaba a otro, aceptaron concederme un tiempo, algo así como un duelo; con el amuleto muerto y la culpa sobre sus hombros este asunto podía darse por terminado, yo tendría a mi disposición unos días para descansar y dejar que todo pasara al olvido. Fue una desgracia tener que llamarte, es sólo que estaba convencida de que no ibas a venir, e incluso cuando lo hiciste, supuse que después de representar tu papel de hijo sufrido por el destino de su padre, volverías a tu vida y lo que te importaba. Pero te quedaste, y eso provocó nuevas complicaciones: si empezabas a hacer preguntas inapropiadas, o peor aún si encontrabas respuestas, las cosas podían ponerse complicadas para mí, tenía que actuar rápido ¿por qué me miras así, hay algo que quieras preguntarme? No, el mensaje escrito en ese perro no era para ti, en ese momento aún pensaba qué estabas a punto de irte, dejé programado eso desde antes para darle más dramatismo; de hecho, para ser sincera, cuando fuiste a verme pensé que había conseguido impresionarte lo suficiente como para que te largaras de una vez. ¡Cielos! Casi me reí con el asunto de la cadena, era como una película de los 50; sin embargo hubo algo en ti ese día, una actitud que me hizo sospechar, me pareció extraña tu insistencia, así que cobré algunos favores más y de esa manera confirmé que tus maravillosos negocios en New York estaban por completo arruinados, de verdad que era una gran molestia, sobre todo cuando al poco ignoraste también la otra amenaza escrita. Casi al mismo tiempo descubrí que ese infame de Carnagge había conseguido material de tipo militar, y mis informantes me decían que tú seguías deambulando por la ciudad. No me preguntes cómo, pero de alguna manera supe que esos dos hechos estaban relacionados, tal vez porque Carnagge y Kronenberg tuvieron una serie de conflictos en el pasado; en parte te subestimé, porque pensé que con pasar la voz de que un merodeador andaba por las calles de Gotham sería suficiente para que te eliminaran, pero demostraste que te habías entrenado lo suficiente como para convertirte en una mosca demasiado cerca de la comida. La aparición de ese amigo tuyo me sirvió de maravilla a pesar de que todo fue muy apresurado; había llegado un momento en el que no podía confiar en nadie, cualquier paso en falso me haría caer de la forma más estrepitosa; no podía continuar confiando en informantes o delincuentes menores, así que decidí terminar con todo a través de un método que resultaría infalible con alguien como tú: me reuní con una chica de vida fácil, y estaba dándole las instrucciones correspondientes para que te atrajera e hiciera el trabajo, cuando de pronto apareció ese amigo tuyo ¿puedes creer que me hizo recriminaciones? Me dijo que estaba loca, que mi forma de actuar y las cosas que te había ocultado eran un crimen y una ofensa, realmente estaba inspirado cuando me dijo todas esas cosas. Pero por suerte le quedaba la cantidad de ingenuidad suficiente como para creer en mi arrepentimiento, es increíble cómo a veces repetir un truco da tan buenos resultados; para el momento en que descubrió que mis lágrimas eran fingidas ya había ingerido un líquido con un componente específico, con la cantidad suficiente como para perder el conocimiento, y permitirme inyectarle la droga que lo hizo perder la memoria de las últimas horas. Parecía que al fin todo estaba controlado, pero entonces enloqueciste y se te ocurrió hacer esas pinturas en las paredes ¿te sorprendería si te digo que estaba muy cerca cuando hiciste la primera de ellas? En ese momento supe que no tenía otra alternativa que enviarte el mensaje y entregarte el maldito dinero por el que me habías hecho pasar tantos problemas; como te darás cuenta, Steve, tenía controlada una situación pero surgía otra más, y es que hasta entonces Kronenberg y sus lugartenientes no habían prestado atención a conflictos menores como esas peleas en las que te viste involucrado, pero el graffiti con sangre en la pared resultaba por decir lo menos preocupante. El amuleto estaba muerto, tu amigo se había ido de la ciudad y tú también ¿cuánto tiempo más podría mantener las miradas lejos de mí? Entonces supe que había sólo una forma de eliminar todo tipo de sospecha, se trataba de la fórmula más riesgosa y por lo mismo la más efectiva: para ser sincera, la muerte de tu padre me pareció bastante triste pero era absolutamente necesaria, en esta ocasión fui a hablar en persona con uno de los hombres más importantes al servicio de Kronenberg y le conté lo que había descubierto con la condición de ser yo quien se hiciera cargo.

La mujer se levantó suspirando, aliviada.

— ¿Sabes algo? Es cierto lo que dicen, uno se siente aliviado y renovado cuando habla de las cosas que tiene en mente, tantos años callando y manteniendo las apariencias, y ahora es como si todo pudiese empezar de nuevo; en realidad creo que va a ser así.


Gotham. Tres meses después.


Miranda y Arnette se dieron un estrecho abrazo sin hablar durante varios segundos.

—Estoy sorprendida querida, te ves muy bien.

La joven ahora llevaba el cabello corto, cayendo de forma libre enmarcando el rostro; un cambio físico necesario por los tratamientos, tan sólo una pérdida menor.

—A veces yo también me sorprendo —repuso la joven—, después de lo que sucedió, resulta bastante increíble casi no presentar secuelas.

Ambas comenzaron a caminar por la calle rodeada de jardines de pasto bajo y muy bien recortado; en algunos puntos había pequeños grupos de flores que se mecían con el viento otoñal. Era un enorme jardín verde, en donde se escuchaba el silencio y el sonido del viento casi durante toda la jornada, interrumpido sólo por algún ave trinando en las copas de los árboles que cercaban el gran lugar.

—Me sorprendió mucho tu llamada Miranda, pensé que no querías volver a esta ciudad después de lo que pasó.

La joven suspiró mientras recorría el amplio lugar con la mirada.

—Supongo que de alguna manera tenía que dar un final a esta situación.
—Pero no es fácil para ti.
—Es mucho más difícil para usted Arnette, parece como si los últimos tres meses fuera en tan sólo unos segundos.

La mujer del mayor se estremeció, cruzándose de brazos.

—No puedo dejar de sentirme culpable por lo que te ocurrió.

Miranda había estado en un intensivo tratamiento para recuperar sus aptitudes; Sam había sido fundamental en ese proceso, alimentando su orgullo, haciendo que se sintiera capaz de salir adelante. Primero fue volver a hablar, luego caminar, y aunque el tratamiento no había terminado en su totalidad, ya era una mujer autónoma de nuevo. El resto sería recuperar aspectos más finos de la vida cotidiana. En comparación con la madre de Steve, no había perdido tanto.

—Por favor, ya hablamos de eso.
—No, es que es la verdad. Así es como me siento —repuso Arnette en voz baja—, habíamos mantenido contacto durante todos estos años, yo hablaba contigo con la misma familiaridad que cuando eras una muchachita, sentía que de alguna manera compartía el éxito de la vida de Steve en Atlanta a pesar de no estar ahí, y que a través de ti que habías sido tan importante para él cuando jóvenes me encontraba un poco más cerca de él. Un día, a través de una antigua conocida que tenía un hijo viviendo en Atlanta, descubrí que Steve no sólo no vivía en esa ciudad, sino que además nunca había estado en la universidad de la que me hablaba en sus mensajes; casi de forma instantánea sucedió el ataque a mi esposo, y yo estaba desesperada, no sabía qué hacer ni en quién confiar; pensé que tú con tu entrenamiento militar sabiendo mucho más del mundo exterior que yo podrías hacer algo por ayudarlo, pensé que si esos hombres habían sido capaces de atacar a mi esposo perfectamente podían estar detrás de la ida falsa de Steve. Mi amor de madre me cegó, y pensé que él era una víctima en todo.
—No es su culpa.
—Es difícil para mí pensar eso después de todo lo que ha pasado. Te llamé de forma tan urgente porque pensé que eras la única que podía ayudarme a poner a salvo a mi familia, jamás pensé que terminarías siendo una víctima más de él.

Miranda no respondió de inmediato; volver a Gotham había sido duro, y volver a ver a Steve en un momento en que su relación con Sam tambaleaba por causa de sus diferencias en el trabajo aún más. Hasta entonces nunca había dimensionado lo importante que se había vuelto su existencia, aunque fuese de forma remota, por causa de las constantes conversaciones telefónicas con su madre; guardar silencio y no decirle el motivo de su investigación había sido una exigencia de Arnette, que tras confesarle sus temores le rogó que no lo involucrara en el asunto, que tenía miedo de que a su único hijo le sucediera algo al igual que a su padre, sólo por el hecho de saber más de lo que era conveniente. El contraste entre su actitud tan relajada durante su charla y el recuerdo constante de la horrible noche en que había confirmado los temores de la madre de Steve permanecía vívido en su memoria.

—Cuando me dijo lo que había sucedido no dudé un segundo en venir para poder prestar ayuda; desde que murieron mis padres mis visitas a estas ciudad fueron disminuyendo, así que como esto coincidió con mi alejamiento del ejército, me dije que sería una buena oportunidad. Cuando me encontré con ese hombre enmascarado pensé de inmediato que se trataba de la misma persona que encabezaba el grupo que había atacado a su esposo en reemplazo del El amuleto, y decidí tomar cartas en el asunto. Reconozco que tuve un conflicto interno, porque volver a actuar como un soldado iba en contra de la decisión que había tomado de dejar el ejército y privilegiar mi familia, pero si había tomado la decisión de venir a Gotham para tenderle una mano a una amiga, no podía simplemente dejar de hacerlo; comencé a hacer averiguaciones por mi cuenta y a poco andar supe algo terrible, ese rumor que llegó a mis oídos acerca del padre de Steve era horrible, pensar que él hubiese sido atacado como represalia por parte de otros delincuentes en vez de por ser una víctima resultaba increíble.
—Fui tan ciega durante tantos años —reflexionó Arnette—, estaba tan segura de la honorabilidad de mi esposo que nunca se me ocurrió que sus negocios podían no ser lo que él me decía de ellos.
—Yo también interpreté las cosas mal —comentó Miranda—, pensé que Steve estaba en riesgo, que se convertiría en una víctima de los enemigos de su propio padre, de modo que cuando lo descubrí todo y supe la verdadera identidad del hombre enmascarado, me sentí superada, era como si todo se tratara de una horrible pesadilla.
— ¿Ves por qué me siento culpable? —dijo Arnette— Si no te hubiera llamado para pedir tu ayuda, nada de esto habría sucedido, tú no habrías sufrido ese terrible accidente por culpa de mi hijo.
—Sólo hice lo que creí que era correcto. Soy una mujer adulta, tomé mi propia decisión; Steve volvió a la ciudad buscando mantener sobre seguro el negocio de su padre sin importarle la seguridad de su propia madre, de verdad es un milagro que a usted no le hayan hecho daño.
—Tal vez si hubiera descubierto algo de esto antes habría podido evitar esta tragedia.
—O tal vez habría terminado muerta por averiguar más —dijo Miranda—. Ya no vale la pena hacer conjeturas sobre lo que pudo ser, al menos por mi parte estoy tranquila de haber ayudado en lo posible, por eso es que volví a la ciudad. De alguna manera necesito verlo.

Se hizo un silencio largo entre ambas.

—Ahora ya no puede responder ninguna de nuestras preguntas.
—Lo sé, se ha ido para siempre, pero es algo que de todas formas necesito hacer; a través de usted mantuve un lazo con esta ciudad incluso después que pensé que se cortaría para siempre por causa de la muerte de mis padres, siempre me sentí cercana Steve, supongo que si él no se hubiese ido tal vez las cosas entre nosotros habrían sido distintas. Pero ahora que terminó todo, necesito estar frente a él, dar este asunto por terminado y poder continuar mi vida. Sam me espera.
—Tienes un hombre maravilloso a tu lado, desearía que mi hijo hubiera sido un hombre diferente, que estuviera conmigo o siguiera mis enseñanzas, pero nada salió como lo esperaba.

Guardó silencio durante unos momentos; Miranda, respetuosa, decidió no decir nada hasta pasado un tiempo prudente.

— ¿Está ahí? —dijo señalando a cierta distancia.
—Sí, justo ahí. Me quedaré un momento aquí si lo prefieres.
—No es necesario, no hay nada que ocultar al respecto, nosotras nunca tuvimos secretos en esta situación. Arnette, sé que todo esto es muy difícil, y me cuesta siquiera pensar el dolor por el que ha pasado, pero tal vez sería mejor que intentara quedarse con los buenos recuerdos.
— ¿Aunque sean una mentira?

Miranda no contestó durante unos momentos. Habían hablado mucho del tema con Sam durante su recuperación, y él opinaba algo muy concreto, como acerca de todo lo que le merecía importancia. El debate entre ambos fue largo, porque ella en primer lugar despertó sin saber en dónde ni en cuándo estaba, y además con la abrumadora sensación de estar en peligro de muerte como cuando descubrió la identidad de Steve en aquella azotea. Sam se encargó de tranquilizarla y explicarle lo que había sucedido, que los separaban casi quince días de aquella situación, por lo que los acontecimientos posteriores ya estaban decantando.

—Antes de descubrir todo, me encontré con Steve por casualidad; tuve la intención de decirle que estaba investigando acerca de los delincuentes que habían atacado a su padre, pero decidí mantener la precaución que usted me había pedido y guardé silencio. Steve era un hombre igual de soberbio y engreído que como lo era de niño, pero había algo de verdad en él, era como si no pudiese ser la misma persona que estaba ocultando un negocio criminal junto a su padre y a espalda de su madre. Y entonces me dije que tal vez, en el fondo, él no quería ser así, pero que ya se encontraba en un punto en que no podía dar pie atrás.
— ¿Te refieres a eso que dicen en las películas sobre que no puedes escapar?

Miranda asintió, pensativa.

—Sí, a eso me refiero. Habían pasado diez años, tal vez Steve se fue de Gotham ya trabajando en eso, y cuando se volvió un hombre supo que no podía escapar, que nunca estaría seguro si intentaba traicionar o delatar a los delincuentes con los cuales trabajaba, de modo que se inventó una vida a imagen de lo que quería que fuera ¿por qué si no habría mantenido con usted el contacto por diez años, inventando toda una vida en Atlanta cuando en realidad estaba en New York? No tenía necesidad de hacerlo, porque su padre estaba ahí todo el tiempo, atento a sus probables sospechas, y además no tenía nada que ganar con esas mentiras.

Arnette cerró os ojos, un instante antes de hablar.

—Dormía con el enemigo y leía la correspondencia del enemigo, toda la vida estuve dentro de una mentira.
—No lo vea de esa manera. Si Steve inventó todo esto sin  ganar nada a cambio, entonces yo creo que fue porque quería hacerlo, porque no quería que el mal en el que estaba involucrado llegara hasta usted; quédese con esa imagen de él, piense que se trata de su hijo universitario y exitoso, eso hará más sencillo llevar la carga.

Llegaron hasta un punto donde la sombra de la glorieta caía a esa hora de la tarde; Miranda contuvo una exclamación de sorpresa y se obligó a ser respetuosa y mantener la calma.

—Qué triste que haya terminado de esta forma.
—Ahora no sufre.

La joven se puso de cuclillas, mirando al rostro del hombre que reposaba sentado sobre la silla de ruedas, la cabeza un poco ladeada, apoyada sobre la almohadilla acolchada del respaldo de la silla de ruedas. El tiempo comenzaba a pasar para él, y aunque se trataba de poco tiempo, podía ver cómo la piel del rostro, antes tensa y fuerte, evidenciaba algunos signos de fragilidad: lo peor de una condición como la que él tenía era que dependía de todos para seguir ahí, qué brutal diferencia con lo que había sido hasta antes de eso.

—Cuesta creer que esté así.
—La historia no fue sencilla de reconstruir a fin de cuentas —dijo Arnette en voz baja—. Por lo que me informaron, en New York, lo encontraron en el suelo de su departamento, inconsciente, con espuma en la boca, pero nadie vio entrar ni salir a nadie, debe haber sido un trabajo profesional; justo el tipo de cosas que terminaron con mi esposo, personas insanas que limpiaron su camino para que nadie pudiera encontrarlos. El resultado que dejaron atrás fue un hombre que murió porque su corazón no resistió más lo que le hicieron, y un hijo en estado vegetativo.
—Eso quiere decir que de alguna manera trató de huir.
—Eso supongo. Yo estaba muy mal en esos momentos, imagino que se vio acorralado por las cosas que hizo o tal vez lo descubrieron en algo más. Quizás sólo fue remordimiento por lo que te hizo, me refiero a de lo que era culpable. Pensé en llamar a la policía, pero ya no hay necesidad de eso, se ha sufrido demasiado y no tengo fuerzas para eso, lo que me queda debo usarlo en cuidar a mi hijo hasta que tenga vida.
—Cuánto lo siento Steve —dijo Miranda con los ojos brillantes por la emoción—. Sé que me escuchas, y aunque ahora no puedas contestar, sólo quiero saber que no te guardo rencor por lo que hiciste. Me voy de Gotham, estoy en paz con lo que sucedió, y espero que en tu interior puedas encontrar paz también para ti. Adiós Steve.

Se puso de pie y le dio un abrazo a Arnette. La joven comenzó a alejarse a paso lento, pero la mujer mayor se quedó rezagada un instante, inclinada para hablar a su hijo, mirándolo a los ojos, sin que nadie más pudiera oír.

—Eres un buen chico. Mamá se va a encargar que alguien te saque a este jardín todos los días, no puede ser que estés siempre dentro de este centro especializado, en esa habitación. ¿Ves cómo al final no eras tan malo? Hiciste algo bueno por mamá, te quedaste con la responsabilidad para que ella pudiera seguir con sus negocios, y ahora todo es mucho mejor. Adiós Steve, no grites muy fuerte dentro de ti, el eco en tu cabeza debe ser horrible.



Fin

No traiciones a las hienas Capítulo 9: En el principio está el final



La noticia de la muerte de su padre era un tanto desafortunada, pero no era nada sorprendente después de las heridas físicas que había sufrido, y sobre todo el daño mental; no era de extrañar que terminara de esa manera. En un principio Steve pensó en dejar las cosas así y ceder la responsabilidad al ayuntamiento, sin embargo se reconoció a sí mismo que persistía una especie de interés morboso en el destino que hubiese sufrido Miranda, de modo que de alguna manera se hacía cargo de los trámites legales necesarios, confirmaba la buena imagen que los allegados tenían de él y no dejaba cabos sueltos que pudiesen molestarlo más tarde; de su experiencia anterior había aprendido que no cuidar ese tipo de detalles podía causar numerosos problemas en el futuro, y esta vez nada podía salir mal. Tenía en su poder el dinero que era su objetivo inicial en este asunto, las perspectivas próximas eran muy halagüeñas; sobre el supuesto secuestro, del cual de seguro toda la comunidad estaría hablando, tomó la decisión de usar un simple cabestrillo y decir de forma vaga que los delincuentes lo habían soltado al comprobar que no tenía nada de valor. Se vio obligado a cambiar esa mentira de forma temporal en el aeropuerto y cambiar su lesión por un simple esguince.
Tan pronto como llegó a Gotham se acercó al centro de tratamiento en donde su madre estaba internada, pero no hablo con ella: la enfermera a cargo de esa sección le explico que estaba pasando hace algunos días por un estado depresivo severo, en el cual no era recomendable exponerla a enfados o emociones fuertes; en cierto modo esto le provocó un alivio, ya que no tuvo que hacerse cargo de ella ni exponerse a una serie de situaciones incómodas de forma posterior. Se encargó de comentar a la enfermera la situación ocurrida, pero al mismo tiempo le pidió que no le notificara de ello, sino que lo hiciera en cuanto si encontrara más repuesta; la mujer pareció conforme con esa precaución y de forma muy respetuosa no hizo más preguntas.
Su padre había formado parte de un club de pequeños empresarios asociados, por lo que ante un hecho como ese la congregación se hizo cargo de la mayor parte de los trámites, incluso consiguieron una iglesia pequeña en donde se ofició un servicio, el que por suerte fue breve y acotado gracias a la petición de Steve; debido a lo rápido que él sugirió que se llevaran a cabo todos los protocolos, en la ceremonia sólo habían algunas personas. Vestido de un impecable negro con una corbata azul ultramarino y espejuelos oscuros, se mantuvo en absoluto silencio y una vez terminada la ceremonia dio las gracias, e hizo el viaje sólo hasta el cementerio. Una vez que terminó con todos estos trámites tuvo el tiempo necesario para ir la urgencia en donde estaba internada Miranda, pero se topó con la sorpresa de que ella ya no se encontraba allí; la recepcionista que lo recordaba de la visita anterior hizo lo posible por evitar las miradas indiscretas hacia el cabestrillo que ostentaba en el brazo izquierdo y el evidente luto que llevaba, y le dijo que el esposo de ella había conseguido un traslado un centro especializado en California, en donde un doctor entendido en traumatismos encéfalo craneanos aplicaría un tipo de terapia experimental orientada a evitar que la paciente cayera en un coma profundo o quedara en estado vegetativo. Entonces eso significaba que había una gran posibilidad de que Miranda nunca despertara. La verdad es que era una lástima, no sólo porque junto con su inconsciencia quedarían escondidos los motivos por los cuales se había mostrado tan alterada la noche en que él se quitó la máscara, sino porque ella representaba algunos de los pocos buenos recuerdos que tenía de esa ciudad; después de rogar un poco logró que la recepcionista le diera el número de Sam, y aunque decidió no llamarlo, conservó el dato para poder mantenerse atento en el futuro. El soldado era un hombre fácil de manipular, de modo que lo único que tendría que hacer sería mantenerse alerta y conversar con él de vez en cuando, incluyendo quizás alguna visita; después cuando ella despertara encontraría la forma de averiguar sus motivos. Todo eso tomaría tiempo, pero podía esperar, de momento lo relevante era que había podido regresar y salir de la ciudad sin mayores contratiempos; antes de tomar el avión de regreso a New York se deshizo del teléfono móvil y adquirió uno nuevo, tal vez se trataba de un simbolismo absurdo, pero sentía que necesitaba hacer algo que pusiera fin a su estadía en esa ciudad, todo había terminado, tenía lo que necesitaba y su vida lo esperaba en la ciudad de los rascacielos.
El viaje de regreso fue tranquilo, y Steve se encontró disfrutando de la sencillez de ver una película tonta y comer los desabridos bocadillos, como si se hubiera quitado de encima un gran peso; la forma en que había llegado era por completo opuesta a la salida, no creía en las señales, pero era capaz de admitir que el cierre de aquellos acontecimientos era un buen augurio; una vez estuvo de regreso en New York, mientras se desplazaba hacia la zona céntrica y ya libre del cabestrillo, se dirigía a su nuevo departamento: se comunicó con Marcus y le relató de forma breve el asunto de la ceremonia, asegurando que no era necesario una mayor muestra; de todos modos su amigo comprendió y estuvo de acuerdo, él tampoco era un sentimentalista.
Habían pasado poco más de 36 horas desde la noticia cuando Steve al fin se encontró de regreso en su departamento; se quitó la corbata y las colleras negras, y tomó el mando a distancia del sistema de música, poniendo algo de sonido ambiental bajo y relajante. A partir del día siguiente tendría que hacer algunas operaciones básicas como conseguir un automóvil nuevo y mejorar el guardarropa, además por supuesto de retomar su círculo de amistades, a quienes había dejado en un completo segundo plano con el fin de editar que pudiesen enterarse de cualquier situación. Sin embargo, a través de las redes sociales supo que todo seguía como de costumbre; había algo de extrañeza con respecto a su abandono de la empresa en la que hasta hace poco se había desempeñado, sin embargo todas esas dudas quedarían resueltas en cuanto pusiera en conocimiento público sus nuevos objetivos de negocio. Esto significaba que las posibilidades de devolverle la mano a su antigua jefa en un entorno elegante y amigable estaban aumentando cada día que pasaba; se acercó al refrigerador y tomó una botella de cerveza de la puerta: el líquido frío y el alcohol resultaban estimulantes en ese momento, una recompensa bastante básica pero que le venía bien después de una agotadora jornada de viajes, amén por supuesto del papeleo y el constante juego de familiar doliente que cualquier persona en un caso como éste tenía que seguir. Se sentó en un piso alto ante la barra a un costado de la cocina, y bebió un poco más, con los ojos entrecerrados por el cansancio y la mente volando hacia distintas alternativas para el futuro próximo; a pesar de que ya no lo necesitaría, no quiso deshacerse del traje, era de alguna manera interesante y parte de lo que le había permitido conseguir sus objetivos.
En el momento en que tomó nuevamente la botella desde el mesón ante el que estaba sentado, supo que algo no estaba bien. No dejaba las cervezas en la puerta del refrigerador, las dejaba arriba, muy cerca del hielo para que estuvieran a la temperatura perfecta.
Durante un eterno segundo se quedó mirando la botella en su mano, luego el pánico se apoderó de él. Se sintió mareado y confuso pero se ordenó conservar la calma; alguien había estado en su departamento, y resultaba evidente que había cambiado algunas cosas de lugar, si bien estas no estaban a simple vista, no se trataba de los muebles o el sistema de sonido ¿por qué cambiar de lugar las botellas de cerveza?

—Oh por Dios…

El mareo que había sentido un instante antes no era por causa de la sorpresa, sino del contenido de la botella. La dejó de forma brusca sobre el mesón pero sus movimientos se volvieron torpes y la volteó con fuerza, derramando su contenido; mientras la botella de vidrio giraba lentamente hasta estrellarse contra el piso, dentro de su cabeza el sonido del vidrio contra el suelo sin romperse fue como un golpe seco dentro de un túnel. La cerveza estaba envenenada.

—Oh Dios…

El traje.
Entre los distintos elementos que portaba en los bolsillos del traje, había un compuesto que anulaba de manera momentánea los efectos de las toxinas. Se puso de pie, sintiendo el efecto del mareo al hacerlo, pero se obligó a conservar la calma, respiró profundo y se dispuso a ir al cuarto en donde estaba.

Un golpe en la puerta.

El primero fue un golpe tentativo, pero de inmediato se sintió otro mucho más fuerte; el cerrojo de la puerta cedió y Steve volteó rápido, sus ojos se encontraron con los de dos hombres, ambos vestidos con ropa deportiva; ellos lo miraron con decisión, sin un asomo de duda.

—Sí, es él —dijo uno de ellos hacia hacia una persona que estaba oculta en el pasillo.

No puede ser, es él, se dijo Steve en una milésima de segundo. El sujeto responsable de todo esto es…

Los hombres entraron al departamento y la adrenalina hizo en el resto; olvidándose de todo corrió hacia el interior del departamento con la puerta del cuarto en el centro de su objetivo, pero de pronto sintió que algo pesado lo golpeaba en la espalda y perdió el equilibrio: chocó con una lámpara de pie y cayó de forma estrepitosa, mientras a su lado caía el pesado jarrón de madera que un momento antes estaba en el Mesón junto a la puerta de entrada.

“Tengo que salir de aquí.”

Miró hacia atrás y vio a los dos hombres acercarse, separándose para poder atacar desde dos puntos distintos; sujetó con fuerza el mango metálico de la lámpara y se puso de pie de un salto, empuñándola como si fuera una lanza. Con movimientos amplios intentó mantener la distancia entre él y sus enemigos, pero a pesar de que habían pasado tan sólo unos segundos desde que tomara el trago, el efecto parecía intenso y rápido. A pesar de estar haciendo lo posible por moverse a máxima velocidad, sentía que sus movimientos eran lentos y poco precisos; los dos sujetos se mantuvieron a distancia prudente, esquivando sus ataques pero sin quedarse quietos, intentando encontrar un punto desprotegido. Aún no estaba lo suficientemente cerca de la puerta, de modo que simuló abalanzarse sobre el de la izquierda para de inmediato girar y atacar al de la derecha.
No funcionó. El hombre consiguió evadir el golpe y sujetó la lámpara del otro extremo, dando tiempo a que el otro lo embistiera con fuerza; hizo una sucesión de golpes, pero no fue suficientemente rápido y perdió el arma, uno de los enemigos lo golpeó en el estómago y el otro usó toda su fuerza para arrojarlo por sobre el sofá. Rodó sobre la mesa de centro y fue a estrellarse contra el suelo.

“La salida. Estoy más cerca de la salida, tengo que huir.”

Se revolvió en el suelo hasta poder ponerse de pie; un extraño escalofrío recorrió su cuerpo, sintió las manos sudorosas, los latidos del corazón desbocados. Se dijo a sí mismo que la prioridad en este momento era ponerse de pie y escapar, pero el sistema nervioso no estaba obedeciendo las órdenes de su cerebro.

“No puede ser, no puede ser.”

Al levantar la vista vio que los dos hombres estaban de pie en el mismo lugar donde se habían enfrentado, mirándolo ya sin adoptar la actitud de combate de un momento atrás.

—Cuarenta y cinco segundos —dijo uno de ellos—, ya debe haber hecho efecto.

No sentía que hubiese pasado tanto tiempo. Luchó con desesperación por ponerse de pie, a cuatro patas se desplazó hacia un costado y apoyó los brazos en la superficie del sillón, intentando impulsarse Las piernas temblaban con una sensación interna similar a los calambres, mientras que por toda la espina dorsal se transmitía una corriente eléctrica intensa y aguda; luchó con todas sus fuerzas por inyectar energía en las piernas y ponerse de pie, pero las extremidades no respondieron a sus órdenes. Desesperado, se arrastró usando sus temblorosos brazos y manos, esforzándose por mantener la cabeza en alto y mirar hacia la puerta que aún permanecía abierta; parecía como si tuviera un enorme peso sobre la espalda, justo entre los hombros, los músculos atenazados por garras invisibles, los estertóreos escalofríos expandiéndose por todos los músculos, la sensación de vacío en el estómago, garganta cerrada, la boca seca. Clavó los dedos de la izquierda en el brazo del sillón, pero perdió el agarre, no pudo seguir sujetándose y se deslizó de vuelta al suelo; giró sobre sí mismo sin poderlo evitar, y quedó sobre el lado izquierdo, intentando con toda la energía de su ser moverse, sin conseguirlo.
De pronto los escalofríos y la sensación de electricidad en la espalda cesaron, y en ese momento sintió auténtico terror; de un momento a otro su cuerpo quedó quieto sobre el suelo, las extremidades lánguidas, la tensión esfumada por completo: ya no podía moverse. Hizo un intento por hablar, pero se encontró con que tampoco podía hacerlo, estaba inmovilizado por completo, a gusto y merced de los dos hombres que de forma tan extraña habían pasado de atacantes a espectadores. Sintió pasos en el pasillo y trató de mover la cabeza, pero la puerta no estaba en ángulo de su mirada, sólo vio una débil sombra pasar detrás del sillón, quedándose en un punto indeterminado tras él.

—Ya está inmovilizado —dijo uno de los dos sujetos—, menos de un minuto, tal como nos dijo que pasaría.

El silencio le hizo pensar que la otra persona estaba haciéndoles algún gesto.

—Esperaremos afuera.

Estaba inmovilizado por completo, ni siquiera podía hablar o gritar para pedir ayuda ¿acaso ese iba a ser el fin, ese era el amargo destino estaba escrito para él?
Vio las piernas de los dos hombres pasar frente a él y desaparecer de su campo visual, tras lo cual cerraron la puerta del departamento; el sujeto tras el sillón hizo aún una pausa, pero luego se puso otra vez en movimiento hasta quedar de pie frente a su rostro. Steve movió desesperadamente los ojos hacia la derecha, es decir hacia el techo, pero de todas formas no podía ver el rostro de su enemigo, que en silencio parecía disfrutar de esa interminable situación. Cuando escuchó la voz dirigirse a él, supo que el nivel de sorpresa que había experimentado hasta entonces aún podía aumentar más. Un instante después se puso en cuclillas y al fin pudo ver su rostro.

—Eres un sujeto tan seguro de ti mismo, tan competente, la situación siempre bajo control; pasas de quienes te rodean, utilizas a quienes puedes, y al parecer estás convencido de tener la última palabra. ¿Qué se siente? ¿Qué se siente querer hablar y gritar, y no poder hacerlo, Steve?



Próximo capítulo: Ante un gran jardín

No traiciones a las hienas Capítulo 8: Con la ventaja en las manos



Cuando abrió los ojos, Steve ya se encontraba al interior del furgón blanco que lo había sacado de forma abrupta de la calle, a muy poca distancia de la casa de sus padres.

— ¿Cómo resultó todo?

Se incorporó del suelo. Le dolía el pecho, pero el chaleco antibalas que tan bien estaba disimulado bajo el suéter lo había protegido de forma efectiva; Marcus lo miraba con una expresión muy poco común en él: estaba serio.

—A la perfección, tal como lo ideaste.
—Excelente.
—Así que por eso no querías saber cuando sería, para que pareciera natural.

Steve se mantuvo sentado sobre el suelo del furgón, mientras este avanzaba a velocidad moderada, rumbo a las afueras de Gotham.

—Estupendo, entonces todo salió de acuerdo al plan. ¿Viste si alguien estaba mirando de cerca?
—Sí, bastante gente, esto debería correr como la pólvora, o al menos saberse pronto.

El vehículo estaba siendo conducido por un sujeto contratado por Steve, un don nadie de la periferia de la ciudad, lo suficientemente drogadicto para estar en un punto medio en donde su versión de cualquier hecho sería desestimada, pero aún podía conducir. El segundo, que estaba sentado a un costado y que ayudó a Marcus, de las mismas características.

—Escucha Steve…

Habían estado hablando esa tarde, en cuanto él tomó la decisión; Marcus no sólo no recordaba haber hecho esa llamada, su mente estaba borrada desde antes que se separaran la noche anterior a esa fallida comunicación.

—No es necesario que digas nada amigo.
—No puedo evitar sentirme responsable por eso.
—Es absurdo que pienses eso —replicó Steve con firmeza—. En primer lugar, esta es mi batalla, no la tuya, y en segundo, ninguno de los dos sabía con claridad qué era lo que podíamos encontrarnos, pero estoy seguro de que se trataba de algo dirigido a mí, no a ti. Alguien quiere eliminarme porque soy una molestia, porque estoy muy cerca de descubrir algo más grande que sólo el robo del dinero de mi padre.
—Por lo mismo es que…
—No, ni lo menciones; tu lugar no está aquí, no tiene sentido que te arriesgues, y además, con esto hiciste todo lo que necesitaba. Ahora que piensan que he muerto o me encuentro herido, puedo investigar por mi cuenta, y se supone que tú regresaste a tu vida habitual en Metrópolis hace poco, tu billete de avión dice eso.

El otro asintió.

—Sigo sin estar seguro de esto.

Steve estaba muy seguro de que tenía que deshacerse de Marcus; después de los últimos acontecimientos, era de vital importancia quitar de en medio a alguien que pudiese convertirse en un obstáculo en su camino, y Marcus lo sería si descubría todas las mentiras en las que estaba envuelto. Podía ser un vividor, pero tenía un sentido muy elevado de la honestidad y la familia; además, para que su “desaparición” resultara efectiva, era imprescindible que el amigo con quien probablemente lo hubiesen visto ya no estuviera en la ciudad, tal como lo indicaba su vuelo algunas horas antes. Más tarde cualquiera podría comprobar que estaba de llegada en la ciudad del hombre de la capa roja.

—Es la mejor solución, y ya te lo dije, no sabes cuánto me has ayudado.

Se dieron un abrazo; momentos después ya estaban en la periferia de la ciudad, y Steve descendió del vehículo con total sigilo y un bolso al hombro, en donde escondía el traje y las armas que recolectó con anterioridad.
Librarse de Marcus era un alivio, y le permitiría actuar con libertad. En otras circunstancias, podría iniciar con él un negocio propio, seguro que juntos elevarían el negocio nocturno en Metrópolis hasta niveles nunca antes vistos, pero en esos momentos, Steve no podía dejar que el traidor se quedara con el dinero que le pertenecía por derecho, esa era una posibilidad del todo fuera de sus planes. Cuando comenzó a caer la noche, se puso el traje entregado por Carnagge, dispuesto a utilizarlo en su máxima potencia. Esta vez, estaba decidido a dejar de ser una presa, tras la cual una hiena camina amenazante, esperando el momento de la caída; había una sola posibilidad en su mente, y esta era ganar, dar un golpe definitivo, y si no era de forma directa, provocaría el suficiente daño colateral como para que se removieran los nervios de los indicados.
El traidor era alguien cercano a Kronenberg, era la única explicación para que se tomara tantas molestias en ocultar sus rastros, y deshacerse de personas que pudiesen estar cerca de la verdad; en esto había logrado engañar incluso a otros delincuentes como el propio Carnagge, lo que aumentaba su importancia; podía ser un traidor y estar quedándose con sumas de dinero del negocio de otros, pero al mismo tiempo se estaba jugando algo muy grande, su sitio de seguridad en el bando de un criminal que trabajaba para máscara negra. ¿Por qué la urgencia, por qué el interés tan grande? Porque ahora que la batalla entre Red Hood, el murciélago y Máscara negra estaba en su apogeo, dejando noticias en la prensa como las explosiones de las que él había sido testigo, era cuando más podía tomar para su beneficio, eso lo supo cuando tomó las armas luego del enfrentamiento. El momento de actuar era precisamente ese, cuando quien fuese que lo estuviese siguiendo por orden del traidor, estaría pasando un informe errado, creyendo que era real.
Por la noche avanzó a paso sigiloso entre los edificios, traspasando portales y corriendo por sobre las casas; antes de medianoche ya se encontraba en el sitio al que había ido a buscar su destino, uno de los barrios rojos controlados por Kronenberg.

—Hola muchacho.

Descendió sobre un guardia en la parte trasera de una discoteque. Sin mediar más de treinta segundos, consiguió someterlo  tenerlo a su merced.

—Ahora, no grites ni hagas algo estúpido, creo que podrías necesitar este brazo —dijo en voz susurrante, aplicando más presión—. Encárgate de decirle a Kronenberg que hay un traidor en sus filas, que alguien muy cercano a él muerde la ano que le da de comer.
—Maldito hijo de…
—No sigas con eso —lo cortó aplicando más presión en el brazo que estaba torciendo—. No eres importante, sólo eres un perro faldero, haz algo bien y dale mi mensaje.

El otro hombre emitió un gruñido, pero de forma inesperada, un disparo silbó en el aire y pasó rozando el hombro de Steve.

—Diablos.

En el breve lapso de ataque, dos guardias habían salido del lugar y se aprestaban a disparar de nuevo; Steve dio un salto hacia atrás y sacó de uno de los bolsillos laterales una pistola.

— ¿No es una linda noche para disparar un poco?

El primer disparo vino del otro lado; con gran habilidad, Steve saltó hacia la escalera de incendios por la que había descendido a la trastienda, y subió por ella a toda velocidad. A media distancia hizo un certero disparo, que derribó a uno de ellos. Sin más tiempo para tomar posición, saltó de la escalera entre los sonidos de los disparos, y volvió a atacar, aunque falló; sin embargo, su enemigo tuvo que retroceder ante la sorpresa de la forma de actuar de su enemigo, lo que le dejó un instante de ventaja y le dio tiempo de terminar la pelea. Cuando el silencio se hizo, los tres delincuentes estaban en el suelo, heridos, uno atontado, los otros dos inconscientes; tomando un guante auxiliar, se inclinó por sobre uno de ellos y con la sangre de la herida que manaba por su costado, escribió en la pared: “Hay un traidor cerca de ti Kronenberg”
Dejó pasar más de una hora, a fin de que los guardias del mafioso en otros sitios ya hubieran recibido la noticia, y decidió ir a en otro sitio, con dos guardias y menos problemas; dio cuenta de ellos con relativa facilidad, y volvió a escribir en la pared tras de sus cuerpos heridos el mensaje que esperaba, llegara a oídos, o mejor aún, a ojos, del mismo Kronenberg a la brevedad. Después de un segundo descanso, estaba punto de ir en busca de un tercer sitio, casi a las cuatro de la mañana, cuando se percató que tenía una alerta repetida en el teléfono móvil.

— ¿Qué?

Se trataba de un mensaje de correo directo. El texto, como los anteriores, era muy sencillo y breve, pero en esta ocasión el sentido era por completo opuesto.
“Ganaste. Ya no es necesario que continúes.”
Adjunto al mensaje escrito, figuraba un número de cuenta en un banco; incomodado por la extrañeza del mensaje, Steve se refugió en un callejón abandonado y revisó la referencia del número de cuenta: se trataba de un banco de New York, y el número correspondía a una cuenta a su nombre, en donde figuraba como saldo el total del avalúo de la empresa de su padre según las estimaciones de la cámara de comercio de la ciudad: casi ochenta mil dólares.

2

New York. Ocho horas después.

La mañana había sido ajetreada para Steve; después de acudir a la entidad bancaria a retirar el total del dinero que había sido puesto a su nombre, dedicó algo de tiempo a dividirlo entre varias cuentas seguras en Suiza, dejando una importante suma resguardada de otro modo. Sin tiempo que perder, adquirió un departamento en una zona residencial alejada de donde tenía su antiguo hogar, y ordenó que instalaran en él las pertenencias que poseía y que quedaron guardadas poco después de ser expulsado de su trabajo. Instalado y con un poco más de tranquilidad, se dio el tiempo de servir en un vaso alto un poco de licor y analizar los hechos que estaban sucediéndose tan rápido: era obvio que el primer ataque perpretado por él la noche anterior había surtido el efecto deseado, e incluso más del esperado. Entonces su visión de los hechos era la correcta, el traidor estaba al servicio de Kronenberg, y al ver el mensaje escrito de forma tan explícita, decidió dar por terminado el asunto. Bien decían que quien traicionaba a su jefe en Gotham, no la contaba dos veces.
Lo que lo llevaba de manera directa a otro hecho: ¿cuánto dinero estaría en juego en realidad? Si el traidor se había tomado la molestia de devolver esa suma nada despreciable, quería decir que en su poder, o quizás al alcance de sus manos, había algo mucho mayor, muchos más ceros de los que se atrevía a poner en riesgo. Cualquier otro habría aprovechado esa oportunidad para presionar y conseguir más y más pero ¿acaso él iba a demostrar esa clase de temeridad inocente? Si el traidor había asesinado a El amuleto, atacado a su padre y logrado drogar a Marcus, el hecho de no intentar matarlo a él no se debía a falta de intención, sino más bien a que él se había adelantado a los hechos, convirtiéndose en un fantasma que no podría ver notas escritas sobre los cuerpos de animales y reaccionar de acuerdo a ello. Había creído que bastaba con dar una impresión de normalidad mientras se cubría el rostro por las noches, pero así como él subestimó a su enemigo, el contrincante hizo lo mismo, y de los dos, el traidor era el que más tenía que perder.

—Hola.
—Soy yo —dijo a través del teléfono la enérgica voz de Marcus—, no entendí ese mensaje ¿cómo es eso que las cosas se están resolviendo?

Era importante sellar esa amistad con algo más de sinceridad, aunque aún debería callar varias cosas; poner a Marcus al tanto de la parte que le interesaba era primordial para sus objetivos futuros.

—Hasta este momento te puedo decir que la situación está mejorando: por lo que se ve, el responsable del ataque a mi padre es, tal como dijiste, un mediocre, y también un cobarde.
— ¿A qué te refieres?
—Envió a alguien a dejar una nota en la casa de mis padres —replicó mientras caminaba con tranquilidad por su nuevo departamento—, diciendo que quiere hacer un trato para que lo deje en paz; está asustado de no poder localizarme.

La voz de otro lado de la línea aún no parecía convencida.
—Amigo, ¿estás seguro de eso? Podría ser una trampa.
—No lo será, puse una amenaza muy clara en su territorio, estoy seguro de que prefiere vérselas conmigo que enfrentar a su líder. Confía en mí, te aseguro que pronto todo estará resuelto.
—Está bien, voy a confiar en ti, sólo mantenme informado de lo que pase ¿de acuerdo?
— ¿Informado? —dijo Steve con una risa—No me hables como un viejo. Escucha, lo primero que quiero hacer cuando todo esto se resuelva es volar a Metrópolis, y espero que de verdad conozcas los lugares donde van las mejores mujeres.

El otro soltó una risa también.

—Está bien, ya sabes dónde estoy, así que sólo date prisa.

Cortó y se terminó el trago. ¿Qué estaría pasando con Miranda? Si bien era cierto que ahora no le preocupaba lo que pudieran pensar de él en esa ciudad a la que no pensaba regresar, aún seguía pensando en ella, en la forma tan extraña en la que se había comportado desde que se volvieron a ver. Pero no, era demasiado riesgo regresar a cara descubierta cuando existía la posibilidad de que el traidor estuviera al acecho, esperando la más mínima posibilidad de vengarse en contra de quien lo había puesto contra las cuerdas. Tenía dinero suficiente para hacer las cosas que quisiera, inclusive comenzar un negocio ¿qué tal si se aliaba con Marcus? Tal vez no se trataba del estilo de vida que le gustaba para ocuparse de manera permanente, pero no por eso iba a dejar la oportunidad: esos ochenta mil dólares debía aprovecharse, invertirse de modo de rendir numerosos frutos, y si en el camino tenía que hacer un alto para luego, por ejemplo, instaurar su propia agencia de diseño, bien podía esperar.

3

Steve se quitó la bata y entró desnudo en el jacuzzi; la chica de largo cabello castaño oscuro estaba ya sentada en el otro extremo, sus pechos asomaban al nivel del agua, meciéndose al compás de las burbujas que subían de forma acompasada.

—Estás hermosa.
—Y tú no estás nada de mal —replicó ella dando una mirada apreciativa—. Parece que vamos a entretenernos bastante por aquí.
—No espero menos de esta situación.

Se acercó a la chica y la abrazó, mientras se besaban apasionadamente; las manos de ella recorrieron su espalda y lo sujetaron con firmeza por las nalgas “entonces a esta chica le gusta jugar fuerte” se dijo mientras acariciaba los pechos con suavidad, dedicando cada gesto con el máximo de atención. Poco a poco pasó los besos de los carnosos labios al cuello, y desde ahí fue bajando, dejándose llevar por la pasión y el sentimiento de libertad que ahora lo embargaba; perder todo o que tenía había sido un golpe, pero recuperarlo, y más aún tener más que antes, era un golpe de adrenalina, y estaba procurando que en esa reunión pudiese descargar todas las energías que tenía resguardadas. La chica lo tomó del cuello mientras hablaba con un susurro ahogado, intenso como el sentimiento que a él lo embargaba.

—Deja esas sutilezas para más tarde.

Lo empujó hacia abajo, obligándolo a sumergirse del todo. Buceó y se concentró en la ingle de ella, produciendo espasmos de placer que confirmaron que ella estaba por completo dispuesta a entregar el máximo de placer; mientras se deleitaba con el juego bajo el agua, sentía las manos de la mujer acariciando su espalda, y decidió emerger y tomarla con fuerza controlada, haciendo que se montara a horcajadas sobre él.
En ese momento sonó su teléfono móvil.

—Contesta.
—No es importante —replicó besando su cuello.
—Pero es molesto —dijo ella apartándolo un poco— ¿quieres que me concentre o no? No voy a estar con ese tipo de música de fondo.
—Está bien, está bien.

Salió del jacuzzi y se envolvió en la bata; al alcanzar el móvil, notó que era una llamada de un número que no conocía, que había alcanzado a cortar tres veces en los escasos segundos. Contestó sin mucho ánimo.

— ¿Hola?
— ¿Steve?

Era Marcus.

—Escucha Marcus, no es buen momento en realidad.
—No tengo tiempo de explicarlo —dijo el otro sin un ápice de alegría en la voz—. Sucedió algo y no sé qué hacer.
— ¿Por qué me llamas de este número?
—Escucha, La señora Miscoe acaba de llamarme desde Gotham, dice que todo es un caos allá.
—Marcus…
—La noticia de tu desaparición ya corrió por los alrededores de la casa de tus padres; no sé cómo me contactó, tal vez como tiene alma de periodista terminó por enterarse que yo estaba en la ciudad, no lo sé. Pero me acaba de decir que tu padre falleció.

Se quedó un momento sin contestar ¿por qué tenía que ser justo en un momento como ese? Debió haber borrado su número tan pronto como regresó a New york, pero ahora que habían dado con él, tendría que mantener la farsa hasta el final.

—Steve ¿estás ahí?
—Sí. ¿Sabes qué sucedió?
—Lo único que sé es que fue un infarto —replicó el otro—. Le dije a la señora Miscoe que no sabía nada de ti, e hice toda la farsa de sorprenderme por lo del rumor de tu ataque; no puedes seguir desaparecido.

Suspiró. Un problema menor si lo consideraba en términos generales, ya tenía tomada la decisión de no regresar, ahora tendría que volver a terminar con el papeleo. Pero quizás resultara mejor así, de paso podría averiguar qué pasaba con Miranda sin llamar mucho la atención, y al mismo tiempo dejar todo sellado para siempre.

—Tienes razón amigo. Escucha, no digas nada si esa mujer vuelve a llamar, iré para allá.
—Escucha, yo…lo siento.
—Lo sé, gracias.



Próximo capítulo: En el principio, está el final

No traiciones a las hienas Capítulo 7: La hiena al acecho



Gotham. Ahora. A la mañana siguiente del avistamiento de la batalla entre red Hood y Batman

Doug fulminó a Steve con la mirada, mientras le echaba en cara lo que había estado ocultando sobre su identidad.

— ¿De qué estás hablando? Yo…

Las palabras del muchacho lo tomaron por sorpresa; se fijó en la expresión en su rostro y notó que estaba hablando en serio, sus ojos destilaban rencor dirigido a él.

—Ese es tu verdadero nombre ¿no es así? ¿no? Eres Steve, no eres el escritor que me dijiste en un principio, no estás de visita en esta ciudad, tú eres de aquí.

¿Cómo podía saber eso?

—Escucha, no sé de qué…

El muchacho se puso de pie como activado por un resorte, y lo enfrentó; sus ojos destellaban ira.

—No, escúchame tú; puedo ser un perdido de la calle. Puede que no tenga en dónde caerme muerto, pero no pienses ni por un minuto que soy tan estúpido como para creerme todas tus mentiras por segunda vez.

Alguien le había dicho toda la verdad sobre él, por eso es que no contestaba las llamadas. La pregunta era por qué eso lo impresionaba tanto y de ese modo.

—Doug, sólo dame un momento…
— ¿Un momento para qué? ¿para decirme que me has estado utilizando para investigar a un grupo de delincuentes que podrían haberme matado? Porque eso fue lo que hiciste, me vendiste una historia de niños sobre lo que estabas haciendo aquí, me ofreciste dinero y este estúpido teléfono para que investigara cosas dentro de la ciudad, y yo fui tan imbécil como para seguirte las ideas, e incluso cuando me metí a la morgue no me pareció sospechoso, creí que era algo divertido, no pensé que un pandillero muerto pudiera hacerme daño. Pero puede, claro que puede.

Arrojó el teléfono celular con fuerza hacia la calle, justo en el momento en que pasaba un vehículo, por lo que esté lo aplastó con las ruedas; enseguida se descubrió el antebrazo izquierdo y se lo enseñó con actitud desafiante. Lucía un corte que iba desde un lado al otro del antebrazo, era reciente y a simple vista se notaba que era bastante profundo; unos cuantos centímetros más cerca de la muñeca y ese corte podría haber sido fatal.

— ¿Quién te hizo eso?

El muchacho soltó una risa que sonó más como un gruñido, y miró en todas direcciones como si de alguna manera estuviera buscando una respuesta en el cielo, más arriba de sus cabezas.

—Eres tú el que está detrás de los secuaces de El amuleto ¿por qué no te respondes a ti mismo?
—Doug, enserio no sé quién pudo haberte hecho eso.
—No, claro que no lo sabes, y yo no voy a ser el que te ayude a desentrañar ese misterio ¿Y sabes por qué? porque puedo ser un pobre abandonado de la calle, pero no quiero morir, y eso es justo lo que va a pasar si me involucro en toda esta porquería.

Dio media vuelta para alejarse de él, pero Steve se adelantó y se interpuso en su camino.

—Mira, sé que te mentí, pero si de verdad hay peligro en esto, o te amenazaron, lo peor que puedes hacer es apartarte.
—Entonces vas a protegerme, es eso.
—Por supuesto, puedo hacerlo, por eso es que cuando nos conocimos estaba con el rostro cubierto, porque yo…

Pero el joven no lo dejó seguir hablando y con un fuerte empujón lo apartó de él. En este momento Steve se dio cuenta de que los estaban observando; alguien alrededor, o tal vez desde un edificio estaba siguiendo cada uno de los pasos del muchacho.

—Escucha…
— Sólo aléjate de mí, no quiero saber nada más de ti, no me importa que es lo que estés haciendo ni lo que te propongas para el futuro, no me importa por qué estás involucrado en este asunto de El amuleto, lo único que me importa es que me dejes en paz. Esto que tengo aquí —volvió a enseñarle el brazo—, es una advertencia; la gente que me atrapó en la madrugada me había estado siguiendo, sabían que yo estaba trabajando contigo, y no fue difícil que dieran a entender que yo no tenía que seguir cerca de ti ni ayudándote en tu investigación.

La desaparición de Marcus y la herida de Doug tenían el mismo objetivo: evitar que él descubriera lo que estaba pasando. Eso quería decir el traidor que había delatado a El amuleto estaba desesperado, era de vital importancia que tomara la delantera en esa carrera.

—Entonces no te involucres más —dijo hablando con cautela—. Sólo dime quién hizo esto, si tengo alguna pista puedo intervenir, tengo que detener a esa persona.

Durante un largo segundo el muchacho no respondió, lo quedó mirando inmóvil con la vista desenfocada; Steve no se movió, pero comprendió que la o las personas que estaban vigilándolo estaba en justo detrás de él. No sabía a cuánta distancia, pero apostaría todo lo poco que le quedaba en esos instantes a que era así ¿estarían haciéndole un simple gesto, o quizás en ese momento había un arma apuntando directo a su cabeza? ¿Por qué no matarlo, por qué no aprovechar esta oportunidad y deshacerse de quien estaba significando una amenaza para sus misteriosos planes? Entonces lo supo: esa persona lo que quería era anonimato, necesitaba por sobre todas las cosas seguir estando en las sombras eso quería decir que la traición El amuleto, su posterior muerte, la forma en que se habían esfumado sus secuaces, la desaparición de Marcus y las heridas propinadas a Doug eran actos realizados por la misma persona, ese sujeto que encontró en la traición un buen negocio, y desde entonces se había dedicado a borrar las pistas de su paradero, a cualquier costo. Desde ese punto de vista asesinar era comprensible, ya había sucedido una vez; sin embargo si lo que quería era pasar desapercibido, no lo lograría continuando con una secuencia de asesinatos, lo más probable era que se tratara de alguien muy cercano a Kronenberg, alguien a quien le importaba sobremanera mantener la faceta inocente que hasta entonces había cultivado.

No le vi la cara ni sé su nombre —dijo de pronto el muchacho—. Supongo que si eso hubiera pasado no estaría aquí hablando contigo; sólo voy a decirte una cosa, hay un mensaje para ti y si eres aunque sea un poco inteligente, entonces tal vez vas a hacer caso de esto: vete de la ciudad, sal ahora mismo, corre lo más rápido que puedas y nunca regreses, no mires hacia atrás ¿alguna vez pensaste que los que vivimos en la calle tenemos principios? Pues yo nunca le he deseado la muerte a nadie. Jamás había pensado en salir de esta ciudad y ahora no puedo porque sospecharían de mí; sólo voy a estar seguro mientras esté lejos de ti, y sólo podré recuperar mi vida de dos maneras: Si te vas para siempre, o si estás bajo tierra. Vete de la ciudad.

No dijo más y echó a andar a toda velocidad; tan sólo unos pasos después desapareció de su vista en las escaleras del subterráneo. En ese preciso instante sonó el celular de Steve, anunciando una llamada de Marcus.

—Demonios —contestó el teléfono—. Marcus ¿dónde diablos has estado todo este tiempo?

La Voz del otro lado de la conexión lo descolocó. Marcus sonaba exactamente como él mismo después de una gran noche de reventón.

—Steve amigo, veo que no estás aquí —dijo con voz ronca, hablando despacio—. Parece que fue una gran noche ¿no crees?
— ¿Dónde estás?
— ¿Dónde estás tú? —indicó la voz del otro lado de la conexión— Esperaba que al menos tuvieras la decencia de quedarte conmigo ¿O me vas a decir qué tuviste alguna propuesta mejor?

Estaba saliendo de una resaca, era evidente que no iba a escuchar sus palabras a través del teléfono.

—Dime en dónde estás.
—En un hotel, espera —se sintió ruido y quejidos—. Diablos… Levantarme de la cama es una tortura… es en el centro, sólo alcanzo a ver que justo al frente está la Posada del herrero. Si vas a venir que sea en silencio, trae antiácidos, no golpes. Y si ya estoy en coma, no molestes.

Steve sintió cómo su amigo soltaba el teléfono sobre el lecho; cortó la llamada y se dispuso a ir en esa dirección. Conocía el bar La posada y no estaba demasiado lejos; cuando llegó 15 minutos más tarde, no tuvo mayor dificultad en encontrarlo, la recepcionista le dijo en qué habitación estaba luego de escuchar una breve descripción de él y decirle que había llegado alrededor de las seis de la mañana, apenas siendo capaz de mantenerse en pie, pero sólo. Al entrar en la habitación lo encontró tendido boca abajo sobre la cama, desnudo, su ropa estaba desperdigada por el lugar, y definitivamente olía a alcohol.

— ¿Todavía estás despierto?

El otro murmuró algo ininteligible con el rostro hundido sobre el colchón y con un gran esfuerzo giró la cabeza hacia la izquierda, mirándolo con ojos entrecerrados.

—No sé si estoy dormido o no.
—Marcus, anoche te fuiste a tratar de conseguir algo de información…
—Espera, espera, más despacio —replicó el otro levantando apenas los dedos—, mira, nosotros realmente no nos veíamos hace mucho tiempo y fue genial que nos encontráramos aquí, pero la estábamos pasando muy bien yendo de un lugar a otro, no entiendo cómo es que tú estás tan bien y yo estoy tan mal.

Esa conversación no lo estaba llevando a ninguna parte.

—Sí, lo estábamos pasando bien.
— ¿Recuerdas? Ese centro nocturno donde bailaban las chicas que parecían gemelas…

Oh rayos, eso había sido poco antes de que se separaran.

—Sí.
—Pues te aseguro que lo que nos tomamos en el siguiente sitio que visitamos era de primera calidad, porque lo siguiente que recuerdo es que estaba en uno de esos moteles temáticos, esos donde las camas parecen instrumentos de circo, y que habían unas chicas muy lindas, y yo estaba como en las nubes —rió de forma ahogada, sin fuerzas—. Estaba en la parte más alta de la ola ¿sabes? perdóname sí fui un mal amigo y me fui sólo con ellas, por alguna razón estaba convencido de que estabas ahí o en la habitación contigua.

En este momento, Steve vio con claridad una marca en la espalda de su amigo; la señal de que había sido pinchado con una aguja estaba en el trapecio, justo en un punto que no podía verse por sí mismo en un espejo. Eso significaba que en algún momento  entre su separación y esa extraña llamada alguien lo había drogado; teniendo ya alcohol en el cuerpo no era de extrañar que con una dosis apropiada perdiera la noción del tiempo, o de manera directa no recordara algunos acontecimientos. Decidió no enseñarle la grabación de su propia llamada, no tenía sentido intentar hacerlo recordar lo sucedido en la noche cuando apenas habían pasado un par de horas, su mente estaría más despejada durante la tarde y tal vez en este momento tendría éxito. Dejó sobre el velador junto a la cama una botella, y le dio unas palmadas en el hombro.

—Toma ese tónico, es del mismo que yo uso para reponerme después de una noche de fiesta; en un minuto te sentirás bien.
— ¿Te vas? —dijo el otro en un murmullo.
—Sí, tengo algunos asuntos que arreglar, pero estoy seguro de que estarás bien; hablamos más tarde ¿de acuerdo?

Salió del Hotel pensando en su siguiente objetivo: aún tenía pendiente averiguar qué era lo que había pasado con Miranda después del accidente; volvió a llamar al número de la casa de sus padres que encontró con anterioridad, y otra vez no obtuvo respuesta. No recordaba en qué parte de Gotham vivían ellos, de modo que se acercó a una oficina de información turística y le dijo a la chica que lo atendió que estaba buscando a la familia de su amiga que iba a visitar; gracias a su encanto y saber el nombre de ella, la joven accedió a entregarle la información.

—Disculpe, usted dijo que venía a visitarla.
—Sí —respondió con una sonrisa—, es una sorpresa, estuve mucho tiempo fuera de Gotham y quiero visitarlos, pero la ciudad ha cambiado mucho y no puedo ubicarme por mí mismo.

La chica se mostró un tanto incómoda, dudó y al final habló en voz baja, con el mayor tacto posible.

—Señor lamento informarle esto, escuche… no debería decir esto, prométame que no le va a decir a nadie que lo escuchó de mí.
— ¿A qué se refiere?
—Por favor prométalo, no quiero arriesgar mi puesto de trabajo.
—Se lo prometo —respondió con una amable sonrisa—, usted está siendo gentil y magniífica conmigo— de ninguna manera la voy a perjudicar.
—Gracias señor; creo que es mejor que llame por teléfono a su amiga, no va a poder encontrar la casa de sus padres, porque ellos murieron.

La chica le indicó que no podía entregarle más información, y golpeado como estaba por la sorpresa, Steve decidió salir de ese lugar de inmediato y buscar información por su cuenta; un rápido registro en la red de obituarios de la ciudad confirmó el hecho: los padres de Miranda habían muerto ocho años atrás en un accidente automovilístico. En la cena, el coronel  Keyton había dicho “a visitar a tu familia y compartir con tus amigos” Por supuesto, no podía quedarse con su familia ni compartir con ellos porque estaban muertos, estaba tan concentrado en el descubrimiento de la ocupación de ella y todo lo que eso significaba que había pasado por alto este detalle tan sutil en la conversación; sin embargo no era fecha aniversario de su muerte ¿por qué motivo entonces se encontraba en la ciudad al mismo tiempo que él? ¿acaso eso tenía relación directa con los acontecimientos ocurridos en torno al ataque a su padre? ¿sería posible que la soldado de Afganistán estuviera involucrada de algún modo, y no se tratara de una casualidad? Tomó un taxi y se dirigió a toda velocidad al sitio en donde había ocurrido el accidente, y dedicó un tiempo a intentar averiguar si es que alguien sabía algo al respecto; los pocos que quisieron contestar preguntas no entregaron mucha información, sin embargo un muchacho del lugar le mostró una foto tomada con su teléfono celular: la captura era de cierta distancia y sólo se veía la ambulancia y un coche de policía. A pesar de que no era de buena calidad, Steve pudo identificar que en el parachoques trasero tenía un auto adhesivo de color verde cuyo diseño no podía identificar; por suerte el chico le dijo que pertenecía a una asociación llamada Verdes furiosos, que promulgaba la utilización de energías limpias. Después de una búsqueda en internet descubrió la nómina de la organización no gubernamental, y a través de ella la ubicación del servicio de urgencia en donde se desempeñaba el conductor de la ambulancia: se trataba de una pequeña urgencia local ubicada a treinta minutos del sitio del accidente. Pero la recepcionista del lugar no se rindió ante sus encantos.

—Entiendo que esté preocupado por su amiga, sin embargo no podemos permitir la entrada de nadie que no sea familiar.
—Sus padres murieron, ella no tiene familia.
—Te equivocas, ella sí la tiene.

La voz de un hombre lo interrumpió y sorprendió: se trataba de un sujeto de casi su misma edad, alto y fuerte, de rasgos endurecidos. Era sin lugar a dudas un militar, pero Miranda no tenía hermanos.

—Disculpa, no te conozco.
—Tampoco yo, pero te escuché preguntando por Miranda. Soy su esposo.

La declaración lo golpeó como un mazo en el rostro. ¿Esposo? ¿Por qué en el mundo alguien como ella estaría casada siendo tan joven, y aún más, por qué no se lo habría dicho?

— ¿Esposo?
—Sería mejor que en vez de hacer preguntas, me dijeras quién eres y por qué estás preguntando por ella.

La recepcionista los interrumpió en un tono poco amable, y les dijo que salieran; ya en el exterior, el hombre de cabeza rapada lo miró muy fijo; estaba alterado, a todas luces.

— ¿Y bien?
—Mi nombre es Steve, Steve Maori, soy amigo de infancia de Miranda.

Por un momento no supo qué estaba pasando por la mente del otro; se quedó muy quieto, hasta que soltó el aire contenido en los pulmones, muy despacio.

—Ah, el chico listo de la escuela, el que era demasiado importante
— ¿A qué te refieres?
—Miranda me habló de ti, de todo en realidad —dijo con cierto tono de orgullo. Estaba demostrando quién era el macho de la manada ahí—. No tenemos secretos.

Steve sabía que, si en efecto ella le había contado a ese hombre todo de su niñez, entonces él sabría mucho sobre sus acciones, algo que lo dejaba en desventaja y como un rival; necesitaba ganarse su confianza. Pero primero tenía que encontrar una excusa plausible para saber que ella estaba internada cuando en realidad no vivía ahí.

—Nos encontramos de casualidad hace muy poco —replicó evadiendo cualquier precisión—, y la verdad es que no alcanzamos a hablar mucho, estaba extraña, triste.

El otro se cruzó de brazos.

—Es extraño que se encontraran, ella creía que estabas en Atlanta.
—Vine por un tiempo a visitar a mis padres, están pasando por una situación muy complicada.

Se hizo un incómodo silencio entre los dos; necesitaba sortear ese obstáculo, tener a ese hombre ahí celando y protegiendo a Miranda era un impedimento ¿Estaría despierta? Supuso que no, o de lo contrario él le habría hecho algún tipo de recriminación.

—Entonces se encontraron por casualidad.
—Fue una gran sorpresa, yo también estoy triste, aunque por otros motivos ¿sabes? —en ese momento se le ocurrió la idea: era agarrarse de un clavo ardiendo, pero era lo único que podía funcionar—. Pasaron tantas cosas, tuve problemas en mi trabajo, descubrí que Carl me engañaba y estaba a punto de mandar todo al diablo, cuando supe que habían asaltado a mi padre, así que tuve que guardarme mis problemas y venir a hacerme cargo.

Notó que el otro levantaba ligeramente las cejas; un instante después su postura se relajó. Estaba funcionando.

—Debe haber sido doloroso saber que él te engañaba.

Steve hizo una breve pausa dramática.

—El muy desgraciado me juraba amor, pero lo eché a la calle; como sea —continuó carraspeando, como si quisiera evitar emocionarse—, vine de Atlanta hasta aquí para ocuparme de asuntos familiares, ya sabes que cuando uno es hijo único toda la responsabilidad cae en estos hombros. Y en eso me encontré con ella, hablamos muy poco, estaba evasiva, así que le dije que teníamos que desayunar hoy y luego tal vez ir de compras —el esposo de Miranda lo miraba casi con una sonrisa—, y cuando no me contestó el teléfono pensé que estaba pasando algo extraño. Entonces empecé a llamar a urgencias y me dijeron que estaba aquí ¿qué fue lo que le pasó?

La artimaña sirvió de forma increíble; Sam, así fue como se presentó, y le dijo que lo acompañara a la sala en donde estaba internada. Estaba sedada, tenía parches y vendas en el cuerpo, y todo el lado derecho de la cara estaba cubierto por los vendajes.

—Pobre ¿la atropellaron?
—Cayó de un tercer piso.
— ¿Qué? Pero ¿por qué, qué estaba haciendo en una azotea?
—A mí también me gustaría saberlo, me gustaría saber por qué estaba aquí y qué se proponía.

Si él tampoco lo sabía, sus sospechas y temores aumentaban; por un lado, si Sam no sabía nada al respecto, montaría en cólera al descubrir la mentira, y por otro, la información seguiría oculta a sus ojos, escondida en la mente de Miranda. Era seguro y a la vez peligroso que despertara.

—No lo entiendo, dijiste que no tenían secretos.
—Y no los tenemos —replicó perdido en la contemplación de ella—. Estábamos distanciados desde hace un mes ¿te dijo a lo que se dedica?
—Me dijo que estaba en el ejército y que era peligroso, pero no hablamos más de eso.
—Es comprensible que no te lo haya explicado, fue el origen de nuestros problemas; trabajamos en el ejército, realizamos misiones difíciles en distintos lugares, es lo que tú conocerías como agentes secretos, pero sin las fiestas y los automóviles. He visto a muchos amigos salir perjudicados, y le dije que ya era hora de que termináramos con eso, yo estaba con baja médica por un disparo pero Miranda insistía en que quería hacerlo, que era una forma de ayudar más activa que colaborar con dinero en una colecta. Supongo que de alguna manera quería evitar que otras personas sufrieran lo que ella cuando perdió a sus padres; algunas misiones son de reconocimiento o simplemente de escoltar a alguien importante, pero a veces intervenimos en secuestros, o rescatamos inocentes en zonas donde hay conflictos bélicos, de algún modo se volvió una droga para ella.
—Y entonces ella decidió venir a Gotham.
—No, eso sucedió después; primero tuvimos esa discusión, y luego me dijo que vendría hasta aquí, porque necesitaba pensar y estar apartada de todo para tomar una decisión, y ya sabes que uno puede ser muy orgulloso, pero al fin decidí venir tras ella y arreglar las cosas.

Entonces su presencia en esa ciudad seguía siendo una incógnita, y así se lo hizo saber Sam.

Asumí que quería visitar la tumba de sus padres, incluso mientras venía, me puse a pensar en que la sensación de pérdida de ellos podría ayudarla a entenderlo que yo le decía, pero no me esperaba encontrarla accidentada, y mucho menos con su ropa de exploración.

Desvió la vista hacia una silla que estaba a un costado, en donde, dentro de una bolsa plástica, estaba la ropa con la que él la había visto en su enfrentamiento en la noche.

 — ¿Ropa de exploración?
—Es un tipo de uniforme —explicó sin ánimos—. Si Miranda tenía puesto ese uniforme, significa que estaba siguiendo o investigando a alguien los doctores dijeron que tiene señas de golpes además de las de la caída, y son recientes; eso sólo puede significar que tuvo una pelea, o quizás esa misma persona la arrojó por el edificio.

Si llegaba a despertar y decirle que lo había visto, en efecto, pero en otras circunstancias, el asunto se saldría de control.

— ¿Y por qué no has hecho una denuncia a la policía?
—Porque eso podría poner en peligro a Miranda y a quien sea que esté investigando, puede ser un delincuente o también una víctima potencial, y si alguien la atacó, puede volver a intentarlo. Mientras no despierte, estoy de manos atadas.
— ¿Y qué dijeron los médicos?
—Las próximas 48 horas son vitales; tiene muchas heridas, fracturas y cortes, pero el principal es un golpe en el occipital derecho producto de la caída, si no evoluciona bien, podría no despertar.

Cuarenta y ocho horas era demasiado tiempo, las pistas se enfriarían demasiado rápido. En ese momento una nueva teoría apareció en su mente, y era la primera que tenía sentido y encajaba con todo lo demás. El sujeto que traicionó a El amuleto, es alguien de confianza de Kronenberg, quien de paso se queda con el dinero de la empresa de su padre; sin embargo no es cualquier cercano, es alguien que trabaja de intermediario, tal vez es un mensajero, o una especie de agente de enlace, por lo que conoce el trabajo que hacen los pequeños maleantes. Lleva tiempo investigando, quizás no es primera vez que hunde a uno de esos delincuentes, y de pronto ve que puede sacar más de una tajada del negocio, por lo que urde un plan y arruina el negocio paralelo de El amuleto y se encarga de ocultar su muerte el tiempo necesario para que el padre de Steve piense que las amenazas y el ataque vienen de él, de modo que cuando el delincuente muere de forma oficial, Kronenberg asume que el dinero se perdió junto con él y, como tiene otros problemas como el cambio de planes de Máscara negra, se desentiende de un asunto menor. Y en medio de todo eso, el padre de Steve no puede ser una amenaza porque prácticamente ha perdido la razón, los secuaces pueden haberse escondido o incluso seguir trabajando para el mismo jefe superior haciendo como si nada pasara, y cuando dos personas empiezan a hacer demasiadas preguntas, amenazan a una y drogan a la otra hasta hacerle olvidar. ¿Cómo encajaba Miranda en todo eso? A través de él. Ya sabía que quienes lo acechaban habían entrado a su casa, y ahora pensaba que era muy probable que siguieran los pasos de su padre desde hace tiempo, por lo que no resulta difícil establecer que ay una conexión con la chica. Averiguan que está en el ejército y, aprovechando que está en la ciudad, le envían alguna clase de informe ¿Qué Steve estaba siendo perseguido por un merodeador nocturno? Tal vez simplemente ese sujeto hizo encajar las piezas que estaban a su disposición de forma casual, y Steve, en vez de guardar silencio, hizo lo primero que se le vino a la mente, con lo que consiguió que ella creyera que él era un delincuente en vez de una víctima. Parecía la trama de una novela de suspenso, pero ordenado de esa forma, resultaba tan probable como ninguna otra cosa antes. Hasta ese momento había estado intentando descubrir quién era el soplón que había causado la caída de El amuleto y conseguido quedarse con el dinero de la empresa de su padre, pero sólo había seguido un juego planteado por alguien que tenía varios pasos de distancia y además, mucha más información que él; en cierto modo, el accidente de Miranda era el primer error que cometía el traidor, porque de seguro lo que esperaba era que ella lo denunciara, o incluso que lo entregara a las autoridades. No habían resultado las amenazas, de modo que, teniendo una opción caída del cielo, la utilizó y él, como un idiota, había caído.
Se aseguró de que Sam tuviera su número y le pidió que se comunicara con él ante cualquier cambio en el estado de Miranda, comprometiéndose, desde luego, a estar de regreso lo más pronto posible para ayudar al matrimonio en ese difícil momento. Para cuando salió de la urgencia, ya tenía la simpatía del hombre y un problema controlado; lo siguiente era dejar de ser la presa a la que una hiena esperaba ver moribunda, y convertirse en el cazador.

2

Por la tarde, Steve regresaba a la casa de sus padres; eligió llegar por la calle a pie, en vez de llegar por la lateral en que podía disminuir su tiempo de desplazamiento. Cinco cuadras lo separaban de la vivienda a la que se dirigía, de modo que en un negocio local compró una soda y la fue bebiendo por el camino, mientras caminaba a paso lento, sin mirar a ninguna parte en especial.

—Steve, querido, qué tal.
—Hola señora Miscoe.
—Vas de regreso a casa por lo que veo.
—Sí ¿y usted?
—Nada en especial —dijo la mujer sonriendo—, sólo a hacer unas compras ligeras, un sobrino estará de cumpleaños pronto y ya sabes que prefiero tener todo listo por anticipado.
—Es lo mejor.
—Nos vemos.

La mujer siguió su camino en sentido contrario al de Steve, mientras este se terminaba la soda y arrojaba la botella a un basurero; en esos momentos el clima amenazaba con dejar caer otra vez una lluvia, aunque de momento sólo estaba nublado y corría una brisa tibia, ajena a la hora en que el sol había abandonado casi por completo ese lado del horizonte.
En una casa a un costado había mucha luz y música, tal vez una familia que festejaba un cumpleaños o algo por el estilo; Steve subió el cuello de su suéter ante el aumento de viento, pero no apuró el paso. No daba la sensación de que fuera a comenzar a llover aún. A su lado pasaron dos perros corriendo y jugando, se distrajo un momento esquivándolos, pero luego continuó su caminata; desde siempre, esa calle no había sido muy transitada, además de los vehículos locales sólo pasaba algún que otro taxi, casi ningún vehículo pesado.
Por lo mismo volteó un poco extrañado al sentir el sonido de un motor pesado a su espalda; se trataba de un furgón grande, de color blanco, que avanzaba de forma penosa, como si le costara al conductor mantener el ritmo o tuviera algún desperfecto. Iba a poca velocidad pero hacía bastante ruido, y aunque era llamativo, no dejaba de ser un simple vehículo en mal estado, de modo que el hombre siguió caminando de forma despreocupada.
Cuando pasó a su lado, el vehículo disminuyó la marcha al mismo tiempo que la puerta lateral se abría.
Alguien desde el interior realizó un disparo.
El ataque fue directo, dio en el pecho e hizo caer de espalda al hombre, tomado por completo por sorpresa; antes que su cuerpo terminara de tocar el suelo, dos hombres descendieron del vehículo, con el rostro cubierto por gorros pasamontaña, y se abalanzaron sobre él. De inmediato y sin titubear, lo tomaron por los brazos, y lo arrastraron a peso muerto hacia el interior del vehículo, el que reinició su marcha, sólo que en esta ocasión a gran velocidad, dejando la calle vacía y a muchas personas asombradas detrás de las ventanas de las casas más próximas.



Próximo capítulo: Con la ventaja en las manos

No traiciones a las hienas Capítulo 6: El sonido de una explosión



Steve subió todo lo rápido que pudo hasta el techo del edificio más cercano y miró alrededor; en pocos segundos encontró el objetivo a tan, sólo una manzana de distancia; se trataba de una nave monoplaza negra, que de seguro pasaría por completo inadvertida flotando en ese lugar. De alguna forma era como si el fuselaje se mezclara con el edificio de fondo, cualquiera que fuera este.

—Es él —se dijo en voz baja—, es el murciélago.

Vio una sombra bajar muy rápido de la nave ¿Qué era lo que pretendía allí? Se dijo que no tenía mucho sentido husmear en las cercanías de su trabajo, después de todo era evidente que había abandonado el esfuerzo de encontrarlo cuando no apareció ante su llamado. ¿Entonces para qué? Mientras avanzaba sobre la azotea a toda velocidad, se dijo que el verdadero motivo era conseguir algún beneficio adicional, incluso ampliar su espectro de investigación; tal vez el enmascarado estaba haciendo investigaciones en el marco de los traficantes de armas y drogas, quizás simplemente dejaba algún artilugio que pudiese servirle: todos en Gotham sabían que el murciélago tenía multitud de armas y vehículos. El merodeador pasó de un edificio a otro desplazándose con agilidad y procurando ser lo más silencioso, aunque el sonido de disparos en realidad estaba amortiguando sus movimientos. Se podía imaginar alguna clase de enfrentamiento en el que el murciélago interviniese con esa llegada tan sorpresiva; un instante después se detuvo, el atronador sonido de los disparos cesó. Después de algunos  momentos de incansable movimiento, llegó hasta el borde de una construcción de no más de 3 pisos de altura, sobre la cual estaba detenida, flotando aún a distancia imposible de alcanzar en un salto, la nave que había visto poco antes desde la calle; sin embargo, lo que concentró toda su atención fue la escena que se estaba desarrollando abajo, en la parte de atrás de una vieja edificación. Desde esa distancia no podía escuchar lo que estaban diciendo, pero a todas luces se trataba de algún tipo de pelea: había una mujer arrodillada en el suelo conteniendo el sangrado de su hombro izquierdo mientras frente a ella, un sujeto observaba con tranquilidad, manteniendo en la mano derecha un cuchillo de una hoja larga y de forma zigzagueante. Tras él, varios cuerpos desperdigados con múltiples heridas de bala.
 Comenzó a llover; al principio fue sólo una llovizna, pero unos momentos después se convirtió en un aguacero más potente; Steve se quedó inmóvil, agazapado, procurando fusionarse con la oscuridad mientras observaba la cruenta escena. A poca distancia de los dos que aún estaban vivos había un arma, era algo como una ametralladora o una Vulcan, y sin embargo lo más llamativo de toda la escena era el atuendo del sujeto: una especie detenida militar oscura con una chaquetilla con muchos bolsillos y lo más llamativo de todo era el casco rojo con el que se cubría la cabeza ¿se trataría acaso de un nuevo justiciero? El tipo parecía estar hablando con la mujer herida, quién intentó ponerse de pie a pesar del daño que tenía y que por lo visto era bastante profundo; de pronto, de forma sorpresiva, el hombre empezó a hablar con alguien que estaba a su izquierda, detrás de una puerta, alguien que por lo tanto quedaba oculto a sus ojos. Después de un tenso silencio en que ninguno se movió, el hombre de la máscara roja extrajo un par de pistolas desde el interior de la chaquetilla y comenzó a disparar hacia el punto en donde se encontraba el visitante misterioso; después de unos momentos del sonido de las balas alejándose, la mujer se puso de pie con dificultad y comenzó a huir en sentido contrario, sosteniéndose el hombro. Sin pensarlo dos veces, Steve saltó y descendió de manera limpia en medio de las armas y los cuerpos; pateó unos casquillos y tuvo un momento de indecisión ¿Qué era lo que debía hacer en ese momento? La Vulcan resultaba muy interesante, pero de seguro que sería demasiado pesada como para poder sacarla con facilidad y esconderla, así que tomó la decisión de recoger varios revólveres y guardarlos en los bolsillos; a su espalda escuchó sonido como de cosas rompiéndose: se estaban alejando.

—Esto me va a servir mucho, vamos a ver qué otra cosa puedo encontrar.

Sin embargo en vez de entrar al lugar en donde estaban sembrados los cadáveres, decidió correr a toda velocidad y seguir la pista de la batalla que se estaba desarrollando entre el enmascarado rojo y su enemigo.
De un salto ágil se tomó de una escalera de emergencia  subió por ella, intentando tener muy clara la procedencia de los sonidos para poder darles alcance; una vez que estuvo de regreso en la azotea corrió en la misma dirección que el origen de los disparos y sonidos, aunque la lluvia era un impedimento para percatarse con claridad de lo que estaba sucediendo. Por suerte los espejuelos de su máscara le permitían ver a pesar del agua.
Apoyó un pie en el borde de la cornisa cuando un enorme estruendo sacudió el edificio.

—Rayos.

Perdió el equilibrio y cayó de espaldas, y antes que pudiera ponerse de pie percibió el haz lumínico procedente desde el suelo ¡una explosión! se apego al borde del edificio, protegido por el escaso borde de la cornisa, intentando decidir si es que era buena idea averiguar qué era lo que estaba sucediendo, cuando una segunda explosión más grande que la anterior remeció otra vez el edificio ¿acaso iban a derrumbarlo? Se asomó y quedó perplejo al ver que en la construcción contigua, uno o dos pisos más alta, aparecía el sujeto de la capucha roja saltando desde la escalera de incendios con una agilidad sorprendente, mientras el murciélago le seguía los pasos muy de cerca; los movimientos de ambos parecían una compleja coreografía, cayeron sobre la despejada azotea mientras un relámpago iluminaba con deslumbrante fuerza todo alrededor. El de la capa negra de derribó a su adversario, pero éste se revolvió sobre el suelo y lo golpeó de regreso; parapetado tras el concreto, a tan sólo unos metros de distancia, Steve no podía creer la experticia que demostraban ambos guerreros, sobre todo el que llevaba el casco: el mito popular decía que el caballero de la noche era un experto en todo tipo de técnicas de combate, lo que unido a sus innumerables artilugios electrónicos lo convertía en el terror que en efecto era para muchos villanos en Gotham.
La escaramuza no fue muy larga, pero a todas luces ambos guerreros estaban utilizando sus mejores armas; en un momento ambos asaltaron y el murciélago consiguió arrojarse sobre el otro, cayendo ambos del edificio. Steve se asomó rápidamente y vio que cayeron en la parte delantera de esa construcción, aún entrelazados en una maraña de golpes, teniendo sólo el concreto como amortiguador de la caída; estaban 4 pisos más abajo y cualquiera pensaría que se trataba de una simple riña callejera. De pronto se quedaron quietos y empezaron a conversar.

—Está bien, eso es extraño.

No había un sitio por donde descender sin ser visto y ya había tenido mucha suerte estando a tan sólo unos cuántos metros de distancia de ese enfrentamiento, de modo que decidió que ya era suficiente; sin embargo la batalla había sido tan alucinante, que por una razón morbosa no podía despegar los ojos de ellos. Después de unos momentos de aparente calma, una nueva explosión envolvió a ambos; no pudo ser en qué dirección se había ido el de la capucha roja una vez que el humo se disipó, pero el murciélago recogió algo del suelo y desapareció en el siguiente recodo. La lluvia se había vuelto un manto de agua muy fino que casi no producía ruido al caer.
Entonces descubrió que había alguien parado justo detrás de él.

—No te muevas.

Volteo y sintió que el estómago se le contraía por la sorpresa; era ella, con esa misma tenida deportiva y el suéter con cuello de tortuga que le cubría la cara, la única diferencia era que el gorro que llevaba en esta ocasión era de un color gris muy oscuro, no negro. Estaba de pie en posición de alerta, el revólver en la cartuchera junto a las costillas, del lado izquierdo. Steve se levantó muy despacio, manteniendo las manos levantadas a la altura de los hombros; podría escapar, pero también podía sacarse la rabia y frustración que aquel descubrimiento le había producido en su interior. Pensaba que era lógico, sobre todo después de la descarga de adrenalina producto de ver el enfrentamiento.

—Serás arrestado —dijo la voz tras el rostro cubierto.

Hablaba de una forma marcial, no como se había comunicado con él cuando habían estado conversando tan sólo un día antes. Steve decidió que era el momento indicado.

—Miranda, espera.

Percibió como su cuerpo se tensó al escuchar ese nombre, sin embargo mantuvo la actitud y la pose de defensa; ya decidido, el hombre se quitó el pasamontañas bajo el cual su rostro había estado oculto hasta entonces.

—Sé quién eres Miranda, soy yo.

Durante una milésima de segundo fue como si no hubiese ocurrido nada; a pesar de que los ojos eran lo único de su rostro que estaba a la vista a 2 metros de distancia, Steve pudo ver cómo los abría de forma desmesurada. Dio un paso involuntario hacia atrás, e hizo con la cabeza un leve gesto de negación; había llegado el momento de conseguir que hablaran, era primordial que él le dijera lo suficiente para conseguir su ayuda. O al menos que dejara de interponerse.

—Miranda soy yo, soy Steve.

Habían pasado tan sólo algunas horas desde la cena en la que había descubierto que ella y su rival en un enfrentamiento anterior era la misma persona, resultaba increíble que al final estuviesen nuevamente juntos, en circunstancias tan diferentes.

—Escucha, sé que todo esto es muy extraño y también estoy tan sorprendido como tú, pero todo está sucediendo por un motivo, estoy seguro de que vas a entenderlo cuando te lo explique.

Sin embargo la mujer parecía no estar escuchando sus palabras; con un movimiento casi espasmódico tomó el borde de tela del cuello de tortuga y jaló de él hacia abajo, dejando por fin al descubierto todo su rostro: respiraba de forma agitada, y la forma en que se descubrió la cara daba la impresión de ser un modo de respirar, como si hubiera estado ahogando unos momentos antes.

—Miranda…
—No, esto no puede ser —dijo ella con voz temblorosa.
—Sólo escúchame por favor.

Pero ella no hizo caso a sus palabras; dio media vuelta y comenzó a correr a través de la azotea. Como activado por un resorte, Steve se arrojó tras ella, tratando de evitar que se le escapara.

—Espera.

Logró sujetarla de un brazo, ella volteó y con un golpe con el talón de la mano libre se soltó de él, sin embargo se quedó quieta a cierta distancia, desconcertada, mirándolo como si se tratara de una aparición.

—Miranda por favor escúchame, sé que esto es extraño y sorpresivo, pero te prometo que puedo explicarlo.

La mujer parecía estar completamente fuera de sí.

— ¡Explicar! —gritó con un agudo tono de voz— ¿explicar? ¿Qué es lo que quieres decir con eso, acaso quieres verme la cara de estúpida otra vez?
—Miranda, sólo hace muy poco descubrí que eras la misma persona con la que me enfrente antes.
— ¡No estoy hablando de eso! no me trates como si fuera imbécil —replicó entre jadeos.

Su reacción nada tenía que ver con lo que él se había imaginado en los últimos instantes. Se podría decir que se estaba desarrollando una lucha interna mientras hablaban.

—Está bien, está bien, tenemos que calmarnos ¿qué te parece si bajamos de aquí…?
—No puedo creer lo que está pasando. Dios mío… eso significa que tú… Oh por Dios ¿Cómo puedes estar mirándome a la cara? Vine a Gotham porque… oh por Dios, eso significa que desde un principio…
—Miranda…
—Esto es monstruoso, es demencial ¿por qué hacer esto? Me alejé durante tanto tiempo y creí que las cosas estaban solucionadas pero… oh por Dios, no puedo creer que tú hayas hecho algo como esto…

Cambió de dirección de sus pasos y volvió a correr, esta vez tomando el camino que Steve había tomado para llegar como espectador del enfrentamiento entre los dos enmascarados; el hombre intentó otra vez sujetarla, y aunque ella repitió la acción anterior, él se adelantó y sujetó también la mano libre, quedando ambos enfrentados durante un instante. Al estar tan cerca de su rostro pudo ver que la principal emoción en ella no era el enojo ni la sorpresa, sino el miedo.

—Suéltame ¿Acaso no has tenido suficiente de este juego macabro?

Otra vez la mujer se liberó de él y se apartó hacia un costado, intentando poner distancia entre ambos, pero el concreto de la cornisa sobre la que estaban cedió bajo sus pies. Miranda cayó de bruces de forma violenta, sin tener tiempo a reaccionar, azotándose contra el concreto, tras lo cual cayó por el borde del edificio como peso muerto, hasta chocar contra el pavimento.

—Oh no…

Steve bajó a toda velocidad hasta ella; una vez estuvo abajo se arrodilló junto a la mujer que permanecía tendida de espalda en una posición irreal, casi como una muñeca de trapo. Había sangre y cortes en su rostro producto de la caída, y su cuerpo realizaba ligeros movimientos involuntarios por causa de las heridas causadas.

—Miranda…

Los ojos de la mujer, aún aterrados y algo desenfocados, intentaron rehuir de su mirada, mientras la voz surgía ahogada, muy lenta, pero aún comprensible.

— ¿Cómo pudieron…?

Intentó decir algo más, pero el sonido de una sirena y las luces de los faros de un coche de policía interrumpieron la escena. El vehículo venía a toda velocidad, atraído de seguro por la llamada de algún vecino del lugar; no podía intentar moverla de ahí y tampoco tenía tiempo para más. Aunque dudó un momento, Steve volvió a cubrirse el rostro y emprendió carrera, dejando a la figura de Miranda tendida en el suelo, bajo la lluvia.
Recorrió de forma frenética una cuadra, y en la segunda extrajo el teléfono celular desde el bolsillo oculto en el pantalón; necesitaba pensar, despejar su mente luego de lo ocurrido. Resultaba imposible adelantar que es la cornisa de la construcción iba a ceder justo en ese momento, había sido un lamentable accidente que le ocurrió a Miranda, pero su presencia no era accidental, no había llegado hasta la zona de enfrentamiento por casualidad; pero en su reacción y las cosas que había dicho quedaba claro que no había descubierto quién era él ¿qué le había provocado tanto temor, a qué se refería al decir que todo eso era una especie de juego macabro? Necesitaba pensar, aclarar sus ideas y decidir qué iba a hacer; descubrió que tenía un mensaje en el buzón de voz, y le pareció muy extraño que fuera de Marcus: no era su estilo dejar mensajes. Se quedó un momento quieto bajo el techo de una parada de autobús y escuchó el mensaje; en un principio pensó que la voz de su amigo sonaba alegre o eufórica, sin embargo un momento después entendió que la voz sonaba asustada o preocupada: el temor era una emoción muy poco común en él.

— ¿Por qué diablos no contestas el teléfono? —dijo la voz con tono alterado— Odio hablar con máquinas, escucha, tenemos que hablar, esto es… no puedo decirlo por teléfono, estoy en un hotel de cuarta en el cruce entre la 26 oeste y la 1, en la habitación de la última planta. Ve buscarme apenas escuches este mensaje. Tenemos que hablar de esto maldita, sea deja cualquier cosa que estés haciendo.

La llamada se cortó; confirmó la hora, era de hace no más de 40 minutos ¿que podía haber descubierto Marcus que fuera tan importante como para no poder decirlo por teléfono? necesitaba saber qué había pasado con Miranda, pero no podía esperar a descubrir lo que su amigo tenía que decirle, el resto tendría que esperar. Por un momento dudó si acercarse al hotel enmascarado o con el rostro descubierto; la zona en la que estaba el hotel, de hecho era un tanto peligrosa de noche y no quería verse envuelto en una nueva situación que le hiciera perder el tiempo, así que se escabulló por un costado y subió hasta la última planta, por lo visto cada piso tenía una sola habitación.
La ventana trasera del cuarto tenía el vidrio quebrado.

—Rayos no.

La habitación estaba vacía; el único rastro de que alguien hubiese estado ahí era una botella de cerveza tirada en el suelo con el contenido derramado; era una marca poco conocida que se fabricaba en Gotham, y que era la preferida de Marcus cuando eran jóvenes. De hecho era la misma que había pedido en uno de los bares cuando habían salido en busca de información.

—No, no puede ser…

Marcó de regreso y se encontró con la línea fuera de área; también notó que los trozos de vidrio de la ventana rota no estaban en el interior, sino que permanecían desperdigados desde el marco hacia afuera ¿qué significaba eso? ¿que su amigo estaba en peligro y había tenido que huir apresuradamente? No, no tenía sentido, el cerrojo era muy débil y la ventana se abría hacia afuera, no tenía sentido que, incluso si hubiese estado en peligro, se diera el trabajo de romper el cristal hacia afuera en vez de simplemente abrir la ventana.
De un momento a otro tenía las manos vacías: su amigo que lo estaba ayudando a conseguir información con gran eficiencia desaparecía dejando un extraño mensaje, y la chica que ahora conocía su identidad había sufrido un grave accidente, sin darle tiempo a averiguar más acerca de los motivos por los que se encontraba en la ciudad; la lluvia volvió a arreciar. Decidió ir a casa y continuar con todo eso a la mañana siguiente.

Las emociones vividas la noche anterior habían hecho mella en el ánimo de Steve, de modo que no recibió muy bien la noticia de la desconexión de Doug del teléfono; esto, sumado a que el número de la casa de los padres de Miranda que figuraba en la guía no contestaba llamadas. A pesar de no estar de humor, de todas formas salió al recorrer las calles de las zonas de la ciudad en donde se habían reunido antes él y el muchacho, necesitaba dar con su paradero para poder seguir de alguna forma con la investigación. Se sintió un poco más aliviado cuando aproximadamente una hora después de búsqueda, lo localizó; iba caminando por una calle y de pronto lo vio, sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared de una tienda de abarrotes que en ese momento se encontraba cerrada.

—Doug ¿qué sucedió? He estado llamando pero no contestas las llamadas.

El muchacho no se movió de dónde estaba, sólo le dirigió una mirada cargada de rencor.

— ¿Qué es lo que sucedió? ¿Por qué no me lo dices tú, Steve?



Próximo capítulo: La hiena al acecho