Narices frías: Adelanto


Hace dieciséis años, una tragedia cambió para siempre el distrito de Victoria de Borou; un incendio en un galpón utilizado de forma ilegal para almacenaje de mascotas causó la muerte de muchos de estos seres inocentes, y encendió las alarmas acerca de los peligros de la incontenible moda de adquirir mascotas costosas y exóticas para demostrar status.
En un esfuerzo por mejorar la sociedad y dar un ejemplo apropiado, las autoridades del distrito intentaron imponer una norma al respecto, pero los ciudadanos se sentían incómodos con la idea de una restricción acerca de algo tan personal como una mascota. Hubo protestas de grupos defensores de los animales, y también de opositores a reglamentos duros. Los ánimos se enardecieron; el distrito necesitaba un milagro, pero en vez de eso, llegaron tres.
La organización Tiempo futuro fue fundada por Abigail Mariani y Edgardo Leyton, dos etólogos de amplia experiencia; juntos, tomaron en sus manos la pesada tarea de cambiar el paradigma de la crianza de animales, y luego de presentar extensos estudios, consiguieron el permiso de las autoridades locales para poner la primera piedra para iniciar un proyecto que prometía cambiar para siempre los dogmas establecidos.
Ellos habían adoptado a Bobby, un tierno pastor alemán de quince años que había quedado abandonado poco tiempo atrás; lo cuidaron y criaron como a un hijo, proporcionándole toda la atención necesaria.
Bobby era alegre y fuerte, aunque maduro, pero algo faltaba en él: un día, el destacado actor Elías Restrepo lo vio en un programa de televisión y sintió la necesidad de conocerlo en persona, por lo que pidió una reunión con ellos. El cambio en él fue inmediato, y al verlo en persona, pudo comprobar que se formó una conexión instantánea con Bobby; ambos se sintieron cómodos en compañía, al punto que el señor Restrepo, por primera vez en su vida a sus setenta y cuatro años, quiso adoptar una mascota.
La unión y amor entre hombre y mascota fue tan fuerte, que el artista decidió salir de su retiro, convirtiéndose en el portavoz oficial de la organización y el primer familiar oficial de un miembro de Narices Frías; todos pudieron ver cómo se volvió más amigable y vital en compañía de Bobby, e incluso él decía que se sentía veinte años más joven desde que tenía a su hijo adoptado. Por su parte, el alegre pastor se adaptó al ritmo de vida pausado del actor, acompañándolo de forma silenciosa en sus tardes de lectura, pero también liberando energía en cortas pero intensas carreras a través del parque en jornadas soleadas, en las que brincaba y corría tras la pelota, lleno de una pasión y diversión que lo contagiaban.
La creación del proyecto, la aparición del primer hijo y el hombre que lo adoptó fueron los tres milagros que iluminaron el distrito, y a partir de ese momento, su luz comenzó a cambiar todo a su alrededor
Animados por esta fabulosa experiencia, los creadores siguieron trabajando de forma ardua para mejorar el proyecto, solicitando el gentil apoyo de las autoridades y organizaciones de cuidado de mascotas; todos quienes quisieran podían acercarse a ver y conocer a los nuevos hijos, ya sea para buscar la posibilidad de adoptarlos como para ser nuevas manos que cuidaran de su futuro.
Con el tiempo, Narices Frías se convirtió por derecho en el nombre más conocido, y su fama se hizo palpable en todos los rincones del distrito; nuevos centros de atención y cuidado fueron abiertos en distintas zonas de Victoria de Borou, y muchas personas iniciaron labor para cuidar y atender a los pequeños mientras llegaba su familia indicada.
En muchas ocasiones se preguntó cual era el secreto para diferenciarse del resto, y en eso Mariani y Leyton fueron categóricos: todo se trataba del cómo, no del para qué; Narices Frías no fue pensada para ser un depósito de mascotas en espera de ser vendidas, sino como un hogar transitorio pero estable para ellas, sin presiones de ningún tipo. El planteamiento de ambos, que se convirtió en la declaración de intenciones de la institución, era cuidar de ellos de forma amorosa y atenta, hasta que apareciera alguien con quien se estableciera la conexión adecuada. No era posible admitir que alguien escogiera a una mascota por su apariencia física o gustos predefinidos, y aunque la mayoría de las personas se mostraron confundidas, o incluso reticentes, todas pudieron comprobar que se trataba de la decisión correcta, pues al llegar al lugar, todo sucedía de forma natural.
Las personas y las mascotas podían establecer vínculos, pero solo con una se creaba el lazo, y una vez formado, nada lo detenía. Algunos decían que era una actitud, otros que se trataba de la primera mirada, pero todos estaban de acuerdo en que era un momento único, un después que sería por completo distinto del antes.
Mas de una década después, Narices Frías era la institución más conocida y valorada del país, y fuente de inspiración para otros que desearan con la misma fuerza abordar este delicado tema. Elías Restrepo, como portavoz oficial de la organización, decía a menudo que los últimos quince años habían pasado en un suspiro, que para él y Bobby el tiempo se había detenido.
Y por lo que todos podían ver en los anuncios de la organización, parecía que en realidad no pasaban los años, que incluso ambos estaban más jóvenes y vitales que cuando se conocieron.




Contracorazón: Agradecimientos

Escribir esta historia fue un desafío a mis sentimientos; en Contracorazón, no hay un villano al que enfrentar, ni alguien planeando en contra de los protagonistas. Es una historia de vida, un viaje por las experiencias de cada uno, y una batalla por conseguir algo. En muchas formas, es también una historia acerca de crecer, de cuidar de quienes amamos, pero por sobre todo, de jamás olvidar.
Resulta extraño decir ahora que los verdaderos protagonistas no son los que vemos, sino los que ya no están; desde el sitio en el que se encuentran, ellos luchan por conseguir su objetivo, intentando comunicarse en formas para nosotros misteriosas. Son personas que tuvieron un final trágico, pero que incluso en medio del dolor, han tenido la claridad suficiente para desprenderse de cualquier clase de resentimiento, buscando sólo una cosa: permanecer juntos.
Siempre supe cuál era el final, pues esta historia, como la mayoría, la comencé desde ese punto, pero a medida que fui escribiendo, creé un micro mundo de referencias y analogías, que están presentes a lo largo de toda la obra, desde la forma en que se conocen Rafael y Martín, hasta el viaje lleno de simbolismos en el último capítulo. Todo eso está ahí, y es un sub texto que me gusta mucho haber agregado, porque siento que le da sustancia a la historia del pasado, diciendo sin palabras que se trata de vidas conectadas, pero independientes entre sí.
Siento que mis personajes cobraron vida muy rápido, como piezas encajando, pero es obligación decir que Rafael y Martín son mi dupla favorita, ya que formaron una relación de cariño, respeto y hermandad que me llena de orgullo.
Este es el fin de esta historia, y ha sido un agrado escribir, crear y corregir todos sus episodios. Gracias.

Me despido con la portada final.


Contracorazón Capítulo 28: No es necesario decir adiós




“Todo comenzó como un sentimiento que no podía entender; fueron tantas cosas las que pasaron por mi mente, mientras te miraba sin hablar, mientras pensaba en qué era lo que podía hacer o decir, sin saberlo.
Las palabras llegaron solas, y supe que era lo correcto. Que incluso sin conocer el futuro, podría encontrarte de nuevo; que siempre te esperaría”


Después de cargar combustible, Rafael y Martín continuaron su viaje hacia la dirección Marcada en el mapa; fue un viaje de ansiedad, en donde ninguno habló mucho y todo se rebujo a contemplar el paisaje, sus árboles y los extensos terrenos junto al camino. Eran espectadores de una ruta hacia un destino aún incierto.

—¿Estás bien? —preguntó Martín al volante.

Rafael había estado silencioso durante el viaje; quería conseguirlo, pero no podía evitar que todo lo relacionado con el padre de Miguel le afectara; cuando el habló con sus padres acerca de sus sentimientos, no fue realmente un momento de confesión o algo parecido, simplemente sucedió. Pero décadas atrás la ignorancia y el miedo hacían daño a las personas de modos mucho más fuertes, llegando a destruir familias sólo por no tenerla capacidad de entender o ponerse en el lugar del otro.

—Sí, estoy bien —replicó en voz baja—, solo estaba pensando en todo lo que ha sucedido hasta ahora.
—Tranquilo, lo vamos a lograr.

Aunque Martín no estaba realmente seguro de que fueran a lograrlo; recordó los momentos en que estuvo asustado tras saber el principio de esa historia, y cómo se negó a creer o pensar en todo ese asunto, hasta que decidió abrir su mente y escuchar a su amigo.
Había decidido apoyarlo, porque ese momento en que de forma inexplicable supo que Rafael estaría en peligro había sido muy importante, tanto como para hacerlo cuestionarse los hechos que no tenían sustento concreto. Sin embargo, además de ese hecho, no tenía nada más con qué ayudar, ya que él no había tenido ningún tipo de visión o recuerdo, de modo que solo podía ayudar con la información que era capaz de encontrar, y tratar de ponerse en el lugar de aquellas dos personas.
Más tarde, ambos llegaron a una pequeña localidad; a diferencia de la parada anterior que habían hecho, en este caso se trataba de un sitio con una calle central, rodeada de casas de distinto diseño, algunas de ellas con fachadas modificadas para funcionar como tiendas de distinto tipo. Martín aparcó el auto a un costado de un hostal, y juntos entraron; el sitio era acogedor y estaba decorado con detalles y relieves tallados de madera nativa, incluyendo un impresionante mesón de atención que ostentaba un bosque tallado a mano.

—Buenas tardes —saludó el hombre detrás del mesón.
—Buenas tardes —replicó Martín—, estamos buscando a una persona y creímos que aquí podríamos saber algo.
—¿A quién buscan?
—Su nombre es Carlos Mendoza, según sabemos podría vivir en este sector desde hace tiempo.

El hombre de cabello cano se quedó pensando en la pregunta, un poco extrañado, hasta que reaccionó y sonrió.

—¿Don Carlos? Sí, por supuesto, todos lo conocemos aquí.
—Eso es maravilloso —exclamó el trigueño—. ¿Nos podría decir donde vive?

El hombre indicó hacia afuera con gesto relajado.

—No hay forma de perderse; es la casa que está al final de la calle. Afuera hay un árbol de cerezo blanco, y un letrero de la tienda de semillas.
—Muchas gracias.

Salieron del hostal y caminaron por la calle bajo los últimos rayos del sol del día; entre el movimiento de las personas alrededor y el murmullo de pasos y las conversaciones de las personas, se escuchaba el suave viento de las últimas horas del día.

—Este lugar es muy bonito —comentó Martín—, me llama la atención que es como un micro mundo.
—Tiene algo del sector en donde viven tus padres —repuso Rafael—, eso fue lo primero que pensé.
—Tienes razón, no lo había visto desde ese punto.
—Sí, es como de otra época.

No lo dijo con esa intención, pero al mencionarlo, pudo sentir la conexión entre lo que los llevaba ahí y el ambiente general del lugar; se trataba de un pueblo antiguo, que no había abandonado su esencia.

—Bien, el hombre del hostal dijo que había un cerezo —dijo el trigueño—, el único problema es que no tengo la menor idea de cómo luce un cerezo.

Sacó el móvil del bolsillo mientras caminaba, pero se encontró con una lentitud en la conexión.

—No me carga la página, la señal es débil.
—Martín…
—Tal vez si me cambio de banda, tengo muy buena cobertura.
—Martín, deja eso.

Rafael lo hizo detenerse y le hizo mirar hacia el frente, hacia donde se ponía el sol. Al final de la calle, un gran árbol poblado de flores blancas resaltaba con fuerza contra el intenso naranja del sol y el celeste del cielo.

—Oh cielos.
—Creo que ese es.

El árbol estaba junto a la puerta del jardín de la propiedad; en la reja de metro y medio de alto había un sencillo cartel de madera con la palabra semillas grabada en él, y este precedía el jardín donde, entre estrechos pasillos, había plantas alternadas con sacos y algunas macetas con flores en ellas.

—Lo encontramos.

Por un largo momento, Rafael no habló luego de decir estas palabras; se quedó mirando el árbol y sintiendo el dulce aroma que de seguro provenía de sus frutos. Después de un momento miró en dirección a Martín, quien estaba inmóvil, con los ojos inundados de lágrimas.

—¿Qué pasa?

Martín no podía dar una respuesta concreta a esa pregunta, pero supo que se trataba, sin duda, de algo muy parecido a lo que su amigo le relató con respecto a esos recuerdos; sintió un vuelco en el corazón, como si muchas cosas antes no explicadas cobraran sentido de pronto, solo por el hecho de estar ahí.

—No sé —respondió con un hilo de voz—, no lo puedo decir, pero...
—Lo entiendo —replicó Rafael, mirándolo a la cara—. Es él ¿verdad?

El trigueño se restregó los ojos y respiró profundo un par de veces para controlarse antes de hablar; se sintió cansado y angustiado, pero al mismo tiempo había un sentimiento de paz que comenzaba a alojarse en su pecho.

—Sí, es él.
—¿Prefieres que esperemos un poco?
—No —replicó, determinado—, tengo que saberlo, no puedo dejar pasar más tiempo.

Volvió a respirar con fuerza, y los dos terminaron de caminar el trecho que faltaba para llegar; una vez en la puerta, llamaron y esperaron tensos segundos, hasta que del interior de la casa salió un señor de edad avanzada, de raleado cabello gris y anteojos. El hombre los saludó con un gesto.

—Buenas tardes.
—Buenas tardes —saludó Rafael— ¿Usted es Carlos Mendoza?
—El mismo, señor —replicó mientras dejaba entornada la puerta tras él—. ¿Necesita algunas semillas?

Se trataba de un hombre de baja estatura, de aspecto general de cansancio y gestos tranquilos y reposados; se detuvo del otro lado de la puerta, mirándolos con atención.

—En realidad necesitábamos confirmar algo, disculpe por molestarlo.
—Si lo puedo ayudar en algo.

No se sintió capaz de mentirle acerca de cuál era su objetivo en ese lugar; de una forma o de otra ese asunto terminaría ahí.

—¿Usted tuvo un hijo que se llamaba Joaquín?

Al escuchar esa pregunta, el anciano se envaró; por un momento miró a uno y a otro, como si esas palabras tuvieran un significado distinto a lo que ellos pudieran suponer.

—¿Por qué quiere saber eso? —preguntó con voz ronca.

¿Qué significaba ese gesto de desconfianza en él? No era el mismo tipo de alerta del padre de Miguel, pero tampoco la fría indiferencia de su madre.

—Porque estamos tratando de ayudarlos —replicó Rafael, con tacto—, sé que tal vez no es muy sencillo de entender, pero creo que su hijo dejó algo pendiente en este mundo, algo que no pudo terminar por causa del atentado en que murió.

El anciano abrió más los ojos, y tragó saliva con dificultad; después de aclararse la garganta, los miró como si fueran apariciones.

—No entiendo qué es lo que quieren.
—¿Usted extraña a su hijo?
—Más que a mi vida —respondió sin dudar, aunque con un cierto tono amenazante—, pero no los conozco, no comprendo por qué…

Se quedó con las palabras en el aire, perdida su mirada en el rostro de Martín; en ese momento ambos jóvenes comprendieron que él estaba experimentando la misma sensación que el padre de Miguel.

—Disculpe —se llevó las manos a los ojos mientras hablaba—, tuve una idea, por un momento lo confundí con alguien más.

Rafael y Martín se miraron, transmitiendo el mensaje claro sobre lo que estaba ocurriendo en ese lugar.

—Lo entendemos —comentó el trigueño, hablando con calidez—, no se preocupe.
—Pero ¿Por qué me dicen estas cosas?
—Sé que suena difícil de entender, pero pensamos que su hijo no puede descansar; hemos visto algunas cosas que sucedieron en el pasado, y creemos que el motivo para que eso suceda es que él está intentando conseguir ayuda de nosotros, y también de usted.

La expresión del hombre mayor pasó de la confusión a una especie de alarma en pocos momentos; después de todo, era comprensible, porque nada de lo que ellos pudieran decir tenía una prueba o sustento; todo se trataba acerca de creer.

—¿Cómo? ¿Qué significa eso de ver, de conseguir ayuda?
—No sabemos cómo pasó —explicó Rafael intentando explicar todo del modo más razonable posible—, sólo que de pronto comenzó a pasar. Joaquín estaba comprometido cuando estaba en la ciudad, mientras trabajaba en la librería.

El anciano ahogó una exclamación, pero se repuso de inmediato, impulsado por una energía completamente distinta.

—Si estén tratando de engañarme de alguna forma…
—No, no es un engaño —se apresuró a decir Rafael—, de ninguna manera. Escuche, no es fácil explicarlo, pero quizás esto ayude.

Le mostró la cadena de oro con la hoja que había recibido del padre de Miguel más temprano; el anciano se quedó mirándola con el rostro desencajado, incrédulo ante lo que estaba viendo.

—No es posible ¿De dónde sacó esto? —exclamó con voz ronca por el esfuerzo.
—La tenía Miguel el día en que los dos murieron. Joaquín y Miguel estaban juntos en el momento del atentado hace treinta años, y Miguel llevaba esta cadena.

Presa de un dolor indescriptible, el hombre se vio forzado a sentarse en un banco de madera ubicado a un costado de la puerta; preocupados por lo que pudieran haber provocado, los dos jóvenes entraron en el jardín y se acercaron a él.

—Señor ¿Me escucha?
—No puede ser, no puede ser.
—Señor, por favor cálmese.

Levantó la vista hacia ellos, respirando con dificultad por el esfuerzo emocional que estaba haciendo.

—Le exijo que me diga por qué tiene esa cadena.
—Era de Miguel —Rafael se animó a decir la verdad completa, rogando que no fuera demasiado fuerte—, Miguel y su hijo Joaquín eran amigos, ellos estaban enamorados, y creemos que él le obsequió la cadena a Miguel.

Por el contrario de lo que se temía, la mención del amor entre sus palabras no pareció afectarlo más que lo que había sucedido antes; depositó en sus manos la cadena, que brilló tenue con los últimos atisbos de sol de la jornada.

—El padre de Miguel no estaba enterado de la relación de ellos dos, y suponemos que ustedes tampoco; creemos que ellos no pueden descansar en paz porque nadie sabía de lo que existía entre ellos, y lo que ocurre es que hay algo que sigue pendiente.
—Esta cadena la compró en un pueblo vecino —la voz del hombre se había vuelto grave y algo ronca; él también estaba recordando hechos de mucho tiempo atrás—. En ese tiempo yo trabajaba en un molino, y él insistió tanto con ir a ayudar para tener ese dinero; siempre me pareció muy extraño que cuando el molino cerró y tuve que buscar otro trabajo, Joaquín nunca usó la cadena.
Cuando tenía 21 nos trasladamos a la ciudad para probar suerte; después él dijo que quería vivir solo y yo estuve de acuerdo, me pareció que era lo correcto que tuviera un desafío y se probara a sí mismo. Después nos devolvimos cuando las cosas no funcionaron, pero él dijo que se quedaba, que su vida estaba en la ciudad.
Nos llamaba por teléfono todas las semanas; un día pensé que tal vez estaba enamorado, pero no sabía cómo hablar de él de esos temas, siempre creí que las cosas pasarían por sí solas.

Desplazó la vista por el jardín; en ese momento estaba regresando mucho tiempo atrás, a una época en donde no había perdido tanto.

—Nunca le pregunté nada; Joaquín era muy reservado, y yo no sabía cómo hablar de esas cosas, mucho menos en un caso así. Solo me dije que estaba bien, que si era su decisión para vivir, que lo hiciera; y supongo que él tampoco sabía cómo decírmelo, o tal vez sólo era miedo a que yo lo rechazara.
Estaba tan contento cuando entró a trabajar a la librería; me dijo que se sentía muy contento, que era un lugar muy bonito y que podía aprender cosas. Cuando podía nos mandaba dinero, y yo insistía en que eso no era necesario, pero él repetía que sí, que era lo correcto porque nosotros le habíamos dado todo lo posible.

Pasó los dedos por el metal, de pronto distraído por el recuerdo, luego azotado por la realidad de sus palabras.

—Margot lo supo. Estábamos en la casa, y en la radio dijeron que había ocurrido algo terrible en el centro de la ciudad; ella lloraba y lloraba, sólo me decía que él estaba ahí, así que tomé la camioneta y empecé a conducir para allá.
Todo era un caos cuando llegamos a la ciudad, y nadie nos decía nada. Después, fue ella quien logró que alguien nos escuchara, y encontramos al jefe de esa tienda.
Fue como si nosotros también hubiéramos muerto en esa tragedia —explicó con voz ahogada por la tristeza—; nos iban a entregar el ataúd cerrado porque dijeron que estaba demasiado herido, pero yo insistí, les rogué que me dejaran verlo. Su carita estaba cortada, quemada, pero nunca voy a olvidar la expresión de paz que tenía, como si estuviera durmiendo.

Hizo una nueva pausa, esta vez más extensa; respiró hondo, asumiendo el lugar que tenía ahora en esa historia, una en donde era un sobreviviente.

—Lo trajimos acá; se supone que no se puede, pero yo no tuve corazón para separar a Margot de su único hijo, eso era imposible.
Se quedó aquí, en el jardín, y yo pensé que el tiempo nos ayudaría a sanar; pero Margot nunca pudo reponerse y se fue apagando poco a poco. Ella luchó —recalcó, con firmeza—, lo hizo, pero la tristeza pudo más. Al final me quedé solo aquí, esperando que llegue mi momento.

Su voz de resignación ante los hechos era palpable; después de todo lo que había vivido, sentía que no le quedaba más.

—¿Entonces ese muchacho Miguel, y Joaquín?
—Sí, así es —respondió Rafael, evitando hacerlo pasar por el trance incómodo de no saber cómo referirse a esa relación—. Esa cadena fue un regalo de Joaquín, es un símbolo de lo que había entre ellos.
—¿Y él también murió en ese atentado?
—Sí, estaban juntos —Martín se puso de cuclillas y lo miró a los ojos—; señor, lamentamos hacerlo pasar por todo esto, pero creemos que es necesario encontrar un modo de ayudarlo.
—No entiendo cómo podría, después de tanto tiempo.

Los sentimientos no tenían tiempo ni lugar; persistían en las cosas, en el aire, en los recuerdos de aquellos que subsistían, e incluso más allá de ellos. El amor, la confianza mutua y la fe en los seres queridos eran sentimientos inmortales.

—Su hijo quería formar una vida. Él amaba a alguien, y en sus últimos momentos sólo quiso permanecer con él, quedarse con él para siempre; pero algo los separa, tal vez es el miedo por la forma en que todo sucedió, o que no hayan sido despedidos juntos.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó el anciano, con un hilo de voz.
—No lo puedo explicar —respondió el joven, con sencillez—, pero sé que es así. Esa cadena con la hoja es un símbolo, y pensamos que sólo hay que encontrar el otro, el de Miguel para Joaquín, y mantenerlos juntos para que ellos puedan descansar en paz.

La vista del anciano se perdió en la suya por largos momentos; Martín sabía, al igual que Rafael, que ya habían hecho todo lo posible.

—Seguro que los años me han afectado la vista, porque usted me recuerda a él.
Había pocas cosas en el cuarto que rentaba en la ciudad; guardamos su ropa, algunos libros y cuadernos, pero nunca vi algo que me pareciera un regalo o algo así.

Rafael iba a decir algo, pero se dio cuenta que el hombre estaba pensando en alguna cosa, y decidió darle tiempo para que lo hiciera; al final se volteó hacia el lugar en donde estaba el árbol.

—A menos que…

Se puso de pie y pasó entre ellos, hasta pararse junto al árbol; sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—No puede ser. ¿Cómo no me di cuenta nunca?
—¿A qué se refiere?
—Con Margot plantamos este cerezo cuando Joaquín tenía cuatro años; él siempre jugaba en él, le gustaba mucho, decía que era su lugar favorito en el mundo.
Los cerezos tienen una vida corta, usualmente no duran más de veinte años; el invierno siguiente a ese atentado fue muy frío, y este árbol estaba deshojado y seco. Pensé que ya era su momento, que habría que cortarlo, pero Margot me dijo que no lo hiciera.
Que le diera tiempo.

Posó una mano sobre la corteza del árbol; los dos jóvenes pudieron ver que un costado del tronco estaba seco, su madera sin vida y descascarada.

—Margot era una mujer muy sabia, siempre entendió el mundo mucho mejor que yo; así que no dejé de regarlo, esperando a que pasara algo que no sabía. Al año siguiente en primavera no floreció, y le dije que de verdad no podía hacer nada, pero ella insistió en que le diera tiempo; floreció en marzo, mucho después de lo que correspondía, y fue tan lindo verlo así, cubierto de blanco. Ella dijo que era su Joaquín, que él lo había hecho, pero yo nunca pensé en eso como algo real, sólo pensaba que era su forma de recordarlo, de tratar de vivir con esa tristeza.
Y aquí sigue, tantos años después. Todos los años florece más tarde, todos los años sigue manteniéndose en contra del invierno, como si se negara a morir ¿Será que es él, que es mi niño que lo está esperando?

Rafael sintió que esa era la respuesta que estaban buscando desde un principio. Joaquín estaba ahí, esperando a su amor, pero el miedo y la angustia lo había impedido. Miguel, en el horror de ver la vida de Joaquín escurrirse entre sus brazos, nunca había podido llegar a ese lugar; no era sobre objetos, era sobre ayudarlo a hacer el camino.
Contempló el árbol que se oponía al viento y al tiempo a pesar de esa herida que persistía hasta ese momento, y se dijo que sólo un amor demasiado grande podía resistirse a la muerte.

—¿Usted qué cree?
—No lo sé —replicó en voy casi inaudible.

Se acercó al árbol y puso la cadena alrededor de una de las ramas bajas, después de lo cual se quedó en silencio, elevando alguna clase de rezo o plegaria.

“Siempre estuve aquí, esperándote. Este es nuestro lugar, aquí es donde nuestros corazones se unieron”

Rafael se secó silenciosamente unas lágrimas que escapaban a sus ojos, mientras Martín, de pie a su lado, lo abrazaba, conmovido al igual que él por lo que estaban presenciando. No eran necesarias las palabras, porque en su interior, los dos habían comprendido que era el momento de alcanzar la tranquilidad, y conectarse con un sentimiento sin descripción, algo que quizás solo ellos podrían comprender del todo.

"Perdóname por no haber venido"

Estaban equivocados al pensar que ya no podían hacer nada por ellos; estaban ahí, y aún con el tiempo, habían persistido, buscándose siempre hasta poder alcanzarse. Lo que para muchos en vida era tan sencillo, para ellos se había convertido en una odisea más allá de los años.

"Estás aquí, y eso es lo que importa. El tiempo no nos puede hacer daño"

Habían vuelto al origen, a ese momento mágico en que todo había comenzado; en aquella lejana ocasión tuvieron el coraje de acercarse y ser por completo sinceros con lo que sentían el uno por el otro, soslayando los miedos y las inseguridades. Sus corazones se unieron, para a partir de ahí no volver a separarse; algunos amores eran extemporales y trascendían las barreras del dolor y la distancia, siendo capaces de todo para volver a estar juntos de nuevo.
Rafael y Martín se sintieron emocionados y plenos ante la contemplación de este momento puro e indescriptible, en donde su camino como vehículos para dos almas hasta entonces separadas llegaba a su fin, de un modo que nunca imaginaron, pero que, al ser contemplado y experimentado, cobraba sentido total.

"¿Para siempre?"

Uno de ellos siempre había estado intentando alcanzarlo. El otro había permanecido a su espera, sabiendo que cuando terminara su miedo, sería el tiempo de volver.

"Para siempre"

No había horizonte oscuro ni una real despedida; aún no era tiempo para dejar todo atrás. Las hojas blancas del cerezo vibraron tenues con el viento de la tarde.

Seis meses después


Rafael salió del cuarto para abrir la puerta del departamento al escuchar sonar repetidas veces el timbre; era sábado por la mañana y apenas se había levantado muy poco rato antes.

—Ya voy.

Abrió y se encontró con Martín, quien tenía en las manos una enorme caja de cartón que le imposibilitaba moverse.

—¿Martín? No te escuché salir.
—No sé si voy a pasar por el umbral —replicó el otro como saludo— ¿Quieres ayudarme?
—¿Qué es eso?

Lo ayudó con el gran bulto, aunque se sorprendió de notar que no pesaba tanto como supuso al ver las dimensiones de la carga.

—Es mi nueva bicicleta, llegó hoy.
—No parece la caja de una bicicleta —observó mientras lo ayudaba a entrar.
—Ay, mi mano —se quejó Martín—, espera, ahora ya puedo pasar

Terminaron de entrar, y el trigueño dejó la puerta cerrada: el departamento en el que ambos estaban viviendo tenía una amplia sala, que conectaba con la cocina a través de una media pared y con el pequeño balcón a través de una puerta ventana.

—Esta caja es bastante grande.
—Sí, es que es una bicicleta para armar —explicó Martín.

Rafael soltó una carcajada.

—¿De qué te ríes?
—¿Es una especie de juego armable con piezas?

Martín se sacó la mochila de la espalda y rebuscó en ella hasta encontrar el manual de referencia; se lo enseñó con gesto burlón.

—Muy chistoso; es una bicicleta que se ensambla ¿Lo ves? Estaba muy barata y por eso la compré.
—Por alguna razón había pensado que era una bicicleta estática —comentó mirando el manual—, esto es un poco sorpresivo.

El trigueño le quitó el manual con una falsa expresión de ofensa en el rostro.

—No debería sorprenderte tanto, quiero cuidar mi cuerpo ¿De acuerdo?
—Y esa chica que te dijo en el bar el mes pasado que tenías un poco de panza no tiene nada que ver.
—Está bien, está bien —Se excusó alzando las manos—, me descuidé un poco en los últimos meses, lo reconozco, pero lo estoy recuperando —Se golpeó el abdomen—, estoy haciendo muchos abdominales y estoy casi como siempre, quiero que puedan planchar camisas aquí.

Rafael se encogió de hombros mientras iba hacia la cocina.

—Bien, será como quieras, no tienes que demostrar nada. Además, estás bien, creo que esa chica solo lo hizo para molestarte. ¿Quieres cerveza?

Martín se sentó en uno de los sillones, aliviado de la carga y estirando los brazos; le gustaba mucho el departamento que habían elegido, y más porque, aunque le había costado mucho esfuerzo, logró convencer a Rafael de que firmaran un contrato en donde él comprometía el pago de los gastos correspondientes. Rafael en un principio le dijo que eso era ridículo, que confiaba plenamente en él y que no era necesario hacer algo como eso, pero Martín insistió al punto de poner tensas las cosas, de modo que su amigo se rindió y aceptó el trato. En realidad, él nunca fallaría a esa responsabilidad, pero quiso reafirmarlo precisamente como una forma de agradecer la confianza total de Rafael; era su departamento en lo legal, y era una responsabilidad que quería compensar. En la práctica, era la casa de ambos, donde vivían con tranquilidad y se sentían a sus anchas; en una pared estaba colgado el dibujo que Carlos había hecho para él cuando salieron en un viaje corto fuera de la ciudad; se lo había obsequiado cuando se trasladó, y era tan bonito que decidió enmarcarlo.
Era una variante de la misma imagen de la que hizo un boceto, pero en ella estaban él mismo y Rafael; su hermano menor le dijo que quiso hacer dos imágenes, una con ellos y la original, como un regalo para los dos y a la vez una forma de agradecer a Rafael por su amistad.

—Por favor, la necesito.
—Entonces vas a empezar a salir a rodar —Observó Rafael— ¿Te vas a comprar mallas ajustadas y esas cosas?

Se sentó en el otro sillón y sintonizó la televisión; en ese momento estaba pasando una carrera de la Fórmula 1.

—Sabes que lo pensé. Me dije que podía sacar toda la personalidad que tengo y salir a lucirme; incluso hay unas que tienen partes casi transparentes.
—No te conocía esa faceta exhibicionista —comentó Rafael con tono ligero.
—No es por eso, o un poco sí, pero no en realidad. Pero realmente no voy a salir a hacer ejercicio solamente, es para irme al trabajo.

Rafael estaba muy contento de que Martín hubiera encontrado trabajo: los primeros días de enero consiguió empleo en una tienda de artículos para el hogar ubicada en el centro comercial plaza Centenario, el mismo donde estaba el restaurante en donde trabajó antes, y donde se conocieron. Según lo que él mismo decía, era un trabajo dinámico y entretenido con una buena paga y un horario cómodo; de momento no estaba pensando en si sería durante largo tiempo o no, pero se veía animado con la novedad y ya era destacado por su buen trato y capacidad de gestión con los clientes.

—¿Y crees que podrás?
—Sí, ya calculé los tiempos y son menos de treinta minutos desde aquí.
—No lo decía por eso —comentó Rafael—, me refiero a la ruta, porque ese centro comercial está al lado de avenidas muy transitadas…

El trigueño le hizo un gesto para que se detuviera, sonriendo.

—Y ya sabía que me ibas a decir algo como eso, así que busqué una ruta por calles interiores, en donde no me cruzo con camiones gigantes ni nada por el estilo. Y la llegada es por una pequeña calle interior, sólo tengo que cruzar la avenida que está al lado del estacionamiento del primer nivel y hay un semáforo.
—Vaya, planeaste todo eso sólo para que no me preocupe —exclamó Rafael, mirándolo con las cejas levantadas—, debería estar agradecido.
—Sí, deberías estarlo. Eres el hermano mayor y tengo que ser responsable para que no te angusties.

El móvil de Rafael anunció un mensaje, y este lo leyó rápido; cuanto levantó la vista, se encontró con Martín mirándolo con la suspicacia pintada en el rostro.

—¿Qué?
—Tienes esa sonrisa —Apuntó el otro.
—¿Cuál sonrisa? —Contra preguntó, tratando de el evadir el tema—. No tengo ninguna sonrisa.
—¡Claro que sí! —Aseguró Martín, apuntándolo con la botella—. Es la misma sonrisa de hace dos semanas cuando no llegaste en la noche ¿Era un mensaje del sujeto de esa noche?

Se puso de pie y se cruzó de brazos, con el ceño fruncido, imitándolo.

—Martín, él solo fue amable y conversamos, pero no sucedió nada.

Rafael sintió que se le subían los colores al rostro.

—Basta, yo no lo dije con ese tono.
—Pero te hiciste como si hubieran estado jugando palabras cruzadas hasta muy tarde y por eso no llegaste; Rafael, somos adultos. Bastián, dijiste que se llamaba.

Y había sido una jornada muy buena, inesperada y agradable; Rafael asintió, rendido.

—Sí, se llama Bastián.
—¿Y te gusta? —Martín adoptó un tono de conspiración muy cómico—. Es decir, está claro que te gusta, pero sabes a lo que me refiero.
—Sí, pero solo fue algo por diversión. Al final hice caso de tanto que me repitieron que tenía que relajarme y salir un poco; nos conocimos, lo pasamos bien y eso es todo.
—Pero intercambiaron número. ¿Siguieron hablando?
—No realmente —Rafael se encogió de hombros—, sólo me saludó ahora y me alegró que lo hiciera, es como una forma de decir que fue una jornada divertida para los dos. Pero está bien, no tengo ninguna idea de nada, no estaba buscando algo serio.

Martín había empezado a abrir la caja mientras conversaban; desde que se cambiaron en enero, todo había fluido a la perfección entre ellos; establecieron algunas normas sencillas de convivencia, en las que ambos estaban de acuerdo, y casi de inmediato se adaptaron. Rafael nunca había convivido con algún amigo antes, y se sintió sorprendido, aunque contento, de lo fácil que sucedió todo. Magdalena estaba feliz y dijo que si no tomaban la decisión de vivir juntos alguien habría tenido que obligarlos, porque eran una dupla ideal. Después hicieron un almuerzo de inauguración donde asistieron los padres de ambos, Magdalena, Mariano, Julio, e incluso Carlos, el hermano menor de Martín, aunque solo por un corto rato; fue un gran momento en donde pudieron compartir y disfrutar de la compañía de seres queridos.

—Bueno, lo importante es que saliste, no todo es ser el jefe estrella de la tienda.
—Sí. Y ya que hablas de eso ¿Cómo va lo de Rebeca?
—No hay ningún “va” —Respondió haciendo comillas con los dedos—, sólo fue un coqueteo, no pasó nada más. Así que creo que la olvidaré saliendo a alguna parte esta noche.
—Todo sea por olvidarla —Respondió Rafael, riendo.

En ese momento le llegó otro mensaje, pero en ese caso era de un número desconocido; lo abrió y se quedó absorto por un momento viendo el contenido.

—Martín, mira.
—¿Qué es?

El trigueño se sentó a su lado y vio el contenido del mensaje. Había una foto del cerezo en la casa del padre de Joaquín, enfocando la rama en donde este había puesto la cadena algunos meses atrás; una rama nueva había crecido, y cubría la cadena, como si se hubiera abrazado a ella.

«Hablamos. Fue difícil, pero lo hicimos. Nos sirvió perdonarnos y hablar de nuestros hijos.»

—Se reunieron —celebró Martín—, los padres de Joaquín y Miguel se reunieron. Qué bueno que lo hayan hecho, tenían mucho de qué hablar.
—Debe ser sanador poder hacerlo —Reflexionó Rafael—; pero espera, hay otra foto.

La segunda imagen era un acercamiento al suelo. En el costado del tronco del árbol, dos ramas verdes y nuevas se elevaban juntas, casi unidas; las tiernas hojas se entrelazaban algunos centímetros más arriba.

—Son brotes, casi en invierno. ¿Qué crees que significa?

Rafael sintió un gran alivio de ver esa imagen, porque en el fondo de su ser comprendió muy bien lo que significaba. Estaban creciendo juntos, a finales del invierno, en contra de todo.

—Están juntos. Es una nueva oportunidad, supongo.
—Tienes razón —Replicó Martín—. No se termina aquí.



¿Fin?

Las divas no van al infierno: Agradecimientos

Este proyecto fue un desafío personal para entrar en un área que no conocía; en la actualidad, todos sabemos que la industria del entretenimiento es manejada y manipulada desde todo punto de vista, por lo que quise probar qué tan lejos podía llegar creando y qué tanto de lo que he creado se asemeja al complejo mundo real.
Los personajes no son casuales; fueron diseñados para contar una historia individual y para relacionarse entre ellos. Trabajar el mundo de cinco mujeres por separado ha sido complejo, pero es una aventura en la que he aprendido mucho.
¿Parece que el tiempo de pronto avanza demasiado rápido? Sí. Eso es parte de la idea original, demostrar que la industria siempre sobrevive y siempre está primero; que al igual que los videos que acompañan los capítulos, el maquillaje, la luz y el brillo siempre oculta todo.
Este es el final de este libro, pero no de esta historia; pronto habrá novedades.
Gracias.

Me despido con la portada final.


Contracorazón Capítulo 27: Molinos de viento




Rafael despertó la mañana del domingo poco después de las nueve, algo cansado, como si no hubiera dormido bien; estaba tendido de espalda, sin querer levantarse, cuando su móvil anunció una llamada, que por un momento no quiso contestar por el estado en que estaba. Un segundo después miró hacia el velador y comprobó que era Martín y le contestó.

—Hola.
—¡Lo encontré! —dijo la voz del otro, con tono triunfante—. Lo encontré.
—Me alegro —replicó el moreno, aún confundido—, pero no sé de qué me estás hablando.
—Lo estaba buscando, cuando me desperté me vino una idea y lo empecé a probar y funcionó, encontré la información del padre de Miguel, y está vivo.

Rafael casi saltó de la cama al escuchar lo que dijo su amigo; en el momento de despertar no estaba pensando en eso, de modo que lo tomó por sorpresa.

—¿En serio? Eso es fantástico, cuéntame detalles.
—¿Y si mejor te vienes para acá? —Martín sonaba un poco divertido—. Apuesto que aún has tomado desayuno y todavía tengo de tu café.
—Es cierto, voy para allá.

Se vistió y arregló un poco, y bajó rápido, tras lo cual fue directo al departamento de Martín. Cuando entró, se le abrió el apetito al sentir el aroma del café y las tostadas que su amigo había preparado.

—Qué rico huele —comentó al entrar—, acabo de decidir que tengo mucha hambre.
—Fue algo que se me ocurrió a la rápida —Explicó el otro—, puse el pan en el microondas con un poco de aceite de oliva y algunos aliños, y después lo puse en el tostador para que quedara crujiente. Tengo mermelada y queso.
—Y eso que no eras bueno para la cocina —comentó el moreno con tono ligero—, se ve muy bien, creo que te voy a copiar la receta.

Se instalaron en los sillones, y Martín trajo el portátil: en esos momentos se veía muy satisfecho.

—Escucha, esto es lo que pude encontrar, y creo que ya sé por qué es que me costó tanto localizar todo esto.
—Espera, más despacio. ¿Por qué estabas haciendo esto tan temprano?
—No sé, sólo me desperté y se me había ocurrido —respondió sin dejar de hablar a toda velocidad—, la cosa es que pensé que había una posibilidad de que, si los padres de Miguel se divorciaron, esos datos no se pudieran ver a simple vista porque hubiera dinero de por medio.
—¿Dinero?
—Sí, ella tiene dinero, es obvio, y pensé que hubiera querido sostener las apariencias o algo por el estilo; hace años, podías pagarle a un agente de los servicios de registro civil para que torciera un poco las cosas, y que en su información oficial no dijera su estado civil.

Rafael lo miró con las cejas levantadas. Nada de eso le sonaba obvio.

—¿Se puede hacer como que uno no está divorciado?
—En realidad no, pero la ley antes tenía una modalidad distinta, lo que hacían era anular el matrimonio, es complicado. La cosa es que, para resumir, me puse a investigar, y el padre de Miguel estuvo en una empresa que tuvo un proyecto de trabajo con molinos, era para trabajar con semillas y cosas así; parece que la empresa quebró, porque todo se disolvió, pero lo importante es que todo esto sucedió hace casi treinta y siete años en una localidad que se llama San Andrés, que está para el sur de la ciudad.

La forma en que todos esos datos encajaban era casi mágica; Rafael se imaginó a Miguel y Joaquín, siendo adolescentes, conociéndose en ese lugar, enfrentados a un mar de emociones y cambios internos, sin saber qué iba a ser de ellos en un futuro. ¿Lo había descubierto ahí su madre, decidiendo borrarlo de su vida? Y la pregunta más importante ¿Sería el padre un fiel reflejo de esa misma forma de pensar?

—Es increíble; ¿Descubriste algún número de contacto?
—Nada —replicó Martín—. Esa es una zona semi rural, así que no tengo más información que darte. Incluso busqué el lugar en donde estuvo esta empresa, pero en el buscador de mapas sólo aparece terreno y algunas casas, supongo que habrá cambiado mucho en este tiempo, y más con que la empresa no funcione desde hace tanto.

El moreno se quedó mirando la imagen digital del lugar, que intentaba representar la textura del terreno con el mayor realismo posible ¿Había sido ahí que se conocieron y comenzó su amor?

—Dijiste que lo habías encontrado, pero que no tiene teléfono.
—Sí, lo saqué por conclusión en realidad —repuso Martín, respondiendo a la pregunta no formulada—, porque es el único dato que tengo de él y me estoy convenciendo de que es correcto, que sigue ahí.

Si no tenía teléfono, por lógica la única forma de encontrarlo era ir directo al lugar; Rafael ya tenía una idea.

—¿Me acompañarías hoy?
—Sí, pero no hemos hablado de cómo es que vamos a hablar con él; ya viste que lo que se nos ocurrió antes no funcionó con ella.
—Es cierto, pero para ser sincero no se me ocurre otra cosa. Apliquemos el mismo plan, por último, si eso no funciona, supongo que no nos puede ir peor.

Se puso de pie y marcó un número en su móvil.

—Voy a llamar a Mariano para pedirle prestado el auto ¿No te complica conducir?

2


Después de almorzar y planear lo que iban a decir, los dos amigos fueron hacia la casa que compartían Magdalena y Mariano; Rafael inventó un paseo de fin de semana que sostuvo en la idea de estar recuperándose del accidente. Esa excusa generó algunas dudas menores, pero al final fue aceptada de buena gana por el matrimonio, especialmente por Magdalena, quien celebró que su hermano se despegara de las obligaciones, al menos de momento.
Cuando llegaron al lugar, Rafael sintió una oleada de nerviosismo, pero también la seguridad de que estaban en el lugar correcto; Martín estacionó el auto cerca de la entrada del terreno que según las indicaciones de personas del sector correspondería a la dirección que estaban buscando, y ambos descendieron, mirando hacia la solitaria casa que se contraponía con el cielo celeste y puro de la tarde.
Antes que llegaran a la verja, una persona asomó por la puerta de la casa. De seguro en un lugar tan apartado como ese el sonido de un vehículo se escuchaba con toda claridad desde el interior.

—Buenos días —saludó Martín—, estamos buscando al señor Gerardo.

De la casa salió un hombre de edad avanzada, de raleado cabello cano; había sido fuerte en su juventud, y aunque los años habían hecho mella en su cuerpo, conservaba la postura erguida y una actitud determinada. A más de diez metros de ellos, casi era el de la borrosa foto que tomó Martín en la oficina de la empresaria.

—Soy yo.
—¿Podemos hablar un momento con usted?

La pregunta quedó vagando un momento en el aire, mientras el hombre se acercaba a ellos; cuando estuvo más cerca, Rafael pudo ver en su expresión un asomo de reconocimiento, pero el anciano lo desechó frunciendo el ceño; lo lógico sería que dentro de su mente eliminara una idea como esa, y aunque aún no tenían ningún conocimiento concreto de él, esa mínima, aunque significativa diferencia con la mujer decía mucho de él.

—¿Qué quieren?
—Necesitamos hablar sobre su hijo, Miguel —Respondió Rafael sin poder evitarlo.
—¿Qué?

Martín intentó hacerle un gesto para que no se adelantara y se apegaran al plan, pero Rafael no lo tomó en cuenta.

—Señor, sé que no es fácil de entender, pero hay algo que tenemos que hablar acerca de su hijo.

Una mirada de recelo, o quizás de alarma, cruzó por la mirada del anciano, pero se repuso a ella.

—Ustedes no pueden haber conocido a mi hijo —replicó con un tono de advertencia.
—No, pero sabemos que Miguel murió en un atentado terrorista —dijo Rafael, con cautela—, sabemos que murió de una forma violenta.
—¿Por qué me está diciendo eco? ¿Quiénes son ustedes?

Martín miró a Rafael, y aunque lo vio nervioso, también pudo ver la determinación en su rostro. Ese era el final del camino: o lo resolvían ahí, o todo lo que habían hecho sería en vano. De pronto, en una actitud inesperada, el hombre mayor abrió la puerta de la verja, y se acercó a Rafael, mirándolo con una atención que dejó a los dos jóvenes sin palabras; por un momento, incluso pareció que iba a sufrir una convulsión.

—No puede ser —murmuró, superado por la emoción repentina—, es imposible.
—Señor...
—Usted... —el anciano hizo un movimiento con la cabeza que podría ser un espasmo o una negativa…

Muchas expresiones pasaron por el rostro del anciano, todas ellas de forma violenta y casi simultánea; durante un eterno instante, los jóvenes fueron incapaces de hablar, mudos ante un mar de emociones que era la prueba más grande de que en él había un destello de una luz por completo distinta a la que conocieron en la madre de Miguel.
Pareció que el hombre iba a levantar las manos, quizá para tocar la imagen que ante sus ojos parecía una aparición imposible, pero ese gesto nunca llegó a concretarse, quedando sólo en un temblor de las extremidades superiores y una voz frágil, a punto de trizarse.

—Usted es él.

Después de tanto intentar, la respuesta estaba en algo tan sencillo como abrir la mente; Rafael le dedicó una amable sonrisa, conmovido.

—No, no soy él. Sé que tal vez hay un parecido, pero no soy él; escuche, hay muchas cosas que no puedo explicar, pero de alguna forma he podido ver parte de sus recuerdos, y aunque nunca lo conocí, sé que tuvo una muerte violenta, que no puede descansar en paz y yo sólo... yo sólo quiero ayudarlo.

El anciano respiró con algo de dificultad y les dijo escuetamente que entraran a la casa; los jóvenes lo siguieron en silencio, llegando poco después al interior de la vivienda. Se trataba de un lugar muy sencillo, no por falta de recursos, sino por una economía en el diseño; por un momento pareció no saber en qué lugar tomar asiento o qué hacer, pero finalmente se sentó en una antigua silla de madera junto a la ventana.

—¿Por qué vinieron aquí?

Era una pregunta justa, pero no sencilla de responder; los jóvenes se sentaron ante él y Rafael optó por decir la verdad completa. Incluso después de haber hablado con Martín sobre la forma de proceder, en esos instantes sentía que debía obedecer al instinto que lo estaba guiando.

—Porque creo que su hijo quedó con algo pendiente en este mundo, algo que no se pudo concretar; yo no debería poder ver partes de lo que pensaba Miguel, pero empezó a pasar, y me dije que no podía ser sin motivo.
Y entendí que tenía que tratar de ayudarlo a descansar en paz.
No sé si usted lo supo, pero Miguel estaba comprometido.

El anciano lo había estado mirando con atención, pero también con un sentimiento que la madre de Miguel no había mostrado en momento alguno.

—No, no lo sabía, pero supongo que era el menor castigo que me merecía por cómo me comporté.
—¿Castigo?

Martín nunca había escuchado una voz así; en sus palabras había un dolor y desesperanza que jamás imaginó conocer. Incluso antes de escuchar lo que iba a decir, supo que eso era el resultado de décadas de cargar con culpa y arrepentimiento.

—Siempre fui un hombre débil sin saberlo. Alicia se encargaba de todo, y yo nunca presté atención al daño que eso le estaba causando a nuestro matrimonio y a nuestro hijo.
Cuando nos pidió un tiempo para hablar y nos contó lo que ocurría con él —rememoró con un dolor amargo en la voz—, el pobre temblaba como una hoja. Alicia se puso furiosa, le dijo que era un enfermo, que no podía exponer a la familia a una vergüenza como esa y que tendría que irse de la casa. Él ya sabía que eso iba a pasar, pero no reclamó ni discutió con ella; tomó un bolso con su ropa y se fue.
Durante mucho tiempo no supe más de él, dejando que las cosas se quedaran así, que su propia madre lo matara en vida. Tiempo después lo localicé —su mirada se humedeció por el recuerdo—, y traté de hablar con él; intenté convencerlo de que buscara una forma de sanarse y que con eso se solucionarían todos los problemas, porque en mi ignorancia estaba convencido de lo que decía.
Sé que le dolió la actitud de su madre, pero cuando le hablé de ese modo, supe que de verdad había roto su corazón, porque en el fondo él esperaba mucho más de mí que de ella; pero aún con todo eso, aún siendo tan joven, fue tan generoso que incluso después de lo que le dije, no me atacó ni me reclamó por mis palabras. Me dijo que me quería, y que si algún día yo estaba dispuesto a quererlo tal como era, siempre me iba a recibir con los brazos abiertos.

Su vista vagó por las desnudas paredes de la casa, buscando algo que no podía encontrar; el amargo recuerdo parecía tan reciente en él como el eco de sus palabras.

—Dejé que mi hijo se marchara por segunda vez; mi matrimonio estaba arruinado desde mucho antes, así que no fue extraño que me separara. De todos modos, Alicia no necesita a nadie, nunca fue así.
Cuando se contactaron conmigo luego del atentado —continuó hablando en voz baja—, me di cuenta de que había desperdiciado la vida de mi hijo. Yo, un hombre adulto, había tirado a la basura la vida de mi hijo; no por su muerte, sino por todo lo que sucedió en vida, por las cosas que no pudieron ser.

Hizo una larga pausa; su mentón tembló ligeramente, muestra quizás muy pequeña de todo el dolor que estaba reviviendo. A pesar de haber dos personas más en ese lugar, ese hombre anciano estaba completamente solo.

—Las personas tenemos solo una oportunidad de ser quienes somos —declaró. Sin embargo, su voz no sonaba a orgullo por las palabras que había dicho, más bien se escuchaban amargas—; si hubiera sabido eso en esa época, tal vez habría podido ayudarlo, pero ayudarlo de verdad, no diciéndole que estaba enfermo. Debí quererlo, estar con él; debí escuchar lo que tenía para decirme y quizás no me habría enterado por extraños que estaba enamorado.

Se hizo un silencio extenso entre ellos; Rafael y Martín se miraron, comprendiendo que el anciano no había terminado de hablar. Estaba luchando, décadas después, por reconciliarse con su pasado.

—¿El sabrá lo arrepentido que estoy?

Por un momento, Rafael tuvo que reconocer que sentía ganas de satisfacer ese deseo y decirle que sí, que podía comunicarse con él. Pero no era posible, él no era un médium, y llegado a ese momento, la verdad era lo único que podía darles paz.

—Su hijo no tenía rabia ni resentimiento contra nadie —explicó con calma—, yo no puedo hablar por él, sólo estoy diciendo lo que vi, lo que sentí.
De alguna manera él me pidió ayuda, y creo que su forma de hacerlo fue transmitirme parte de lo que estaba sintiendo antes que todo cambiara; él estaba feliz, estaba comprometido con un chico que lo amaba y tenía planes para el futuro. No tenía espacio para el rencor.

Esas palabras llegaron al anciano con un efecto mucho más fuerte de lo que se esperaba; tragó saliva con dificultad antes de volver a hablar.

—No merecía a mi hijo entonces, y no me lo merezco ahora. Pero, si no puedo escucharlo hablar, si no puedo protegerlo ¿Qué puedo hacer por él?
—Usted no sabía que él estaba con alguien ¿No es así? —preguntó Martín.
—Nunca lo supe.

Esa era la parte a la que quería llegar, la suposición a la que Martín y él llegaron después de una serie de conjeturas, lo único que aparentemente podía guiar a una solución. Ya no les quedaba más.

—Descubrimos que ambos estaban en el lugar del atentado —explicó lentamente—, y ambos murieron cuando sucedió. Ellos estaban juntos en ese sitio, pero lo que sucedió los separó, y como nadie sabía de su relación…
—Quedaron separados —intervino Martín—. Pensamos que de alguna forma sus almas no pueden estar juntas, y creo que por alguna razón los molinos tienen algo que ver.

El hombre mayor frunció el ceño, por un instante confundido; luego soltó el aire en una exhalación, como si hubiese estado conteniendo la respiración sin darse cuenta.

—Los molinos. Por supuesto, ellos estuvieron ahí. Usted sabe quién era él ¿verdad?
—Estoy casi seguro de que su nombre era Joaquín.

El anciano esbozó una leve y triste sonrisa, entendiendo antes de replicar a esas palabras.

—Claro, esa era la respuesta. Joaquín era hijo de un trabajador de la empresa que administraba los molinos, su padre era un amigo que yo conocía; los chicos se conocieron aquí, un verano, y yo nunca lo comprendí.

Rafael sintió cierto alivio por escuchar eso; entonces había una conexión entre ellos, algo que iba más allá de las suposiciones de un padre solitario y de las cosas que él había comprendido luego de experimentar todos esos sueños.

—Entonces ¿Usted conoció a Joaquín?
—Sí, era un muchacho muy educado, su padre lo había educado bien, es lo que siempre pensé. Se conocieron aquí, aunque por supuesto este lugar no era así hace casi cuarenta años. Estaba el molino grande, de agua, con el que se molían cereales para la casa grande —de pronto su dolor remitió un poco, dejando algo de espacio para la nostalgia de tiempos que sin duda habían sido mejores—. Yo pensé sólo que se habían hecho buenos amigos como pasa con los jóvenes; no me puedo imaginar cuánto miedo debe haber sentido en ese tiempo, siendo tan joven, conociendo todas esas cosas que deberían ser bonitas, escondido y con temor de que su padre lo descubriera. Debe haberse sentido tan solo y perdido.

Seguramente así era, pero no valía la pena remarcar esas palabras cuando el anciano ya estaba haciendo un proceso sin necesidad de ello.

—El proyecto de los molinos de viento no fue rentable en esa época —continuó, perdiendo el toque de sana emoción en la voz—, hoy en día funcionaría, pero ya no. Miguel tenía diecisiete, y cuando supo que todo eso iba terminar se puso muy triste; nunca pude ver que había algo más, que no eran sólo los molinos.

Significaba que también se separaría del chico del que estaba enamorado; nunca podrían saber a ciencia cierta si en ese entonces esa tristeza era por separarse de su pareja, o el miedo de perder contacto antes de tener el valor para hablar.

—Después del cierre de la planta de los molinos, y con todo lo que sucedió, nunca se me ocurrió averiguar lo que pasó con esa familia.
—Solo el padre de Joaquín sobrevive —dijo Rafael como réplica a esas palabras—, aún no hemos hablado con él, pero estamos casi seguros de que tampoco estaba al tanto de la relación de ellos dos.
—Entonces ese pobre muchacho estaba en una situación parecida.

Tal vez había estado bajo una presión menor, pero ellos ya sabían que Joaquín también había mantenido todo en secreto.

—¿Por qué dice que cree que los molinos tienen algo que ver? Es decir —Se corrigió—, entiendo que es muy posible que se hayan conocido aquí, pero ya no hay nada de eso. No queda nada.
—Señor, nosotros pensamos que aquí hay un lugar —Rafael apeló una última vez a los recuerdos, e intentó transmitir lo que sentía—, un sitio que era importante para ellos.
Hay un lugar al que siempre podían volver, es algo propio de los dos, es donde sintieron que podían decirse que se amaban con total libertad. Y ahora que ya no están, lo que creo es que Joaquín está esperando a Miguel en ese sitio, pero que Miguel estaba tan perdido y asustado que no puede encontrar el camino.
—¿Y qué puedo hacer yo?
—Tal vez podría empezar por perdonarse —repuso Martín—, su hijo no habría querido eso para usted, eso es seguro. Y tal vez estamos aquí porque usted sin saberlo conoce esa clave; tal vez usted conoce ese lugar.

El anciano guardó silencio por largos momentos; de seguro, estaba intentado revivir algún concepto o hecho de hace más de treinta años, algo que sin duda no podría entender en el presente por no haber querido comprender en el pasado.

—No se me ocurre nada —dijo al fin—. Usted dijo que el padre de Joaquín aún vivía, pero no ha hablado con él.
—No hemos podido —Explicó Martín—, no tenemos contacto hasta ahora.
—¿Y tampoco saben dónde vive?
—No de un modo concreto.

El hombre se puso de pie con algo de dificultad; enfrentado a ese mar de recuerdos y revelaciones, su aspecto parecía haberse deteriorado por completo, como si estuviera haciendo aquel viaje al ayer con toda la carga que significaba.

—¿Podrían darme un momento? Necesito pensar un poco y aclararme.
—Sí, por supuesto —replicó Rafael—, esperaremos afuera.

Los dos jóvenes salieron de la casa, quedando en el exterior a la espera; Rafael se dijo que de seguro el hombre mayor necesitaba algo de espacio, porque no podría mostrar tristeza frente a otras personas. Incluso habiendo tenido la apertura mental para reconocer en él los rasgos de su hijo y para reconocer su error, aún vivían en su interior aquellos prejuicios antiguos que impedían a los hombres mostrar sus sentimientos frente a otros. En el presente, una parte de él estaba aún cautiva.

—¿Qué crees que va a pasar ahora? —Preguntó Martín.
—No lo sé —replicó en voz baja—, lo único que sé es que todo se termina aquí, ya no podemos hacer más.

Aguardaron en silencio, hasta que el hombre apareció momentos después; lucía un poco más repuesto, aunque ambos pudieron ver que había llorado.

—Hay algo que necesito saber. ¿Por qué están haciendo todo esto? Ustedes ni siquiera habían nacido en esa época.
—Lo estamos haciendo porque pensamos que esta conexión está sucediendo por alguna razón —explicó Rafael—; y lo que creo es que algo de ellos quedó aquí.
—¿En ustedes? —preguntó el hombre mayor, con un cierto tono de alarma.
—Tal vez, pero no somos nosotros, no es la misma vida, nosotros no somos las mismas personas; pero los hechos se repiten, la humanidad puede volver a pasar por los mismos ciclos. Me pregunté qué pasaría si sucediera una vez, que las cosas volvieran a pasar, que se diera la oportunidad de arreglar, aunque sea un poco las cosas.
Ya no podemos regresar el tiempo para evitar lo que sucedió, pero si pudiera hacer algo para que estuvieran mejor, para que puedan descansar en paz, eso sería lo correcto. Me gustaría creer que hay algo que todavía se puede hacer por ellos.

El hombre mayor lo miró fijo durante un largo rato; por su mente pasaron tantas ideas y tantas cosas de las que ya no podía hablar, tanto pasado que estaba cobrándole el presente.

—Usted es muy parecido a él; Miguel era un chico noble, más de lo que él mismo podía entender. Tome.

Le entregó un sobre con mano temblorosa.

—Esa cadena era de él. Le pregunté de dónde la había sacado y me dijo que la encontró en el campo; la tenía consigo cuando sucedió ese atentado, y fue una de las dos cosas que me pudieron entregar de él, porque su ropa estaba demasiado dañada. Me quedé con el anillo que le di cuando era un niño, pero siempre me pregunté por qué era que tenía esta cadena desde que era un chico y no tenía dinero; es extraño, pero nunca pensé que se hubiera robado o algo parecido, solo la conservé y dejé que pasara el tiempo, como lo hice con todo. También anoté una dirección, creo que es correcta, aunque no estoy completamente seguro.
—¿De qué es esta dirección?
—Era la dirección del padre de ese chico, de Joaquín, en esos años; creo que tenía una familia o un pequeño terreno ahí, es algo parecido. Búsquelo.

Rafael observó la cadena dorada, opacada por los años y la falta de uso; si ese era el regalo con el que había soñado, tal vez aún tuvieran una esperanza.

—Gracias. ¿No cree que podría venir con nosotros? Tal vez le haría bien hablar con él, usted dijo que fueron amigos.
—No podría hacerlo —replicó el anciano; su cansancio era muy evidente—, es algo más fuerte que yo, es que no podría mirarlo a la cara y disculparme con él, no hay forma de expresar cuánto lo lamento.

Martín comprendió que el hombre estaba en una situación muy compleja; después de tanto tiempo, de sufrir una pérdida en esas condiciones y de años de silencio, era muy difícil rehacer los caminos. Pero parte de todo eso, incluso por lo que sabía por experiencia personal, tenía que ver con conocer cuáles eran los errores y miedos propios, con enfrentarlos y ser capaz de convertirse en una mejor persona, tanto por sí mismo como por los que eran importantes para él. Todos podían mejorar y construir algo más positivo si tenían el coraje y la decisión de hacerlo.

—Lo que sucedió en ese atentado no fue su culpa.
—Pero yo no hice nada por él —Refutó el anciano—, lo dejé solo y de alguna forma también dejé solo a Joaquín. ¿Cómo puedo mirar a su padre ahora, como podría hablar con él si me siento tan culpable, tan inútil?
—No es necesario que sea ahora —dijo Rafael—, todo esto es difícil de asimilar, lo sabemos; piénselo, nosotros vamos a tratar de encontrar al padre de Joaquín y hablaremos con él. Sólo quiero que usted piense en su hijo: si usted realmente pensó las cosas, incluso si ahora no puede cambiar el pasado, siempre puede reconciliarse con su recuerdo.

Le entregó una nota con su número de teléfono escrito, y junto a Martín volvieron al auto. Durante un largo momento ninguno de los dos se movió ni habló.

—¿Crees que esa cadena es el regalo del que hablaste?
—Sí, o al menos quiero creer que lo es; después de todo lo que pasó, solo quisiera ver que podemos hacer algo, pero siento que todo depende del padre de Joaquín y me da nervios pensar que no nos vaya a resultar.
—Te jugaste todo con eso —dijo Martín—, es como si hubieras sabido lo que tenías que decir.
—Ojalá lo supiera.
—Pues yo sé la dirección de ese señor —Reflexionó el otro hombre—, según el mapa está a un poco más de una hora de aquí, tendríamos que pasar a cargar combustible en alguna parte y podemos ir ahora mismo ¿Qué dices?

El anciano se había devuelto al interior de lo casa. Rafael se preguntó si existiría una forma de que dejara de sentir esa soledad, porque no era soledad de no tener a alguien consigo, sino de no haber podido encontrarse a sí mismo en el momento indicado.

—Intentémoslo.


Próximo capitulo: No es necesario decir adiós

Las divas no van al infierno Capítulo 24: Encontramos amor




Después de la competencia del día viernes, los siguientes días de clase para las ocho finalistas se convirtieron en jornadas de ensayo, supervisadas por los maestros; además, fueron un poco más breves para permitir que las chicas preparan su última presentación en solitario, pues se les informó que la última participación sería en una modalidad diferente.

Charlene salió a recibir a Harry el miércoles en la mañana; no lo había visto desde la semana anterior.

—Por fin te dignaste a aparecer —dijo a modo de saludo—, me dejaste abandonada o algo parecido.

Harry iba a decir algún sarcasmo acerca de la incapacidad de ella para ver que él estaba ojeroso y cansado; muerto de sueño, agotado y harto. Pero decidió no mencionarlo.

—Estaba juntando votos para ti, por supuesto; sobre todo porque dijiste algunas cosas mal como la cantidad de meses que llevas colaborando con ese hogar y tengo que hacer lo posible para subirte en las listas.

Entró y fue directo al refrigerador para sacar una cerveza.

—Una botella de champaña —comentó alzando las cejas.
—Por supuesto, habrá que celebrar cuando gane el programa el viernes, así que tomaremos una copa en algún momento para festejar que seas mi representante oficial. ¿No puedes vestirte un poco mejor?

Harry iba vestido de azul oscuro con cadenas doradas y plateadas al cuello, y anillos brillantes en la mano izquierda; hizo un giro con estilo artístico y remató con una pose exagerada, sonriendo.

—Vamos a hacer una cosa. Cuando tú aprendas a leer y escribir como una persona normal, yo me vestiré de otra manera.
—Muy gracioso.
—Por otro lado —continuó, tomando uno de los collares con un dedo—, éste atuendo y mi maravilloso actuar son lo que me han permitido conseguirte más y más votos, así que no puedes quejarte. Ah, en ese bolso está el vestido de flequillos que querías para hoy, fue un parto conseguirlo a un precio decente, pero lo logré.

Charlene abrió el discreto bolso negro y extrajo de él un vestido blanco cubierto de cientos de flequillos que resplandecían ante la luz; lo admiró un rato y comprobó en la etiqueta que fuera original como le había dicho a su asistente que debía ser.

—Perfecto, lo hiciste muy bien, con este vestido hoy voy a parecer una novia.
—Tendría que ser rojo en ese caso —comentó el con tono divertido—, y con unos grandes lunares verdes.
—Cállate, tu no entiendes de los colores que me vienen perfecto.
—Y tú no entiendes de ecuaciones diferenciales ¿Cuál es el punto?

Charlene hizo un breve baile, como un vals, moviendo el vestido de un lado al otro.

—Todo lo que he tenido que aguantar con esas chiquillas ruidosas ha servido muy bien hasta ahora, porque la gente entiende que soy una mujer completa y dedicada, y humilde.
—Sobre todo humilde.
—La idea es perfecta para hoy, estoy segura —Continuó ella, ignorándolo—, porque voy a hacer la presentación de la despedida, como si no me importara si gano o no.

Harry se sentó y la miró con los ojos entrecerrados.

—Y eso te dará mas votos.
—¡Claro! —replicó ella—, porque las otras estarán intentando figurar a costa de todo, menos la tonta de Nubia, y yo estaré ahí atrás, humilde y sencilla, para que todos vean que soy sincera y me elijan. Marcar la diferencia va a ser fundamental.

Harry decidió dejar que ella se quedara con su ilusión; Charlene no iba a ganar el programa, eso era algo seguro, pero no iba a tratar de convencerla cuando faltaban unas cuantas horas para el penúltimo programa, y la final recién sería el viernes. De momento, su trabajo estaba completo.

2


Alberto estaba terminando su sesión de trote matutino cuando recibió una llamada de Sandra. Siendo el penúltimo programa, no había muchas opciones acerca de lo que iba a decirle.

—¿Puedes hablar?
—Sí.
—Bien, escucha esto: las piezas deben moverse hoy.

Las piezas eran todo lo que los bailarines habían estado obteniendo de información durante esos meses de competencia; se trataba de una larga lista de fortalezas, debilidades y oportunidades que la producción podía usar para hacer caer o subir a una de las participantes.

—¿Cuáles piezas?
—Excepto la número cuatro y seis —Respondió la fría voz de ella—, todas.

Alberto cortó la llamada y se quedó de pie en la vereda, pensando. Entonces la gente del programa quería que una de dos ganara ¿Por qué no sabotear a todas las otras y dejar libre a una, para que llegara en mejores condiciones a la final?
Se dijo que era un movimiento extraño, pero que por otro lado a él no le afectaba quién ganara y quién perdiera en esa competencia; el dinero que a él y los demás les ofrecieron para infiltrarse, ganar su confianza y obtener información útil ya estaba pagado. Marcó un número en el móvil.

—Nigel —Pronunció tan pronto le contestaron—, llama a los demás, necesito una reunión en cuarenta minutos.
—¿Tan pronto? —contestó la voz del otro lado de la línea.
—Sí, es algo urgente, pero vamos a cambiar el lugar, por si acaso.
—¿Alguien sospecha?

Hasta el momento, los movimientos de tobos habían sido perfectos; constantemente aparentando ser simples trabajadores dentro de la gran maquinaria de la producción, y todo el tiempo insistiendo en mantener las amistades o coqueteos con las concursantes en un estricto secreto. Incluso, cuando uno de ellos recibió una oferta por un trabajo por dos meses en otro país, inventaron que había sido despedido por hacerse amigo de una de las participantes, asegurándose de que todas se enteraran de esto para reforzar la idea de una producción inflexible.

—No, pero es mejor que nada falle, mucho menos ahora. Además, tendremos que estor todos coordinados, esto no puede fallar.
—Está bien, mándame los datos para reunirnos.
—Prefiero que no queden pruebas —Replicó, con frialdad—, reúnanse en el sitio donde bailó Massimo y les daré instrucciones.

Terminó la llamada y volvió a correr, en ese momento más rápido. En esa jornada todo tenía que salir bien.

3


Harris había insistido tanto en que se reunieran, que finalmente Valeria aceptó; de todos modos, ella también quería verlo, y ese sentimiento era cada vez más fuerte, aunque se negara a aceptarlo.
Se reunieron en una cafetería en un barrio discreto; él lucía elegante con una tenida en colores claros, compuesta por camisa blanca y pantalones a juego. Le invitó un café y dijo que quería hablar con ella y felicitarla por su avance.

—Estoy tan contenta de estar en la final —Estaba diciendo ella—, ha sido todo tan intenso, es increíble que ya pasaron varios meses desde que empecé en todo esto.

Se sentía halagada por la forma en que él la miraba con tanta atención, pero más por ese respeto por sus decisiones. Ella se había encargado de sostener la versión pública sobre la soltería de su identidad falsa, y él no había vuelto a mencionar nada sobre un acercamiento entre los dos después que ella dijera que no era el momento.

—Qué bueno que todo esté bien —dijo él, sin dejar de mirarla con intensidad—, yo sólo quería felicitarte por todo lo que lograste en el programa.
—Gracias.

Harris se puso de pie y se acercó a ella; por algún motivo, Valeria había anticipado que él iba a abrazarla, y se puso de pie con cierta alarma por un gesto así en un lugar público.

—¿Qué sucede?
—No creo que sea el lugar.
—Solo es un abrazo —replicó él, con simpleza—.  Tómalo como un abrazo de amigo o de colega.

Estar tan cerca hizo que todas sus defensas se derrumbaran; dejó que él se acercara, que le diera un suave beso en los labios y que la abrazara con ternura.
Y mientras lo estaba abrazando, sintiendo su corazón junto a su pecho, abrió los ojos, y vio a Jorge a unos metros de ellos, mirando con el rostro pálido y desencajado.

—Disculpa, no tenía que haber hecho eso —murmuró el bailarín, sin soltarla.

No podía hablar ni moverse; era como si su corazón se hubiese congelado junto a todo su cuerpo ¡Cómo podía ser que, entre todos los sitios de la ciudad, Jorge entrara precisamente a ese!
Pero su mente reaccionó al instante y todas las ideas vinieron al mismo tiempo; Harris no estaba mirando en esa dirección, lo que significaba que no sabría lo que pasaba a menos que ella tuviera una reacción exagerada o Jorge hiciera un escándalo. Y si Harris se enteraba de algo, toda su mentira quedaría expuesta.
Pero Jorge no haría algo como eso; con una expresión terrible en el rostro, salió de la cafetería.

—¿Qué pasa? —preguntó Harris cuando se separó de ella.

No podía dejar que el bailarín sospechara algo, pero tampoco dejar que Jorge se fuera de ese modo. Quizás no había hecho un escándalo en ese momento, pero desconocía por completo lo que podía pasar después.

—No es nada —respondió, luchando por controlarse—, es mejor que me vaya.
—Pero…
—Hablemos en otro momento ¿De acuerdo?

Salió rápido del lugar y tomó un taxi, sabiendo que Jorge iría en primer lugar al departamento; lo alcanzó cuando el recién estaba entrando.

—Vete —exclamó él cuando la escuchó entrar—. Lo mejor puedes hacer es irte ahora.

Valeria no sabía qué hacer; jamás había pensado en algo como eso ¿Cómo enfrentarlo?

—Jorge, escúchame.

Él le estaba dando la espalda; apoyado sobre el mueble de la pared, sus brazos temblaban por la rabia.

—Qué estúpido. Estúpido, estúpido, y yo esperándote todo este tiempo, soportando todo esto…
—Jorge, escúchame, no es...

Él se volteó y la miró con una rabia que jamás imaginó ver en sus ojos; su mandíbula tensa por la emoción contenida daba a su rostro un aspecto salvaje.

—Ni siquiera te atrevas a decir que no era lo que parecía. No te atrevas a decir eso. —repitió—. Estuve todos estos meses esperando, soportando que hicieras esa doble vida para estar en ese maldito programa de televisión, te he sido fiel como un animal, y todo para esto.
—Jorge, por favor, las cosas no son así.
—¡Te estabas besando con ese bailarín! —rugió él, con los ojos desorbitados—.Yo ni siquiera miré a otra mujer durante todo este tiempo ¿Qué es lo que me vas a decir  ¿Que fue la primera vez, que te tomó por sorpresa? Es un tipo guapo, joven y fuerte ¿Qué tan estúpido crees que soy? ¡Contéstame!

Al gritar dio un manotazo, con el que golpeó sin darse cuenta el florero, que estalló en mil pedazos; no pareció darse cuenta del golpe, ni de los trozos de vidrio que hacían que sus dedos sangraran. Valeria no podía hablar.

—Vete, en serio. No puedo verte.

4


Márgara había decidido ir temprano al centro comercial para comprar unos esmaltes de uñas; debido a que Fernando estaba trabajando, llamó a Miguel, su nuevo amigo bailarín y le dijo que la acompañara. Él era parte del equipo del programa, pero ella realmente nunca le había prestado atención hasta que, pasado el primer mes de participación, se toparon a la salida y empezaron a hablar.
Para ella era obvio que Miguel estaba interesado de un modo romántico, pero no le correspondía hacerle cargo de los sentimientos de los demás, principalmente porque todos sabían que estaba feliz y comprometida. Pero Miguel era muy amable, educado y simpático, por lo que se dijo que no había problema en ir a un lugar público como un centro comercial o a tomar un helado en su compañía, ya que podía charlar sobre distintas cosas de un modo amigable.
Ya habían salido de otra tienda, y ella caminaba con las pequeñas y coloridas bolsas de papel de los esmaltes, contenta y relajada.

—Estás de muy buen humor hoy.
—Oh, claro —respondió ella—, las clases por fin terminaron y solo queda un programa más además de hoy, va a ser divino.
—¿Por qué dices que va a ser divino?

Ella ladeó la cabeza y sonrió, un poco burlona ante la pregunta del bailarín.

—Porque voy a ganar, por supuesto ¿Por qué más?
—No estás hablando en serio.
—Claro que sí, tonto —Soltó una risa alegre—; es sólo cosa de ver las redes sociales ¿No es así?

Miguel la hizo detenerse, parándose frente a ella. Lucía algo divertido.

—Ya, en serio, tú no vas a ganar el programa.
—¿Por qué me dices eso? —preguntó ella, confundida.

El hombre soltó una carcajada sarcástica que la descolocó; si se trataba de una broma, no estaba entendiendo hacia dónde iba.

—Márgara, no puede ser que no te hayas dado cuenta en todos estos meses que es imposible que ganes el programa.
—¿Por qué sería imposible? —la voz de ella había comenzado a temblar—; soy favorita, la gente me quiere y aprecia mi talento.
—No, tú eres bonita —replicó él, cruzando los brazos mientras la miraba con una inconfundible expresión de superioridad—. Márgara, tú estas en el programa porque eres bonita, esa es tu importancia ahí, pero ¿Ganar? Eso no.

Márgara sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. ¿Por qué le estaba diciendo esas cosas?

—Eso no es cierto.
—Sí, lo es —reafirmó él, con frialdad—. ¿No te has tomado el tiempo de ver a las otras finalistas? ¿Con qué piensas competir tú? Cada vez que sales al escenario haces un poco de improvisación sexy, mueves el cabello y levantas una pierna, no puedes creer realmente que con ese nivel tan básico puedes vencer a las demás.
Este programa lo va a ganar Joanna por su talento; Alma porque es perfecta, lo podría ganar Nubia porque es como la cenicienta, o Lisandra porque se hizo un espacio al pasar de tonta a zorra. Lo puede ganar Charlene por esa tontería de la labor humanitaria, Sussy porque es graciosa, hasta Valentina por ese aspecto medio exótico que tiene ¿Pero tú? Tú solo eres bonita, sirves para adornar la pantalla.

Márgara estaba temblando, impotente ante las frías palabras de él; necesitaba que se detuviera.

—No entiendo por qué me estás diciendo estas mentiras, pero…
—No son mentiras, te estoy ayudando —corrigió él, con perfecta calma—. Deberías agradecerme, la verdad. Y deberías estar agradecida también por la pantalla, porque te dejaron estar mucho más tiempo que a otras que lo merecen más. Lo mejor que puedes hacer es buscar algo como ser modelo, pero de catálogo. No te alcanza para más.
—¡Eso no es cierto! —estalló, gritando entre lágrimas—. Yo tengo talento, yo soy una triunfadora.
—No —negó él, con una sonrisa cargada de condescendencia—, sin alguien que te sostenga en alto, tú no eres nada. Y lo vas a comprobar cuando salgas última y a la semana, nadie hable de ti.

5


Nubia había tomado la decisión de formalizar un noviazgo con Nick en la final del programa; todo estaba saliendo tan bien, que se dijo que era el momento indicado para hacerlo.
Pero como no quería que fuera una sorpresa para él ni actuar por sí sola, se dijo que debería hablar con él en persona y tomar una decisión; hasta el momento no habían hablado de un noviazgo con palabras concretas, pero para ella resultaba obvio que estaban en el camino de concretar algo como eso. Esa mañana de miércoles estaba pensando en qué momento hablarle del tema, cuando él le envió un mensaje y le dijo que estaría por el gimnasio de la calle Nueva Extremadura, por si tenía tiempo al mediodía para verse.
Tan pronto como llegó al lugar y se encontró con él en la puerta, se dijo que algo no estaba bien.

—Gracias por venir —Dijo el a modo de saludo; no le dio un beso en la mejilla como era su costumbre—. Tenía algo que hablar contigo y es mejor que sea ahora.
—¿Qué ocurre? —Preguntó ella, confundida.
—Pasa que tengo que decirte que nuestra cercanía —Usó un tono especial para la palabra, que se le antojó muy extraño—, eso tiene que terminar.

Se sintió un poco tonta al quedarse en silencio, sin comprender. Su lado lógico le decía que lo que Nick estaba diciendo era bastante claro, pero los sentimientos en esa jornada estaban primero.

—¿De qué estás hablando?
—De que conocí una chica —Explicó él, con simpleza—, no ha sucedido nada, por supuesto; está en el gimnasio y bueno, estas cosas son así, hemos empezado a hablar mucho, ella es culta y tiene tanto mundo, no lo sé, supongo que solo se dieron las cosas.

Esa descripción fue abrumadora para Nubia. Nick nunca le hablado a ella misma de ese modo en esos meses.

—El punto es —Siguió el bailarín—, que siento que me gusta, y no puedo estar así. Me acordé de cuando dijiste que la sinceridad en una persona es muy importante, y tienes razón; si hay alguien que me está causando algo, lo lógico es que sea honesto.
—¿Y cuando la conociste? —Se arrepintió al instante de haber hecho la pregunta, porque su voz salió con un inconfundible tono de reproche—, quiero decir, esto es muy raro.

Él se encogió de hombros como inicio de su respuesta.

—Solo estoy siendo honesto contigo, es todo. Pero escucha esto, fue divertido, lo pasamos bien este tiempo ¿No es así?

Quería salir de ahí y dejar de exponerse a esa humillación, pero era como tener los pies clavados al piso.

—Entonces eso es todo.
—La sinceridad, ante todo, eso dijiste siempre —Sonrió de forma amistosa—. lo importante era decírtelo a la cara, y que supieras que nunca estuve jugando a dos bandas; ni siquiera sé si a ella le interesaré o no, pero lo primero era dejar las cosas en claro.
6


La noche del viernes, cuando la euforia por el programa había pasado y el escenario estaba a oscuras, Lisandra fue la última en salir de las instalaciones del canal; había medios de prensa de espectáculos en las afueras del canal, y al igual que con las anteriores, se acercaron a ella para conseguir algunas declaraciones.

—Lisandra, te estábamos esperando.
—Perdón por la tardanza —Sonrió con picardía—, tenía un nudo en el cabello y no podía dejarlo así.
—¿Nos podrías dar tus impresiones sobre la final del día de hoy?

Ella se encogió de hombros.

—Creo que todas ya hablamos mucho en el escenario; eso es algo que agradezco, que además de presentarnos tuvimos la oportunidad de comunicar. Ahora hay que dormir y descansar ¿Se dan cuenta que casi son las dos de la mañana?
Ah, y ahora de verdad me tengo que disculpar, mi novio está esperándome. ¡Benjamín! Ahora voy.

El chico hizo un tímido gesto a cierta distancia.

—Siempre bien acompañada —Observó otra periodista, intentando hacerla hablar—. Tu novio te acompaña mucho.
—Soy tan afortunada —dijo ella como respuesta—, el entiende mi trabajo, aunque no es mucho de cámaras. Ahora queremos celebrar esta etapa y ver lo que viene para el futuro.

Se despidió de la prensa y apuró el paso hasta donde Benjamín la esperaba, junto a un taxi particular.
El camino no fue largo hasta el departamento en donde ella estaba viviendo, y que había comenzado a arrendar un tiempo atrás. Subieron de inmediato, en silencio, y el cerró la puerta.

—Ahora ya estamos solos.

La chica se había sentado en el sofá; seguía callada al igual que durante todo el viaje.
Benjamín tampoco había tenido ganas de hablar; esa farsa de noviazgo lo tenía cansado, y todos los regalos que venían de auspiciadores de ella que constantemente recibía no cambiaban mucho las cosas. Tenía dinero en la cuenta, y cosas, pero estaba vacío.

—Bien, ya se terminó —dijo en voz baja; odiaba lo que iba a decir, pero no podía callarse —. Te peleaste con tus padres por tu cambio de actitud, te fuiste de tu casa, empezaste a arrendar este departamento en un barrio acomodado, me pediste que fingiera este noviazgo para ayudar con tu imagen, inventaste una nueva versión de ti que es una especie de mujer fatal, llegaste a la final, y el primer lugar se lo llevó Sussy.
El segundo, Alma, y el tercero, Joanna.
¿Sirvió todo lo que hiciste? ¿Sirvió cambiar hasta ser otra persona?

Lisandra no contestó; el llanto que había estado conteniendo todo ese tiempo no le permitió hablar.

Al mismo tiempo, Charlene estaba llegando al departamento; estaba cansada de todo y quería mandar el mundo al demonio, pero hasta no estar tras paredes seguras, sabía que no podía perder la actitud.

—Hasta que apareces.

Ni siquiera volteó al escuchar la voz de Harry, y se limitó a poner la llave en la cerradura y dejar la puerta abierta mientras dejaba el bolso de mano en el mueble.

—No sé por qué, pero me imaginé que no iba a volver a verte.
—Hola Harry ¿Cómo estuvo tu día? —la imitó él.

Charlene se sentó y lo miró, un poco sorprendida de verlo de tan buen humor.

—Supongo que esta es la parte donde me dices que tengo que pagarte por tu trabajo de asistente en estos meses —Dijo con cansancio—, pero como te darás cuenta, no hay nada.

Aún le dolía la pierna después de la caída en el escenario; era obvio que alguien había saboteado su parte, pero eso ya no importaba.

—No, rubia debilidad, no es esa parte. Nunca puse mis esperanzas en que ganaras.
—Oh pues muchas gracias —replicó ella, con acidez—, pudiste decirlo hace meses en vez de soltar toda esa palabrería sobre llevarme al estrellato.

Harry revoleó los ojos; por suerte su plan había funcionado.

— Charlene, nunca fue sobre este programa. Aparte de conseguirte votos y accesorios, lo que estuve haciendo durante este tiempo fue hablar muchas veces con empresarios que quisieran apoyarte. El lunes tienes una reunión con unos ejecutivos que quieren contratarte para que conduzcas un programa estilo “Conociendo la ciudad” para su canal de cable.

Charlene había entendido todo, pero se detuvo en otro punto al hablar.

—¿Por qué no me lo dijiste? Harry, estuve sufriendo como una bestia todo este rato.
—Pasando por alto que aún no me agradeces —replicó él con sorna—, es porque vendí el cuento de que eras casi como esas protagonistas pobres de telenovela, y si te lo decía, obviamente te ibas a relajar y todos nuestros planes se irían por la basura.

La rubia iba a rebatir, pero tuvo que reconocer que eso era verdad; dio un largo suspiro.

—Qué alivio, ya estaba pensando en meterme a un reality.
—¿Y mis felicitaciones? —Reclamó él, falsamente ofendido.
—Saca la champaña, hay que celebrar —Dijo ella, sonriendo—. Lo hiciste de verdad muy bien, Harry. Así que un programa de televisión, eso es un muy buen paso, pero hay que planear muy bien cómo seguir.

Harry descorchó la champaña y sacó dos copas; haber logrado eso era un gran paso para él también, y no estaba dispuesto a ocultar su satisfacción por eso.

—Ya estás tramando algo.
—Por supuesto, no hay que confiarse —Bebió un corto trago y sonrió ampliamente—, ah, yo cumplo lo que prometo, desde ahora serás mi manager oficial, y más vale que nos pongamos a trabajar, porque desde aquí, quiero alcanzar las estrellas.
—Esa es la actitud, leona. Pero ahora brindemos por este triunfo, y porque no tuviste que entrar a uno de esos programas donde todo está manipulado.


6


Un poco más temprano, Márgara había llegado al departamento, y se encontró con Fernando sentado en el sofá de la sala.

—¿Por qué no me contestas el teléfono? —exclamó, arrojando la cartera a un lado—, necesitaba que me fueras a buscar ¿No te importa que no haya ganado? Es obvio que alguien cambió las votaciones y por eso pasó todo esto ¿No me vas a decir nada?

El joven desvió la mirada por un momento a la pequeña caja en donde tenía cosas de su trabajo, y suspiró.

—Me despidieron.
—¿Qué? —exclamó ella, confundida.
—De mi trabajo, me despidieron. ¿Recuerdas todas esas veces que me llamaste el miércoles? ¿Recuerdas que al final te contesté, cuando me hablaste de esa discusión con tu compañero de trabajo?
—Oh, ese hombre horrible —Soltó ella, pasando por sobre sus palabras—, y hoy tuvo el descaro de estar ahí como si nada.

Fernando se tapó la cara con las manos; en ese momento estaba escuchando otra vez las difíciles palabras de la madre de ella, y al hacerlo quería gritar o romper algo. Quería gritarle que él tenía un problema y necesitaba su apoyo esa vez, no exigencias ni reclamos.

—Acabo de decirte que me despidieron ¿No vas a decir algo sobre eso?
—Bueno —Ella pareció incómoda con la pregunta—, si es un despido injustificado los demandas y eso es todo.
—No, no es eso —replicó poniéndose de pie—, me advirtieron el miércoles que no podía estar hablando por teléfono.
—¿Y no puedes decir que es una emergencia?

La pregunta en tono escéptico lo hizo callar por un segundo; se calló de nuevo todo lo que pensaba.

—Voy a salir.
—¿Adónde vas? —preguntó con voz chillona—. No puedes hacer eso ¿Vas a dejarme hablando sola? Tuve un día horrible con todo lo que pasó en la final.

El hombre estuvo demasiado cerca de decirle que ella ya estaba hablando sola, pero lo evitó; la seguía amando demasiado.

—Voy al bar de Henry. Me voy a tomar una cerveza. O dos, o diez, no importa. Y no te preocupes por enfadarte y echarme del cuarto, cuando regrese dormiré aquí en la sala. Buenas noches.



7


Valeria llegó al departamento con una sensación global de frustración y agotamiento.
¿De qué le había servido todo lo hecho hasta ese momento? Ni siquiera por las mentiras y la forma en que se mantuvo en el programa, sino por todas esas semanas de estar interviniendo en las presentaciones de las otras participantes, haciendo algo para perjudicarlas día a día según las instrucciones exactas de Sandra. Se dijo una y otra vez que eso era parte de los sacrificios que debía hacer para subsistir en ese mundo, pero lo cierto es que la culpa de saberse responsable de dañar los sueños de las otras empezó a afectarla.
Le dijo en más de una ocasión a la productora que necesitaba los resultados y ver que todo eso había servido para algo; le repitió que necesitaba ganar el programa o al menos quedar entre las mejores tres, y esa mujer le aseguró que podría hacerlo, que solo tenía que seguir las ordenes al pie de la letra.
Jorge la había visto con el bailarín en la peor situación posible, y después de eso, como si no fuera suficiente con ese estrés y angustia, la productora había cortado todo contacto con ella, y como si fuera una premonición, no consiguió posicionarse entre las tres mejores del programa. La dejaron sola.
Estaba sola, se sentía culpable por haber saboteado las presentaciones de sus compañeras las últimas semanas, y Jorge estaba tan furioso que ni siquiera le contestaba el teléfono.
Marcó el número de Harris, y se sorprendió al escuchar música fuerte de fondo.

—¿Hola?

La voz de él se escuchaba eufórica, y eso la descolocó.

—Harris, soy yo.
—Lo sé, tu nombre apareció en la pantalla —Replicó con una risa—. ¿Qué ocurre?
—Pensé que podríamos hablar —Respondió, sin saber muy bien por qué seguía hablando cuando claramente él estaba en una fiesta—. Como estuviste ensayando tanto ayer y no pudimos hablar.
—Valentina, estamos en la disco —Él sonaba muy alegre mientras hablaba—, acaba de terminar el programa, podemos divertirnos, por unos días no hay horarios ni exigencias ¡Hay que vivirlo! ¿O qué, eres una vieja de treinta que se queda en casa sacudiendo?

Esa expresión la desarmó por completo; nunca lo había visto hablar de esa forma, y aunque no podía saber si lo estaba diciendo a propósito o sólo como una frase, se sintió tonta al tratar de seguir hablando con él.

—Como sea —Estaba diciendo el bailarín—, estamos en una disco genial, si te animas dejé la localización en Pictagram.

Se escuchó su despedida un poco a lo lejos, mientras la música engullía todo antes de cortar la comunicación. Valeria se dio cuenta de que estaba completamente sola.

En tanto, Harris se guardó el móvil en el bolsillo de la camisa y se acercó a los demás bailarines, que estaban junto a una mesa en donde había alcohol y distintas cosas para comer.

—¿Cómo resultó? —Preguntó Alberto.
—Perfecto —Respondió, sonriendo—, se quedó muda cuando le dije lo que me aconsejaste ¿De verdad tiene casi treinta?
—Así es —Replicó el líder del grupo—, tiene algunos fantasmas ocultos.
—Vaya, eso sí que es raro.

Harris se unió al grupo, y Alberto fue hacia un costado, por donde venía regresando Nigel con unas copas.

—Gracias.
—El bar está a reventar, pero conseguí los tragos perfectos ¿Cómo va todo?
—Harris ya se deshizo de Valentina, así que oficialmente estamos todos libres de este trabajo y todo salió de acuerdo con el plan. Pero quiero preguntar algo —Siguió con una sonrisa—. Hoy cambiaste todo a última hora y dijiste que no era necesario hacer nada contra Charlene. ¿Tú dañaste el escenario?

El otro hombre se encogió de hombros, sonriendo ampliamente.

—Solo digamos que alguien tenía que bajarla de donde estaba.
—Pero se las va a arreglar para seguir en este mundo y habrá que verla, estoy seguro.

Nick también lo estaba, pero eso ya no era problema. Tarde o temprano lograría hacerle algo de daño.

Mientras los bailarines celebraban su finalización de trabajo, Kevin Aim descendió de su auto y le dijo al chofer que esperara con el motor en marcha; esa visita no tomaría mucho tiempo.
Había descubierto que Sandra estaba manipulando las cosas por su cuenta, para lograr que su elegida se convirtiera en la ganadora del certamen; estaba contando con la ayuda de una de las participantes, y estaba saboteando las participaciones de las otras para que sus errores se vieran en pantalla, y eso las perjudicara en el juicio que emitía el público a través de las redes sociales.
Que lo hiciera, que ganara.
Su plan no había sido descubierto, y en ese momento podía decir que el verdadero triunfo era solo suyo, porque el programa siempre fue una pantalla para sus verdaderas intenciones.

—Buenas noches —Saludó cuando abrieron la puerta.
—¿Usted?
—Sí, yo —Respondió con calma, saliendo que era lógico que ella estuviera confundida de verlo ahí—, lamento la hora ¿Podemos hablar?

Era una de las ocho finalistas del programa; después de ese día viernes de alto rating y muchos comentarios en las redes, después de las luces y las notas de prensa que inundarían los programas misceláneos durante los días siguientes, lo único que importaba era esa breve e informal reunión. El programa jamás había sido relevante.

—Estoy sorprendida, como el programa ya terminó.
—Sí, pero no es exactamente de eso de lo que vengo a hablar —Respondió mientras entraba—, vengo a hacerte una pregunta ¿Quieres seguir en el mundo del espectáculo?

La expresión confundida de ella pasó de inmediato a una de determinación; por supuesto, toda la exigencia en las clases, la forma en que se manipularon las redes para que ciertos comentarios, positivos o negativos, fueran más visibles, los meses de ensayos, los premios y regalos de los auspiciadores, todo había sido programado paso a paso para generar ese tipo de reacción; lo que había provocado era que un grupo de chicas que querían estar en ese mundo, se transformaran en personas que desearan más que cualquier otra cosa seguir ahí.

—Sí, por supuesto.
—Entonces podemos hablar de negocios.
—Pero el programa —replicó ella.
—Olvídate del programa —La interrumpió él—, eso es pasado. Tengo un contrato con unos auspiciadores que creen en tu talento y en mi capacitad creativa. Te propongo que firmes con ellos, y te convertiré en algo mucho más grande que una simple participante de programa de talento.

La chica estaba sorprendida, pero procesó rápido la información; en realidad, esa decisión ya estaba tomada.

—Claro que me interesa.
—Entonces es una cita. Te voy a convertir en algo mucho mejor.
—¿En qué? —preguntó ella.
—En una celebridad.


Fin