Contracorazón Capítulo 12: Planes interrumpidos




Finalmente el día de la anunciada salida de Rafael había llegado; después de una semana tranquila y por completo sin novedades en el trabajo, se encontró en su departamento, sin más que hacer que prepararse para salir. Se dio una ducha, y escogió una tenida sencilla aunque un poco fuera de lo que usaba a diario: unos pantalones negros, zapatillas, y una camisa de un color morado oscuro que compró tiempo atrás en un arranque de originalidad, pero que nunca había usado más que para una cena en casa de su hermana. Fue a abrir al escuchar el timbre, y se encontró con Martín, quien por lo que veía ya estaba listo para salir: iba con una camisa blanca y pantalones de color gris, elegante, pero nada formal. Estaba hablando por teléfono en ese momento.

—Hola.
—Hola, pasa.

Dejó la chaqueta en el sofá tras entrar, y Rafael fue a buscar la billetera.

—Sí, estoy en su departamento en este momento. De acuerdo, le diré te tu parte. Te quiero.

Cortó y se acercó a él para saludarlo estrechando su mano.

—Estaba hablando con Carlos —explicó, señalando el teléfono móvil—, te manda muchos saludos.
—Gracias, dile de mi parte que también le mando saludos.
—Se lo diré, tenlo por seguro —replicó Martín—. Hemos estado hablando bastante de ti.
—Espero que no sea algo malo —comentó Rafael.
—Para nada, está encantado contigo —explicó el trigueño—, dice que está seguro de que eres un gran hombre, incluso dice que quiere que vayas conmigo a almorzar uno de estos días.

Después de la forma en que se habían conocido, era una agradable sorpresa que tuviera esa opinión de él.

—Gracias por eso, es muy importante.
—Sí, espero que ese efecto le dure. ¿Estás listo?
—Listo —Rafael torció la cabeza—, aunque no sabía si llevar una chaqueta o no, tú trajiste una.

Martín se había sentado en el sofá mientras hablaban; lucía relajado y de muy buen humor.

—Sí, lo prefiero por si empieza a refrescar; además no sabemos a qué hora vamos a volver.
—Tienes razón, dame un segundo, voy por una chaqueta y salimos.

Se sentía de buen humor; escogió una chaqueta oscura y regresó a la sala.

—A todo esto, hoy me vine en el auto de la empresa —comentó Martín.
— ¿Y eso? —preguntó Rafael mientras iba a cerrar la ventana del balcón.
—Es porque se les olvidó sacar un permiso en el edificio; es como una autorización para que yo como nuevo trabajador pueda sacar el vehículo, y para cuando había terminado el turno a las seis cuarenta, la única persona que podía dar ese permiso ya estaba en su casa —se encogió de hombros—, así que me ofrecí a traerlo y lo pasarán a buscar mañana. Lo dejé abajo.

Ya tenía todo revisado, así que estaba listo para salir; escuchó el tono de llamada en el móvil que reposaba en un mueble e identificó quién era por la melodía.

—Es Magdalena.
—Dijiste que iba al teatro hoy.

Asintió y contestó, llevándose el teléfono a la cara, pero no alcanzó a hablar.

—Rafael.

La voz angustiada y llorosa de Magdalena lo dejó sin palabras; se le antojó que pasó un tiempo muy largo antes de decir algo, aunque solo fue un instante.

— ¿Magdalena?
—Rafael —repitió ella.

Estaba llorando; en un segundo, el hombre sintió que se le oprimía el estómago, porque esa voz sollozante era la de su hermana.

— ¿Qué ocurre?
—Es Mariano —la voz de la chica tenía una nota de histeria que lo traspasó—, es Mariano.

Mil ideas pasaron por su mente en esos momentos; Magdalena no lloraba por cualquier cola ¿Qué podía estar sucediendo en ese momento?

—Magdalena ¿Qué pasa?
—Es Mariano, Mariano —la chica se quebró—, por dios, no…

Rafael volteó hacia Martín, que lo miraba con preocupación al escuchar su tono; estuvo a punto de exclamar nuevamente una pregunta, pero se detuvo y obligó a calmarse; lo que fuera que estuviera sucediendo, con gritar no conseguiría nada. Así que se obligó a estar tranquilo al menos en apariencia, y buscó en su interior el tono de voz más apropiado, para poder llegar a ella a pesar de la fría distancia de la línea telefónica.

—Magdalena —dijo con dulzura—, soy yo, soy tu hermano. Escucha, tienes que decirme lo que está pasando. Un poco a la vez.

Pasó un segundo, o tal vez dos, pero los sintió como si fueran horas; el sollozo de su hermana remitió un poco, y pudo volver a hablar.

—Íbamos a la obra —dijo, respirando con dificultad—, y detuvimos el auto en un semáforo en rojo y…

Estaba comenzando a llorar de nuevo; Rafael sintió un nudo en la garganta y quiso gritar otra vez, pero lo evitó con toda su fuerza. El pánico que sintió como una anticipación tenía que quedarse mudo.

—Dímelo. Magdalena, respira, tienes que decirlo.
—Detuvimos el auto en el semáforo, y de pronto aparecieron esos hombres.

No. Algo dentro de él gritó que no, que lo que estaba imaginando no podía ser.

—Esos hombres —la voz de su hermana se había vuelto más aguda—, nos amenazaron. Mariano les dijo que nos dejaran bajar, que les iba a dejar el auto, pero uno de ellos se alteró y...

Mariano. De pronto, la mente de Rafael desató toda clase de horribles tragedias, y tuvo que sujetarse del mueble más cercano para no perder el equilibrio. Martín lo miraba con preocupación, sin hablar ni moverse.

—Magdalena —dijo en un susurro—, voy a ayudarte, pero tienes que decirme dónde están.
—Ellos lo atacaron —siguió ella—, no se mueve, Rafael, no se mueve, y hay tanta sangre…

No. Mariano no. Rafael se quedó mudo de horror durante un instante, casi sin percatarse de las lágrimas que habían empezado a caer por sus mejillas.

—Tienes que decirme donde estás —continuo, incapaz de evitar el terror al hablar—. Dijiste que estaban en un semáforo ¿Dónde?
—No reacciona…
—Magdalena, soy yo. Dime en dónde ¿Iban por la urbana?
—Sí —sollozó ella.

Había olvidado todas las señas del lugar. Por la carretera urbana, y si iban al teatro, significaba que habían tomado una salida hacia las calles; la salida de Puente de la santísima, había un semáforo ahí, y el siguiente una cuadra larga después, con la parte trasera de la iglesia de un lado y un oscuro trozo de parque urbano del otro.

— ¿Habían pasado la iglesia?
—Sí.
—Iré para allá ¿De acuerdo? Estaré en un momento ¿Me escuchas?

Sólo alcanzó a oírse un sollozo, y la llamada se cortó. Miró desesperado en dirección a Martín, quien tenía las chaquetas de ambos en la mano.

—Necesito tu auto.
—Vamos.

El viaje duraría once minutos, pero Martín estaba acelerando para llegar en el menor tiempo posible.

—Por favor, dense prisa —rogó Rafael al teléfono—, es un auto gris plata, debe estar estacionado cerca de la iglesia y puede que haya un hombre herido de gravedad.

Agradeció a la operadora de la policía y colgó, sintiéndose incapaz de imaginar siquiera que lo de Mariano fuese peor que una herida.

—Tranquilo, vamos a llegar muy pronto.

Martín tenía la vista fija en la pista, y conducía a gran velocidad; Rafael vio la hora, y comprobó que habían pasado apenas cuatro minutos desde la angustiante llamada, lo que significaba que el trigueño iba por sobre el límite de velocidad.

—Ten cuidado.

Martín no contestó, viró limpiamente y enfiló por la calle que los llevaría hacia el destino que tenían; se trataba de una zona casi por completo residencial, en donde, a la derecha según avanzaban, había un parque urbano cortado en trozos, seccionado por diversas construcciones. Rafael intentó visualizar en su mente el lugar en donde suponía que estaba el auto, pero no lo conseguía, el miedo bloqueaba parte de sus capacidades. La iglesia en la vereda norte ocupaba una cuadra completa, pero la entrada estaba desde el otro extremo, lo que significaba que no había puertas ni ventanas para que alguien pudiera ver lo que pasaba, y en el extremo sur, el segmento de parque ponía distancia entre el borde de la calle y los departamentos.
Tenía que estar bien; su mente era un torbellino en esos momentos, mientras avanzaban entre las luces de la noche. Intentaba no visualizar lo peor que podía pasar, y al mismo tiempo sentía la amenaza de aquellas noticias que cada cierto tiempo aparecían en la crónica roja de los noticieros; el mismo método, el mismo objetivo, casi siempre un mal resultado.
Pero tenía que ser fuerte, tenía que controlarse, por que se trataba de Mariano y su hermana, no de él.
El auto seguía avanzando por la calle, cuando vio que el siguiente semáforo estaba por cambiar.

—Espera, va a rojo.
—Sujétate.

Con el mentón tenso y el volante fuertemente sujeto, Martín presionó el pedal del acelerador al máximo; Rafael no habló, pero notó el aumento en la velocidad del vehículo cuando pasaron como una exhalación por el cruce, justo en el momento en que la luz de advertencia cambiaba de amarillo a rojo. Unas milésimas de segundo después percibieron por el retrovisor del copiloto las luces de un auto de policía.

—La policía —advirtió, con nerviosismo.
—Estamos por llegar, no te distraigas —le dijo Martín, con voz tensa—, cuando me detenga, ve con ellos, yo me encargo de la policía.
—Pero Martín…

El trigueño puso una mano en su hombro, intentando transmitirle confianza.

—Todo va a estar bien.

El sonido de la sirena llegó hasta sus oídos, pero intentó concentrarse en lo que había hacia el frente, en un momento en que faltaba tan poco; si les cursaban una multa, la pagaría para exculpar a Martín, no le importaba nada de lo que estuviera pasando.
Entonces vio el auto de Mariano, estacionado a unas cuantas decenas de metros; con las luces encendidas y ambas puertas abiertas. Martín estacionó a muy poca distancia, y tan pronto lo hizo, Rafael bajó y cruzó corriendo, encontrando la terrible escena.
Al mismo tiempo, Martín había bajado del auto y levantó las manos en gesto de rendición, justo en el momento en que el vehículo policial se estacionaba tras él.

— ¡Ayúdenme por favor!

El oficial que había bajado en primer lugar había captado a Rafael cruzar a la carrera, pero el trigueño intentó capturar su atención.

— ¿Qué pasa? —preguntó el oficial con tono de advertencia.
—Asaltaron a mis amigos, los atacaron en ese auto —explicó señalando el otro vehículo—. Mi amiga nos llamó, hirieron a su novio. Por favor, acabamos de llamar a la policía para dar aviso y vinimos a ayudar.

El oficial era un hombre de poco más de cincuenta, alto y fornido, lo miró con expresión de incógnita y desconfianza, algo lógico dada la explicación.

—Quédese aquí.

Lo dijo con tono autoritario, y a Martín no le quedó otra alternativa que obedecer. Un segundo oficial había descendido también del vehículo y se acercó a él.
En tanto, Rafael se acercó a la puerta del conductor, y vio lo que estaba sucediendo; Mariano estaba sentado en el suelo, en una posición anormal, con una evidente herida en el costado, respirando apenas; Magdalena estaba arrodillaba junto a él, haciendo presión en la herida con una prenda empapada en sangre mientras sollozaba. Casi al mismo tiempo, la ambulancia se estacionó a metros de distancia y los paramédicos descendieron rápidamente.

—Magdalena —dijo, con voz quebraba por la emoción—, estoy aquí, ven.

Intentó tomarla suavemente por los hombros, pero ella sufrió una especie de espasmo al percibir el contacto.

— ¡No! —gritó ahogada— No puedo dejarlo, no puedo.

El paramédico se acercó al lugar e intervino de inmediato, pasando entre Rafael y su hermana.

—Señorita, tiene que apartarse para poder trabajar.
—No, no puedo, Mariano...

Rafael vio que en ese momento era necesario obedecer la instrucción, y se obligó a conservar la calma; tomó con fuerza a Magdalena por el torso, y la obligó a ponerse de pie. Sintió la emoción desgarradora de su hermana, cuando esta quedó separada de Mariano al ser casi arrastrada por él.

— ¡Mariano! ¡Mariano por favor, por favor!

Sin poder evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, Rafael la abrazó y la contuvo, mientras la chica lloraba e intentaba soltarse de él.

— ¡Mariano! Ayúdenlo por favor, ayúdenlo ¡Mariano!

2


Magdalena había insistido en ir en la ambulancia, pero en el estado de nervios en que estaba era imposible, por lo que tuvo que quedarse abajo; después de mucho rogar consiguieron que la policía los llevara hacia el centro de asistencia de salud, y Martín se ofreció a quedar para hacerse cargo del automóvil de Mariano.
Rafael solo se dedicó a abrazar y contener a su hermana, que sentada en el asiento trasero del vehículo policial junto a él, no paraba de llorar por causa del golpe emocional que había sufrido. Minutos después llegaron a la urgencia, en donde tuvieron que hablar con una enfermera, quien les dio algunas señas.

—Sí, el paciente fue ingresado, hace un par de minutos.
—Quiero verlo, necesito verlo —rogó Magdalena—, por favor.
—Ahora eso es imposible, tienen que revisar la herida que tiene.
— ¿Pero se va a poner bien? —insistió la chica, luchando con las lágrimas— Por favor, necesito saberlo.

La mujer dudó, y Rafael aprovechó para intervenir y tratar de controlar esa situación, aunque él mismo se sentía superado.

—Sólo queremos saber lo que le pasa, esperaremos hasta que tengan una información
—Pero…—murmuró su hermana.
—Magdalena, tenemos que dejar que hagan su trabajo.

Tuvo que imponerse de nuevo y llevar a su hermana hacia un costado; pidió instrucciones y la llevó a una sala de esperadamente le ofreció un calmante.

—No quiero nada, no quiero tomar nada.
—Magdalena, escúchame —exclamó con determinación—, los médicos están haciendo su trabajo y tienes que calmarte, o no te dejarán entrar en habitación.

Ni siquiera sabía con claridad qué clase de herida se trataba y no se atrevía a preguntar, pero estaba focalizando toda su energía en que no se trataría de algo irreversible.

—Escúchame. A Mariano lo están atendiendo ahora y tú debes estar fuerte para él, por él. Bebe eso y tómate este calmante, ahora.

Su hermana finalmente entró en razón, y se tomó el medicamento; algunos minutos después ella estaba un poco más calmada, y un doctor preguntó por familiares de Mariano, a lo que ambos atendieron de inmediato.

— ¿Cómo está?
—Ha sufrido una lesión punzante por un arma blanca —explicó el profesional—, por suerte el arma no tocó ningún órgano vital.
—Pero sangraba tanto —dijo ella, con un hilo voz.
—En este tipo de heridas es normal, en el tórax hay muchos vasos sanguíneos de magnitud.
—Puedo verlo? —pidió Magdalena reprimiendo el llanto.
—En este momento no es posible —replicó el doctor—; es necesario evaluar si ha habido ingreso de oxígeno y si los pulmones pudiesen estar siendo afectados, aunque en el primer análisis esto parece descartado.

Magdalena iba a decir algo, pero Rafael se le adelantó.

— ¿Dentro de cuánto podremos verlo?
—Tiene que pasar a cirugía, así que no lo sabemos. Tienen que esperar.
— ¿Está fuera de peligro? —preguntó Rafael, con cautela.
—Está grave, pero estable —replicó el profesional, escuetamente—; ahora tengo que irme, se les avisará cuando haya alguna razón. Permiso.

Magdalena respiró de forma agitada al escuchar esa respuesta, y regresó a sentarse junto a Rafael, apretando el vaso vacío entre sus manos temblorosas. En ese momento, el moreno recibió una llamada de Martín, y se alejó un poco, hablando en voz baja.

— ¿Dónde están?
—En la urgencia —explicó—, en una sala de espera.
—Estoy entrando.

Rafael miró a su hermana y decidió dejarla un segundo sola; la chica estaba muy quieta, con la mirada perdida en la nada. Afuera, en el pasillo, se encontró con Martín, quien venía caminando con fuerza hacia él.

—Dejé el auto en un lugar seguro y conseguí que me dejaran los datos del lugar donde trasladaron el auto de tu hermana —explicó rápido—, ¿cómo está todo?
—Por el momento sólo podemos esperar, pero parece que todo va a mejorar.
—Me alegro.

Rafael miró un momento a Martín, sin hablar; la forma en que estaba preocupándose de el y apoyándolo en un momento de dificultad como ese hablaban de su gran calidad como persona, y era un regalo tenerlo ahí.

—Martín —repuso, con voz quebrada—, gracias por tu ayuda.
—Nada que agradecer —dijo Martín—, sólo quiero ayudar. ¿Cómo estás tú?

El moreno respiró profundo varias veces antes de contestar; no quería pensar en cómo se sentía, le resultaba muy difícil enfrentar la realidad sin quebrarse.

—Estoy bien, creo; sólo me preocupa apoyarla —hizo un gesto hacia la sala de espera—, tratar de ser un soporte ahora.
—No tienes que ser fuerte siempre —apuntó el trigueño, con seriedad.
—Lo sé —replicó Rafael—, pero ahora tengo que serlo, Magdalena me necesita, y tengo que hacerlo hasta que sepamos lo que sucede con Mariano. Escucha —respiró profundo—, ya hiciste demasiado, no tiene sentido que te quedes aquí, vete a tu departamento a dormir. Y perdona por arruinarte la noche.

Pero Martín negó con la cabera.

—No digas tonterías; y no me quiero ir así como así, además podrías necesitar algo.

Rafael no supo qué decir por un largo instante; por una parte, quería que Martín se quedara con él, pero por otra, sabía que ya lo había involucrado mucho en todo eso.

—Estoy bien, en serio, es sólo que estoy un poco agobiado, quiero que nos den noticias de Mariano, pero no puedo presionar ni nada por el estilo, no quiero poner más nerviosa a mi hermana. De verdad, ve a casa y descansa, te prometo que te avisaré si sé cualquier novedad.

Había conseguido decirlo con la suficiente calma, y eso pareció convencerlo; Martín asintió, aunque aún lucía preocupado.

— ¿Necesitas algo? Puedo ir por un cambio de ropa para que estés más cómodo, o si necesitas comer algo.
—No, está bien. Gracias por todo, de verdad.

Se acercó y le dio un amistoso abrazo, que el otro devolvió de la misma forma; por un momento sintió un estremecimiento, pero lo reprimió, al pensar en que su hermana lo necesitaba mucho más en buen estado.

—Llámame apenas sepas algo.
—Te mando un mensaje —replicó Rafael.
—No —corrigió Martín—, llámame, quiero escuchar lo que me tengas que decir.
—Está bien, eso haré, lo prometo.

3


A pesar de que debería ir a su departamento, Martín se sintió nervioso e inquieto, y tras debatirse un largo rato, decidió tomar el auto e ir a la casa de sus padres, avisando en el trayecto que iba de camino; su madre le preguntó si ocurría algo malo y lo negó, pero supo que ella no se había creído eso.
La confirmación de esto fue que ella salió al jardín a recibirlo; su madre era una mujer morena, de cabello ensortijado y complexión delgada, que en esa noche lo miraba con esos ojos que podían traspasarlo.

— ¿Cómo está todo, hijo?
—Bien, mamá, no pasa nada.

La mirada de ella desaprobó la mentira, pero en la práctica cambió el foco del tema.

—Carlos me dijo que ibas a salir con un amigo ¿fue un cambio de planes?
—Algo parecido.

Su madre le sostuvo la mirada, y se sintió incapaz de resistir esa silenciosa exigencia; no era por el cambio de planes, era porque veía en su actitud corporal que algo lo estaba inquietando.

—Asaltaron a la hermana de mi amigo, hirieron a su novio, pero creo que está bien: vengo de la urgencia.
— ¿Qué les sucedió?
—Lo atacaron con un cuchillo —se resignó a entregar toda la información—, tenían que pasarlo a cirugía y eso toma tiempo, sabes cómo son estas cosas.

Sí, claro que lo sabía; ella decidió no preguntar más por el momento, y se adelantó a sus pensamientos como tantas veces lo hacía.

—Tu padre se está duchando; Carlos está en el cuarto, viendo una serie. Después hablamos.
—Gracias mamá.

Entró y fue hasta el cuarto de su hermano; el chico estaba sentado en su cama, con el televisor en pausa.

—Hola.
—Hola —saludó su hermano, seriamente— ¿Qué sucedió con tu salida?

Aparentemente el tono de inquietud en su voz al llamar a su madre había sido más notorio de lo que el mismo creía. Cerró la puerta y le contó un resumen de lo que había sucedido, aunque evitó los aspectos que a su juicio eran los más duros de la historia; también hizo hincapié en que el cuñado de Rafael estaba en tratamiento, aunque en rigor no sabía nada de eso desde que salió de la urgencia.

—Rafael tiene que estar muy nervioso —observó el menor.
—Sí, estaba muy preocupado.
— ¿Por qué no te quedaste con él?

Era una pregunta justa, y Martín respondió con honestidad.

—Quería quedarme, pero Rafael insistió en que no era necesario.
— ¿Y le creíste?
—Un poco. Lo que ocurre es que él necesitaba algo de espacio, supongo que no quería sentirse como el centro de la atención, por que la prioridad es su hermana.

Carlos le dedicó una cariñosa mirada, que lo hizo lucir más maduro.

—Como tú.

De alguna forma, la expresión reunía muchas cosas en pocas palabras; Martín se encogió de hombros.

—Eso fue un golpe bajo ¿Sabes?
—Pero es la verdad —replicó su hermano con sencillez—, tú también eres así, te guardas las cosas para preocuparte de los demás.

El hombre se sentó a su lado y lo miró muy fijo a los ojos.

—Eres maravilloso.
—La mayoría del tiempo me equivoco en tantas cosas —replicó el chico.
—Eso no importa, porque puedes aprender y mejorar; así es la vida, así es crecer. Lo que le sucedió a Rafael me hizo pensar muchas cosas, y no quise irme a dormir sin verte, sin sentirte cerca.

El muchacho se ruborizó un poco, pero le sonrió con cariño.

— ¿Vas a ir a verlo?
—No ahora —explicó Martín—, pero me voy a levantar temprano para estar al pendiente de lo que pueda necesitar.

Se despidió de su familia y regresó rápido a su departamento; iba a estar listo para ver a Rafael a la urgencia, lo llamara o no.


Próximo capítulo: Desde el pasado

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