Las divas no van al infierno Capitulo 04: Tacones para llegar al cielo





Vicenta dio por terminada su clase cuando se aburrió de humillar a varias de las chicas, y había podido demostrarles de varias maneras que no estaban lo suficientemente listas para entrar en un escenario con dignidad.
Después de esa larga y pesada experiencia les dieron la oportunidad de ir al casino del recinto; se trataba de un espacioso lugar con un mesón cuadrado de atención al centro, donde los trabajadores atendían a un ritmo veloz y bien aplicado.

—Bueno, hay que tener mucho ánimo —estaba comentando Márgara—, es nuestro primer día; voy a pedir algo ligero porque tengo que mantener este cuerpo, parezco una escultura.
—Sí, pero de la cultura chinchorro —comentó Alma al pasar.

El comentario desató risas en el resto de las chicas, pero Márgara no se dio por aludida.

—Espero que para la siguiente actividad ya nos dejen volver a usar nuestra ropa, me siento un poco incómoda con esto.
—Mañana voy a traer un bolso con un par de prendas por si acaso —comentó Susy—, quiero estar preparada para todo.

Nubia aún no superaba el malestar que le había causado lo sucedido en la primera clase de la jornada; pidió un sándwich ligero y un jugo de frutilla, pero realmente se sentía inapetente.

—¿Te sientes mal?

Lisandra estaba a su lado y le sonrió, aunque ella tampoco se veía muy alegre.

—No, estoy bien.
—Disculpa, pero no lo parece.

Se sentaron ante una de las mesas cercanas; Nubia suspiró.

—Es que no lo sé; mira, lo que ocurre es que quedé completamente desplazada y ahora me nombran como una de las más débiles.
—Yo también estoy entre las más débiles —Apuntó la otra—, soy Lisandra.

Nubia recordaba el nombre en la lista, pero no la había reconocido; se le ocurrió que quizás la otra chica había pasado por algo similar.

—¿Qué fue lo que pasó en tu grupo?
—Creo que fui la tonta útil —Explicó Lisandra—, resolví todo yo sola y se quedaron ellas con el crédito.

La rubia asintió; entonces ya todas estaban sacando las garras.

—Me pasó algo parecido, sólo que en mi caso no me dejaron participar, y para no crear un conflicto me quedé a un lado.

Lisandra miró con disimulo alrededor; estaban relativamente aparte.

—Quizás deberíamos hablar de esto cuando estemos fuera.
—¿Por qué?
—Porque —Habló más bajo para dar tono de confidencialidad—, si las dos pasamos por algo parecido, podría ser que alguien lo estuviera notando.

Nubia se fijó en Charlene, que estaba charlando amigablemente con unas chicas de otros grupos, después que en una de las actividades estuvieran casi peleando; quizás ahí había algo importante que aprender.

—Tienes razón —Sonrió ampliamente, pero siguió hablando en voz baja—, hablemos después, por ahora finjamos que no pasa nada y tratemos de integrarnos.
—Está bien.

Mientras tanto, Charlene estaba en las nubes por los resultados; había empezado bastante mal, pero ahora las cosas tendían a mejorar y lo mejor es que estaba consiguiendo un grupo de seguidoras. Miró en dirección a Márgara y Adriana, según su punto de vista eran las más peligrosas en ese aspecto, porque eran bellas y además llamaban la atención de todos.

—¿Qué pediste?
—Un mix de verduras y dos quesos —replicó, chispeante—, el queso es super importante porque ayuda a dar sensación de saciedad.
—Ese dato es muy bueno.
—Siempre hay que cuidarse —Comentó con tono profesional—, y estar listas para todo.

Pero nuevamente las chicas no estaban preparadas para todo. Después de la pausa, al mediodía, tuvieron que regresar a la sala, que ahora lucía un enorme telón púrpura que cubría un tercio del lugar.

—¿Vamos a ver una obra de teatro? —Preguntó Carla, con tono de duda.
—No lo creo —Comentó Jazmín—¡Ya sé! Nos van a hacer bailar o actuar, por fin haremos lo que vinimos a hacer.

La música interrumpió las conversaciones; el telón se movió un poco, como si alguien estuviera pasando del otro lado.

—La persona ya llegó —Susurró Alna.
—¿Será Vicenta? —Preguntó Amalie también en voz baja— Tal vez nos va a mostrar algún espectáculo de algún tipo.

Charlene se imaginó algo antiguo y pretencioso, pero no lo dijo en voz alta. La canción que estaba sonando tenía unos acordes sensuales, y Valeria estuvo a punto de comentar que era Stop, pero se mordió la lengua al recordar que era una canción antigua; de todos modos era anterior a su edad real, pero le pareció que era una mala idea hablar de cosas antiguas cuando su edad era de veintitrés años.
De pronto, una pierna apareció entre el telón, y las miradas de todas se dirigieron en esa dirección; vestía pantalón formal negro, y calzaba un zapato de tacón de doce centímetros de alto, cubierto de brillos de color azul refulgente, y rematado en la punta por un broche de piedra del mismo color, pero traslúcido. Un momento después apareció la segunda pierna, y la persona aun oculta hizo un par de suaves movimientos al ritmo de la melodía de fondo. Lisandra pensó que esos zapatos solo podían llevarse con gracia y estilo, y que la mujer que los estaba usando debía ser una experta en eso.
Pero quien salió de detrás del telón no fue una mujer.
Vestido de impecable azul, de casi un metro ochenta, delgado y altanero, un hombre de largo cabello negro atado en una cola caminó con gracia y decisión hacia ellas; con todo programado, la música cesó justo en el momento en que el esbelto hombre se detuvo ante ellas.

—Buenas tardes señoritas.

Todas habían quedado maravilladas ante el atuendo perfecto y el porte y gracia del hombre que estaba frente a ellas, llenando el espacio y hablando con una voz grave y levemente rasposa.

—Yo soy Jaim Marsh —pronunció con voz suave—, soy su maestro de pasarela, es un placer.

Valeria estaba sorprendida por el conjunto que presentaba el hombre frente a ellas; incluso el cabello largo y los altos tacones no lograban disminuir su toque varonil. Pese a eso, lucía y usaba los tacones con garbo, mejor que casi cualquier mujer, incluyéndola; sí él era el maestro de pasarela, les esperaba un trabajo muy duro.

—¿Cómo están?
—Feliz de conocerlo —Se adelantó Sussy, maravillada—, soy Sussy.
—Lo sé, cariño —replicó el hombre—, ya conozco sus rostros, y sé sus nombres. Veo que Vicenta hizo que se quitaran los tacones, debo verme enorme con estos zapatos.

Era agradable y se mostraba cercano al hablar, distante de su aspecto orgulloso al aparecer frente a todas.

—Te ves increíble, de verdad —dijo Charlene—, había visto espectáculos de hombres usando tacones, pero nadie como tú.
—Eres una chica muy aduladora, de verdad —Sonrió de forma sincera—, gracias, pero hay otros mucho mejores; en fin, supe que Vicenta les quitó los zapatos de tacón.

Márgara seguía sintiéndose incómoda con zapatos planos y enfundada en ese ropaje deportivo, pero al ver al maestro, sintió que todo podía mejorar.

—Eso es cierto, pero ¿Tú nos vas a dejar usarlos?
—La verdad, no.

La decepción en casi todas fue instantánea, pero el esbelto hombre ignoró ese sentimiento.

—Aunque no es por los mismos motivos, estoy de acuerdo con la decisión de Vicenta; lo que quiero decir es que hay una verdad que tienen que saber: los tacones esclavizan.
—¿A qué te refieres?

El maestro hizo un giro limpio sobre las puntas de los pies, con perfecta coordinación, antes de hablar.

Puedo ver en sus caras que están sintiéndose incómodas sin los tacones: dependen de ellos. Díganme algo, con toda honestidad. ¿Por qué les gustan los tacones?

Nubia fue la primera en responder.

—Porque me hacen lucir más alta.
—Porque son un ícono de lo que somos —Agregó Alma.
—Son lindos —Comentó Sussy .
—Hacen que me vea más curvilínea —Comentó Charlene.
—Me hacen sentir poderosa —Apuntó Carla, con orgullo.
—Y sensual —Agregó Eva .

Jaim se había cruzado de brazos mientras las escuchaba con atención; cuando todas terminaron de indicar sus razones, el hombre asintió, satisfecho.

—Bien, ahora hay algo que quiero que me respondan ¿Quién es la primera persona importante que usó tacones en la historia?

El silencio se hizo en el gran salón, ya que ninguna de las chicas sabía la respuesta; el maestro, sin embargo, no se mostró sorprendido ante la situación.

—Aunque pueda parecerles extraño, los tacones no fueron usados por mujeres en un principio; eran usados por los persas en la antigüedad como parte de la vestimenta para montar, y luego este accesorio fue importado a Europa por el rey Luis XIV, quien era un tanto bajo —Hizo un gesto con la mano, a la altura de las costillas.

¿Un rey? Lisandra se dijo que sería una buena idea llegar a casa e investigar un poco acerca del origen de otras prendas femeninas.

—Este rey —Continuó Jaim con voz de miel—, le ordenó al zapatero real que le fabricara unos zapatos que hicieran que pudiera verse más alto, y ya saben que en esos años ser el zapatero real o tener cualquier cargo cerca de Su Majestad era algo de adrenalina al máximo, porque si no cumplías te quemaban o te desollaban vivo, así que fallar no era una opción.
Así que el buen hombre puso unos tacones rojos con suela a juego de diez centímetros, y automáticamente el rey se volvió un ícono de la moda; por supuesto, al tratarse de una personalidad, todos admiraron su nuevo accesorio y lo consideraron digno de imitar.

Paseó por el lugar, sin dejar en ningún momento de mirarlas; de pronto, con un gesto estudiado, se quitó ambos zapatos y continuó caminando descalzo; Nubia notó que su postura corporal y actitud no habían cambiado al quitarse los tacones.

—Esto es a lo que quiero llegar: ustedes no pueden depender de los accesorios.
Deber ser curvilíneas, fuertes, poderosas, altas y sensuales antes de subirse a esos zapatos: si son dependientes de un accesorio, cuando este falle no sabrán qué hacer. Se rompió mi tacón ¿Y eso qué? El espectáculo soy yo, la figura soy yo y eso es lo que tengo que enseñarles; ahora, bellas señoritas, prepárense porque esto está recién empezando.


2


Márgara estaba de muy buen humor esa noche; estaba en la cocina preparando una ensalada de frutas, cuando llegó Fernando, con el cansancio pintado en la cara.

—¿Cómo te fue? —La saludó él al entrar.
—Fantástico, todo está saliendo de la mejor forma posible —dijo ella, acercándose para darle un beso—. ¿Sabes? Tengo tantas cosas que contarte, fue un gran día.

Por un momento, pareció que él iba a decir algo, pero no lo hizo, y se sentó en el sofá para escucharla.

—Cuando hablamos por teléfono, dijiste que estabas sorprendida de lo que ofrecían en ese programa.

Ella se sentó en el otro sofá, con un cuenco con ensalada de frutas en el regazo, hablando animadamente.

—Tienen una escuela de talentos, así es como va a funcionar, es genial. Escucha, voy a estar cinco días a la semana allá, y tendremos clases de muchas cosas, y maestros; es una gran oportunidad de aprender, además que puedes tomar el pulso del programa todo el tiempo, hablar con los camarógrafos, es divino.
—Felicidades dobles entonces, es un premio adicional —La voz de él se escuchaba cansada.
—Salimos al aire la semana que viene ¿puedes creerlo? —Agregó, echándose el cabello hacia atrás—. Estuvimos revisando muchos detalles. ¿Qué te sucede?

Fernando suspiró, pero igualmente le sonrió con cariño.

—No es nada, sólo estoy un poco cansado.
—¿Quieres ensalada? Tiene arándanos —Ella lo miró con expresión condescendiente.
—Gracias, pero no —Se puso de pie con algo de dificultad y fue hasta el refrigerador—; ahora prefiero una cerveza. Y entonces ¿Conociste a alguna de las participantes, alguien que te cayera bien?

A pesar de lo difícil y extenuante de la jornada, ella se sentía bien y de muy buen humor.

—No tuvimos mucho de tiempo para hablar, pero hay una chica que es adorable, se llama Carla, estuvimos hablando un poco; ah, y es como lo imaginé, todas tenemos un parecido con alguna cantante, aunque ninguna se parece realmente ¿Entiendes? Sin presumir, creo que soy la más parecida entre todas, pero eso es así, y nos dijeron que, oh, mira eso.

Dejó la ensalada a un costado y tomó el control, para subir el volumen del televisor; que había estado en silencio hasta ese momento; en la tanda de comerciales, comenzaba un anuncio que requería su atención: una serie de secuencias muy rápidas mostraban a chicas imitando coreografías de cantantes, bailando con mucha energía, mientras la cámara pasaba de ellas a un público enardecido, que festejaba sus movimientos y coreaba sus canciones. Al ritmo de un medley, los pasos se volvían más y más intensos, hasta que todo estallaba en luces y color, y aparecía el nombre del programa, rodeado de brillos, y la figura de veinticuatro chicas detrás.

—Oh por Dios —murmuró ella—, no puede ser, sacaron un nuevo comercial del programa.
—No me dijiste que habían estado grabando para un comercial —Comentó Fernando.
—No lo hice, no somos nosotras —replicó, aun sin salir de su asombro—, los rostros de las chicas no se pueden ver con claridad, lo hicieron como un gancho. Vaya, la producción del programa se está tomando todo esto muy en serio.

Miró en dirección a él, que seguía mirando a la pantalla.

—¿Estás poniendo atención? Pareces en otro planeta.
—Sólo estoy cansado —replicó él, esbozando una sonrisa—; me voy a duchar. Te felicito por lo que estás logrando, te lo mereces.
—Lo sé, todo está saliendo de maravillas.


Próximo capítulo: Amigas y competidoras

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