Narices frías Capítulo 06: Burbujas




Nelly siempre había querido un pez.
Pero su vida nunca había estado regida por sus decisiones, sino por las de los demás; recién cuando enviudó a los setenta y ocho años se dio cuenta de eso y pensó que ya era tarde, que los sueños y las esperanzas estaban atrapados en el pasado, conectados con una persona inexistente en el presente que vivía.
Sus padres, en otro tiempo y en otra ciudad, decidieron que lo mejor para ella era estar en un internado hasta terminar sus estudios formales, y después decidieron que era bueno que conociera un hombre trabajador, correcto y de buena familia. Ernesto era un buen hombre, y dijo que ella le interesaba mucho, así que como sus padres estaban de acuerdo, en determinado momento se casaron y empezaron una vida de matrimonio.
Décadas después, él ya no estaba, sus dos hijos ya eran adultos, y ella estaba sola en el departamento; antes de morir, Ernesto dejó encargado que sus hijos vendieran la casa matrimonial y compraran ese departamento en una zona muy bonita en el distrito, para que ella pudiera estar en un lugar cómodo, pero no tan excesivamente grande, bien ubicado y a solo cuarenta minutos por la carretera urbana de las casas de sus hijos, quienes ya no vivían ahí desde que formaron sus propias familias.
Desde luego que sus hijos no iban a visitarla; estaban ocupados con sus trabajos, familia e hijos, y todas esas cosas consumían su tiempo. Nelly sabía que estaban muy ocupados, así que en ningún caso los presionaba, porque eso sería incorrecto.
Sus dos hijos llamaban ocasionalmente para saber cómo estaba; Olga llamaba un domingo por la mañana mientras la familia desayunaba, y Felipe, un sábado en la tarde. Todos los meses llamaban, preguntaban por su salud y le contaban alguna cosa del trabajo o de los niños; siempre eran llamadas bastante breves, porque tenían mucho que hacer.
Su esposo había muerto dos años atrás, después de vivir una corta enfermedad; el médico y sus hijos dijeron que había sido mejor que no sufriera durante un largo tiempo, y que su consuelo estaría en que él fue un hombre próspero y que se ocupó de su familia y sus responsabilidades. Que su vida había sido plena.
Ella lo había querido, por supuesto; era un muy buen hombre, y juntos llevaron a cabo la tarea sostener una familia y criar hijos como personas de bien. Pero Nelly nunca había tomado sus decisiones pensando solo en ella, e incluso al estar ahí viviendo sola, seguía haciendo las mismas cosas que cuando estaba en su casa matrimonial.
Y quería un pez.
No sonaba como algo demasiado complejo de hacer, y así se lo dijo una tarde; algunas personas tenían una mascota, pero ellos nunca lo hicieron porque Ernesto decía que no era correcto. Quizás estaba demasiado vieja para tener un perro o un gato, porque eso la obligaría a hacer cosas como salir a pasearlo o cargarlo en algún caso, y no quería hacerse daño en la espalda; pero no significaba que no hubiera otras opciones, y eso la hizo pensar en el pez.
Tenía una aplicación para ver internet en el móvil, pero nunca la ocupaba; solo veía televisión, pero cuando comenzó a pensar en el pez, se dijo que ahí podría encontrar alguna información porque la internet era como una gran biblioteca.
Encontró un sitio en donde decía que lo mejor era tener uno o dos peces de agua dulce; solo había que alimentarlos una vez al día, y necesitaba una pecera de ciertas dimensiones. Decía que para dos peces de tres centímetros necesitaría un acuario de capacidad de quince litros, pero ella no sabía de qué porte eran los peces ni cuánto espacio ocupaba un acuario que pudiera contener quince litros de agua, y se le hizo muy complicado buscar eso en la internet porque no sabía cómo hacerlo.
Entonces, como si fuese una coincidencia magnífica, en la televisión pasó el anuncio de Narices frías en donde aparecía Elías Restrepo; ella lo había visto en películas muchos años atrás, y cuando lo vio, Reconoció sus gestos y su voz tan particular, aunque le pareció que él estaba mucho más joven que en el pasado; decía que cualquier persona podía tener una mascota, y que sólo había que ir a uno de los centros, sin ningún tipo de compromiso.
Nelly había aprendido a buscar en el mapa en la internet; escribió el nombre de la institución y vio que había un centro muy cerca de su dirección, decía que en un taxi tardaría solo diez minutos. Así las cosas, se dijo que iría al día siguiente, y así lo hizo.
Esa mañana de octubre era muy bonita y luminosa, y eso la animó a sentir que estaba tomando una buena decisión; además, sólo iba a hacer unas preguntas, y si no estaba segura, no había ninguna clase de compromiso, Elías Restrepo lo había informado con toda claridad y él no mentiría.
El edificio al que llegó ese miércoles era muy elegante; tenía una entrada amplia con puertas automáticas, y en el mesón de recepción había un joven muy amable que le dio la bienvenida, y le dijo que desde luego que tenían peces, y que, si quería verlos, sin duda una persona la acompañaría y le entregaría toda información que necesitara.
Una jovencita la acompañó hacia una sección especial del edificio, y le explicó que los peces eran sensibles, así que lo más indicado era tenerlos en un lugar silencioso y tranquilo, en donde no entrara luz de sol. Nelly se dijo que eso no sería complicado en su departamento; allí no entraba la luz del sol, porque todas las ventanas quedaban cubiertas por las sombras de edificios cercanos. Cada día que había sol en el exterior, ella era ciega a su luz, solo una espectadora lejana de un espectáculo dorado.
La chica que la estaba atendiendo le mostró las peceras, y le explicó que, si decidía adquirir uno, en ese lugar podían proporcionarle la pecera adecuada y todos los implementos que iba a necesitar para darle el mejor cuidado; necesitaría un aparato que limpiaba el agua, un termómetro para mantener la temperatura apropiada, y un alimento correcto para la especie que escogiera.
Nelly sintió un poco de vergüenza por hacer cierta pregunta, pero de todos modos se animó, y preguntó si sería apropiado que alguien de su edad adquiriera una mascota; la chica le dijo que era algo muy común, y que ella podía hacerlo sin ninguna clase de problema. Además, en ese lugar estaban preparados para asistirla en todo lo que necesitara, y por supuesto, ella no debía preocuparse por el traslado e instalación de todo lo necesario, porque ellos se encargarían de eso para que fuera una grata experiencia.
Los que llamaron su atención fueron unos de un color dorado intenso; parecían de la forma de cualquier pez según ella, pero la cola y la aleta dorsal terminaba en un extremo alargado y casi transparente, que como una cinta ondeaba de forma elegante al compás de sus movimientos. La joven le dijo que esos pequeños peces se llamaban carpines dorados, y que sin duda sería una grandiosa elección, si es que ella estaba segura; se quedó de pie frente al acuario, siguiendo con la vista el movimiento que como una danza los hacía desplazarse por el agua sin oposición.
Y de pronto, uno de ellos nadó en su dirección, o eso le pareció a ella; se desplazó hasta quedar frente a su rostro, y en seguida otro se ubicó a su lado; quizás fuese una tontería, pero ella pensó que eso era una señal o algo por el estilo, y llamó a la joven, diciendo que quería esos dos, si era posible.
Sí, desde luego que era posible, y al confirmarlo, la joven trajo un artefacto parecido a una red cuadrada, con el que tomó a esos dos peces con una gran cantidad de agua, para que estuvieran cómodos. Le pidió que la acompañara, y juntas fueron hacia una sala especial en donde otras personas estaban listas para completar el proceso de traslado; pusieron a esa pareja de peces en un acuario especial, y prepararon todo lo indispensable para hacer la instalación en su departamento, ya que ella dijo que estaba bien si lo realizaban esa misma jornada.
Después de despedirse de la amable joven y del recepcionista, Nelly llegó a su departamento en muy poco tiempo y se encontró con el equipo que iba a instalar el acuario; buscaron el lugar más indicado, en la sala, justo al lado del cuadro clásico que colgaba en la pared, y con gran facilidad y pulcritud depositaron el acuario, poniendo todo en funcionamiento. El joven le explicó cómo verificar el termostato y le dejó un colorido folletín en donde se explicaban todos los cuidados que era necesario aplicar, pero tuvo especial interés en recordarle que, ante cualquier duda, existía un número de teléfono al que podía contactar en cualquier momento del día, todos los días, en donde una persona especializada resolvería cualquier inconveniente. También le dijo que existía un servicio técnico preparado para cualquier eventualidad, no tenía costo y vendrían en un instante si es que era necesario.
A Nelly le pareció que todo eso era muy correcto, ya que tener mascotas era un asunto serio y no podía tomarse a la ligera; más aún para alguien como ella, que no sabía nada de esos indefensos animalitos.
Eventualmente el silencio volvió a su departamento, y pudo quedarse a solas con sus nuevos inquilinos; se preguntó si sería apropiado darles algún nombre, porque no estaba segura de poder distinguirlos. Acercó una silla al acuario, que en su opinión lucía muy bonito y elegante con sus bordes de color bronceado metálico, y se sentó frente a ellos, buscándolos con la mirada.
Entre piedras diminutas surgía la luz, como ojos multiplicados que observaban todo lo que ocurría alrededor; su mirada se difuminaba por el agua, en ondas calmas y constantes, a través de las cuales la vida se sostenía de forma indefinida. A través del agua nada moría, todo permanecía hasta la eternidad.
Estuvo estudiándolos durante un largo rato; se desplazaban de un punto a otro como si estuvieran flotando en el aire, ignorantes del peso del agua sobre sus cuerpos; eran muy similares, pero después de un rato, se dio cuenta de que no eran exactamente iguales: uno de ellos tenía una especie de sombreado un poco más oscuro sobre las aletas, lo que le permitió diferenciarlos con facilidad; uno era dorado brillante, el otro, dorado sombra. Decidió que cuando tuviera la vista acostumbraba a ellos les daría algún nombre.
En determinado momento, vio que ambos nadaban hacia el punto en donde el artefacto lanzaba burbujas a un ritmo constante; le pareció que ambos se quedaban suspendidos alrededor, como si cada pequeña burbuja fuera un espectáculo único, una nueva y novedosa mezcla mágica de aire y luz que pujaba por llegar hasta la superficie. Ignorantes de la conjugación de vida y muerte que subsistía en cada una de esas esferas insignificantes, seguían el movimiento de unas y otras, hipnotizados por su ritmo y el tenue reflejo de la luz que desde el fondo se multiplicaba por miles.
Parecía que podrían estar así, flotando en la pequeña inmensidad de su océano, mirando el ciclo de nacimiento y muerte, hasta el fin de los tiempos.


Próximo capítulo: Entre hojas y piedras

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