Contracorazón Capítulo 17: Tiempo atrás




A diferencia de otras veces, en esa ocasión podía ver con claridad lo que estaba sucediendo; los recuerdos lo envolvieron en silencio, como un manto transparente que cambiaba toda su visión del mundo.
Era un día importante.
Había habido otros antes, pero ese tenía un significado muy especial; sintió un creciente nerviosismo por la mañana, mientras se preparaba para dar ese importante paso.
Tranquilo, se había repetido una y mil veces.

Su vida había estado marcada por los secretos, muy a su pesar; el primero de ellos, sobre quién era, y eso fue una carga constante en su día a día. Al final, se consoló con el mal de los muchos, diciéndose que así era el mundo, que su caso no era especial, ni siquiera único, y que por tanto no valía la pena pensar que las cosas debían ser de otra manera.
Muchas veces se sintió solo, y se dijo que estaba bien, que era el precio que le había tocado pagar en esta vida por ser quien era y no doblegarse; tuvo tantas oportunidades de negarse, de mentirle al mundo y a sí mismo, sepultando para siempre su verdadera naturaleza. Tantas veces se dijo que quizás sería mejor así, que a la larga encontraría paz en esa mentira, porque una vez dicha, ya nadie lo atacaría, no existiría el peligro constante a su alrededor.
Pero no pudo.
La idea de involucrar a alguien más para justificar su mentira se le hizo intolerable ¿Dañar a alguien inocente solo para salvarse él? No pudo, era imposible para él hacer algo como eso, por lo que tomó la decisión más difícil, ser completamente sincero con los suyos, rogando en su interior por un poco de comprensión.
No tuvo la comprensión, ni el apoyo de hubiera querido, pero a eso también se resignó; obligado al secreto, lo único que lo confortaba era saber que había sido honesto consigo mismo, que no se había traicionado.
Entonces lo conoció, y por primera vez sintió que algo en su vida estaba bien. Una amistad sincera en un principio, y luego ese nerviosismo exquisito, el sentimiento de anticipación cuando la tensión entre ellos era inevitable, pero ninguno se atrevía a decir lo que estaba pensando.
Aquellos momentos de complicidad, las miles de veces que hablaron de tantas cosas y cómo esas sensaciones evolucionaron poco a poco en un sentimiento real; antes de eso sentía pánico de ser descubierto, y cuando supo que lo que sentía era algo total, fue la primera vez que el concepto de secreto tomó un valor positivo para él. Le hacía bien su presencia, lo extrañaba cuando no estaba, y disfrutaba cada momento en su compañía; pero nadie le enseñó qué hacer en ese tipo de situaciones o arte esos sentimientos, lo que hizo que sintiera miedo de lo que podía pasar.
Cuántas veces se preguntó, solo en su cuarto, qué hacer y cómo abordar el tema. Muchas de aquellas veces terminó diciéndose que quizás lo mejor era dejar todo tal como estala, en vez de tomar el riesgo y arruinar esa amistad; resignado al silencio, decidió no hacer nada, hasta que las cosas sucedieron por sí solas.
Fue el primer día tan importante en su vida, uno que jamás olvidaría; de pronto, las cosas simplemente sucedieron, y de un momento a otro estaban muy cerca, mirándose de una forma limpia y sincera, dominados ambos por una energía natural que no admitía falsas interpretaciones.
Ese primer beso, torpe y sin experiencia, despertó en él toda una nueva gama de emociones que no conocía; supo lo que era no querer soltar jamás a una persona, y el temor de que esa descarga de energía no volviera a sentirse, así como la emoción de la confirmación al volver a tocar sus labios.
Conoció el latido de su corazón, y por un segundo todo entre ellos fue eterno, no hubo miedo ni dolor que fuera capaz de amenazar el lazo que se había formado entre ambos. Si eso era amor, sólo una persona demasiado vacía de sentimientos podía pensar que estaba mal.
Luego, tuvo que resignarse a un secreto, pero que tenía un sabor dulce; la recompensa por callar y ocultar era tener esos maravillosos momentos juntos. Nunca fue algo solo de cuerpo, aunque por supuesto que había algo ahí; era hablar de cualquier cosa, era reírse y discutir seriamente sobre los temas que les importaban, y también era guardar silencio por largo rato, paso poder mirarse y sentirse, para reposar recostados, abrazados sin que importara el mañana.
Tendrían que haber sido felices.
El segundo día más importante estaba también cubierto por un secreto. Era el día donde le diría que estaba listo para que se unieran para siempre; sabía que tendría que mentir al respecto, pero no le importaba. El mundo podía cerrar los ojos, y las personas podían odiar, pero lo que había entre ellos era puro, y sobreviviría a pesar de esos prejuicios.

Estar juntos en un espacio propio era lo más a lo que podía aspirar; no habría compromisos, ni festejos, mucho menos una noticia pública celebrada por los conocidos, pero no le importaba. Con el tiempo aprendió a quedarse con las cosas buenas por sobre las malas, y decidió que ese amor sincero entre ambos era algo que merecían, un regalo a pesar de la injusticia, no algo por lo que debieran pagar un precio.
Ya no le importaban las mentiras que tuviera que sostener, mientras estuvieran juntos para apoyarse; era su mundo, y dentro de él nadie podía lastimarlos.

Todo ardía alrededor. No entendía por qué y las razones ya no importaban, porque el presente los estaba destruyendo. Estaba de rodillas en un suelo que lo quemaba, sosteniendo entre sus brazos a la persona más importante, al único por quien haría y daría todo; su cuerpo estaba destrozado, podía ver la sangre y las heridas como un silencioso ejemplo de lo que estaba pasando ¿Quién podía ser causante de algo tan horrendo?
Podía sentir el débil pulso de su corazón, abandonando la lucha, y sintió un dolor como nunca antes, uno que lo traspasaba; rogó que fuera fuerte, e intentó decirle que iba a ayudarlo, que todo estaría bien, pero la verdad lo golpeaba de forma inevitable con la fuerza de un muro. Esos cortes profundos, esas heridas expuestas tenían un único significado, y supo al verlo, al tocarlo, que su cuerpo no lo iba a resistir, que el castigo por él sufrido era demasiado para soportarlo.
Pero no podía ser así, no podía terminar así; tenía que haber alguna forma de salvarlo. Lo miró a los ojos, y entendió que en su infinito dolor había alcanzado la comprensión de la agonía, y que estaba en paz con ello.
Con los ojos inundados en lágrimas lo miró, desesperado, suplicando que no sucediera, que ese terrible acto no lo arrebatara de este mundo; que pudiera salvarse a pesar de ser imposible. Supo en ese momento que ese ferviente deseo no era por egoísmo, sino por amor; no quería que lograra salvarse para tenerlo consigo, quería que se salvara porque era lo correcto, porque se trataba de un buen hombre que no merecía que su vida fuera destrozada de esa forma.
Lo amaba con todo su ser, pero de ser necesario no lo quería para él; si era suficiente con eso, se sacrificaría en su lugar, y con gusto cambiaria lugar con él, para preservarlo. Se iría de este mundo con una sonrisa en el alma si era posible salvarlo a él.

«Recuérdame, cuando nuestros corazones se unieron.»

Rafael no necesitaba tomar nota de nada, a diferencia de alguna ocasión anterior; nunca iba a olvidar ese sueño, a partir de ese momento estaría grabado a fuego en su mente como una escena imposible de borrar.

Nunca había sido solo un sueño.
Había estado viniendo a él poco a poco, desde hacía tiempo, y ahora todas las piezas encajaban en esa secuencia, que como una vista en primera persona daba sentido a esas sensaciones que antes no tenían explicación. Cuando despertó en la noche, gritando, se vio obligado a reprimir los sentimientos que lo embargaban para disimular frente a Martín y evitar que se inmiscuyera. De eso no podía hablar con él.
Pero cuando tuvo un poco más de soledad, ya no fue necesario mentir, porque nadie podría ver ni oír lo que pasara en el departamento; se derrumbó, atenazado por la presión de todo lo experimentado como si estuviera en primera persona, como si realmente le estuviera sucediendo a él, porque de una u otra forma, eso le estaba pasando.
Derrotado, se sentó en el borde de su cama, y sin fuerzas para resistir, lloró. No era un hombre de llorar con facilidad, y quizás eso hizo más lacerante el proceso, porque la energía del dolor lo lastimaba desde dentro en vez de ser un acto de sanación; se abrazó a sí mismo, encogido sobre su cuerpo, sintiéndose débil y roto en un momento en que nadie podía ayudarlo, y de seguro nadie podría entenderlo.
¿Cómo explicar que eso que estaba pasando era real, a pesar de no haberle pasado a él?
Estuvo largos minutos en la misma posición, esperando sin éxito que ese desasosiego pasara, pero no sucedió, y tuvo que resignarse a seguir experimentado la misma sensación; más tarde, logró incorporarse, aunque se quedó sentado en la cama, inmóvil mirando a la nada.

Los recuerdos lo envolvían.
Solía haber amor y lo encontró junto a alguien que lo amaba con la misma intensidad. Pero no, no era él, se trataba de otra persona, alguien que existió mucho tiempo atrás, alguien que de alguna forma podía entender, con quien tenía una conexión imposible de ignorar.
¿Quién era esa persona sin nombre?
Tenía que identificarlo, tenía que asignarle un nombre en su mente, o las similitudes acabarían por volverlo loco; se dijo que necesitaba saber que era alguien más, que, aunque el desvaído reflejo en el espejo insistiera en hacer que se reconociera a sí mismo, no era él.

Miguel.

El nombre surgió de forma espontánea en su mente, y al pensar en él de esa forma sintió un asomo de tranquilidad; él era Rafael, y ese hombre cuyos recuerdos estaba viendo como un intruso sin autorización, era Miguel.
Ese hombre existía, no era un producto de su imaginación; no era una maquinación de su mente, ni producto del estrés. Era un hombre, o al menos lo había sido.
Un hombre que había enfrentado el odio o el rechazo de su familia, así como el temor de ser descubierto ante una sociedad que no podía o no quería entenderlo; él no había vivido nada de eso, era afortunado por haber nacido y crecido en una familia que lo apoyó en sus decisiones y nunca lo hizo sentir rechazado o distinto de forma alguna. Mil veces fue afortunado por tener a su alrededor a personas que le enseñaron a ser fuerte, pero Miguel no había vivido de la misma forma; Miguel había estado solo en contra de un mundo que no lo entendía ni lo dejaba vivir, y aún con eso en contra, había tenido la enorme suerte de encontrar a alguien con quien nació el amor. Porque ese sentimiento tan fuerte, esa pasión y el arraigo solo podían ser signo de amor verdadero, una emoción completa que era más importante que todo; también tuvo el valor de asumir el desafío de vivir ese amor, porque ocultarlo no era una muestra de debilidad, sino un acto de rebeldía contra el mundo que intentaba cortar sus alas.
Ese hombre a quien no conocía había tenido una vida difícil, pero en vez de rendirse, había luchado con todas sus fuerzas hasta lograr formar algo con alguien; en un mundo lleno de odio, conoció el amor.
Pero ese hombre ya no estaba. Se había enfrentado a la peor situación posible, porque sin previo aviso, una tragedia había desolado su vida; había alcanzado a sentir junto a su cuerpo el último latido del corazón de alguien a quien amó con todo su ser, y sufrió el horrible sentimiento de la pérdida cuando esa vida se escurrió entre sus dedos. Y ahí, en medio de destrucción y el infierno pleno, se abrazó a esa persona tan amada, haciendo un último juramento; juró que encontraría la forma de salvarlo de las garras de la muerte.
Temeroso de que sus ojos pudieran traicionarlo, Rafael fue hasta el baño y contempló su imagen en el espejo, en medio de la penumbra de su departamento; era el mismo de siempre, nada había cambiado su forma de ser ni su aspecto, lo que significaba que en el exterior nada había cambiado.
Pero el hombre cuyos recuerdos había visitado sin proponérselo era tan real como él; la diferencia entre ambos era él estaba ahí, mientras que Miguel estaba muerto; ese hombre a través de cuyos ojos había visto con tanta claridad había muerto, aferrado al amor de su vida, quien había muerto momentos antes.
Y, sin embargo, sus recuerdos seguían ahí, vivos en él.

2


Rafael tuvo que hacerse ánimo de retomar su vida diaria aparentando normalidad a pesar de lo sucedido la noche anterior. Tenía que ir donde su hermana ese domingo, pero lo habría eliminado de la agenda si no fuera porque eso desataría sospechas; de cualquier modo, lo único que podía hacer era ser fuerte y asumir ese día como un desafío, agradeciendo de cierto modo que tenía algunas horas para adaptarse y regresar al trabajo aparentando que todo estaba bien.
Sin ánimo, volvió a poner el programa de cocina donde el chef explicaba paso a paso todo lo necesario para el platillo, y dispuso los ingredientes que había procesado con anterioridad; trabajar en ello de forma metódica lo ayudó a centrarse, y aunque no disfrutó el proceso como habría sido en otras circunstancias, pudo decir que el resultado era correcto y ayudaría en su plan.
Mientras iba en el metro con la bandeja metálica muy bien envuelta, pensó con detenimiento en cómo iba a enfrentar esa reunión sin llamar la atención, y se puso manos a la obra tan pronto llegó.

—Hermanito, pasa por favor.

Durante la semana la casa de la pareja había vuelto a la normalidad casi por completo, ya que los padres de Mariano habían terminado su visita y a partir del miércoles, Magdalena estaba de regreso en su trabajo, mientras que el afectado estaba con reposo solo hasta el domingo.

—¿Cómo está el herido? —preguntó Rafael al entrar.
—Recuperado —exclamó Mariano desde la sala. Te estoy escuchando.

Magdalena revoleó los ojos.

—No pierde oportunidad de decir lo bien que está de la herida —dijo en voz baja—; cuando lo examinaron, el profesional le dijo que estaba casi perfecto, que sanaba como un chico de quince años. Si no fuera porque conozco a sus amigos, pensaría que él lo era
—Me alegro de que esté bien –comentó Rafael mientras entraban en la sala.
—Sí, tuvimos que amenazarlo los primeros días, pero cuando el martes el doctor dijo que el reposo no era absoluto, lo perdimos.

Mariano lucía de mejor semblante en esos momentos; Rafael diría que estaba un poco más delgado, lo que hacía sentido con los extremos cuidados en la alimentación luego de la herida.

—¿Cómo te sientes?
—Un poco aburrido, pero me las he arreglado estos días para no desesperarme; estuve cocinando y haciendo cosas de casa, pero con cuidado para que mi señora futura esposa no pierda la cabeza.

Se saludaron amistosamente, y los hermanos siguieron hasta la cocina.

—No tenías que molestarte –comentó Magdalena—, sabes que no necesitas hacer algo especial si vas a venir.

Ese día, Magdalena llevaba una tenida muy sencilla para estar en casa: pantalones deportivos, una camisa blanca y el cabello recogido en una coleta alta. Lucía contenta y animada, y eso era algo que ayudaba mucho con el humor de Rafael.

—No es molestia –replicó, quitando importancia al tema—, solo espero que me haya quedado bien, seguí las instrucciones al pie de la letra. Supongo que ahora no estás pensando en postergar el matrimonio ¿verdad?

Inicialmente había dejado el tema para cuando se vieran en persona, porque no sabía con exactitud cómo sería la evolución de Mariano, y al mismo tiempo era él quien había sugerido que se tomaran todo con calma, lo que lo obligaba a esperar. Pero en ese momento, dado el estado mental en el que estaba, era la mejor oportunidad para hacerlos hablar con todo detalle de la situación en la que estaban, así no tendría que hablar él.

—Tengo que reconocer que tenías razón cuando nos dijiste que lo mejor era esperar y no complicarnos por lo que pudiera pasar –admitió ella—; recién ayer Mariano y yo volvimos a hablar del tema ¿Me puedes creer que me amenazó con enojarse conmigo si yo tan siquiera proponía posponer la boda?

Mariano entró en ese momento en la cocina, con el ceño fruncido.

—Aún puedo oírte ¿Sabes?
—No estaba hablando mal de ti, cariño.
—¿Y qué fue lo que trajiste, Rafael? —preguntó él haciendo como que la despreciaba—. Yo iba a cocinar hoy, pero Magdalena insistió en que tú habías traído algo.

El aludido terminó de abrir el envoltorio de lo que traía consigo; el aroma de la preparación inundó la cocina.

Un pastel de carne, me encanta –exclamó Mariano—, déjame probar.

Pero Magdalena le dio un golpe en la mano cuando él trató de acercarla a la preparación.

—¡No!
—Ay cariño, ¿No ves que estoy convaleciente?
—Convaleciente cuando te conviene –lo reprendió ella—. No, vamos a esperar porque apenas es pasado del mediodía. Rafael, deja eso en el horno y lo vemos en un rato ¿Pasemos por favor a la sala?

Con Mariano resignado regresaron a la sala; ella sirvió unos aperitivos refrescantes sin alcohol, muy coloridos.

—Entonces todo sigue en pie para la boda ¿No es así?
—Sí, todo sigue en pie —confirmó Mariano—. Supongo que contamos contigo.

Rafael aprovechó de avisar algo que tenía en mente; se dijo internamente que hasta el momento iba muy bien, y debía mantener ese comportamiento.

—Por supuesto, ya tengo mi traje.
—Y no me dijiste –exclamó Magdalena, haciendo una mueca de enfado, aunque no era en serio—, podría haberte acompañado.
—Fue de improviso, en serio –replicó con tono liviano—, lo había estado dejando para más tarde una y otra vez, y un día solo salí a almorzar, me hice el tiempo y lo compré.

Eso era estirar la verdad hasta el límite tolerable, porque en realidad había sido su amigo Julio quien le había avisado de una tienda apropiada, y prácticamente lo obligó a ir de inmediato.

—Está bien –refunfuñó su hermana—, te perdono solo porque estos días han sido muy movidos para todos. No recuerdo si confirmaron tus amigos.
—Sí, hablé con ellos, pero Julio no va a poder venir –aprovechó la oportunidad para alargar el tema—. Nos reunimos hace algunos días para tomar un café, y estuvimos hablando de muchas cosas; julio está con mucho trabajo y precisamente ese día tiene una grabación en exteriores, así que como es el director del proyecto, es imposible que escape.
—Qué lástima –comentó ella—, tendremos eso en mente para invitarlo cuando hagamos algo.

Vio una mirada de extrañeza de Mariano y se preocupó ¿o solo era una idea suya?

—Perdón, pero tengo que preguntar —comentó como si no percibiera la mirada de su cuñado— ¿Qué estamos tomando?

Magdalena soltó una risa cristalina que llenó el lugar, e hizo que Mariano sonriera de forma automática al verla; esa sonrisa significaba que las cosas estaban mucho mejor en ese momento para ambos, pero además era una confirmación mucho más importante: ante cualquier clase de dificultad que enfrentaran, ellos se iban a tener el uno al otro y eso los ayudaría a seguir adelante.

—Ahora que te tomaste casi todo el vaso me lo preguntas. Es una infusión de té de jengibre con frutilla y mora; la hice hoy en la mañana ¿Qué te parece?

Realmente no le parecía de ninguna manera, porque apenas estaba percibiendo el sabor de la bebida; estaba nervioso y cansado, pero a fuerza tenía que mantener la máscara. Tenía que mentir a como diera lugar.

—Me encanta, el sabor es muy especial, y no es tan dulce. Podrías enseñarme la receta para hacerla en casa.
—Pero tú no tomas mucho té —objetó ella, un poco extrañada.

No, no lo hacía, pero en ese momento cualquier excusa era buena para diluir la conversación lo mas posible.

—Es cierto, pero si no tengo la idea tampoco me voy a motivar a hacerlo ¿No crees?
—Rafael tiene razón en eso —intervino Mariano_, recuerda que cuando nos conocimos yo no era muy dedicado a tareas hogareñas y ahora ¡Mírame! Soy un amo de casa hecho y derecho; los hombres también podemos evolucionar.

Rafael asintió con interés; vio de reojo la hora en el reloj de pared y comprobó que aún era muy pronto para almorzar, de forma que tendría que usar alguna otra estrategia.

—Escuchen, perdón por preguntar, pero en estos días no hemos hablado de esto ¿Hay alguna novedad sobre los delincuentes?

La expresión de Magdalena se contrajo, pero la de Mariano se mantuvo en calma.

—Hasta ahora no hay novedad —respondió él_, la denuncia está hecha y entregamos toda la información que pudimos, pero realmente no hay mucho; los hombres no tenían algo que yo recuerde con claridad, ni siquiera sé si los podría reconocer si los viera otra vez.
—Hablamos con un amigo de Mariano que es abogado y nos está ayudando en esto —complementó ella—, pero la verdad, a menos que aparezcan en otro robo y los atrapen, se ve complicado.

Rafael sabía que era una situación difícil para ambos, pero se alegraba de ver que la reacción de ella iba hacia la frustración de no ver un avance real en el asunto y no un estancamiento en el miedo inicial. El miedo podía paralizar.

—Vamos a tomarnos ese asunto con mucha calina —explicó Mariano—; lo estuvimos conversando mucho ¿Sabes? Es cierto que sería mejor si a esos sujetos los atraparan ahora mismo, pero no sabemos lo que va a pasar. No por nosotros, quisiéramos que los atraparan porque son un peligro público, pero no podemos hacer de esto un motor.
—Eso es cierto _exclamó ella con decisión—. Nosotros tenemos nuestros propios planes ¡No podemos dejar que los arruinen! Además, viendo cómo funciona la justicia, no tengo demasiadas esperanzas con este asunto; de momento preferimos vivir las cosas buenas, y como estábamos hablando antes, prepararnos para el matrimonio.

Era una gran oportunidad para ellos, y Rafael lo sabía con claridad; pese a todo, podía hacer un espacio para alegrarse de forma honesta por ellos, por ver que estaban luchando por sus sueños y que estaban determinados a seguir con su proyecto de vida, dejando de lado las adversidades.
Ojalá fuera posible hacer eso en todos los casos.
Resistió bastante bien todo el almuerzo sin que ellos sospecharan, pero eso hizo que se sintiera mucho más cansado cuando terminó su visita y se devolvió a su casa.
Desde la noche anterior, muchas cosas habían cambiado para él, pero una en particular había sido trastocada del cielo a la tierra, y nada nunca sería lo mismo.
Había asignado un nombre para el hombre en su sueño, para poder separar a su yo interno de ese yo que no era él. Lo llamó Miguel sin saber por qué, y cuando pensó en él como un ser independiente pudo sentir algo de firmeza bajo sus pies, evitando que la densa bruma del doloroso recuerdo lo envolviera sin salida.
Pero, con todo ese sufrimiento, con la angustia de sentir esos recuerdos como si los estuviera viviendo, no fue eso lo que más lo perturbó en esa jornada; pese a todo no fue el dolor ni el horror alrededor, sino quien estaba en sus brazos.
Porque, así como ese hombre que no era él era muy similar en aspecto, como una versión borrosa y fantasmal que se asemejaba demasiado a su propio reflejo en el espejo, quien yacía en sus brazos, quien había muerto mirándolo a los ojos, era aterradoramente parecido a Martín.


Próximo capítulo: Una muerte sin sombra

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