Contracorazón Capítulo 23: Sombras




Rafael llegó a su departamento con una gran sensación de desasosiego en su interior, y una serie de contrastes.
De ninguna manera estaba arrepentido de sus actos; lo que sucedió con ese automóvil era la demostración empírica de que estaba en lo correcto, y de ese modo, sus acciones eran las indicadas a pesar de las consecuencias. Sin embargo, las consecuencias no estaban en su rango de opciones, simplemente porque nunca había pensado en el panorama que tuviera lugar tras los acontecimientos que quería evitar; de alguna forma había asumido que al tener éxito en ayudar a Martín, todo volvería a la normalidad eventualmente.
Se quitó la ropa y se miró en el espejo del baño: tenía un moratón enorme en el lado izquierdo de la cadera, lo que explicaba la dificultad al caminar, y algunos raspones en las piernas y brazos; sacó la botella de desinfectante para heridas y se aplicó en las zonas, hasta cierto punto ignorante del escozor que se producía en estas por estar pensando en todo lo sucedido.
Si tenía que enfrentar el perder a Martín como amigo, le parecía un precio justo por haber evitado que le ocurriera algo malo; en ningún momento había pensado en su propio bienestar, y aunque al verlo en retrospectiva había sido muy arriesgado e irresponsable, lo que más le importaba era haberlo conseguido.
Poco después de salir de la ducha vio que su móvil anunciaba una llamada de Martín; a pesar de querer recibir algún tipo de comunicación, lo primero que pensó al respecto es que podría ser una mala noticia, pero dado que no tenía sentido intentar evadir el tema, contestó.

—Martín.
—Hola.

Por primera vez desde que se conocían sintió esa evidente incomodidad del otro lado de la conexión. Se acercó ala ventana y vio que las luces del departamento no estaban encendidas, lo que significaba que de seguro él no se encontraba allí.

—Escucha, yo —el trigueño carraspeó, incómodo—. Sé que cuando sucedió todo me comporté de una forma brusca, fui agresivo y eso no estuvo bien.

Esa expresión graficaba con claridad el carácter noble de Martín, pero de todos modos a Rafael eso se le hizo innecesario.

—No tienes que disculparte.
—No, es lo correcto que reconozca si hice algo mal —lo interrumpió con determinación—, y no estuvo bien que te hablara de ese modo, lo siento.
—No hay nada que disculpar, en serio —replicó Rafael—, además fue una situación tensa, es natural que uno esté angustiado o algo así.
—Sí.

Nuevamente sucedió un silencio, y Rafael se quedó a la espera de lo que fuera que Martín tuviera que decirle; al fin, el otro hombre se animó y siguió hablando.

—Escucha, sobre lo que pasó en la mañana...
—¿Sí?
—No quiero que parezca que soy un malagradecido —era evidente que estaba luchando por conjugar las palabras del modo correcto, al tiempo que batallaba contra un sentimiento que era distinto, o quizás más fuerte de lo que quería decir—, de verdad te agradezco por haberme ayudado cuando sucedió lo del auto.
—Martín...
—Déjame hablar —lo interrumpió con intensidad—, no quiero que te lo tomes a mal, en serio; es muy importante lo que hiciste porque también te arriesgaste mucho cuando pasó eso. Pero eso no cambia lo que dije con respecto a lo que tú dijiste después, porque eso es diferente.

Quería insistir en que no se trataba de situaciones personales, sino del curso de los acontecimientos, pero Martín no lo estaba dejando hablar.

—¿Te has puesto a pensar que en esta vida uno tiene realmente muy pocas cosas? Quiero decir, lo que compramos, o el trabajo, esas cosas vienen y van, pero la vida que tenemos, las experiencias y todo lo que pasó es algo propio. Es único y yo… yo no puedo aceptar que eso no sea mío.
—Nada te va a quitar lo que eres o lo que has vivido —se apuró en decir—, no se trata de eso, en serio.

Pero Martín nuevamente se adelantó y siguió hablando, haciendo caso omiso a sus palabras.

—Como sea, mira, solo olvidemos todo esto ¿De acuerdo? Dejemos pasar unos días hasta que todo quede en el pasado.
—Si no quieres seguir manteniendo contacto conmigo…
—No, no es eso, somos amigos. Solo dejemos que pase el tiempo, para que todo vuelva a ser como antes. Estoy donde mis padres y salí a comprar, ahora tengo que volver.
—De acuerdo.

Pareció que iba a cortar, pero a último momento cambió de opinión y retomó la conversación.

—Le dije a Carlos que te habías despertado con una indigestión y que por eso no habías podido venir; te lo digo para que lo sepas.
—Sí, está bien.
—Hablamos después.

Martín colgó y se quedó sentado en el banco de madera de la plaza en la que estaba; había inventado que quería tomar un determinado tipo de gaseosa y salió a comprarla, pero en realidad era una excusa para salir y hacer esa llamada telefónica con tranquilidad.
¿Por qué entonces se sentía tan incómodo?
Se había dicho que lo correcto era llamar a Rafael y decirle lo que estaba sintiendo, explicarle que no estaba enfadado con él, pero al momento de hacerlo sintió que no estaba usando las palabras correctas, y que además la forma no era la adecuada. Sonaba demasiado frío e impersonal, como si de algún modo no estuviera siendo sincero o transparente por expresarse por teléfono, sin mirarlo a la cara.
Rafael era su amigo y eso no había cambiado para él; que se hubiera puesto en peligro para ayudarlo no solo era un gran gesto, sino que reforzaba el sentimiento de amistad y respeto que tenía hacia él. Pero a la vez hacía que el conflicto por esas palabras fuera más grande, porque de algún modo lo veía como un ataque.
Lo que no quería reconocer es que estaba aterrorizado.
La sola idea de que alguien, quien sea, sugiriera que su vida no estaba dirigida por él sino por alguien más resultaba perturbadora, porque lo dejaba en un espacio donde no había de qué sostenerse. Su núcleo era su familia, sus padres y su hermano, pero pensar que eso pudiera no pertenecerle hacía que se desatara una parte más instintiva de su ser, una que intentaba proteger a los suyos con toda su energía.
El problema en eso es que Rafael era su mejor amigo ¿Cómo lidiar con ambos sentimientos? No quiso admitirlo, pero se dijo que la mejor forma era sepultar ese hecho y las explicaciones de Rafael, y dejar que el tiempo pasara.
Asumir que nada de eso sucedió, aunque en el fondo sabía que eso no era una real solución.

Rafael, en tanto, se quedó pensando en las palabras de Martín, y no pudo evitar quedarse con una sensación agridulce respecto a esa situación; no esperaba bajo ningún término causarle problemas como eso, pero ¿Acaso no era algo parecido a lo que le había pasado a él mismo en un principio, cuando fue consciente de aquellos extraños sueños? La diferencia entre ambos es que a él nadie le había dicho de aquello, se trataba de una experiencia propia, sobre la que había aprendido paso a paso, sintiendo todo tipo de emociones y viviendo también la incredulidad y la negación. Él había tenido toda esa evolución y además el adicional de la visualización en primera persona, que le otorgaba un tipo de conocimiento distinto y que era sensorial, algo que no podía explicar.
¿Se habría roto su amistad?
Odiaba esa incomodidad percibida a lo largo de la llamada; incluso hablando por teléfono, siempre se había mantenido el tono alegre y amistoso entre ambos, por lo que ese cambio era muy brusco y no le agradaba. Era como si Martín no estuviera seguro de qué decir o qué no, o peor aún, que no estuviera decidido a hablar con él ; deseaba que las cosas se arreglaran entre ellos, y aunque en realidad quería compartir esa experiencia, se resignó al silencio y el olvido.
Se tendió de espalda en la cama pensando en todas estas cosas, hasta que el cansancio y el sueño se apoderaron de él.

2


Martín comenzó la semana en que ya estaba sin trabajo con mucho que hacer; la idea que había tenido de comprar elementos para realizar serigrafia y luego venderlos había resultado perfecta, y para ese martes tenía tres acuerdos, de modo que se levantó temprano y se preparó un desayuno contundente para salir lleno de energía.
Estuvo ordenado las cajas con el material que iba a vender, y poco antes de salir habló con una persona que le solicitaba implementos para realizar impresiones permanentes en vidrio; no sabía acerca del tema, pero decidió alargar eso diciendo que estaba realizando una venta en ese momento y devolvería el llamado más tarde para darse tiempo a revisar en la red si existía alguna posibilidad al respecto.
Poco más tarde, cuando ya había entregado la primera caja e iba a entregar una pequeña a otro sitio, recibió una llamaba de su hermano.

—Hola —saludó con energía.
—Hola ¿Cómo va tu día?
—Perfecto —replicó confirmando la hora—, ando de viaje por la ciudad, aplanando las calles; a este paso me voy a convertir en todo un empresario.

Al menos hasta la última vez que hablaron del tema, Carlos se había tomado con tranquilidad lo del trabajo, y bastante curioso con respecto a ese emprendimiento personal; Martín estaba sorprendido por el éxito que estaba teniendo, pero sabía que al ser un tipo de trabajo independiente no podía confiar de forma indefinida en que fuera a funcionar.

—Pero no camines demasiado. ¿Extrañas el auto?
—Solo un poco, la verdad no me molesta caminar —replicó con ligereza—, además lo estoy viendo como una oportunidad de conocer la ciudad, voy a pasar por calles que ni sabía que existían.
—Tienes razón ¿Y cómo está Rafael?

La pregunta lo descolocó, pero reaccionó y habló con la mayor naturalidad posible.

—Bien, está trabajando, claro.
—Me alegro —respondió su hermano menor—, escucha, quería saber si más tarde puedes venir.

Martín se sintió aliviado por el cambio del tema, porque al no haber hablado con Rafael desde el día anterior no sabia nada de él.

—Sí, no creo que tenga algún inconveniente ¿Alguna novedad de tu nueva ocupación?
—Si, algo hay de eso, ahora mismo estaba dibujando.
—Me gusta esa actitud.

Estaba realmente feliz con la energía que tenía su hermano menor para ese proyecto; en un principio había pensado ver la forma de ayudarlo haciendo algún tipo de publicidad o buscando potenciales clientes, pero se detuvo a tiempo para meditar acerca de ese asunto. Su hermano era un jovencito, no un niño, y así como había desarrollado toda esa idea por si solo, era capaz de proseguir por su cuenta, sin que él se entrometiera; su trabajo era estar a su lado y dispuesto a apoyarlo en caso de necesidad.
Miró en la lista de contactos y se quedó un momento en el apartado de Rafael; pensándolo bien, era primera vez desde que entablaron amistad que no hablaban de forma regular, y se dijo que tal vez debería terminar con ese distanciamiento. Hablaría con él al día siguiente.

Mientras tanto, Carlos fue a la sala a hacerle una pregunta a su madre.

—Mamá ¿Qué opinas de Rafael?

Ella lo miró con cariño, aunque ocultando perfectamente lo que estaba sintiendo en realidad; de momento prefería quedarse con la mejor parte de todo eso, que era la genuina preocupación de uno de sus hijos por el otro: esa unión y cariño verdadero era una de las mejores cosas a las que podía aspirar.

—Es un muchacho muy educado, y se preocupa mucho por tu hermano. Pero eso tú ya lo sabes.
—Sí, es solo que me preguntaba si tal vez estaba en lo cierto o no —replicó el muchacho—, a veces no sé si lo que pienso de una persona es así o no.

Ella le indicó que se sentara junto a él.

—Está bien que no confíes en cualquier persona, porque eso te ayuda a estar protegido; pero Rafael no es un desconocido, y yo pienso que sobre él tú ya sabes lo que piensas. Solo tienes que ser honesto y lo vas a poder ver.

3


Por la noche, Martín fue a casa de sus padres; estaba de un humor excelente después de los buenos resultados en sus ventas y estaba convencido de que su hermano también tendría buenas noticias.
No lo eran del todo; su padre le dijo que Carlos había tenido accesos de dolor durante la primera parte de la tarde, aunque no habían sido tan severos como en otras ocasiones. Por esto, estaba descansando en su cuarto.

—¿Se puede?

Tocó a la puerta aunque estaba entreabierta, y esperó a que su hermano contestara; cuando entró, lo vio sentado ante el escritorio, aunque no estaba usando el ordenador. Lucía cansado, ya que como de costumbre lo dejaba con muy pocas fuerzas un acceso de dolor.

—Hola.
—Hola —saludó el joven—, ¿Cómo te fue?

Martín acercó una silla y se sentó a su lado; reprimió las ganas de abrazarlo, presa de la contradicción que vivía en un caso como ese en donde aquel gesto de amor no ayudaría con el malestar de su hermano.

—Bien, vendí todo y tengo un par de pedidos más; y no solo eso, también descubrí que existe algo que se llama impresión con ácido sobre vidrio, y creo que puedo hacer algo de negocio con eso. ¿Cómo va lo tuyo?

El joven hizo un gesto hacia la mesa de trabajo.

—Bien, aunque hoy no hice mucho; estoy aprendiendo a hacer algunos cosas nuevas en el programa de edición, quiero hacer unas pruebas cuando pueda.
—¡Bien! Cuando tengas eso quiero verlo, tus diseños son muy buenos.
—Está bien.

Se miraron por un momento sin hablar, hasta que el menor rompió el silencio entre los dos.

—¿Le dijiste a Rafael que sigue invitado a venir?

Entonces ese era el real motivo de la llamada; en ningún momento en la mañana había podido engañarlo.

—Bueno, es algo obvio porque hubo un inconveniente.
—¿Discutieron?

No era una acusación, pero Martín vio la real preocupación en el rostro de su hermano, y la transparencia de ese sentimiento hizo que fuera imposible para él mentirle, porque hacerlo sería peor que engañarse a sí mismo.

—No, no discutimos —respondió en voz baja.
—Pero él no estaba enfermo el domingo —concluyó el menor—, no fue por eso que no vino ¿O estoy equivocado?

No esperaba esa conversación, porque en el fondo él mismo no había querido afrontar el tema; solo quería cerrar puertas y no hacerse preguntas.

—No, no estaba enfermo. Perdona por decirte esa mentira.
—No me pidas disculpas —replicó Carlos—, no estoy molesto, pero me gustaría saber qué pasó.

Martín suspiró; él no lo sabía con exactitud, pero ante esa pregunta que no podía soslayar, no tenía más opción que enfrentar la realidad.

—Tuvimos una diferencia.
—Entonces discutieron —apuntó el joven.
—No, no discutimos —enfatizó. Ahora todo lo sucedido le sonaba de un tono distinto que cuando ocurrió—, es complicado, tal vez no hice bien en confiar en él.
—Yo no lo creo —replicó el joven, con determinación.

Martín guardó silencio un momento; él mismo no estaba tan seguro de nada en ese instante.

—Todos nos podemos equivocar, yo también cometo errores.
—Sí —exclamó el muchacho; había una nueva intensidad en su voz que demostraba lo convencido que estaba—. Puede ser que te equivoques, pero no en los sentimientos.
—¿A qué te refieres?

Carlos se incorporó un poco de la posición reclinado en la que estaba y lo miró a los ojos; en ese momento, Martín sintió un terrible estremecimiento, al ver esa confianza absoluta depositada en él.

—Rafael es tu amigo, pero hay algo que es especial entre ustedes —reflexionó—, cuando hablan, cuando están juntos, es como si de verdad se conocieran de toda la vida.
Nunca lo había visto de esa forma, pero ahora que lo pienso, es como si él también fuera tu hermano. Y no me molesta ni me da celos, al contrario, porque entendí que tienes a alguien que te cuida y se preocupa, igual que yo te tengo a ti. Rafael es tu amigo, tú lo quieres, y ese sentimiento no puede estar mal.

Martín se quedó sin palabras por largos segundos. Aún sin saber de qué se trataba, su hermano había llegado hasta el punto más importante de todo eso, haciendo referencia a la amistad que lo unía con Rafael; no era una cuestión del tiempo que se conocían, era sobre los lazos que se creaban.

—Tienes razón —dijo al fin—, tengo que solucionarlo.
—Habla con él —concluyó su hermano—, lo que sea que haya sucedido, estoy seguro de que se puede solucionar.

Martín asintió con energía.

—Lo haré. Pero mañana, quiero hablar en persona y solucionarlo todo cara a cara.


4


El miércoles por la mañana, Rafael salió hacia el trabajo con una extraña sensación en su interior; a diferencia de lo que había pasado antes, no había vuelto a tener esos extraños sueños, ni visto otra vez desde los ojos de Miguel. Esto significaba que todo estaba resuelto, que no podía ver más en ese pasado porque el mensaje que le entregaba había sido recibido, y él había cumplido con su objetivo.
Debería sentirse contento y satisfecho, pero en realidad se sentía acongojado, como si de alguna forma todo lo que hubiera hecho no fuera un real éxito.
¿Tendría eso que ver con el distanciamiento con Martín? Había intentado no pensar en eso, decirse que si él había tenido el buen gesto de llamarlo para intentar arreglar las cosas, eso quería decir que de verdad estaba dispuesto a hacerlo, aunque quizás le llevara más tiempo.
Llegó a la tienda y se encerró en la oficina, intentando despejar sus ideas; su mente vagó de un punto a otro mientras él iba de una labor a la siguiente sin hacer algo concreto. La inquietud lo estaba torturando porque no sabia cómo actuar, y al tratarse de un caso tan extraño como ese, seguir cualquier patrón de acción común no sería lo indicado; sólo le quedaba esperar. Le pareció que esa mañana las horas pasaban lentamente.

—¿Se puede?
—Claro, adelante —respondió, distraído.

Jaime, uno de los vendedores más nuevos entró en la oficina; tenía cara de estar con un conflicto.

—Rafael, llamó un señor por un asunto con una factura.
—¿Qué clase de asunto? —preguntó sin comprender.
—Dice que le entregaron ayer un pedido pero que no dejaron la guía de despacho correcta.

Rafael intentó asociar esa explicación con algo en concreto mientras miraba de forma distraída la hora: casi las once; después de un instante recordó que el día anterior habían hecho un despacho de productos a una oficina, algo que se realizaba en muy pocas ocasiones.

—Dame un minuto.

Revolvió los documentos indicados hasta que localizó la copia de la guía; en efecto, quien llevó el pedido le dejó al cliente la copia incorrecta del documento que respaldaba la compra.

—Ya sé lo que es, es cierto. Hay que ir a dejar esto.
—¿Ahora? —preguntó el vendedor—. Estamos un poco llenos.
—No —replicó poniéndose de pie—, sigan atendiendo, yo me encargo de esto, gracias.

Se dijo que ya que estaba tan desconcentrado, podía ser buena idea salir y despejarse, además de hacer algo útil.
Tendría que tomar el tren subterráneo y desplazarse algunas estaciones, después de lo cual tendría que salir a la calle y desplazarse unas dos cuadras hasta la dirección indicada.
En el interior de esa estación de metro había un pequeño centro comercial compuesto por dos pasajes paralelos en los que había tiendas de todo tipo; se dijo que después de entregar el documento indicado podría regresar allí y darse un gusto como tomar un café o un helado, para animarse y poder continuar con el día de una mejor forma que como lo había empezado. De seguro se desocuparía antes del mediodía, y confiaba en regresar a la tienda con un ánimo mucho más elevado.
Antes de salir, vio que su teléfono móvil estaba en la ultima barra de energía; había olvidado cargarlo y no tenía el cargador rápido en el trabajo. Dudó por un momento en dejarlo, pero si de todas formas estaba con batería baja, al apagarse no podría contestar las llamadas; en cualquier caso dudaba que alguien lo fuese a llamar.
Cuando salió de la tienda se encontró con un día luminoso y un poco cálido, y se dijo que había sido una buena idea salir, porque con ayuda de esa brillante jornada podría retomar fuerzas y comportarse como el mismo de siempre.
Estaba decidido: después de solucionar el asunto del documento, regresaría a ese pequeño centro comercial subterráneo y tomaría un café o algo delicioso antes de volver a sus labores.

2


Martín salió de la estación de metro a una despejada mañana; no traía los anteojos de sol, de modo que tuvo que esperar un instante hasta que sus ojos se acostumbraran a la luz del día, muy distinta de la luz blanca artificial del tren subterráneo. Faltaba poco para mediodía y tenía algo de hambre, pero aún no era hora de almorzar; se dijo que era curioso que la persona con quien se iba a reunir dentro de un par de minutos hubiera cambiado el lugar de la entrega del producto a última hora, porque de no ser así...

—Qué raro.

Se quedó de pie en mitad de la acera, y de pronto, muchas cosas cobraron sentido en su mente, como si hubiera encontrado sin querer la última pieza de un rompecabezas, la que permitía ver la imagen por completo. Se trataba del mismo hecho, pero cambiado por una decisión de ultimo minuto; él no tenía pensado salir de la estación, sino hacer la entrega del producto, y luego retomar el tren subterráneo en otra dirección.
No eran las personas, eran los hechos.

—No puede ser.

Sintió un escalofrío. En ese momento, poco antes del mediodía, él no habría estado ahí en la calle si las cosas no hubieran cambiado de forma subrepticia; de no haberse producido aquel cambio insignificante de última hora, estaría al interior del pequeño y abovedado centro comercial contiguo a la entrada de la estación de metro. Del mismo modo que un par de días antes decidió tomar por cierta calle en vez de por otra; cuando casi fue atropellado, eso quizás no habría sucedido de no ser porque él quiso virar en determinada esquina. Pero el auto habría pasado del mismo modo por el mismo sitio, aunque él no estuviera ahí.
Era el día en que había decidido hablar cara a cara con Rafael, para solucionar los malos entendidos.

— ¡Rafael!

Estaba ahí; no supo cómo, pero en su interior encontró la respuesta: de alguna forma, Rafael había ido hacia ese punto, y se dijo que de la misma forma, él estaría también ahí. ¿lo había seguido? Descartó la idea de inmediato, en primer lugar porque su amigo jamás haría algo como eso, y en segundo, porque de alguna forma Rafael anticipaba cosas que iban a pasar. Antes no lo había seguido, lo que había hecho era adelantarse.
Comenzó a caminar rápido de vuelta al acceso al centro comercial, mirando en todas direcciones, tratando de encontrarlo; de pronto entendió que todo su enojo con él no era otra cosa que miedo, un miedo irracional a que un acontecimiento del pasado pudiera quitarle su vida y su identidad. Pero nunca se había tratado de eso, no era sobre identidades, era acerca de hechos, y la humanidad vivía ciclos ¿Por qué no podía repetirse uno de ellos? No un acontecimiento global, pero sí algo más pequeño, dentro de un país, en una ciudad, en un día como ese, hace mucho tiempo atrás, y nuevamente en el presente. Rafael había dicho que fue hasta el lugar en donde ocurrió lo del automóvil porque presintió que ocurriría una desgracia, y la había evitado, pero ¿Y si esa desgracia estaba a punto de suceder de nuevo?
Bajó corriendo las escaleras y regresó al centro comercial, en donde el movimiento habitual de vendedores y pasajeros parecía por completo fuera de lugar con lo que estaba pasando por su mente; se maldijo por no recordar bien todo lo que le había dicho ese día, por haber estado tan ofuscado, y ciego. Mientras caminaba por uno de los pasillos, mirando a todas direcciones, marcó en su móvil el número de Rafael, pero en ese momento estaba fuera de línea.
¿Podía estar imaginando cosas? Descartó de inmediato esa opción, y se dijo que tenía que seguir su primera idea, que si algo le decía que estaba sucediendo algo malo o potencialmente peligroso, tenía que agotar todas las posibilidades hasta resolverlo, y que esa vez no iba a escapar.
Pero buscar a una persona ahí era como tatar de encontrar una aguja en un pajar.
Cuando terminó de recorrer los dos pasillos que conformaban el pequeño centro comercial sintió que se estaba quedando sin opciones, y regresó otra vez sobre sus pasos, agudizando la mirada, tratando de encontrarlo.
El centro comercial estaba conectado por la entrada nor oriente con la estación del tren subterráneo; en la zona previa a los andenes estaba la boletería central, que era un rectángulo con ventanillas de atención por los cuatro costados, a un lado los torniquetes de acceso y las puertas de salida del andén, y mucho espacio para desplazarse de un punto a otro, hasta la salida del extremo opuesto, que daba a la escalera con salida norte. Miró hacia un punto y otro, tratando de localizarlo, y repentinamente lo vio, apareciendo por el umbral ubicado del extremo contrario a donde estaba él.

—¡Rafael!

Su exclamación fue engullida por el ruido alrededor, pero se sintió tranquilo de haber seguido ese presentimiento y ver que Rafael estaba bien.
Pero, repentinamente, un violento sonido quebró el cotidiano bullicio del sitio en el que se encontraba; la explosión que azotó las paredes del lugar fue como un golpe sordo que engulló todos los sonidos alrededor, desatando gritos e histeria de parte de las decenas de personas que transitaban por la estación. 

—¡Rafael!

Su grito fue insuficiente; intentó correr en su dirección, pero la explosión había hecho que todos alrededor intentaran correr y ponerse a salvo, por lo que varias personas chocaron con él o lo apartaron sin prestarle atención.

—¡Rafael!

Volvió a gritar, pero fue inútil: el caos se había apoderado de todos, y los gritos y desesperación se convirtieron solo en la decoración de un sonido más intenso, el que era como un trueno que retumbaba contra las paredes. Se dijo, mientras avanzaba con dificultad entre la marea de gente, que no era posible, que no podía ser que la tragedia predicha por su amigo se hiciera realidad de esa forma, frente a sus ojos.

—¡Rafael!

Logró llegar al punto, que estaba distante de la zona de la explosión por pocos metros; el olor a plástico y metal quemado inundó sus fosas nasales, y la visión de otras personas, caídas o heridas nubló su visión, pero lo que captó todos sus sentidos fue verlo: estaba tendido en el piso, contra la pared de piedra, en una extraña posición; impactado por lo que estaba presenciando, Martín se arrodilló junto a él, sintiendo el calor del suelo quemado e irradiado por la explosión.

—Rafael.

Sintió su voz temblorosa al hablar; de rodillas en el suelo tomó a su amigo por el torso con la mano izquierda y sostuvo su cabeza con la derecha, pero la retiró un instante, al sentir el líquido caliente contra la palma.

—Rafael, contéstame por favor.

Sostuvo su cabeza con la izquierda, intentando hacer caso omiso a la sangre que brotaba; miró en todas direcciones y pidió por ayuda, pero nadie escuchó sus gritos, y si fueron escuchados, nadie atendió.

—Rafael, contéstame.

El otro hombre reaccionó y entreabrió los ojos, enfocando una débil mirada en él.

—Martín —murmuró con debilidad.
—Estoy aquí, estoy aquí —replicó el trigueño, desesperado—, resiste por favor.

El rostro de Rafael esbozó una levísima sonrisa, y con una temblorosa mano sujetó su antebrazo.

—¿Estás bien?
—Resiste —exclamó el otro, sujetándolo con fuerza—, te voy a ayudar.
—Me alegra —murmuró débilmente—, me alegra que estés bien...

Se desvaneció por completo. Martín lo sujetó con fuerza, sin saber qué hacer, mirando en todas direcciones, gritando por ayuda.

—Despierta por favor. Rafael no cierres los ojos ¡Ayuda, ayúdenme!


Próximo capítulo: Nunca volverá a pasar

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