La traición de Adán Capítulo 16: Errores en cadena




Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, esta vez ambas sentadas frente al ordenador. Ya caía la noche del lunes, y el trabajo había resultado muy satisfactorio, ya que en el banco le habían proporcionado una copia de la grabación de seguridad del día del depósito en su cuenta, luego de hacerla firmar un documento donde eximía al banco de cualquier responsabilidad penal; lo firmo sin más, lo que quería era ver a la persona que había hecho el depósito en su cuenta, no iniciar un pleito que la hiciera ir a los juzgados.

— ¿Estás lista?
—Sí.

No lo estaba, pero tampoco podía ya arrepentirse.  Dieron inicio al video y lo adelantaron hasta la hora del depósito, hasta que dieron con el hombre; pudo saber que era porque en el banco, además de su nombre, lo único otro que pudieron darle fue una vaga descripción, hombre de entre treinta y cuarenta, en la caja tres, con un dinero sacado de los bolsillos de su chaqueta.

—Mira, es ese.
—Pero no se le ve el rostro. Esperemos hasta que salga a ver si se da vuelta.

Pero en ningún momento se le vio la cara, y la cámara enfocaba desde arriba, así que tendría que voltear completamente o mirar hacia arriba. No lo hizo, y mientras se alejaba, las esperanzas de tener alguna respuesta se esfumaban.

—Rayos, ya está saliendo, creo que en esto llegamos hasta aquí.
—Espera.

Siguió mirando como el hombre se alejaba, y entonces, contra cualquier pronóstico que pudiera haber tenido, la vio.

—No es posible...
—Qué es, mujer, no veo nada. Hay una persona afuera, pero la imagen no es clara.

No era posible. No podía ser que esa persona estuviera involucrada. ¿Cómo, por qué?
Sintió que se le escapaba el aire, esto era aún peor que todo lo que había pasado antes, porque significaba que...

—Dime Pilar, por Dios santo, te pusiste pálida, estás matándome con la angustia, dime qué estás viendo que yo no.
—La mujer mayor —respondió con voz temblorosa, mientras detenía el video—, la que está junto al sujeto.
— ¿Sabes quién es?
—Si... es imposible, tiene que haber un error...
— ¡Pero dime quién es!

No podía creerlo, no podía aceptar algo así, porque si era verdad, si en serio había ocurrido eso, entonces ella no era la única víctima en toda esa historia, y la maquinación que se escondía detrás de todo eso era absolutamente monstruosa.

—Esa mujer... ahora está jubilada, tengo que encontrarla, tengo que enfrentarla y escuchar que me lo confirme o nunca podré creerlo. Ella —sintió pánico por lo que iba a decir, porque una vez verbalizado, ya no sería una elucubración, sería real—, es el ama de llaves de la madre de Micaela.

Margarita casi se cayó del asiento.

— ¿Qué?
—Es ella, la recuerdo muy bien, desde que me conoció siempre me trató con mucho cariño.
—Pero no lo entiendo, no tendría motivos para...
—No es ella. Ella solo hacía las cosas por órdenes, y si es así... Dios me libre, si de verdad esto no es un error, entonces puede ser que la madre de Micaela este detrás de todo esto. Mañana a primera hora salgo a buscarla.

2


Adán estaba en la galería revisando los detalles necesarios para la re—inauguración de la galería la noche siguiente; por suerte había pasado tan poco que la mayoría estaba listo, y el personal necesario ya estaba contactado para que, a las diez de la noche atendieran a todos los invitados.
El confuso, y hasta el momento inexplicable hecho ocurrido la jornada anterior había servido como una excelente publicitad gratuita, pues ahora habían algunos medios de prensa más, y habían confirmado prácticamente todos los invitados; todo era casi igual, excepto que ahora habría una recepción rápida afuera y los cuadros se quedarían en el interior, de hecho había dispuesto que el nuevo Regreso al paraíso estuviera en el centro de la galería, abrazado por las otras pinturas que eran de imagen más amable que esta nueva. Sabía que la obra llamaría la atención, pero no estaba seguro del efecto en general, porque un resultado tan convulso podía perjudicar a todo lo demás. La suerte ya estaba echada otra vez, Carmen descansaba en su departamento y él tenía todo controlado, excepto aquel molesto mensaje en la tarjeta: no había dejado de pensar en eso, hasta finalmente convencerse de que no había motivos para estar alarmado, porque por mucho que alguien deslizara cualquier tipo de amenaza, aún tendría que disponer de alguna prueba, y eso era sumamente difícil.
Porque había destruido cada una de ellas, mucho tiempo atrás.
Sonó su teléfono celular, y se quedó un momento mirando el nombre en la pantalla: Eva. ¿Qué podría lograr que entre los dos naciera aquella chispa, el sentimiento mutuo que era mucho más que una atracción? Siendo un hombre que siempre tuvo cada aspecto de su vida bajo control, parecía una locura involucrarse con alguien de esa forma, pero lo que sintió por ella al verla, y todo lo que experimentaron después, era algo fuera de lo común; había allí un sentimiento animal, que iba más allá de lo físico, que trascendía lo simple del sexo por diversión, y los llevaba a otro nivel de conexión. Lo que había era casi inexplicable, pero en su interior lo entendía a la perfección.

—Eva —respondió al cabo de un instante.
—Ven al hotel —respondió ella; su voz era intensa y decidida, y transmitía un sentimiento que él comprendió al instante.
—Voy para allá.

No dijo más, y cortó. Tan pronto como escuchaba a Eva lo demás se borraba, ahora solo le importaba amarla otra vez, y para poder dedicase a eso, cerró la galería, y salió rápidamente en su auto, sin percatarse del vehículo estacionado a cierta distancia, donde un hombre lo vigilaba atentamente.

—Parece que vas a tener noche de fiesta Adán —murmuró Miguel, para sí—, y mañana es tu gran día. No me conviene decirle nada a Sofía aún, así que te voy a dejar disfrutar de tu noche de gloria y después atacaré; tranquila Sofía, tú y yo vamos a tener nuestra venganza.

3


A la mañana siguiente, Pilar salió rápidamente y con solo un objetivo en la mente; no le fue difícil dar con el paradero de la persona que buscaba, sabía que por su edad no se había ido a vivir sola, de modo que le bastó hacer algunas averiguaciones, y supo que estaba en una casa de retiro campestre a las afueras de la ciudad. Estaba más nerviosa que antes, ante la posibilidad de encontrarse con una verdad que no quería oír, pero por dura que fuese la situación, no iba a acobardarse esta vez, de alguna manera el apoyo y la fe de su amiga le habían dado fuerzas para enfrentar de una vez por todas aquello de lo que tenía ocho meses escapando.
Cuando la localizó dentro de la casa de retiro, vio a una mujer de más de setenta años, quizás más embarnecida y canosa, pero básicamente igual: de baja estatura, blanca de piel y cabello corto con rizos plateados, sentada sobre una reposadera, sola en ese instante.

—Marcia.

La mujer mayor miró en su dirección, y al cabo de unos momentos la reconoció, pero no pareció alegre al verla, aunque tampoco triste.

— ¿Y usted qué hace aquí, niña Pilar?

Sonaba como antes, con esa voz melodiosa que inspiraba a la vez respeto y confianza, pero no era lo mismo, no podía acercarse a ella sin más, primero tenía que saber.

—Necesito saber algo Marcia, por eso vine aquí. Tengo una pregunta que quiero que me respondas.

La anciana la miró fijo y más seria al notar su expresión. ¿Acaso estaría ya preparada para esa visita? Pilar recordó todas las veces que hablaron, y la forma tan maternal en que se dirigía a ella; nunca había vivido eso de parte de su madre, de modo que, al recibir esa clase de preocupación, la valoró con gran intensidad.

—Dime, mi niña.
—Dime quién te envió hace ocho meses a depositar mucho dinero en mi cuenta en el banco.

La mujer dio señales de no entender.

— ¿Dinero en el banco? No sé, yo no hago esas cosas, creo que estás confundida.
—Acompañaste a un hombre.
—No Pilar, yo no...
—Lo hiciste, te vi en una grabación —replicó, conservando aún la calma—, por favor no me lo niegues.
—Es que no estoy negando nada, yo nunca he sabido nada de esas cosas, estás confundida mi niña.
— ¡No me digas así, no me sigas tratando como si fuera estúpida!

No tenía costumbre de gritar, así que su voz salió aguda, con una nota de histeria. Mejor, ya estaba harta de callar.

—Pilar...
—Dime la verdad Marcia.

Pudo notar que la resistencia de la anciana disminuía, y en ese momento comprendió por qué Bernarda Solar siempre contrataba una buena cantidad de personas de un estrato socioeconómico bajo: porque era mucho más fácil comprar su lealtad; esa casa de reposo, y la ropa sencilla, pero de buena factura que tenía, no eran producto de ahorros. Eran un pago.

—Pilar yo...
—Dime la verdad Marcia —exclamó con energía—, me lo debes, después que confié en ti, después que te creí mi amiga me lo debes, al menos sé sincera conmigo una vez, porque está claro que nunca antes lo fuiste.

La anciana se sintió ofendida, pero mantuvo la mirada.

—Ustedes sabían que lo que hacían estaba mal.

Pilar abrió mucho los ojos; se dijo que no era posible, que después de la confianza que ella y Micaela le habían tenido, no podía ser simplemente un cruel juego de una arcaica escala de valores a lo que se redujera la pesadilla vivida.

— ¿Qué?
—Lo sabían —la acusó, en voz más alta. De pronto había dejado de ser la anciana apacible que vio sestada al entrar en ese lugar—, y la señora estaba sufriendo por eso, pero no les importó, nada les importaba; pero es verdad cuando dicen que las cosas se compensan por sí solas, por eso es que ella las puso a prueba, y se demostró todo, lo mal hecho se les devolvió.

Hablaba como una fanática, refiriéndose a su relación con Micaela como un pecado o un delito imperdonable.

—No sabes de lo que estás hablando.
—Ustedes tampoco sabían que lo que hacían estaba mal, o no quisieron escuchar.
—Por Dios Marcia, estás hablando de Micaela, ¡tú prácticamente la criaste! Y estás hablando de mí, me acogiste, me escuchaste, y ahora me vienes con esto... ¿Por qué lo hiciste si siempre pensaste que nuestro amor era un delito?

Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero hizo un esfuerzo y evitó llorar; el tiempo de las lágrimas había pasado ya.

—Porque siempre se intenta al comienzo —explicó la anciana, con convicción—, siempre se intenta convencer, pero si no funciona hay que hacer algo, nunca quedarse de brazos cruzados.
—No sabes lo que dices. ¿Tienes alguna idea de lo que me hicieron? ¡Contéstame!
—Hicimos lo que era necesario.

Su paso por allí había terminado; era doloroso escuchar esas palabras de una persona en la que confió en su momento, pero fuese como fuese, a fin de cuentas, la responsable mayor estaba en otro sitio.

—Fue ella, fue la madre de Micaela. Siento pena por ti Marcia, estás tan equivocada que no tendrás tiempo para entender la verdad; te quise casi como si fueras una madre, te habría recibido en mi casa si hubiese sido necesario ¿Y me traicionaste por lealtad a Bernarda? ¿Por cumplir las órdenes de una persona que te ve a ti y a cualquier empleado como un objeto, que usa mientras le sirve? Cuando estuve fuera del país, te eché de menos, pero ahora, me alegro de no tener que volver a verte.

Dio media vuelta y se apresuró a salir de allí. Esperaba sentirse devastada o con deseos de llorar, pero por primera vez en su vida, en vez de pena, lo que sintió fue rabia; ella misma tenía culpa por haber sido crédula, pero aunque sabía que era inocente de lo que la habían acusado, siempre se había sentido más culpable que víctima, de ahí su salida del país. Pero ahora ya no podía callar, ahora sabía que la mujer a la que amaba había faltado a su palabra de creer y confiar en ella, que Bernarda, tras esa sonrisa, la había traicionado, que para su progenitora había sido más importante un lienzo que su hija, y que en resumidas cuentas había sido sacrificada para conseguir los objetivos de alguien más. Ya no más, tenía tomada la decisión, esta vez las cosas iban a aclararse, esta vez tendrían que escucharla.
Poco tiempo después, llegó al departamento que estaba arrendando Micaela, el que no le fue difícil ubicar pues aún conservaba datos de ella a través de los cuales lo hizo. Aun no daban las diez de la mañana, temía no encontrarla, pero abrió la puerta casi al momento con una sonrisa en los labios que desapareció al verla.

— ¿Qué es lo que haces tú aquí?
—Necesito pasar, hay algo de lo que voy a hablarte.

Micaela frunció el ceño. ¿Qué le pasaba, como se atrevía a visitarla de ese modo? Verla aparecer de ese modo en su departamento hizo que sintiera una irritación que no experimentaba desde tiempo atrás.

— ¿Qué? Estás loca, lárgate de aquí.

Pero Pilar no la escuchó y entró, apartándola a un lado. Entró en el departamento luchando, por no desmoronarse al reconocer algunas cosas como adornos y muebles, cosas que incluso habían elegido juntas cuando decidieron compartir el departamento antiguo; Micaela la fulminó con la mirada.

—No sé qué te pasa y no me importa, pero es mejor que te vayas ahora, antes que me enoje.
—No me voy a ir —sentenció—, no hasta que te diga a lo que vine.

Micaela se encogió de hombros.

—No me interesa.
—Claro que te va a interesar, vas a escucharme.
— ¿En qué idioma te lo digo? —exclamó Micaela— No hay nada de ti que me interese.
— ¡Te dije que vas a escucharme!

El grito de Pilar descolocó a Micaela; jamás la había visto así, no supo cómo reaccionar.

—Estoy cansada de todos ustedes, estoy cansada de las amenazas de mi madre, de tus gritos y de la desconfianza de todos; no tengo por qué seguir soportándolo, me quedé callada demasiado tiempo, ahora vas a escuchar cada palabra, maldita sea. Te amaba Micaela, eras la persona más importante para mí, se suponía que tú tenías que creer en mí antes que en cualquier otra persona, pero tu amor fue demasiado frágil.

Puso en volumen alto la grabación de voz que había hecho de su conversación con Marcia, y mientras las palabras volvían a escucharse, vio como Micaela abría más los ojos, sin poder dar crédito al registro.

—Esta es la verdad —continuó, con fuerza, tan pronto terminó la grabación—; jamás fui la responsable, y te lo dije: ese día te dije que estaban pasando cosas extrañas, pero no me creíste, y con eso me rompiste el corazón.

Era Marcia. Marcia, su nana, la mujer que había vivido y trabajado en su casa durante tantos años, a quien siempre consideró como parte de la familia; Micaela sintió que un escalofrío corría por su espalda.

—No puede ser... —murmuró, incapaz de creerlo— No es posible, tiene que haber un error...
—Yo tampoco lo creía en un principio, me parecía una locura, pero como te darás cuenta, los hechos son más fuertes.

Micaela se sentía como si la hubieran arrojado contra el pavimento desde la ventana del edificio; estaba escuchando a nana, a su nana decirle a Pilar que habían tenido que hacer eso porque ellas estaban cometiendo un pecado o algo por el estilo. ¡Pero si ella siempre lo supo, siempre la escuchó en todo!

—No puede ser —continuó con la voz quebrada—, no lo entiendo, porque ella...
—Ella estaba trabajando para las órdenes de tu madre —acusó Pilar, implacable—, por eso es que ella de pronto estaba de tu lado, porque sería mucho más fácil atacar desde adentro, así nunca sabrías qué era lo que te había golpeado.

Solo en ese momento las piezas comenzaron a encajar. Recordó entonces esa fatídica jornada, y a su madre apareciendo en su cuarto con expresión compungida. ¨Descubrí algo tremendo, hija. Descubrí quién es la persona que me hizo la venta de la colección de cuadros de Carmen Basaure, y por lo que sé, lo hizo a sus espaldas. Fue su hija, fue Pilar, mira este documento¨
En ese momento todo se fue al demonio, y ahora descubría que todo era un plan, una maquinación de su propia madre para separarlas, aprovechando de adjudicarse un trofeo para su colección. Eso quería decir que Pilar tenía razón, porque sabía que su madre era capaz de todo, solo que nunca creyó que en contra de su propia hija; entonces había permitido que las separaran, había dejado que la mentira fuera más fuerte que el amor, y todas esas cosas horribles que le dijo eran totalmente injustificadas.

—Pilar —balbuceó, aun sin poder creerlo del todo—, esto es... es horrible, pero tienes que entender que yo... habían pruebas Pilar, todo coincidía, tu firma, los datos...

Durante todo ese tiempo, Pilar había pensado que las pruebas eran suficientes contra su palabra, pero ahora entendía que, de haber sido al contrario, ella habría luchado contra el mundo por defenderla, incluso justificando sus acciones; eso era lo que había hecho toda su vida, justificar la falta de amor de su madre, la pérdida de su padre, inclusive las agresiones verbales de Micaela cuando se descubrió el negocio con Bernarda Solar.

— ¡Y eso qué! —le reprochó con rabia— se supone que me amabas, me juraste que estaríamos juntas, me juraste que creerías en mí, pero me fallaste, y ni siquiera me diste el beneficio de la duda, te bastó con ver unos papeles para olvidarte de lo nuestro y tratarme de lo peor; me dijiste cosas horribles, me trataste como si fuera la peor mujer del mundo y no me dejaste defenderme. Podía aguantar lo que fuera, el rechazo de mi madre, podía aguantar que todo el mundo pensara que era una mala hija y una mala persona, pero no tú, tú tenías que ser mi apoyo, y me dejaste sola cuando más te necesitaba.

El principio de lo poco probable fue lo primero que se le vino a la mente. Su relación con su madre jamás había sido la más amistosa, pero Micaela no prestó mayor atención a eso, incluso le gustaba tener cierta independencia a nivel familiar; pero no pudo menos que sentirse agradecida cuando su relación con Pilar se hizo oficial, al ver que su madre no hacía reclamos ni recriminaciones. Y Bernarda era una empresaria, no siempre compraba de Forma directa ¿Qué podía tener de extraño que alguno de sus ejecutivos comprara una colección? ¿Qué podía tener de sospechoso que ella no supiera los detalles? Ese fue el truco, dejar la verdad en un sitio tan evidente, que resultaba absurdo creer que realmente podía ser así; un simple contrato, con una firma falsificada, y una suma de dinero en una cuenta, habían bastado para cegarla por completo.

—Pilar, por favor perdóname —suplicó Micaela, acercándose—, yo no sabía... fui una estúpida, fui la más tonta del mundo al creer en lo que me dijeron, pero yo te amaba, por eso es que… es que no pensé con claridad, y me volví loca al creer que eras culpable.

Pero Pilar se alejó; durante meses había extrañado el abrazo de Micaela, ahora no quería que se le acercara.

—Esto no se trata de quién tiene la culpa, lo que está hecho ya no se puede deshacer, lo que me rompió el corazón no fue lo de la mentira, ni que me acusaran de robarle a mi propia madre, ya te lo dije, esto se trata de tú y yo, se trata de que no fuiste capaz ni siquiera de escucharme, y eso habla tan mal de tu supuesto amor por mí, como de mí por creer que estarías conmigo hasta el fin.

Tenía razón en todo lo que le estaba diciendo, y al mismo tiempo Micaela estaba sintiendo asco de sí misma por haber sido tan ilusa, rabia con Marcia y odio por su madre, pero lo peor de todo, es que el amor por Pilar nunca se había ido, y ahora que estaba descubriendo toda la verdad ese sentimiento volvía, convertido en culpa y dolor; no podía imaginar cuánto había hecho sufrir a Pilar, mientras estaba sola y sabiéndose inocente. Durante meses, se había revolcado en su propio dolor, pensado una y mil veces en las supuestas acciones de ella, sufriendo por lo que había perdido, por sentirse traicionada, engañada ¿Y qué había de Pilar? ¿Cómo podía haber desconfiado tan fácilmente de ella? ¿Acaso en realidad su sentimiento nunca fue tan fuerte como creía?

—Pilar, por favor escúchame —le rogó con los ojos llenos de lágrimas, hablando atropelladamente—, fui una estúpida, pero podemos arreglarlo, puedo arreglarlo, yo jamás te he dejado de querer.

Pilar la miró con dureza.

—No tuve tu amor cuando lo necesité. Ahora es demasiado tarde para eso, solo vine porque no podía, no puedo dejar todo esto así. Tenía que decírtelo a la cara, tenía que verte cuando supieras la verdad, para poder sacarme este dolor, la tristeza y el abandono que sentí durante todos estos meses. Pero no quiero nada más de ti.
—Pilar espera...

Pero la otra mujer no la esperó, y salió rápidamente del departamento, azotando la puerta; Micaela quedó entonces sola en el lugar, con la respiración entrecortada, comenzando a llorar de forma convulsiva, mientras las escenas aparecían una a una en su mente; era culpable, era irremediablemente culpable de haber faltado a su promesa de amor, de no haber confiado en Pilar, de dejarse engañar con tanta facilidad y de haber herido a la mujer a la que amaba tanto como antes. Quedó sentada en el suelo, llorando sola.


Próximo capítulo: Mariposas calcinadas








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