Cuento: Arriba en los rieles



Vicente sabía que existían los parques de diversiones porque aparecían en televisión y sus compañeros en el colegio hablaban acerca de ello, pero nunca había ido a uno; mamá decía que eran lugares peligrosos.
¿Dónde estaba mamá?
Sabía que estaba ocurriendo algo que no era habitual, porque en la mañana mamá no lo despertó, ni lo vistió para llevarlo al colegio; cuando abrió los ojos, papá estaba sentado en una silla mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Papá ¿dónde está mamá?

Había aprendido que no era bueno hacer muchas preguntas; mamá decía que era una falta de cortesía, pero ella le hacía preguntas a papá y él se enojaba. A veces cuando estaba en el cuarto, arriba, escuchaba a mamá y a papá discutir. Hablaban fuerte durante un rato muy corto y luego no decían nada más, y Vicente se metía bajo las cobijas intentando respirar lo más suave posible, intentando hacerse invisible, transportarse a otro mundo en donde no pudieran verlo ni oírlo. Cuando mamá y papá discutían no quería que lo miraran, porque ambos ponían una cara muy fea en esos casos, y esas caras le daban miedo. Papá no respondió, sólo siguieron caminando en línea recta por una calle que no conocía, era tarde, el cielo se estaba poniendo oscuro y no había sol; mamá decía que la gente de bien no salía cuando se ocultaba el sol, pero nunca le había dicho a Vicente qué ocurría afuera de casa cuando el sol se ocultaba, y tampoco le había dicho cómo era la gente que no era de bien. Sin embargo pensó que tal vez en esa calle vivía mucha gente de bien, porque no podía ver a nadie caminando en esa vereda ni a la vereda del frente; tampoco pasaban autos.

— ¿A dónde vamos?

Libros completos: Actualización parte 01

Ya empecé a trabajar en aspectos del blog, y el primero es apurar lo que ya tengo listo de Libros completos, partiendo por la historia que lo empezó todo: La traición de Adán.

Esta historia pasó por varias revisiones, pero creo que ha llegado el momento de dejarla en paz; para hacer algo más detallado tendría que escribirla de nuevo, y entre darme el tiempo para eso y estar reescribiendo de a pocas escenas o líneas, prefiero dejarla como está. También es una marca de cómo trabajaba en mis inicios en el blog, y pienso que está bien que tenga el estilo que tiene, con todo y sus errores.

Desde ahora, en Libros completos habrá una sencilla lista de capítulos que dirigen al episodio en cuestión, pero además al final está el enlace directo al siguiente, así no hay que estar yendo y viniendo dentro del blogt. Fácil y rápido para tod@s.

Pueden conocer esta historia de intriga y pasión en el enlace abajo:



Narices frías Capítulo 46: Buenas noticias





El rostro del periodista aparecía serio ante la cámara; era un hombre de cerca de cuarenta años, bien parecido y vestido formal. En cuanto recibió la orden, comenzó con su relato.

—Muy buenos días; iniciamos esta transmisión especial para informar acerca del corte de suministro eléctrico que tuvo lugar esta medianoche, y que se extendió por un par de horas.
Según los reportes entregados por las autoridades, en la central de control de electricidad ocurrió un desperfecto; una pieza de vital importancia sufrió una avería, lo que impidió que se siguiera realizando el suministro normalmente. Esto afectó a la totalidad del distrito, además de perjudicar a las antenas que proporcionan la señal para la telefonía celular.
El departamento de policía informó que se produjeron dos accidentes con resultados lamentables, el primero de ellos en un domicilio, donde un matrimonio cayó por las escaleras, resultando ambos con heridas fatales.
El segundo caso es de un choque que se produjo en el límite del distrito, donde un automóvil chocó a un vehículo de Narices frías, muriendo en el lugar los conductores de ambos vehículos.
Por suerte, todos los informes de las unidades policiales coinciden en decir que el distrito estaba especialmente tranquilo por la noche, por lo que los sucesos no pasaron a mayores, e incluso muchas personas durmieron en total paz, sin saber lo que había sucedido hasta enterarse por la mañana.
En otras noticias, tenemos una triste información para todos: el destacado Elías Restrepo falleció esta madrugada, en su domicilio; para tranquilidad de todos sus admiradores, nuestro querido Elías tuvo una muerte muy tranquila, ya que sucedió por causas naturales mientras dormía. Narices frías ha hecho un comunicado oficial al respecto. Está publicado en sus redes sociales, pero al tratarse de un asunto que involucra a un miembro muy importante de nuestra comunidad, lo leeré.

“Narices frías le debe mucho a Elías Restrepo; un hombre talentoso, vital y cariñoso, que confió en nosotros primero, y nos hizo creer en el proyecto, en la esperanza de una realidad en donde las mascotas no son un negocio ni un objeto, sino mucho más.
Elías nos ayudó a crear un mundo, aquí a nuestro alrededor, en donde las mascotas se volvieron el centro de los hogares y las familias, un modo de vida en donde el amor y la preocupación por nuestros hermanos pequeños es fundamental.
Vivimos para su vida, vemos la luz de la esperanza en sus ojos y respiramos al ritmo de sus corazones.
Narices frías ha enfrentado un gran desafío en los años pasados; Elías no fue solo un rostro, era el primer padre y corazón que estuvo con nosotros, y desde que vio a su querido Bobby, supimos que estarían conectados por lazos imposibles de romper. Ahora Elías nos ha dejado, pero se fue feliz y en paz, con el corazón tranquilo y lleno del amor de su querido hijo, así como del cariño de todos ustedes.
Enfrentamos una época de cambios, ahora que Elías nos ha dejado; se une a Abigail Mariani y Edgardo Leyton, nuestros fundadores, y nos deja con la responsabilidad de mantener el legado por ellos creado, así como con la convicción de hacer de este proyecto una realidad cada vez más potente, grande e inclusiva.
Nadie sobra en Narices frías.”

—Ese era el comunicado —replicó el periodista, con expresión más relajada—, ahora, sabemos que todos deben estar preocupados por el estado en que se encuentran todas las mascotas de Narices frías, ya que como comentaba anteriormente, hubo un corte de energía eléctrica la pasada madrugada, y para hablar de ello me encuentro con Luciana Velásquez, quien ha estado liderando las operaciones en terreno. Luciana, buen día, ¿Cómo esta?
—Ha sido una noche larga para todos nosotros —replicó ella, sonriendo, pero estamos contentos por nuestro trabajo y por estar ocupados de nuestros niños.

El periodista asintió con gravedad.

—Es necesario hacer esta pregunta ¿Hubo algún accidente? ¿Tenemos que lamentar que a alguno de los hijos le haya pasado algo?
—Por suerte el distrito estuvo muy tranquilo durante la noche —repuso la mujer de cabello rubio, sonriendo con seriedad—, sin embargo, hubo algunos accidentes; como ustedes pueden comprender, sin tener la red de telefonía fue difícil mantener el contacto que tenemos siempre, por lo que se tomaron algunas decisiones.
—¿Cómo cuáles?
—En primer lugar, nos aseguramos de que nuestros centros estuvieran en perfectas condiciones; nuestro personal verificó que los generadores de energía propios funcionaran a plena capacidad, que todos los pequeños estuviesen en buenas condiciones. Después, se prepararon los vehículos de la institución para realizar un recorrido por los domicilios de los propietarios que tenemos en nuestros registros.
—Imagino que eso fue de forma preventiva.
—Así es. No queríamos molestar a la gente, así que la instrucción fue que nuestros vehículos transitaran por las calles del distrito y se acercaran a los domicilios, pero sin llamar; todos saben que un vehículo de Narices frías significa atención y seguridad, así que teníamos la seguridad de que la gente nos pediría ayuda en caso de necesitarla.
—Y ¿Qué escenario encontraron en las calles del distrito?
—Estaba todo muy tranquilo; solo encontramos un par de hijos que estaban fuera de sus casas, pero los devolvimos de inmediato y todo quedó solucionado. Solo ocurrió un accidente, en que un hijo resultó con una herida en el cuello, pero lo atendimos y se encuentra en recuperación.
—Así es —comentó el periodista—, me encuentros en contacto con el matrimonio al que usted se refiere; ellos tuvieron la amabilidad de recibir a uno de nuestros camarógrafos y estoy en línea con ellos. Buenos días.

La pantalla se dividió, mostrando a la derecha al mencionado matrimonio en la sala de su casa; ambos sonrieron ante la cámara.

—Buenos días.
—Cuénteme por favor qué sucedió en su casa.
—No sabemos muy bien lo que pasó —repuso ella—. Kor estaba con reposo, porque sufrió una indigestión; así que pensamos que todo estaría muy tranquilo por la noche y dormiría en paz. Pero antes de la medianoche estaba algo inquieto, así que lo dejamos ir al jardín delantero y estaba muy a gusto.
—Pensamos que todo estaría bien —agregó él—, porque es una calle muy tranquila, pero de pronto sentimos un ruido en el jardín.
—Fue terrible —se lamentó ella, conmocionada—, y además se había ido el suministro y el teléfono, no sabíamos qué hacer. Estaba herido en su cuello, y lloraba mucho. Teníamos miedo de cargarlo en el auto porque podía lesionarse.
—¿Y qué sucedió? —preguntó el periodista.
—Apareció un vehículo de Narices frías —exclamó ella—, fue como un milagro; nos vieron y de inmediato atendieron a nuestro pobre Kor.

El periodista asintió, aliviado por el final feliz de la historia.

—Esa es una gran noticia.
—Estamos tan agradecidos, fue como si nos hubieran leído la mente —la mujer suspiró, aliviada—. Según el encargado, puede haber sido un trozo de vidrio que alguien arrojó, o que cayó cuando pasó un automóvil, y quedó en el jardín sin que nos diéramos cuenta.
—Ahora está descansando —agregó el—, estamos muy agradecidos por el apoyo, y vamos a cuidar mucho a nuestro pequeño, para que esté feliz y bien cuidado.

El periodista asintió, satisfecho con esa información.

—Es una gran noticia, estoy seguro de que todos están muy contentos en sus casas al conocer esto; y dígame ¿Tienen hijos?
—No, no tenemos hijos, pero la vida nos recompensó con Kor; dicen que las cosas en esta vida pasan por algo, y nosotros creemos que haber adoptado a nuestro pequeño es lo mejor que podía pasarnos.
—Eso es cierto. Les agradezco por su tiempo, y nos retiramos, con esta imagen de una familia que tuvo que enfrentar momentos difíciles, pero pudo superarlos gracias a la intervención del personal especializado de Narices frías.


2


Tobías caminaba lentamente, arrastrando los pies por el camino; el sol de la mañana presionaba sobre su cabeza, pero no sentía calor. El frío en el pecho lo hacía mantener la concentración, mientras que los colores que percibía en el suelo le indicaban con exactitud el camino por donde devolverse.
Sabía que las manchas en el suelo, cada ciertos pasos, eran sangre, pero intentaba pensar que eran otra cosa. Solo color sobre el concreto.
La botella de plástico con agua que llevaba abrazada contra el percho estaba fría aún, y eso lo animaba a llegar a su destino; había conseguido agua fresca y limpia, y eso era un gran logro.
Recordaba trozos de lo que había sucedido en esa noche; las voces de los animales, que sonaban como un coro alegre que los amenazaba, el choque del automóvil contra el metal.
Los gritos de Carlos y Matías, la voz de Dante, y luego el horrible sonido, los golpes y los gritos.
Llegó hasta su destino. No sabía muy bien qué lugar era, porque nunca había estado allí, pero estaba seguro de que era en donde el auto había chocado; sabía qué hacían ahí pero no quería decirlo, porque le daba miedo.

—Traje el agua.

Estaba agotado, pero no quería parecer débil. También sentía sucia la cara y las manos.

—Gracias.

Carlos estaba empapado de sudor; cojeando, dejó lo que estaba haciendo y se sentó un momento en el suelo. La jornada se estaba volviendo eterna, pero aún tenía fuerzas para terminar de hacer lo que debía, antes que se marcharan de ahí para siempre.
Cuando el camión embistió el auto, lo hizo con tal fuerza que empujó el vehículo fuera de la vía, y este cayó’ por un declive hacia una zona inferior. Con las horas y el trabajo había recordado que la razón por la que el distrito tenía solo cuatro salidas, hechas estas como una carretera urbana; en la escuela les enseñaban que ese distrito fue pionero en construcción de vías de alta velocidad, lo que hizo que el diseño quedara reducido a una isla, separada de los distritos vecinos, que no estaban tan avanzados. Esto significaba que las vías de salida cambiaban abruptamente a calles comunes, generando desniveles y caídas.
Cuando abrió los ojos, se encontró fuera del auto, con Tobías cerca de él, en estado de shock; quiso acercarse para ayudarlo, pero descubrió que tenía la pierna derecha desgarrada en varios puntos. Casi al mismo tiempo vio el auto, volcado a algunos metros, y lo que vio hizo que decidiera ir en esa dirección antes que hacia Tobías. El cuerpo de Román estaba caído boca abajo, mientras que Matías estaba aplastado por un costado del vehículo, su rostro congelado en una expresión que nunca podría olvidar, sus ojos vidriosos mirando a la nada.
Consiguió quitarlo de debajo del vehículo, pero era tarde para ayudarlo; Carlos lloró, mudo de horror, y a punto estuvo de quedarse inmóvil también, pero el sonido de una sirena en la carretera lo hizo reaccionar. Creyó que todo había terminado para ellos, pero por alguna razón se negó a quedar en ese sitio; arrastró a Carlos hasta unos arbustos, regresó por Tobías y lo cargó hasta el mismo sitio, pero tuvo que ocultarse al notar personas descendiendo por la ladera. Vio cómo se llevaron a Román y al auto, pero no pudo ver entre el miedo y la oscuridad a Dante, así que supuso que tampoco lo había logrado, quedando en el interior del auto.
Creyó que todo había terminado allí, pero en ese instante de desolación total, la sorpresa llegó y nadie se acercó al punto en donde estaba débilmente oculto; las sirenas se alejaron con el sonido de los motores, y las luces de los faros se desvanecieron, dejándolos abandonados a su suerte.
Extenuado hasta el máximo, Carlos no tuvo fuerzas para moverse, por lo que lo único que pudo hacer fue abrazar a Tobías contra su pecho, junto al cadáver de Matías, y esperar a que la mañana, si es que existía una, llegara hasta ellos.
No supo en qué momento se quedó dormido, pero el tiempo en que tuvo cerrados los ojos no sirvió para tranquilizarlo en modo alguno; Tobías reposaba inquieto en sus brazos, temblando y sollozando en voz muy baja, sumergido probablemente en las mismas neblinas peligrosas que él. Removiéndose un poco para no despertar al pequeño, Carlos volteó hacia Matías y trató de cerrar sus ojos, pero el tiempo había convertido en piedra sus párpados y le resultó imposible; no quería dejarlo así, con la vista enfocada en el cielo, porque, aunque no lo conoció, entendió que había vivido cosas parecidas a él, y a él mismo no le gustaría que lo dejaran así, solo en la nada.
Pero eso fue lo que tuvo que hacer; estaba cansado y tenía que salir de ahí junto con Tobías antes que alguien inadecuado los viera y se interpusiera en su camino. Encontró la mochila que había traído consigo a cierta distancia de donde había caído el auto, y se la puso a la espalda; no era capaz de cargar también a Tobías con la pierna lastimada, así que tuvo que despertarlo y hacer que caminara. Se fueron hacia el norte, él cojeando, Tobías arrastrando los pies, ambos callados, incapaces de expresar lo suficiente acerca de lo que habían vivido.
El distrito contiguo era un lugar en donde nunca había estado, pero que se le hizo útil para lo que necesitaba hacer; encontró un recinto de baños públicos donde pudieron asearse un poco, y luego una farmacia en donde pudo comprar agua, vendas y alcohol, y salir de allí sin llamar demasiado la atención de la gente. Cuando regresaron al baño público comprobó que su pierna estaba haciendo algo de cicatrización, y aunque le dolía no parecía haber algo roto; pensó en ir a un hospital, pero era demasiado peligroso.
Contaba con el dinero que había sacado del cajero automático, pero no sabía bien qué hacer para el futuro; podían comer en cualquier sitio, pero ese dinero no sería eterno y él no tenía edad para trabajar de forma legal. Deambularon por la periferia del distrito, alejándose de Victoria de Borou y sin mirar atrás; fue en una calle cualquiera, comenzando la tarde, que Tobías volvió a hablar, y dijo que había alguien cerca que los podría ayudar. Dijo que era alguien que estaba cantando. Carlos dudó un momento, pero decidió seguir confiando en los instintos del pequeño, y eso los llevó a la casa de una mujer de edad avanzada; tendría ochenta, quizás, y tenía un negocio de flores, que cultivaba en su jardín.
Tobías fue quien hizo la mayor parte, pues empezó a hablar con ella, y de algún modo se entendieron más allá de las palabras, ya que después de un rato parecía como si se conocieran desde mucho tiempo atrás; ella tenía la vista muy limitada por la edad, pero Carlos pensó que la conexión tenía que ver con algo más, quizás con que las voces de ambos tenían algo de familiar para el otro, algo que iba más allá del simple oído. Tal vez las cosas fuera de lo común no eran todas destructivas.
Así, casi sin pedirlo consiguieron una habitación en el segundo piso de la casa, al que ella no podía acceder por dificultades de la edad; podían acondicionarlo, y tendrían que ayudarla con la casa y la tienda, un precio justo por tener un sitio donde estar.
Al día siguiente salieron temprano, después de haber dormido a saltos en su primera noche completa fuera; Carlos tomó una pala y una botella plástica vacía, y le dijo a Tobías que tenía algo que hacer, algo que no sería agradable. El pequeño no hizo preguntas, pero parecía evidente que entendía hacia dónde se dirigía.
Fue extraño, pero al estar tan cerca del distrito del que habían huido, no sintió miedo o angustia como se habría imaginado previamente; estaban parados junto a un semáforo a muy poca distancia de donde el coche había sido chocado por el camión una jornada atrás, y no sintió el terror de ese momento. Fue como si todo hubiese sido ocultado por la normalidad de una mañana de vehículos desplazándose por las calles, y algo de sol que disipaba las miradas doradas que antes los habían amenazado.
A cierta distancia hacia el norte encontró una llave al costado de la vía, y le pidió a Tobías que la llenara y se la llevara hasta donde él iba a esperarlo, un poco más al sur; solo tendría que caminar por el costado de la vía. Mientras el pequeño obedecía, apuró el paso lo más que pudo, ignorando que las heridas en su pierna se habían abierto; no le importaba sangrar un poco, él todavía podía recuperarse. Cavó con fuerza, ignorando el cansancio de los miembros y el dolor de la pierna, hasta que fue suficiente para poder empujar el cuerpo de Matías, que, aunque estaba rígido por el paso del tiempo, no había sido afectado de momento por el ambiente en el que estaba. Al momento de arrojar la tierra sobre su cuerpo, sintió un estremecimiento que le causó más cansancio que todo el esfuerzo físico.
Después de enjuagarse las manos y cara y beber un poco de agua, se dijo que todo había terminado allí, pero Tobías extendió hacia él una de sus manos, con una semilla en ella.

—¿Podías dejarla aquí? Tal vez crezca algo en donde está.

No quiso preguntar de qué flor era la semilla que Tobías había tomado de la casa, y creyó que sería mejor así; en su modo particular de ver, de seguro había escogido el color correcto. Se fueron caminando de regreso, en silencio y a paso lento.


3


—Gracias por estar nuevamente con nosotros —dijo el periodista, sonriendo—, en esta ocasión queremos hablar de un asunto que durante la jornada pasada fue tendencia en las redes sociales; Narices frías recibió cientos de mensajes preguntando por el estado de un miembro muy importante, y es por eso que hemos hecho una transmisión especial desde la casa del renombrado Elías Restrepo, cuyo funeral se realizó ayer como todos saben.
Nos han preguntado por Bobby, y aquí está, frente a todos ustedes.

Ante el llamado del periodista, el plano se amplió y apareció el perro al que hacía referencia; lucía saludable y muy bien cuidado, acercándose con gracia al hombre mientras su pelaje negro destellaba ante el sol de la mañana.

—Bobby estuvo con Elías en sus últimos momentos, y aunque estaba un poco triste por su partida, sabemos que entiende que es parte del ciclo de la vida. Además, ahora está muy contento porque tiene una nueva familia, alguien con quien ya tiene un lazo fuerte; queremos presentarles a Darío.

La cámara se movió hacia la derecha, enfocando a un hombre joven sentado en una silla; sus antebrazos sin manos estaban cubiertos por vendas especiales dedicadas a dar el cuidado adecuado a su piel.

—Darío, todos estamos muy contentos de conocerte; queremos saber cómo te sientes ahora que tienes la compañía de Bobby.

El rostro del joven no mostraba mucha expresión, pero esbozaba una sonrisa, leve ante la pregunta.

—No estoy acostumbrado a hablar en público.
—Todo está bien —lo animó el periodista—, todos te estamos apoyando; solo di lo que quieres decir.

Los ojos del joven expresaron un leve estremecimiento; en ese momento, Bobby se acercó y sentó junto a él, calmado y atento.

—Tuve un accidente en mis manos —dijo, con voz suave—, y creí que todo estaba perdido para mí. Pero entonces conocí a Bobby, y él también estaba muy triste. Antes tenía miedo y pensaba que nadie me entendería, pero ahora que está Bobby, ya no tengo nada que temer; sé que siempre va a estar aquí.

Dante oprimió el botón en el control remoto y cambió de canal; el enfermero entró justo en ese momento.

—¿Algún cambio?

Negó lentamente con la cabeza; cuando los chocaron, salió despedido del vehículo, y para el momento en que pudo moverse, vio las luces de las balizas y el sonido de las sirenas inundando la noche.
Se arrastró por el suelo, intentando alejarse, jurando dar lo último que le quedaba en ese intento por huir; gastaría hasta la última gota luchando, aún cuando todos habían quedado perdidos, incluso ante la posibilidad de que lo atraparan para hacerle algo que no podía imaginar.
Pero el sonido de los metales siendo jalados por la grúa no fueron seguidos por voces ni por pasos siguiéndolo; aun así, rasgó la tierra, un centímetro a la vez, decidido a que, si iba a morir, al menos sería luchando hasta el final.
Pero otra vez resistió a la muerte, y en medio de la madrugada lo encontró un motorista; Dante no tenía fuerzas ya, pero consiguió decir que lo habían atropellado, antes de sumirse en un medio letargo. No perdió el conocimiento, de modo que sintió el sonido y las voces en la ambulancia y en el servicio de urgencia; volvieron a coser la herida del pecho, curaron los golpes y cortes que tenía en distintos sitios, y no hicieron preguntas. Pero al día siguiente ese enfermero le dijo que se había dado aviso a la policía local por si es que había una denuncia por una persona desparecida.

—No me suena familiar —dijo en voz baja—, dijiste que me encontraron cerca del límite de ese distrito, pero no creo venir de ahí.
—Tómalo con calma —le dijo el hombre—, pasaste por una experiencia muy fuerte, es sorprendente que estés consciente; el doctor dice que los exámenes iniciales no muestran algo en concreto, eso significa que tu pérdida de memoria puede ser por el estrés del accidente, y ser temporal.

Esa supuesta amnesia era lo que lo separaba de ser acosado por demasiadas preguntas; no tenía energía ni apoyo para salir de ahí como la vez anterior, por lo que su única opción era alargar esa mentira hasta tener la fuerza suficiente para salir por su cuenta. Al menos había escapado del distrito.
Sentía mucha tristeza por el destino de los otros, pero principalmente por Matías; intentó todo lo que pudo, pero al final esa gente había sido más fuerte que ellos, mucho más preparada ante un caso como ese, y de seguro solo por casualidad él se había librado.
Por el momento. Mientras reposaba en la camilla, no podía dejar de pensar en la amenaza de esa gente, en esos animales y en todo lo que involucraba; él era un testigo sobreviviente, pero ¿Peligroso? En el fondo nada sabía, y a juzgar por las noticias, a nadie en ese distrito le importaba la ley o las vidas humanas; todos parecían estar viviendo una realidad alterna en donde los conceptos estaban torcidos en una dirección por completo opuesta a la que él conocía. Tenía que escapar otra vez, poner distancia con ese lugar, y quizás en algún tiempo podría volver a cobrarse de todo lo que había vivido. Alguien tendría que pagar por esos niños, por Matías, y por él.


Fin

Narices frías Capítulo 45: Ojos dorados




Dante había manejado armas un par de veces en su vida, cuando un amigo que era guardia de seguridad lo dejó practicar; tenía buena puntería, aunque no tanta como para romper la rueda de ese camión en movimiento.
Pero lo había retrasado.
Tomó el control del otro auto y presionó el acelerador, manteniendo la vista fija al frente para no tener que mirar a Matías; ese muchacho se había ganado su respeto por arriesgarse a ayudarlo, y de acuerdo con eso, tenía que hacer todo lo que fuera posible por ayudarlo a salir de esa ciudad maldita. Le estaba costando mantener el vehículo recto, pero no le importó, y se dijo que con llegar hasta la barrera de vehículos era suficiente.
Encendió los faros cuando estaba muy cerca, esperando que eso sirviera como distractor; había visto a una persona por cada uno de los cuatro vehículos que estaban obstaculizando el paso, y aunque se habían mantenido inmóviles, era claro que podían hacer cualquier cosa de un momento a otro.

Cuando los disparos surcaron el cielo nocturno, Matías sintió que se quedaba sin aire en los pulmones ¿Por qué el policía había dejado que Dante se alejara? Sabía que la vía estaba bloqueada, pero no podía aceptar que todo terminara de ese modo; con el sonido metálico de fondo, el auto en donde iban seguía su curso por esa carretera, que a la vez era desolada, y el escenario central de un espectáculo con un público de ojos silenciosos y fijos a pesar del movimiento.

—¿Cómo se llaman? —preguntó el policía.
—Me llamo Carlos —replicó el muchacho—, y él es Tobías. Es mi hermano.
—Soy Román, y él es Matías.
—¿Por qué él se subió al otro auto?

Faltaban solo un par de decenas de metros para llegar al bloqueo, a ese punto en donde las luces se habían encendido y los disparos, quebrado el aire; en ese momento, el instinto corrió frío por la espina dorsal del policía, diciéndole que no lo iban a lograr.

—Nos está ayudando —repuso, luchando por sonar confiable—, para que podamos salir de aquí.

De pronto, algo cambió, aunque en la oscuridad y desde el asiento del conductor no supo bien qué. Uno de los vehículos arrancó, al mismo tiempo que los animales empezaban a emitir todo tipo de sonidos; los aullidos, gañidos y demás ruidos parecieron sincronizarse en un tono de alarma, aunque no de tristeza. Por un terrible momento, Román tuvo la descabellada idea de que esos sonidos iban a subir hasta un volumen tal que destrozarían los vidrios pero, aunque se hicieron más agudos, ese pensamiento no se hizo realidad.

—¿Por qué están tan alegres? —gritó Tobías, loco de horror— ¿Por qué están felices?

Carlos lo abrazó contra su cuerpo, incapaz de responder; el sonido a coro de los animales estaba taladrando su cabeza, y a cada metro que avanzaban parecía crecer en volumen y en amplitud, amenazando con cubrir todo, incluso sus pensamientos.
Román presionó el acelerador a fondo y pasó entre un estrecho espacio, rompiendo los retrovisores y sacando chispas de metal por ambos costados; presionó el acelerador con locura, intentando alcanzar una velocidad imposible, una que lo sacara de esa pesadilla para siempre. Con el corazón oprimido, sintió que una de las llantas pasaba sobre algo, pero no se detuvo, sujetó el volante hasta que le dolieron los brazos y siguió sin parar, deseando escapar más que cualquier otra cosa.
El horizonte apareció ante la luz de los faros, y quiso gritar, aullar de emoción, pero estaba atrapado en el estado de histeria sin poder librarse; sintió terror y alegría, deseó una luz de esperanza y que todo se apagara, y trató de forma inconsciente de llorar o reír, pero nada de eso pasó. La salida del distrito apareció ante sus ojos como una visión demasiado ansiada, y quiso acelerar más, pero el motor no daba más de la presión; le pareció escuchar las voces de los muchachos, pero su vista estaba fija en el objetivo y los otros sentidos estaban en un segundo plano. Estaba dirigiendo toda su fuerza a lograr escapar, pero cuando llegó hasta el punto en donde la carretera urbana conectaba con una de las calles laterales del distrito vecino, todo se puso oscuro.

Dante no supo si había logrado acertar alguno de los disparos hasta que estuvo casi encima de los vehículos; no iba a poder quitarlos del camino conduciendo, por lo que decidió bajar y entrar en la cabina del que estaba más cerca. Ignoró el cuerpo tendido junto a la rueda delantera y subió, mientras escuchaba el sonido del motor del vehículo en donde se acercaban los demás, con los sonidos de los animales como fondo. Maniobró con algo de dificultad, y cuando sintió el chirrido metálico del paso de la otra máquina, quiso creer que lo había logrado.
El pecho le dolía horriblemente, y había tenido que dejar el arma en el regazo para controlar el volante con ambas manos, pero experimentó una sensación interna cercana a la alegría; había conseguido ayudarlos a salir, y a partir de ese momento el policía podría encontrar un lugar seguro para ellos.
Aún podía lograrlo, al menos alejarse lo suficiente, y con eso en mente puso reversa y sacó el vehículo de la barrera formada por los otros; no se preguntó por qué los demás conductores no habían ido a por él, pero quizás se tratase solo de que las cosas habían pasado demasiado rápido. Giró el vehículo y enfiló hacia la vía de salida, pensando en que tal vez no era demasiado tarde, que si se concentraba lo suficiente quizás podría salir de esa; intentó reírse de la situación de haber podido pasar por su departamento para tomar algunas cosas y luego haberlas dejado en el auto del policía, pero realmente eso no le hacía gracia.
Algo estaba obstaculizando la vía de salida; frenó bruscamente al ver que se trataba del auto del que había bajado unos momentos antes, estrellado contra la barrera de contención. Román estaba con el torso caído hacia el asiento del copiloto, y los chicos habían bajado y abierto la puerta, tratando de sacarlo.

—Por favor, reacciona —gritó Matías.
—No puedo abrir el cinturón —gritó Carlos a su vez.

Dante miró hacia atrás, y vio que los otros tres vehículos estaban avanzando hacia ellos, seguidos a no mucha distancia por el camión que vieron en un principio. En el borde de la carretera, los animales se habían detenido por completo, observando todos en su dirección con ojos como pequeñas luces que no titilaban, ahora en un total silencio; lo que fuese que los hiciera comportarse de ese modo estaba contenido dentro de los límites del distrito, lo que significaba que estaban a unos cuantos pasos de librarse de ellos.
Tomó energías y volvió a descender, con el arma fuertemente sujeta.

—¡Dante!
—Apártense de él.

Tenía la vista nublada y no estaba seguro de poder conducir, pero no tenía tiempo para quitar del camino ese auto y hacer que todos subieran al otro; desabrochó el cinturón del policía y se inclinó sobre él, dispuesto a empujarlo y ocupar el lugar, pero vio algo que los muchachos seguramente no habían notado por estar tan asustados. Román estaba muerto.

—¡Vuelvan a subir!

Se le desgarró la garganta al decirlo; consiguió mover el cuerpo lo suficiente para sentarse y tomar el volante, mientras los chicos se sentaban atrás junto con el pequeño, que sollozaba de miedo. El automóvil luchó entre crujidos metálicos por moverse y finalmente lo logró; Dante sintió las manos frías, y al tiempo que presionaba el acelerador, vio con total claridad el rojo reluciente de la sangre escurriendo por su pecho, destellando en la noche como un faro para los perseguidores.
Los vehículos aún los seguían, cada vez con menos distancia, y se sintió más y más débil mientras conducía, sumergiéndose en una oscuridad que no tenía retorno.

—Escuchen, cuando…

No pudo terminar de hablar; un crujido de metal rompió todo a su alrededor, y el silencio desapareció para siempre.


Próximo capitulo: Buenas noticias

Narices frías Capítulo 44: Hacia el norte





En cuanto vio el camión entrando en la carretera urbana, Román sintió que algo distinto estaba pasando; iba a una velocidad un poco mayor de la esperada para un vehículo de esa envergadura, y llevaba todas las luces apagadas. Era la primera máquina que veía en movimiento, y pese a que eso debería alegrarlo, no lo hizo en absoluto.

—Va un auto delante.

El policía no replicó a ello, ya que Dante estaba en el asiento del copiloto y tenía mejor vista que él. Algo iba demasiado mal en todo eso.

—¿Junto al camión?
—Vas a decir que estoy loco, pero yo diría que está huyendo.

La posibilidad no era descabellada, aunque sí poco oportuna; Román estaba muy cansado y no sabía si podría hacerse cargo de más personas.

—¿Por qué lo piensas?
—Porque no conduce bien —respondió el otro—, parece como si apenas supiera cómo tomar el volante.
¿Ves algo más?
—No, está demasiado oscuro.
Miren afuera.

La gélida voz de Matías hizo que ambos hicieran caso de la instrucción. Y lo que vio Dante hizo que se le helara la sangre; los animales estaban a los costados de la vía, mirando fijo al interior de esta, inmóviles como si aguardaran una instrucción de algún tipo.

—Están por todas partes.
—¿Y si el camión es de ellos y el auto es gente que está tratando de escapar? —Matías sonaba frío y aterrado a partes iguales— Tal vez no somos los únicos que estamos intentando escapar.

Román presionó a fondo el acelerador, y el efecto de la velocidad hizo que el hombre sintiera el cansancio en su cuerpo, por todas las experiencias vividas ¿Cómo podría hacerse cargo de más personas? El camión se percató de su presencia y comenzó a avanzar en zigzag, lo que reforzaba la sugerencia de Matías acerca de qué ocurría con el auto que precedía al vehículo de gran tamaño. Con las luces apagadas, no resultaba difícil imaginar que el que conducía pretendía pasar desapercibido en la noche, pero ¿Por qué? Atacar a alguien en medio de la vía de salida del distrito podía significar solo una cosa para él: el vehículo era enviado por Narices frías para evitar que alguien saliera.
Sorpresivamente el camión frenó, cortando el relativo silencio de la carretera, y Román tuvo que presionar el pedal del freno para evitar ir directo hacia el gran armatoste; mientras profería una maldición, intentó maniobrar para pasar adelante, pero el otro volvió a moverse y avanzó en diagonal por la pista, bloqueando por completo el paso. Durante un terrible segundo, el policía tuvo punto de vista con el automóvil que iba más adelante, y las luces de los faros le permitieron ver con suficiente claridad que ahí había un muchacho.

—Maldita sea.
—Disparate a las ruedas —exclamó Dante.
—No es tan sencillo, no es como en las películas.

El otro hombre extendió la mano derecha hacia él, mientras con la izquierda se cubría el pecho; en su rostro estaba marcada una fría decisión que le hizo entender por anticipado lo que iba a decirle.

—No tienes que hacerlo tú.

Lo estaba exculpando de un potencial crimen ¿Qué importaba, después de todo, su escala de valores en un lugar infernal como ese? Nada era como debería, pero incluso en el fin de todo, tenía que reconocer que había cosas de las que no lograba librarse.

—¿Sabes usarla?
—Descuida —respondió con voz ronca.

Román se sintió un poco desnudo al entregarle el arma, pero concentró la vista en la carretera urbana y en el escaso rango de visión que le permitía la luz de los faros; avanzando a alta velocidad tras un camión errático, intentó pensar en que lo que estaba sucediendo no terminaría en tragedia, y dejó que Dante se habituara al arma.

Carlos estaba sudando, e intentando por todos los medios no pensar en el amenazador avance del camión que estaba persiguiéndolos; la distancia era cada vez menor, y algo en su interior le decía que no alcanzaría a alejarse lo suficiente. Le dolían las manos aferradas al volante, pero aún con la velocidad extra que habían ganado era algo que todavía podía controlar. Tobías no decía palabra, pero se había mantenido estoico mirando al frente, obedeciendo a su arriesgada petición de ser sus ojos en esa noche.
Cuando el camión frenó, sintió un ápice de alivio, que de inmediato se convirtió en pánico, al ver que retomó la marcha en una nueva carrera, que ahora iba en un zigzag de ruido de motor y neumáticos. De pronto, un aterrador sonido de trueno cortó el aire, haciendo que el muchacho perdiera el control del vehículo por un momento, mientras Tobías se acurrucaba en el asiento del copiloto, tapándose los oídos.

—¡Tengo miedo!

Su grito agudo hizo que Carlos volteara hacia él, y no pudo evitar estremecerse al verlo hecho un ovillo, temblando de miedo; logró recuperar el control del vehículo, y presionó más el acelerador, incapaz de articular palabra. Ese sonido había sido un disparo ¿Vendría del segundo vehículo? Entre toda la confusión había visto las luces de unos faros, pero no podía fijar la vista en tantos objetivos a la vez, y por poco había chocado contra el borde unos segundos antes.
El camino seguía ante ellos de forma que parecía interminable, y el vehículo que se acercaba parecía a cada segundo más y más cerca, a pesar de sus esfuerzos por evadirlo; unos momentos después, dos nuevos truenos rompieron la oscuridad, y le arrancaron un grito de espanto que sonó rasgado y roto.

—¡Agachate!

Tobías se encogió más en sí mismo, mientras un estruendo de metales estalló justo detrás de ellos; enloquecido, Carlos presionó el acelerador a fondo al mismo tiempo que miraba por el retrovisor, clavando el pie en el pedal con la intención inconsciente de cargar más velocidad al vehículo y escapar del desastre. A sus espaldas, el camión había perdido el control por algún motivo, y se estrelló contra la barrera metálica del lado izquierdo de la vía, arrancando chispas y un crujido de metales que no cesaba; con horror vio que un automóvil aparecía desde atrás y se les acercaba a gran velocidad.

—¿Están bien? Soy policía ¡Soy policía!

El otro vehículo igualó su velocidad y se ubicó a la derecha: el hombre que conducía sacó el brazo por la ventanilla y enseñó algo que parecía una placa ¿Podía ser un policía de verdad?

—Quiero ayudarlos —gritó contra el viento—, díganme si están heridos.

Carlos no sabía qué hacer. Después de todo lo ocurrido, sonaba demasiado imposible que alguien hubiese llegado a salvarlos en esa ciudad dormida.

—Está diciendo la verdad —murmuró Tobías—, no está mintiendo.

Seguía acurrucado en el asiento, pero después de dejar un poco atrás el horrible sonido del camión, parecía haber recuperado algo de fuerzas. El camión sin embargo, aún pugnaba por alcanzarlos.

—Tengo que detenerme; tendré que hablar con él.

Sabía que era una medida arriesgada en extremo, primero porque el camión aún estaba intentando avanzar en su dirección, pero mucho más que eso, porque no sabía si una vez que detuviera el auto tendría fuerzas para volver a arrancar. Al final tomó la decisión de bajar la velocidad, y el policía pareció comprender porque hizo lo mismo y acercó su auto lo más posible.

—¿Están heridos?
—No.
—Sé que están asustados; si están intentando salir del distrito, iré con ustedes; lo haremos juntos ¿De acuerdo?

Román estaba espantado de lo que había visto al acercarse: el que conducía tenía la edad de Matías, probablemente, y a su lado iba un pequeño que cuando mucho tendría ocho años; cómo habían logrado escapar del hipnótico efecto de los animales y sobrevivir hasta ese momento era algo que escapaba a entendimiento, pero al menos lo podía hacer creer que algo de esperanza quedaba.

—El camión sigue acercándose.
—Maldición, estoy seguro de que le di en un neumático.
—No importa, Dante, con que se retrase basta por ahora.

Aunque la imagen del camión acercándose por el retrovisor le decía con mucha claridad que sí era importante; un vehículo de esa envergadura podía ser muy resistente en manos de un buen conductor, y por lo visto, ese lo era. Lo que le preocupaba era que ese muchacho no parecía ser capaz de resistir mucho tiempo más, y era evidente que estaba demasiado asustado como para detener el auto.
Y no podía culparlo; los animales a los costados de la pista seguían ahí, mirando fijo a todo en el interior, y parecía como si en cualquier momento pudiesen ingresar y atacarlos, como esos perros y gatos, como esos roedores sobre el techo de su auto poco antes.

—Voy a detener el auto ¿De acuerdo? —gritó hacia el otro vehículo— Me detendré y podrán subir ¿Está bien?

El jovencito lo miró con pánico por un segundo, y luego murmuró algo hacia el asiento del copiloto; necesitaban volver a ganar velocidad, antes que el camión con la rueda pinchada volviera a alcanzarlos.

—Vamos, debemos darnos prisa.

El joven finalmente asintió, y con eso el policía se sintió un poco más seguro; aceleró un poco, se detuvo y le dijo a Matías que abriera la puerta trasera, pero el muchacho indicó en sentido contrario, hacia donde se dirigían.

—Son camionetas de Narices frías.

Dante volteó hacia donde Matías indicó, y supo qué era lo que tenía que hacer; era el momento de tomar esa parte del destino en sus manos.

—¿Tienes otra pistola?
—¿Qué?
—Nos están acorralando. Me quedaré en el otro auto y les daré tiempo.
—Espera, no puedes hacer eso —exclamó Matías—, estamos juntos en esto.

Dante esbozó una sonrisa y levantó la mano izquierda, manchada de sangre.

—Lo siento, pero creo que eso no va a ser posible.

Matías miró incrédulo la sangre y no supo qué decir; había fallado en salvar a Greta, y estaba viendo a Dante desvanecerse casi frente a sus ojos. Miró con expresión de súplica a Román.

—No, si estás herido, tienes que quedarte —replicó el policía.
—Es la única forma, alguien tiene que hacerlo. Además, eres policía, tú sabrás mejor qué hacer.
—No, no.

Dante sintió una punzada de angustia al ver que el chico lo miraba con desesperación; un desconocido casi lo había asesinado, y ahora sentía por otro una conexión emocional inesperada, pero que lo forzaba a hacer lo correcto.

—Está bien, no te preocupes. Tienes mucho por delante, no lo desperdicies ¿Vale? Solo no me olvides.

Sujetó con fuerza el arma y se bajó al mismo tiempo que Carlos bajaba con Tobías y unas mochilas.

—¡Suban rápido!

Los chicos subieron al auto del policía, mientras Dante caminaba con determinación hacia el otro vehículo. Los animales habían empezado a moverse hacia el norte, hacia un horizonte que se extendía bloqueado y aún silencioso.


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Narices frías Capítulo 43: Un camino amable





El vehículo se sentía pesado en movimiento, pero Carlos se esforzaba por mantener el ritmo; la noche seguía avanzando mientras se desplazaban por un desierto de cemento oscuro y solitario. De pronto, tuvo que reconocer que el miedo lo estaba superando, y que ante el futuro incierto tenía que hacer algo que antes había visto como imposible.

—Tobías, hay algo que necesito preguntarte.
—Sí.

No podía hablar del perro, o al menos no desde el punto de vista de lo que había pasado con la muerte de los padres del pequeño, pero necesitaba saber si realmente podía ser aquello que estaba pensando era posible.

—¿Que piensas de los animales que había en las otras casas?
—Nada.

Carlos desvió la mirada un momento hacia el chico; no lucia nervioso o angustiado por la pregunta.

—¿Por qué nada?
—Bueno, no pensé que fueran animales en realidad ¿Sabes? Sé que todos se comportaban como si lo fueran, pero no lo eran realmente.

Carlos presionó con más fuerza el volante ¿Cómo era posible que un niño pequeño se hubiera dado cuenta de eso y toda la población del distrito no? Quizás porque para todos ellos los ojos eran el primer filtro, que validaba todo y se imponía ante lo demás; incluso él, luego de comenzar a tener sospechas graves con respecto al animal que sus padres habían adquirido, nunca se planteó la posibilidad de que no fuera un perro. Sus temores estaban enfocados en las intenciones de este, no en su naturaleza, y ese probablemente fue el error que cometieron también otras personas; pero Narices frías era un complejo que funcionaba en todo el distrito ¿Podían ser ellos los responsables de eso? Se dijo que se trataba de algo que no tenía sentido, pero que de todas formas explicaría algo de lo que estaba pasando; las personas se comportaban como si los animales fuesen perfectos, y muy probablemente sus padres no eran los únicos dispuestos a darles mayor importancia que a sus propios hijos.

—Carlos.             
—Sí.
—Esa cosa que me atacó ¿era uno de ellos?

No lo estaba preguntando realmente; Carlos pensó que quizás ya había supuesto que el perro de su casa era el responsable, pero no lo decía porque no sabía cómo enfrentar esa realidad. Pues tanto mejor, ya que él mismo no sabía cómo hablar de eso.

—Sí. Por alguna razón se volvieron violentos, y además eso también afectó a las personas.
—Tú no querías al que había en tu casa.
—No —admitió en voz baja—, lo odiaba porque me daba miedo, pero nadie me hizo caso; parece que tú eres el único que pudo darse cuenta de todo.

Se sumieron en el silencio por largos segundos; la vía por la que iban se haría parte de la carretera urbana dentro de poco, y a partir de ese punto seguirían en línea recta hacia el norte, para poder salir del distrito. Pensó que si todo salía bien estarían en otra ciudad, en donde hubiese electricidad y un lugar en donde descansar, lejos de todo el horror que ambos habían vivido.

—En ese departamento también había una de esas cosas ¿Cierto?

No solo supo que la mujer ya no estaba viva, también que había peces en ese acuario; rendido, Carlos hizo la pregunta que había estado vagando en su mente.

—¿Cómo lo supiste?
—Porque los seres vivos tienen color —repuso el pequeño, con sencillez—, todo lo que está vivo tiene color, pero esos no. Le dije a papá una vez, y él me dijo que las personas tenían sus propias costumbres y había que dejarlos con eso. Que si querían tener ese tipo de mascotas estaba bien por ellos.
—Y estos ¿No tienen color?
—Sí tienen, pero no es como si estuvieran ahí —repuso Tobías, reflexionando—, es como si estuvieran en otra parte, como ver a una persona en un video. Sabes que está, pero no está junto a ti como tú ahora. Es como un fantasma.

Entonces sí podía detectarlo. Carlos sintió un estremecimiento ante esa revelación, porque le hizo creer que tendrían alguna posibilidad de escapar si es que otra vez se presentaba un peligro como ese.
Tuvo un poco de dificultad con la diferencia de nivel entre la calle y la carretera urbana, pero pudo maniobrar y dirigir el vehículo por el carril derecho; rodeados de cemento y metal, estaban yendo solos bajo la noche, aparentemente sin interrupciones, hasta que Carlos notó que en el muro de separación de la vía, cada tanto, había ojos mirándolos.

—Maldición.

No pudo evitar murmurar la conjura, al tiempo que se ponía tenso y perdía ligeramente el control del vehículo. Tobías lo notó, y volteó hacia él con la preocupación pintada en el rostro.

—¿Qué sucedió?

Nada, pero eso no podía ser bueno; Carlos dudó en responder, pero de nada serviría callar, ya que tarde o temprano el pequeño terminaría por descubrirlo por sí mismo. Además, si la presencia de esos animales significaba lo que temía iba a necesitar de la capacidad sensitiva de Tobías para que ambos pudieran salir de allí.

—Lo siento. Tobías, escucha con mucha atención, hay algo que tengo que preguntar.
—Sí.
—Necesito saber si puedes ver a esas cosas al lado de la vía.

El pequeño volteó hacia su derecha y miró por la ventana hacia el exterior; un momento después, fue demasiado evidente que los había visto, ya que sufrió un estremecimiento.

—Carlos.
—Voltea hacia acá; no los miras más.
—Carlos, son muchos.
—Lo sé, no los mires.
—Pero son muchos —exclamó el pequeño, con una voz más aguda que antes—, son muchos, y nos están mirando ¿Por qué nos miran?
—No lo sé, no sé por qué nos están mirando —admitió, con voz ronca—, tal vez es porque nos estamos moviendo ahora mismo y nadie más se mueve. Creo que de alguna forma saben lo que está pasando.
—¿Son fantasmas?

Carlos desearía que lo fueran, porque eso significaría que podrían pasar a través de ellos sin que los tocaran; no habría mordiscos ni rasguños, solo miradas de hielo, frías y agresivas, pero lejanas e impalpables. Pero no tenían esa suerte.

—No, no son fantasmas; no sé lo que son, pero ahora no importa eso, nada es importante. Tobías, perdóname, tengo que pedirte algo.

El niño no respondió, y por un momento Carlos no supo si atreverse a seguir hablando; no supo si iba a ser capaz de sostener el nexo que existía entre ellos, y el pánico ante la posibilidad de ver todo eso quebrarse fue casi tan grande como el que le producía el futuro inmediato.

—Tenemos que salir del distrito, pero creo que esas cosas van a tratar de impedirlo. Tú eres el único que puede verlas por completo y no te pueden engañar; necesito que estés mirando a esas cosas para que podamos escapar.

Tobías no respondió pero era obvio que había entendido la pregunta; Carlos lo necesitaba como un radar para anticipar la aparición de esos seres, que cuando no estaban mirando desde una distancia prudente eran capaces de acercarse sin hacer ruido hasta estar demasiado cerca como para evitarlos.

—¿Y si me equivoco?
—No lo harás, lo sé. Tú tienes un poder que nadie más tiene, algo que ellos no conocen; tú puedes ver la verdad tal como es.

El pequeño bajó la cabeza, y permaneció así por unos segundos; luego respiró un poco más fuerte y habló con algo más de seguridad.

—Está bien, lo haré. Pero tengo mucho miedo.
—Yo también tengo miedo —repuso Carlos—, estoy muy asustado; pero supongo que si lo hacemos juntos, será menos difícil.

Sostuvo el volante con la mano izquierda, y extendió la derecha hacia el niño; el tacto de sus manos sujetando la suya hizo que se sintiera reconfortado, y pudo permitirse creer que podrían hacerlo, que incluso con esos cientos de ojos observándolos, era posible salir de esa ciudad y encontrar el otro lado del camino.
Presionó el acelerador un poco más, y nuevamente con ambas manos sobre el volante pudo ver cómo el marcador subía poco a poco; no sabía cuánto tiempo se tardarían en salir de del distrito, pero creyó que tal vez estaban a mitad de camino para llegar hasta las afueras. De pronto, una silueta se dibujó en el espejo retrovisor, avanzando hacia ellos a una mayor velocidad.
El camión se acercaba por la misma vía, y era llevado con mejor control que el que él podía poner en el auto; si los estaban siguiendo, habían escogido el instante perfecto para atraparlos, ya que estaban lejos de una salida.

—Carlos.

La voz de Tobías volvió a teñirse del miedo de hace un momento atrás, y Carlos pudo ver que había volteado hacia atrás.

—Están mirando hacia acá.

No tuvo que preguntar qué era lo que estaba tratando de decir: Tobías había descubierto que en el vehículo que se acercaba había animales, los mismos que amenazaban todo lo que le quedaba en la vida. Presionó el acelerador.

—Mira hacia adelante y sujétate —exclamó con voz apretada—, tengo que acelerar.

Así lo hizo, y sintió en el cuerpo la presión de la velocidad; se concentró en la pista frente a él y se repitió que podía hacerlo, que si iba lo suficientemente rápido podía escapar de todo. La vía pasaba en reversa con rapidez, convirtiendo poco a poco en borrones las imágenes sólidas, y en esculturas desconocidas las luminarias apagadas.
Poco a poco las figuras adelante se materializaron, y el horizonte se tiñó de dorados a pares, repartidos a lo ancho del único horizonte que existía frente a ellos; y Carlos supo que los animales estaban ahí para detenerlos.
¿Cómo iban impedir que entraran por la ventana sin vidrio? No iba a poder evitarlo desde el asiento del conductor, y Tobías no tenía la fuerza ni la estatura para contener algún objeto como la mochila grande como barrera. las centenas de metros pronto se convertirían en decenas, y quedaría atrapados entre seres pequeños que podían ser mortales, y un camión que los acechaba segundo a segundo.


Próximo capitulo: Hacia el norte

Narices frías Capítulo 42: Alianza o traición





Para el momento en que vieron al policía salir por la puerta trasera de la urgencia, Matías y Dante estaban ocultos tras los matorrales de la construcción vecina; el adolescente sostenía al hombre, que reposaba su peso en él, cansado y tembloroso.

—¿Se fue?
—No, pero se está alejando.

Matías había corrido a la urgencia en cuanto fue capaz de reaccionar; de todos modos, no estaba intacto, ya que perros y aves lo acechaban al exterior de la casa de Greta y sufrió ataques de los que solo pudo escapar corriendo con toda su fuerza.

—Lo hiciste muy bien, me salvaste.

Dante sentía que el suelo se hundía bajo sus pies, pero la adrenalina estaba haciendo un buen trabajo en esos momentos y esperaba que siguiera así, para anular el dolor del pecho y permitirle seguir despierto. Cuando llegaron esas personas con el rostro cubierto y dejaron a los animales dentro de la urgencia, fingió estar dormido, guiado por un sentimiento de supervivencia que estaba al máximo desde el momento en que fue atacado en su casa. Esperó inmóvil, con los ojos cerrados y manteniendo el ritmo de la respiración parejo, esperando que nadie se acercara demasiado hasta su camilla.
Luego vino el silencio, y se animó a mirar otra vez, encontrándose con que el enfermero que había entrado a esa habitación estaba sentado en el suelo con un loro en los brazos, con el que hablaba cariñosamente. Se dijo que era su oportunidad de salir a investigar, con la excusa preparada de decir que necesitaba ayuda; pero cuando se encontró con el mismo panorama en los pasillos, su instinto de supervivencia le dijo que tenía en sus manos el momento indicado para salir de ahí, antes que lo que fuese que estuviera pasando lo afectara.
Estaba en eso cuando se encontró con Matías, que llegó a toda carrera al lugar; Dante no recordaba haberlo visto alguna vez, pero el chico lo reconoció y le dijo que tenían que irse porque los animales se habían vuelto locos. Enfrentado a una situación que amenazaba con exceder sus capacidades, Dante no tuvo opción más que confiar en él y decirle que se unieran ante esa dificultad; entraron al cuarto de suministros, desde donde el hombre tomó un uniforme, medicamentos y un bisturí, y se dispusieron a escapar de la urgencia. Fue en ese momento que Matías se acercó a la entrada y vio el auto del policía llegando.

—Llámalo.
—¿Qué?

Matías no sabía conducir, y Dante no estaba seguro de tener la fuerza suficiente para hacerlo; por eso, decidió que tenían que recurrir a él, confiar en que querría ayudarlos, y a partir de ahí improvisar.

—Hazlo. Necesitamos su auto y lo necesitamos a él. Escucha, estaré atento, y si pasa cualquier cosa, yo me haré cargo.

Matías miró en dirección al policía y no pudo evitar sentir pánico; había hecho eso por Greta, porque ella estuvo preocupada por Dante, y después de perderla a ella, la única luz que quedaba era salvarlo a él. Tenía miedo de ese sentimiento, pero era mejor que el vacío absoluto de quedarse en la nada.

—Está bien.

Dejó a Dante y se animó a salir a la vista, pero no fue capaz de hablar; Román se percató de movimiento cerca y volteó hacia la instalación vecina mientras se llevaba la mano al arma, pero lo descartó al ver que se trataba de un adolescente.

—¿Te encuentras bien?
—Necesitamos ayuda.

Román se acercó a paso decidido; poco después vio al hombre reclinado contra la pared y reconoció al herido del atentado.

—Eres tú.
—Escucha, todo esto es una locura —lo interrumpió Dante—, vi a unas personas traer esos animales para acá, y ahora todos parecen zombis; mi amigo y yo necesitamos ayuda.

Era casi un milagro que ese hombre pudiera estar moviéndose después de la herida que había sufrido, pero eso no era importante en comparación con la información que tenía; si había personas encargadas de dejar esas mascotas por el distrito, significaba que estaban hipnotizando a la gente. Después de la violencia, el olvido, por eso la mujer permitió que él se fuera, porque ya tenía todo bajo control.

—¿Puedes moverte?
—Sí. Tenemos que salir de aquí, en cualquier momento puede aparecer esa gente de nuevo.
—¿Pudiste ver cómo eran o cómo estaban vestidos?
—No, solo los escuché ¿Vas a ayudarnos?

Román no sabía si eso era lo correcto, pero encontrar a alguien que no estuviera completamente demente era un enorme paso adelante; además, aunque ya hubiese abandonado todos los principios que tenía en pos de su supervivencia, no podía dejar de ayudar a alguien que lo necesitara.

—Mi auto está en la parte de adelante, puedo sacarlos del distrito.
—Tenemos que llevar cosas, no podemos ir así —apuntó Dante—, si tienes un auto, podemos pasar rápido a recoger algo y nos iremos; será más seguro si estamos todos juntos.

Román había pensado en ir a su casa, pero la urgencia por ponerse a salvo y escapar de un peligro inimaginable habían hecho que bloqueara esa posibilidad. Sin embargo, en su casa tenía más municiones, algo que era básico en un momento como ese.

—Está bien, pero tendremos que ser muy precisos. No hay electricidad ni redes para comunicarse y no sabemos si esa gente va a tratar de hacer algo o no. ¿entienden? —Chico ¿Qué le sucedió a tus padres?
—Ellos no están —replicó Matías—, no están en el distrito. No quiero ir a casa, no tengo nada que salvar.

Román asintió con gravedad.

—Lo lamento.
—No estamos demasiado lejos de mi casa —acotó Dante—, debes recordarlo. No tardaremos.

Rodearon la urgencia y se acercaron al automóvil. En ese momento vieron que estaba cubierto de roedores.

—Maldición.

Las personas que estaban en la entrada parecían ignorantes por completo a lo que estaba sucediendo a tan solo unos metros de ellas; continuaban jugando o hablando en cuchicheos con los animales que tenían en sus regazos, como si a pasos no hubiera otros animales con una actitud amenazante.

—¿Qué haces?
—No se muevan.

Decidió que estaba cansado de todo eso, y que no iba a permitir que le quitaran su auto, que en ese momento era casi lo único que tenía; después de unos segundos de espera, apuntó y realizó un tiro directo al techo, que voló por los aires a tres o cuatro roedores y detonó la alarma del vehículo. Los pequeños animales entraron en pánico, pero Román supo que no era seguro acercarse y abrir la puerta, porque al hacerlo cualquiera podría colarse en el interior.

—Toma.

Matías había vuelto a entrar en la urgencia, y le alcanzó una toalla empapada por un lado en alcohol; sorprendido por la rapidez de su reacción, el policía le prendió fuego por el extremo y la agitó cerca del auto. A pesar de la actitud violenta de los roedores, que estaban a la espera de atacar, el fuego y el calor fue suficiente para obligarlos a alejarse del techo del vehículo.

—¡Ahora, suban!

Matías ayudo a Dante a llegar hasta el auto y sentarse en el asiento del copiloto; un segundo después ya estaban los tres arriba, y el policía buscó frenéticamente en la guantera mientras arrancaba.

—¿Qué haces?
—Toma, revisen el auto —replicó mientras le pasaba una linterna—, creo que no se metió ninguno, pero es mejor que revisen bien. Chico ¿Estás seguro de que no tienes algo que ir a buscar a tu casa? No sé cuando se pueda volver a este lugar.

Matías negó con la cabeza mientras encendía la linterna; la idea de pasar tan cerca del lugar de donde huyó y perdió a Greta se le hacía insoportable.

—Tenemos que ser prácticos —continuó el policía hacia Dante—; piensa en qué puede servir de tu casa, no tenemos tiempo para sentimentalismos.
—No importa, no estoy pensando en sentimientos.

Román aceleró a fondo, y en cosa de minutos estuvieron de regreso en su casa; no pudo evitar sentir una ola de angustia por lo último que recordaba haber vivido ahí. Nunca había sido alguien especialmente sentimental, y por eso no tenía una gran cantidad de objetos que fueran importantes; pero algo de eso había, lo suficiente para que fuera necesario pasar por ahí, mientras en su interior tenía la sensación de que nunca volvería. como si en ese momento el distrito se estuviera convulsionando antes de su destrucción total.
Entró solo, y procurando mantenerse firme fue hasta su cuarto, en donde casi había muerto; ignorando las huellas de sangre que aún estaban en el suelo, se acercó al armario y sacó de él una mochila, en donde guardó rápido algo de ropa, sus documentos, la cadena de oro que era una de sus pertenencias más preciadas, y la navaja con la que aprendió a defenderse con maestría. Hasta el momento, el policía parecía alguien confiable, pero no se iba a quedar con esa idea sin estar prevenido; de momento les servía para salir del distrito, pero si era necesario eliminarlo, lo haría.

—Así que es tu amigo le dijo Román a Matías, mirándolo por el retrovisor.
—Sí.

No parecía ser de muchas palabras, y no parecía tener mucho que ver con ese hombre, pero no era su labor meterse en eso; Román estaba cada vez más cansado, y necesitaba ponerse en movimiento otra vez para que su organismo pudiese reactivarse y seguir funcionando. Necesitaba seguir despierto, al menos hasta el amanecer, y después podría pensar en descansar.

—¿Estás herido?
—No.
—Entonces esa sangre es de alguien que estaba contigo —concluyó el oficial, volteando hacia él—, no importa si no quieres hablar de eso. Solo quiero que sepas que lo lamento.

Matías asintió, pero no respondió. No sabía qué hacer con ese dolor sordo por Greta, de modo que lo único que podía era ponerse a salvo a sí mismo; ella se preocupó por él, le dijo que huyera, y era el único deseo que podía intentar cumplir.
Dante regresó caminando con algo de dificultad, y cuando estuvo arriba, el vehículo emprendió veloz marcha hacia la casa de Román.

—Saldremos por el extremo norte del distrito, es lo más rápido.
—Como quieras. Solo espero que no haya alguien bloqueando las vías de salida.

Román no replicó a eso, pero Dante tenía razón; las principales vías de salida del distrito eran solo cuatro, y en el extremo al que se dirigían podía pasar cualquier cosa. Se maldijo por no haber pensado en eso antes.


Próximo capítulo: Un camino amable