Sten mor preludios Capítulo 05: Febo



Altocielo. Hace un mes.

—Vamos Febo, bebe algo.
—Gracias, pero estoy trabajando y no quiero arruinar mi concentración –replicó con una sonrisa–, pero si tienes algo sin alcohol te acepto de inmediato.
—Está bien.

La chica se perdió entre la gente, mientras él alistaba los últimos detalles para comenzar con el espectáculo de esa noche; trabajaba como D.J. de forma ocasional, y en ese momento el trabajo lo había llevado hasta una concurrida fiesta en Altocielo. Los ánimos estaban muy arriba en el contorno de la piscina, del que por suerte él estaba a prudente distancia sobre una tarima armada para tener las máquinas fuera de peligro.

—Señoras, señores… sólo déjense llevar…

Sus palabras, dichas a través del sintetizador especial, se esparcieron como un susurro por todo el lugar, al mismo tiempo que una cortina de luz púrpura se elevaba desde el suelo, por los bordes del recinto, formando una burbuja; por un momento el silencio y la atención fueron casi completos, y antes que ese delicado misticismo se rompiera, los primeros acordes de la música se esparcieron como lluvia por todo el lugar. Febo había comprado ese sistema combinado hacía poco, y era casi el único en el circuito que hacía sus propis propias programaciones, calibrando los emisores de luz y sonido y combinando la estética con los niveles de música; la idea era generar un efecto hipnótico, que si bien duraba muy poco, resultaba estupendo en la impresión que su actuar dejaba en el público. En esta ocasión se trataba de un evento de música minimal, por lo que los asistentes eran lo usual, jóvenes, por lo general adinerados y amantes de la moda; al estar cerca de una piscina, era evidente que la combinación de música relajante y alcohol desataba todas las inhibiciones. Al rato se le acercó una pareja, tanto él como ella muy tonificados, altos y esbeltos, apenas cubiertos con trajes de baño realmente reveladores: estaban de moda, y eran unas piezas modulares que se colocaban sobre las zonas íntimas, y tenían infinidad de diseños que daban la impresión de tatuajes; estas piezas tenían un brillo natural que hacía que, lo quisieras o no, dirigías la vista al brillo en ellas antes de que tu cerebro procesara si querías ver en esa dirección o no. Por suerte Febo ya llevaba lo suficiente en el mundo de las fiestas juveniles y no reaccionaba ante nada.

—Nos gusta mucho esta música –dijo ella casi arrastrando las palabras, inclinándose sobre la mesa de sonido—, eres muy talentoso.
—Gracias –dijo con una sonrisa cordial, sin dar nada a entender—, me hace sentir muy bien que les guste.
—Nos encanta –comentó el hombre pasándose innecesariamente una mano por el pecho, como si estuviera esparciendo algo—. Es muy estimulante, te hace pensar en muchas opciones.

Febo sonrió, sin dejar de manipular los controles sobre la sofisticada mesa de sonido; en algunas personas el responsable de la música, así como el del bar, tenían un aura especial, como si a través de ellos se pudiera llegar a experiencias nuevas. Pero él dejaba la pasión fuera del trabajo, nunca podías saber si alguien que se te acercaba con una copa o con poca ropa era menor de edad, o tenía un novio o novia enfadado en alguna parte.

—En ese caso no las pongan todas en práctica todavía, la noche es muy joven.

A ambos pareció hacerles mucha gracia la respuesta, y sonrieron de un modo entre divertido y seductor, tras lo cual se besaron y comenzaron a moverse lenta y sensualmente al ritmo de la música; muy bien, estoy a salvo, se dijo entre dientes.

—Su trago, señor.

La chica que había estado hablando con él le alcanzó una copa que contenía una fusión multicolor muy aromática. Febo sonrió al recibirla.

—Gracias.
—Por nada. Nos vemos al rato, no me olvides.
—Nunca podría.

A la mañana siguiente, el bus de traslado desde Altocielo a Ed—viri iba a capacidad completa, a la velocidad habitual que permitía un desplazamiento rápido y vista del paisaje que tanto gustaba a los turistas. La carretera que conducía desde Altocielo hacia Ed—Viri ofrecía una hermosa vista al amarecer; Febo iba en uno de los asientos del segundo piso del autobús urbano, con los audífonos manteniéndolo apartado del sonido de las conversaciones de los demás y la vista fija en el amarecer. Comenzaba una jornada de lunes y tendría que estudiar, pero de momento podía regocijarse en la contemplación y en escuchar crunk a un volumen medio; no era su estilo de música preferido, pero después de haber estado varias horas siguiendo el ritmo minimal necesitaba sacudir un poco las neuronas en vez de dormir. Le gustaba su trabajo ocasional como Dj, le permitió conocer sitios, y a muchas personas, aunque sabía que cuando entrara en el Instituto de ciencias del espacio tendría que dejarlo.

—Febo, al fin te encuentro.
—Ylonda, qué gusto.

Ylonda era una de sus amigas en el la preparatoria; habían entrado a la sala el primer día de clases y desde entonces llevaban una gran amistad; su llamada siempre era signo de reunión con los amigos del grupo.

—Me gustaría saber si podemos hacer grupo de estudio en tu casa.

Febo hizo un dramático suspiro.

—Ylonda, ni siquiera he llegado a mi casa, recuerda que ayer te dije que tenía un evento como D.J.; de hecho, todavía no llego a Ed—Viri.

Ella hizo un sonido de suspiro que era evidentemente una parodia al suyo.

—Ya tengo solucionado eso. Compramos para preparar un delicioso almuerzo, y de postre: crema de frambuesa y bayas, tu favorito. Sólo tienes que estar ahí, ser atendido y privilegiarnos con ese cerebro.
—Te odio por conocerme tanto.
—A mí nadie puede odiarme. ¿A qué hora estarás por tu casa?
—Recién dan las ocho y diez, supongo que a mediodía estaré presentable.

Corto y volvió a escuchar música; por un momento quiso concentrarse en el paisaje, y miró por la ventana los largos prados de rodeaban la carretera. Esa zona no poblada entre Altocielo y Ed—viri era sencilla, y al mismo tiempo compleja en significado, si querías ver más allá: sorteando una curva, el vehículo enfiló hacia la ciudad y esta ocupó el horizonte frente a sus ojos: al ser un ciudad valle, desde la carretera y con la luz de la mañana, podías apreciar la zona más poblada al centro, resaltando el imponente edificio de la gobernación central, la zona comercial  a un costado, el palacio de artes resplandeciendo al otro, y las zonas de cultivo rodeando los pueblos de artesanos que se expandían hasta los faldeos de los cerros Farllón. Ed—viri era una ciudad hermosa, pero su futuro no estaba allí, sino en Altocielo, en el instituto de ciencias deI espacio; en ese lugar podría aprender todo lo necesario para, en un futuro, trabajar en el mismo instituto, o en la base espacial, aplicando los conocimientos al campo de la técnica y el desarrollo de maquinaria. Desde que era un niño, ansiaba con conocer y experimentar con el espacio, pero fue hasta la secundaria que tuvo la primera oportunidad de asistir a una exposición en el Centro de estudios espaciales en Altocielo, y cayó rendido ante todo lo que el mundo del espacio tenía para ofrecerle. Por desgracia, el estado financiero de la familia no era el óptimo, tras la quiebra de la empresa familiar y la necesidad de empezar de cero, por lo que sus opciones de terminar los dos últimos años de secundaria en la preparatoria de Altocielo se vieron frustrados y debió esperar a terminar los estudios. Cuando cumplió 18 decidió vivir por su cuenta, consiguió un empleo en una tienda y al cabo de un tiempo tenía los planes preparados para el futuro; para cuando cumplió 22, menos de un año atrás, ya estaba en la última etapa de la preparatoria para el instituto, lo que significaba que sólo debía prepararse al máximo para que al momento de dar las pruebas pertinentes fuese aceptado de inmediato, sin necesidad de pasar el proceso de inducción de cuatro meses. En la actualidad era solvente, tenía un trabajo de medio tiempo para disponer de lo necesario y otro que era casi por diversión, y las cosas iban realmente sobre ruedas; además, sus amigos eran un gran aporte, sabía que podía contar con ellos en cualquier caso y asimismo ellos contaban con él; el núcleo más fuerte lo formaba Ylonda, a todas luces la líder y quien daba las órdenes, Maxi, el divertido deportista, Orii, la entusiasta y curiosa, y él, que tenía las mejores calificaciones y por supuesto el centro de mando. Si bien todos estaban viviendo en Ed—viri, los demás se hospedaban en alojamientos comunes, los que a pesar de ser cómodos y baratos, no permitían la dinámica de un grupo cerrado como el de ellos, y mucho menos el nivel de concentración que muchas veces era necesario, a la hora de estudiar. En un principio le pareció extraño ser el anfitrión, pero Ylonda facilitó las cosas haciéndose cargo con su habitual naturalidad y eso resultó de maravillas, por lo que ya resultaba impensable que se reunieran en otro sitio.

Más tarde, Ylonda cumplió con su palabra y se ocupó de todo con su habitual gracia e ingenio; después de almorzar se trasladaron a la sala, en donde desplegaron todo lo que necesitaban en ese momento.

—Bien, aquí es donde te necesitamos— dijo ella, dirigiendo la acción una vez que estuvieron instalados— El problema que nos tiene contra las cuerdas en primer lugar es que necesitamos calcular la distancia y fuerza específica a la que un objeto –una bombilla, agregó— se destruirá una vez lanzado desde una plataforma antes de tocar el suelo, pero este objeto es lanzado de forma horizontal, no hacia abajo.
—Sería más sencillo –opinó Orii—, si fuera hacia abajo, porque aplicaríamos el principio de gravedad estándar, pero en este caso tenemos diferencias de opinión; yo digo que el problema no tiene solución porque si el objeto fuese lanzado con suficiente fuerza como para ser destruido, se destruiría en la plataforma y sólo los pedazos saldrían disparados.
—Mientras que yo –comentó Ylonda—, digo que si utilizamos para el experimento esas ridículas bombillas que nos propusieron, es porque están diseñadas para romperse de otra forma y no sólo al estrellarse.

Febo recordaba vagamente las referencias a las bombillos: complicados artefactos que convertir la electricidad en luz; estaban hechos de una base de algún metal que no se viera afectado por la descarga eléctrica, un circuito de conversión y una burbuja de cristal.

—Supongo que si el objeto del proyecto es determinar algo es porque existe una forma de hacerlo y se me ocurre una: si en la plataforma disponemos de un sistema de aire comprimido para el lanzamiento y lo combinamos con colchones de aire dispuestos en torno a la estructura que vamos a lanzar, podemos asegurarnos de que el lanzamiento será exitoso y al mismo tiempo, que dicha acción destruirá la bombilla, esto porque la fuerza del disparo incluye un elemento inestable, lo que dispersará el colchón, dejando el objeto a merced de la fuerza de la velocidad.

Mientras hablaba, los demás habían estado realizando una serie de cálculos y mediciones, tanto numéricas como físicas, y parecieron sorprendidos con el resultado.

—Increíble, tienes razón de nuevo –comentó Maxi—, estuve haciendo unas mediciones y, si podemos establecer un margen de inestabilidad al aire comprimido, podríamos determinar el efecto que mencionaste con precisión.

Febo se tragó un puñado de bayas moradas mientras se ponía de pie.

—Todavía tengo algo de sueño ¿Alguien me recuerda si tenemos restricciones?
—Las tenemos –comentó Orii—; una de ellas es que no podemos usar más de dos elementos y un objeto: ya tenemos el dispositivo para el colchón de aire como objeto y el colchón y el aire comprimido como elementos ¿Cómo programamos el concepto de inestabilidad?

Por supuesto, el proyecto no se trataba de destruir el bombillo sino de encontrar una forma específica. Con los adminículos apropiados podrían montar un dispositivo que generara un colchón de aire, y al mismo tiempo el propicio para la aceleración, pero no disponían de una tercera opción. Eso significaba que toda su propuesta original estaba mal; era necesario re imaginar y pensar en una alternativa válida. Entonces se le pasó por la mente una idea extraña, pero que de alguna forma tenía sentido.

—Escuchen, creo que estoy equivocado.
—Equivocado no –comentó Ori—, sólo te faltó un detalle.

Pero Febo sentía cuanto no estaba en la línea correcta, y en esa ocasión también fue así.

—Quizás —titubeó un momento, pero no fue a causa de la duda, sino a que aún estaba trabajando a toda máquina en la idea final—. Quizás… esperen, el proyecto se trata de determinar unos parámetros específicos para una determinada acción, no cumplir con una ley establecida.
— ¿Adónde quieres llegar?
—Nuestro problema es cómo proteger el objeto para poder medir una distancia de disparo ¿Pero y si en vez de eso programamos la destrucción del objeto sin preocuparnos por los variables que puedan destruirlo?
—No entiendo.

El joven tomó entre sus manos una baya y se la enseñó al resto.

—Si dejo caer esta baya, es improbable que se rompa al golpearse contra el suelo porque al ser muy liviana la acción del aire en suspensión ayudará a amortiguar el golpe. Pero si la arrojo violentamente contra la pared, es mucho más probable que se rompa o la piel exterior se rasgue. Se me ocurre que si te lanzo esta baya a ti que estas a un metro y tú la golpeas con una vara metálica, sabremos de forma específica que se romperá al llegar a un metro.
— ¿Y cómo aplicas eso al bombillo?
—Lo lanzamos con un elemento que es el colchón de aire para protegerlo de la fuerza del lanzamiento, y el segundo elemento, que es aire comprimido, lo lanzamos a una velocidad mayor en trayectoria de choque.
—Lo que nos permite controlar –comentó Ylonda— con toda facilidad la distancia a la que va a producirse  el choque, es genial.
—Gracias.

Iba a decir algo más, pero el móvil anunció una llamada; por el tono muy suave y en bajo volumen, supo de inmediato de quién se trataba; se alejó del grupo y contestó.

—Hola.
—Hola Febo. Ha pasado tiempo sin que llames.

¿Qué podría estar pasando? El pasar de toda la familia era muy tranquilo como para que les ocurriera algo que ameritara su presencia.

—No he tenido motivo para llamar.

Se hizo un incómodo silencio; el mismo que sucedía en casa cuando aún vivía con ellos.

—Estoy estudiando con mis amigos.
— ¿Y cómo ha ido eso?
—Papá ¿por qué llamaste?

No valía la pena irse con rodeos; decidió enfrentar la situación.

—Tu hermano ha estado con algunos problemas de salud y...
—Papá, no voy a volver para ayudarlos con el negocio de la familia.
—Pero tu hermano...
—Ha tenido problemas de salud desde que tengo memoria —replicó con tranquilidad—, recuerda que es por eso que estuve haciéndome cargo por tanto tiempo.

Había llegado a un momento en que toda esa historia pasada ya no le dolía; durante toda su adolescencia fue un bastón para la familia, pero llegó la ocasión en que se dio cuenta que estaba quedándose estancado en eso, y que de ninguna manera podría crecer o cumplir sus objetivos si seguía haciendo lo que ellos necesitaban; ahora sus amigos eran su familia y con eso bastaba para él.

—Hijo, si estás molesto por algo, podemos solucionarlo.
—No hay nada que solucionar; escucha, ustedes tienen una forma de vivir y yo otra, eso es todo. No tengo nada en contra de ustedes y de verdad espero que puedan arreglar lo que sea que les esté pasando, pero eso tendrá que ser sin mí. Y quiero que, por favor, se acostumbren a esto, no quiero que me llames de nuevo por algo como esto.

Se hizo una pausa, en la que Febo supo con exactitud lo que iba a pasar: ahora vendría el instante de la lástima, de apelar a los sentimientos.

—Como tú quieras. Te queremos hijo.

Febo no dijo nada al respecto, pero ya había sido suficiente.

—Buenos días, voy a seguir estudiando.

Cortó sin esperar; y se sorprendió, gratamente, de verse a sí mismo tranquilo, sin alterarse como en el pasado.



Próximo capítulo: Lena