Acompáñame en el increíble viaje por el mundo de la literatura. Cómics, libros, escritura y mucho más.
Cuento: Arriba en los rieles
Vicente sabía que existían los parques de diversiones porque aparecían en televisión y sus compañeros en el colegio hablaban acerca de ello, pero nunca había ido a uno; mamá decía que eran lugares peligrosos.
¿Dónde estaba mamá?
Sabía que estaba ocurriendo algo que no era habitual, porque en la mañana mamá no lo despertó, ni lo vistió para llevarlo al colegio; cuando abrió los ojos, papá estaba sentado en una silla mirándolo con los ojos muy abiertos.
—Papá ¿dónde está mamá?
Había aprendido que no era bueno hacer muchas preguntas; mamá decía que era una falta de cortesía, pero ella le hacía preguntas a papá y él se enojaba. A veces cuando estaba en el cuarto, arriba, escuchaba a mamá y a papá discutir. Hablaban fuerte durante un rato muy corto y luego no decían nada más, y Vicente se metía bajo las cobijas intentando respirar lo más suave posible, intentando hacerse invisible, transportarse a otro mundo en donde no pudieran verlo ni oírlo. Cuando mamá y papá discutían no quería que lo miraran, porque ambos ponían una cara muy fea en esos casos, y esas caras le daban miedo. Papá no respondió, sólo siguieron caminando en línea recta por una calle que no conocía, era tarde, el cielo se estaba poniendo oscuro y no había sol; mamá decía que la gente de bien no salía cuando se ocultaba el sol, pero nunca le había dicho a Vicente qué ocurría afuera de casa cuando el sol se ocultaba, y tampoco le había dicho cómo era la gente que no era de bien. Sin embargo pensó que tal vez en esa calle vivía mucha gente de bien, porque no podía ver a nadie caminando en esa vereda ni a la vereda del frente; tampoco pasaban autos.
— ¿A dónde vamos?
Libros completos: Actualización parte 01
Ya empecé a trabajar en aspectos del blog, y el primero es apurar lo que ya tengo listo de Libros completos, partiendo por la historia que lo empezó todo: La traición de Adán.
Esta historia pasó por varias revisiones, pero creo que ha llegado el momento de dejarla en paz; para hacer algo más detallado tendría que escribirla de nuevo, y entre darme el tiempo para eso y estar reescribiendo de a pocas escenas o líneas, prefiero dejarla como está. También es una marca de cómo trabajaba en mis inicios en el blog, y pienso que está bien que tenga el estilo que tiene, con todo y sus errores.
Desde ahora, en Libros completos habrá una sencilla lista de capítulos que dirigen al episodio en cuestión, pero además al final está el enlace directo al siguiente, así no hay que estar yendo y viniendo dentro del blogt. Fácil y rápido para tod@s.
Pueden conocer esta historia de intriga y pasión en el enlace abajo:
Esta historia pasó por varias revisiones, pero creo que ha llegado el momento de dejarla en paz; para hacer algo más detallado tendría que escribirla de nuevo, y entre darme el tiempo para eso y estar reescribiendo de a pocas escenas o líneas, prefiero dejarla como está. También es una marca de cómo trabajaba en mis inicios en el blog, y pienso que está bien que tenga el estilo que tiene, con todo y sus errores.
Desde ahora, en Libros completos habrá una sencilla lista de capítulos que dirigen al episodio en cuestión, pero además al final está el enlace directo al siguiente, así no hay que estar yendo y viniendo dentro del blogt. Fácil y rápido para tod@s.
Pueden conocer esta historia de intriga y pasión en el enlace abajo:
Narices frías Capítulo 46: Buenas noticias
El rostro del periodista aparecía serio
ante la cámara; era un hombre de cerca de cuarenta años, bien parecido y
vestido formal. En cuanto recibió la orden, comenzó con su relato.
—Muy buenos días; iniciamos esta transmisión
especial para informar acerca del corte de suministro eléctrico que tuvo lugar
esta medianoche, y que se extendió por un par de horas.
Según los reportes entregados por las
autoridades, en la central de control de electricidad ocurrió un desperfecto;
una pieza de vital importancia sufrió una avería, lo que impidió que se
siguiera realizando el suministro normalmente. Esto afectó a la totalidad del
distrito, además de perjudicar a las antenas que proporcionan la señal para la
telefonía celular.
El departamento de policía informó que
se produjeron dos accidentes con resultados lamentables, el primero de ellos en
un domicilio, donde un matrimonio cayó por las escaleras, resultando ambos con
heridas fatales.
El segundo caso es de un choque que se
produjo en el límite del distrito, donde un automóvil chocó a un vehículo de
Narices frías, muriendo en el lugar los conductores de ambos vehículos.
Por suerte, todos los informes de las
unidades policiales coinciden en decir que el distrito estaba especialmente
tranquilo por la noche, por lo que los sucesos no pasaron a mayores, e incluso
muchas personas durmieron en total paz, sin saber lo que había sucedido hasta
enterarse por la mañana.
En otras noticias, tenemos una triste información
para todos: el destacado Elías Restrepo falleció esta madrugada, en su
domicilio; para tranquilidad de todos sus admiradores, nuestro querido Elías
tuvo una muerte muy tranquila, ya que sucedió por causas naturales mientras
dormía. Narices frías ha hecho un comunicado oficial al respecto. Está
publicado en sus redes sociales, pero al tratarse de un asunto que involucra a
un miembro muy importante de nuestra comunidad, lo leeré.
“Narices frías le debe mucho a Elías
Restrepo; un hombre talentoso, vital y cariñoso, que confió en nosotros
primero, y nos hizo creer en el proyecto, en la esperanza de una realidad en
donde las mascotas no son un negocio ni un objeto, sino mucho más.
Elías nos ayudó a crear un mundo, aquí
a nuestro alrededor, en donde las mascotas se volvieron el centro de los
hogares y las familias, un modo de vida en donde el amor y la preocupación por
nuestros hermanos pequeños es fundamental.
Vivimos para su vida, vemos la luz de
la esperanza en sus ojos y respiramos al ritmo de sus corazones.
Narices frías ha enfrentado un gran
desafío en los años pasados; Elías no fue solo un rostro, era el primer padre y
corazón que estuvo con nosotros, y desde que vio a su querido Bobby, supimos
que estarían conectados por lazos imposibles de romper. Ahora Elías nos ha
dejado, pero se fue feliz y en paz, con el corazón tranquilo y lleno del amor
de su querido hijo, así como del cariño de todos ustedes.
Enfrentamos una época de cambios, ahora
que Elías nos ha dejado; se une a Abigail Mariani y Edgardo Leyton, nuestros
fundadores, y nos deja con la responsabilidad de mantener el legado por ellos
creado, así como con la convicción de hacer de este proyecto una realidad cada
vez más potente, grande e inclusiva.
Nadie sobra en Narices frías.”
—Ese era el comunicado —replicó el periodista,
con expresión más relajada—, ahora, sabemos que todos deben estar preocupados
por el estado en que se encuentran todas las mascotas de Narices frías, ya que
como comentaba anteriormente, hubo un corte de energía eléctrica la pasada
madrugada, y para hablar de ello me encuentro con Luciana Velásquez, quien ha estado liderando
las operaciones en terreno. Luciana, buen día, ¿Cómo esta?
—Ha
sido una noche larga para todos nosotros —replicó ella, sonriendo—, pero
estamos contentos por nuestro trabajo y por estar ocupados de nuestros niños.
El periodista asintió con gravedad.
—Es necesario hacer esta pregunta ¿Hubo
algún accidente? ¿Tenemos que lamentar que a alguno de los hijos le haya pasado
algo?
—Por suerte el distrito estuvo muy
tranquilo durante la noche —repuso la mujer de cabello rubio, sonriendo con
seriedad—, sin embargo, hubo algunos accidentes; como ustedes pueden
comprender, sin tener la red de telefonía fue difícil mantener el contacto que
tenemos siempre, por lo que se tomaron algunas decisiones.
—¿Cómo cuáles?
—En primer lugar, nos aseguramos de que
nuestros centros estuvieran en perfectas condiciones; nuestro personal verificó
que los generadores de energía propios funcionaran a plena capacidad, que todos
los pequeños estuviesen en buenas condiciones. Después, se prepararon los
vehículos de la institución para realizar un recorrido por los domicilios de
los propietarios que tenemos en nuestros registros.
—Imagino que eso fue de forma
preventiva.
—Así es. No queríamos molestar a la
gente, así que la instrucción fue que nuestros vehículos transitaran por las
calles del distrito y se acercaran a los domicilios, pero sin llamar; todos
saben que un vehículo de Narices frías significa atención y seguridad, así que
teníamos la seguridad de que la gente nos pediría ayuda en caso de necesitarla.
—Y ¿Qué escenario encontraron en las
calles del distrito?
—Estaba todo muy tranquilo; solo
encontramos un par de hijos que estaban fuera de sus casas, pero los devolvimos
de inmediato y todo quedó solucionado. Solo ocurrió un accidente, en que un
hijo resultó con una herida en el cuello, pero lo atendimos y se encuentra en
recuperación.
—Así es —comentó el periodista—, me
encuentros en contacto con el matrimonio al que usted se refiere; ellos
tuvieron la amabilidad de recibir a uno de nuestros camarógrafos y estoy en
línea con ellos. Buenos días.
La pantalla se dividió, mostrando a la
derecha al mencionado matrimonio en la sala de su casa; ambos sonrieron ante la
cámara.
—Buenos días.
—Cuénteme por favor qué sucedió en su
casa.
—No sabemos muy bien lo que pasó —repuso
ella—. Kor estaba con reposo, porque sufrió una indigestión; así que pensamos
que todo estaría muy tranquilo por la noche y dormiría en paz. Pero antes de la
medianoche estaba algo inquieto, así que lo dejamos ir al jardín delantero y
estaba muy a gusto.
—Pensamos que todo estaría bien —agregó
él—, porque es una calle muy tranquila, pero de pronto sentimos un ruido en el
jardín.
—Fue terrible —se lamentó ella,
conmocionada—, y además se había ido el suministro y el teléfono, no sabíamos
qué hacer. Estaba herido en su cuello, y lloraba mucho. Teníamos miedo de
cargarlo en el auto porque podía lesionarse.
—¿Y qué sucedió? —preguntó el
periodista.
—Apareció un vehículo de Narices frías —exclamó
ella—, fue como un milagro; nos vieron y de inmediato atendieron a nuestro
pobre Kor.
El periodista asintió, aliviado por el
final feliz de la historia.
—Esa es una gran noticia.
—Estamos tan agradecidos, fue como si
nos hubieran leído la mente —la mujer suspiró, aliviada—. Según el encargado,
puede haber sido un trozo de vidrio que alguien arrojó, o que cayó cuando pasó
un automóvil, y quedó en el jardín sin que nos diéramos cuenta.
—Ahora
está descansando —agregó el—, estamos muy agradecidos por el apoyo, y vamos a
cuidar mucho a nuestro pequeño, para que esté feliz y
bien cuidado.
El
periodista asintió, satisfecho con esa información.
—Es una
gran noticia, estoy seguro de que todos están muy
contentos en sus casas al conocer esto; y dígame ¿Tienen hijos?
—No, no tenemos hijos, pero la vida nos
recompensó con Kor; dicen que las cosas en esta vida pasan por algo, y nosotros
creemos que haber adoptado a nuestro pequeño es lo mejor que podía pasarnos.
—Eso es cierto. Les agradezco por su
tiempo, y nos retiramos, con esta imagen de una familia que tuvo que enfrentar
momentos difíciles, pero pudo superarlos gracias a la intervención del personal
especializado de Narices frías.
2
Tobías caminaba lentamente, arrastrando
los pies por el camino; el sol de la mañana presionaba sobre su cabeza, pero no
sentía calor. El frío en el pecho lo hacía mantener la concentración, mientras
que los colores que percibía en el suelo le indicaban con exactitud el camino
por donde devolverse.
Sabía que las manchas en el suelo, cada
ciertos pasos, eran sangre, pero intentaba pensar que eran otra cosa. Solo
color sobre el concreto.
La botella de plástico con agua que
llevaba abrazada contra el percho estaba fría aún, y eso lo animaba a llegar a
su destino; había conseguido agua fresca y limpia, y eso era un gran logro.
Recordaba trozos de lo que había
sucedido en esa noche; las voces de los animales, que sonaban como un coro
alegre que los amenazaba, el choque del automóvil contra el metal.
Los gritos de Carlos y Matías, la voz
de Dante, y luego el horrible sonido, los golpes y los gritos.
Llegó hasta su destino. No sabía muy
bien qué lugar era, porque nunca había estado allí, pero estaba seguro de que
era en donde el auto había chocado; sabía qué hacían ahí pero no quería
decirlo, porque le daba miedo.
—Traje el agua.
Estaba agotado, pero no quería parecer
débil. También sentía sucia la cara y las manos.
—Gracias.
Carlos estaba empapado de sudor;
cojeando, dejó lo que estaba haciendo y se sentó un momento en el suelo. La
jornada se estaba volviendo eterna, pero aún tenía fuerzas para terminar de
hacer lo que debía, antes que se marcharan de ahí para siempre.
Cuando el camión embistió el auto, lo
hizo con tal fuerza que empujó el vehículo fuera de la vía, y este cayó’ por un
declive hacia una zona inferior. Con las horas y el trabajo había recordado que
la razón por la que el distrito tenía solo cuatro salidas, hechas estas como
una carretera urbana; en la escuela les enseñaban que ese distrito fue pionero
en construcción de vías de alta velocidad, lo que hizo que el diseño quedara
reducido a una isla, separada de los distritos vecinos, que no estaban tan
avanzados. Esto significaba que las vías de salida cambiaban abruptamente a
calles comunes, generando desniveles y caídas.
Cuando abrió los ojos, se encontró
fuera del auto, con Tobías cerca de él, en estado de shock; quiso acercarse
para ayudarlo, pero descubrió que tenía la pierna derecha desgarrada en varios
puntos. Casi al mismo tiempo vio el auto, volcado a algunos metros, y lo que
vio hizo que decidiera ir en esa dirección antes que hacia Tobías. El cuerpo de
Román estaba caído boca abajo, mientras que Matías estaba aplastado por un
costado del vehículo, su rostro congelado en una expresión que nunca podría
olvidar, sus ojos vidriosos mirando a la nada.
Consiguió quitarlo de debajo del
vehículo, pero era tarde para ayudarlo; Carlos lloró, mudo de horror, y a punto
estuvo de quedarse inmóvil también, pero el sonido de una sirena en la carretera
lo hizo reaccionar. Creyó que todo había terminado para ellos, pero por alguna
razón se negó a quedar en ese sitio; arrastró a Carlos hasta unos arbustos,
regresó por Tobías y lo cargó hasta el mismo sitio, pero tuvo que ocultarse al
notar personas descendiendo por la ladera. Vio cómo se llevaron a Román y al
auto, pero no pudo ver entre el miedo y la oscuridad a Dante, así que supuso
que tampoco lo había logrado, quedando en el interior del auto.
Creyó que todo había terminado allí,
pero en ese instante de desolación total, la sorpresa llegó y nadie se acercó
al punto en donde estaba débilmente oculto; las sirenas se alejaron con el
sonido de los motores, y las luces de los faros se desvanecieron, dejándolos
abandonados a su suerte.
Extenuado hasta el máximo, Carlos no
tuvo fuerzas para moverse, por lo que lo único que pudo hacer fue abrazar a
Tobías contra su pecho, junto al cadáver de Matías, y esperar a que la mañana,
si es que existía una, llegara hasta ellos.
No supo en qué momento se quedó dormido,
pero el tiempo en que tuvo cerrados los ojos no sirvió para tranquilizarlo en
modo alguno; Tobías reposaba inquieto en sus brazos, temblando y sollozando en
voz muy baja, sumergido probablemente en las mismas neblinas peligrosas que él.
Removiéndose un poco para no despertar al pequeño, Carlos volteó hacia Matías y
trató de cerrar sus ojos, pero el tiempo había convertido en piedra sus párpados
y le resultó imposible; no quería dejarlo así, con la vista enfocada en el
cielo, porque, aunque no lo conoció, entendió que había vivido cosas parecidas
a él, y a él mismo no le gustaría que lo dejaran así, solo en la nada.
Pero eso fue lo que tuvo que hacer;
estaba cansado y tenía que salir de ahí junto con Tobías antes que alguien
inadecuado los viera y se interpusiera en su camino. Encontró la mochila que
había traído consigo a cierta distancia de donde había caído el auto, y se la
puso a la espalda; no era capaz de cargar también a Tobías con la pierna
lastimada, así que tuvo que despertarlo y hacer que caminara. Se fueron hacia
el norte, él cojeando, Tobías arrastrando los pies, ambos callados, incapaces
de expresar lo suficiente acerca de lo que habían vivido.
El distrito contiguo era un lugar en
donde nunca había estado, pero que se le hizo útil para lo que necesitaba
hacer; encontró un recinto de baños públicos donde pudieron asearse un poco, y
luego una farmacia en donde pudo comprar agua, vendas y alcohol, y salir de
allí sin llamar demasiado la atención de la gente. Cuando regresaron al baño
público comprobó que su pierna estaba haciendo algo de cicatrización, y aunque
le dolía no parecía haber algo roto; pensó en ir a un hospital, pero era
demasiado peligroso.
Contaba con el dinero que había sacado
del cajero automático, pero no sabía bien qué hacer para el futuro; podían
comer en cualquier sitio, pero ese dinero no sería eterno y él no tenía edad
para trabajar de forma legal. Deambularon por la periferia del distrito,
alejándose de Victoria de Borou y sin mirar atrás; fue en una calle cualquiera,
comenzando la tarde, que Tobías volvió a hablar, y dijo que había alguien cerca
que los podría ayudar. Dijo que era alguien que estaba cantando. Carlos dudó un
momento, pero decidió seguir confiando en los instintos del pequeño, y eso los
llevó a la casa de una mujer de edad avanzada; tendría ochenta, quizás, y tenía
un negocio de flores, que cultivaba en su jardín.
Tobías fue quien hizo la mayor parte,
pues empezó a hablar con ella, y de algún modo se entendieron más allá de las
palabras, ya que después de un rato parecía como si se conocieran desde mucho
tiempo atrás; ella tenía la vista muy limitada por la edad, pero Carlos pensó
que la conexión tenía que ver con algo más, quizás con que las voces de ambos
tenían algo de familiar para el otro, algo que iba más allá del simple oído.
Tal vez las cosas fuera de lo común no eran todas destructivas.
Así, casi sin pedirlo consiguieron una
habitación en el segundo piso de la casa, al que ella no podía acceder por
dificultades de la edad; podían acondicionarlo, y tendrían que ayudarla con la
casa y la tienda, un precio justo por tener un sitio donde estar.
Al día siguiente salieron temprano, después
de haber dormido a saltos en su primera noche completa fuera; Carlos tomó una pala
y una botella plástica vacía, y le dijo a Tobías que tenía algo que hacer, algo
que no sería agradable. El pequeño no hizo preguntas, pero parecía evidente que
entendía hacia dónde se dirigía.
Fue extraño, pero al estar tan cerca
del distrito del que habían huido, no sintió miedo o angustia como se habría
imaginado previamente; estaban parados junto a un semáforo a muy poca distancia
de donde el coche había sido chocado por el camión una jornada atrás, y no
sintió el terror de ese momento. Fue como si todo hubiese sido ocultado por la
normalidad de una mañana de vehículos desplazándose por las calles, y algo de
sol que disipaba las miradas doradas que antes los habían amenazado.
A cierta distancia hacia el norte encontró
una llave al costado de la vía, y le pidió a Tobías que la llenara y se la
llevara hasta donde él iba a esperarlo, un poco más al sur; solo tendría que
caminar por el costado de la vía. Mientras el pequeño obedecía, apuró el paso
lo más que pudo, ignorando que las heridas en su pierna se habían abierto; no
le importaba sangrar un poco, él todavía podía recuperarse. Cavó con fuerza,
ignorando el cansancio de los miembros y el dolor de la pierna, hasta que fue
suficiente para poder empujar el cuerpo de Matías, que, aunque estaba rígido
por el paso del tiempo, no había sido afectado de momento por el ambiente en el
que estaba. Al momento de arrojar la tierra sobre su cuerpo, sintió un
estremecimiento que le causó más cansancio que todo el esfuerzo físico.
Después de enjuagarse las manos y cara
y beber un poco de agua, se dijo que todo había terminado allí, pero Tobías
extendió hacia él una de sus manos, con una semilla en ella.
—¿Podías dejarla aquí? Tal vez crezca
algo en donde está.
No quiso preguntar de qué flor era la
semilla que Tobías había tomado de la casa, y creyó que sería mejor así; en su
modo particular de ver, de seguro había escogido el color correcto. Se fueron
caminando de regreso, en silencio y a paso lento.
3
—Gracias por estar nuevamente con
nosotros —dijo el periodista, sonriendo—, en esta ocasión queremos hablar de un
asunto que durante la jornada pasada fue tendencia en las redes sociales;
Narices frías recibió cientos de mensajes preguntando por el estado de un
miembro muy importante, y es por eso que hemos hecho una transmisión especial
desde la casa del renombrado Elías Restrepo, cuyo funeral se realizó ayer como
todos saben.
Nos han preguntado por Bobby, y aquí
está, frente a todos ustedes.
Ante el llamado del periodista, el
plano se amplió y apareció el perro al que hacía referencia; lucía saludable y
muy bien cuidado, acercándose con gracia al hombre mientras su pelaje negro
destellaba ante el sol de la mañana.
—Bobby estuvo con Elías en sus últimos
momentos, y aunque estaba un poco triste por su partida, sabemos que entiende
que es parte del ciclo de la vida. Además, ahora está muy contento porque tiene
una nueva familia, alguien con quien ya tiene un lazo fuerte; queremos
presentarles a Darío.
La cámara se movió hacia la derecha,
enfocando a un hombre joven sentado en una silla; sus antebrazos sin manos
estaban cubiertos por vendas especiales dedicadas a dar el cuidado adecuado a
su piel.
—Darío, todos estamos muy contentos de
conocerte; queremos saber cómo te sientes ahora que tienes la compañía de Bobby.
El rostro del joven no mostraba mucha
expresión, pero esbozaba una sonrisa, leve ante la pregunta.
—No estoy acostumbrado a hablar en público.
—Todo está bien —lo animó el periodista—,
todos te estamos apoyando; solo di lo que quieres decir.
Los ojos del joven expresaron un leve
estremecimiento; en ese momento, Bobby se acercó y sentó junto a él, calmado y
atento.
—Tuve un accidente en mis manos —dijo,
con voz suave—, y creí que todo estaba perdido para mí. Pero entonces conocí a
Bobby, y él también estaba muy triste. Antes tenía miedo y pensaba que nadie me
entendería, pero ahora que está Bobby, ya no tengo nada que temer; sé que
siempre va a estar aquí.
Dante oprimió el botón en el control
remoto y cambió de canal; el enfermero entró justo en ese momento.
—¿Algún cambio?
Negó lentamente con la cabeza; cuando
los chocaron, salió despedido del vehículo, y para el momento en que pudo
moverse, vio las luces de las balizas y el sonido de las sirenas inundando la
noche.
Se arrastró por el suelo, intentando
alejarse, jurando dar lo último que le quedaba en ese intento por huir;
gastaría hasta la última gota luchando, aún cuando todos habían quedado
perdidos, incluso ante la posibilidad de que lo atraparan para hacerle algo que
no podía imaginar.
Pero el sonido de los metales siendo
jalados por la grúa no fueron seguidos por voces ni por pasos siguiéndolo; aun así,
rasgó la tierra, un centímetro a la vez, decidido a que, si iba a morir, al
menos sería luchando hasta el final.
Pero otra vez resistió a la muerte, y
en medio de la madrugada lo encontró un motorista; Dante no tenía fuerzas ya,
pero consiguió decir que lo habían atropellado, antes de sumirse en un medio
letargo. No perdió el conocimiento, de modo que sintió el sonido y las voces en
la ambulancia y en el servicio de urgencia; volvieron a coser la herida del
pecho, curaron los golpes y cortes que tenía en distintos sitios, y no hicieron
preguntas. Pero al día siguiente ese enfermero le dijo que se había dado aviso
a la policía local por si es que había una denuncia por una persona desparecida.
—No me suena familiar —dijo en voz baja—,
dijiste que me encontraron cerca del límite de ese distrito, pero no creo venir
de ahí.
—Tómalo con calma —le dijo el hombre—,
pasaste por una experiencia muy fuerte, es sorprendente que estés consciente;
el doctor dice que los exámenes iniciales no muestran algo en concreto, eso
significa que tu pérdida de memoria puede ser por el estrés del accidente, y
ser temporal.
Esa supuesta amnesia era lo que lo separaba
de ser acosado por demasiadas preguntas; no tenía energía ni apoyo para salir
de ahí como la vez anterior, por lo que su única opción era alargar esa mentira
hasta tener la fuerza suficiente para salir por su cuenta. Al menos había
escapado del distrito.
Sentía
mucha tristeza por el destino de los otros, pero principalmente
por Matías; intentó todo lo que pudo, pero al final esa gente había sido
más fuerte que ellos, mucho más preparada ante un caso como ese, y de
seguro solo por casualidad él se había librado.
Por el
momento. Mientras reposaba en la camilla, no podía dejar de pensar en la amenaza
de esa gente, en esos animales y en todo
lo que involucraba; él
era un testigo sobreviviente, pero ¿Peligroso? En el fondo nada sabía, y a
juzgar por las noticias, a nadie en ese distrito le importaba la ley o las
vidas humanas; todos parecían estar viviendo una realidad alterna en donde los
conceptos estaban torcidos en una dirección por completo opuesta a la que él
conocía. Tenía que escapar otra vez, poner distancia con ese lugar, y quizás en
algún tiempo podría volver a cobrarse de todo lo que había vivido. Alguien
tendría que pagar por esos niños, por Matías, y por él.
Fin
Narices frías Capítulo 45: Ojos dorados
Dante había manejado armas un par de
veces en su vida, cuando un amigo que era guardia de seguridad lo dejó
practicar; tenía buena puntería, aunque no tanta como para romper la rueda de
ese camión en movimiento.
Pero lo había retrasado.
Tomó el control del otro auto y presionó
el acelerador, manteniendo la vista fija al frente para no tener que mirar a Matías;
ese muchacho se había ganado su respeto por arriesgarse a ayudarlo, y de
acuerdo con eso, tenía que hacer todo lo que fuera posible por ayudarlo a salir
de esa ciudad maldita. Le estaba costando mantener el vehículo recto, pero no
le importó, y se dijo que con llegar hasta la barrera de vehículos era
suficiente.
Encendió los faros cuando estaba muy
cerca, esperando que eso sirviera como distractor; había visto a una persona
por cada uno de los cuatro vehículos que estaban obstaculizando el paso, y
aunque se habían mantenido inmóviles, era claro que podían hacer cualquier cosa
de un momento a otro.
Cuando los disparos surcaron el cielo
nocturno, Matías sintió que se quedaba sin aire en los pulmones ¿Por qué el
policía había dejado que Dante se alejara? Sabía que la vía estaba bloqueada,
pero no podía aceptar que todo terminara de ese modo; con el sonido metálico de
fondo, el auto en donde iban seguía su curso por esa carretera, que a la vez
era desolada, y el escenario central de un espectáculo con un público de ojos
silenciosos y fijos a pesar del movimiento.
—¿Cómo se llaman? —preguntó el policía.
—Me llamo Carlos —replicó el muchacho—,
y él es Tobías. Es mi hermano.
—Soy Román, y él es Matías.
—¿Por qué él se subió al otro auto?
Faltaban solo un par de decenas de
metros para llegar al bloqueo, a ese punto en donde las luces se habían
encendido y los disparos, quebrado el aire; en ese momento, el instinto corrió frío
por la espina dorsal del policía, diciéndole que no lo iban a lograr.
—Nos está ayudando —repuso, luchando por
sonar confiable—, para que podamos salir de aquí.
De pronto, algo cambió, aunque en la
oscuridad y desde el asiento del conductor no supo bien qué. Uno de los
vehículos arrancó, al mismo tiempo que los animales empezaban a emitir todo
tipo de sonidos; los aullidos, gañidos y demás ruidos parecieron sincronizarse
en un tono de alarma, aunque no de tristeza. Por un terrible momento, Román
tuvo la descabellada idea de que esos sonidos iban a subir hasta un volumen tal
que destrozarían los vidrios pero, aunque se hicieron más agudos, ese
pensamiento no se hizo realidad.
—¿Por qué están tan alegres? —gritó
Tobías, loco de horror— ¿Por qué están felices?
Carlos lo abrazó contra su cuerpo,
incapaz de responder; el sonido a coro de los animales estaba taladrando su
cabeza, y a cada metro que avanzaban parecía crecer en volumen y en amplitud,
amenazando con cubrir todo, incluso sus pensamientos.
Román presionó el acelerador a fondo y
pasó entre un estrecho espacio, rompiendo los retrovisores y sacando chispas de
metal por ambos costados; presionó el acelerador con locura, intentando
alcanzar una velocidad imposible, una que lo sacara de esa pesadilla para
siempre. Con el corazón oprimido, sintió que una de las llantas pasaba sobre
algo, pero no se detuvo, sujetó el volante hasta que le dolieron los brazos y
siguió sin parar, deseando escapar más que cualquier otra cosa.
El horizonte apareció ante la luz de los
faros, y quiso gritar, aullar de emoción, pero estaba atrapado en el estado de
histeria sin poder librarse; sintió terror y alegría, deseó una luz de
esperanza y que todo se apagara, y trató de forma inconsciente de llorar o reír,
pero nada de eso pasó. La salida del distrito apareció ante sus ojos como una
visión demasiado ansiada, y quiso acelerar más, pero el motor no daba más de la
presión; le pareció escuchar las voces de los muchachos, pero su vista estaba
fija en el objetivo y los otros sentidos estaban en un segundo plano. Estaba
dirigiendo toda su fuerza a lograr escapar, pero cuando llegó hasta el punto en
donde la carretera urbana conectaba con una de las calles laterales del
distrito vecino, todo se puso oscuro.
Dante no supo si había logrado acertar
alguno de los disparos hasta que estuvo casi encima de los vehículos; no iba a
poder quitarlos del camino conduciendo, por lo que decidió bajar y entrar en la
cabina del que estaba más cerca. Ignoró el cuerpo tendido junto a la rueda
delantera y subió, mientras escuchaba el sonido del motor del vehículo en donde
se acercaban los demás, con los sonidos de los animales como fondo. Maniobró
con algo de dificultad, y cuando sintió el chirrido metálico del paso de la
otra máquina, quiso creer que lo había logrado.
El pecho le dolía horriblemente, y había
tenido que dejar el arma en el regazo para controlar el volante con ambas manos,
pero experimentó una sensación interna cercana a la alegría; había conseguido
ayudarlos a salir, y a partir de ese momento el policía podría encontrar un
lugar seguro para ellos.
Aún podía lograrlo, al menos alejarse lo
suficiente, y con eso en mente puso reversa y sacó el vehículo de la barrera
formada por los otros; no se preguntó por qué los demás conductores no habían
ido a por él, pero quizás se tratase solo de que las cosas habían pasado
demasiado rápido. Giró el vehículo y enfiló hacia la vía de salida, pensando en
que tal vez no era demasiado tarde, que si se concentraba lo suficiente quizás
podría salir de esa; intentó reírse de la situación de haber podido pasar por
su departamento para tomar algunas cosas y luego haberlas dejado en el auto del
policía, pero realmente eso no le hacía gracia.
Algo estaba obstaculizando la vía de
salida; frenó bruscamente al ver que se trataba del auto del que había bajado
unos momentos antes, estrellado contra la barrera de contención. Román estaba con
el torso caído hacia el asiento del copiloto, y los chicos habían bajado y
abierto la puerta, tratando de sacarlo.
—Por favor, reacciona —gritó Matías.
—No puedo abrir el cinturón —gritó
Carlos a su vez.
Dante miró hacia atrás, y vio que los
otros tres vehículos estaban avanzando hacia ellos, seguidos a no mucha
distancia por el camión que vieron en un principio. En el borde de la
carretera, los animales se habían detenido por completo, observando todos en su
dirección con ojos como pequeñas luces que no titilaban, ahora en un total
silencio; lo que fuese que los hiciera comportarse de ese modo estaba contenido
dentro de los límites del distrito, lo que significaba que estaban a unos
cuantos pasos de librarse de ellos.
Tomó energías y volvió a descender, con
el arma fuertemente sujeta.
—¡Dante!
—Apártense de él.
Tenía la vista nublada y no estaba
seguro de poder conducir, pero no tenía tiempo para quitar del camino ese auto
y hacer que todos subieran al otro; desabrochó el cinturón del policía y se
inclinó sobre él, dispuesto a empujarlo y ocupar el lugar, pero vio algo que
los muchachos seguramente no habían notado por estar tan asustados. Román
estaba muerto.
—¡Vuelvan a subir!
Se le desgarró la garganta al decirlo;
consiguió mover el cuerpo lo suficiente para sentarse y tomar el volante,
mientras los chicos se sentaban atrás junto con el pequeño, que sollozaba de
miedo. El automóvil luchó entre crujidos metálicos por moverse y finalmente lo logró;
Dante sintió las manos frías, y al tiempo que presionaba el acelerador, vio con
total claridad el rojo reluciente de la sangre escurriendo por su pecho,
destellando en la noche como un faro para los perseguidores.
Los vehículos aún los seguían, cada vez
con menos distancia, y se sintió más y más débil mientras conducía,
sumergiéndose en una oscuridad que no tenía retorno.
—Escuchen, cuando…
No pudo terminar de hablar; un crujido
de metal rompió todo a su alrededor, y el silencio desapareció para siempre.
Próximo capitulo: Buenas noticias
Narices frías Capítulo 44: Hacia el norte
En cuanto vio el camión entrando en la
carretera urbana, Román sintió que algo distinto estaba pasando; iba a una
velocidad un poco mayor de la esperada para un vehículo de esa envergadura, y
llevaba todas las luces apagadas. Era la primera máquina que veía en
movimiento, y pese a que eso debería alegrarlo, no lo hizo en absoluto.
—Va un
auto delante.
El
policía no replicó a ello, ya que Dante estaba en el asiento del copiloto y tenía
mejor vista que él. Algo iba demasiado mal en todo eso.
—¿Junto
al camión?
—Vas a
decir que estoy loco, pero yo diría que está huyendo.
La
posibilidad no era descabellada, aunque sí poco
oportuna; Román estaba muy cansado y no sabía si podría hacerse
cargo de más personas.
—¿Por
qué lo piensas?
—Porque
no conduce bien —respondió el otro—, parece como si apenas supiera cómo tomar el
volante.
—¿Ves algo más?
—No,
está demasiado oscuro.
—Miren afuera.
La
gélida voz de Matías hizo que ambos hicieran caso de la instrucción. Y lo que
vio Dante hizo que se le helara la sangre; los animales estaban a
los costados de la vía, mirando fijo al interior de esta,
inmóviles como si aguardaran una instrucción de algún tipo.
—Están
por todas partes.
—¿Y si
el camión es de ellos y el auto es gente que está tratando de escapar? —Matías
sonaba frío y aterrado a partes iguales— Tal vez no somos los únicos que
estamos intentando escapar.
Román
presionó a fondo el acelerador, y el efecto de la velocidad hizo que el hombre
sintiera el cansancio en su cuerpo, por todas las experiencias vividas ¿Cómo
podría hacerse cargo de más personas? El camión se percató de su presencia y
comenzó a avanzar en zigzag, lo que reforzaba la sugerencia de Matías acerca de
qué ocurría con el auto que precedía al vehículo de gran tamaño. Con las luces
apagadas, no resultaba difícil imaginar que el que conducía pretendía pasar
desapercibido en la noche, pero ¿Por qué? Atacar a alguien en medio de la vía
de salida del distrito podía significar solo una cosa para él: el vehículo era
enviado por Narices frías para evitar que alguien saliera.
Sorpresivamente
el camión frenó, cortando el relativo silencio de la carretera, y Román tuvo
que presionar el pedal del freno para evitar ir directo hacia el gran armatoste;
mientras profería una maldición, intentó maniobrar para pasar adelante, pero el
otro volvió a moverse y avanzó en diagonal por la pista, bloqueando por
completo el paso. Durante un terrible segundo, el policía tuvo punto de vista
con el automóvil que iba más adelante, y las luces de los faros le permitieron
ver con suficiente claridad que ahí había un muchacho.
—Maldita
sea.
—Disparate
a las ruedas —exclamó Dante.
—No es
tan sencillo, no es como en las películas.
El otro
hombre extendió la mano derecha hacia él, mientras con la izquierda se cubría
el pecho; en su rostro estaba marcada una fría decisión que le hizo entender
por anticipado lo que iba a decirle.
—No
tienes que hacerlo tú.
Lo
estaba exculpando de un potencial crimen ¿Qué importaba, después de todo, su
escala de valores en un lugar infernal como ese? Nada era como debería, pero
incluso en el fin de todo, tenía que reconocer que había cosas de las que no
lograba librarse.
—¿Sabes
usarla?
—Descuida
—respondió con voz ronca.
Román se
sintió un poco desnudo al entregarle el arma, pero concentró la vista en la
carretera urbana y en el escaso rango de visión que le permitía la luz de los
faros; avanzando a alta velocidad tras un camión errático, intentó pensar en
que lo que estaba sucediendo no terminaría en tragedia, y dejó que Dante se
habituara al arma.
Carlos
estaba sudando, e intentando por todos los medios no pensar en el amenazador
avance del camión que estaba persiguiéndolos; la distancia era cada vez menor,
y algo en su interior le decía que no alcanzaría a alejarse lo suficiente. Le
dolían las manos aferradas al volante, pero aún con la velocidad extra que
habían ganado era algo que todavía podía controlar. Tobías no decía palabra,
pero se había mantenido estoico mirando al frente, obedeciendo a su arriesgada
petición de ser sus ojos en esa noche.
Cuando
el camión frenó, sintió un ápice de alivio, que de inmediato se convirtió en
pánico, al ver que retomó la marcha en una nueva carrera, que ahora iba en un
zigzag de ruido de motor y neumáticos. De pronto, un aterrador sonido de trueno
cortó el aire, haciendo que el muchacho perdiera el control del vehículo por un
momento, mientras Tobías se acurrucaba en el asiento del copiloto, tapándose
los oídos.
—¡Tengo
miedo!
Su grito
agudo hizo que Carlos volteara hacia él, y no pudo evitar estremecerse al verlo
hecho un ovillo, temblando de miedo; logró recuperar el control del vehículo, y
presionó más el acelerador, incapaz de articular palabra. Ese sonido había sido
un disparo ¿Vendría del segundo vehículo? Entre toda la confusión había visto
las luces de unos faros, pero no podía fijar la vista en tantos objetivos a la
vez, y por poco había chocado contra el borde unos segundos antes.
El
camino seguía ante ellos de forma que parecía interminable, y el vehículo que
se acercaba parecía a cada segundo más y más cerca, a pesar de sus esfuerzos
por evadirlo; unos momentos después, dos nuevos truenos rompieron la oscuridad,
y le arrancaron un grito de espanto que sonó rasgado y roto.
—¡Agachate!
Tobías
se encogió más en sí mismo, mientras un estruendo de metales estalló justo
detrás de ellos; enloquecido, Carlos presionó el acelerador a fondo al mismo
tiempo que miraba por el retrovisor, clavando el pie en el pedal con la
intención inconsciente de cargar más velocidad al vehículo y escapar del
desastre. A sus espaldas, el camión había perdido el control por algún motivo,
y se estrelló contra la barrera metálica del lado izquierdo de la vía,
arrancando chispas y un crujido de metales que no cesaba; con horror vio que un
automóvil aparecía desde atrás y se les acercaba a gran velocidad.
—¿Están
bien? Soy policía ¡Soy policía!
El otro
vehículo igualó su velocidad y se ubicó a la derecha: el hombre que conducía
sacó el brazo por la ventanilla y enseñó algo que parecía una placa ¿Podía ser
un policía de verdad?
—Quiero
ayudarlos —gritó contra el viento—, díganme si están heridos.
Carlos
no sabía qué hacer. Después de todo lo ocurrido, sonaba demasiado imposible que
alguien hubiese llegado a salvarlos en esa ciudad dormida.
—Está
diciendo la verdad —murmuró Tobías—, no está mintiendo.
Seguía
acurrucado en el asiento, pero después de dejar un poco atrás el horrible
sonido del camión, parecía haber recuperado algo de fuerzas. El camión sin
embargo, aún pugnaba por alcanzarlos.
—Tengo
que detenerme; tendré que hablar con él.
Sabía
que era una medida arriesgada en extremo, primero porque el camión aún estaba
intentando avanzar en su dirección, pero mucho más que eso, porque no sabía si
una vez que detuviera el auto tendría fuerzas para volver a arrancar. Al final
tomó la decisión de bajar la velocidad, y el policía pareció comprender porque
hizo lo mismo y acercó su auto lo más posible.
—¿Están
heridos?
—No.
—Sé que
están asustados; si están intentando salir del distrito, iré con ustedes; lo
haremos juntos ¿De acuerdo?
Román
estaba espantado de lo que había visto al acercarse: el que conducía tenía la
edad de Matías, probablemente, y a su lado iba un pequeño que cuando mucho
tendría ocho años; cómo habían logrado escapar del hipnótico efecto de los
animales y sobrevivir hasta ese momento era algo que escapaba a entendimiento,
pero al menos lo podía hacer creer que algo de esperanza quedaba.
—El
camión sigue acercándose.
—Maldición,
estoy seguro de que le di en un neumático.
—No
importa, Dante, con que se retrase basta por ahora.
Aunque
la imagen del camión acercándose por el retrovisor le decía con mucha claridad
que sí era importante; un vehículo de esa envergadura podía ser muy resistente
en manos de un buen conductor, y por lo visto, ese lo era. Lo que le preocupaba
era que ese muchacho no parecía ser capaz de resistir mucho tiempo más, y era
evidente que estaba demasiado asustado como para detener el auto.
Y no
podía culparlo; los animales a los costados de la pista seguían ahí, mirando
fijo a todo en el interior, y parecía como si en cualquier momento pudiesen
ingresar y atacarlos, como esos perros y gatos, como esos roedores sobre el
techo de su auto poco antes.
—Voy a
detener el auto ¿De acuerdo? —gritó hacia el otro vehículo— Me detendré y
podrán subir ¿Está bien?
El
jovencito lo miró con pánico por un segundo, y luego murmuró algo hacia el
asiento del copiloto; necesitaban volver a ganar velocidad, antes que el camión
con la rueda pinchada volviera a alcanzarlos.
—Vamos,
debemos darnos prisa.
El joven
finalmente asintió, y con eso el policía se sintió un poco más seguro; aceleró
un poco, se detuvo y le dijo a Matías que abriera la puerta trasera, pero el
muchacho indicó en sentido contrario, hacia donde se dirigían.
—Son
camionetas de Narices frías.
Dante
volteó hacia donde Matías indicó, y supo qué era lo que tenía que hacer; era el
momento de tomar esa parte del destino en sus manos.
—¿Tienes
otra pistola?
—¿Qué?
—Nos
están acorralando. Me quedaré en el otro auto y les daré tiempo.
—Espera,
no puedes hacer eso —exclamó Matías—, estamos juntos en esto.
Dante esbozó una sonrisa y levantó la
mano izquierda, manchada de sangre.
—Lo siento, pero creo que eso no va a
ser posible.
Matías miró incrédulo la sangre y no
supo qué decir; había fallado en salvar a Greta, y estaba viendo a Dante
desvanecerse casi frente a sus ojos. Miró con expresión de súplica a Román.
—No, si estás herido, tienes que
quedarte —replicó el policía.
—Es la única forma, alguien tiene que
hacerlo. Además, eres policía, tú sabrás mejor qué hacer.
—No, no.
Dante sintió una punzada de angustia al
ver que el chico lo miraba con desesperación; un desconocido casi lo había
asesinado, y ahora sentía por otro una conexión emocional inesperada, pero que
lo forzaba a hacer lo correcto.
—Está bien, no te preocupes. Tienes
mucho por delante, no lo desperdicies ¿Vale? Solo no me olvides.
Sujetó con fuerza el arma y se bajó al
mismo tiempo que Carlos bajaba con Tobías y unas mochilas.
—¡Suban rápido!
Los chicos subieron al auto del
policía, mientras Dante caminaba con determinación hacia el otro vehículo. Los
animales habían empezado a moverse hacia el norte, hacia un horizonte que se extendía
bloqueado y aún silencioso.
Próximo capítulo: Ojos dorados
Narices frías Capítulo 43: Un camino amable
El vehículo se sentía pesado en
movimiento, pero Carlos se esforzaba por mantener el ritmo; la noche seguía
avanzando mientras se desplazaban por un desierto de cemento oscuro y
solitario. De pronto, tuvo que reconocer que el miedo lo estaba superando, y
que ante el futuro incierto tenía que hacer algo que antes había visto como
imposible.
—Tobías, hay algo que necesito
preguntarte.
—Sí.
No podía hablar del perro, o al menos no
desde el punto de vista de lo que había pasado con la muerte de los padres del
pequeño, pero necesitaba saber si realmente podía ser aquello que estaba
pensando era posible.
—¿Que piensas de los animales que había
en las otras casas?
—Nada.
Carlos desvió la mirada un momento hacia
el chico; no lucia nervioso o angustiado por la pregunta.
—¿Por qué nada?
—Bueno, no pensé que fueran animales en
realidad ¿Sabes? Sé que todos se comportaban como si lo fueran, pero no lo eran
realmente.
Carlos presionó con más fuerza el
volante ¿Cómo era posible que un niño pequeño se hubiera dado cuenta de eso y
toda la población del distrito no? Quizás porque para todos ellos los ojos eran
el primer filtro, que validaba todo y se imponía ante lo demás; incluso él,
luego de comenzar a tener sospechas graves con respecto al animal que sus
padres habían adquirido, nunca se planteó la posibilidad de que no fuera un
perro. Sus temores estaban enfocados en las intenciones de este, no en su
naturaleza, y ese probablemente fue el error que cometieron también otras
personas; pero Narices frías era un complejo que funcionaba en todo el distrito
¿Podían ser ellos los responsables de eso? Se dijo que se trataba de algo que
no tenía sentido, pero que de todas formas explicaría algo de lo que estaba
pasando; las personas se comportaban como si los animales fuesen perfectos, y
muy probablemente sus padres no eran los únicos dispuestos a darles mayor
importancia que a sus propios hijos.
—Carlos.
—Sí.
—Esa cosa que me atacó ¿era uno de
ellos?
No lo estaba preguntando realmente;
Carlos pensó que quizás ya había supuesto que el perro de su casa era el
responsable, pero no lo decía porque no sabía cómo enfrentar esa realidad. Pues
tanto mejor, ya que él mismo no sabía cómo hablar de eso.
—Sí. Por alguna razón se volvieron
violentos, y además eso también afectó a las personas.
—Tú no querías al que había en tu casa.
—No —admitió en voz baja—, lo odiaba
porque me daba miedo, pero nadie me hizo caso; parece que tú eres el único que
pudo darse cuenta de todo.
Se sumieron en el silencio por largos
segundos; la vía por la que iban se haría parte de la carretera urbana dentro
de poco, y a partir de ese punto seguirían en línea recta hacia el norte, para
poder salir del distrito. Pensó que si todo salía bien estarían en otra ciudad,
en donde hubiese electricidad y un lugar en donde descansar, lejos de todo el
horror que ambos habían vivido.
—En ese departamento también había una
de esas cosas ¿Cierto?
No solo supo que la mujer ya no estaba
viva, también que había peces en ese acuario; rendido, Carlos hizo la pregunta
que había estado vagando en su mente.
—¿Cómo lo supiste?
—Porque los seres vivos tienen color —repuso
el pequeño, con sencillez—, todo lo que está vivo tiene color, pero esos no. Le
dije a papá una vez, y él me dijo que las personas tenían sus propias
costumbres y había que dejarlos con eso. Que si querían tener ese tipo de
mascotas estaba bien por ellos.
—Y estos ¿No tienen color?
—Sí tienen, pero no es como si
estuvieran ahí —repuso Tobías, reflexionando—, es como si estuvieran en otra
parte, como ver a una persona en un video. Sabes que está, pero no está junto a
ti como tú ahora. Es como un fantasma.
Entonces sí podía detectarlo. Carlos
sintió un estremecimiento ante esa revelación, porque le hizo creer que
tendrían alguna posibilidad de escapar si es que otra vez se presentaba un
peligro como ese.
Tuvo un poco de dificultad con la
diferencia de nivel entre la calle y la carretera urbana, pero pudo maniobrar y
dirigir el vehículo por el carril derecho; rodeados de cemento y metal, estaban
yendo solos bajo la noche, aparentemente sin interrupciones, hasta que Carlos
notó que en el muro de separación de la vía, cada tanto, había ojos mirándolos.
—Maldición.
No pudo evitar murmurar la conjura, al
tiempo que se ponía tenso y perdía ligeramente el control del vehículo. Tobías
lo notó, y volteó hacia él con la preocupación pintada en el rostro.
—¿Qué sucedió?
Nada, pero eso no podía ser bueno;
Carlos dudó en responder, pero de nada serviría callar, ya que tarde o temprano
el pequeño terminaría por descubrirlo por sí mismo. Además, si la presencia de
esos animales significaba lo que temía iba a necesitar de la capacidad
sensitiva de Tobías para que ambos pudieran salir de allí.
—Lo siento. Tobías, escucha con mucha
atención, hay algo que tengo que preguntar.
—Sí.
—Necesito saber si puedes ver a esas
cosas al lado de la vía.
El pequeño volteó hacia su derecha y
miró por la ventana hacia el exterior; un momento después, fue demasiado
evidente que los había visto, ya que sufrió un estremecimiento.
—Carlos.
—Voltea hacia acá; no los miras más.
—Carlos, son muchos.
—Lo sé, no los mires.
—Pero son muchos —exclamó el pequeño, con
una voz más aguda que antes—, son muchos, y nos están mirando ¿Por qué nos
miran?
—No lo sé, no sé por qué nos están
mirando —admitió, con voz ronca—, tal vez es porque nos estamos moviendo ahora
mismo y nadie más se mueve. Creo que de alguna forma saben lo que está pasando.
—¿Son fantasmas?
Carlos desearía que lo fueran, porque
eso significaría que podrían pasar a través de ellos sin que los tocaran; no
habría mordiscos ni rasguños, solo miradas de hielo, frías y agresivas, pero
lejanas e impalpables. Pero no tenían esa suerte.
—No, no son fantasmas; no sé lo que son,
pero ahora no importa eso, nada es importante. Tobías, perdóname, tengo que
pedirte algo.
El niño no respondió, y por un momento Carlos
no supo si atreverse a seguir hablando; no supo si iba a ser capaz de sostener
el nexo que existía entre ellos, y el pánico ante la posibilidad de ver todo
eso quebrarse fue casi tan grande como el que le producía el futuro inmediato.
—Tenemos que salir del distrito, pero creo
que esas cosas van a tratar de impedirlo. Tú eres el único que puede verlas por
completo y no te pueden engañar; necesito que estés mirando a esas cosas para
que podamos escapar.
Tobías no respondió pero era obvio que
había entendido la pregunta; Carlos lo necesitaba como un radar para anticipar
la aparición de esos seres, que cuando no estaban mirando desde una distancia
prudente eran capaces de acercarse sin hacer ruido hasta estar demasiado cerca
como para evitarlos.
—¿Y si me equivoco?
—No lo harás, lo sé. Tú tienes un poder
que nadie más tiene, algo que ellos no conocen; tú puedes ver la verdad tal
como es.
El pequeño bajó la cabeza, y permaneció
así por unos segundos; luego respiró un poco más fuerte y habló con algo más de
seguridad.
—Está bien, lo haré. Pero tengo mucho
miedo.
—Yo también tengo miedo —repuso Carlos—,
estoy muy asustado; pero supongo que si lo hacemos juntos, será menos difícil.
Sostuvo el volante con la mano
izquierda, y extendió la derecha hacia el niño; el tacto de sus manos sujetando
la suya hizo que se sintiera reconfortado, y pudo permitirse creer que podrían
hacerlo, que incluso con esos cientos de ojos observándolos, era posible salir
de esa ciudad y encontrar el otro lado del camino.
Presionó el acelerador un poco más, y
nuevamente con ambas manos sobre el volante pudo ver cómo el marcador subía
poco a poco; no sabía cuánto tiempo se tardarían en salir de del distrito, pero
creyó que tal vez estaban a mitad de camino para llegar hasta las afueras. De
pronto, una silueta se dibujó en el espejo retrovisor, avanzando hacia ellos a
una mayor velocidad.
El camión se acercaba por la misma vía,
y era llevado con mejor control que el que él podía poner en el auto; si los
estaban siguiendo, habían escogido el instante perfecto para atraparlos, ya que
estaban lejos de una salida.
—Carlos.
La voz de Tobías volvió a teñirse del
miedo de hace un momento atrás, y Carlos pudo ver que había volteado hacia
atrás.
—Están mirando hacia acá.
No tuvo que preguntar qué era lo que
estaba tratando de decir: Tobías había descubierto que en el vehículo que se
acercaba había animales, los mismos que amenazaban todo lo que le quedaba en la
vida. Presionó el acelerador.
—Mira hacia adelante y sujétate —exclamó
con voz apretada—, tengo que acelerar.
Así lo hizo, y sintió en el cuerpo la
presión de la velocidad; se concentró en la pista frente a él y se repitió que
podía hacerlo, que si iba lo suficientemente rápido podía escapar de todo. La
vía pasaba en reversa con rapidez, convirtiendo poco a poco en borrones las
imágenes sólidas, y en esculturas desconocidas las luminarias apagadas.
Poco a poco las figuras adelante se
materializaron, y el horizonte se tiñó de dorados a pares, repartidos a lo
ancho del único horizonte que existía frente a ellos; y Carlos supo que los
animales estaban ahí para detenerlos.
¿Cómo iban impedir que entraran por la
ventana sin vidrio? No iba a poder evitarlo desde el asiento del conductor, y
Tobías no tenía la fuerza ni la estatura para contener algún objeto como la
mochila grande como barrera. las centenas de metros pronto se convertirían en
decenas, y quedaría atrapados entre seres pequeños que podían ser mortales, y
un camión que los acechaba segundo a segundo.
Próximo capitulo: Hacia el norte
Narices frías Capítulo 42: Alianza o traición
Para
el momento en que vieron al policía salir por la puerta trasera de la urgencia,
Matías y Dante estaban ocultos tras los matorrales de la construcción vecina;
el adolescente sostenía al hombre, que reposaba su peso en él, cansado y
tembloroso.
—¿Se
fue?
—No,
pero se está alejando.
Matías
había corrido a la urgencia en cuanto fue capaz de reaccionar; de todos modos,
no estaba intacto, ya que perros y aves lo acechaban al exterior de la casa de
Greta y sufrió ataques de los que solo pudo escapar corriendo con toda su
fuerza.
—Lo
hiciste muy bien, me salvaste.
Dante
sentía que el suelo se hundía bajo sus pies, pero la adrenalina estaba haciendo
un buen trabajo en esos momentos y esperaba que siguiera así, para anular el
dolor del pecho y permitirle seguir despierto. Cuando llegaron esas personas
con el rostro cubierto y dejaron a los animales dentro de la urgencia, fingió
estar dormido, guiado por un sentimiento de supervivencia que estaba al máximo
desde el momento en que fue atacado en su casa. Esperó inmóvil, con los ojos
cerrados y manteniendo el ritmo de la respiración parejo, esperando que nadie
se acercara demasiado hasta su camilla.
Luego
vino el silencio, y se animó a mirar otra vez, encontrándose
con que el enfermero
que había entrado a esa
habitación estaba sentado en el suelo con un loro en los brazos, con
el que
hablaba cariñosamente.
Se dijo que era su oportunidad de salir a investigar, con la excusa
preparada de decir que necesitaba ayuda; pero cuando se encontró con el mismo
panorama en los pasillos, su instinto de supervivencia le dijo que tenía en sus
manos el momento indicado para salir de ahí, antes que lo que fuese que
estuviera pasando lo afectara.
Estaba en eso cuando se encontró con Matías, que llegó
a toda carrera al lugar; Dante no recordaba haberlo visto alguna vez, pero el
chico lo reconoció y le dijo que tenían que irse porque los animales se habían
vuelto locos. Enfrentado a una situación que amenazaba con exceder sus
capacidades, Dante no tuvo opción más que confiar en él y decirle que se
unieran ante esa dificultad; entraron al cuarto de suministros, desde donde el
hombre tomó un uniforme, medicamentos y un bisturí, y se dispusieron a escapar
de la urgencia. Fue en ese momento que Matías se acercó a la entrada y vio el
auto del policía llegando.
—Llámalo.
—¿Qué?
Matías no sabía conducir, y Dante no estaba seguro de
tener la fuerza suficiente para hacerlo; por eso, decidió que tenían que recurrir
a él, confiar en que querría ayudarlos, y a partir de ahí improvisar.
—Hazlo. Necesitamos su auto y lo necesitamos a él.
Escucha, estaré atento, y si pasa cualquier cosa, yo me haré cargo.
Matías miró en dirección al policía y no pudo evitar
sentir pánico; había hecho eso por Greta, porque ella estuvo preocupada por
Dante, y después de perderla a ella, la única luz que quedaba era salvarlo a
él. Tenía miedo de ese sentimiento, pero era mejor que el vacío absoluto de
quedarse en la nada.
—Está bien.
Dejó a Dante y se animó a salir a la vista, pero no
fue capaz de hablar; Román se percató de movimiento cerca y volteó hacia la
instalación vecina mientras se llevaba la mano al arma, pero lo descartó al ver
que se trataba de un adolescente.
—¿Te encuentras bien?
—Necesitamos ayuda.
Román se acercó a paso decidido; poco después vio al
hombre reclinado contra la pared y reconoció al herido del atentado.
—Eres tú.
—Escucha, todo esto es una locura —lo interrumpió
Dante—, vi a unas personas traer esos animales para acá, y ahora todos parecen
zombis; mi amigo y yo necesitamos ayuda.
Era casi un milagro que ese hombre pudiera estar
moviéndose después de la herida que había sufrido, pero eso no era importante
en comparación con la información que tenía; si había personas encargadas de
dejar esas mascotas por el distrito, significaba que estaban hipnotizando a la
gente. Después de la violencia, el olvido, por eso la mujer permitió que él se
fuera, porque ya tenía todo bajo control.
—¿Puedes moverte?
—Sí. Tenemos que salir de aquí, en cualquier momento
puede aparecer esa gente de nuevo.
—¿Pudiste ver cómo eran o cómo estaban vestidos?
—No, solo los escuché ¿Vas a ayudarnos?
Román no sabía si eso era lo correcto, pero encontrar
a alguien que no estuviera completamente demente era un enorme paso adelante;
además, aunque ya hubiese abandonado todos los principios que tenía en pos de
su supervivencia, no podía dejar de ayudar a alguien que lo necesitara.
—Mi auto está en la parte de adelante, puedo sacarlos
del distrito.
—Tenemos que llevar cosas, no podemos ir así —apuntó
Dante—, si tienes un auto, podemos pasar rápido a recoger algo y nos iremos;
será más seguro si estamos todos juntos.
Román había pensado en ir a su casa, pero la urgencia
por ponerse a salvo y escapar de un peligro inimaginable habían hecho que
bloqueara esa posibilidad. Sin embargo, en su casa tenía más municiones, algo
que era básico en un momento como ese.
—Está bien, pero tendremos que ser muy precisos. No
hay electricidad ni redes para comunicarse y no sabemos si esa gente va a
tratar de hacer algo o no. ¿entienden? —Chico ¿Qué le sucedió a tus padres?
—Ellos no están —replicó Matías—, no están en el
distrito. No quiero ir a casa, no tengo nada que salvar.
Román asintió con gravedad.
—Lo lamento.
—No estamos demasiado lejos de mi casa —acotó Dante—,
debes recordarlo. No tardaremos.
Rodearon la urgencia y se acercaron al automóvil. En
ese momento vieron que estaba cubierto de roedores.
—Maldición.
Las personas que estaban en la entrada parecían ignorantes
por completo a lo que estaba sucediendo a tan solo unos metros de ellas;
continuaban jugando o hablando en cuchicheos con los animales que tenían en sus
regazos, como si a pasos no hubiera otros animales con una actitud amenazante.
—¿Qué haces?
—No se muevan.
Decidió
que estaba cansado de todo eso, y que no iba a permitir que le quitaran su
auto, que en ese momento era casi lo único que tenía; después de unos segundos
de espera, apuntó y realizó un tiro directo al techo, que voló por los aires a tres
o cuatro roedores y detonó la alarma del vehículo. Los pequeños animales
entraron en pánico, pero Román supo que no era seguro acercarse y abrir la
puerta, porque al hacerlo cualquiera podría colarse en el interior.
—Toma.
Matías
había vuelto a entrar en la urgencia, y le alcanzó una toalla empapada por un
lado en alcohol; sorprendido por la rapidez de su reacción, el policía le
prendió fuego por el extremo y la agitó cerca del auto. A pesar de la actitud
violenta de los roedores, que estaban a la espera de atacar, el fuego y el
calor fue suficiente para obligarlos a alejarse del techo del vehículo.
—¡Ahora,
suban!
Matías
ayudo a Dante a llegar hasta el auto y sentarse en el asiento del copiloto; un
segundo después ya estaban los tres arriba, y el policía buscó frenéticamente
en la guantera mientras arrancaba.
—¿Qué
haces?
—Toma,
revisen el auto —replicó mientras le pasaba una linterna—, creo que no se metió
ninguno, pero es mejor que revisen bien. Chico ¿Estás seguro de que no tienes
algo que ir a buscar a tu casa? No sé cuando se pueda volver a este lugar.
Matías
negó con la cabeza mientras encendía la linterna; la idea de pasar tan cerca
del lugar de donde huyó y perdió a Greta se le hacía insoportable.
—Tenemos
que ser prácticos —continuó el policía hacia Dante—; piensa en qué puede servir
de tu casa, no tenemos tiempo para sentimentalismos.
—No
importa, no estoy pensando en sentimientos.
Román
aceleró a fondo, y en cosa de minutos estuvieron de regreso en su casa; no pudo
evitar sentir una ola de angustia por lo último que recordaba haber vivido ahí.
Nunca había sido alguien especialmente sentimental, y por eso no tenía una gran
cantidad de objetos que fueran importantes; pero algo de eso había, lo
suficiente para que fuera necesario pasar por ahí, mientras en su interior
tenía la sensación de que nunca volvería. como si en ese momento el distrito se
estuviera convulsionando antes de su destrucción total.
Entró
solo, y procurando mantenerse firme fue hasta su cuarto, en donde casi había
muerto; ignorando las huellas de sangre que aún estaban en el suelo, se acercó
al armario y sacó de él una mochila, en donde guardó rápido algo de ropa, sus documentos,
la cadena de oro que era una de sus pertenencias más preciadas, y la navaja con
la que aprendió a defenderse con maestría. Hasta el momento, el policía parecía
alguien confiable, pero no se iba a quedar con esa idea sin estar prevenido; de
momento les servía para salir del distrito, pero si era necesario eliminarlo,
lo haría.
—Así
que es tu amigo —le
dijo Román a Matías, mirándolo por el retrovisor.
—Sí.
No
parecía ser de muchas palabras, y no parecía tener mucho que ver con ese
hombre, pero no era su labor meterse en eso; Román estaba cada vez más cansado,
y necesitaba ponerse en movimiento otra vez para que su organismo pudiese
reactivarse y seguir funcionando. Necesitaba seguir despierto, al menos hasta
el amanecer, y después podría pensar en descansar.
—¿Estás
herido?
—No.
—Entonces
esa sangre es de alguien que estaba contigo —concluyó el oficial, volteando
hacia él—, no importa si no quieres hablar de eso. Solo quiero que sepas que lo
lamento.
Matías
asintió, pero no respondió. No sabía qué hacer con ese dolor sordo por Greta,
de modo que lo único que podía era ponerse a salvo a sí mismo; ella se preocupó
por él, le dijo que huyera, y era el único deseo que podía intentar cumplir.
Dante
regresó caminando con algo de dificultad, y cuando estuvo arriba, el vehículo
emprendió veloz marcha hacia la casa de Román.
—Saldremos
por el extremo norte del distrito, es lo más rápido.
—Como
quieras. Solo espero que no haya alguien bloqueando las vías de salida.
Román
no replicó a eso, pero Dante tenía razón; las principales vías de salida del
distrito eran solo cuatro, y en el extremo al que se dirigían podía pasar
cualquier cosa. Se maldijo por no haber pensado en eso antes.
Próximo
capítulo: Un camino amable
Suscribirse a:
Entradas (Atom)