Contracorazón Capítulo 02: Buenos amigos




Al día siguiente de su inesperado reencuentro con el anfitrión del restaurante, Rafael llegó algo cansado al trabajo, y Ángel lo notó de inmediato.

— ¿Alguna fiesta de la que me tenga que enterar? –preguntó en un susurro cuando Rafael pasó detrás del mesón.
—Eso quisiera —respondió, sonriendo—, pero no; estaba ayudando a una familia a mover unos muebles, llegaron vecinos al edificio.

Ángel tenía la capacidad de asociar cualquier cosa con el sexo, aunque Rafael ya estaba acostumbrado a eso, y por norma general se reía de sus comentarios.

—Nuevos vecinos ¿Alguna hija protuberante, una mamacita sexy?

Y él que había cambiado la versión oficial por una mucho más familiar; se preguntó por qué no se le había ocurrido decir desde un principio que era una pareja de ancianos, ciegos y en silla de ruedas.

—Nada de eso, gente muy normal y aburrida.
—No deben ser muchos –opinó, ordenando unas ampolletas desinteresadamente—, en esos departamentos tan pequeños que hay en tu edificio.
—No, sólo dos personas ¿Dónde está Bernardo? —preguntó echando una mirada alrededor.

El encargado del local brillaba por su ausencia, y solo faltaban cinco minutos para las diez de la mañana, hora en que la tienda comenzaba la atención de público; uno de los trabajadores dijo que no había dado señales de vida.

—Bueno, técnicamente sí tenemos un jefe —exclamó su corpulento amigo, llamando la atención de todos—. Si Bernardo no llega, tenemos a Rafael aquí.

Todos se mostraron de acuerdo, pero el aludido fue más cauteloso.

—Muchas gracias, amigo, ahora todos me están mirando.
—De nada, de nada.

Pero tenía razón; por protocolo interno, ningún local podía operar sin un encargado o sub encargado, y al no existir ese segundo cargo en esa tienda, estaban en una encrucijada, y sin tiempo. Llamó al número del encargado, esperando con paciencia mientras los tonos pasaban, uno a uno. Estaba a punto de rendirse cuando contestaron, y casi pudo oler el alcohol en la persona que estaba del otro lado de la línea.

— ¿Qué pasa? –pregunto una voz ronca y arrastrada.
—Bernardo, soy Rafael, de la tienda –comenzó, luchando por ignorar la voz arrastrada del otro lado de la conexión—, estamos esperando que llegues para abrir.
—No estoy en condiciones de ir –replicó la voz, con un tono de hartazgo impregnado—. ¿Sabes algo? Te autorizo a hacerte cargo, puedes hacerte cargo por el día de hoy.
—Pero Bernardo…
—Quedas a cargo, lo vas a hacer muy bien —lo interrumpió, carraspeando—, confío en ti. Voy a tener apagado el móvil, así que no te preocupes por nada, buenas noches.

No lo dejó decir más, y colgó. Rafael se quedó con el móvil en las manos, arrepintiéndose de haber llamado.

— ¿Qué te dijo?
—Que me quedara cargo.
— ¡Te lo dije!

Eso significaba llamar a la gélida Sofía Colmenares, encargada de Recursos humanos de la empresa; mientras Ángel iba a abrir las puertas, Rafael se armó de ánimos para hablar con ella, y tras pasar a la secretaria, escuchó su voz fría y ligeramente rasposa al hablar.

—Buen día.
—Buen día, soy Rafael de la tienda Quince norte…
—Sí, Rafael, sé de dónde llama —la forma en que lo interrumpió sonaba a que ella ya tenía preparado lo que iba a decirle— ¿Ocurre algún problema?

Había pensado decir que su jefe estaba enfermo, pero la actitud de anticipación de la mujer lo hizo dudar ¿Y si ya habían hablado con él y sabían todo? Quedaría en mal pie por estar mintiendo, pero decir la verdad resultaba igual de inviable.

—Me dijo que no podía venir hoy, y que me hiciera cargo de la tienda por el día.
— ¿Dijo por qué no podía ir?
—No dijo nada al respecto. Después que lo dijo, la llamada se cortó.

Eso era una versión maquillada y estirada de la verdad, pero al menos no estaba mintiendo; la mujer al otro lado de la línea hizo una leve pausa antes de hablar.

—Ya veo. Usted sabe las funciones que debe realizar.
—Sí, las conozco.
—Bien. En cualquier caso, le pido que al final del día me envíe un informe de novedades de la jornada. Buenos días.

Lo dicho era una petición en toda regla, pero sonaba como a una orden, así que no le quedó otra alternativa que apuntarlo mentalmente. Cuando colgó, vio que todos lo estaban mirando; así que su amigo ya había esparcido el rumor.

—Llamé a la oficina, y me dijeron que me quedara a cargo el día de hoy, porque Bernardo no puede venir a trabajar.
—Excelente, empiezan tiempos mejores –comentó una de las chicas, con una risilla.
—Así se habla Marta.
—Ángel, por favor; no ha cambiado nada, todos sabemos lo que tenemos que hacer. Si puedo ayudar en algo, solo díganlo, y tratemos que no sea necesario dar explicaciones por algo mal hecho. Gracias.

Las puertas se abrieron, y Rafael se sintió presionado, aunque no estaba ocurriendo algo en particular; esperaba que ese día no hubiera algún cliente problemático, o algo que lo pusiera contra las cuerdas.
Más tarde, cuando salió a almorzar, se tomó unos minutos para caminar por uno de los paseos peatonales cercanos a su trabajo. En particular, fue a una tienda de joyas, para ver algo que regalarle a su hermana; no había mencionado el hecho, pero consideraba que, ya que ella estaba tan ilusionada con el matrimonio, era correcto cumplir con una tradición y ayudar a que tuviera algo prestado, algo azul, y algo regalado. No estaba seguro del broche que vio, de modo que tomó los datos, una tarjeta, y quedó de dar una vuelta después de consultar algunas opiniones, ya que no tenía la menor idea de joyas y no quería desentonar. Mientras regresaba, la imagen de Martín volvió a aparecer en su mente ¿Por qué estaría pasando eso? Rafael no se caracterizaba por ser enamoradizo, y por otra parte, él no había dado ninguna señal de interés en él, más allá de cordialidad, y un buen sentido del humor, ambas presentes en una persona en cualquier otro contexto; se dijo que, si bien era un hombre bastante interesante, eso no significaba nada, e incluso si sus gustos coincidieran, eso no quería decir que se pudiera dar una atracción. Además, Martín era más bien guapo, y Rafael era común, algo que no le molestaba en lo personal, pero que a la hora de elegir, pesaba mucho.
Tal vez sólo era que se sentía un poco solo, o necesitaba despejarse de las ocupaciones que tenía; pero salir de fiesta no era lo suyo, de modo que la opción de salir con Ángel y los demás el fin de semana era lo más sensato, y seguramente le haría bien compartir nuevamente con ellos fuera del trabajo. No todo podía ser responsabilidad.

2


Después de una jornada intensa, pero que no presentó mayores inconvenientes, Rafael se quedó después de su turno redactando el informe de novedades según el formato indicado; se preguntó si eso tendría repercusiones en sus intenciones dentro de la empresa, en cualquiera de los dos sentidos, y no supo si pensar bien o mal al respecto. Bernardo no era un mal trabajador ni jefe en términos generales, pero tenía un problema con la bebida y la fiesta que iba en aumento; antes de esa jornada, nunca había faltado, aunque sí llegado un lunes ocasional en muy malas condiciones, encerrándose en la oficina a dormir la primera parte de la jornada. Él no lo había delatado, más que por lealtad, porque no sabía cuánto podía eso afectarlo, pero de todos modos estuvo realizando sus labores, y con autorización o no, podía convertirse en alguna especie de amenaza. Pero no tenía sentido angustiarse por algo como eso por adelantado, de modo que terminó el informe y salió hacia su departamento; de camino, se le ocurrió que quizás sería la oportunidad perfecta para la reunión acordada con Martín, de modo que pasó a una licorería a comprar unas cervezas, y siguió hacia el edificio contiguo al suyo.

—Bien –se dijo, mientras iba por la calle—, sólo una charla cordial, una cerveza y es todo.

Pero se seguía sintiendo nervioso ante la posibilidad de volverlo a ver; era algo inexplicable, pero seguía ahí, con un cosquilleo que no se iba al pensar en que sólo era una reunión social. Por suerte, no era del tipo de hombre que se sintiera cohibido ante otros, e incluso era ameno con amigos y familiares, de modo que no tenía sentido ponerse de esa forma, por mucho que Martín le pareciera atractivo. Pensó en preguntar por él en la recepción del edificio, pero considerando el total desinterés del conserje, optó por seguir hasta el cuarto piso y localizar el departamento, sin anunciarse; cuando llegó a la puerta indicada, verificó que daban más de las nueve y media de la noche, lo que significaba que era seguro que estuviera en casa. Pero cuando tocó, no obtuvo respuesta.

—El joven no está.

Miró hacia la puerta contigua, donde una mujer mayor estaba de pie, revolviendo un manojo de llaves en donde seguramente estaba la correcta.

— ¿Lo vio salir? –preguntó tontamente.
—Sí, hace como unos quince minutos –reflexionó, haciendo cuentas—, salió cuando yo iba a hacer unas compras ¿ve?
—Ya veo –replicó, con cautela—, pues gracias por la información.
— ¿Quiere dejarle algún recado?

La mujer era mucho más entrometida de lo que parecía; Rafael disimuló un gesto de desagrado.

—Lo llamaré por teléfono.

Dejando a la mujer no muy agradada con la respuesta, bajó rápido y se fue a su departamento ¿Por qué él iba a tener el mismo itinerario? Seguramente tenía una serie de amigos u otros compromisos de los cuales ocuparse; mientras entraba en su departamento, llamó a Ángel.

— ¿Cómo va todo?
—Todavía estoy vivo –susurró el otro, a modo de saludo—. Cristina se molestó porque me vio la foto de una chica que vi en internet ¿Puedes creerlo? Esta mujer me pondría un GPS en los testículos si pudiera.

Hasta donde sabía, los comportamientos obscenos de su amigo sólo llegaban a los ojos, pero tampoco estaba dispuesto a averiguar más.

—Si no me equivoco fuiste tú quien dijo que había que eliminar cualquier prueba de culpabilidad del móvil ¿No es así?
—Sí, pero lo olvidé, además la chica está en bikini, ni siquiera es para tanto. En fin, ya se le va a pasar ¿Qué se te ofrecía?
—Sólo saber si lo del sábado sigue en pie.
—Por supuesto –la voz se animó, aunque todavía hablaba casi en susurros—, te apunto entonces.

Decidió animarse, no ganaba nada con mirar las cosas desde un punto de vista negativo.

—Entonces el sábado después del trabajo ¿En alguna parte en especial?
—Darío dijo que en su departamento, así que tenemos el espacio listo y se gasta menos.
—Perfecto, quedamos en eso, y buena suerte con Cristina.
—Gracias, la voy a necesitar.

Después de colgar, guardó las cervezas en el refrigerador, y se dio una ducha; puso el canal de deporte y lo dejó en las competencias de motocross, para relajarse y tratar de retomar el campeonato intercontinental que había seguido a saltos. El deporte en motocicleta siempre la había llamado la atención, y en vista que no tenía dinero para comprar una de aquellas máquinas, la adrenalina de ver la competencia con dificultad y obstáculos era una gran opción.

3


Rafael se encontró deseando que llegara el fin de semana; Bernardo se reportó con una sospechosa enfermedad, y desde otra tienda enviaron un jefe de reemplazo para que lo sustituyera durante el resto de la semana. En teoría, esto debió servir para que él se relajara, pero resultó todo lo contrario, porque si bien el hombre tenía buenas intenciones, era un novato y desconocía todo, lo que lo llevó a tener a Rafael todo el tiempo como punto de referencia; se suponía que su horario de trabajo era desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, pero todos los días salió después de la hora de cierre, a las ocho, atendiendo las múltiples dudas del recién llegado. Se animó constantemente con el pago de horas extra que recibiría a fin de mes, y con que eso ayudaría a que sus planes mejoraran con el tiempo.

—Ahora un brindis por el día de descanso.
—Por fin a descansar.

Además de Ángel, otros cinco trabajadores de la tienda de electrónica se unieron a ellos; daban poco más de las once, y el ambiente estaba muy distendido, entre cervezas y snacks que habían comprado entre todos.

—Deberíamos pedir unas pizzas –comentó uno.
—Estoy de acuerdo.

Rafael estaba cansado, pero sintió que distraerse había sido una buena idea; se iba a levantar tarde el domingo, pero seguro que con más energía después de bromear con los demás; mientras los otros compartían en la sala del departamento del anfitrión, fue a la cocina a buscar hielo.

—No hay hielo –dijo en voz alta mientras contemplaba unos envases de helado.
—Está en el gabinete de arriba – le gritó el dueño de casa—, ¿Lo encontraste?

El refrigerador tenía una cubetera doble, para facilitar hacer más hielo; Rafael volcó el contenido en el recipiente, y después llevó hasta la llave la cubetera vacía para llenarla, mientras escuchaba un estallido de risas en la sala.

— ¿De qué se ríen ahora?
—Ven a ver esto –exclamó Ángel—, son unos videos que encontró Manuel.
—Voy en seguida.
—Te lo estás perdiendo.

Regresó a la sala, entre el estruendo de risas de los demás; el video que les causaba tanta gracia tenía el críptico título de “Pillados y funados” y en él se mostraba un compilado de videos caseros con un denominador común: burlarse de una persona por alguna característica de su ser. Una chica que usaba relleno en el trasero del pantalón, un hombre que tenía una colección de muñecos de trapo, una mujer que se pintaba las cejas porque no tenía. Y claro, un hombre, parte de un grupo, que era homosexual; si bien era evidente que se trataba de videos hechos por personas distintas, en lugares diferentes, todos tenían el mismo concepto base, en el que los demás exhibían “la prueba” riéndose y festinando a costa de su víctima. Debería haberse sentido peor en la parte donde exhibían la popular aplicación de citas entre hombres, pero en vez de eso, lo que más le dolió, fue la mujer de las cejas de maquillaje; estaba siendo objeto de burla como los otros, pero era la que se veía más desvalida, más frágil al momento de verse expuesta. Sintió una puntada de asco, más que por el video en sí, por la descarada burla que hacían sus compañeros de trabajo, porque esa actitud era lo mismo que validar esos hechos. De forma involuntaria se llevó la mano al bolsillo del pantalón, sabiendo que en ese momento era una especie de punto vulnerable; no tenía la aplicación, ni fotos que pudieran ser comprometedoras, pero ¿Y si alguien llegara a ver alguna conversación antigua que no había borrado? ¿Por qué tendría que borrar ese tipo de información solo para tratar de sentirse seguro ante un riesgo que no tenía un cuerpo ni fecha, que era una especie de fantasma? Aprovechó que los otros no lo habían visto y se devolvió la cocina, de pronto sintiéndose muy inseguro, como si en cualquier momento, los demás pudieran aparecer, grabando con el móvil, acusándolo de algo.
Nunca en la adolescencia había sido víctima de ese tipo de actitudes, pero en muchas ocasiones las vio; primero calló, pero a medida que fue creciendo, comenzó a interponerse entre una chica o chico que estuvieran siendo acosados de alguna forma, y como tenía una tendencia natural a defender causas, tuvo la suerte, si se podía usar esa expresión, de que nunca lo relacionaran de forma directa. Era el defensor de la clase, pero eso no impidió que llegara a la edad adulta con la carga de sentirse presionado por una suerte de amenaza invisible, que en cualquier momento podía hacerse real. ¿Qué podía hacer ahí? ¿Ir contra cinco o seis personas para tratar de hacerlos entender el altísimo nivel de agresividad que había implícito en subir a las redes sociales un video donde se hacía burla de alguien? ¿Intentar explicar que reírse de forma cruel de una costumbre, característica física o forma de actuar no era humor, sino maldad? Todo eso debían enseñárselo en su casa, debía hacerlo la familia desde la primera edad, no él, ahora que eran hombres adultos. Tenía que salir de ahí.

— ¿Qué te pasa?

Volteó, con el rostro desencajado, hacia Ángel, quien se había asomado y lo miraba, mientras respiraba agitado por causa de la risa.

—Yo, me estoy sintiendo mal.
—Ni siquiera hemos bebido tanto.

Tenía que salir de ahí; se le ocurrió una idea, y decidió ponerla en práctica de inmediato, de modo que se afirmó en el lavamanos.

—No es eso, es la crema picante de los nachos.
—Creí que no habías comido.
—Si comí, claro que comí –luchó por sonar convincente, pero no desesperado—, y me están haciendo mal.

El hombre terminó de entrar, meneando la cabeza en actitud de burla, como si su supuesto malestar fuera una debilidad.

—No aguantas nada. Pero te puedes recostar un rato y se te va a pasar.
—Prefiero ir a mi casa.
— ¿Por un simple dolor? —el corpulento hombre lo miró con las cejas levantadas.
— ¿Quieres que me vomite en el sofá de la sala, o aquí, en el hielo? –sostuvo la expresión seria que se había formado en su rostro–. No estoy para andar dando lástima, y ninguno de ustedes se parece lo más mínimo a la enfermera que me gustaría tener.

Ángel lo miró, sorprendido de la respuesta; por suerte el efecto del alcohol impidió que captara el real sentido de sus palabras, y se limitó a levantar las manos en actitud defensiva.

—De acuerdo, no tengo argumento en contra de eso. Le voy a decir a Darío.
—No seas ridículo, disfruten la jornada, no vamos a hacer un espectáculo o de verdad voy a vomitar. Después me despides del resto y ya.
—Como quieras —replicó Ángel, encogiéndose de hombros.

Salió a toda velocidad del edificio, y se devolvió a casa, protestando internamente por la pésima idea en la que había tenido el momento de involucrarse. Más tarde, llegó a la calle donde estaba su edificio, y pasó junto a una persona que dijo algo que no escuchó.

— ¡Hey! ¿Ahora no saludas?

Se detuvo y volteó, viendo que se trataba de Martín, su vecino de edificio. El hombre lo miraba con una expresión medio divertida, que mutó en una de extrañeza.

—Martín, perdona, no te escuché.
—No importa. ¿Qué pasa? Parece que llevaras el mundo en los hombros.

Rafael iba a responder, pero una idea desagradable pasó por su mente ¿Y si Martín tenía la misma clase de humor? Él había sido amable con él, quizás demasiado amable, y eso lo había dejado en una posición de peligro, sin darse cuenta. Perfectamente ese hombre podría tener una actitud de ese tipo, y teniéndolo a metros de distancia, era lo menos recomendable; pero estaba molesto, de modo que, aunque sabía que no era la mejor alternativa, decidió dar por terminadas las especulaciones y saber de una vez por todas con quién estaba hablando.

— ¿Sabes lo que pasa? Que estaba en la casa de un compañero de trabajo, con un grupo, y de pronto empezaron a ver unos videos grotescos donde se burlaban de personas por razones absurdas, como estar calvo o no tener cejas, y era un espectáculo denigrante, no era una rutina de humor, se burlaban de las personas y las humillaban ahí, enfrente de ellos.

Lo miró con atención mientras hablaba, y notó, con sorpresa, cómo toda su actitud corporal cambiaba: sacó las manos de los bolsillos, con los puños apretados, y tenso, frunció el ceño, con los músculos de la cara endurecidos. Cuando Rafael terminó de hablar su expresión era muy dura, y por completo distinta a lo cordial que lo había visto con anterioridad.

—No puedo creerlo –exclamó, con voz ronca— ¿Por qué no pueden aceptar a las personas que son diferentes? Qué imbéciles.

El sentimiento que expresó iba más allá de lo que él mismo estaba sintiendo, y su actitud lo descolocó. Se quedó en silencio, sin saber bien cómo reaccionar.

— ¿Pero sabes algo? No vale la pena que te molestes por ese tipo de gente. No lo vale ¿Entiendes? Mira, tengo unas cervezas arriba, y te las debo ¿Por qué no subes y tomamos una?
—No sé si sea…
— ¿Y qué vas a hacer? –se encogió de hombros, relajándose a medias—. Luces agobiado, te vas a ir a tu departamento a patear las paredes ¿Y después qué? Sube, te va a hacer bien, y yo también necesito un trago.

Más tarde, estaban en el departamento de Martín; el trigueño sacó unas cervezas negras del refrigerador y se sentó en el sofá que enfrentaba al que estaba ocupando Rafael.

— ¿Te importa si enciendo la TV? Van a dar el resumen de la última fecha de la Fórmula uno y quiero actualizarme.

Rafael lo miró con las cejas alzadas.

—Te gusta la Fórmula uno.
—Ah, no te gustan los deportes.
— ¡Al contrario! A mí me gusta el motocross.
— ¿En serio? ¿Y conduces?

Rafael bebió un trago de cerveza, sintiendo el buen sabor que tenía; se sintió realmente agradado de probar la combinación de sabor y textura, junto con la frialdad de la botella, que resultaba refrescante para ese momento.

—Ni siquiera tergo permiso para conducir ¿Tú sí?
—Sí –respondió el trigueño, livianamente—, fue uno de mis primeros caprichos juveniles, le insistí a papá hasta que me enseñó a conducir a los catorce; me sentía como un hombre adulto cuando tenía el volante en las manos y ni siquiera tenía pelo en el cuerpo. ¿Así que coincidencia en los motores? Entonces no me voy a sentir como un alien cuando esté hablando de motores, o si saco mis revistas de Mercado de la rueda.
—Para nada, será un honor.

4


Rafael despertó a las diez de la mañana el domingo, con algo de dolor de cabeza, pero de muy buen humor; la jornada con sus compañeros de trabajo había resultado en un completo fracaso, pero la inesperada reunión con Martín mejoró todo a un nivel muy bueno. Bebieron cerveza, charlaron de las carreras y de autos, y aunque no sucedió nada sorpresivo ni hablaron de temas trascendentes, se sintió por completo en confianza; era curioso, pero dentro de las personas que había conocido a lo largo de su vida, se trataba de la primera vez que se sentía en confianza con alguien a quien apenas conocía.
Ahora tenía su número, ya que intercambiaron contactos; entró al chat, y miró la foto de perfil de Martín; parecía de algún tiempo atrás, y aunque en era una foto bastante casual, tenía buena luz: estaba en short y sudadera, en algún lugar campestre como telón de fondo, mirando de forma muy intensa a la cámara. Esa era la única imagen que había visto de él, y el único contacto además de las veces que se habían visto, y sin embargo se sentía como si estuviera mirando a alguien que conociera ¿qué podía producir eso? En cualquier caso, era innegable que se habían llevado bien, en esa dinámica implícita de no decir nada y a la vez entender el código del momento, que era autos, un poco de alcohol y bromear. Al final de la jornada, cuando le dijo que se iba a dormir, se dieron la mano de forma amistosa, y salió del departamento sin saber de él más que antes de llegar, pero con una impresión positiva de su persona; al menos el hecho de haberse aparecido antes sin avisar era desconocido aún, y en caso de que la vecina chismosa decidiera hablar, tenía la seguridad de que no se lo tomaría a mal.
Después de darse una ducha y tomar un desayuno frugal, encendió el portátil para revisar opiniones detalladas de la joyería en la que había visto el broche que pensaba regalarle a su hermana, pero le llamó la atención recibir una notificación de correo de la oficina de recursos humanos de la empresa.

<>

Descargó el documento de inmediato y lo leyó: no había mucho de novedad respecto a las obligaciones y requerimientos del cargo, excepto algunos beneficios de horario y un aumento de un 25% aproximado de su renta actual, algo que sabía de oídas, pero no de primera fuente. Además de eso, el correo aportó un dato extra: iba dirigido a todos los trabajadores de la empresa, que contaran con un contrato fijo y permanencia en la empresa por más de dos años, detalle mencionado en el documento, pero que se veía reforzado por los destinatarios agregados, de los que reconoció los de algunos compañeros de tienda. Eso significaba que se iba a abrir una convocatoria general, y esa era su oportunidad de presentar la solicitud, y esperar que todo se diera de la mejor forma posible. Por fin la oportunidad de crecer se podría visualizar como algo concreto.


Próximo capítulo: Un reencuentro inesperado

No hay comentarios:

Publicar un comentario