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Contracorazón: Agradecimientos

Escribir esta historia fue un desafío a mis sentimientos; en Contracorazón, no hay un villano al que enfrentar, ni alguien planeando en contra de los protagonistas. Es una historia de vida, un viaje por las experiencias de cada uno, y una batalla por conseguir algo. En muchas formas, es también una historia acerca de crecer, de cuidar de quienes amamos, pero por sobre todo, de jamás olvidar.
Resulta extraño decir ahora que los verdaderos protagonistas no son los que vemos, sino los que ya no están; desde el sitio en el que se encuentran, ellos luchan por conseguir su objetivo, intentando comunicarse en formas para nosotros misteriosas. Son personas que tuvieron un final trágico, pero que incluso en medio del dolor, han tenido la claridad suficiente para desprenderse de cualquier clase de resentimiento, buscando sólo una cosa: permanecer juntos.
Siempre supe cuál era el final, pues esta historia, como la mayoría, la comencé desde ese punto, pero a medida que fui escribiendo, creé un micro mundo de referencias y analogías, que están presentes a lo largo de toda la obra, desde la forma en que se conocen Rafael y Martín, hasta el viaje lleno de simbolismos en el último capítulo. Todo eso está ahí, y es un sub texto que me gusta mucho haber agregado, porque siento que le da sustancia a la historia del pasado, diciendo sin palabras que se trata de vidas conectadas, pero independientes entre sí.
Siento que mis personajes cobraron vida muy rápido, como piezas encajando, pero es obligación decir que Rafael y Martín son mi dupla favorita, ya que formaron una relación de cariño, respeto y hermandad que me llena de orgullo.
Este es el fin de esta historia, y ha sido un agrado escribir, crear y corregir todos sus episodios. Gracias.

Me despido con la portada final.


Contracorazón Capítulo 28: No es necesario decir adiós




“Todo comenzó como un sentimiento que no podía entender; fueron tantas cosas las que pasaron por mi mente, mientras te miraba sin hablar, mientras pensaba en qué era lo que podía hacer o decir, sin saberlo.
Las palabras llegaron solas, y supe que era lo correcto. Que incluso sin conocer el futuro, podría encontrarte de nuevo; que siempre te esperaría”


Después de cargar combustible, Rafael y Martín continuaron su viaje hacia la dirección Marcada en el mapa; fue un viaje de ansiedad, en donde ninguno habló mucho y todo se rebujo a contemplar el paisaje, sus árboles y los extensos terrenos junto al camino. Eran espectadores de una ruta hacia un destino aún incierto.

—¿Estás bien? —preguntó Martín al volante.

Rafael había estado silencioso durante el viaje; quería conseguirlo, pero no podía evitar que todo lo relacionado con el padre de Miguel le afectara; cuando el habló con sus padres acerca de sus sentimientos, no fue realmente un momento de confesión o algo parecido, simplemente sucedió. Pero décadas atrás la ignorancia y el miedo hacían daño a las personas de modos mucho más fuertes, llegando a destruir familias sólo por no tenerla capacidad de entender o ponerse en el lugar del otro.

—Sí, estoy bien —replicó en voz baja—, solo estaba pensando en todo lo que ha sucedido hasta ahora.
—Tranquilo, lo vamos a lograr.

Aunque Martín no estaba realmente seguro de que fueran a lograrlo; recordó los momentos en que estuvo asustado tras saber el principio de esa historia, y cómo se negó a creer o pensar en todo ese asunto, hasta que decidió abrir su mente y escuchar a su amigo.
Había decidido apoyarlo, porque ese momento en que de forma inexplicable supo que Rafael estaría en peligro había sido muy importante, tanto como para hacerlo cuestionarse los hechos que no tenían sustento concreto. Sin embargo, además de ese hecho, no tenía nada más con qué ayudar, ya que él no había tenido ningún tipo de visión o recuerdo, de modo que solo podía ayudar con la información que era capaz de encontrar, y tratar de ponerse en el lugar de aquellas dos personas.
Más tarde, ambos llegaron a una pequeña localidad; a diferencia de la parada anterior que habían hecho, en este caso se trataba de un sitio con una calle central, rodeada de casas de distinto diseño, algunas de ellas con fachadas modificadas para funcionar como tiendas de distinto tipo. Martín aparcó el auto a un costado de un hostal, y juntos entraron; el sitio era acogedor y estaba decorado con detalles y relieves tallados de madera nativa, incluyendo un impresionante mesón de atención que ostentaba un bosque tallado a mano.

—Buenas tardes —saludó el hombre detrás del mesón.
—Buenas tardes —replicó Martín—, estamos buscando a una persona y creímos que aquí podríamos saber algo.
—¿A quién buscan?
—Su nombre es Carlos Mendoza, según sabemos podría vivir en este sector desde hace tiempo.

El hombre de cabello cano se quedó pensando en la pregunta, un poco extrañado, hasta que reaccionó y sonrió.

—¿Don Carlos? Sí, por supuesto, todos lo conocemos aquí.
—Eso es maravilloso —exclamó el trigueño—. ¿Nos podría decir donde vive?

El hombre indicó hacia afuera con gesto relajado.

—No hay forma de perderse; es la casa que está al final de la calle. Afuera hay un árbol de cerezo blanco, y un letrero de la tienda de semillas.
—Muchas gracias.

Salieron del hostal y caminaron por la calle bajo los últimos rayos del sol del día; entre el movimiento de las personas alrededor y el murmullo de pasos y las conversaciones de las personas, se escuchaba el suave viento de las últimas horas del día.

—Este lugar es muy bonito —comentó Martín—, me llama la atención que es como un micro mundo.
—Tiene algo del sector en donde viven tus padres —repuso Rafael—, eso fue lo primero que pensé.
—Tienes razón, no lo había visto desde ese punto.
—Sí, es como de otra época.

No lo dijo con esa intención, pero al mencionarlo, pudo sentir la conexión entre lo que los llevaba ahí y el ambiente general del lugar; se trataba de un pueblo antiguo, que no había abandonado su esencia.

—Bien, el hombre del hostal dijo que había un cerezo —dijo el trigueño—, el único problema es que no tengo la menor idea de cómo luce un cerezo.

Sacó el móvil del bolsillo mientras caminaba, pero se encontró con una lentitud en la conexión.

—No me carga la página, la señal es débil.
—Martín…
—Tal vez si me cambio de banda, tengo muy buena cobertura.
—Martín, deja eso.

Rafael lo hizo detenerse y le hizo mirar hacia el frente, hacia donde se ponía el sol. Al final de la calle, un gran árbol poblado de flores blancas resaltaba con fuerza contra el intenso naranja del sol y el celeste del cielo.

—Oh cielos.
—Creo que ese es.

El árbol estaba junto a la puerta del jardín de la propiedad; en la reja de metro y medio de alto había un sencillo cartel de madera con la palabra semillas grabada en él, y este precedía el jardín donde, entre estrechos pasillos, había plantas alternadas con sacos y algunas macetas con flores en ellas.

—Lo encontramos.

Por un largo momento, Rafael no habló luego de decir estas palabras; se quedó mirando el árbol y sintiendo el dulce aroma que de seguro provenía de sus frutos. Después de un momento miró en dirección a Martín, quien estaba inmóvil, con los ojos inundados de lágrimas.

—¿Qué pasa?

Martín no podía dar una respuesta concreta a esa pregunta, pero supo que se trataba, sin duda, de algo muy parecido a lo que su amigo le relató con respecto a esos recuerdos; sintió un vuelco en el corazón, como si muchas cosas antes no explicadas cobraran sentido de pronto, solo por el hecho de estar ahí.

—No sé —respondió con un hilo de voz—, no lo puedo decir, pero...
—Lo entiendo —replicó Rafael, mirándolo a la cara—. Es él ¿verdad?

El trigueño se restregó los ojos y respiró profundo un par de veces para controlarse antes de hablar; se sintió cansado y angustiado, pero al mismo tiempo había un sentimiento de paz que comenzaba a alojarse en su pecho.

—Sí, es él.
—¿Prefieres que esperemos un poco?
—No —replicó, determinado—, tengo que saberlo, no puedo dejar pasar más tiempo.

Volvió a respirar con fuerza, y los dos terminaron de caminar el trecho que faltaba para llegar; una vez en la puerta, llamaron y esperaron tensos segundos, hasta que del interior de la casa salió un señor de edad avanzada, de raleado cabello gris y anteojos. El hombre los saludó con un gesto.

—Buenas tardes.
—Buenas tardes —saludó Rafael— ¿Usted es Carlos Mendoza?
—El mismo, señor —replicó mientras dejaba entornada la puerta tras él—. ¿Necesita algunas semillas?

Se trataba de un hombre de baja estatura, de aspecto general de cansancio y gestos tranquilos y reposados; se detuvo del otro lado de la puerta, mirándolos con atención.

—En realidad necesitábamos confirmar algo, disculpe por molestarlo.
—Si lo puedo ayudar en algo.

No se sintió capaz de mentirle acerca de cuál era su objetivo en ese lugar; de una forma o de otra ese asunto terminaría ahí.

—¿Usted tuvo un hijo que se llamaba Joaquín?

Al escuchar esa pregunta, el anciano se envaró; por un momento miró a uno y a otro, como si esas palabras tuvieran un significado distinto a lo que ellos pudieran suponer.

—¿Por qué quiere saber eso? —preguntó con voz ronca.

¿Qué significaba ese gesto de desconfianza en él? No era el mismo tipo de alerta del padre de Miguel, pero tampoco la fría indiferencia de su madre.

—Porque estamos tratando de ayudarlos —replicó Rafael, con tacto—, sé que tal vez no es muy sencillo de entender, pero creo que su hijo dejó algo pendiente en este mundo, algo que no pudo terminar por causa del atentado en que murió.

El anciano abrió más los ojos, y tragó saliva con dificultad; después de aclararse la garganta, los miró como si fueran apariciones.

—No entiendo qué es lo que quieren.
—¿Usted extraña a su hijo?
—Más que a mi vida —respondió sin dudar, aunque con un cierto tono amenazante—, pero no los conozco, no comprendo por qué…

Se quedó con las palabras en el aire, perdida su mirada en el rostro de Martín; en ese momento ambos jóvenes comprendieron que él estaba experimentando la misma sensación que el padre de Miguel.

—Disculpe —se llevó las manos a los ojos mientras hablaba—, tuve una idea, por un momento lo confundí con alguien más.

Rafael y Martín se miraron, transmitiendo el mensaje claro sobre lo que estaba ocurriendo en ese lugar.

—Lo entendemos —comentó el trigueño, hablando con calidez—, no se preocupe.
—Pero ¿Por qué me dicen estas cosas?
—Sé que suena difícil de entender, pero pensamos que su hijo no puede descansar; hemos visto algunas cosas que sucedieron en el pasado, y creemos que el motivo para que eso suceda es que él está intentando conseguir ayuda de nosotros, y también de usted.

La expresión del hombre mayor pasó de la confusión a una especie de alarma en pocos momentos; después de todo, era comprensible, porque nada de lo que ellos pudieran decir tenía una prueba o sustento; todo se trataba acerca de creer.

—¿Cómo? ¿Qué significa eso de ver, de conseguir ayuda?
—No sabemos cómo pasó —explicó Rafael intentando explicar todo del modo más razonable posible—, sólo que de pronto comenzó a pasar. Joaquín estaba comprometido cuando estaba en la ciudad, mientras trabajaba en la librería.

El anciano ahogó una exclamación, pero se repuso de inmediato, impulsado por una energía completamente distinta.

—Si estén tratando de engañarme de alguna forma…
—No, no es un engaño —se apresuró a decir Rafael—, de ninguna manera. Escuche, no es fácil explicarlo, pero quizás esto ayude.

Le mostró la cadena de oro con la hoja que había recibido del padre de Miguel más temprano; el anciano se quedó mirándola con el rostro desencajado, incrédulo ante lo que estaba viendo.

—No es posible ¿De dónde sacó esto? —exclamó con voz ronca por el esfuerzo.
—La tenía Miguel el día en que los dos murieron. Joaquín y Miguel estaban juntos en el momento del atentado hace treinta años, y Miguel llevaba esta cadena.

Presa de un dolor indescriptible, el hombre se vio forzado a sentarse en un banco de madera ubicado a un costado de la puerta; preocupados por lo que pudieran haber provocado, los dos jóvenes entraron en el jardín y se acercaron a él.

—Señor ¿Me escucha?
—No puede ser, no puede ser.
—Señor, por favor cálmese.

Levantó la vista hacia ellos, respirando con dificultad por el esfuerzo emocional que estaba haciendo.

—Le exijo que me diga por qué tiene esa cadena.
—Era de Miguel —Rafael se animó a decir la verdad completa, rogando que no fuera demasiado fuerte—, Miguel y su hijo Joaquín eran amigos, ellos estaban enamorados, y creemos que él le obsequió la cadena a Miguel.

Por el contrario de lo que se temía, la mención del amor entre sus palabras no pareció afectarlo más que lo que había sucedido antes; depositó en sus manos la cadena, que brilló tenue con los últimos atisbos de sol de la jornada.

—El padre de Miguel no estaba enterado de la relación de ellos dos, y suponemos que ustedes tampoco; creemos que ellos no pueden descansar en paz porque nadie sabía de lo que existía entre ellos, y lo que ocurre es que hay algo que sigue pendiente.
—Esta cadena la compró en un pueblo vecino —la voz del hombre se había vuelto grave y algo ronca; él también estaba recordando hechos de mucho tiempo atrás—. En ese tiempo yo trabajaba en un molino, y él insistió tanto con ir a ayudar para tener ese dinero; siempre me pareció muy extraño que cuando el molino cerró y tuve que buscar otro trabajo, Joaquín nunca usó la cadena.
Cuando tenía 21 nos trasladamos a la ciudad para probar suerte; después él dijo que quería vivir solo y yo estuve de acuerdo, me pareció que era lo correcto que tuviera un desafío y se probara a sí mismo. Después nos devolvimos cuando las cosas no funcionaron, pero él dijo que se quedaba, que su vida estaba en la ciudad.
Nos llamaba por teléfono todas las semanas; un día pensé que tal vez estaba enamorado, pero no sabía cómo hablar de él de esos temas, siempre creí que las cosas pasarían por sí solas.

Desplazó la vista por el jardín; en ese momento estaba regresando mucho tiempo atrás, a una época en donde no había perdido tanto.

—Nunca le pregunté nada; Joaquín era muy reservado, y yo no sabía cómo hablar de esas cosas, mucho menos en un caso así. Solo me dije que estaba bien, que si era su decisión para vivir, que lo hiciera; y supongo que él tampoco sabía cómo decírmelo, o tal vez sólo era miedo a que yo lo rechazara.
Estaba tan contento cuando entró a trabajar a la librería; me dijo que se sentía muy contento, que era un lugar muy bonito y que podía aprender cosas. Cuando podía nos mandaba dinero, y yo insistía en que eso no era necesario, pero él repetía que sí, que era lo correcto porque nosotros le habíamos dado todo lo posible.

Pasó los dedos por el metal, de pronto distraído por el recuerdo, luego azotado por la realidad de sus palabras.

—Margot lo supo. Estábamos en la casa, y en la radio dijeron que había ocurrido algo terrible en el centro de la ciudad; ella lloraba y lloraba, sólo me decía que él estaba ahí, así que tomé la camioneta y empecé a conducir para allá.
Todo era un caos cuando llegamos a la ciudad, y nadie nos decía nada. Después, fue ella quien logró que alguien nos escuchara, y encontramos al jefe de esa tienda.
Fue como si nosotros también hubiéramos muerto en esa tragedia —explicó con voz ahogada por la tristeza—; nos iban a entregar el ataúd cerrado porque dijeron que estaba demasiado herido, pero yo insistí, les rogué que me dejaran verlo. Su carita estaba cortada, quemada, pero nunca voy a olvidar la expresión de paz que tenía, como si estuviera durmiendo.

Hizo una nueva pausa, esta vez más extensa; respiró hondo, asumiendo el lugar que tenía ahora en esa historia, una en donde era un sobreviviente.

—Lo trajimos acá; se supone que no se puede, pero yo no tuve corazón para separar a Margot de su único hijo, eso era imposible.
Se quedó aquí, en el jardín, y yo pensé que el tiempo nos ayudaría a sanar; pero Margot nunca pudo reponerse y se fue apagando poco a poco. Ella luchó —recalcó, con firmeza—, lo hizo, pero la tristeza pudo más. Al final me quedé solo aquí, esperando que llegue mi momento.

Su voz de resignación ante los hechos era palpable; después de todo lo que había vivido, sentía que no le quedaba más.

—¿Entonces ese muchacho Miguel, y Joaquín?
—Sí, así es —respondió Rafael, evitando hacerlo pasar por el trance incómodo de no saber cómo referirse a esa relación—. Esa cadena fue un regalo de Joaquín, es un símbolo de lo que había entre ellos.
—¿Y él también murió en ese atentado?
—Sí, estaban juntos —Martín se puso de cuclillas y lo miró a los ojos—; señor, lamentamos hacerlo pasar por todo esto, pero creemos que es necesario encontrar un modo de ayudarlo.
—No entiendo cómo podría, después de tanto tiempo.

Los sentimientos no tenían tiempo ni lugar; persistían en las cosas, en el aire, en los recuerdos de aquellos que subsistían, e incluso más allá de ellos. El amor, la confianza mutua y la fe en los seres queridos eran sentimientos inmortales.

—Su hijo quería formar una vida. Él amaba a alguien, y en sus últimos momentos sólo quiso permanecer con él, quedarse con él para siempre; pero algo los separa, tal vez es el miedo por la forma en que todo sucedió, o que no hayan sido despedidos juntos.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó el anciano, con un hilo de voz.
—No lo puedo explicar —respondió el joven, con sencillez—, pero sé que es así. Esa cadena con la hoja es un símbolo, y pensamos que sólo hay que encontrar el otro, el de Miguel para Joaquín, y mantenerlos juntos para que ellos puedan descansar en paz.

La vista del anciano se perdió en la suya por largos momentos; Martín sabía, al igual que Rafael, que ya habían hecho todo lo posible.

—Seguro que los años me han afectado la vista, porque usted me recuerda a él.
Había pocas cosas en el cuarto que rentaba en la ciudad; guardamos su ropa, algunos libros y cuadernos, pero nunca vi algo que me pareciera un regalo o algo así.

Rafael iba a decir algo, pero se dio cuenta que el hombre estaba pensando en alguna cosa, y decidió darle tiempo para que lo hiciera; al final se volteó hacia el lugar en donde estaba el árbol.

—A menos que…

Se puso de pie y pasó entre ellos, hasta pararse junto al árbol; sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—No puede ser. ¿Cómo no me di cuenta nunca?
—¿A qué se refiere?
—Con Margot plantamos este cerezo cuando Joaquín tenía cuatro años; él siempre jugaba en él, le gustaba mucho, decía que era su lugar favorito en el mundo.
Los cerezos tienen una vida corta, usualmente no duran más de veinte años; el invierno siguiente a ese atentado fue muy frío, y este árbol estaba deshojado y seco. Pensé que ya era su momento, que habría que cortarlo, pero Margot me dijo que no lo hiciera.
Que le diera tiempo.

Posó una mano sobre la corteza del árbol; los dos jóvenes pudieron ver que un costado del tronco estaba seco, su madera sin vida y descascarada.

—Margot era una mujer muy sabia, siempre entendió el mundo mucho mejor que yo; así que no dejé de regarlo, esperando a que pasara algo que no sabía. Al año siguiente en primavera no floreció, y le dije que de verdad no podía hacer nada, pero ella insistió en que le diera tiempo; floreció en marzo, mucho después de lo que correspondía, y fue tan lindo verlo así, cubierto de blanco. Ella dijo que era su Joaquín, que él lo había hecho, pero yo nunca pensé en eso como algo real, sólo pensaba que era su forma de recordarlo, de tratar de vivir con esa tristeza.
Y aquí sigue, tantos años después. Todos los años florece más tarde, todos los años sigue manteniéndose en contra del invierno, como si se negara a morir ¿Será que es él, que es mi niño que lo está esperando?

Rafael sintió que esa era la respuesta que estaban buscando desde un principio. Joaquín estaba ahí, esperando a su amor, pero el miedo y la angustia lo había impedido. Miguel, en el horror de ver la vida de Joaquín escurrirse entre sus brazos, nunca había podido llegar a ese lugar; no era sobre objetos, era sobre ayudarlo a hacer el camino.
Contempló el árbol que se oponía al viento y al tiempo a pesar de esa herida que persistía hasta ese momento, y se dijo que sólo un amor demasiado grande podía resistirse a la muerte.

—¿Usted qué cree?
—No lo sé —replicó en voy casi inaudible.

Se acercó al árbol y puso la cadena alrededor de una de las ramas bajas, después de lo cual se quedó en silencio, elevando alguna clase de rezo o plegaria.

“Siempre estuve aquí, esperándote. Este es nuestro lugar, aquí es donde nuestros corazones se unieron”

Rafael se secó silenciosamente unas lágrimas que escapaban a sus ojos, mientras Martín, de pie a su lado, lo abrazaba, conmovido al igual que él por lo que estaban presenciando. No eran necesarias las palabras, porque en su interior, los dos habían comprendido que era el momento de alcanzar la tranquilidad, y conectarse con un sentimiento sin descripción, algo que quizás solo ellos podrían comprender del todo.

"Perdóname por no haber venido"

Estaban equivocados al pensar que ya no podían hacer nada por ellos; estaban ahí, y aún con el tiempo, habían persistido, buscándose siempre hasta poder alcanzarse. Lo que para muchos en vida era tan sencillo, para ellos se había convertido en una odisea más allá de los años.

"Estás aquí, y eso es lo que importa. El tiempo no nos puede hacer daño"

Habían vuelto al origen, a ese momento mágico en que todo había comenzado; en aquella lejana ocasión tuvieron el coraje de acercarse y ser por completo sinceros con lo que sentían el uno por el otro, soslayando los miedos y las inseguridades. Sus corazones se unieron, para a partir de ahí no volver a separarse; algunos amores eran extemporales y trascendían las barreras del dolor y la distancia, siendo capaces de todo para volver a estar juntos de nuevo.
Rafael y Martín se sintieron emocionados y plenos ante la contemplación de este momento puro e indescriptible, en donde su camino como vehículos para dos almas hasta entonces separadas llegaba a su fin, de un modo que nunca imaginaron, pero que, al ser contemplado y experimentado, cobraba sentido total.

"¿Para siempre?"

Uno de ellos siempre había estado intentando alcanzarlo. El otro había permanecido a su espera, sabiendo que cuando terminara su miedo, sería el tiempo de volver.

"Para siempre"

No había horizonte oscuro ni una real despedida; aún no era tiempo para dejar todo atrás. Las hojas blancas del cerezo vibraron tenues con el viento de la tarde.

Seis meses después


Rafael salió del cuarto para abrir la puerta del departamento al escuchar sonar repetidas veces el timbre; era sábado por la mañana y apenas se había levantado muy poco rato antes.

—Ya voy.

Abrió y se encontró con Martín, quien tenía en las manos una enorme caja de cartón que le imposibilitaba moverse.

—¿Martín? No te escuché salir.
—No sé si voy a pasar por el umbral —replicó el otro como saludo— ¿Quieres ayudarme?
—¿Qué es eso?

Lo ayudó con el gran bulto, aunque se sorprendió de notar que no pesaba tanto como supuso al ver las dimensiones de la carga.

—Es mi nueva bicicleta, llegó hoy.
—No parece la caja de una bicicleta —observó mientras lo ayudaba a entrar.
—Ay, mi mano —se quejó Martín—, espera, ahora ya puedo pasar

Terminaron de entrar, y el trigueño dejó la puerta cerrada: el departamento en el que ambos estaban viviendo tenía una amplia sala, que conectaba con la cocina a través de una media pared y con el pequeño balcón a través de una puerta ventana.

—Esta caja es bastante grande.
—Sí, es que es una bicicleta para armar —explicó Martín.

Rafael soltó una carcajada.

—¿De qué te ríes?
—¿Es una especie de juego armable con piezas?

Martín se sacó la mochila de la espalda y rebuscó en ella hasta encontrar el manual de referencia; se lo enseñó con gesto burlón.

—Muy chistoso; es una bicicleta que se ensambla ¿Lo ves? Estaba muy barata y por eso la compré.
—Por alguna razón había pensado que era una bicicleta estática —comentó mirando el manual—, esto es un poco sorpresivo.

El trigueño le quitó el manual con una falsa expresión de ofensa en el rostro.

—No debería sorprenderte tanto, quiero cuidar mi cuerpo ¿De acuerdo?
—Y esa chica que te dijo en el bar el mes pasado que tenías un poco de panza no tiene nada que ver.
—Está bien, está bien —Se excusó alzando las manos—, me descuidé un poco en los últimos meses, lo reconozco, pero lo estoy recuperando —Se golpeó el abdomen—, estoy haciendo muchos abdominales y estoy casi como siempre, quiero que puedan planchar camisas aquí.

Rafael se encogió de hombros mientras iba hacia la cocina.

—Bien, será como quieras, no tienes que demostrar nada. Además, estás bien, creo que esa chica solo lo hizo para molestarte. ¿Quieres cerveza?

Martín se sentó en uno de los sillones, aliviado de la carga y estirando los brazos; le gustaba mucho el departamento que habían elegido, y más porque, aunque le había costado mucho esfuerzo, logró convencer a Rafael de que firmaran un contrato en donde él comprometía el pago de los gastos correspondientes. Rafael en un principio le dijo que eso era ridículo, que confiaba plenamente en él y que no era necesario hacer algo como eso, pero Martín insistió al punto de poner tensas las cosas, de modo que su amigo se rindió y aceptó el trato. En realidad, él nunca fallaría a esa responsabilidad, pero quiso reafirmarlo precisamente como una forma de agradecer la confianza total de Rafael; era su departamento en lo legal, y era una responsabilidad que quería compensar. En la práctica, era la casa de ambos, donde vivían con tranquilidad y se sentían a sus anchas; en una pared estaba colgado el dibujo que Carlos había hecho para él cuando salieron en un viaje corto fuera de la ciudad; se lo había obsequiado cuando se trasladó, y era tan bonito que decidió enmarcarlo.
Era una variante de la misma imagen de la que hizo un boceto, pero en ella estaban él mismo y Rafael; su hermano menor le dijo que quiso hacer dos imágenes, una con ellos y la original, como un regalo para los dos y a la vez una forma de agradecer a Rafael por su amistad.

—Por favor, la necesito.
—Entonces vas a empezar a salir a rodar —Observó Rafael— ¿Te vas a comprar mallas ajustadas y esas cosas?

Se sentó en el otro sillón y sintonizó la televisión; en ese momento estaba pasando una carrera de la Fórmula 1.

—Sabes que lo pensé. Me dije que podía sacar toda la personalidad que tengo y salir a lucirme; incluso hay unas que tienen partes casi transparentes.
—No te conocía esa faceta exhibicionista —comentó Rafael con tono ligero.
—No es por eso, o un poco sí, pero no en realidad. Pero realmente no voy a salir a hacer ejercicio solamente, es para irme al trabajo.

Rafael estaba muy contento de que Martín hubiera encontrado trabajo: los primeros días de enero consiguió empleo en una tienda de artículos para el hogar ubicada en el centro comercial plaza Centenario, el mismo donde estaba el restaurante en donde trabajó antes, y donde se conocieron. Según lo que él mismo decía, era un trabajo dinámico y entretenido con una buena paga y un horario cómodo; de momento no estaba pensando en si sería durante largo tiempo o no, pero se veía animado con la novedad y ya era destacado por su buen trato y capacidad de gestión con los clientes.

—¿Y crees que podrás?
—Sí, ya calculé los tiempos y son menos de treinta minutos desde aquí.
—No lo decía por eso —comentó Rafael—, me refiero a la ruta, porque ese centro comercial está al lado de avenidas muy transitadas…

El trigueño le hizo un gesto para que se detuviera, sonriendo.

—Y ya sabía que me ibas a decir algo como eso, así que busqué una ruta por calles interiores, en donde no me cruzo con camiones gigantes ni nada por el estilo. Y la llegada es por una pequeña calle interior, sólo tengo que cruzar la avenida que está al lado del estacionamiento del primer nivel y hay un semáforo.
—Vaya, planeaste todo eso sólo para que no me preocupe —exclamó Rafael, mirándolo con las cejas levantadas—, debería estar agradecido.
—Sí, deberías estarlo. Eres el hermano mayor y tengo que ser responsable para que no te angusties.

El móvil de Rafael anunció un mensaje, y este lo leyó rápido; cuanto levantó la vista, se encontró con Martín mirándolo con la suspicacia pintada en el rostro.

—¿Qué?
—Tienes esa sonrisa —Apuntó el otro.
—¿Cuál sonrisa? —Contra preguntó, tratando de el evadir el tema—. No tengo ninguna sonrisa.
—¡Claro que sí! —Aseguró Martín, apuntándolo con la botella—. Es la misma sonrisa de hace dos semanas cuando no llegaste en la noche ¿Era un mensaje del sujeto de esa noche?

Se puso de pie y se cruzó de brazos, con el ceño fruncido, imitándolo.

—Martín, él solo fue amable y conversamos, pero no sucedió nada.

Rafael sintió que se le subían los colores al rostro.

—Basta, yo no lo dije con ese tono.
—Pero te hiciste como si hubieran estado jugando palabras cruzadas hasta muy tarde y por eso no llegaste; Rafael, somos adultos. Bastián, dijiste que se llamaba.

Y había sido una jornada muy buena, inesperada y agradable; Rafael asintió, rendido.

—Sí, se llama Bastián.
—¿Y te gusta? —Martín adoptó un tono de conspiración muy cómico—. Es decir, está claro que te gusta, pero sabes a lo que me refiero.
—Sí, pero solo fue algo por diversión. Al final hice caso de tanto que me repitieron que tenía que relajarme y salir un poco; nos conocimos, lo pasamos bien y eso es todo.
—Pero intercambiaron número. ¿Siguieron hablando?
—No realmente —Rafael se encogió de hombros—, sólo me saludó ahora y me alegró que lo hiciera, es como una forma de decir que fue una jornada divertida para los dos. Pero está bien, no tengo ninguna idea de nada, no estaba buscando algo serio.

Martín había empezado a abrir la caja mientras conversaban; desde que se cambiaron en enero, todo había fluido a la perfección entre ellos; establecieron algunas normas sencillas de convivencia, en las que ambos estaban de acuerdo, y casi de inmediato se adaptaron. Rafael nunca había convivido con algún amigo antes, y se sintió sorprendido, aunque contento, de lo fácil que sucedió todo. Magdalena estaba feliz y dijo que si no tomaban la decisión de vivir juntos alguien habría tenido que obligarlos, porque eran una dupla ideal. Después hicieron un almuerzo de inauguración donde asistieron los padres de ambos, Magdalena, Mariano, Julio, e incluso Carlos, el hermano menor de Martín, aunque solo por un corto rato; fue un gran momento en donde pudieron compartir y disfrutar de la compañía de seres queridos.

—Bueno, lo importante es que saliste, no todo es ser el jefe estrella de la tienda.
—Sí. Y ya que hablas de eso ¿Cómo va lo de Rebeca?
—No hay ningún “va” —Respondió haciendo comillas con los dedos—, sólo fue un coqueteo, no pasó nada más. Así que creo que la olvidaré saliendo a alguna parte esta noche.
—Todo sea por olvidarla —Respondió Rafael, riendo.

En ese momento le llegó otro mensaje, pero en ese caso era de un número desconocido; lo abrió y se quedó absorto por un momento viendo el contenido.

—Martín, mira.
—¿Qué es?

El trigueño se sentó a su lado y vio el contenido del mensaje. Había una foto del cerezo en la casa del padre de Joaquín, enfocando la rama en donde este había puesto la cadena algunos meses atrás; una rama nueva había crecido, y cubría la cadena, como si se hubiera abrazado a ella.

«Hablamos. Fue difícil, pero lo hicimos. Nos sirvió perdonarnos y hablar de nuestros hijos.»

—Se reunieron —celebró Martín—, los padres de Joaquín y Miguel se reunieron. Qué bueno que lo hayan hecho, tenían mucho de qué hablar.
—Debe ser sanador poder hacerlo —Reflexionó Rafael—; pero espera, hay otra foto.

La segunda imagen era un acercamiento al suelo. En el costado del tronco del árbol, dos ramas verdes y nuevas se elevaban juntas, casi unidas; las tiernas hojas se entrelazaban algunos centímetros más arriba.

—Son brotes, casi en invierno. ¿Qué crees que significa?

Rafael sintió un gran alivio de ver esa imagen, porque en el fondo de su ser comprendió muy bien lo que significaba. Estaban creciendo juntos, a finales del invierno, en contra de todo.

—Están juntos. Es una nueva oportunidad, supongo.
—Tienes razón —Replicó Martín—. No se termina aquí.



¿Fin?

Contracorazón Capítulo 27: Molinos de viento




Rafael despertó la mañana del domingo poco después de las nueve, algo cansado, como si no hubiera dormido bien; estaba tendido de espalda, sin querer levantarse, cuando su móvil anunció una llamada, que por un momento no quiso contestar por el estado en que estaba. Un segundo después miró hacia el velador y comprobó que era Martín y le contestó.

—Hola.
—¡Lo encontré! —dijo la voz del otro, con tono triunfante—. Lo encontré.
—Me alegro —replicó el moreno, aún confundido—, pero no sé de qué me estás hablando.
—Lo estaba buscando, cuando me desperté me vino una idea y lo empecé a probar y funcionó, encontré la información del padre de Miguel, y está vivo.

Rafael casi saltó de la cama al escuchar lo que dijo su amigo; en el momento de despertar no estaba pensando en eso, de modo que lo tomó por sorpresa.

—¿En serio? Eso es fantástico, cuéntame detalles.
—¿Y si mejor te vienes para acá? —Martín sonaba un poco divertido—. Apuesto que aún has tomado desayuno y todavía tengo de tu café.
—Es cierto, voy para allá.

Se vistió y arregló un poco, y bajó rápido, tras lo cual fue directo al departamento de Martín. Cuando entró, se le abrió el apetito al sentir el aroma del café y las tostadas que su amigo había preparado.

—Qué rico huele —comentó al entrar—, acabo de decidir que tengo mucha hambre.
—Fue algo que se me ocurrió a la rápida —Explicó el otro—, puse el pan en el microondas con un poco de aceite de oliva y algunos aliños, y después lo puse en el tostador para que quedara crujiente. Tengo mermelada y queso.
—Y eso que no eras bueno para la cocina —comentó el moreno con tono ligero—, se ve muy bien, creo que te voy a copiar la receta.

Se instalaron en los sillones, y Martín trajo el portátil: en esos momentos se veía muy satisfecho.

—Escucha, esto es lo que pude encontrar, y creo que ya sé por qué es que me costó tanto localizar todo esto.
—Espera, más despacio. ¿Por qué estabas haciendo esto tan temprano?
—No sé, sólo me desperté y se me había ocurrido —respondió sin dejar de hablar a toda velocidad—, la cosa es que pensé que había una posibilidad de que, si los padres de Miguel se divorciaron, esos datos no se pudieran ver a simple vista porque hubiera dinero de por medio.
—¿Dinero?
—Sí, ella tiene dinero, es obvio, y pensé que hubiera querido sostener las apariencias o algo por el estilo; hace años, podías pagarle a un agente de los servicios de registro civil para que torciera un poco las cosas, y que en su información oficial no dijera su estado civil.

Rafael lo miró con las cejas levantadas. Nada de eso le sonaba obvio.

—¿Se puede hacer como que uno no está divorciado?
—En realidad no, pero la ley antes tenía una modalidad distinta, lo que hacían era anular el matrimonio, es complicado. La cosa es que, para resumir, me puse a investigar, y el padre de Miguel estuvo en una empresa que tuvo un proyecto de trabajo con molinos, era para trabajar con semillas y cosas así; parece que la empresa quebró, porque todo se disolvió, pero lo importante es que todo esto sucedió hace casi treinta y siete años en una localidad que se llama San Andrés, que está para el sur de la ciudad.

La forma en que todos esos datos encajaban era casi mágica; Rafael se imaginó a Miguel y Joaquín, siendo adolescentes, conociéndose en ese lugar, enfrentados a un mar de emociones y cambios internos, sin saber qué iba a ser de ellos en un futuro. ¿Lo había descubierto ahí su madre, decidiendo borrarlo de su vida? Y la pregunta más importante ¿Sería el padre un fiel reflejo de esa misma forma de pensar?

—Es increíble; ¿Descubriste algún número de contacto?
—Nada —replicó Martín—. Esa es una zona semi rural, así que no tengo más información que darte. Incluso busqué el lugar en donde estuvo esta empresa, pero en el buscador de mapas sólo aparece terreno y algunas casas, supongo que habrá cambiado mucho en este tiempo, y más con que la empresa no funcione desde hace tanto.

El moreno se quedó mirando la imagen digital del lugar, que intentaba representar la textura del terreno con el mayor realismo posible ¿Había sido ahí que se conocieron y comenzó su amor?

—Dijiste que lo habías encontrado, pero que no tiene teléfono.
—Sí, lo saqué por conclusión en realidad —repuso Martín, respondiendo a la pregunta no formulada—, porque es el único dato que tengo de él y me estoy convenciendo de que es correcto, que sigue ahí.

Si no tenía teléfono, por lógica la única forma de encontrarlo era ir directo al lugar; Rafael ya tenía una idea.

—¿Me acompañarías hoy?
—Sí, pero no hemos hablado de cómo es que vamos a hablar con él; ya viste que lo que se nos ocurrió antes no funcionó con ella.
—Es cierto, pero para ser sincero no se me ocurre otra cosa. Apliquemos el mismo plan, por último, si eso no funciona, supongo que no nos puede ir peor.

Se puso de pie y marcó un número en su móvil.

—Voy a llamar a Mariano para pedirle prestado el auto ¿No te complica conducir?

2


Después de almorzar y planear lo que iban a decir, los dos amigos fueron hacia la casa que compartían Magdalena y Mariano; Rafael inventó un paseo de fin de semana que sostuvo en la idea de estar recuperándose del accidente. Esa excusa generó algunas dudas menores, pero al final fue aceptada de buena gana por el matrimonio, especialmente por Magdalena, quien celebró que su hermano se despegara de las obligaciones, al menos de momento.
Cuando llegaron al lugar, Rafael sintió una oleada de nerviosismo, pero también la seguridad de que estaban en el lugar correcto; Martín estacionó el auto cerca de la entrada del terreno que según las indicaciones de personas del sector correspondería a la dirección que estaban buscando, y ambos descendieron, mirando hacia la solitaria casa que se contraponía con el cielo celeste y puro de la tarde.
Antes que llegaran a la verja, una persona asomó por la puerta de la casa. De seguro en un lugar tan apartado como ese el sonido de un vehículo se escuchaba con toda claridad desde el interior.

—Buenos días —saludó Martín—, estamos buscando al señor Gerardo.

De la casa salió un hombre de edad avanzada, de raleado cabello cano; había sido fuerte en su juventud, y aunque los años habían hecho mella en su cuerpo, conservaba la postura erguida y una actitud determinada. A más de diez metros de ellos, casi era el de la borrosa foto que tomó Martín en la oficina de la empresaria.

—Soy yo.
—¿Podemos hablar un momento con usted?

La pregunta quedó vagando un momento en el aire, mientras el hombre se acercaba a ellos; cuando estuvo más cerca, Rafael pudo ver en su expresión un asomo de reconocimiento, pero el anciano lo desechó frunciendo el ceño; lo lógico sería que dentro de su mente eliminara una idea como esa, y aunque aún no tenían ningún conocimiento concreto de él, esa mínima, aunque significativa diferencia con la mujer decía mucho de él.

—¿Qué quieren?
—Necesitamos hablar sobre su hijo, Miguel —Respondió Rafael sin poder evitarlo.
—¿Qué?

Martín intentó hacerle un gesto para que no se adelantara y se apegaran al plan, pero Rafael no lo tomó en cuenta.

—Señor, sé que no es fácil de entender, pero hay algo que tenemos que hablar acerca de su hijo.

Una mirada de recelo, o quizás de alarma, cruzó por la mirada del anciano, pero se repuso a ella.

—Ustedes no pueden haber conocido a mi hijo —replicó con un tono de advertencia.
—No, pero sabemos que Miguel murió en un atentado terrorista —dijo Rafael, con cautela—, sabemos que murió de una forma violenta.
—¿Por qué me está diciendo eco? ¿Quiénes son ustedes?

Martín miró a Rafael, y aunque lo vio nervioso, también pudo ver la determinación en su rostro. Ese era el final del camino: o lo resolvían ahí, o todo lo que habían hecho sería en vano. De pronto, en una actitud inesperada, el hombre mayor abrió la puerta de la verja, y se acercó a Rafael, mirándolo con una atención que dejó a los dos jóvenes sin palabras; por un momento, incluso pareció que iba a sufrir una convulsión.

—No puede ser —murmuró, superado por la emoción repentina—, es imposible.
—Señor...
—Usted... —el anciano hizo un movimiento con la cabeza que podría ser un espasmo o una negativa…

Muchas expresiones pasaron por el rostro del anciano, todas ellas de forma violenta y casi simultánea; durante un eterno instante, los jóvenes fueron incapaces de hablar, mudos ante un mar de emociones que era la prueba más grande de que en él había un destello de una luz por completo distinta a la que conocieron en la madre de Miguel.
Pareció que el hombre iba a levantar las manos, quizá para tocar la imagen que ante sus ojos parecía una aparición imposible, pero ese gesto nunca llegó a concretarse, quedando sólo en un temblor de las extremidades superiores y una voz frágil, a punto de trizarse.

—Usted es él.

Después de tanto intentar, la respuesta estaba en algo tan sencillo como abrir la mente; Rafael le dedicó una amable sonrisa, conmovido.

—No, no soy él. Sé que tal vez hay un parecido, pero no soy él; escuche, hay muchas cosas que no puedo explicar, pero de alguna forma he podido ver parte de sus recuerdos, y aunque nunca lo conocí, sé que tuvo una muerte violenta, que no puede descansar en paz y yo sólo... yo sólo quiero ayudarlo.

El anciano respiró con algo de dificultad y les dijo escuetamente que entraran a la casa; los jóvenes lo siguieron en silencio, llegando poco después al interior de la vivienda. Se trataba de un lugar muy sencillo, no por falta de recursos, sino por una economía en el diseño; por un momento pareció no saber en qué lugar tomar asiento o qué hacer, pero finalmente se sentó en una antigua silla de madera junto a la ventana.

—¿Por qué vinieron aquí?

Era una pregunta justa, pero no sencilla de responder; los jóvenes se sentaron ante él y Rafael optó por decir la verdad completa. Incluso después de haber hablado con Martín sobre la forma de proceder, en esos instantes sentía que debía obedecer al instinto que lo estaba guiando.

—Porque creo que su hijo quedó con algo pendiente en este mundo, algo que no se pudo concretar; yo no debería poder ver partes de lo que pensaba Miguel, pero empezó a pasar, y me dije que no podía ser sin motivo.
Y entendí que tenía que tratar de ayudarlo a descansar en paz.
No sé si usted lo supo, pero Miguel estaba comprometido.

El anciano lo había estado mirando con atención, pero también con un sentimiento que la madre de Miguel no había mostrado en momento alguno.

—No, no lo sabía, pero supongo que era el menor castigo que me merecía por cómo me comporté.
—¿Castigo?

Martín nunca había escuchado una voz así; en sus palabras había un dolor y desesperanza que jamás imaginó conocer. Incluso antes de escuchar lo que iba a decir, supo que eso era el resultado de décadas de cargar con culpa y arrepentimiento.

—Siempre fui un hombre débil sin saberlo. Alicia se encargaba de todo, y yo nunca presté atención al daño que eso le estaba causando a nuestro matrimonio y a nuestro hijo.
Cuando nos pidió un tiempo para hablar y nos contó lo que ocurría con él —rememoró con un dolor amargo en la voz—, el pobre temblaba como una hoja. Alicia se puso furiosa, le dijo que era un enfermo, que no podía exponer a la familia a una vergüenza como esa y que tendría que irse de la casa. Él ya sabía que eso iba a pasar, pero no reclamó ni discutió con ella; tomó un bolso con su ropa y se fue.
Durante mucho tiempo no supe más de él, dejando que las cosas se quedaran así, que su propia madre lo matara en vida. Tiempo después lo localicé —su mirada se humedeció por el recuerdo—, y traté de hablar con él; intenté convencerlo de que buscara una forma de sanarse y que con eso se solucionarían todos los problemas, porque en mi ignorancia estaba convencido de lo que decía.
Sé que le dolió la actitud de su madre, pero cuando le hablé de ese modo, supe que de verdad había roto su corazón, porque en el fondo él esperaba mucho más de mí que de ella; pero aún con todo eso, aún siendo tan joven, fue tan generoso que incluso después de lo que le dije, no me atacó ni me reclamó por mis palabras. Me dijo que me quería, y que si algún día yo estaba dispuesto a quererlo tal como era, siempre me iba a recibir con los brazos abiertos.

Su vista vagó por las desnudas paredes de la casa, buscando algo que no podía encontrar; el amargo recuerdo parecía tan reciente en él como el eco de sus palabras.

—Dejé que mi hijo se marchara por segunda vez; mi matrimonio estaba arruinado desde mucho antes, así que no fue extraño que me separara. De todos modos, Alicia no necesita a nadie, nunca fue así.
Cuando se contactaron conmigo luego del atentado —continuó hablando en voz baja—, me di cuenta de que había desperdiciado la vida de mi hijo. Yo, un hombre adulto, había tirado a la basura la vida de mi hijo; no por su muerte, sino por todo lo que sucedió en vida, por las cosas que no pudieron ser.

Hizo una larga pausa; su mentón tembló ligeramente, muestra quizás muy pequeña de todo el dolor que estaba reviviendo. A pesar de haber dos personas más en ese lugar, ese hombre anciano estaba completamente solo.

—Las personas tenemos solo una oportunidad de ser quienes somos —declaró. Sin embargo, su voz no sonaba a orgullo por las palabras que había dicho, más bien se escuchaban amargas—; si hubiera sabido eso en esa época, tal vez habría podido ayudarlo, pero ayudarlo de verdad, no diciéndole que estaba enfermo. Debí quererlo, estar con él; debí escuchar lo que tenía para decirme y quizás no me habría enterado por extraños que estaba enamorado.

Se hizo un silencio extenso entre ellos; Rafael y Martín se miraron, comprendiendo que el anciano no había terminado de hablar. Estaba luchando, décadas después, por reconciliarse con su pasado.

—¿El sabrá lo arrepentido que estoy?

Por un momento, Rafael tuvo que reconocer que sentía ganas de satisfacer ese deseo y decirle que sí, que podía comunicarse con él. Pero no era posible, él no era un médium, y llegado a ese momento, la verdad era lo único que podía darles paz.

—Su hijo no tenía rabia ni resentimiento contra nadie —explicó con calma—, yo no puedo hablar por él, sólo estoy diciendo lo que vi, lo que sentí.
De alguna manera él me pidió ayuda, y creo que su forma de hacerlo fue transmitirme parte de lo que estaba sintiendo antes que todo cambiara; él estaba feliz, estaba comprometido con un chico que lo amaba y tenía planes para el futuro. No tenía espacio para el rencor.

Esas palabras llegaron al anciano con un efecto mucho más fuerte de lo que se esperaba; tragó saliva con dificultad antes de volver a hablar.

—No merecía a mi hijo entonces, y no me lo merezco ahora. Pero, si no puedo escucharlo hablar, si no puedo protegerlo ¿Qué puedo hacer por él?
—Usted no sabía que él estaba con alguien ¿No es así? —preguntó Martín.
—Nunca lo supe.

Esa era la parte a la que quería llegar, la suposición a la que Martín y él llegaron después de una serie de conjeturas, lo único que aparentemente podía guiar a una solución. Ya no les quedaba más.

—Descubrimos que ambos estaban en el lugar del atentado —explicó lentamente—, y ambos murieron cuando sucedió. Ellos estaban juntos en ese sitio, pero lo que sucedió los separó, y como nadie sabía de su relación…
—Quedaron separados —intervino Martín—. Pensamos que de alguna forma sus almas no pueden estar juntas, y creo que por alguna razón los molinos tienen algo que ver.

El hombre mayor frunció el ceño, por un instante confundido; luego soltó el aire en una exhalación, como si hubiese estado conteniendo la respiración sin darse cuenta.

—Los molinos. Por supuesto, ellos estuvieron ahí. Usted sabe quién era él ¿verdad?
—Estoy casi seguro de que su nombre era Joaquín.

El anciano esbozó una leve y triste sonrisa, entendiendo antes de replicar a esas palabras.

—Claro, esa era la respuesta. Joaquín era hijo de un trabajador de la empresa que administraba los molinos, su padre era un amigo que yo conocía; los chicos se conocieron aquí, un verano, y yo nunca lo comprendí.

Rafael sintió cierto alivio por escuchar eso; entonces había una conexión entre ellos, algo que iba más allá de las suposiciones de un padre solitario y de las cosas que él había comprendido luego de experimentar todos esos sueños.

—Entonces ¿Usted conoció a Joaquín?
—Sí, era un muchacho muy educado, su padre lo había educado bien, es lo que siempre pensé. Se conocieron aquí, aunque por supuesto este lugar no era así hace casi cuarenta años. Estaba el molino grande, de agua, con el que se molían cereales para la casa grande —de pronto su dolor remitió un poco, dejando algo de espacio para la nostalgia de tiempos que sin duda habían sido mejores—. Yo pensé sólo que se habían hecho buenos amigos como pasa con los jóvenes; no me puedo imaginar cuánto miedo debe haber sentido en ese tiempo, siendo tan joven, conociendo todas esas cosas que deberían ser bonitas, escondido y con temor de que su padre lo descubriera. Debe haberse sentido tan solo y perdido.

Seguramente así era, pero no valía la pena remarcar esas palabras cuando el anciano ya estaba haciendo un proceso sin necesidad de ello.

—El proyecto de los molinos de viento no fue rentable en esa época —continuó, perdiendo el toque de sana emoción en la voz—, hoy en día funcionaría, pero ya no. Miguel tenía diecisiete, y cuando supo que todo eso iba terminar se puso muy triste; nunca pude ver que había algo más, que no eran sólo los molinos.

Significaba que también se separaría del chico del que estaba enamorado; nunca podrían saber a ciencia cierta si en ese entonces esa tristeza era por separarse de su pareja, o el miedo de perder contacto antes de tener el valor para hablar.

—Después del cierre de la planta de los molinos, y con todo lo que sucedió, nunca se me ocurrió averiguar lo que pasó con esa familia.
—Solo el padre de Joaquín sobrevive —dijo Rafael como réplica a esas palabras—, aún no hemos hablado con él, pero estamos casi seguros de que tampoco estaba al tanto de la relación de ellos dos.
—Entonces ese pobre muchacho estaba en una situación parecida.

Tal vez había estado bajo una presión menor, pero ellos ya sabían que Joaquín también había mantenido todo en secreto.

—¿Por qué dice que cree que los molinos tienen algo que ver? Es decir —Se corrigió—, entiendo que es muy posible que se hayan conocido aquí, pero ya no hay nada de eso. No queda nada.
—Señor, nosotros pensamos que aquí hay un lugar —Rafael apeló una última vez a los recuerdos, e intentó transmitir lo que sentía—, un sitio que era importante para ellos.
Hay un lugar al que siempre podían volver, es algo propio de los dos, es donde sintieron que podían decirse que se amaban con total libertad. Y ahora que ya no están, lo que creo es que Joaquín está esperando a Miguel en ese sitio, pero que Miguel estaba tan perdido y asustado que no puede encontrar el camino.
—¿Y qué puedo hacer yo?
—Tal vez podría empezar por perdonarse —repuso Martín—, su hijo no habría querido eso para usted, eso es seguro. Y tal vez estamos aquí porque usted sin saberlo conoce esa clave; tal vez usted conoce ese lugar.

El anciano guardó silencio por largos momentos; de seguro, estaba intentado revivir algún concepto o hecho de hace más de treinta años, algo que sin duda no podría entender en el presente por no haber querido comprender en el pasado.

—No se me ocurre nada —dijo al fin—. Usted dijo que el padre de Joaquín aún vivía, pero no ha hablado con él.
—No hemos podido —Explicó Martín—, no tenemos contacto hasta ahora.
—¿Y tampoco saben dónde vive?
—No de un modo concreto.

El hombre se puso de pie con algo de dificultad; enfrentado a ese mar de recuerdos y revelaciones, su aspecto parecía haberse deteriorado por completo, como si estuviera haciendo aquel viaje al ayer con toda la carga que significaba.

—¿Podrían darme un momento? Necesito pensar un poco y aclararme.
—Sí, por supuesto —replicó Rafael—, esperaremos afuera.

Los dos jóvenes salieron de la casa, quedando en el exterior a la espera; Rafael se dijo que de seguro el hombre mayor necesitaba algo de espacio, porque no podría mostrar tristeza frente a otras personas. Incluso habiendo tenido la apertura mental para reconocer en él los rasgos de su hijo y para reconocer su error, aún vivían en su interior aquellos prejuicios antiguos que impedían a los hombres mostrar sus sentimientos frente a otros. En el presente, una parte de él estaba aún cautiva.

—¿Qué crees que va a pasar ahora? —Preguntó Martín.
—No lo sé —replicó en voz baja—, lo único que sé es que todo se termina aquí, ya no podemos hacer más.

Aguardaron en silencio, hasta que el hombre apareció momentos después; lucía un poco más repuesto, aunque ambos pudieron ver que había llorado.

—Hay algo que necesito saber. ¿Por qué están haciendo todo esto? Ustedes ni siquiera habían nacido en esa época.
—Lo estamos haciendo porque pensamos que esta conexión está sucediendo por alguna razón —explicó Rafael—; y lo que creo es que algo de ellos quedó aquí.
—¿En ustedes? —preguntó el hombre mayor, con un cierto tono de alarma.
—Tal vez, pero no somos nosotros, no es la misma vida, nosotros no somos las mismas personas; pero los hechos se repiten, la humanidad puede volver a pasar por los mismos ciclos. Me pregunté qué pasaría si sucediera una vez, que las cosas volvieran a pasar, que se diera la oportunidad de arreglar, aunque sea un poco las cosas.
Ya no podemos regresar el tiempo para evitar lo que sucedió, pero si pudiera hacer algo para que estuvieran mejor, para que puedan descansar en paz, eso sería lo correcto. Me gustaría creer que hay algo que todavía se puede hacer por ellos.

El hombre mayor lo miró fijo durante un largo rato; por su mente pasaron tantas ideas y tantas cosas de las que ya no podía hablar, tanto pasado que estaba cobrándole el presente.

—Usted es muy parecido a él; Miguel era un chico noble, más de lo que él mismo podía entender. Tome.

Le entregó un sobre con mano temblorosa.

—Esa cadena era de él. Le pregunté de dónde la había sacado y me dijo que la encontró en el campo; la tenía consigo cuando sucedió ese atentado, y fue una de las dos cosas que me pudieron entregar de él, porque su ropa estaba demasiado dañada. Me quedé con el anillo que le di cuando era un niño, pero siempre me pregunté por qué era que tenía esta cadena desde que era un chico y no tenía dinero; es extraño, pero nunca pensé que se hubiera robado o algo parecido, solo la conservé y dejé que pasara el tiempo, como lo hice con todo. También anoté una dirección, creo que es correcta, aunque no estoy completamente seguro.
—¿De qué es esta dirección?
—Era la dirección del padre de ese chico, de Joaquín, en esos años; creo que tenía una familia o un pequeño terreno ahí, es algo parecido. Búsquelo.

Rafael observó la cadena dorada, opacada por los años y la falta de uso; si ese era el regalo con el que había soñado, tal vez aún tuvieran una esperanza.

—Gracias. ¿No cree que podría venir con nosotros? Tal vez le haría bien hablar con él, usted dijo que fueron amigos.
—No podría hacerlo —replicó el anciano; su cansancio era muy evidente—, es algo más fuerte que yo, es que no podría mirarlo a la cara y disculparme con él, no hay forma de expresar cuánto lo lamento.

Martín comprendió que el hombre estaba en una situación muy compleja; después de tanto tiempo, de sufrir una pérdida en esas condiciones y de años de silencio, era muy difícil rehacer los caminos. Pero parte de todo eso, incluso por lo que sabía por experiencia personal, tenía que ver con conocer cuáles eran los errores y miedos propios, con enfrentarlos y ser capaz de convertirse en una mejor persona, tanto por sí mismo como por los que eran importantes para él. Todos podían mejorar y construir algo más positivo si tenían el coraje y la decisión de hacerlo.

—Lo que sucedió en ese atentado no fue su culpa.
—Pero yo no hice nada por él —Refutó el anciano—, lo dejé solo y de alguna forma también dejé solo a Joaquín. ¿Cómo puedo mirar a su padre ahora, como podría hablar con él si me siento tan culpable, tan inútil?
—No es necesario que sea ahora —dijo Rafael—, todo esto es difícil de asimilar, lo sabemos; piénselo, nosotros vamos a tratar de encontrar al padre de Joaquín y hablaremos con él. Sólo quiero que usted piense en su hijo: si usted realmente pensó las cosas, incluso si ahora no puede cambiar el pasado, siempre puede reconciliarse con su recuerdo.

Le entregó una nota con su número de teléfono escrito, y junto a Martín volvieron al auto. Durante un largo momento ninguno de los dos se movió ni habló.

—¿Crees que esa cadena es el regalo del que hablaste?
—Sí, o al menos quiero creer que lo es; después de todo lo que pasó, solo quisiera ver que podemos hacer algo, pero siento que todo depende del padre de Joaquín y me da nervios pensar que no nos vaya a resultar.
—Te jugaste todo con eso —dijo Martín—, es como si hubieras sabido lo que tenías que decir.
—Ojalá lo supiera.
—Pues yo sé la dirección de ese señor —Reflexionó el otro hombre—, según el mapa está a un poco más de una hora de aquí, tendríamos que pasar a cargar combustible en alguna parte y podemos ir ahora mismo ¿Qué dices?

El anciano se había devuelto al interior de lo casa. Rafael se preguntó si existiría una forma de que dejara de sentir esa soledad, porque no era soledad de no tener a alguien consigo, sino de no haber podido encontrarse a sí mismo en el momento indicado.

—Intentémoslo.


Próximo capitulo: No es necesario decir adiós

Contracorazón Capítulo 26: Último paso




Después de hablar muy brevemente durante el día, Rafael recibió a Martín en su departamento después de las cinco de la tarde; tenía una idea en mente pero no quiso decirlo hasta verse en persona.

—¿Cómo estuvo el día?
—Bien, me dediqué a ver televisión: vi todo lo del campeonato en 250 cc, ese Jorge Prado lo hizo muy bien realmente. También cociné unas cosas. ¿Y tú?

Le alcanzó una botella de cerveza mientras volvía a sentarse en el sofá.

—Gracias. Estuvo movido, tuve un buen día porque vendí todo lo que me quedaba, así que soy un cesante de nuevo.
—Pero ¿Lo del dinero está bien? —Preguntó Rafael
—Sí, de momento todo está bajo control; estoy viendo cómo me las arreglo ahora para que no se me escape de las manos.
—Si necesitas ayuda, sólo dilo ¿De acuerdo?
—Gracias, pero estoy seguro de que lo solucionaré —replicó Martín.
—Está bien, pero quiero saber que si pasa cualquier cosa no me lo vas a ocultar.

El trigueño hizo un gesto de asentimiento mientras bebía el refrescante líquido.

—Está bien, prometido. Y ahora dime qué era eso tan importante que no me podías decir por teléfono.

El propio Rafael no estaba seguro de que eso tuviera alguna importancia, pero ya había tomado la decisión.

—No sé si es algo importante o no, pero pasó y creo que debe haber algún motivo. Anoche tuve un sueño otra vez.
—¿Un sueño? —repitió Martín, muy interesado—, pero pudiste decirme en la mañana.
—Sí, pero quería hablarlo con calma; es raro porque es la primera vez que no despierto con una sensación de angustia o algo parecido ¿Por qué me estás mirando de ese modo?

Martín estaba muy serio en ese momento; Rafael no lo había mencionado y de seguro no lo haría, pero él había estado pensando en eso, y no le gustaba.

—Lo hiciste a propósito.
—No es algo que se pueda programar —replicó el moreno con tono evasivo—, si fuera así, sería mucho más sencillo descubrir cómo arreglar todo esto.
—No estoy hablando de eso y lo sabes; cuando me contaste todo esto, dijiste algo sobre entrar en esos recuerdos, al principio fue involuntario, pero después encontraste una forma de hacer que pase.

Rafael entendió hacia dónde iban las palabras de su amigo, y de pronto se sintió frágil y expuesto; no había querido hablar con detalle de ese asunto, pero por lo visto no había tenido la suficiente precaución de ocultar todo lo que pasaba con respecto a eso.

—Sí, bueno ¿Qué importa?
—Por supuesto que importa —exclamó, gesticulando para apoyar ese gesto—. Rafael, puede que yo no entienda bien todo lo que está pasando, pero igual me parece que no es sano que hagas eso. Siento que es peligroso.
—Pero es la única forma que tengo de descubrir algo sobre esto —Protestó en voz baja, sabiendo que su amigo tenía razón—, es por eso que lo hice.
—¿Y hasta dónde pretendes llegar? Rafael, este es un terreno que no conocemos. ¿Crees que no me preocupa pensar en cómo estabas esa noche cuando te escuché gritar? Estuve pensando en eso, y no puedo dejar de recordar cómo estabas; en ese momento me convencí de que solo era una pesadilla como dijiste, porque no sabía lo que estaba pasando, pero ahora que lo pienso, es como si te viera de nuevo, y es preocupante.
—Escucha, sólo tienes que confiar en mí —Lo interrumpió Rafael—, todo va a estar bien, no me va a pasar nada. Te lo prometo, pero esto era necesario, estoy tan cerca de alcanzarlo que no me puedo detener.

Martín se dio cuenta de que esa batalla estaba perdida; Rafael no iba a cambiar de opinión hasta que agotara todas las opciones.

—Bien, será como tú digas, pero quiero dejar claro que no estoy de acuerdo. Ahora dime qué es lo que viste en ese sueño.
—Es esto —Respiró profundo y se preparó para decirlo—, en el recuerdo están ambos juntos; es como un momento importante, intimo, no sé cómo explicarlo bien. El punto es que hablan de un lugar, que es su lugar más importante; no puedo ver nada más, pero tengo una sensación, como si ese fuera un lugar vital para ellos, el sitio donde son felices y donde siempre podrían volver a encontrarse.
—Eso suena importante —comentó Martín—. ¿Recuerdas algo más?
—Sí, es curioso porque no es un recuerdo, así directamente. Es una sensación que no puedo explicar, pero lo primero que se me vino a la mente cuando me desperté fue un molino de viento.

Martín se llevó las manos a la cabeza y rió, aunque no era una risa divertida, sino nerviosa.

—¿Qué sucede?
—Esto es increíble —murmuró, sin poder salir de su asombro—. ¿Sabes una cosa? No puedo creer que voy a decir esto dos minutos después de lo que te dije antes, pero hiciste lo correcto.
—No entiendo —repuso Rafael.
—Los molinos —explicó Martín—. Nunca en mi vida he visto uno, ni de lejos, pero siempre me han causado algo, es como si los conociera de antes.
—¿Estás hablando en serio?
—Sí. Esto solo me hace pensar en una cosa: se están acercando; es como si estuvieran intentando decirnos que lo estamos logrando.

Rafael se puso de pie; en esa ocasión no iba a dejarse llevar por la emoción, que si bien seria justificada por estar encontrando una nueva pista, no lo era del todo por no tener un significado más concreto.

—Eso suena bien, es lo que he estado esperando desde hace tiempo. Pero a menos que encontremos algo que tenga sentido con un molino de viento, no nos sirve tener este dato porque no nos lleva a ninguna parte.
Es cierto —Admitió Martín—; dejemos eso por ahora porque es bueno pero todavía necesitamos algo más, y hablemos del otro asunto: la madre de Miguel.

Rafael también había estado pensando en eso durante el día; tenían que poder acercarse a esa mujer de un modo que no resultara tan violento, a pesar de las circunstancias.

—Estuve pensando en eso y creo que se me ocurrió una idea; pensé que podríamos decir que somos de una organización no gubernamental que hace análisis históricos o algo parecido, y que estamos recopilando información.
—Si es una organización de ese tipo da espacio para inventar cualquier cosa —Reflexionó Martín—, podría ser, déjame revisar algo.

Hizo una búsqueda rápida en el móvil, y después de analizarlo dio una respuesta.

—Escucha, esto podría funcionar; hay una empresa consultora que estuvo reuniendo información de familiares de personas heridas o muertas de forma violenta. Podría funcionar si decimos que estamos trabajando con ellos.
—Hay que intentarlo —replicó Rafael, más animado—, dame el número y llamaré ahora mismo.
—¿Ahora?
—Es una empresaria —Explicó el moreno—, de conseguir algo seguro que nos darán una cita para otro día, así que tendremos tiempo de pensar bien en lo que vamos a decir.

Martín le dio los datos, y Rafael llamó sin pensar más. Después de hablar con dos personas distintas, la tercera lo dejó en espera mientras realizaba unas preguntas.

—¿Qué te dijo? —Preguntó Martín.
Aun nada —Respondió Rafael en un susurro—, me dejaron en espera.

Después de más de dos minutos de espera, la persona le dio una respuesta; el hombre dio las gracias y se despidió, sorprendido.

—Eso fue extraño, me dieron cita para mañana a las once.
—No tan raro, algunas empresas trabajan media jornada el sábado —Repuso el trigueño—. Entonces ya tenemos algo. ¿Mañana? Es pronto pero mejor; ahora tendremos que ponernos a trabajar para salir de dudas y ver si funciona. A todo esto, encontré un número de contacto del padre de Joaquín, pero parece que está obsoleto o fuera de área, porque no me contesta.
—Tendremos que esperar y ver cómo nos va con esto —reflexionó Rafael—, sin tener un dato en concreto de esa persona, no podemos aparecer en su puerta así nada más. Espero que todo salga bien.


2


Cuando Rafael y Martín llegaron al edificio en donde tenían programada la cita el día sábado, algo le decía al moreno que se trataba del momento más importante de esa búsqueda.

—Bien, ahora tenemos que hacerlo —comentó Martín—. Estamos de acuerdo con el plan original ¿Cierto?
—Sí, diremos lo que está planeado, como hablamos.

El edificio de cinco pisos precedía a las instalaciones en donde se realizaban operaciones de movimiento de maquinaria para la pequeña industria; el recepcionista les dio la indicación de la oficina de gerencia, que se encontraba en la primera planta, y ambos avanzaron por el pasillo, dándose ánimos para poner en marcha el plan que tenían en mente.
La oficina, si bien espaciosa, estaba decorada con gusto minimalista, destacando el escritorio con algunos objetos necesarios y un par de adornos, y el asiento anatómico que usaba la dueña; era una mujer vestida formal y con elegancia, que lucía varios años más joven de lo que ambos esperaban. Los miró con frialdad al entrar.

—Buenas tardes.
—Siéntense, por favor.

Martín pensó que ella definitivamente no era una persona amable, pero en ese momento no era importante; debían sostener la versión que habían inventado.

—Voy a empezar directamente, porque no tengo mucho tiempo —dijo ella para empezar—. Hice las averiguaciones necesarias y sé que la empresa consultora que ustedes mencionaron cuando solicitaron la cita no está realizando ninguna clase de encuesta, así que me gustaría que me dijeran en este momento qué es lo que quieren.

Ese era un escenario que no se habían planteado; Rafael tragó saliva, incómodo y nervioso por haber sido descubierto antes de decir una palabra.

—Disculpe por decir algo que no es verdad.
—No necesito sus disculpas —replicó ella con total calma—. Solo necesito la verdad; admito que estoy intrigada.

Los dos hombres se miraron; no tenían alternativa, o se iban, o intentaban lograr su propósito.

—La verdad es que estamos aquí a causa de su hijo.

Esperaba ver algún tipo de reacción, pero nada ocurrió; a último momento se le pasó por la mente utilizar la misma idea que Martín había empleado con anterioridad.

—Sucede que mi tío tiene algunos problemas de salud, se le van un poco las ideas.

Martín adoptó un gesto de reflexión al comprender qué era lo que estaba intentando hacer su amigo; era una mentira frágil y no habían ensayado ni planeado nada de eso.

—Nosotros como familia estamos ayudándolo a recuperar sus recuerdos; él fue amigo de Miguel en su juventud, y estamos tratando de reunir información o de obtener algún recuerdo de él; sé que es una situación dolorosa para usted y lamento hacerlo, pero de verdad no estaríamos aquí si no fuera realmente necesario.

La mujer, de cabello castaño oscuro perfectamente tomado en un elaborado peinado pareció un poco divertida por un segundo, antes de hablar.

—Sí, supongo que ese tío suyo puede haber sido amigo de Miguel. Seguro que Miguel tuvo una gran cantidad de amigos.

Al escucharla hablar, Martín se dijo que ella ya lo sabía, que la orientación sexual de su hijo no era una sorpresa; pero, por sobre eso, llamó su atención la total falta de empatía con la que se había referido a él, como si no hubiera hecho referencia a un hijo muerto en tan trágicas circunstancias. Se dijo que algo estaba muy mal.

—Ellos eran buenos amigos —Repitió Rafael, algo desconcertado—, por eso estamos intentando reunir información o recuerdos sobre esta época.
—¿Y qué es lo que creyeron que podían encontrar, alguna carta de amor o algo parecido? —replicó la mujer, con una expresión casi divertida—. ¿Una foto de ellos tomados de la mano? Por favor.

Rafael se quedó de una pieza, no tanto por descubrir que ella evidentemente sabía todo lo que ellos asumieron que no, sino por el tono de desprecio con el que se expresó. Antes había pensado que el peor escenario era que no quedara familia viva, pero ahora entendía que era mucho peor que quienes lo sobrevivieran no tuvieran buenos sentimientos hacia él.

—Solo estamos tratando de revivir algo del pasado, también es la historia de su hijo —dijo, con voz ahogada.
—Sí, bueno, lo que ocurre es que vinieron al lugar equivocado —replicó ella—, conmigo no pueden encontrar nada que los ayude en esa búsqueda o como le llamen. Yo eliminé todo lo que tuviera que ver con Miguel cuando supe en lo que se había convertido.

Martín comprendió que no era falta de empatía, sino puro desprecio. De todas las personas que tuvieron posibilidad de encontrar en su búsqueda, se habían topado con la peor opción posible; tenían que irse de ahí.

—¿Eliminar? —Rafael pronunció la palabra sin poder asimilarla—. Pero Miguel es su hijo.
—No desde que eligió ese tipo de vida —replicó ella con total frialdad.

Martín intentó controlar curso de esa conversación antes que se les fuera de las manos; sabía que a Rafael le iba a afectar mucho eso.

—Disculpe, creo que no debimos venir.
—No, espera —Lo interrumpió el moreno—, señora, estamos hablando de su hijo.
—Un hijo deja de serlo cuando se desvía de los valores que le fueron enseñados —Pronunció ella, con vehemencia—, y debería hacerle caso a su amigo o lo que sea, porque realmente no debieron venir.

Rafael no se dio cuenta en qué momento se puso de pie.

—¿Cómo puede decir algo como eso? —exclamó, estupefacto— ¿Cómo puede hablar así de su propio hijo?
—Rafael, cálmate —Intervino Martín—, disculpe, ya nos vamos.
—Su hijo murió en un atentado terrorista —Prosiguió Rafael, imparable—. Algo que fue causado por personas que pretendían hacer daño a otros.
—Rafael…
—Pero su hijo tenía amor, él no tenía malos sentimientos con nadie, ni siquiera con usted —Siguió hablando, sin notar cómo le temblaban los puños—. Tenía razones para sentir rencor, pero el eligió quedarse con las cosas buenas. ¿Cuánto odio tiene que haber en su corazón para que ni siquiera cuando está muerto pueda darle paz?
—Rafael, ya basta.

La mujer había permanecido impávida durante todo ese tiempo, inmune a sus palabras; el hombre se sintió abrumado por esa falta total de sentimientos, porque era algo que no podía comprender.

—Es cierto, no debimos venir.

Apartó la silla y salió a toda máquina del lugar; Martín lo alcanzó en la calle, tratando de controlarlo.

—Rafael, tienes que calmarte.
—No me quiero calmar —exclamó el otro hombre, estaba furioso y decepcionado de todo lo que había visto y oído en ese lugar—. ¿No la escuchaste?
—Sí, pero…
—La miré a los ojos —Continuó, enfurecido—, y no había nada, es como si todos esos sentimientos simplemente no existieran.

Le dio un puñetazo al poste de luz que tenía al frente, ignorando por completo el dolor que sentía en la mano por causa de ese acto.

—Estoy cansado. Estoy cansado de todo esto; estábamos tan cerca, ¿Qué es lo que se supone que vamos a hacer ahora? ¿cómo podré…?

Martín lo enfrentó y puso las manos en sus hombros; en ese momento, más que en cualquier otro, tenía que mantenerse centrado.

—Mírame. Lo primero que tienes que hacer es calmarte; escucha, estoy tan molesto como tú, pero no nos sirve de nada discutir con una persona como ella.
—Pero necesitábamos algo —Protestó Rafael con voz ronca—, y ella misma dijo que había eliminado todo ¿Qué más puedo hacer?

Se sentía tan frustrado, habiendo chocado con una pared imposible de salvar; pero Martín se esforzó por tranquilizarlo.

—Tal vez todavía hay algo que podemos hacer. Mira.

Le enseñó una fotografía en el móvil; no estaba bien angulada, pero el enfoque era suficiente como para ver los detalles del interior de la oficina en la que habían estado.

—¿En qué momento sacaste la foto?
—Aproveché el revuelo que armaste —Explicó el trigueño—, mira con atención el portarretrato en el escritorio.

El moreno tomó el móvil y trató de tranquilizarse, para mirar con más atención. El portarretrato estaba en una posición oblicua respecto de quien la había capturado, pero se veía con suficiente claridad.

—Parece que es ella de joven —Observó Rafael—. Debe ser una foto con Miguel de niño y el padre de él. Oh, no puede ser…
—Creo que estás pensando lo mismo que yo —comentó Martín—. Al fondo se ve un molino de viento. ¿Recuerdas que lo hablamos?

El tema de la fascinación de Martín con los molinos, y que Rafael tuviera eso entre sus sueños era algo que se habían planteado, pero en su momento no los llevó a ninguna parte.

—Entonces, esto explicaría eso —murmuró mientras ordenaba sus ideas—, quizás ellos se conocieron en un molino, o ahí se enamoraron, pero eso tampoco nos sirve.
—Puede que sí —reflexionó Martín—. Estuve pensando en todo lo que sucedió ¿Recuerdas que te dije que no encontré datos sobre el padre de Miguel?
—Sí, dijiste que seguramente había muerto cuando él era muy pequeño…

Volvió a mirar la foto: en ella, el pequeño tenía unos doce, lo que no cuadraba con cierta fecha clave mencionada por Martín.

—¿Estás diciendo que el padre podría estar vivo?
—¿Por qué no? Si ella fue capaz de sacar a su propio hijo de su vida ¿Por qué no podría hacer lo mismo con su marido o ex marido?
—Eso es bastante macabro, pero ¿Cómo podríamos saberlo?
—A través de los molinos. Hace cuarenta años no debe haber habido muchos, y esta señora es una empresaria. Estoy pensando que ella, de soltera o de casada, pudo tener algo que ver con una empresa que manejara molinos; tengo que darle un par de vueltas, pero siento que se puede lograr algo.

Eso significaba aferrarse de nuevo a una esperanza muy vaga, pero Rafael necesitaba creer. Necesitaba hacer todo lo que estuviera en sus manos para ayudar a que todo pudiera solucionarse.

3


Después de la hora de almuerzo, Magdalena estaba recostada en el sofá mientras la película pasaba sin llegar a afectarla; Mariano llegó desde el cuarto y se quedó un momento mirándola antes de hablar.

—¿Vas a decirme lo que pasa?

Ella levantó la vista hacia él; había estado eludiendo el tema en los últimos dos días, pero era injusto mantenerlo preocupado acerca de su estado.

—No es nada en concreto.
—Por favor no me digas que no pasa nada —dijo él, con calma, aunque con firmeza—, tú no eres así. No quiero presionar, en serio, pero necesito saber.

Ella se puso de pie y lo enfrentó. El amor sincero y entregado de Mariano era lo que más atesoraba y no podía fallarle.

—Estoy preocupada por Rafael.
—No me has dicho que le pase algo.
—No es eso, no es algo que esté sucediendo —replicó ella—. Es sólo que conozco a mi hermano, y sé cuándo le sucede algo, aunque él no me lo diga. Hace un tiempo, antes de ese accidente, estaba evasivo, y sé que tuvieron una discusión o algo parecido con Martín y que por eso estaba así.
—Pero ellos son tan amigos —comentó Mariano, confundido—, no me parece que se peleen.
—No fue eso —Magdalena suspiró—, además lo solucionaron. Pero ahora también está pasando algo, lo sé.

Mariano no tenía hermanos como para comparar, pero sabía que Magdalena no era una persona con supersticiones vanas, lo que significaba que hablaba en serio. De pronto recordó el día del atentado, y el modo en que ella lo llamó por teléfono para decirle que tenía que ir con ella a ver a Rafael porque había sufrido un accidente; en un caso como ese, ella anteponía a quien amaba antes que a ella misma, de igual forma que en aquella nefasta noche donde los habían asaltado. Eso significaba que Rafael de seguro estaba dando todo de su parte por ayudar a alguien, incluso a costa de su propia tranquilidad.

—¿Crees que él no te lo diría?
—Es obvio que no —replicó ella—, y sé que no puedo hacer nada porque es algo que tiene que hacer por sí mismo, pero de todas formas me preocupo.
—Tienes razón —dijo Mariano mirándola con infinito cariño—. Escucha, solo no me dejes fuera ¿De acuerdo? Rafael también es mi familia; por ahora no podemos hacer más que confiar en que él va a hacer lo correcto.

4


Por la noche, Rafael y Martín tuvieron que terminar con la búsqueda de datos por el día, ya que no había dado resultados.

—Tendremos que seguir mañana.
—¿No estás ocupado? —preguntó Rafael—. Es domingo.
—No, creo que mi veta de oro de las ventas está empezando a morir —replicó Martín—, por suerte no tenía nada comprado, así que por ahora no me voy a arriesgar a nada; incluso vi en la red algunas personas que ya están en el mismo negocio y sabes que cuando pasa eso, la mina de oro se acaba. Así que estoy listo para que sigamos con esto; solo quiero que prometas que estarás tranquilo.
—Te lo prometo.

El trigueño iba hacia la puerta cuando Rafael lo detuvo.

—Espera, hay algo que quiero decirte.
—Por supuesto, dilo.

Dentro de todo lo que había pasado, se dio un tiempo para tomar una decisión al respecto; al principio pensó esperar hasta que todo se hubiera resuelto, pero después concluyó que lo correcto era separar ambos asuntos. Su vida y decisiones debían estar separadas de lo que involucraba a Miguel y Joaquín.

—Esto es algo que pensé hace un tiempo, pero estaba buscando un momento apropiado.
—Bien.
—Y este no es el momento, o no lo sé.
—Rafael —Martín lo interrumpió, se estaba empezando a reír—, sólo dilo.
—Está bien —Respiró profundo antes de hablar—. Éste es el tema: quiero tener un departamento propio lo más pronto posible, y ahora que soy jefe de local tengo la posibilidad de hacerlo; tengo algo de dinero ahorrado, y creo que en un mes o así podría hacer todo para comenzar.
—Bien —Su amigo sonrió—, eso es una muy buena noticia, me alegro mucho por ti.
—El caso es, que no es eso lo que te iba a decir. Lo que quiero decir es una propuesta, que te vayas a vivir conmigo; podemos compartir los gastos, y creo que podría funcionar, que podría salir bien.

Martín se había cruzado de brazos, y lo miró pensativo mientras hablaba.

—¿Lo dices en serio?
—Por supuesto —replicó Rafael—. Pero no pasa nada, es sólo una idea.
—Es una idea magnifica, es perfecta —exclamó el otro—. No puedo decir otra cosa, es una idea estupenda.
—¿En serio?
—¡Claro que sí! Digo, si es que no te preocupa proponerle algo así a alguien que no tiene un trabajo ni un ingreso fijo todavía.
—No es ningún problema. Tenemos confianza, no puedo pensar en nadie más apropiado que tú para esto.

Martín sonrió, auténticamente contento ante la proposición que su amigo le había hecho; estaba sorprendido, pero de una buena manera, porque a su juicio se trataba de un gesto muy importante.

—Gracias por tenerme confianza.

Rafael se encogió de hombros ante esa frase.

—Lo que se gana no se agradece, eso dice papá y tiene razón; entonces tenemos que darnos un tiempo para ver ese asunto, hay que ver detalles, dónde será y eso.
—Hablas como si fuera algo para muy pronto.
—Claro que es para muy pronto —Explicó Rafael— . Mi contrato de arriendo se puede terminar en diciembre sin pagos extra, y me dijiste que el tuyo era por uno y luego dos meses; todo coincide para que en enero nos cambiemos ¿No lo crees?
—Pero Rafael, yo aún no tengo un trabajo estable.
—Eso no importa ; yo me haré cargo, estoy seguro de que vas a solucionarlo sin problemas. Si estás de acuerdo con mi idea, solo hagámoslo y ya está, no veo por qué retrasarlo; cualquier cosa la solucionaremos en el camino.

Martín se acercó y le dio un afectuoso abrazo luego de escucharlo.

—Está bien; pero con la condición de que todo va a quedar arreglado apenas yo pueda estabilizarme, hasta el ultimo peso.
—De acuerdo, vamos a tomar nota de todo.
—¿Te das cuenta que eso nos deja muy poco tiempo? Es menos de un mes, y todavía tenemos que resolver este asunto.
—Sí, me doy cuenta —replicó el moreno —, pero lo haremos de alguna forma. Descansa, mañana veremos cómo seguir con esta investigación.

Después de despedirse de Martín , se quedó con una buena sensación ; había sido lo correcto hablar de ese tema sin darle más largas, y con la respuesta positiva de su amigo , estaba seguro de que ese sería el inicio de una mejor etapa en ese aspecto.
Necesitaba saber que también podría terminar de buena manera lo de Miguel y Joaquín.


Próximo capítulo: Molinos de viento

Contracorazón Capítulo 25: Camino al pasado




—Tenías razón —dijo Martín, sin salir de su asombro.
—No puedo creerlo.

Un vendedor se había desocupado y se aproximó a ellos.

—¿Puedo ayudarlos en algo?
—Sí —replicó Martín—. Esa foto ¿Son trabajadores antiguos de esta tienda?

El chico, que a lo sumo tendría diecinueve años, pasó la vista de ellos a la imagen y de regreso a ellos, a todas luces sorprendido de la pregunta.

—No lo sé; supongo, el uniforme se parece al de nosotros, pero yo llevo muy poco trabajando aquí.
—Claro ¿Y sabes quién podría saberlo?

El muchacho ladeó la cabeza, haciendo un esfuerzo.

—Supongo que el jefe; es decir, no el jefe de la tienda, porque es él —Indicó alguien más en el lugar—, digo el jefe de arriba.
—Comprendo ¿Y cómo podemos ubicarlo?
—¿Por teléfono? —Replicó el joven, algo superado—. Si quieren se los puedo dar ¿Por qué quieren saber todo eso?
—Es un asunto de gente mayor —Replicó Rafael—, estamos tratando de reunir a una familia.

De vuelta en el exterior, Rafael marcó el número y se contactó con el hombre indicado.

—¿La fotografía? —Replicó una voz ronca del otro lado de la conexión—. Sí, fue personal de la tienda ¿Por qué quiere saberlo?

A Rafael no se le había ocurrido ninguna excusa para ese momento; por suerte a Martín sí, y le hizo gestos para que le pasara el móvil.

—Buenos días, disculpe. La verdad es que todo esto lo estamos haciendo por mi madre; ella es una persona de una edad muy, muy avanzada y estamos tratando de reconstruir una parte de su historia familiar.
—Creo que no comprendo.
—A ella se le van un poco las ideas o los nombres —Respondió con evasivas—. El punto es que hay un trabajador de esa librería, estamos casi seguros, que murió hace treinta años, y necesitamos recuperar toda la información que podamos.

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo y lo sabía; Rafael no respiraba, a la espera de la respuesta que podía decidir todo en ese momento.

—¿Joaquín Mendoza? Sí, el murió en el atentado, pero no sabía que él tenía más familia.

Los dos voltearon hacia el memorial, en donde el nombre coincidente permanecía ahí, congelado desde hacía tantos años.

—No es familia directa, pero estamos conectados —Replicó con mucha seguridad—. Por casualidad ¿Usted tendrá algún dato de su familia?
—No, ninguno —la voz del hombre sonaba cansada, acaso triste también—. Yo trabajaba ahí en esa tienda en esos años; Joaquín era muy amable, era excelente con el público, pero era muy reservado. Creo que solo tenía un amigo o dos, y después ocurrió este atentado, fue una tragedia.

Seguramente era reservado para no permitir que nadie descubriera su verdad; Rafael se preguntó cuántas veces, en ese mismo lugar, ese hombre tuvo que saludar con reserva o con distancia a la persona que amaba, cuánto miedo y frustración habría sentido.

—Fue una tragedia, es verdad —Confirmó Martín—. Perdone por la molestia, y le agradezco por la información.
—Por nada —replicó hombre—. Si llega a encontrar a su familia, solo dígales que lo siento mucho.
—Yo se lo diré. Gracias.

Cortó la comunicación, y ambos se quedaron expectantes ante aquellas palabras.

—Bueno, aparentemente sabemos algo —dijo Rafael al cabo de un instante—, pero todo esto me suena demasiado débil.
—No, en realidad es la punta de una madeja —Reflexionó Martín—, con un poco de trabajo podemos encontrar algo más; la información de Joaquín es de hace treinta años, pero tiene que estar en alguna parte. A través de eso podemos llegar a sus padres, si es que aun están vivos. ¿Qué pasa?

Rafael se había quedado perdido en oscuro color de la piedra; cuántas veces se habrían mirado con temor, cuántas veces tuvieron que callar un abrazo o un simple te quiero, porque existían en un mundo que se negaba a dejarlos vivir. Él apenas había visto algo de eso en su vida, pero podía intentar entender esa angustia y dolor tan antiguo y que permanecía hasta el presente.

—¿Cómo podemos vivir en un mundo donde el amor sea un delito? —murmuró, impotente—. Realmente hay tan pocas cosas que cambiar, pero es como si las murallas todavía estuvieran aquí, porque personas como ellos nunca tuvieron justicia.
—Pero el atentado no fue por ese motivo —Observó Martín.
—No, pero sucedió aquí —replicó Rafael—¿Te lo puedes imaginar? Ellos estuvieron aquí.

En esa ocasión no tuvo ninguna visión o recuerdo, pero entendió todo, las conjeturas previas de Martín y todo lo demás.

—Claro, por supuesto.
—¿Qué? —Preguntó Martín, confundido.
—Ahora entiendo, ya sé lo que pasó.
—¿Viste algo? —Preguntó el trigueño en voz baja.
—No, pero ahora tiene sentido; ellos murieron aquí, todo eso sucedió en este mismo lugar, pero la relación de ellos era un secreto, nadie podía saberlo. Entonces murieron juntos, tendrían que haber seguido así, pero seguramente los separaron al llevarlos con sus familias; los sepultaron separados, y nadie pudo despedirlos o hacer algo en sus nombres.

Un obsequio; recordaba algo relacionado con un objeto, un regalo mutuo, que ambos se hicieron en la débil intimidad que los protegía, y que era un símbolo de amor y unión; ese regalo debió quedar guardado o abandonado en algún cuarto, relegado a una caja de pertenencias o desechado, perdido en el tiempo y en la ignorancia.

—Entonces es eso lo que no deja que descansen en paz.
—Miguel lo ha estado buscando todo este tiempo —Rafael no se dio cuenta de cuando su voz había comenzado a temblar por la emoción—, por eso es que siempre sentí ese dolor y esa angustia, porque Miguel ha estado intentando alcanzarlo, pero sigue sintiéndose perdido, y solo.

Martín apoyó una mano en su hombro para animarlo.

—Tienes que calmarte; ya tenemos algo, vamos a ocuparnos de eso primero ¿De acuerdo?
—Sí, tienes razón; sólo espero que podamos.

2


De vuelta en el departamento, Rafael preparó café mientras Martín volvía a la laptop; en un principio, revisó los antecedentes que tenía disponibles.

—Vamos a ordenar esto. Insisto en buscarle un lado lógico, aunque no entiendo la mitad de lo que está sucediendo.
—Si eso te ayuda, creo que está bien.
—Listo, entré al archivo digitalizado de periódicos de la época.
—¿Hay algo de esos años en la red? —Preguntó Rafael acercándose con dos tazones.

Martín indicó la pantalla del ordenador mientras recibía el tazón.

—La biblioteca de la nación ha estado digitalizando periódicos antiguos desde hace tiempo; no es muy completo, pero para salir de dudas es más rápido que ir a leerlos. Esta es una efeméride, así que me fue un poco más fácil: esto es interesante, el atentado ocurrió hace casi treinta años, exactamente en...
—Febrero —murmuró Rafael—, fue en febrero.
—¿Cómo lo supiste?
—Solo lo supe —Se sentó a su lado—. En fin, decías que fue treinta años.
—Sí —replicó Martín—. Según lo que dice aquí, el ataque fue adjudicado por un grupo anarquista, fue el peor atentado en una década.

Rafael había visto en las redes la información del atentado en donde él había estado, y no se sorprendió demasiado de confirmar que las primeras indagatorias apuntaban a un grupo de características similares. Al menos esta vez no había muertos, esa parte de la historia no la habían repetido.

—¿Tienes algo más?
—Sí, le pedí a un amigo que tiene un conocido que me pasara unos datos. Y tengo la partida de nacimiento de Joaquín Mendoza: supongo que no debería ser una sorpresa que tenía mi misma edad cuando sucedió todo esto —Reflexionó suspirando—. Y le pedí a un conocido que me averigüe sobre los otros fallecidos, porque no son veinticinco, son seis en total.

Rafael frunció el ceño; la información en el memorial le había hecho pensar que el número de víctimas era mucho mayor.

—Qué raro, me pregunto por qué estarán todos los nombres.
—Los otros son heridos en el lugar; ignoro por qué, pero tal vez había alguna organización de derechos de las víctimas o algo parecido que sugirió que se incluyera a más personas y no solo a los fallecidos. De todos modos, tiene sentido, los heridos de gravedad también sufrieron un trauma grave. Oh.

Rafael había estado muy atento, ya que Martín hablaba mucho más rápido cuando estaba gestionando esa información; lo quedó mirando a él en vez de a la pantalla cuando se quedó en silencio.

—¿Qué?
—Rafael, tuviste la clave todo el tiempo.
—¿Qué clave? —Preguntó, extrañado.

Martín desplegó en la pantalla un registro del servicio civil de la nación.

—Miguel. Dentro de los fallecidos hay un hombre que se llama Miguel Ballesteros, y tenía aproximadamente tu edad.

Rafael se quedó perdido en las letras en la pantalla, en donde figuraba el nombre completo. Había pensado en un nombre para esa figura que aparecía en su mente, pero nunca lo imaginó como algo real; para él era solo un modo de separar esos recuerdos de los suyos, no como un nombre completo.

—Entonces ese sí era su nombre —Reflexionó al cabo de un momento—, nunca se me pasó por la mente que fuera así. Entonces eran Miguel y Joaquín, ahora sabemos sus nombres.

Martín bebió un largo trago de café; en ese momento parecía como si todo fuera tan sencillo como localizar datos en la red, pero en realidad había todo un mundo detrás de eso.

—Y ahora ¿Qué?
—Tenemos que buscar a su familia —Respondió Rafael.
—Pero ¿No has pensado que eso podría ser un error?
—No entiendo cómo podría serlo.

El trigueño se puso de pie y deambuló un momento por la sala; se trataba de algo que ambos habían entendido, pero que Rafael se negaba a aceptar como una posibilidad. Vio su actitud honesta y directa y supo cuánto de sí mismo estaba apostando en todo eso.

—Rafael, estamos hablando de personas que mantenían su relación en secreto, tú mismo lo dijiste ¿Qué crees que pensará esa familia cuando les digamos que sus hijos no solo eran gays, sino que estaban comprometidos?

El moreno se reclinó en el asiento; sí, él mismo había estado hablando de eso muy poco atrás.

—Sí, tienes razón; me dejé llevar por la emoción, es sólo que estamos tan cerca que parece increíble, siento como si ahora que tú estás en esto, fuera mucho más sencillo.
—No estoy haciendo nada especial —Objetó Martín—, y tampoco creo que se trate de algo que tenga que ver conmigo; creo que es porque los dos estamos juntos en esto. Así tiene que ser.

En eso estaba de acuerdo, pero no solucionaba el asunto de fondo. Habían conseguido descifrar las identidades de ellos ¿Y entonces? La posibilidad de hablar con esas familias no era para nada fácil.

—Tiene que haber alguna manera. Primero ¿Hay forma de saber si tienen familiares vivos?
—Dame un segundo.

Además de hablar muy rápido, otro cambio en Martín al gestionar datos era que trabajaba a toda velocidad; antes que él terminara la frase, ya había vuelto a sentarse y estaba buscando información. Sus dedos volaban por el teclado y sus ojos leían más velozmente de lo que parecía.

—No, sí, espera, qué extraño.
—¿Qué?
—Joaquín tiene a su padre vivo, su madre murió algún tiempo atrás. Sobre Miguel, es raro, tengo la información de su madre, pero no logro dar con la referencia del apellido paterno. Ah —exclamó como si eso lo explicara todo—, el padre debe haber muerto hace mucho tiempo, sólo sé que ella es viuda.
—Encontraste muchísima información, es sorprendente.
—No es para tanto —replicó el otro estirando los brazos—, en realidad, muchas de estas cosas están en la red en los servicios públicos, solo hay que saber cómo buscar, o a veces usar un truco o dos.
—Bueno, tenemos a un padre y una madre —Reflexionó Rafael—, ahora, tiene que haber alguna forma de resolver todo esto, estaba pensando que debería haber alguna clase de objeto que podamos obtener; tengo la imagen de ellos dándose un regalo, y siento que era importante para los dos.

Pero el hecho de ser importante para una pareja secreta no significaba que lo fuera para sus deudos, y ambos sabían eso. Además, el paso del tiempo convertía todo en algo mucho más complejo, porque era posible que los objetos ni siquiera existieran.

—¿Por qué dijiste que el padre debe haber muerto?
—Lo saqué por conclusión, la verdad —replicó Martín—. Si esto fue hace treinta años y Miguel tenía veinticinco, cuando él tenía cinco años coincide con un cambio grande en el sistema de registro civil —Explicó citando los datos—. Fue una ley de la república que cambió el sistema de registro de documentos de recién nacidos, matrimonios, defunciones y muchos otros. El punto es que en esos años mucha de esa información se hacía a mano, y pasó que hubo documentación que quedó en papel, en archivadores, esperando a que algún día se traspasara. Después con los procesos digitales se supone que todos esos datos antiguos pasaron a la red, pero dicen que en realidad hay muchos que no, o que los ingresaron mal por una letra o algo. Si pasa eso, no lo puedo encontrar.

Otro dato perdido en el tiempo; Rafael se dio cuenta en ese momento de la hora que era.

—Bueno, es una lástima. En fin, no había visto la hora y hay que almorzar, pero no tengo nada ¿Te parece si encargo una pizza?
—Cierto, es una buena idea. ¿Tienes gaseosa? Estás con medicamentos así que no puedes beber.
—Sí, tengo —replicó Rafael revoleando los ojos—, por alguna razón sabía que me ibas a decir eso, pero como no compré cerveza tampoco podrás tomar.

Martín negó con la cabeza mientras iba hacia la puerta de salida.

—No señor, tengo una por lo menos en mi departamento así que no caeré en esa trampa. Pide la pizza mientras voy por ella.

Mientras su amigo salía, Rafael encargó la pizza con un listado genérico de ingredientes, ya que no se le había ocurrido preguntar si había algo que no le gustara. Estaba en la cocina, sacando platos y vasos cuando su móvil anunció una llamada de su hermana; se alegró de contestar estando en casa, ya que no pretendía decirle que había salido el día siguiente del accidente.

—Magdalena, buenos días.
—Buenos tardes —Corrigió ella, con voz alegre — ¿Cómo te sientes?

Tuvo una punzada de culpa por no decirle que estaba haciendo toda esa investigación, pero realmente no tenía opción; había sido difícil ocultar todo lo que pasó antes, pero al menos tenía la experiencia y eso era una suerte de alivio.

—Bien, no me duele el golpe.
—Eso según mi traductor de hombres es que te duele un poco pero no lo suficiente como para preocuparte por eso.
—Sí, un poco. Ahora vamos a comer una pizza con Martín.
—Bien, pero nada de alcohol —Indicó ella con tono determinado.
—Sí, ocurre que mi otro enfermero ya me advirtió lo mismo —replicó él con fingido cansancio—, así que no tienes de que preocuparte. ¿Estuvieron hablando a mis espaldas sobre cómo vigilarme todo el tiempo?
—No —dijo ella con una risa—, pero no es mala idea.

Mientras hablaba, había dispuesto todo en la mesa y sirvió gaseosa para él, resignado a que Martín no lo dejaría beber. En ese momento entendía lo agotado que estuvo Mariano luego de la herida que sufrió.

—Por suerte el accidente no fue más grave —comentó con ligereza—, o me habrían tenido amarrado a una camilla y comiendo gelatina sin sabor.
—Eso no lo dudes —replicó ella—. Bien, estoy en un pequeño descanso, pero ya tengo que volver.
—¿Cómo va tu día? —Preguntó él.
—Bien, tengo casi seguro un gran cliente, sólo tengo que disponer del plan de seguros perfecto y podré sellar el trato.
—Te felicito por eso; espero que todo salga bien. Gracias por llamar, pero en serio estoy bien, y tengo a Martín aquí por cualquier cosa.
—Está bien, descansa. Hablamos.

Por la tarde retomaron lo de la investigación; Martín consiguió localizar los datos de una dirección que correspondería al padre de Joaquín, mientras que la dirección de trabajo de la madre de Miguel no fue muy difícil, ya que era la dueña de una empresa de gestión de maquinaria para la pequeña empresa.

—Ya tenemos los datos —Observó Martín—, pero necesitamos pensar en cómo vamos a hacer las cosas.
—Es cierto, no podemos cometer errores ahora; pero, para ser sincero, no tengo la más remota idea de qué decir.
—Pensemos primero en el objetivo central de todo esto; estamos pensando que el centro de todo esto es que Miguel y Joaquín no pueden descansar porque sus alnas no están juntas.

Se llevó las manos a la cabeza, por un segundo incrédulo de lo que estaba diciendo, pero más por sentir que todo eso tenía sentido.

—¿Qué ocurre?
—Nada. Como sea, hay que pensar en algo que funcione, no podemos ir por la vida diciendo “señor, señora, tenemos una especie de conexión espiritual con su hijo muerto”
—Es verdad. Me gustaría decir que se me ocurre algo, pero para ser sincero, cualquier excusa que pienso se me hace demasiado débil. ¿Y si dijéramos algo como que somos de una organización de ayuda a las víctimas?
—Rafael, eso suena pésimo, además ni siquiera sé si es ilegal.

Rafael suspiró.

—Tienes razón, además yo mismo no creería si alguien apareciera después de treinta años para decirme algo como eso. No lo sé, tal vez hay que descansar un poco de todo esto, ha sido un día pesado. Gracias.
—No me des las gracias, esto es algo que vamos a hacer los dos, ya lo acordamos. Pero tienes razón, es bueno tratar de despejarse un poco. Hablando de otra cosa ¿Puedes quedarte solo mañana? Tengo un par de ventas de productos.

Rafael lo miró con las cejas levantadas.

—Martín, estoy bien; me gusta que estés aquí pero no estoy herido de muerte ni nada por el estilo; mañana solo haz lo que tengas que hacer y es todo.
—Está bien, pero descansa y no te vayas a ninguna parte.
—Prometido.

Por la noche, Martín llamó a su hermano; había decidido pasar por alto todo el asunto de Miguel y Joaquín, pero Carlos se había mostrado muy preocupado por el accidente de Rafael y quería mantenerlo al tanto de todo.

—¿Cómo estás?
—Bien —Respondió el chico, con su habitual indiferencia hacia ese tipo de preguntas—. ¿Cómo está Rafael?
—Bien, estuvo descansando y me aseguré de eso; almorzamos pizza y estuvimos charlando de muchas cosas importantes.
—Qué bueno.
—Hasta lo tengo controlado para que se tome el anti inflamatorio y no beba alcohol. ¿Cómo van tus diseños?
—Bien, estuve hablando con un par de personas que quieren algo, pero todavía no se deciden; creo que no confían en mí porque soy muy joven.

Martín había pensado que eso podría llegar a suceder, pero evitó decírselo a su hermano menor porque no encontró un modo de decirlo que no sonara alarmista o sobreprotector; ahora que había sucedido, solo le quedaba apoyarlo.

—Bueno, los negocios a veces son complicados ¿Pensaste hacer una prueba y publicarla en Pictagram?
—Pero ya subí bocetos y trabajos terminados —Indicó el joven.
—Lo sé, pero lo decía por una remera terminada de un diseño cualquiera. Quizás si muestras otro trabajo listo, eso puede demostrarle a esa gente que lo que haces va muy en serio; si quieres te puedo enviar una foto de la mía.
—No lo había pensado —Comentó el chico, reflexionando—. Cuando entregué el trabajo que hice guardé una foto, pero lo hice para archivarla, no se me ocurrió que pudiera servir. Gracias por la idea.
—Nada que agradecer —Martín sonrió en el teléfono—. Me gusta ayudar en lo que pueda.
—¿Puedo hacerte una pregunta?

El trigueño se dijo que poder ayudar a su hermano, aún en cualquier tipo de situación, era algo que nunca quería dejar de hacer.

—Claro que sí, solo dilo.
—¿Solucionaste tus problemas con Rafael? Con lo del accidente pensé que no era momento para preguntarlo, pero tengo esa duda de todos modos.
—No era un problema en sí, fue un malentendido —replicó Martín—, pero respondiendo a tu pregunta, sí, está todo resuelto. Rafael es mi amigo y simplemente teníamos que arreglarlo, así que lo hablamos y todo está bien ahora; tenías razón en lo que me dijiste sobre eso, porque lo solucionamos todo.
—Me alegra que eso sea así.

Después de finalizar la llamada, se quedó pensando en las similitudes que podían existir entre dos hechos a simple vista muy distintos: la dedicación y preocupación mutua que había entre él y su hermano menor era algo parecido a la decisión que había tomado de ayudar a Rafael a desentrañar esa historia antigua.
Se trataba de desconectar un poco de los problemas y situaciones personales para preocuparse de alguien más, incluso involucrándose con dos personas que ya no estaban, y a quienes nunca había conocido; curiosamente, desde el momento en que aceptó esa realidad, supo que era lo correcto, y estar luchando por hacer algo en el lugar de ellos dos lo hacía sentir bien. De algún modo era intentar hacer justicia en nombre de alguien que no podía hacerlo por sí mismo, y era reconfortante pensar en que, en alguna parte y de alguna forma, algo de lo que sucedía en vida sobrevivía a pesar del tiempo.

3


Cuando llegó la noche, Rafael no sabía muy bien qué pensar acerca de todo lo sucedido; por un lado, estaba feliz de contar con el apoyo de Martín, ya que haber recuperado su amistad era algo muy importante para él. En realidad, nunca lo había perdido, pero ese lapso en el que las cosas estuvieron mal fue difícil de aceptar, y se dio cuenta aún más de lo relevante que era para él su cercanía, así como el valor de sostener esa amistad sobre la base de la confianza y la honestidad.
Por otro lado, el avance que hicieron juntos demostraba que ambos podían conseguir cosas que separados no; era como si además de estar siendo testigos de una historia pasada, fueran los encargados de asegurar que tuviera un buen fin. Parecía que estaban tan cerca, que bastaría con hacer unas llamadas o acercarse a visitar a ciertas personas, pero la realidad con la que chocaban estaba cubierta de años de silencio y secreto.
Cuántas veces calló su voz, cuántas veces sus pasos los guiaron por rutas separadas, obligándolos a mentir y esconder un sentimiento puro y auténtico ante un mundo hostil. Ese secreto pesaba ahora, quizás no tanto como en ese lejano pasado, pero se había convertido en parte de las murallas de un complicado laberinto, del cual ellos solo tenían algunas pistas leves.
Apagó la lampara y se dispuso a reposar; y por primera vez, pensó en sumergirse de nuevo en esos sueños con un sentimiento distinto, pidiendo encontrar algo, alcanzar un recuerdo que le permitiera iluminar ese camino manchado de incógnitas.

—¿Recuerdas?
—Sí.

Era un sentimiento puro y poderoso que provenía de ambos; no estaban en el mismo sitio, pero lo recordaban mientras hablaban de ello, transportándose a esa misma emoción que los embargó un día.

—Si algún día ya no estuviéramos juntos.
—No digas eso.

El temor a perderlo era instantáneo; pero, en realidad, no se trataba de eso, sino de pensar en una posibilidad. Era sobre cómo conectarse de todas las formas posibles.

—Escúchame; yo tampoco quiero separarme de ti, y me gustaría que siempre estuviéramos juntos, pero quiero que prestes atención a esto. Ese lugar es el más importante para nosotros ¿No es así?
—Sí, lo es.
—Solo quiero decir que nosotros no tenemos un hogar, no hemos podido tenerlo y seguramente no podremos en el futuro. Pero no importa.

Si tan solo consiguiera ese ascenso en la tienda, podría decirle que tenía una idea, que quería proponerle que comenzaran a vivir juntos; pero, por desgracia, mientras no hubiera un cambio en su trabajo no podía hablar, estaba obligado a esperar hasta que todo se diera a su tiempo, si es que sucedía.

—Ese es nuestro hogar.
—¿Tú crees?
—Sí. El hogar no es un lugar físico, es ese sitio en donde uno se siente pleno, donde está todo lo que necesita; mi vida está contigo, y siento que nunca fuimos tan libres y felices como ahí, aunque haya sido poco tiempo. Me gusta pensar que ese es nuestro lugar, que, si algún día estuviéramos separados por la razón que sea, podemos encontrarnos ahí pase lo que pase; ese siempre será nuestro lugar en el mundo.

Era cierto; al pensarlo, era verdad, se trataba de algo que no se refería a un lugar físico, sino a los sentimientos que nacieron ahí.
Pensar en ese lugar y pensar en él era una misma cosa, y hacerlo era bueno para él.
Ese sería su lugar, donde podrían ser ellos sin mentiras y sin máscaras.


Próximo capítulo: Último paso