La traición de Adán Capítulo 4: Mariposas



¿Sabes para qué vuelan las mariposas?

Cuando Micaela escuchó el aviso por altavoz de que el viaje del barco había terminado, no se movió del cómodo camarote que la había albergado la mayor parte del tiempo durante el viaje. Aún tenía tiempo para holgazanear un rato más, antes de tomar el equipaje y llegar a puerto.
Se trataba de una mujer de 26 años, de figura espléndida por su estatura cercana al metro setenta y cinco y su cuerpo fuerte y vigoroso; tenía brazos largos, piernas fuertes por el nado y la bicicleta, y toda su estructura demostraba que era una joven saludable, incluso cuando no hubiera hecho nada de ejercicio mientras duraba el viaje de regreso al país.
Un viaje de placer.
Sin embargo, la joven no había hecho ese viaje por placer. Ni el anterior. Micaela estaba huyendo, y aunque le molestara, ella misma debía reconocérselo. Llevaba ocho meses escapando, desde esa tarde horrible cuando su vida había sido arruinada ¿O ella misma la había arruinado al fijarse en esa persona, al amar a esa persona?
Daba lo mismo.
Algunos minutos después, se levantó de la cama y dio uno ducha rápida; haber dormido mucho, mientras desperdiciaba su tiempo a bordo de un transporte que demoró innecesariamente su retorno, no había hecho una gran mejoría con su aspecto, y seguía viéndose desaliñada y cansada.
Era una mañana cálida cuando llegó a puerto, cargando un morral al hombro y tirando de una maleta; ocho meses de huir, ocho meses de simular que se había ido al extranjero a cambiar el aire y trabajar, y de engañarse a sí misma, porque por mucho que de verdad estuviera trabajando, en realidad lo que hacía era huir. Y lo que más rabia le daba era que escapaba porque le dolía, porque a estas alturas la traición y el amor eran lo mismo, venían de la misma persona, y ante eso no tenía defensa.
No habría regresado de poder evitarlo, pero las vueltas del destino la habían obligado a comprar un boleto y embarcarse, porque la última empresa para la que trabajó, quebró, y la matriz se encontraba en el país, de modo que resultaba necesario ingresar y hacer todo el papeleo para rescatar sus honorarios a la antigua, visitando oficinas y hablando con personas que tenían documentos impresos, algo completamente fuera de la sencilla modernidad de enviar un correo electrónico o validar una firma digitalmente; dentro de todo, podía decir que tenía suerte, porque no tuvo que abandonar un trabajo para venir a cobrar el dinero de otro, y además, a lo sumo tomaría tres días hacer todo, para poder volver a marcharse.
Daba lo mismo.
Como no era alentador estar de regreso en el país, tomó un crucero para tratar de engañarse y creer que se relajaría y llegaría con ánimos, al menos de no deprimirse; el servicio era de primera, y la fauna humana a bordo estaba tan interesada en pasarla en grande, que no había riesgo de algún entrometido intentando ser amistoso con ella.
Tenía un bronceado saludable y había descansado.
No había resultado como lo esperaba, pero esa mentalidad depresiva no era efectiva, quizás se había desatado en ella porque estaba en un estado diferente al habitual, con demasiado tiempo libre; a lo largo de esos ocho meses, siempre había estado trabajando, y esa presión constante le impedía dedicar demasiado tiempo a cualquier otra cosa, sometiéndola a una suerte de embotamiento que hacía que la adrenalina funcionara en lugar de los sentimientos; ahora no servía de nada quejarse, o pensar que sería mucho mejor haber llegado en avión después de algunas horas de dormir o ver una película tonta, porque meditar demasiado en eso la haría empeorar. Así que Micaela decidió tener todo finiquitado ese mismo día, ir directamente al banco, solucionar los problemas, dejar resuelto todo el asunto de los honorarios, las firmas y lo que fuera necesario hacer, para no tener que volver, y tomar el primer avión que encontrara de regreso a Europa.
Fue entonces cuando, de pie junto a un semáforo, esperando cruzar, la vio. Inocente, frágil, pero poderosa por su delicadeza y hermosura, una mariposa de considerable tamaño, reposando sobre una hoja, ajena a lo que pasaba por la mente de la joven en esos momentos. No era igual, pero sí muy parecida a una de las que aparecían en esa pintura que nunca olvidaría, esa que de algún modo ejemplificaba todo lo que le había pasado después. Y la pregunta volvió a aparecer en su mente, tal como si la escuchara en esos momentos, la pregunta que definió tantas dudas.
¿Sabes para qué vuelan las mariposas?
Ella había tenido una mariposa, una tan hermosa y frágil como no lo creyó posible, y en su momento pensó que estaría para siempre, pero al final la traición fue la respuesta a la pregunta, y los hechos la habían arruinado.
Pilar Basaure, su mariposa, ese ser tan frágil que resultó ser un engaño ¿En qué parte de la historia se había trastocado en alguien así?
Pensar en Pilar seguía haciéndole mal, principalmente porque aunque eso la hiciera retorcerse de rabia, la amaba. La amaba y la odiaba por hacerle lo que le hizo; engañar, para algo tan bajo como apropiarse de un dinero que no le pertenecía, y peor aún, comportarse como si todo se tratara de un error, intentando pasar por alto las pruebas en su contra. Había estado con ella, viviendo una relación feliz, mientras al mismo tiempo, planeaba un robo, como si se tratara de una simple transacción comercial que le dejaría importantes créditos; de una sola vez, la decepcionó a ella, y a su madre, quien la sacó de su vida casi más rápido que la propia Micaela. Y ella no podía olvidar esa jornada, los documentos que la delataban, y cómo el mundo que imaginó a su lado se desmoronaba por completo; tenían que haber sido felices, dentro de su pequeño universo, pero después de saber que ella era capaz de actuar de ese modo en contra de su propia madre, y al mismo tiempo sin importarle su relación de pareja, la felicidad ya no era posible, y ese llanto y excusas nunca pudieron contrarrestar el abrumador peso de la verdad.

 Al menos tenía la opción de sufrir en paz, sin que nadie más que una imagen fantasmal la perturbara, porque sabía que Pilar no estaba en el país, pues ella también había huido hacía ocho meses atrás, cuando quizás por remordimientos había tomado sus cosas para salir, y nunca volver. Esa había sido la última noticia que había tenido de ella.
Micaela subió al taxi abrazando el morral que siempre cargaba consigo, con la vista perdida en el horizonte, sin mirar nada más que su pasado, donde de un día para otro la felicidad se había convertido en dolor; tenía que solucionar sus problemas financieros, y ya que estaba en un sitio tan decisivo, podía aprovechar la oportunidad y hacerse cargo de algo más. Ya no iba a huir. Volvería, no a ver a Pilar, pero si volvería, a los lugares que las vieron, volvería a los recuerdos y al sufrimiento, y conseguiría extirpársela de una vez por todas. Micaela se juró a sí misma, esa mañana, que ya no seguiría más escapando, se sacaría a esa mujer del recuerdo, y con fuerza se juró que el odio la llevaría a destruir el sentimiento, hasta que llegara un punto en que solo quedara vacío. Después podría empezar de nuevo.

2


Mientras tanto, en la capital, Pilar entraba en la habitación donde su madre seguía bajo seguimiento estricto, y se sentó junto a la camilla, bajo la blanca y cálida luz del lugar.

– ¿Mamá?

Lo dijo en un tono de voz muy bajito, casi hablando consigo misma, casi por costumbre de cuando era pequeña y quería entrar al taller de su madre, y ella la reprendía por interrumpir su concentración. “Pilar, por favor, estoy trabajando, ahora no” era una de las oraciones que más marcadas habían quedado en su memoria. La noticia la había golpeado, principalmente porque aún sabiendo del paso de los años, seguía viendo a su madre como la mujer fuerte, temperamental y de voluntad inalterable que siempre había visto, la artista que tanta gente admiraba en los exposiciones o entrevistas, pero de la que pocos tenían conocimiento real, cuando de su casa o de su amado taller se cerraban las puertas.
Carmen Basaure era un roble, una araucaria, un ser demasiado poderoso como para ser vulnerable o perder el control de su vida; demasiado fuerte como para estar en riesgo de morir.

— ¿Cómo pasó esto?

Y sin embargo, ahí estaba, conectada a un respirador artificial, sin saber del mundo a su alrededor, o percatarse de las máquinas que vigilaban su pulso cardíaco; el doctor había sido muy gentil, y trató de maquillar el diagnóstico, aunque a fin de cuentas, lo que trataba de decir era que la artista estaría en ese estado durante un tiempo, a menos que reaccionara de forma favorable antes, y pudiera recuperarse con prontitud, lo que de momento dejaba todo en manos de la incertidumbre.
La única persona que tenía como familia era ella, alguien demasiado cobarde y débil como para hacerse cargo del algo así, o de la galería de arte, o de decisiones difíciles. De modo inconsciente, cuando estaba ahí sola en frente de su madre gravemente afectada, Pilar pensó en quién podía necesitar en ese instante, y la imagen de Micaela apareció frente a ella, haciendo que las lágrimas brotaran de sus ojos, sin poder contenerlas. ¿Cómo tendría fuerzas para enfrentar una desgracia como esa, cuando ni siquiera podía recordar a Micaela sin llorar?
Estaba sola, pero no como cuando había llegado al país y pensaba visitar la galería y ver la alegría de su madre, aunque sin ser vista, ahora estaba sola frente a lo desconocido, y sabiendo que no tenía más opción que seguir aunque no lo quisiera; incluso sabiendo que su madre no la quería ahí, ni ocho meses atrás, ni nunca.

Fuera de la habitación, Adán descansaba sentado con los brazos cruzados, con la apariencia perfecta y lozana de siempre, aunque interiormente estaba preocupado por lo que estaba sucediendo. ¿Por qué la hija de Carmen tenía que llegar al país justo en ese momento?
Cuando tomó la decisión de contactarla, esperaba encontrarse con algún tipo de resistencia, o que en un panorama ideal, ella no contestara, o simplemente le dijera que no podía regresar al país; contando con eso en su favor, podría deshacerse de ese asunto en vez de tener otro más en la lista. Pero, ella contestó, y cuando él le explicó lo que estaba sucediendo, ella le dijo, para su sorpresa, que acababa de llegar al país para un asunto urgente, y que, desde luego, estaba muy preocupada por su madre, de modo que iría de inmediato al sitio en donde estaban cuidando de ella. No sólo fue algo inesperado, sino que incorporaba un nuevo elemento de descontrol a un mapa que ya era muy complejo; al verla en persona, se encontró con una mujer de apariencia frágil, y que se mostraba muy nerviosa y angustiada por la situación que estaba ocurriendo, incluso con los ojos llorosos y un temblor en todo el cuerpo. Se dijo que para estar separada de su madre y haber sido borrada del presente de Carmen, parecía estar demasiado involucrada, demasiado preocupada por el destino que pudiera correr su progenitora; hizo todo lo posible por mostrarse gentil y al mismo tiempo, como un brazo fuerte en quien confiar, pero la chica no parecía ocupada de nada que no fuera exclusivamente el estado de su madre, de modo que no le quedó alternativa más que dejarla en la habitación con ella, y confiar en que era posible mantener el control de todo. En ese momento, Izurieta respondió su mensaje, llamándolo por teléfono.

— ¿Está contigo?
—Estoy fuera de la habitación —respondió con prisa, en voz baja—, ella está con Carmen ahora.

El abogado soltó un bufido.

—Es una coincidencia muy desafortunada.
—Lucía muy angustiada —comentó con fingido desconcierto.
—Supongo que piensa que tiene motivos para estarlo –reflexionó el hombre, de un modo misterioso— ¿Le dijiste que habías hablado conmigo?
—Sólo le hablé de lo de Carmen.
—Bien, hiciste lo correcto; de momento, no hay nada que se pueda hacer, sólo esperar. Infórmame de cualquier cosa que suceda ¿De acuerdo?

Adán finalizó la llamada, y se quedó pensando en lo que estaba ocurriendo; definitivamente había algo oculto entre Carmen y su hija, alguna clase de historia que era demasiado importante como para dejarla pasar. Quizás la mejor oportunidad de descubrir qué era lo que ocurría, estaba en el momento en que la chica saliera de ese cuarto, probablemente más nerviosa que antes.


Próximo capítulo: Certezas

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