Contracorazón Capítulo 11: Un día de descanso



Rafael había decidido dormir hasta más tarde el último domingo del mes, pero poco después de las ocho de la mañana, alguien tocaba el timbre en su departamento.

—Rayos.

Balbuceó una maldición mientras intentaba encontrar el móvil en el velador; sintió que tenía demasiado sueño, aunque eran las ocho y diez de la mañana, y se debatió largos segundos entre ignorar al visitante y salir a ver qué podía estar sucediendo.
Insistieron en tocar.

— ¡Ya voy! —gritó con hartazgo.

Se cubrió la cabeza con las sábanas y esperó a que el timbre no volviera a sonar, pero lo hizo; resignado, salió de la cama y se puso unos pantaloncillos, caminando hacia la puerta sin poder quitarse el sueño.

—Ya voy.

Se dijo que si era una tontería iba a estar de mal humor toda la mañana; tratando de calmarse, abrió la puerta sin haber visto antes por la mirilla, y se quedó de una pieza al ver de quien se trataba.

— ¿Papá?

El hombre lo miraba con una expresión calmada, con una media sonrisa, pero el ceño un poco fruncido.

—Hola, hijo.

La casa de sus padres no estaba en la ciudad, y ellos salían de su zona muy pocas veces; no eran citadinos, y vivían a un ritmo distinto del resto del mundo.

—Pero ¿Cómo? ¿Qué?
— ¿Me vas a dejar pasar o no? —exclamó el hombre—, estas cosas pesan un poco.

Aún sin salir de su asombro, Rafael se movió un paso, permitiendo que el hombre entrara; su padre era un poco más bajo que él, de contextura fuerte, ancho de espalda, firme y saludable a sus sesenta años. El cabello cano muy bien arreglado y los ojos color castaña le daban un aspecto un tanto serio, aunque se trataba de alguien con un muy buen sentido del humor; obedeciendo a una de sus costumbres, se dio el tiempo de dejar las cosas que traía consigo en la mesita de centro antes de contestar cualquier pregunta. Rafael revoleó los ojos y cerró la puerta.

—Bien ¿Qué me decías?
—Papá ¿Qué haces aquí? No es que me moleste, pero no me avisaste ¿Mamá no vino contigo? ¿Todo está bien?

Su padre le dedicó una mirada entre divertida y condescendiente.

—Sí, hijo, todo está bien.
—Pero no me avisaste que venías —recalcó el joven.
—Si, bueno —hizo una mueca divertida—, lo que ocurre es que hoy antes de salir le mandé un mensaje a Magdalena, pero olvidé enviarte uno.

Rafael lo miró con los ojos muy abiertos y las cejas levantadas.

— ¿Lo olvidaste? Papá, sólo tienes dos hijos ¿y olvidaste a uno de los dos?
—Dicho así suena muy feo —el hombre mayor extendió los brazos—, mejor ven acá y saluda a tu padre.
—Me voy a vestir.
—No seas ridículo —lo corrigió su progenitor—, te cambié los pañales, no me voy a poner quisquilloso ahora porque estás en calzoncillos; además aquí hace bastante calor. Ven acá.

Tomó su cara con ambas manos, le dio un sonoro beso en la mejilla, y luego le dio un abrazo apretado, que Rafael devolvió de la misma forma; por un momento se sintió igual que cuando era un niño, en una época donde el abrazo de mamá o papá eran el fin de todos los problemas, y el principio de cualquier cosa mejor.

—Qué bueno verte, papá.
—Yo también me alegro, hijo.

Se sentó en el sofá, aflojando un poco el botón del cuello de la camisa.

—Vine a la ciudad porque tenía que comprar unas cosas: encontré en la internet una tienda que vende insumos para jardinería, y como eran buenos precios, hicimos el acuerdo.
—Te las estás arreglando bien con internet.
—Es mucho más fácil —declaró su padre—, estamos más acostumbrados.

Pasando por alto que no le había avisado de su visita, era una grata sorpresa tenerlo ahí.

— ¿Tomaste desayuno?
—Por supuesto, antes de salir —replicó su padre.
— ¿Quieres un café o algo?
—Podría ser un café, no estaría mal.

El joven se puso de pie resueltamente.

—Papá, me estoy levantando recién ¿Te parece si pones a calentar el agua mientras me ordeno un poco?
—Está bien, sólo dime dónde están las cosas en tu departamento.

Rafael le dio las indicaciones a su padre y fue al baño a refrescarse, y se quedó en pantalones cortos y una remera. Para cuando volvió a la sala, se encontró con que su padre ya estaba ubicado frente al televisor, divirtiéndose con el mando a distancia.

—No es igual que el control de mi tele —reflexionó, oprimiendo algunos botones—, pero ya entendí, aquí va subiendo.
—Sí, es más o menos así.
— ¿No tienes contratado el canal del deporte?
—El especial no, no me gusta el futbol —le recordó—, pero el canal de deportes regular está dentro del plan.

Fue a la cocina y sirvió café para ambos, con sólo una de azúcar para su progenitor y dos para él; sacó algo de pan y mermelada, omitiendo el queso para no invitar a las quejas por consumir “alimentos plásticos” y no naturales. Había pensado en decirle que se sentara con él en la mesa de la cocina, pero dado que ya estaba concentrado en la televisión, decidió reacomodar las compras de su padre y poner lo del desayuno en la mesita, sentándose junto a él.

—Espero que no me ignores por estar viendo el fútbol.
—No, además no están pasando partidos de la liga europea —replicó su padre—. ¿Cómo va todo?

Rafael le contó sobre el ascenso en el trabajo y los cambios que eso le traería, aunque omitió los problemas con su antiguo jefe y un compañero para no revivir esa mala experiencia.

—Entonces te vas a cambiar de aquí.
—Sí, eso quiero —dio un mordisco al pan y tragó rápido—, quiero un departamento un poco más grande.
—Y con aire acondicionado —observó el mayor—, aquí hace mucho calor.
—Y en el invierno hace frío —comentó, asintiendo—, supongo que estoy un poco acostumbrado ya, pero si tendré el dinero, quiero algo mejor.

Su padre le dedicó una mirada seria.

— ¿Vas a volver a arrendar un departamento como cuando estabas de novio con ese muchacho?

Había reprimido el tono, pero de todos modos se notaba su molestia al respecto. Cuando Rafael terminó con Arturo, fue imposible ocultar el hecho porque tenía que decirles de su cambio de domicilio, pero intentó maquillar su estado de ánimo cuando sus padres le exigieron que los fuera a ver para comprobar que seguía vivo; su madre lo consoló y procuró apoyarlo en todo, pero fue su padre quien más se enfadó con el asunto. Consideraba una ofensa la actitud de Arturo y nunca lo había perdonado por eso.

—No, esta vez quiero algo propio, estuve ahornando para eso —explicó, con cautela—, quiero un buen departamento, no muy lejos de aquí, un poco más grande.
—Si necesitas un aval, aquí estamos.
—Gracias papá —le sonrió—, lo que estoy pensando es buscar una buena alternativa y hacer los primeros pagos para empezar, según mis cálculos con el aumento de sueldo podría cambiarme en febrero.
—Te queda muy poco tiempo entonces —observó su padre— ¿Te sientes contento con tu nuevo trabajo?
—Sí, estoy muy contento, siento que las cosas van a salir bien con este cambio; además me gusta mi trabajo, quiero demostrar que se puede ser el encargado de la tienda, pero no tomar distancia del público ni de mis compañeros de trabajo.

Su padre lo miró con cariño.

—Siempre eres tan idealista.
— ¿Por qué lo dices? —preguntó Rafael.
—Porque quieres conseguir cosas que son muy difíciles, o que la mayoría de la gente no hace.

En eso tenía bastante razón, pero Rafael sintió ganas de debatir un poco al respecto; independiente de ser un adulto, quería disponer de un consejo o una opinión de su padre para mantener el horizonte amplio.

— ¿Crees que no se puede ser un buen jefe y trabajar junto con la gente?
—Usualmente las personas no son así —reflexionó su padre.
—Pero tú me has contado de un jefe que era una muy buena persona contigo y tus compañeros —apuntó el joven.
—Esos eran otros tiempos, ustedes ni siquiera habían nacido; el mundo actualmente es mucho más de competencia, de tratar de estar por sobre los demás. Pero no digo que esté mal —aclaró—, es tu forma de ser, no vas a cambiar, sólo digo que sería bueno que tengas cuidado, porque puede que tú tengas las mejores intenciones, pero los demás no. No te confíes demasiado.

Aunque no se trataba de eso de un modo concreto, las palabras de su padre tenían mucho sentido con el conflicto que había ocurrido algún tiempo atrás en su trabajo; seguramente no habría podido evitar que sucediera, pero con algo más de atención, al menos no se habría llevado una sorpresa tan grande.

—Gracias por eso. ¿Cómo está mamá?
—Bien, ahora no habría venido, aunque esto estuviese planeado desde antes, porque está muy ocupada con su nuevo proyecto.

Su madre había jubilado un par de años atrás, pero eso no significó que dejara de estar ocupada; Rafael la recordaba de siempre yendo de un lado a otro, y en la comunidad era conocida por saber de manualidades, primeros auxilios, arte, moda y muchas otras cosas.

—Cuando hablamos no me dijo nada —observó el más joven— ¿Qué está haciendo ahora?
—Dando clases para que aprendan a hacer esas cosas redondas ¿Cómo se llaman? Mandalas, eso es. Ya tiene un grupo de estudiantes, y no lo hace gratis, lo está haciendo como un servicio prestado a la municipalidad.
—Eso es fantástico, de verdad.

Después de terminar el café, Rafael retiró lo del desayuno y volvió a sentarse con su padre; el hombre le dedicó una mirada curiosa.

— ¿Y?
— ¿Y qué? —preguntó el hijo a su vez.
— ¿Hay novio nuevo?

El moreno miró al techo, sonriendo; se le hizo muy gracioso que muchos hombres y mujeres pagarían por ver esa clase de interés de su padre, mientras que a él se le hacia un poco bochornoso.

—No papá, no hay novio.
— ¿Por qué no?

El hijo cambió de lugar y se sentó junto a él, mirándolo con cariño.

—Porque no ha aparecido; también por que estoy muy ocupado, antes hacía turnos extra, luego vino lo del cambio de trabajo, he tenido poco lugar para salir y esas cosas.
—Pero ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien, todo está bien.
— ¿Y has salido a divertirte? —agregó, con una evidente sonrisa maliciosa— Ya sabes, nada serio, pero eres joven y fuerte, no te vas a quedar así nada más.

Rafael soltó una risa nerviosa; llegar a escuchar a su padre preguntarle si tenía aventuras o no era un regalo del destino.

—Últimamente no —repuso, sintiéndose algo avergonzado—, también he estado ocupado para eso.
— ¿Todo está funcionando bien? —preguntó con una ceja levantada.
— ¡Papá!
—Vamos, es una pregunta de padre, estoy preocupado por tu salud.
—Está bien, está bien —concedió Rafael—, te aseguro que todo mi cuerpo funciona bien, en serio.
—Deberías salir más.

Eso era un gran consejo, y el joven supo interpretarlo así.

—Lo voy a hacer papá, gracias por preocuparte tanto por mí.
—Es lo mínimo que tiene que hacer un padre —reflexionó el hombre mayor—, además, si es de estos temas es mejor que lo hablemos cuando estamos solos, porque tu madre saldría con que el amor y todo eso —y agregó con picardía en los ojos—, y yo digo que eso está muy bien, pero mientras encuentras el amor, nada impide que salgas a divertirte ¿No es así?

Rafael miró la honesta expresión de su padre y recordó cómo él le contó en más de una ocasión la forma en que conocer a su madre había cambiado su vida por completo; decía que su horizonte era muy estrecho, y que desde que la conoció se había ampliado por completo. Tener la posibilidad de vivir esos momentos lo hacía muy afortunado.

—Tienes razón, me estás dando un gran consejo; lo voy a tomar en cuenta y bueno, tengo que decir que la próxima semana voy a salir a un bar con un amigo, así que es un avance.
— ¡Muy bien! —celebró su padre— Me gusta esa actitud; además, ahora que tienes un cargo puedes hacerlo con más comodidad porque hay más presupuesto.
—Es cierto. ¿Te quedas a almorzar?
—No, hijo, tengo que estar en el terminal de autobús a mediodía, y antes de eso tengo que pasar donde Magdalena y comprar unas cosas más.

Apagó el televisor y se puso de pie con decisión.

—Así que creo que lo mejor es que me prepare para salir ya.
— ¿Te importa si te acompaño? —preguntó Rafael, poniéndose también de pie.
—Cómo crees, es tu día de descanso.
—Pero quiero hacerlo.

Su progenitor se debatió un instante entre una escena y otra; al final llegó a una conclusión.

—Mira, más de las nueve, estaré en una hora en casa de tu hermana, no tiene sentido sacarte de tu casa para eso. Sólo promete que cuanto puedas irás a vernos por un fin de semana completo.
—Te lo prometo.

La sorpresiva visita de su padre había hecho un gran efecto en Rafael; después que se despidieron, se quedó con una sensación agradable, como si su compañía fuera la confirmación de que las cosas estaban comenzando a ir mejor, y que seguirían así en el futuro.
A veces extrañaba la vida en la casa paterna: mamá llegando del trabajo a ocuparse de algo, papá tratando de ver el futbol cada que pudiera, el olor de la cena por la tarde, preparada a medios por ambos, o con participación de todos; los fines de semana de aseo y películas, las tardes de domingo de conversar en familia y los días festivos de no programar alarmas para dormir hasta tarde. Pero su vida estaba en la ciudad y con los proyectos que tenía, por lo que su decisión de ir a vivir solo era la más sensata; con el tiempo lo había comprobado, y ver a sus padres cada cierto tiempo siempre era una buena noticia.
Se quedó sentado frente al televisor apagado, pensando en todas esas cosas.

2


Faltaba tan poco para que las cosas cambiaran para ellos.
Había estado muy nervioso durante toda la jornada anterior, y esa mañana era mucho más; intentaba decirse que todo estaría bien, pero en el fondo, sentía como si esa decisión fuera un punto de riesgo en vez de lo contrario. Sabía que no era por ellos, sino por el mundo que constantemente los amenazaba alrededor, como si a cada momento los ojos y los oídos de todos se intentaran colar por las rendijas.
A veces tenía miedo.
Cuando era más joven, sus padres comentaban acerca de un caso sucedido a un vecino del lugar, que había caído en desgracia por esa causa; él sólo lo recordaba como un señor bastante callado y poco sociable, pero ¿Cómo no sentirse lejos de la sociedad, si de la noche a la mañana la sociedad se convertía en un enemigo visible y al mismo tiempo imposible de identificar?
Lo que menos quería en la vida era ser responsable de causarle algún tipo de sufrimiento; luchaba por estar siempre atento a todo, dispuesto a evitar que quedaran en la línea de peligro.
Todo era gritos y confusión ¿Qué era ese terrible dolor en su interior? Olor a azufre, un calor más allá de lo humano, y la sensación de una angustia que jamás se iría. No, no podía ser, no podía permitir que sucediera ¿Por qué estaba sucediendo eso? Era injusto que tuvieran que pasar por algo así, que quedaran atrapados entre el dolor y el sufrimiento, sin tener oportunidad de escapar; todo lo que había intentado se estaba desmoronando, y poco a poco las cenizas cubrían su cuerpo, como un manto silencioso y gris. El frio lo había cubierto por completo, ya no podía luchar, sólo aferrarse a lo único que le quedaba, el deseo absoluto de no perderlo.

Rafael despertó de pronto, sobresaltado.
El sueño de la mañana le había jugado una mala pasada, y tras la visita de su padre, se había quedado dormido sin darse cuenta; bostezó y se estiró, un poco atontado por la sorpresa. Pero recordaba muy bien que había estado soñando, aunque extrañamente no podía alcanzar los recuerdos específicos; se quedó pensando en esto, y tras unos largos momentos comprendió que ya había sentido algo así antes.

—Qué sueño tan raro.

Se puso de pie y fue a la cocina a tomar un poco de gaseosa; en su interior subsistía esa sensación de angustia, algo como un dolor que era antiguo, conocido, pero que a la vez no sabía qué era. En otra ocasión, no muchos días atrás, experimentó algo parecido ¿Cuándo fue? Hizo un esfuerzo por recordar, pero sólo sabía que se trataba de algo que le pasó con anterioridad, nada más.
Decidió dejar ese tema de lado al no poder descifrarlo, y se ocupó en hacer aseo y ordenar un poco; tal vez más tarde viera una película.
De pronto notó que llevaba un rato bastante largo en esa dinámica, que se volvió obsesiva sin percibirlo; limpió a fondo los muebles de la cocina, cambió cosas de lugar, y tuvo que detenerse al ver que estaba actuando como un maniático ¿Qué le estaba pasando? Se sentó ante la mesa vacía de la cocina, y en silencio intentó entender lo que sucedía, y entonces recordó que en dos ocasiones había sentido algo parecido: la primera fue cuando Martin y él se dieron un abrazo cuando celebraban sus nuevos planes, y la segunda cuando hablaba con él por teléfono. Entonces sólo había sido coincidencia, porque ahora ni siquiera habían hablado por mensaje; se suponía que debía haber pasado todo el estrés de las situaciones que ocurrieron en el trabajo ¿Por qué persistía ese sentimiento, y por qué era en momentos espaciados? No era como ningún estado en el que se hubiera sentido antes, porque no se trataba de una sola sensación, era como una amalgama con distintas facetas: la primera vez fue una mezcla de emoción y dolor, la segunda era angustia, y la más reciente era dolor y miedo.
Lo que más le llamaba la atención de todo eso era experimentar ese algo inexplicable que le decía que eso ya era conocido, que no era algo ajeno; como si se tratara de una conexión que no podía identificar, pero seguía en el mismo sitio, jalando hacia ese punto. Si recordaba un momento triste de su vida, era capaz de evocar sensaciones muy similares, lo mismo con emociones más alegres; sonreía de forma casi espontánea al regresar a un bello momento, y sabia que se debía a estar reviviendo algo con lo que tenía una conexión.
¿Cómo podía, entonces, sentir que había una conexión con algo, pero no saber de qué se trataba?
Se preguntó si estaría pasando por alguna clase de crisis de la edad, pero lo descartó de inmediato: la edad para él era irrelevante, e incluso en ocasiones se sentía de edades diferentes a la que tenia, dependiendo de cada caso. A veces se sentía como si perteneciera a otra época, cuando se decía que debía ser precavido y cuidadoso, o le costaba hablar de conquistas y romances; en otras, se sentía muy joven como para no asumir un desafío, y se sorprendía de ver chicos de cinco o seis años menos con temor o falta de energía para iniciar algún proyecto.
No, no era un tema de la edad, era otra cosa, pero le resultaba imposible adivinar qué. De todos modos, se dijo, debía tener alguna explicación, y si no era por cercanía con Martin, de seguro tenía otra causa, pero se negaba a creer que algo tan fuerte no tuviera motivo alguno.

—No es un recuerdo —se repitió en voz alta—, pero significa algo, tiene que ser algo.

De algo estuvo seguro: la incógnita le producía angustia, y tendría que controlarla o eso iba a arruinarle el día. Procuraría estar ocupado, ya fuera con deberes o haciendo algo que fuera divertido, pero no quería angustiarse por algo que no tenía solución de momento.


Próximo capitulo: Planes interrumpidos





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