Contracorazón Capítulo 14: Verdad incomprensible



Mariano fue dado de alta al mediodía del domingo, y fue trasladado a su casa en ambulancia y silla de ruedas, en medio de sus inútiles protestas por el exceso de cuidados hacia él; una vez estuvo acomodado en su cama, pidió a sus padres un momento para hallar a solos con Rafael y Magdalena.

—Quería hablar con los dos tan pronto como se pudiera — dijo con lentitud.
—¿Por qué no mejor esperas a que te sientas un poco más descansado?

Fuera de su aspecto demacrado, nada delataba lo que le había sucedido; Mariano negó con la cabeza.

—No, amor, estoy bien, de verdad. Primero, quiero que dejen de preocuparse tanto, en serio estoy bien; fue una herida, no es grave y perdí el conocimiento un rato, pero es todo.
—¿Por qué estás diciendo eso? — preguntó ella con cierto tono de alarma.
—Porque estoy viendo cómo estás —respondió el, con voz ahogada —; y me preocupa. Cuando me hirieron y empecé a desvanecerme, trataba de hablarte, de decirte que todo iba a estar bien, pero te sentía llorar y eso me estaba matando, porque me sentía inútil, incapaz de hacer algo.
—Creo que los voy a dejar solos —comentó Rafael haciendo un ademán de salir.

Pero Mariano lo detuvo con un gesto.

—No te vas a ninguna parte, esto también tiene que ver contigo. Magdalena, mi amor, sólo quiero decirte que eres lo más importante para mí, pero necesito que entiendas que esto ya pasó, es la única forma de reponerse y poder retomar nuestra vida.

Rafael vio que su hermana hacía un esfuerzo por contener las lágrimas; en ese momento, su novio estaba hablando de una característica que era común en ambos: hacerse cargo de un asunto importante por completo, incluso más allá de lo racional.

—Estaba muy preocupada —dijo ella en voz baja.
—Yo también, pero ya pasó. Ahora todo está bien ¿De acuerdo? Prométeme que vamos a salir de esto y que estaremos bien.

A ella le tomó un instante reponerse de la emoción, pero pudo hacerlo y responder, mientras lo miraba con infinito cariño.

—Te lo prometo.
—Y tú Rafael — siguió Mariano —, estuviste ahí, Magdalena me contó lo que sucedió; gracias por estar ahí, por todo, de verdad fuiste una bendición.
—No tienes que agradecer —replicó el moreno—, sólo hice lo que pude por ustedes, además tú no sólo eres el novio de mi hermana, eres mi amigo, somos familia, así que no hay nada más que decir al respecto. Me alegra mucho que todo esté bien, y espero que te recuperes muy pronto.
—Yo también, quiero estar en condiciones para el matrimonio.

A pesar de lo que podría haber parecido en la superficie, Magdalena ya había pensado con anterioridad en ese asunto.

—No creo que sea momento para hablar de ese tema.
—¿Por qué?
—Porque primero tienes que recuperarte, no es algo superficial —argumentó ella—. Lo más importante es tu salud.

La expresión de Mariano demostró que no estaba de acuerdo con eso.

—Amor, en quince días voy a estar recuperado, falta mucho para la ceremonia.

Eso distaba por completo de lo que él mismo pensaba poco antes, pero Rafael pensó que ese cambio de punto de vista era una buena señal, porque no cambiaba el espíritu que guiaba esa relación.

—Escuchen, tengo una idea —intervino mientras le daba forma a lo que estaba pensando—. En vez de preguntarse ahora si van a posponer o no el matrimonio, ¿por qué mejor no se olvidan de ese asunto por unos días?
—¿A qué te refieres?
—A que todo está listo para la ceremonia, y la celebración es algo íntimo, sólo para los más cercanos —explicó, recordándoles lo que ellos habían explicado al respecto algún tiempo atrás—; si no tienen que hacer más preparativos, simplemente dejen las cosas como están, y si surge alguna clase de contratiempo, aún hay más de dos semanas para reprogramar todo.

Magdalena en apariencia estaba determinada a posponer el evento para otra fecha, pero ante la sugerencia de Rafael comenzó a dudar.

—Estoy de acuerdo con lo que dice Rafael; me parece que es un buen plan de momento, así no nos preocupamos.
—De acuerdo —aceptó ella al fin—, hagamos eso, pero quiero que me prometas con mi hermano de testigo que no te vas a esforzar ni vas a aparentar que te sientes bien si no es así.
—Te lo prometo.

Después de dejar a Mariano muy bien acompañado, Rafael llamó a su amiga Abigaíl y se reunieron poco después en un café; a pesar de que él no le había anticipado por teléfono de qué se trataba, ella de alguna forma ya lo había predicho.

—Me dejaste un poco preocupada Rafael ¿Qué sucedió?

De seguro él no habría tocado el tema en otras circunstancias, incluso siendo algo que sucediera en reiteradas ocasiones, pero después de lo de Mariano, sentía que no era correcto tomarse esas cosas a la ligera; tal vez se trataba sólo de sueños extraños, pero las sensaciones que eso le produjo eran reales, e ignorarlas no haría que desaparecieran.

—Gracias por venir —comenzó mientras tomaba distraídamente la carta de café—, pero estoy bien, es sólo que hay algo que quiero preguntarte y era importante hablarlo en persona.

Esperaron a que les trajeran el café y continuaron.

—Si te puedo ayudar en algo, sólo dilo.
—Es sobre la muerte de tu abuelo ¿No te molesta tocar ese tema?

El rostro de ella demostraba que estaba sorprendida por la pregunta, pero no se mostró molesta.

—No hay ningún problema, pero no entiendo hacia adónde vas.

Rafael le contó acerca del sueño que recordaba, intentando explicar con claridad lo que sucedía, aunque él mismo no lo sabía con exactitud.

—A lo que quiero llegar con esto, no lo sé muy bien —reflexionó en voz baja—. Cuando sucedió lo de tu abuelo, me contaste que lo soñaste, pero que no era una especie de premonición, que era algo diferente.

Ella lo pensó un momento antes de responder; había adquirido un tono de solemnidad en su voz y en la postura corporal, que demostraba que era algo serio para ella.

—Sí, así fue. Lo recuerdo muy bien, es algo que se me ha quedado muy marcado en la mente; el abuelo no vivía con nosotros, lo veíamos cada cierto tiempo, y de pronto soné con él. Fue raro —recordó, sonriendo ante la memoria que estaba recuperando—, porque en el sueño pasaban cosas que no habían sucedido en realidad, pero era muy real, se sentía como si de verdad hubiera estado con él. Pero lo que me contaste no es sobre alguien que conozcas ¿O sí?

Esa era una pregunta que se había repetido en más de una ocasión; era una de muchas incógnitas en su mente.

—Si te respondo sin pensar, diría que no, pero siendo muy sincero, no lo sé. El sueño era tan extraño, tan real, como si todo eso hubiera pasado y lo estuviera reviviendo; pero yo nunca pasé por una situación como esa.

Le mostró la libreta en donde había tomado nota de lo que recordó al momento de despertar tras esa experiencia; de camino a ese punto de encuentro había vuelto a leer, y aunque lo que veía era en su mayoría frases sin sentido o incompletas, no podía dejar de sentir que detrás de esa forma torpe de transmitir sus sentimientos había sustancia, algo que no era producto de la casualidad.

—Es extraño —dijo ella tras leer las notas—, porque por lo que alcanzo a entender, podría decir que esto lo escribió alguien que sabía de lo que hablaba. Estuve leyendo un tiempo acerca de estas cosas cuando murió mi abuelo, y algo que me quedó es un sentimiento de familiaridad.
—¿A qué te refieres?
—A que lo que escribiste suena como si supieras de lo que estás hablando —explicó ella— ¿Sabes? Ese sueño que tuve con mi abuelo nunca pasó en realidad, pero lo que ocurría ahí era auténtico, era él —sonrió al recordarlo—. Era su forma de hablar, lo que me diría; no soy una mujer especialmente esotérica, pero cuando pasan cosas como esa, uno no puede simplemente cerrar la puerta y actuar como si no estuviera sucediendo algo.

El sí había actuado de esa forma; relacionando los hechos con cansancio, estrés, o simplemente dejando que el tema pasara. Pero conforme se repitió, estuvo en la obligación de hacerse preguntas, las que hasta ahora no tenían respuesta.

—¿Tú crees que son cosas producto de mi imaginación?
—No, no lo creo —replicó ella—. Lo que creo es que hay algo que tienes que descubrir.

A Rafael esa idea se le hacía insuficiente.

—Ese es el punto, que no sé qué es lo que podría tener que descubrir.
—¿Y qué fue lo que sentiste?

Eso era lo más claro, aquello de lo que tenía la certeza que, en el fondo, lo había hecho tomar la decisión de hablar con alguien que le diera confianza.

—Lo que recuerdo es una sensación muy fuerte.

Se quedó un momento en silencio, y al recordar, por primera vez entendió que había estado negándose a ver las cosas como eran; se había estado negando a ver que ese sentimiento era realmente mucho más fuerte y complejo de lo que se atrevió a ver. Y para saberlo, era necesario enfrentar eso, llegar a una zona de fragilidad, aunque eso tuviera un costo.

—Eran muchas cosas a la vez —explicó al cabo de un rato—; lo primero, es una sensación de estar con alguien importante, alguien a quien conozco, porque estaba esa familiaridad de conocer muy bien a esa persona. Pero al mismo tiempo, había temor, mucho miedo a que sucediera algo, y ese miedo venía junto con tristeza.

Por primera vez pudo alcanzar ese sueño de una forma más concreta, y entender parte de lo que en el había sucedido; había un sentimiento, claro que sí, y era amor, un amor puro y poderoso que lo llenaba y hacía que sintiera felicidad ¿Por qué había entonces tanto miedo? ¿Por que después había un dolor tan grande? Era como si nada en el mundo pudiera terminar con ese dolor.

—Es miedo a la separación —concluyó después de un instante de reflexión—. Lo que sentía en el sueño era miedo a que me separaran de esa persona. Pero no tiene sentido, no estoy enamorado de nadie, y tampoco hay nada que me esté amenazando; no lo entiendo, no sé cómo puedo sentir algo tan fuerte y al mismo tiempo no saber de qué se trata.

Ella lo miró fijo a los ojos, atenta a sus reacciones mientras hablaba; al cabo de un momento expresó su opinión.

—Lo que creo es que ese sueño tiene que ver con algo que te va a pasar.
—¿Cómo una premonición? —pregunto él, escéptico—, pero el sueño es como algo que debería recordar.
—Pero si no sucedió —explicó Abigaíl—, es porque algo va a pasar; tienes que ampliar un poco tu horizonte Rafael. Tal vez tú no te das cuenta, pero cuando hablas de lo que sucede en el sueño, es como si estuvieras hablando de ti mismo, se puede ver que es algo que nace de tu interior. Entonces, lo que veo es que esto que estás soñando, esta angustia por perder a alguien es una alerta, algo que te está diciendo que debes estar preparado.

Como si un peligro se acercara; pero no podía saber qué clase de peligro era.

—Lo que estás diciendo es que el sueño me está haciendo creer que va a pasar algo malo.

Ella iba a responder, pero se lo pensó un momento antes; su respuesta fue más esperanzadora de lo que él estaba anticipando.

—No necesariamente tiene que ser algo malo.
—Pero el sueño es sobre cosas malas —refutó él—, es sobre pérdida, miedo y dolor.
—Dijiste que sentías que había alguien importante, que había amor.
—Pero el amor no tiene que ser algo que haga daño —insistió él—, no puedo creer que un amor tenga que vivir con dolor y con sufrimiento, no es justo.

Se detuvo al notar que esas palabras las había dicho sin pensar en su significado; no, la realidad era que había muchas personas que amaban y sufrían al mismo tiempo, o que sufrían porque algo le había sucedido a esa persona. Madres, padres, hijos que perdían a ese familiar tan querido por causa de una enfermedad o un accidente; todos los días morían personas de forma violenta, dejando relaciones amorosas y familiares a medio camino, cortando para siempre los sueños y esperanzas de quienes en muchos casos no tenían el poder de evitar estos sucesos.

—Es cierto —se corrigió, en voz baja—, la verdad es que es así, yo lo puedo negar.
—Eres muy idealista, como siempre —observó ella.

Su pensamiento era tan claro al respecto: desde la lógica, sabía muy bien que las injusticias existían, y que en muchos casos el origen puro e inocente de un amor no era garantía de que las cosas salieran bien. Pero en su interior, un pensamiento distinto, más irracional pero más auténtico no dejaba de pujar por tomar el lugar primordial, aunque no fuera sensato.

—No eres la primera persona que me dice eso en el último tiempo ¿Sabes?
—Tal vez es porque lo eres —afirmó ella, con una cariñosa mirada.

No había descifrado el sueño, pero se sentía un poco más tranquilo respecto a su conciencia; de alguna forma, sacar conclusiones respecto a sus percepciones lo acercaba a algo más concreto, y quizás su amiga tenía razón.

— ¿Qué crees que debo hacer?
—Creo que tienes que confiar en lo que estás sintiendo —replicó ella—; desde que te conozco, siempre has sido un hombre que actúa de forma práctica, que no vives de ilusiones, pero al mismo tiempo eres honesto con lo que sientes y vives de acuerdo con eso.
—Es difícil actuar de acuerdo con estos sentimientos que es como si no fueran míos—murmuró él.
—El cierto, pero quizás la clave es dejar que las cosas pasen. Tal vez esto que sientes ahora es una oportunidad de hacer bien en el futuro algo que de otra manera harías mal. ¿Cuántas oportunidades en la vida hay de prevenir cosas que no sabemos que van a pasar?

2


Después de su reunión con Abigail, Rafael volvió al departamento e intentó poner sus ideas en claro; si partía de la base que el sueño no era algo real, sino una especie de intrincado modo de su mente de mantenerlo alerta, tenía que decidir si tomar en serio esa información o no.
Pero en realidad ya había tomado esa decisión, y no fue al llamar a su amiga para pedir su consejo: había sido antes, cuando tomó la libreta y escribió en ella lo primero que se le vino a la mente, o acaso aún antes, cuando entre sueños intentaba alcanzar esos recuerdos y entenderlos antes que la luz de la conciencia los desvaneciera.
Estaba pensando en estas cosas cuando una llamada lo interrumpió.

—Mamá —saludó al contestar el móvil— ¿Cómo estás?

Como de costumbre, la voz de su madre era fuerte; modulaba muy bien, hablaba rápido y era clara y concreta.

—Bien, hijo. Escucha esto, estaba ordenando algunas cosas en el cuarto de los cachivaches y no me vas a creer lo que encontré: tu ropa con la que te graduaste de secundaria.

Parecía que eso ocurrió mucho tiempo atrás; Rafael sonrió al recordar lo incómodo que se sintió con un traje que le quedaba muy ajustado porque había sido comprado meses antes de la ceremonia y en el transcurso creció lo suficiente como para que la ropa pareciera de una talla menor a lo que necesitaba. Años después la moda más reciente para hombres era, curiosamente, ropa formal más ajustada al cuerpo.

—Vaya, pensé que todo eso estaría mucho más al fondo; pero ahora no me quedaría.
—No, ahora eres más grande —opinó ella, sin disimular su orgullo—, así que pienso que no te molestaría si lo dono junto con otra ropa vieja al hogar.

Colaborar en un hogar que acogía menores era otra de las muchas ocupaciones extra de su madre, y le dedicaba una o dos tardes al mes dependiendo de su tiempo.

—Me parece una buena idea, mamá —resolvió en un instante—, y si encuentras más ropa mía que sea antigua, puedes agregarla también.
—Qué lindo gesto —replicó ella—, entonces eso haré. Pero no te llamaba por eso, era porque encontré la pinza para corbata que venía con el traje ¿Te acuerdas?

Lo recordaba muy bien: era una pinza color plata con un brillante en el centro y un detalle de esmalte negro en un extremo; siendo un adolescente le pareció un exceso y algo demasiado llamativo, pero al verlo en las fotos le parecía que todo era sólo un punto de vista algo inmaduro.

—Sí, me acuerdo.
—¿Y si lo usas en el matrimonio? —preguntó ella—. A todo esto, casi olvido decirte que hablé hace un rato con Matilde, está mucho más tranquila teniendo a Mariano en casa, y dice que él está de muy buen humor y que dice que no quiere que se posponga la boda.
—Sí, Mariano me dijo lo mismo.
—Bueno, sea como sea, ahora que él se está recuperando y ese susto ya pasó, podemos empezar a prepararnos para el matrimonio de Magdalena, y quería pedirte que usaras esa pinza.
—Me encantaría mamá —comentó él, sonriendo—, supongo que ya tienes algo también para que mi hermana lo use ¿No es así?

La risa cristalina de su madre hizo que confirmara la idea.

—Sí, aunque es algo distinto: es el lazo de color verde que le hice cuando estaba en segundo de secundaria; hice una flor con él y creo que puede llevarla en la muñeca o en el tirante del vestido.

De acuerdo con los colores del traje de novia, esa idea funcionaría perfecto, y la perspectiva de tener a la familia reunida para el matrimonio era un alivio después de lo sucedido durante el asalto.

—Es una gran idea, me gusta. Mamá ¿Hablaste con mi hermana?
—Sí cariño, más de una vez. Dije que iría hoy en la tarde, pero insistió en que estaba bien y que no quería que fuera, pero creo que se estaba haciéndose la fuerte.

Rafael pensaba lo mismo, pero considerando que desde luego estaría cansada, y además que contaba con el apoyo de sus suegros, de momento no era de máxima urgencia que su madre viajara a la ciudad.

—No creo que sea tanto eso, es que tiene que retomar el orden de todo en la casa y Mañana ir al trabajo. Pero podrías pasar por acá mañana en la tarde.
—Oh, por supuesto que lo haré —repuso ella con energía—. Me prepararé para un viaje de visita, porque no quiero que mi niña se sienta presionada por mí en su casa.

Por un momento, Rafael se debatió ente decirle o no que él también la extrañaba y necesitaba, y a medio camino de ese conflicto se preguntó por qué estaba cuestionándose algo como eso; reconocer la fragilidad de la nostalgia no lo hacía débil.

—Yo mañana estaré en el trabajo desde temprano, pero podría hacer un espacio para verte, si es que más tarde vas a estar con poco tiempo por lo de la visita a mi hermana.
—¿No te traerá problemas en el trabajo ahora que te cambiaste de puesto?
—Para nada —replicó él—, además tengo que beneficiarme de algo de ser el encargado de la tienda ¿No lo crees?
—Está bien, entonces te llamo cuanto esté por allá ¿Bien?
—De acuerdo mamá. Te quiero.

Después de finalizar la llamada, se quedó pensado en lo que producía en él algo en apariencia tan frío como una comunicación telefónica, cuando era con alguien a quien amaba; si estaba cansado o tenía alguna clase de problema, todo remitía al establecer contacto, y aunque no se solucionara, en su interior sentía mucho más cerca la posibilidad de alcanzar la tranquilidad. Cuando sabía que alguien a quien amaba estaba en problemas, aquéllos eran suyos, y sentía la necesitad de conocer de qué se trataba, así como de hacer algo al respecto; eso era de lo que se trataba el sueño, de alguien a quien amaba, y de quién no quería separarse ¿Se trataba sólo de eso? No lo sabía con claridad, pero después de la conversación con Abigail había hecho algunas conjeturas, y llegó a la conclusión de que lo más probable era que su sensación fuera alguna clase de miedo al cambio o al futuro; de todos modos, se dijo que no había mucho más que pudiera hacer al respeto, y que la mejor opción era estar atento a cualquier cambio a su alrededor.

3


Entonces lo vio, tendido de espalda en el suelo, entre escombros calientes, entre humo, entre otras personas también heridas; vio con horror el uniforme amarillo, quemado, la pierna izquierda en una extraña e inhumana posición, la camisa hecha jirones, la piel fragmentada, el cuerpo apenas haciendo un leve movimiento. No, no podía estar pasando eso, tenía que ser una pesadilla, alguna cruel maquinación de su mente o una fuerza sobrenatural. Todo, el estruendo de hacía unos momentos, los gritos de las personas alrededor y lo que estaba viendo tenía que ser una pesadilla.

— ¡Ayuda! —gritó, mientras se arrodillaba junto a él— ¡Una ambulancia, ayuda por favor!

Nadie atendió a su grito. Ignorando el olor a piedra y metal quemado y el insoportable calor del lugar, se arrodilló junto a él, sin poder procesar del todo lo que estaba pasando; los sonidos a su alrededor eran como un coro demoníaco de voces que aunque no podía entender lo aterrorizaban por completo.

—Mírame —pensó con desesperación—, mírame por favor.

No le importó ver su rostro desfigurado por las quemaduras y cortes; era él, era el mismo de siempre, era la misma presencia que sentiría, aunque el mundo entero se opusiera. Eran los mismos ojos que serían la luz para los suyos en un universo lleno de tinieblas.
Balbuceó su nombre, demostrando que de alguna manera había logrado reconocer su voz; con extrema delicadeza tomó su rostro entre las manos, sintiendo tantas cosas a la vez. El poder de su amor, transmitido en la débil pronunciación de su nombre, y en su mirada, esa forma única de reconocerlo, que tantas veces lo hizo estremecer; y al mismo tiempo, el terror de verlo destrozado, sabiendo que sufría de un modo que no alcanzaba a comprender del todo. Quiso hablar y decir mil cosas, pero el horror tomó el primer lugar en sus labios.

—Estoy aquí, estoy aquí —murmuró con la garganta cerrada—. Sé fuerte, te voy a ayudar.

Había comenzado a sollozar sin darse cuenta; a través de sus ojos empañados lo miró fijo, luchando por no perder el contacto, como si supiera que mantener el lazo visual era la forma de retenerlo.

—Sólo sé fuerte.

Una voz, un entendimiento en su interior le dijo que eso era inútil, que no había algo que él o cualquier persona pudiera hacer para cambiarlo. Su lado lógico había entendido, al instante de ver esas terribles heridas, que era el fin del camino, pero le resultaba imposible aceptarlo; no podía ser, no podía permitir que sucediera. Tenía que salvarlo, tomaría su lugar en la muerte si era necesario, pero tenía que arrancarlo de esas invisibles garras que lo arrastraban.
Escuchó cómo pronunciaba su nombre ¿O sólo era el movimiento de sus labios? Con un estremecimiento entendió que, a pesar del infierno, se habían encontrado en cuerpo y alma, y que podrían comprenderse aún sin palabras.

—Estoy aquí, estoy aquí. Resiste por favor.

Había sollozado el ruego, intentando en su desesperación transmitirle confianza y esperanza, sonriendo entre sus lágrimas a pesar del dolor y el sufrimiento que lo traspasaban en esos momentos; en su mirada, sin embargo, vio un sentimiento que lo desarmó por completo: había alcanzado la comprensión de saber lo que iba a pasar, y de algún modo estaba en paz con eso. Ver esa aceptación al destino hizo que se sintiera más desesperado, porque no era justo tener que aceptar ese cruel destino cuando el de ellos debería haber sido ser felices.
El infierno se había desatado a su alrededor, consumiendo en sólo segundos todos sus sueños y esperanzas; en medio de los escombros ardientes, permaneció arrodillado sobre el suelo quemado, sosteniendo su rostro y luchando contra el tiempo y la muerte, rogando que su fuerza fuera capaz de retenerlo junto a él, o incluso a pesar de él. Aunque fuera un desafío a todas las leyes del universo, tenía que salvarlo, tenía que conseguir para él una segunda oportunidad.

Aún si tenía que atravesar la eternidad, lograría salvarlo.

Rafael abrió los ojos en medio de la madrugada. Estaba en su cama, durmiendo sobre el costado izquierdo, abrazándose así mismo, sintiendo una presión en el pecho que superaba cualquier dolor que hubiera experimentado alguna vez; su vista vagó por la oscuridad y trató de salir del sueño, pero el peso del dolor y la fuerza de aquello que estaba experimentando fueron superiores, y se sumió otra vez en las profundidades de un abismo de pasado contra el que no podía luchar.


Próximo capítulo: Cariño y preocupación

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