Contracorazón Capítulo 05: Escuchar de más




Cuando el turno del sábado había terminado, Rafael llegó a la conclusión de que, en efecto, algo muy raro estaba ocurriendo con Ángel; durante toda la semana, hizo un perfecto acto de capacidad actoral, mostrándose ameno y bromista como siempre, pero evitando todo contacto con Rafael, excepto para algo puntual como pedirle una nota o darle el código de un producto. A ojos externos, incluso de los otros trabajadores de la tienda, no sucedía algo fuera de orden, y tampoco hubo frases con doble lectura o miradas que pudieran tener otro tipo de interpretación, lo que significaba que se estaba cuidando para no dar una mala imagen; en parte por sensatez y en parte por cautela, Rafael optó por actuar como de costumbre en el entorno laboral, y aparentar que no se daba cuenta de ese cambio. Para cuando terminó la semana, estaba un poco cansado, pero por suerte ese otro asunto había pasado a un segundo plano, y no le merecía mayor importancia.
Se había cambiado y estaba saliendo de la tienda, poco después de las siete, cuando sonó una llamada en su móvil.

—Magdalena —saludó— ¿Cómo va todo?
—Está aquí, está aquí, está aquí —chilló alegremente—, acaba de llegar.

Estaba hablando del vestido; el secreto mejor guardado del mundo, la información clasificada que nadie conocía, ni siquiera mamá; Magdalena había diseñado el vestido en persona, se reunió con la modista y concretó todos los detalles por su cuenta, lo que significaba que ese era un gran momento.

— ¿Qué es lo que acaba de llegar? —preguntó con voz inocente.
—El vestido —declaró ella, feliz—. Ya saliste ¿Verdad? Ven a verlo, tienes que venir; Mariano todavía no llega y no puede verlo, obviamente.

La casa de su hermana estaba a veinte minutos en metro; empezó a caminar en dirección a la estación más cercana.

—No lo sé, ha sido un día largo.
— ¡Por favor!  —rogó ella, con voz aguda— Tienes que verlo, además tú eres mi compinche en esto.
—Está bien, está bien, voy para allá.

Ella se refería a que fue él quien convenció a mamá de aceptar las dos principales características del vestido: que iba a ser por completo una decisión de Magdalena, y que no sería blanco.
Minutos después, Rafael estaba llegando a la casa de su hermana; estaba ubicada en un barrio muy tranquilo, a pasos de un centro comercial, y con todos los servicios a poca distancia. Cuando tocó el timbre, su hermana asomó a la ventana y le hizo un gesto para que entrara.

— ¿Quieres algo para tomar? Tengo gaseosa y jugo, Mariano no compró alcohol.
—Gaseosa está bien —replicó él.

Magdalena era casi igual a su madre a su edad; era de piel más clara que él, de cabello castaño, naturalmente ondulado, que usaba largo y en ese momento llevaba recogido en un moño alto. De rasgos redondos, lo que la diferenciaba de su progenitora era la zona de los pómulos, mucho más pronunciados, y los ojos oscuros enmarcados por cejas delgadas y curvas, que hacían su rostro una imagen gentil que representaba muy bien su carácter: los pómulos y cejas eran herencia paterna.

—Toma —le pasó un vaso con el burbujeante contenido—, ahora espérame, vuelvo en un segundo.

A pesar de que los vestidos de novia ocupaban uno de los últimos lugares en su lista de intereses, Rafael tuvo que reconocer que su hermana había puesto todo su corazón en ese diseño: el talle estaba compuesto por una serie de capas de diez o doce centímetros de largo, que se superponían unas a otras, creando una cintura firme y que era el centro del traje. Hacia arriba, la tela se dividía en capas a lo largo, que cubrían el busto con delicadeza y dando forma, y rematando en tirantes asimétricos, siendo el izquierdo más delgado y el derecho con una pequeña hombrera; hacia abajo, el vestido no escatimaba en más capas de texturas, en ese caso combinando lisas y con relieves bordados, creando un ruedo amplio con movimiento dinámico. Y por supuesto, estaba el color; Magdalena había escogido dos tonalidades de verde, una de celeste y un blanco perlado, todos claros pero identificables a simple vista, y estaban combinados de tal forma que la sucesión de capas y colores suaves daban la sensación de degradado. A Rafael se le vino a la mente el mar al ver el conjunto.

—Te ves maravillosa —exclamó, auténticamente sorprendido—. Magdalena, este vestido es increíble, de verdad.
—Gracias —la chica irradiaba felicidad—, quedó tal como lo quería, estoy tan contenta. ¿sabes en qué me inspiré?

Su hermano mayor negó con la cabeza.

—Ni idea; pero me recordó al mar.
— ¡Sí! —respondió ella—. Específicamente ¿Te acuerdas cuanto fuimos a la casa de La poetisa cuando éramos chicos?
—Sí.
—Esa es la idea; tu no estabas, fue un día en que fuiste con papá a las rocas. Pues mamá y yo dimos una vuelta por los alrededores, y encontramos un lugar, una porción de la playa en donde la arena era de estos colores; se me quedó grabada esa imagen, y decidí que iba a ser ese el color de mi vestido.

Fuera de lo que tenía que ver directamente con la boda, su hermana no tenía el comportamiento de una princesa de cuento en potencia, pero para lo que tenía que ver con su boda, había dejado volar al máximo su imaginación. Rafael hizo una reverencia.

—Supongo que vas a permitirme una pieza en el vals.
—Por supuesto, tienes el tercer lugar, después de mi flamante esposo y papá, claro.

Dio una vuelta que hizo agitar las capas del ruedo del vestido, pero se detuvo al escuchar algo.

—Ay no —dijo en un susurro—, es Mariano ¡No puede verme así antes de la boda!

Rafael le hizo señas de que se devolviera a la habitación.

—Ve al cuarto.
—Entretenlo, dile cualquier cosa —susurró ella mientras corría de regreso a la habitación.

Rafael salió a tiempo de la casa para encontrarse con Mariano; el novio de su hermana era un hombre de veinticuatro años, de complexión fuerte, ancho de espalda y rasgos rudos, pero que era la representación de la amabilidad y los buenos sentimientos. Sonrió de forma amigable al verlo.

—Rafael, qué sorpresa ¿Cómo estás?
—Bien, vine a hacerle una visita rápida a mi hermana, y tengo que detenerte mientras ella se quita el vestido de novia.

Mariano puso los brazos en jarras y una fingida expresión de disgusto.

—Y soy el último en enterarme. Esto es el colmo.

Los dos rieron. Cuando Magdalena y Mariano empezaron su noviazgo tres años atrás, él pasó a convertirse en uno más de la familia con mucha rapidez, incluso al punto que los padres le habían dicho a su hija menor que si algún día se separaban, ella iba a tener que acostumbrarse a seguirlo viendo de forma corriente.

—Ya sabes cómo es con ese asunto.
—Sí, es muy importante para ella, lo sé —repuso Mariano— ¿Es muy bonito, o muy estrafalario? Espera, no me digas nada, prometí no estar husmeando.
—Tampoco podría responderte, Magdalena se volvería loca; supongo que ya tienes listo tu traje.

Hubo un destello de la misma emoción que en ella en los ojos de él al mostrarle la foto en su móvil.

—Mira, esta fue mi elección.
—Se ve muy bien.

Era un traje de inspiración en el estilo italiano, de cortes rectos, que hacían que su figura se viera más estilizada; el color elegido era una tonalidad de azul, con un osado detalle de terciopelo en las solapas, chaleco con cuatro botones en diagonal, cinturón a juego y una destellante pinza para la corbata. La camisa parecía de un color celeste, o eso fue lo primero que se le pasó por la mente; Rafael pensó, con cierta angustia, que faltaba sólo un mes para el matrimonio, y el tiempo se le terminaba para comprar un traje apropiado.

—El traje es azul ópalo, y la camisa es azul aguamarina, yo mismo elegí los colores —explicó, con orgullo—; aunque esa foto es de la prueba del traje, todavía no estaba con los ajustes.
—Te ves muy bien, estoy seguro de que a mi hermana le va a encantar.

Entraron a la sala mientras charlaban; Magdalena aún no daba señales.

—Nos prometimos mantenerlo en secreto —le estaba explicando—, así que no le digas nada de esto; al principio no me gustaba la idea del color, soy un poco más tradicional y no quería verme disfrazado. Y no le digas que dejé de beber y me estoy matando haciendo abdominales para no quedar como una barra de pan.
—No te preocupes, todo estará bien, te lo aseguro. Además, el traje te queda genial y estás en buen peso.

Mariano se dio un golpe en el estómago, el que parecía tonificado, a diferencia de lo que él estaba diciendo.

—Si fuera más alto como tú, podría confiarme, pero no quiero tener barriga.
—Estás bien, hombre, tranquilo.

Recordó que había pensado en hablar con el futuro esposo de su hermana con respecto a algunas oportunidades de trabajo; ella no aparecía aún, así que decidió arriesgarse y preguntar.

—Mariano, tengo una pregunta.
—Por supuesto, te escucho —replicó su cuñado mientras dejaba el maletín en el sofá.
— ¿Tienes idea de si en tu trabajo necesitan un analista de datos?
—No, pero creo que necesitan un chofer, así que no te sirve ¿Qué pasó en la tienda?
—No es para mí —repuso Rafael—, es para un amigo.
— ¿Amigo? —el otro hombre esbozó una sonrisa.
—Sí, amigo, no te pongas como mi hermana; y él sabe conducir.

Por suerte, Mariano se conformó con esos datos y no le dio más vueltas al tema.

—Veamos si le sirve; te envié el número de recursos humanos, dile que llame, tal vez le sirva.
—Gracias. Y una cosa: no le digas a mi hermana.
— ¿Por qué? —el hombre lo miró con sus gruesas cejas levantadas.
—Porque no quiero que empiece a fantasear con mi vida sentimental.
—Como quieras —Mariano se encogió de hombros—. Pero sabes que lo hace porque te ama.

Rafael lo sabía muy bien; pero tratándose de Martín, con quien no sabía qué pensar de sus propios sentimientos en el escaso tiempo que lo conocía, prefería mantener el flujo de información al mínimo.

—Y tú sabes que la adoro, pero estoy grande, puedo resolverlo solo, y cuando tenga que venir, vendrá.

2


Después de la breve visita a su hermana, Rafael se devolvió al departamento sintiendo por primera vez una punzada de emoción por lo que estaba por pasar: el viernes 16 del próximo mes, Magdalena y Mariano contraerían matrimonio por las dos leyes y sería una ceremonia muy importante para ellos, como una forma de concretar su amor en un paso formal que para ellos era necesario. En lo personal, Rafael no tenía una opinión al respecto, no sabía si era o no importante dar ese paso de aquella forma, ya que nunca lo había considerado como una posibilidad; en las dos relaciones formales que había tenido hasta el momento sintió que cuando las cosas iban bien y se encontraba pleno, no necesitaba declararlo ni que alguien más lo autorizara.
Apenas había enviado el mensaje con el dato y el número de contacto, cuando Martín apareció en línea y le contestó.

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En seguida volvió a aparecer fuera de línea; Rafael bajó del metro y comenzó a caminar las ocho cuadras que lo separaban de su edificio, pensando en cuál era exactamente el sentimiento que tenía hacia Martín. No podía negarse que lo había visto guapo, ya que lo era, pero no estaba seguro de que le gustara propiamente tal; a diferencia de ocasiones anteriores, no sentía una atracción sexual hacia él, incluso cuando lo había visto a torso desnudo por accidente. Lo que sí sabía era que le agradaba mucho, y que lo que habían conversado fue gratificante, porque se sintió en confianza con él.
Como si lo conociera de antes.
Había escuchado esa expresión muchas veces, pero nunca había sentido algo así con una persona; haciendo memoria, cuando lo ayudó a ponerse de pie en el centro comercial el día que se conocieron, se sintió casi como sería en frente de alguien a quien no hubiera visto en un tiempo, pero que ya conocía. Quizás solo era una coincidencia. Estaba pensando en eso cuando recibió una llamada del propio Martín.

—Hola.
—Hola —la voz del otro lado de la conexión se escuchaba distinta, y Rafael pensó que seguramente sería por la señal—, perdón por ser tan corto en contestar.
—No pasa nada, no hay ningún problema —respondió, quitando toda importancia al asunto—, seguramente estabas ocupado.

El silencio fue breve, pero evidenció que se estaba saltando ese punto.

—Quería darte las gracias en persona por pasarme ese dato, es un gran gesto.
—No es necesario, no es nada.
—Te diría que nos tomáramos algo rápido, pero es tarde y ya debes estar cansado.

Rafael sí estaba cansado, pero no encontró argumento para negarse a ese ofrecimiento.

—En realidad aún no llego a mi casa, estaba de visita donde mi hermana, así que me siento con ganas.
— ¿En serio? —preguntó Martín, con tono más animado—, yo también vengo de otra parte, llego en menos de cinco minutos ¿En mi departamento?
—Me parece perfecto. Paso a comprar cerveza —comentó Rafael.

Minutos después, caminaba con la compra por la calle en donde vivía. Vio aparecer a Martín en una esquina y estuvo a punto de llamarlo, pero se dio cuenta que estaba hablando por teléfono, así que siguió caminando hacia él; cuando estuvo cerca, no pudo evitar escuchar lo que estaba diciendo.

—Todo está bien. Sí, por supuesto.

Ralentó la marcha, indeciso acerca de llegar hasta él o esperar a que terminara de hablar; notó que su tono de voz era muy dulce y cariñoso.

—No, tú eres el mejor —corrigió, con voz sonriente—. Y no admito discusiones, Carlos.

¿Carlos?

—Te amo; hablamos después ¿Sí?

Rafael aún estaba a un par de pasos de distancia tras Martín, y como este no volteó en ningún momento, decidió dejarlo avanzar y quedarse fuera de vista. La ternura con la que hablaba decía mucho de sus sentimientos, y era una señal bastante clara; todo estaba definido en ese momento, y ya no le quedaban dudas.
Estaba sorprendido, y por un momento se le pasó por la mente la idea de enviarle un mensaje diciendo que se sentía muy cansado como para tomar una cerveza, pero luego se lo pensó mejor; si él mismo se había repetido que lo que buscaba en él era una amistad sincera, era contradictorio poner algún tipo de distancia al comprobar que estaba comprometido.

—De acuerdo —dijo, hablando consigo mismo—, calmate y actúa natural.

Después de lo que había escuchado, le pareció fuera de lugar mencionar algo al respecto, ya que en regla no debería haber escuchado nada; se trataba de una curiosa situación, pero si Martín no mencionaba el tema, no había motivo para que él lo hiciera, al menos no de momento. Apuró el paso y cuando estuvo cerca otra vez, habló con la mayor naturalidad posible.

— ¡Hola!

El trigueño volteó hacia él y se detuvo.

—Hola; veo que ya compraste.
—Sí, venía del metro y compré al pasar.

Las palabras que había escuchado seguían resonando en su cabeza, pero se dijo que estaba bien; si Martín estaba con alguien y era feliz, eso era bueno; tal vez cuando tuvieran más confianza podrían hablar de ese tema.

— ¿Todo bien? —preguntó Martín.
—Sí, perfecto —reaccionó—, como te decía antes, vengo de la casa de mi hermana, ya tiene listo el vestido para su matrimonio.

Continuaron caminando el escaso trecho que faltaba para llegar al edificio; Rafael sintió que nuevamente se sentía en confianza y tranquilidad, y optó por no pensar más en el otro asunto.

—Sí, me comentaste eso; debe estar feliz.
—Es cierto, andaba prácticamente saltando por la casa.

Poco después llegaron al departamento, y Martín dispuso vasos anchos y una bandeja de vidrio con separaciones para poner los snacks que había comprado.

—Queso, tenía que comprar queso en cubos —reflexionó mientras servían la cerveza—, lo olvidé.
—Está bien, así está perfecto.
—Escucha, te quería dar las gracias otra vez, pero cara a cara —la expresión de Martín se volvió seria—, de verdad es muy importante esta ayuda.
—Pero si no he hecho nada —arguyó Rafael—; ni siquiera sabes si va a resultar o no.
—Pero hiciste algo, y eso es lo que cuenta. ¿Te has preguntado cuántas veces las personas dicen que van a hacer algo por ti y no lo hacen, o la cantidad de veces que necesitaste ayuda y los que te rodean no se tomaron la molestia de preguntar si estabas bien?

No, nunca se lo había preguntado; Rafael se sintió un poco descolocado por esa pregunta, sintió que tenía un segundo significado, pero que él no alcanzaba a comprender.

—No especialmente —respondió con evasivas.
—Esas son las cosas que importan —explicó, con seriedad—. Escucha, alguien me enseñó que lo que haces como persona en el día a día habla más de ti que las grandes acciones.

Hizo una pausa para tomar un largo trago de cerveza; era segunda vez que lo veía hablar con tanta vehemencia de un tema.

—Tal vez puedes hacer grandes obras ¿Y qué? ¿De qué te sirve ser, por ejemplo, un gran empresario y donar dinero a la caridad, si tratas a tus trabajadores como si fueran basura? Nosotros nos conocemos hace poco, me caes muy bien y parece que yo también a ti, pero no tenemos más contacto que ese, tú perfectamente podrías haber dicho “Bien, este tipo necesita trabajo, que busque” pero en vez de eso hiciste algo, y eso es importante. Para mí es importante.

Esa era una declaración de principios mucho más fuerte de lo que se esperaba; pero a Rafael le gustó escuchar esas palabras, y sintió que lo que había dicho Martín también hablaba muy bien de él.

—Estoy sorprendido, creo —comentó—. La verdad, nunca me había planteado las cosas de esta manera.
—Pero tú eres un tipo sincero, y eres idealista —apuntó el trigueño—; lo vi cuando te enfrentaste a ese técnico que no quería reparar los daños que hizo.
—Me estás dando demasiado crédito por eso —negó con las manos—. Aunque sí soy un poco idealista, supongo. Pero a lo que me refería es a que creo que uno no toma demasiado en cuenta las actitudes comunes de las personas.

Martín pensó un momento mientras tomaba un puñado de maní con pasas.

—Míralo de esta manera: de tus seres queridos ¿Quién es la persona más especial?
—Creo que sería Magdalena, mi hermana menor —respondió de inmediato—. Es decir, amo con mi vida a papá y mamá, pero la relación con ella es diferente, supongo que porque siempre fuimos muy cercanos.

La diferencia de cuatro años no había hecho mella en la conexión entre ellos; desde pequeños fueron compañeros de juegos y travesuras, y les sacaron varias canas a sus padres con las ocurrencias que tenían; recordó cuando tenían doce y ocho años y se cayeron de un árbol, quedando él con una costilla fracturada, y ella con un dedo. Sonrió al recordar que estuvieron más tiempo encerrados por el castigo después de esa aventura que por la recuperación de las heridas.

—Bueno, entonces esto es lo que digo: si lo piensas, todos esos momentos importantes con ella no son grandes proezas, son cosas del día a día, y eso es lo que más vale.
—Tienes razón, estaba pensando en eso mientras hablabas —admitió Rafael—, con Magdalena podríamos escribir un libro con nuestras aventuras cuanto éramos niños.

Pensó en lo que había escuchado poco antes, y aunque se dijo que iba a dejar el asunto de lado, decidió que ya que estaban hablando de eso, la pregunta no venía del todo mal.

—Y en tu caso ¿Quién sería esa persona tan especial? No necesariamente un familiar, puede ser cualquier persona. Seguro que hay alguien.

El rostro de Martín se iluminó de inmediato al escuchar la pregunta.

—Sí, claro que hay alguien. Y es todo para mí.


Próximo capítulo: Dolor perpetuo

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