La traición de Adán Capítulo 02: Adiós a Sofía



Habían pasado más de dos horas desde que Adán llego a la clínica Santa Augusta, y había permanecido a la espera de noticias; por fortuna, Carmen tenía un buen seguro médico, y el equipo encargado llegó rápido, realizando su labor con pulcritud y en poco tiempo.

— ¿Algún familiar de la señora Carmen Basaure?

Adán se puso de pie y se acercó a un doctor que como mucho tendría treinta años; era delgado y casi de su estatura, nada especial por su apariencia, pero transmitía una seguridad en sí mismo que lo hacía totalmente inmune al porte y gracia de Adán. Este estaba acostumbrado a que todos a su alrededor reaccionaran con interés, simpatía o atracción hacia él, pero el doctor podía contarse entre los pocos que ignoraban sus características.

—Buenas tardes, soy Adán Valdovinos.
— ¿Y usted es? —preguntó el profesional.
—Soy el asistente personal de Carmen.
—Necesito a algún familiar de ella —repuso el doctor.

Adán meneó la cabeza con gesto preocupado.

—Carmen se encuentra sola en el país en estos momentos, así que soy la persona más cercana que tiene.

El doctor asintió, aunque claramente no estaba satisfecho con esa explicación.

—Señor Valdovinos, me temo que tendrá que ponerse en contacto con algún familiar de la señora Basaure.
— ¿Cómo está ella?
—Grave —replicó el doctor con perfecto tono profesional– sufrió un ataque al corazón y en estos momentos se encuentra en coma inducido; habitualmente no es necesario, pero por las características médicas de ella, es necesario. Ahora necesitamos estabilizarla y luego ver cómo evoluciona.

Adán escuchaba atentamente, pero desde ya estaba analizando la situación. Según dónde había encontrado a Carmen, lo más probable es que hubiera sufrido el ataque en presencia de los cuadros mientras él trataba de encontrarla. ¿Pero por qué si ella ya sabía de la existencia de la segunda obra y además era idea suya recuperarla?

— ¿Puedo verla? —preguntó con preocupación.
—En este momento es imposible, tiene que entender que está grave y además está en una etapa crucial del tratamiento. ¿Tiene ella algún familiar?

Esa pregunta era porque ante formalidades técnicas necesitaban a alguien directo, así que en realidad estaba de cuidado; sin embargo, esta formalidad era ambigua, yo que al mismo tiempo podía ser parte de un procedimiento de rutina, enfoto a liberar a la clínica de responsabilidad ante potenciales complicaciones, llegaron estas a darse o no.

—Tiene una hija, pero en realidad no sé si podría dar con su paradero.
—Le recomiendo que lo haga —apuntó el profesional—. Permiso.

El doctor volvió a su rutina, y Adán se quedó pensando en lo que estaba pasando en esos mismos momentos. Nunca le habían gustado los hospitales, pero no por las razones que al resto de la gente, por el miedo a la muerte y ese tipo de cosas, le desagradaban porque le recordaban la única etapa de su vida en que había sido vulnerable, en que no tenía la fuerza ni la capacidad de controlar su vida o lo que le rodeara. Y no se trataba de un hospital, sino de un sitio diferente, pero con algo similar.
Algo en el aire.
Esa sensación de que el tiempo no pasa, que las malditas manecillas del reloj se detendrán para siempre, en vida, dejándote ahí, observando.

—Diablos.

Eso definitivamente no estaba en sus planes, pero si había sucedido, tenía que tratar de solucionarlo lo antes posible y recuperar el control de la situación. Carmen tenía una hija, pero entre ellas había un conflicto que Adán desconocía al igual que su paradero. ¿Qué iba a pasar con la exposición? Tenía que inaugurarse dentro de dos días, las invitaciones estaban entregadas, los medios especializados estaban pendientes del estreno del gran trabajo de una de las artistas más importantes del continente, que exponía luego de cinco años de silencio en ese sentido. Y parecía estar de manos atadas.
De cualquier manera no podía hacer nada en la clínica. Dejó indicado su número, y se aseguró de que las enfermeras de esa sección supieran de su existencia, así que después de algunas breves conversaciones estaba seguro que ante cualquier hecho, tendría una llamada inmediata y sin que el doctor siquiera se enterara.
Su departamento no estaba lejos de la clínica, pero optó por regresar a la galería de arte. Desde luego que estaba vacía, los asistentes iban solamente cuando se les llamaba para hacer algún arreglo o limpieza, y mientras la galería no estuviera operativa, los trabajadores contratados aún no entraban en funcionamiento. Cuando entró, dejó cerrado con llave para asegurarse.
De nuevo en el taller de Carmen, en el sitio donde la había encontrado inconsciente y tan cerca de la muerte, Adán se hizo una pregunta crucial ¿Y si los cuadros no tuvieran nada que ver con el ataque que la artista había sufrido?

Se sentó junto al atril donde esa mañana la propia artista había estado hablando con él. La galería de arte de Carmen era, mirada desde arriba, un rectángulo dividido en seis secciones. La recepción era un rectángulo en el extremo más cercano a la calle; hacia un costado estaba la sala de exposiciones, que era lo más grande del lugar, un sitio abierto con techo y paredes adaptados para poder incluir y modificar paredes a modo de pasillos según como la exposición de turno lo requiriera, además de los correspondientes baños y una salita con salida de aire y ventilación particular como sala de fumadores. El taller era un poco más pequeño que la sala de exposiciones, con calefacción e iluminación controlada desde un panel interno para el confort de la artista. Al fondo de la construcción estaban ubicados la sala para el personal externo, el baño agregado y la sala de aseo.
El taller de Carmen tenía una puerta de conexión directa y con llave con la sala de exposiciones y otra con la recepción, era la única sección de la galería que tenía esa característica, por razones de seguridad y tranquilidad, así Carmen podía bien entrar y salir de la galería, trabajar en el taller o revisar lo que necesitara en la sala de exposiciones sin ser molestada, aun cuando por ejemplo hubieran trabajadores en la parte exterior o atrás, y nadie se acercaría a ella si no lo quería.

—Oh, Dios...

Adán se maldijo por no haber pensado en eso antes. Si Carmen estaba en la sala de exhibiciones cuando él llegó por la recepción, perfectamente podría haber estado acompañada por alguien que salió por un lado mientras él llegaba al taller por otro.
La persona.
La razón del ataque de Carmen.
Y si se preguntaba cuál era la razón por la que ella, en caso de estar sufriendo un ataque por los motivos que fuese, se arrastraría hacia el taller, era sencilla: ahí había un teléfono con el que habría podido pedir ayuda.
Se puso de pie y comenzó a caminar nerviosamente por el taller, sin poder quitar de su mente ambas imágenes, la de Carmen desmayada, y la de él mismo escondiendo en el taller los dos cuadros mientras llegaban los equipos de emergencia. Si además de todo existía la posibilidad de que alguien desconocido estuviera involucrado, sin contar las demás implicaciones, realmente podía estar en un problema.
En ese momento sonó su teléfono celular, era Sofía.

—Hola amor, ¿cómo estás?

Si bien Adán mantenía la relación con ella desde hacía un tiempo, y la muchacha era educada, bonita y gentil, así como dedicada en la cama, no era realmente algo de importancia para él, solo lo mantenía entretenido en los ratos libres, aunque ella misma no lo supiera.

—Ocupado.

Habitualmente ella le habría hecho algún comentario amable y se habría despedido, pero extraña e inoportunamente, en esa ocasión no fue así.

— ¿En serio? Pensé que ya te habrías desocupado —dijo la chica con tono inocente.

Adán sopesó la situación, y en ese momento recordó que la había dejado en espera antes, pero por un lado no tenía tiempo de ocuparse de ella, y por otro, Sofía era la última persona que podía enterarse del algo como eso. Ya había tenido suficientes problemas en mantener el ataque de Carmen como algo secreto, si en ese momento se seguía inmiscuyendo gente, las cosas terminarían por escapar de su control.

—No lo estoy, de hecho estaré ocupado mucho tiempo más.
—Adán, me gustaría que nos viéramos —la voz de ella sonaba levemente ansiosa.

Estaba usando el mismo tono inocente y sumiso con el que él se había sentido atraído en primer lugar. Pero no.

—Sofía, de verdad estoy ocupado.

Ella iba a decir algo, pero el tono cortante de él consiguió silenciarla. Pero seguía ahí.

—Tengo que cortarte.

No esperó respuesta y cortó. Sofía, la inocente y amante niña de buena vida que siempre estaba para él. Si llegaba a enterarse el algo, quisiera o no ella misma, en diez minutos la información terminaría filtrándose a algún medio, y dado como estaban las cosas, resultaba imposible seguir exponiéndose. Pero por otra parte, ella había estado diferente el día de hoy; siempre era correcta, educada, de buen ver, sumisa, encantadora, gentil, pero nadie en este mundo tiene un solo plano de personalidad, y el lado oscuro de ella podía despertar su curiosidad y hacerla acercarse a la galería, por ejemplo. Tenía que hacer algo que anulara su interferencia de inmediato, así que marcó su número en el celular.

—Dime.

El tono de voz indiferente de ella era tan falso que no podía disimular su interés. Pero decidió pasar por alto eso, y hacer como si no se diera cuenta de su actitud.

—Sofía, más tarde necesito decirte algo que es importante. Cuando me desocupe voy a llamarte.
—Te espero.

Cortó nuevamente, pero en esa ocasión apagó el celular. Seguro había logrado que ella se interesara, y la mantendría a raya mientras hacía un espacio en sus quehaceres y se reunía con ella.
La decisión estaba tomada, iba a deshacerse de Sofía esa misma noche.


2


Sabiendo que tendría que esperar a que todo se resolviera en la clínica, Adán decidió la una vuelta rápida por su departamento; estaba ubicado en un sector muy tranquilo y poco transitado, en un edificio moderno y que tenía todos las comodidades, además de la discreción necesaria. Sin ganas de comer, sacó una cerveza de la heladera, y se sentó frente al computador portátil para revisar una información: él sabía de la existencia de una hija de Carmen, pero era demasiado evidente que la artista no quería tocar el tema, y lo había borrado de su vida de todas las formas posibles. En el taller había algunas fotos y postales, pero en ninguna de ellas figuraba la joven, y eso hizo que su curiosidad aumentara a la par de su cautela; buscó información en medios, y finalmente la localizó a través de una red social, pero descubrió que, curiosamente, la hija tampoco hacía referencia a la madre. Quizás podría parecer algo exagerado pensarlo, pero le dio la sensación que era la hija quien había sido desterrada de la vida de la madre, y llegó a esta conclusión por una foto en particular, que era una vista del aeropuerto, no mucho tiempo atrás: el filtro escogido era en blanco y negro, y la toma, en absoluto casual, daba una sensación de despedida; la perspectiva de contactarla para decirle que su madre es taba en riesgo vital, o peor aún, que estaba muerta, no era alentadora, pero en esos momentos, él tenía cosas mucho más importantes de las que ocuparse. Contestó una llamada en el móvil.

—Adán, viejo, ¿Cómo va el día?

Martín Isarte era un joven empresario, a quien Adán conoció tiempo atrás; fiestero, alegre, derrochador y mujeriego, era el amigo ideal para salir con él de fiesta, pero no para hablar de asuntos importantes. Pero, por otra parte, no estaba de más mantener ese vínculo, por si las cosas en la galería de arte se complicaban aún más.

—Martín, qué gusto hablar contigo; sigo resolviendo todo para la inauguración de la galería, estoy en los preparativos finales.
—Cierto ¿La semana entrante? —preguntó la voz del otro lado de la línea.
—No, un poco antes, pero no te preocupes, le encargué a tu secretaria que te lo recuerde cuando sea el momento, supongo que estarás ahí.
—Eso es fabuloso —comentó Martín—; sí, tengo que ir, además las exposiciones de cuadros siempre atraen a chicas muy especiales.
—Tienes razón, quizás es el momento de fijarme en eso también.

El otro hizo una pequeña pausa, en la que entendió el sentido real de sus palabras.

—Entonces se separaron.
—Aún no, pero es muy probable que pase.
— Bueno, yo te lo dije –replicó la voz del otro lado de la conexión—. Sofía es linda, lo que tú quieras, pero no es el tipo de mujer para alguien como tú, ella es demasiado convencional.
—Sí, recuerdo que me lo dijiste —rememoró Adán.
—En fin, antes que lo olvide, te había llamado para decirte algo sobre el proyecto que presentaste hace algunas semanas: les gustó, pero ya sabes que aquí todo sucede por ciclo completo, así que quedaste en carpeta para las postulaciones del próximo año; si para ese momento ya no estás en la galería, llámame.

No era algo que le llamara especialmente la atención, pero no estaba de más mantener abierta esa puerta de todos modos; seguramente una larga recuperación, así como la muerte de Carmen, convertirían su trabajo en un infierno, y no le convenía en absoluto exponerse a eso.

—Eso es una gran noticia; lo tendré muy en cuenta.
—Eso espero. Te dejo, hay una reunión de directorio.

Colgó, y se quedó pensando en el motivo de esa llamada: desempeñarse como encargado de relaciones públicas de una multinacional no era su principal objetivo, teniendo el variado y dinámico mundo del arte a su disposición, pero en el presente no podía perderlo de vista. Mientras no estuviera definida la situación de la pintora, permanecería a su lado, pero si todo se complicaba, más allá de lo del chantaje del antiguo amante, tendría que evaluar sus opciones.
El cuadro.
¿Qué clase de sujeto era realmente ese tal Bastián Donoso? Por lo que dijo Carmen, parecía sacado de una novela antigua, como uno de esos sujetos de alguna isla o pueblo alejado de la civilización, un pescador o recolector de perlas, o un artista nativo que tallara troncos de árboles; eso explicaría esa fijación con no comercializar, pero llegar al extremo de chantajearla, como una forma de castigarla por traicionar su esencia de artista, hablaba de un desorden de tipo psicológico un poco preocupante. Quizás, el ataque de Carmen sólo era una coincidencia, y podría venir en un buen momento, si es que se recuperaba pronto; devolvió la vista a la foto en el ordenador, y se preguntó cuánto podría estirar la noticia de su malestar sin parecer malintencionado, y al mismo tiempo, si sería una buena decisión contactar a la hija perdida.


Próximo capítulo: Decisiones


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