Contracorazón Capítulo 18: Una muerte sin sombra




Rafael tenía que hacer muchas consideraciones antes de seguir con su vida, pero fue imposible hacerlo; después de llegar a su casa se sintió cansado, y apenas pudo pensar en lo que estaba sucediendo. Después tuvo que dormir y levantarse temprano para ir a trabajar.
¿Qué iba a hacer desde ese momento en adelante?
No podía quitarse la imagen de la mente, mucho menos ignorar el significado que esto podría tener en el presente, pero por sobre todo en el pasado. Las dos personas que podía identificar en ese recuerdo eran muy parecidos a Martín y él. ¿Cómo reaccionar ante eso? Se había repetido una y mil veces que no eran ellos, que los rostros eran similares, aunque no iguales, pero la amenaza de esa similitud volvió a pesar sobre él antes de dormirse, como una advertencia incesante acerca de la importancia fundamental de todas esas imágenes.
¿Cuál era el significado completo de esa unión?
Una vez, tiempo atrás, dos hombres se conocieron y aprendieron a amarse; enfrentados al rechazo de una sociedad indiferente a los sentimientos, se vieron obligados a mantener su amor en secreto, protegido por débiles paredes que hacían que creyeran que podrían ser felices. Luego, todo se había derrumbado, y aunque no entendía cómo, ambos se enfrentaron a una muerte horrible; el primero, herido sin posibilidad de salvación, el segundo quedándose con él hasta el final, hasta acompañarlo en su mismo destino.
Quizás habían imaginado un futuro distinto, pero la realidad había caído sobre ellos con una fuerza brutal; el poder desconocido que había interrumpido sus vidas llegó en dos oleadas, dando apenas un misericordioso segundo para una frase, unas últimas palabras que no tuvieron el tiempo de ser el sello para una historia.
No había final feliz, ni una amorosa despedida; el abrazo final era un llanto mudo de desesperación ante un destino incontrarrestable, un grito sordo de impotencia, y al mismo tiempo una promesa vana.
Miguel había amado a ese hombre con una fuerza que él podía entender, pero no dimensionar del todo, y había sido amado por él de la misma forma, creando un lazo poderoso; al final habían estado juntos, envueltos en el dolor de la agonía, pero juntos de todos modos.
¿Por qué esa unión se sentía tan amarga?
No había consuelo a lo largo del tiempo, ni en ese pasado ni ahora. ¿Por qué podía acceder a esos momentos tan íntimos? ¿Por qué existía ese parecido con el hombre al que bautizó como Miguel? Y lo más inquietante de todo ¿Por qué el otro hombre en el recuerdo era tan similar a Martín? Él no estaba enamorado de Martín; cuando lo conoció se planteó algún asomo de interés amoroso, pero el carácter afable de él y la confianza automática entre ambos hizo que el sentimiento que nació fuera el de una amistad sincera, por lo que no había una similitud. Se conocían, eran amigos, pero no eran pareja, y no estaban...

—No puede ser...

Tardó mucho en comprender que lo que le impedía dormir no era insomnio, sino miedo.
¿Miedo a qué?
Todo eso tenía que estar sucediendo por una razón. No era casual, y de ninguna forma se trataba de algo sin sentido; tal vez no pudiera explicarlo, pero sabía con seguridad que esos recuerdos eran reales: eran el último grito de alguien que ya no estaba ahí. Y se dijo que, si él estaba accediendo a esos recuerdos, tenía que haber una razón, que de lo contrario sería una intromisión grotesca y grosera a un espacio al que no tenía derecho.
¿Y si las coincidencias entre ambas historias era un aviso?
Su amiga le había dicho que pensaba que esos sueños y frases sin sentido tenían un carácter auténtico, y que podían ser una advertencia sobre algo que iba a pasar en el futuro. El miedo que lo embargó fue producto de este pensamiento, porque en su interior sintió que algo se avecinaba, un peligro sin nombre como la repetición de un ciclo, el fin de la vuelta de una inmensa rueda.
Un peligro invisible pero imparable que los amenazaba a Martín y a él.

Comenzó la semana laboral con una gran sensación de cansancio, pero no tuvo más alternativa que reunir fuerzas y emprender con energía. El lunes fue un día intenso, ya que uno de los trabajadores de la tienda se reportó enfermo y tuvieron aumento de clientes, por lo que tuvo que abandonar las labores de oficina y volver al mesón para ayudar a los demás con la atención de público. Se dio cuenta que extrañaba la labor de atender, más que por interactuar con la gente, por la posibilidad de estar en movimiento de forma constante y en cierto modo por el desafío permanente de adivinar en base a nada qué era lo que tenían que vender.

—Rafael ¿Qué es una lámpara de Gobel?

En un momento de la mañana uno de los chicos que llevaba menos tiempo se le acercó con disimulo mientras él sacaba unas cajas de repuestos de interruptores; el moreno se quedó un momento pensando, con la vista desenfocada.

—Es una lámpara incandescente —dijo al cabo de un instante.
—Qué raro el nombre —murmuró el joven.
—Es el nombre del que las inventó —replicó con una sonrisa—. ¿Es el señor de allá?
—Sí, es él.

Parte importarte del trabajo en una tienda como esa era interpretar lo que los clientes querían. Muchas veces las personas pensaban que una descripción vaga bastaba para saber cuál era su necesidad, por lo que era común escuchar sobre “aparato que sirve para las fiestas” “el repuesto de esa máquina” y cosas similares.

—Tal vez lo que quiere es un repuesto para una lámpara halógena.
—¿Y eso por qué?

Se sintió como un anciano explicando todo eso en medio del trabajo, pero al mismo tiempo resultaba divertido.

—Porque las lámparas incandescentes calientan, y antiguamente no había tantas opciones como ahora; pregúntale si es una lámpara o una especie de estufa para calentar lo que está usando.

Dejó al joven buscando una solución a ese problema mientras él regresaba a atender. La tienda estuvo a tope todo el día, de modo que salvo una pausa que acortó para almorzar, estuvo pendiente de atender y reponer productos para mantener una buena atención.
Poco después de las cuatro, apenas terminaba de atender a una clienta, dio un respingo al recordar algo importante.

—La nómina de anticipos.

Corrió a la oficina al notar la hora y fecha que era; las nóminas de anticipos de remuneraciones debían ser enviadas a más tardar el día doce de cada mes a las cuatro y media de la tarde, y en el caso de no hacerlo, los trabajadores tendrían que esperar hasta la remuneración del mes.
Le quedaban cinco minutos y ni siquiera había hecho la planilla.
Por suerte había preguntado al respecto a todos el viernes en la tarde, de modo que tenía los datos necesarios; presionado por el tiempo y la responsabilidad, aporreó el teclado ingresando la información según el formato requerido y consiguió enviarlo justo un minuto antes del plazo límite. Más tranquilo al haber cumplido con la tarea que casi había olvidado, se dedicó a revisar algo de material pendiente, confirmó los correos electrónicos que eran necesarios e ingresó algunas solicitudes en espera; para cuando terminó casi era su hora de salir, y dejó la oficina por un momento, encontrándose con la tienda vacía excepto por un cliente que estaba saliendo.

—¿Dónde se fue la gente?
—El público empezó a bajar recién hace un rato —comentó Sara mientras ordenaba unas cajas.
—Qué bueno…

Iba a decir algo más, pero lo interrumpió una llamada al celular; era de la oficina de Recursos humanos, de modo que hizo un gesto a todos para que bajaran la voz.

—Buenas tardes… sí, así es…el cliente oculto, entiendo…

Lo pronunció con voz desprovista de emoción, pero hizo una seña característica dentro de la empresa para explicar que era de eso de lo que hablaba; la empresa contrataba personal externo para enviarlo como un supuesto cliente, y esta persona analizaba todos los detalles de atención, fórmulas de cortesía al trato, tiempos de espera y muchos otros factores. En el tiempo que llevaba ahí solo había ido uno, y cuando era encargado desde hace tan poco se topaba con una nueva visita; todos sabían que una mala evaluación implicaba potenciales cambios de localización, así como otras medidas internas. El silencio llenó el lugar.

—Comprendo. Muchas gracias por la información, buenas tardes.

Finalizó la llamada, y todos en la tienda lo estaban mirando, atentos a lo que iba a decir.

—Bien, ya oyeron que vino el diente oculto.
—¿Qué nota sacamos? —preguntó Sara sin poder esperar.

Respiró profundo antes de decirlo; era una noticia relevante como para hablar del modo incorrecto.

—Sacamos cien por ciento.

El alivio y alegría en todos fue evidente al escuchar esa declaración, y hasta él se tranquilizó mucho al verbalizarlo. Tener una evaluación perfecta en el cliente incógnito era algo muy difícil, pero señalaba que, durante ese lapso, aún con una persona menos y la tienda llena al completo, habían podido funcionar coordinadamente con eficiencia.

—Escuchen, esto es una muy buena noticia —señaló, más calmado—; si de aquí a que termine el mes no hay otra evaluación perfecta de otra tienda, nos debería llegar un bono incentivo en dinero para fin de mes.
—Eso sí que es una gran noticia —apuntó uno de los vendedores.
—Es cierto, pero también es una gran responsabilidad; a partir de ahora no podemos bajar el nivel de atención porque seguramente van a estar observándonos mucho desde arriba. Sé que estoy a cargo hace muy poco, pero de todos modos quiero felicitar a todos por el trabajo que están haciendo y decir que estoy aquí para apoyar en lo que sea necesario.

Poco después había terminado su jornada de trabajo y salió con una agradable sensación; desde que era el jefe de la tienda era la primera vez que sentía que las cosas iban mejorando junto a él y que estaba en lo cierto al proponerse hacer un liderazgo con participación, en donde no solo se ocupara del papeleo y tomar decisiones, sino también de estar en terreno ayudando al igual que antes.
Iba pensando en estas cosas cuando alguien tocó su hombro; algo sorprendido volteó y dio un salto hacia atrás al ver a la persona.

—iEpa!

Martín se quedó quieto al ver la reacción de Rafael y levantó las manos en gesto apaciguador.

—Soy yo —dijo con voz cauta—, soy yo, me conoces, no soy un asaltante.

No había visto a Martín luego de todo lo que había pasado, y toparse con él de forma intempestiva resultó un golpe mucho más fuerte de lo que habría esperado en primer lugar; tantas veces se preguntó cómo sería ese momento al verlo otra vez, cómo se sentiría al tener en su mente la imagen desdibujada de un hombre tan parecido a su amigo mientras lo veía a él, de cuerpo presente y respirando.
Pero Martín nada sabía de lo que él había visto, y en su interior Rafael sabía que la decisión de no hablar de eso con él ya estaba tomada; ese iba a ser su secreto y tenía que reaccionar antes de perder el control por completo.

—Martín.
—Rafael, en serio soy yo —explicó el otro, mirándolo con un leve dejo de alarma en los ojos—. ¿No me vas a caer a golpes o algo así?

En realidad, lo que quería era sostenerlo por los hombros y decirle lo que estaba pensando, del temor que sentía y todas las dudas que azotaban su mente, pero sabía que eso era imposible; Martín jamás le creería esa historia, y con franqueza, él tampoco se creería de no ser por haberlo vivido.

—Es que no te sentí acercar —dijo con un hilo de voz.
—¿Estás bien?

¿Tanto se había notado su reacción? Tenía que hablar, moverse, comportarse como una persona normal.

—Sí, claro, perdona la reacción tan exagerada, es solo que iba pensando en muchas cosas y estaba en otro mundo.

Venciendo el miedo y la angustia que le provocaba toda esa escena, se acercó a Martín y lo saludó de la forma en que lo hacía habitualmente; estrechó su mano y se acercó a él, en un medio abrazo que era común al verse.

—Es que fue un día muy agitado y tuvimos una sorpresa de última hora —explicó intentando sonar natural— ¿Has escuchado de algo que se llama Cliente incógnito?

Estaba hablando demasiado, más de lo que lo hacía de forma común; y además se estaba sobre explicando. Martín lo miraba un poco extrañado aún.

—No, no sé lo que es.
—Es alguien que envía la empresa a hacerse pasar por un cliente común —se obligó a hablar más despacio—, y nos evaluaron hoy, salió todo muy bien; tenía la cabeza en cualquier parte, creo que si no es por ti me habría ido de cabeza contra un poste. Disculpa por reaccionar así.
—No importa, no es nada —el trigueño hizo un gesto de quitar importancia al tema.
—¿Y esta sorpresa? —preguntó cambiando de tema—. ¿Saliste más temprano?
—Sólo un poco —replicó Martín, más relajado—, fue el mecánico a ver el auto, así que me quedé sin mucho que hacer y me dejaron ir un poco antes, al final no era muy útil sin tener algo que conducir. Así que me dije que tal vez podríamos ir por unas cervezas.

Desde el trabajo de Martín esa zona quedaba de paso, y su actitud era la habitual cuando hablaban; había una complicidad entre ellos que siempre era sana, y la única diferencia en ese momento radicaba en él. Pero no quería que su amistad con él resultara dañada, y, a fin de cuentas, tendría que hacerse a la idea de interactuar con él aún con lo que sabía.
O lo que no sabía.

—Creo que es la mejor idea que pudiste tener —repuso con más ánimo—, vamos, será bueno.
—Conozco un lugar un poco más allá —comentó Martín—, no es caro y es bastante tranquilo. ¿Cómo es eso del cliente oculto que me estabas contando?

Rafael le explicó con más detalle de qué se trataba ese método; para cuando terminó, el trigueño parecía más confundido que antes.

—Es un poco raro ese método—comentó, pensativo—; es como que quisieran que estuvieras siempre actuando en vez de simplemente hacer lo que corresponde.

En eso tenía razón; en alguna ocasión Rafael se había preguntado qué sentido tenía reorganizar al personal entre una tienda y otra, obligando a que todo empezara de nuevo en los equipos de trabajo, en vez de descubrir si había una razón de peso para ese mal diagnóstico, incluyendo en ello que los procesos diseñados por la empresa podrían quedar obsoletos o no ser los más apropiados.

—Es cierto, pero piensa que no toda la gente hace las cosas como se supone que debería.
—Ese es un gran punto —accedió Martín—. Allá hay un mensajero, es de estos que usan bicicleta; no trabaja realmente con nosotros, es del personal del edificio ¡Pero no sé a qué hora trabaja! En serio, sé que yo estoy a las idas y venidas, pero de verdad que cada vez que estoy ahí, él ya estaba desde antes.

La conversación siguió con bastante normalidad, aunque Rafael trató de hacer que la conversación fuera más por parte de Martín que por la suya, para reservar energías y a la vez poder darse el tiempo de analizar toda esa situación.

—Oye, escucha esto —dijo Martín señalando su teléfono, más tarde en el bar al que habían asistido—, me están invitando a beber de mi ex grupo de trabajo en la otra empresa.

Rafael vio que lo habían agregado a una sala de conversación grupal.

—¿Del restaurante?
—No, del trabajo de antes, en la consultora —replicó el trigueño—; no habíamos hablado desde que me fui de ese trabajo.
—¿Y son muy amigos?

Martín se lo pensó un momento antes de responder.

—No exactamente, digamos que son muy buenos conocidos, o buenos amigos del trabajo; sí, creo que esa es la mejor definición para ellos.

Rafael sirvió un poco más de cerveza para ambos; el burbujeante líquido era refrescante y ayudaba a hacerlo sentir cómodo en esos momentos, olvidando por instantes todo el torbellino en su mente.

—¿Te das cuenta de que no me has hablado mucho de tus amigos y esas cosas?
—Sí, tienes razón —admitió Martín—, pero tampoco hay mucho que contar; tengo pocos amigos en general: tú, un par de amigos desde la secundaria, mi tío René que es parte de la familia, y algún amigo de la vida, o amiga por supuesto. Es extraño, pero no se me hace sencillo confiar en las personas más allá de una buena voluntad o llevarse bien, lo que pasó contigo es una excepción a la regla. Mi tío René siempre me dice que yo tengo muchísimos conocidos, pero muy pocos amigos de verdad.

Escuchar esa expresión hacía mucho con su estado de ánimo, pero de todas formas resultaba contradictorio que esa expresión de amistad sincera con él fuera a la vez una probable segunda lectura que sólo Rafael podía comprender.
Sea como fuere, no tenía otra alternativa que continuar con su actuación, simulando que todo iba de forma normal.

—¿Y se van a reunir?
—Bueno, en el chat no dicen directamente en qué momento es que piensan reunirse.
—Deberías ir —comentó; al instante notó que había sonado muy apresurado y rectificó—, quiero decir, si se llevaban bien, es una buena oportunidad de no perder el contacto. ¿No pensaste en volver a ese trabajo? Ahora que tu hermano sabe lo que sucedió, podrías retomar lo que estabas haciendo.

Martín se lo pensó un momento antes de responder; era algo que se había planteado en un inicio, pero ya tenía una decisión al respecto.

—Lo pensé ¿Sabes? Es decir, no a esa empresa en particular porque no podría, Recursos humanos tiene una política de no reintegrar personal por un plazo de dos años, pero en realidad no es solo por eso; creo que es una etapa que ya terminó, y prefiero mantenerme fiel al plan original: me quedaré en este trabajo si se da la oportunidad, y si no, entonces buscaré otra opción en lo que sea que salga.
—¿Y por qué no volver a trabajar en lo que tú haces? —preguntó Rafael.
—No es un problema concreto con esa área —replicó Martín—. Es algo que me gusta hacer, pero recién cuando empecé en lo del restaurant me di cuenta que no había hecho nada mas en la vida , y me sentí un poco desprotegido.

Rafael no lo había pensado de ese modo; en su caso, había trabajado en distintas cosas desde que terminó la secundaria.

—Pero eres joven, tienes veinticuatro y estudios técnicos, tienes mucho en tu favor.
—Sí, es solo queme puse a pensar en las alternativas de la vida; de alguna manera pienso que mis papás me ayudaron con lo de los estudios técnicos porque era su forma de darme herramientas extra para el futuro. Pero sucede que salí de la secundaria, estuve dos años y medio en el técnico y después comencé a trabajar en eso, y me quedé con la sensación de no haber avanzado mucho en la vida. En el restaurante y ahora como conductor he aprendido tantas cosas que pienso que es la mejor forma de crecer. Además estaré más preparado para lo que pase más adelante.

Eso era toda una declaración de intenciones, y hablaba del esfuerzo de Martín por ser una persona más integral; por otro lado, dejaba entrever que los padres habían hecho un esfuerzo para ayudarlo a tener esa base de estudios porque sabían que la lucha por su hijo menor sería más ardua y constante. Sin embargo no quiso referirse a ese último punto porque entendió que Martín tomaba esos actos como parte de su vida y no como una carga a nivel personal o familiar.

—Es una buena forma de verlo. Mientras te sientas bien con tu decisión, todo está bien.
—Sí. Y a todo esto, creo que no lo habíamos hablado ¿Piensas estudiar algo o eso no es una prioridad?
—Me interesa, pasa que yo decidí hacer las cosas de otra forma —comentó Rafael—. Creo que fue como a los diecisiete que tomé la decisión de irme de la casa porque quería ser independiente.
—Como en Estados unidos.
—Algo parecido; hablé con papá y mamá esperando que se alarmaran, pero lo tomaron muy bien. No en el sentido de librarse de una carga, eso espero al meros.

Ambos rieron ante la broma; la conversación iba lo suficientemente bien como para que Rafael pretendiera que todo iba como de costumbre.

—El punto es quede alegraron de que tuviera un plan de vida —continuó Rafael—, que tomara una responsabilidad y me hiciera cargo de eso. Mamá me llenó de recomendaciones y papá dijo que estaba orgulloso de mí, pero me amenazó con que tendría que ser el criado de los quehaceres domésticos si fracasaba y tenía que volver con ellos.
—Pero ¿Te lo dijo en serio?
—No exactamente, pero creo que era su forma de decirme que tenía que hacer las cosas de verdad, que aunque era joven esa decisión no era un juego. Y sirvió porque me lo tomé como un desafío, mantenerme por mí mismo y aprender a no ser dependiente; desde luego que no podía estudiar y trabajar al mismo tiempo porque no me daba el tiempo ni los ingresos, y en cierto modo fue mejor, porque en realidad no sabía qué era lo que quería a esa edad.

Por momentos se preguntaba cuánto de la afinidad que había entre ellos tenía que ver con aquello que albergaba en su recuerdo; por un lado sentía miedo de que se perdiera parte de la autenticidad de su amistad, pero por otra, sentía que ese nexo entre los dos era demasiado honesto y real como para haber sido creado por algún medio fuese de su control y entendimiento. Más tarde Martín se interrumpió en la conversación.

—Es Carlos —explicó mientras sacaba el móvil del bolsillo—, dame un minuto.
—Adelante —comentó Rafael.

Generalmente su hermano menor no lo llamaba y se comunicaba con él por el chat, de modo que el trigueño contestó con naturalidad pero con un cierto toque de preocupación.

—¡Hola! Sí. No, estoy con Rafael tomando algo rápido. ¿Todo está bien? Sí, no hay problema, puedo ir de pasada. Está bien.

Cuando cortó lucía algo confundido.

—¿Sucedió algo? —preguntó el moreno.
—No. Es decir, sí, pero nada malo; Carlos sonaba un poco ansioso para la costumbre, pero dice que todo está en orden y que quiere enseñarme algo.
—¿Terminamos esta ronda y salimos o te vas ahora?
—No, terminemos la ronda con calma —respondió Martín—, estoy asumiendo que no es algo malo así que no hay prisa. Y hablando de hermanos ¿El matrimonio va?

Parecía increíble que al fin las cosas estuvieran bien con respecto a ese evento luego de lo sucedido; al menos en ese sentido tenia una tranquilidad total.

—Sí, todo sigue en pie —explicó después de dar un trago largo—, la ceremonia es el dieciséis a las dos de la tarde y luego la fiesta es en un centro de reuniones que está cerca de la casa de Magdalena, desde las siete; te esperamos allá o si quieres puedes ir conmigo. Quería ir desde antes para acompañar a Mariano pero ahora está en plan de no alterarse por nada y dijo que no era necesario, así que iré rápido a la ceremonia civil entre mi horario de trabajo.

Después de pagar la cuenta salieron charlando del bar; hacía una noche agradable, aunque fresca.

—Creo que podemos salir juntos.
—Confirmamos entonces.
—Hecho —replicó Martín—, me voy a ver qué se le ocurrió a mi hermano, hablamos después.
—Por supuesto —y agregó sin poderlo evitar—, cuídate.

Más tarde, Martín llegó a la casa de sus padres y fue hasta la habitación de su hermano menor. El joven lucía animado y lo saludó con una media sonrisa, sentado ante su escritorio.

—¿No estaba interrumpiendo?
—Para nada —replicó Martín—, nos juntamos con Rafael para una cerveza, era algo rápido. Y bien, ya estoy aquí ¿De qué se trata ese tema tan secreto que no podías decirme por teléfono?

El joven le enseñó un paquete con sellos que demostraban que era una encomienda, aunque no tenía identificación de su procedencia.

—La semana pasada se me ocurrió un proyecto. No sé si es un proyecto así con todas las letras —dudó un instante—, pero decidí hacerlo de todos modos.

Martín se sentó frente a él sin comprender.

—No te sigo.
—Estaba pensando en que hay muchas personas que hacen serigrafía o estampados en remeras, pero no he visto que hagan esto en el país.
—Aún no te sigo —apuntó el mayor.

El joven le entregó el paquete con cierto tono de ceremonia.

—Ábrelo y lo entenderás.

Martín, guiado por la curiosidad de aquella declaración, abrió el paquete y se quedó contemplando el contenido, asombrado.

—Carlos, esto es…
—Es el dibujo de un ornitorrinco que hice cuando era pequeño —comentó el chico, aunque sabía que su hermano lo había entendido—. Esa remera que estampaste con el dibujo que hice cuando era un niño me dio la idea; se me ocurrió que podría reinventar el diseño original para que no sea esa cosa que dibujé, y que se viera mejor hecho, como si hubiera crecido contigo. Es para ti.

Martín observó el diseño en la remera con todo detalle: estaba hecho con estilo de caricatura, pero para él que conocía el dibujo original era evidente que se trataba de la misma idea.

—Carlos, es genial, hiciste un trabajo increíble.
—Lo que estuve pensando es en hacer algo que he visto en Pictagram; podría ofrecer el servicio a personas que lo quieran y ordenar una impresión como esa.

Martín conocía la destreza que su hermano menor había desarrollado tanto para el dibujo como la edición en programas especializados; pero hasta el momento, nunca lo había visto tan auténticamente interesado por un proyecto como por ese.

—Estoy muy sorprendido ¿Por qué no me contaste antes que tenías estos planes?
—Quería que fuera una sorpresa —explicó el muchacho.
—Pues resultó, y es fantástica. Entonces ¿Quieres hacer un negocio con esta idea?

El muchacho le mostró una imagen en la pantalla del ordenador: se trataba del área trabajo en un programa de edición de imagen en donde, a la izquierda figuraba un dibujo infantil, y a derecha un proyecto que planteaba la misma idea, pero más detallado y trabajado.

—Esto lo pidió una persona que me contactó —explicó el chico—, no me va a pagar, pero me hará publicidad.
—Es una idea estupenda, te lo digo en serio —opinó Martín—, lo que me tiene más sorprendido es cómo llegaste a este proyecto, era todo un secreto.
—Hace tiempo vi un reportaje de unos joyeros que hacían algo parecido —explicó Carlos—: ellos hacían pendientes para cadenas con la misma imagen, así que me dije que podría ir un paso mas allá.

Martín estaba sorprendido y a la vez muy contento de ver cómo su hermano era capaz de llevar una idea a la práctica con tal grado de responsabilidad; recordó cómo Rafael le dijo que ya no era un niño, y que su deber era apoyarlo en su camino.

—Me gusta mucho esa idea ¿Sabes? Y me gusta verte implicado, que te importe esto y quieras hacerlo de corazón. Y esta va a ser mi segunda remera favorita, te lo aseguro. Estoy tan orgulloso de ti.

Mientras, Rafael estaba en su departamento reflexionando acerca de lo que había sucedido esa tarde; a todo lo que había en su mente tuvo que sumar la experiencia de volver a interactuar con Martín después de lo que había visto en ese recuerdo.
No era él, no era él.
Se repitió mil veces que no se trataba de él, que las similitudes seguían el mismo camino que con el nombre que había denominado como Miguel; que no la era la misma persona, solo alguien con un parecido, pero incluso en ese caso le resultaba imposible quedar tranquilo al respecto.
Porque el recuerdo tenía un significado tráfico que no podía ignorar, un cúmulo de sentimientos que habían sucedido, en algún momento a personas reales; personas que se amaron y que ya no tenían una segunda oportunidad.
¿Existía la oportunidad de evitar que la historia se repitiera? ¿Era eso lo que le trataban de decir esos recuerdos, como si se tratara de una advertencia?
Seguía diciéndose que todo eso no podía estar pasando por casualidad, que tenía que haber un motivo para eso, y llegado a la imagen del hombre que se parecía tanto a Martín, le asustaba la idea de que él pudiera estar en peligro.
¿Podía ser que la historia se estuviera repitiendo?
Pero era una amenaza que no podía identificar, porque en su sueño no sabía de dónde era Miguel, ni cómo había sucedido su muerte; no podía luchar o tratar de anticipar algo que no tenía un punto de origen específico.
Era como estar de manos atadas frente a algo que iba a golpear en cualquier momento.


Próximo capítulo: Decisión sin vuelta atrás










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