Contracorazón capítulo 03: Un reencuentro inesperado




Con poco tiempo disponible para los quehaceres, Rafael tomó desayuno con rapidez, hizo aseo superficial, y bajó al cuarto de lavandería para dejar una carga completa mientras salía; a menos que encontrara una alternativa que le pareciera mejor, iba a decidir por el broche que vio con anterioridad, pero su primera opción siempre era tener un panorama un poco más amplio antes de decidir. Después de una caminata de cerca de veinte minutos, llegó a uno de los centros comerciales ubicados a pasos del llamado kilómetro cero, edificios antiguos reacondicionados para albergar una serie de tiendas en poco espacio; apenas había caminado un pasillo, cuando alguien entre los transeúntes le hizo una seña.

—Rafael, qué sorpresa.

Se quedó de pie en el pasillo, al reconocer primero la voz, y luego a la figura que se le acercaba.

—Arturo –pronunció el nombre con un dejo de asombro que se le antojó muy fuera de lugar.
—El mismo. ¿Y no me vas a saludar?

Extendió la mano, pero el otro, efusivo como era, lo atrajo y le dio un fuerte abrazo; no pudo menos que notar que su aroma no era el mismo, lo que seguramente indicaba mucho más que un cambio de loción.

—Claro, es que estoy sorprendido.
—Lógico, supongo que pensabas que seguía fuera.

Ya a un paso de distancia, se cruzó de brazos, estableciendo una barrera entre los dos; Arturo, su ex, lucía casi igual que un año y medio atrás, cuando se vieron por última vez: moreno, muy bronceado, un poco más alto que él, con el cabello ensortijado revuelto como de costumbre, y una tenida deportiva de colores claros. La misma sonrisa amistosa que lo sedujo, pero también la misma mirada superficial que le dedicó cuando le dijo que le habían ofrecido un puesto imposible de rechazar en la agencia, y que era con traslado, al norte del país. Que podía recoger sus cosas e irse con él, o tendrían que terminar porque una relación a distancia no funcionaba; en eso estaba de acuerdo, y apreciaba su afán de superación, pero verlo tomarse la relación de dos años como algo desechable hizo que tomara la decisión de quedarse con mucha más determinación que la posibilidad de irse de la ciudad. Su vida era ahí y no estaba dispuesto a dejar todo de un momento a otro, pero si hubiera visto en quien era su pareja un poco de preocupación, en vez de subestimar la importancia de perder su zona de comodidad, tal vez lo habría pensado un poco. De cualquier modo la separación había sido amistosa, y no podía sentir rencor hacia él, pero no había olvidado esa decepción.

—No pensé nada en realidad, he estado ocupado.

No pretendió decirlo de un modo agresivo, pero notó que hizo un efecto en su ego, y eso lo animó un poco.

—Claro, es cierto. Bueno, yo estoy de paso realmente, estoy de vacaciones y aprovecho de pasar por la ciudad a hacer visitas familiares. Y tú ¿Sigues en lo mismo?

Era una pregunta muy genérica, pero Rafael sintió una puntada en el orgullo; no sabía si Arturo estaba tratando de ostentar algo frente a él, pero era probable que quisiera sentirse bien consigo mismo, lo que lo llevó a no dejar que eso fuera a su costa.

—No, cambié muchas cosas, estoy concretando algunos planes.
—Entiendo —pareció sopesar la situación—, quizás podríamos conversar un poco más, ya sabes, ponerse al día con lo que ha pasado en este tiempo.

No, no estaba tratando de seducirlo, sino de probar algo; muy probablemente, en el fondo quería saber si aún le provocaba sentimientos, o quizás, de comparar si ambos estaban en las mismas circunstancias, lo que hacía muy posible que quisiera llevar la conversación a la vida personal, y decirle que estaba comprometido o algo así, esperando ver qué le respondía. Tal vez el orgullo de Arturo estaba intentando probar si era inolvidable; Rafael se sintió lleno de calma al notar que eso no era así, el pasado ya no iba a volver, y él no quería que regresara.

—No creo que fuera apropiado –replicó, con calma—, porque estoy, tú sabes.

Dejó la frase sin terminar, y sonrió con tranquilidad, dejando el resto a la imaginación; fue muy sencillo adoptar la expresión de incomodidad sensible que se supone que tendría al tratar de evitar decirle a su ex que estaba con alguien más, pero dejándolo en claro de todos modos. Resultó sorprendente notar que no estaba diciendo esa casi mentira para negar sus sentimientos, sino porque simplemente no era su asunto. No le debía explicaciones a Arturo, y ese era el final de la historia.

—Claro, por supuesto –dijo este con lentitud, mirándolo con un dejo de ansiedad—, me imagino que estás muy ocupado, entonces.
—Trato de usar mi tiempo de la mejor manera posible –replicó Rafael.

Hubo una pausa incómoda ¿De qué podían hablar? Rafael estuvo enamorado de él, pero ahora que ese sentimiento era cosa del pasado, resultaba difícil establecer una conversación que traspasara lo trivial.

—Se te ve bien, me alegro por eso —dijo Arturo, al fin.
—Yo también. Tengo que ir a hacer unas compras para volver a casa.
— ¡Si, claro! –respondió el otro.
—Entonces –extendió la mano, sonriendo de forma cordial—, que disfrutes tus vacaciones.
—Gracias –replicó el otro hombre, sonriendo.

Terminó de despedirse y continuó su camino, caminando de forma despreocupada y procurando no mirar atrás ni apresurar el paso. En la siguiente esquina dobló para desaparecer de vista, y tomó la ruta hacia la salida, para alejarse de ese sitio de inmediato.
Era curioso lo que había pasado; cuando Arturo y él se separaron, estaba decepcionado, pero el amor que sentía por él seguía vivo, de modo que el primer tiempo sin él fue duro. Como tuvo que dejar el departamento en que ambos vivían por no poder costearlo por sí solo, el primer tiempo fue intenso, y de inmediato se refugió en el trabajo, realizando horas y hasta turnos adicionales para poder concentrarse en algo que no fuera la separación. Con el tiempo, los sentimientos hacia su ex fueron aplacándose, y llegó un momento en que no le hacía daño recordarlo, y lo había dejado en el espacio que le correspondía como un buen recuerdo, pero nunca se imaginó que lo volvería a ver; o de algún modo sí, pero no lo consideró como una posibilidad real. Ahora lo había visto, y podía comprobar que ya no sentía amor por él, que su presencia no le provocaba nada, excepto una ligera incomodidad por tomarse la libertad de abrazarlo; pero esto no era porque se sintiera nervioso, sino porque eso ya no correspondía, de la misma manera que a un conocido del trabajo o alguien con quien no tuviera la suficiente confianza.
Pero no pretendía volver a encontrarse con él, de modo que decidió cambiar los planes e ir en otra dirección, para comprarse algo de ropa; tras pasar por tres tiendas que frecuentaba, ya tenía lo que necesitaba, y se pasó por el supermercado para comprar ingredientes para preparar algo para almorzar. Más tarde estaba en casa, siguiendo atentamente un tutorial para un pastel de verduras, mientras luchaba por hacer todo en el breve espacio de la cocina; veinte minutos más tarde, estaba ante la mesa, con una tajada de un humeante y apetitoso pastel de verduras mixtas y un vaso de jugo artificial, porque entre las compras olvidó ese ítem. Estaba almorzando cuando recibió una llamada de Magdalena.

—Hola —dijo, algo distraido.
— ¿Estás bien?

La voz de ella estaba notoriamente exaltada; Rafael dejó el tenedor en el plato y frunció el ceño.

— ¿Por qué no iba a estarlo? —preguntó.
— ¿No estás en la tienda? ¿Por qué no me contestas los mensajes?

Su hermana nunca hablaba de ese modo, y escucharla así se le hizo muy extraño.

— ¿Qué ocurre?
— ¿No estás en la tienda? —repitió, más nerviosa.
—No, tengo el día libre ¿Qué es lo que pasa?

Ella suspiró notoriamente en el teléfono.

—Me puse tan nerviosa, no sabes.
—Magdalena, no entiendo de lo que estás hablando.
—Está en televisión, hay un incendio en el edificio donde está tu trabajo, y como haces horas extra, no sabía en dónde estabas.

Mientras su hermana hablaba, miró la pantalla del móvil, comprobando que nunca activó los datos móviles al momento de salir, y la red inalámbrica de su departamento no estaba disponible; volteó hacia el router, viendo que tenía las luces apagadas, y elevó la mirada hacia el techo, en un acto inútil porque ya sabía que había luz en el departamento.

—Lo siento, no tengo internet –explicó, poniéndose de pie—, no sabía lo que pasaba; pero no te preocupes, no he estado en la tienda.
—Qué bueno –reflexionó ella—, porque estaba preocupada, aunque dicen que no fue algo grave.

Encendió el televisor, y en el canal de noticias vio la información; el generador de caracteres resumía la noticia con claridad: alerta por foco de humo en el edificio, en el piso tres. Mucha gente en la calle, y en un paneo completo, pudo reconocer los uniformes gris y azul de sus compañeros de trabajo.

—No hay nada de qué preocuparse; perdón por alarmarte, voy a revisar qué sucedió con el internet.
—Está bien.
—Hablamos después. Te quiero.

Después de finalizar la llamada y dejar el almuerzo en el microondas, bajó al primer piso para averiguar qué era lo que estaba pasando, y se encontró con varios vecinos alrededor del panel de control de la edificación.

— ¿Qué sucede?
—Vino un técnico a cortar la conexión del servicio de televisión por cable de la señora Mirta –le explicó una mujer mayor que le pareció era del quinto–, y cortó el internet de todos.

La persona aludida le era por completo desconocida; miró alrededor, y vio al hombre de soporte técnico de la empresa de TV cable, evadiendo a otras personas e intentando salir.

—Oiga, espere.
—Mire, ya le dije a los demás –replicó el hombre, de muy mala gana—, yo no veo ese tema.
—Pero es su responsabilidad si usted cortó nuestro servicio –protestó, interponiéndose en su camino.

El hombre le debió una ruda mirada, pero Rafael no se dejó amedrentar.

—Ya les dejé el número de mi supervisor, él tiene que enviar a alguien, yo no puedo hacer nada.
— ¿No puede o no quiere?

Le había cortado el paso, pero el hombre se mostró decidido a salir de ahí.

—No puedo, les guste o no; ahora, niño, dejame seguir trabajando.

Lo hizo a un lado con brusquedad y salió del edificio; ofuscado, pero más por la actitud pasiva de los otros inquilinos, salió a toda velocidad tras el técnico, justo a tiempo para verlo entrar en el edificio contiguo. Evaluó la situación por un instante, y sin más opciones, tomó la insensata y arriesgada decisión de apurar el paso hasta el panel de llaves que estaba junto al mesón de conserjería, y sacó el manojo de él.

—Oiga ¿Qué está haciendo?

Había tenido la suerte de que el primer piso de ambos edificios era casi igual, y si así era, el panel de control de cables estaba en el interior de una gran caja metálica cerrada.

— ¿Vienes a trabajar aquí, en serio?

El conserje salió del mesón y lo enfrentó con expresión confundida, mientras el técnico, un hombre de poco más de cincuenta años, lo fulminaba con la mirada.

— ¿Quién es usted? Devuélvame las llaves.
—No –replicó, desafiante—, no hasta que este señor resuelva lo que estropeó en el edificio del lado.
— ¿Qué?

El técnico lo miró de un modo amenazante, pero Rafael no estaba dispuesto a dejar las cosas así.

—Niño, deja de llamar la atención y pásame las llaves.
— ¿O qué? ¿Me las vas a quitar? Hazlo.

Ni el técnico ni el conserje hicieron movimiento alguno, pero el primero de ellos estaba a punto de perder los estribos; en el fondo, Rafael sabia que lo que estaba haciendo era inseguro, pero sabía también que las instrucciones de reparación podían tomar mucho tiempo, hasta cuarenta y ocho horas, y tomando en cuenta que era domingo, resultaba improbable que hicieran algo ese día; pero lo que más le molestaba era que el técnico no hubiera solucionado su propio error, sólo por desidia.

—Pasa las llaves, no te metas en un problema.
— ¿Quiere saber lo que acaba de pasar? –se dirigió al conserje, que lo miraba desconcertado– Que este hombre nos cortó por error el servicio de internet, en el edificio de al lado, y simplemente no lo quiere solucionar ¿Quiere que pase eso mismo aquí?
—Pero usted ni siquiera vive aquí –protestó débilmente el conserje.
—Pero yo sí.

La voz pertenecía a Martin, quien un instante antes había llegado al primer piso por la escalera, que le dio visual de la tensa escena que se estaba dando; su mirada era dura en ese momento.

—Esto es increíble –rezongó el técnico.
—Yo sí vivo aquí –explicó con más calma de la que se veía en sus ojos—, y en el reglamento de la comunidad dice que si un arrendatario piensa que la seguridad de su vivienda o el entorno está en peligro, puede oponerse a que se haga cualquier acción, hasta que se conforme el comité del edificio y decida en consecuencia. Así que si él dice que ese técnico puede hacer un mal trabajo que arriesgue dejarnos sin internet, televisión o teléfono, yo me opongo a que se le permita trabajar.

La forma en que el conserje abrió los ojos le indicó a Rafael que Martin estaba hablando sobre una base sólida, y eso lo tranquilizó un poco; pero el técnico seguía obcecado en su comportamiento original.

—Escúcheme, es mejor que me deje hacer mi trabajo –le explicó al conserje con tono condescendiente—, porque de otra manera, si en el futuro necesita ayuda con algo, va a ser más difícil.

Martín había avanzado hasta Rafael, y le hizo un leve asentimiento a modo de saludo, pero no perdió el punto de lo que estaba pasando y sacó el móvil del bolsillo.

—A ver, vamos a solucionar esto ahora, porque no acepto amenazas. Llamo a la administradora del edificio, y le digo que un técnico nos está amenazando, y que el conserje no hace nada.
—No creo que eso sea necesario –arguyó el conserje; estaba siendo superado por los hechos y no sabía cómo reaccionar.
—Yo no amenacé a nadie —replicó el técnico.
—Sí, lo hiciste —Martín estaba siendo implacable—, sé cómo trabajan los técnicos, si se les da la gana, inventan problemas o no llegan a trabajar a un lugar, así que yo llamo a la administradora de este edificio, ni siquiera necesito llamar a tu superior, porque ella se encarga de eso.

Parecía que se habían puesto de acuerdo en cómo actuar; finalmente, y ante la férrea amenaza, el conserje tuvo que ceder y se puso del lado de ellos, lo que obligó al técnico a echar pie atrás y devolverse al edificio donde vivía Rafael para reparar el estropicio hecho. Tras verificar que las conexiones de internet no presentaran inconveniente para funcionar y el técnico se machara, derrotado, las cosas volvieron a la normalidad, y Martín se dio un instante para tranquilizar a un preocupado conserje, asegurándole que no iba a llamar a la administradora del edificio como había asegurado. En la calle, al fin los dos hombres tuvieron la oportunidad de hablar.

—Gracias por el apoyo.
— ¿Estás bromeando? Si tú hiciste todo –Martín le dio una amigable palmada en un hombro—, te enfrentaste a ese idiota, fue muy noble lo que hiciste.
—No creo que sea noble –Rafael se encogió de hombros—, es sólo que no puedo quedarme así nada más cuando pasa algo como eso, es como si fuera un abuso de poder, pensé que si las personas tuvieran la misma fuerza que usan para hablar en las redes sociales para hacer algo concreto, algo de verdad en las situaciones que ocurren todos los días, la vida sería menos difícil.

Se había vuelto a apasionar, pero trató de calmarse; Martín le dedicó una cálida sonrisa.

— ¿Defensor de las causas imposibles?
—A veces quisiera que no. Pero me cuesta mucho no hacer algo —reflexionó en voz alta.
—Nadie ahí adentro lo iba a hacer –opinó el trigueño—, simplemente dejaron que las cosas pasaran. Pero de todos modos lo que hiciste fue imprudente.
—Lo sé, tienes razón. En cualquier caso, tú lo hiciste muy bien, lo que dijiste del reglamento fue perfecto, yo ni siquiera he leído el de mi edificio.

Habían empezado a caminar sin ningún rumbo especial; Rafael se dio cuenta de que se sentía muy bien charlando con Martín.

—Eso lo aprendí por las malas —explicó, encogiéndose de hombros—; me pasó antes que una persona del piso de arriba, un día colgó un cartel de un candidato a alcalde ¡Y eso estaba permitido por el reglamento de la comunidad! Estuve cuatro meses con un cartel cubriendo la ventana de mi cuarto.
—Qué desagradable.

Llegaron a la puerta de un minimarket cercano a donde vivían.

— ¿Ibas a comprar?
—No en realidad –Rafael notó que no tenía ninguna razón para estar en ese sitio; se dijo que antes que se tornara incómodo, tenía que despedirse—, sólo bajé por lo del cableado; gracias por apoyarme en lo que sucedió.
—No, gracias a ti –replicó Martín, sonriendo—, no me habría gustado pasar mi día libre sin internet también.
— ¿Tienes descanso los domingo?

El trigueño se revolvió el cabello con un gesto de incomodidad.

—Por ahora, pronto voy a tener todos los días desocupados.
—No entiendo —Rafael lo miró, confundido.
—Es que mi trabajo en el restaurant sólo es hasta este mes.

Rafael hizo una apreciación lógica antes de preocuparse del fondo del asunto.

— ¿Cómo conseguiste firmar contrato de arriendo sin tener un contrato indefinido? –mientras hablaba, se dio cuenta de lo inapropiado de la pregunta y rectificó– Lo siento, no debí preguntar, olvida que lo dije.
—No importa, no es nada malo –se encogió de hombros—; es muy sencillo en realidad: oculté esa información, así que estoy apostando por encontrar otro trabajo en los diecinueve días que quedan del mes. En fin, voy a comprar.
—Por supuesto, hablamos después.

Mientras Martín entraba a la tienda, Rafael se devolvió hacia su edificio, preguntándose por qué alguien haría algo tan arriesgado como cambiarse de casa cuando su trabajo no era estable; por suerte no siguió haciendo preguntas embarazosas, pero el hecho de no haber seguido hablando lo dejó con esa duda.
Quizás solo se trataba de que él era demasiado conservador, y tenía control sobre todo lo que hacía; no sólo se trataba de pagar las cuentas, sino que siempre estaba ocupado de mantener todo del modo en que debía estar: el orden en su trabajo, el aseo en el departamento, un chequeo de salud una vez por año, todo estaba relacionado con darse una sensación de seguridad que alejara lo más posible los imprevistos. Probablemente eran muchas las personas que sólo se ocupaban de lo mínimo necesario, y dejaban el resto para la improvisación; se dijo que tal vez podría haberle ofrecido ayuda, aunque fuera para decirle que le diría si sabía de alguna oferta de empleo, pero después se lo pensó mejor, y decidió que no habría sido apropiado, sobretodo porque no tenía idea de qué podría hacer además de ser anfitrión, y hablarle de su trabajo en la tienda de electrónica era inútl, porque las postulaciones en esa empresa tardaban casi dos meses en realizarse. Incluso siendo un sujeto amable, no sabía nada de él, ni siquiera qué aptitudes tenía, por lo que no le parecía recomendable hacer esa clase de ofrecimientos sin pensarlo bien.
Era curioso establecer un paralelo entre su ex cuando lo conoció, y Martín; a Arturo lo conoció en una reunión de amigos de un antiguo compañero de secundaria con el que tenía contacto regular, y lo sedujo su naturalidad, y claro, su osadía de decirle casi de inmediato que le agradaba, mientras que de Martín apenas sabía dos cosas y no tenía ningún vínculo de atracción mutua, pero le provocaba un interés muy grande, notoriamente inexplicable.
De todos modos, tuvo que reconocer que le parecía muy agradable, y no le era indiferente; además, la forma en que se expresó durante el conflicto con el técnico le gustó mucho, era un punto en común que tenían. Pero era absurdo hacerse cualquier tipo de idea al respecto, lo que lo hizo regresar a un pensamiento que tuvo sobre él: si seguían manteniendo contacto, la prioridad iba a ser siempre la amistad.


Próximo capítulo: Tomar una decisión

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