Sten mor preludios Capítulo 03: Sebastián



Pristo. Hace seis meses.

Los gritos del público aún resonaban en sus oídos. Sebastián iba recostado en el asiento trasero del auto de traslado, con una botella de Emporio en una maro y el móvil en la otra, mirando con cierta avidez los mensajes en las redes sociales; la carrera había terminado hace más de dos horas, y él seguía siendo parte de lo más comentado de la jornada en Pristo. Incluso fuera de los fronteras de la ciudad; Sebastián era piloto de carreras en motocicleta en el circuito nacional medio en la categoría Precisión y velocidad, por lo que vivía de forma constante en medio de la adrenalina y la emoción de ganar mientras se aseguraba de tener los mejores estándares.

— ¿Me detengo aquí?

No había reconocido al conductor, pero en ese momento notó que era uno que antes lo había trasladado; estaban estacionados junto a un centro urbano, en donde su presencia causaría conmoción y muchachas gritando. Desechó la idea, esta vez.

—Gracias, pero ahora no, prefiero ir directo al hotel.
—Lo que usted diga.

Mientras el viaje continuaba en silencio, el joven miró el móvil con cierto desazón, pero sabía que no se trataba de eso solamente; era estar todo el tiempo en el ojo del huracán, de una u otra manera. Era estar pendiente del móvil cuando terminaba una carrera, y mirar con enfermiza atención las estadísticas de repercusión, y la cantidad de comentarios positivos. Las drogas estaban prohibidas para los menores de edad, y con doble razón para los deportistas, pero nadie hablaba del efecto de la fama, de la adicción a ese esquivo y distante amor de los fans, que te idolatraban por tu éxito, y se acostarían contigo sin pensarlo dos veces, pero que en realidad sólo amaban a una versión ficticia de ti.
Pero que no reconocerían en la calle a tu yo real; que no sabrían ver que en ese momento estaba nervioso porque hace tres días había tomado la primera decisión en su vida, por su cuenta, sin preguntar ni pedir permiso. Una decisión que tenía que comunicar, pero que había estado retrasando, amparado en la excusa de no haber tenido la oportunidad apropiada.
Cuando el vehículo se estacionó, vio el auto de Rogelio junto a la entrada, y tuvo la instintiva idea de decirle al conductor que continuaran en otra dirección. Pero se contuvo.

“No, no esta vez.”

Bajó del vehículo y tiró la Emporio a un cubo para la basura. La habitación del hotel estaba en el segundo piso, de forma que decidió subir por las escaleras, esperando que esos segundos de anticipación le permitieran tener el temple que necesitaba.
Cuando deslizó la tarjeta de identificación por el lector junto a la puerta y no escuchó nada dentro, pensó que las cosas tal vez irían mejor de lo que esperaba. Quizás sólo había visto los resultados y estaba ahí para darle una escueta felicitación; al fin y al cabo, Rogelio se preocupaba de él en cuanto sus resultados eran los más satisfactorios en las competencias. Tendría que estar satisfecho de que Sebastián ganara ese día.

—Es un poco tarde para que vengas llegando.

Estaba serio, pero nada más. Sentado en el sofá daba la impresión de ser un auténtico padre preocupado por la ausencia de su hijo, y eso amenazó con ablandar a Sebastián.

—Estaba festejando un poco, fue una carrera intensa, pero gané.
—Sí, vi los resultados; ganaste otra competencia.

Esbozó una leve sonrisa, mientras se ponía de pie; Sebastián también sonrió, algo nervioso, poco acostumbrado a las felicitaciones de su padre.

—Hice una gran presentación —dijo con más confianza—, y estoy seguro de que el último giro estará entre los diez mejores del mes.
—Merecería estar entre los mejores diez.

Ambos quedaron en silencio; Sebastián olvidó por un momento las ideas que había tenido al llegar al hotel, y se dijo que quizás esa era una oportunidad de cambiar en algo las cosas. Se dijo, una vez más, que todo lo que hacía él era para que consiguiera mejores resultados, quizás no de la forma apropiada, pero igualmente por su bien; una vez más, se dijo en su interior que se entenderían, y que quizás la decisión que había tomado por su propia cuenta haría que pudieran conversar y entenderse.
Por lo mismo, no pudo reaccionar a tiempo cuando Rogelio le dio una bofetada.

— ¡Ahh!

Cayó de rodillas, más por la sorpresa que por el golpe, aunque este de todos modos había sido dado con fuerza; cerró los ojos, impotente.

—Un excelente movimiento sobre la motocicleta —dijo Rogelio con sorna—, eso es todo para lo que te alcanza tu tan comentado talento.
—Papá; espera.
— ¿Que espere qué? ¿En serio eso es lo mejor que puedes hacer?

Sebastián se puso de pie, con la diestra llevada a la mejilla en donde recibió el golpe. Había sido un tonto, igual que las otras veces.

—Gané la carrera.
—Con estadísticas promedio —replicó el otro— ¿Acaso no ves que te estás estancando? En cualquier momento otro que sí se esfuerce te va a alcanzar.
— ¡Hice una buena carrera!
— ¡No vuelvas a gritarme!

Levantó la mano, pero Sebastián retrocedió de un paso, poniendo distancia entre ambos. Y por primera vez se sintió contento de haber tomado una decisión que desde hacía tres días lo tenía con un gran sentimiento de culpa.

—Escucha, esto no va a continuar.
—No me interesan tus disculpas.

Esa era la historia de su vida; desde que tenía recuerdos, siempre presionado por Rogelio, amenazado, oprimido para extraer de él los resultados necesarios, como un animal de carga o de tiro, nada más que eso, sin remordimientos.

—No es una disculpa —repuso con fuerza—. Se acabó.
— ¿De qué estás hablando?
—Ya no voy a seguir en esto, y tú no vas a volver a tocarme.
— ¡Soy tu padre y haré lo que sea mejor para ti!

El joven lo miró por un momento con cierta distancia, como si todo lo que había vivido hasta entonces se condensara en esos gritos en la impersonal habitación de un hotel.

—No has hecho nada por mi beneficio; lo hiciste por ti, para tener todos los meses dinero fresco en la cuenta, y supongo que también porque querías proyectar lo que no pudiste hacer desde que te lesionaste la pierna.

Rogelio no pudo evitar un gesto de ofensa por la alusión a la herida que muchos años antes, en su adolescencia, lo obligó a abandonar las competiciones. Sebastián sabía que era un golpe bajo, pero ya no había vuelta atrás.

—No te voy a permitir otra falta de respeto.
— ¿Y qué es lo que vas a hacer, golpearme? —dijo desafiante— eso no lo vas a volver a hacer; estoy seguro de que no te has dado cuenta; pero desde hace tres días que soy mayor de edad.

La expresión enfurecida de Rogelio cambió, por una mueca de confusión; sus palabras también demostraron este sentimiento.

— ¿Qué?
—Estoy seguro de que estabas en alguna fiesta, bebiendo; pues yo pasé ese día entrenando, solo. Pero no fue lo único que hice, también firmé un contrato, y me voy a ir de aquí, muy lejos.

Escuchar algo sobre un contrato reactivó la furia de su padre, pero no se dejó intimidar.

—No puedes firmar ningún contrato, yo soy tu tutor legal.
—Lo fuiste mientras yo era menor de edad —replicó Sebastián, imparable—. Ahora no tienes poder sobre mí y ni siquiera pienses en volver a ponerme una mano encima, porque te denunciaré por agresión.

Quedaron enfrentados, a tan poca distancia y al mismo tiempo tan separados. El joven destellaba fuerza y decisión, y aunque nada de eso había sido planeado, sabía muy bien qué decir.

—No puedes ir a ninguna parte ¿A dónde piensas ir? Tienes una carrera, hay contratos que cumplir.

No pudo dejar de notar el cambio entre decirle que “había contratos que cumplir” y lo que siempre le dijo en el pasado, que era “su” responsabilidad.

—Estás equivocado, no hay contratos, eres tú el que los tiene ¿recuerdas esos documentos que me hiciste firmar cuando cumplí quince? En ellos te otorgo los beneficios económicos de mis presentaciones y la potestad de gestionar los contratos por mí. Así que ahora me iré y no tengo que preocuparme por nada, tú tendrás que arreglártelas con los abogados de las marcas que pagaron por verme.

Era una declaración de guerra, y Rogelio así lo sintió; de un momento a otro, y de un modo inesperado, estaba viendo que la persona a quien había controlado con mano de hierro durante años estaba escapando, y que al mismo tiempo planteaba un escenario por completo inesperado: el de no contar con las ganancias fijas que mes a mes reportaban los contratos con auspiciadores.

— ¡No puedes hacer esto! ¿Qué crees que va a pasar con tu carrera?
— ¡Deja de mentir! Nunca te ha importado mi carrera, lo que te importa es el dinero, pues tendrás que hacer algo para variar, busca un trabajo, soluciónalo de alguna manera.
— ¿Adónde piensas ir?

Sebastián sonrió. Se preguntó por un mínimo instante de dónde estaba sacando esa fuerza, pero no importaba; ya estaba hecho, ahora nada lo detendría.

—No te lo voy a decir. Escucha, no debería hacerlo, pero en la cuenta hay algo de dinero, te debería servir para un par de meses mientras haces algo útil por ti mismo; yo no tengo nada que hacer aquí, no quiero la ropa que está en este cuarto, ni quiero verte a ti.

Rodeó a Rogelio, manteniendo cierta distancia, y se dirigió rápido hacia la puerta; se estaba quebrando, y no quería mostrar esa debilidad. Pero la voz del otro hombre se elevó, obligándolo a detenerse.

—Sebastián, no puedes hacerme esto.

Se suponía que eso era una recriminación, que debía llegar hasta su corazón y quebrarlo. Pues no, no después de todo lo vivido.

—No te estoy haciendo nada —respondió, lentamente—. Y después de cómo me has tratado no esperes que me importe; tú no me criaste, lo que hiciste fue entrenarme. Tenía que ser el mejor y triunfar sobre todos ¿Recuerdas? Sin perder tiempo en sentimentalismos. Y a golpes y humillaciones, nunca con un estímulo, nunca reconociendo ni apreciando nada de lo que hice. Yo sólo quería tu amor —sintió la voz temblorosa, pero se repuso—, pero ya no lo tuve, ahora es demasiado tarde. No me busques Rogelio, porque no me vas a encontrar.

Salió de la habitación del hotel, luchando por no escuchar los gritos que traspasaban las murallas; no supo cómo bajó por las escaleras, pero de pronto se encontró parado en la calle, en medio de la noche; era un famoso deportista, era mayor de edad, tenía mucho dinero, y se sintió completamente desprotegido en el mundo. Una voz a su espalda lo hizo sobresaltarse.

— ¿Estás bien muchacho?

Se volteó sorprendido; era un hombre de poco más de cuarenta, vestido de forma sencilla con unos pantalones oscuros y una camisa. Asistió aclarándose la garganta.

—Sí, estoy bien.
—No es eso lo que parece —repuso con seriedad— ¿Necesitas ayuda?

Sólo en ese momento lo reconoció: era el conductor del vehículo en el que había llegado unos minutos antes, y quizás también de ocasiones anteriores. Se dio cuenta de que no tenía ningún plan de respaldo; iba a decirle lo del contrato, y en determinado momento presumió que eso causaría problemas, pero fue tan ingenuo que nunca pensó en qué hacer si se daba una situación como esa.

—Yo… —replicó con voz angustiada—. Por favor sácame de aquí.

Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, se encontró en un sofá algo duro pero cómodo; estaba cubierto con unas cobijas, pero fue sólo después de unos momentos que recordó que la noche anterior, luego del altercado con su padre, subió al vehículo, y se derrumbó. El hombre se hizo cargo de él, y sin hacer preguntas, le dijo que podía quedarse en su departamento hasta que se sintiera mejor; ya era de mañana, y el joven, con el cuerpo algo adolorido, se sentó en el sofá mientras dejaba las cobijas a un lado. El hombre apareció en la sala y le dedicó una sonrisa.

—Parece que te sientes mejor.
—Estoy mejor, gracias.
—Voy a hacer desayuno; la puerta del costado es el baño, no sabía qué talla de ropa serías pero creo que acerté. Deja la ropa en el cesto, y ven a la cocina en cinco minutos.

Sebastián sintió algo muy extraño al escucharlo; no se trataba de una orden, ni fue dicha de modo imperativo o con violencia, pero al escuchar, fue como si no hubiera otra alternativa más que obedecer la instrucción. Entró a un baño que a pesar de no ser tan espacioso como los de los hoteles que visitaba de forma regular, tenía algo distintivo, y es que no era igual a todos los otros; había un aroma refrescante en el ambiente, y un tubo de gel para dientes a medio usar, como en una casa. Mientras se duchaba, se preguntó por qué ese conductor habría tomado la decisión de actuar de esa forma, y se lo preguntó unos momentos después al entrar en la cocina.

—Era evidente que te estaba pasando algo, chico —dijo con naturalidad—. No podía dejarte así en la calle.
—Pero no me conoces y aun así me trajiste a tu casa.
— ¿Y qué ibas a hacer, robar algo?

Mientras hablaba, le tendió un plato en donde sirvió un trozo de un budín artesanal; el aroma hizo que se distrajera de lo que pretendía decir, pero probar un bocado lo hizo perder el hilo de la conversación. El sabor no sólo era exquisito, también tenía un ingrediente especial, algo que no podía identificar bien, pero que lo hacía fascinante. Había probado platillos de primera calidad en Ciudad capital y otros exóticos en One—garui, pero nada de eso tenía este condimento especial; hizo que sintiera un estremecimiento, aunque sin saber por qué.

—Es…es delicioso.
—Me alegra que te guste.
—Pero todavía no entiendo por qué me ayudó.
— ¿Piensas que todo en esta vida tiene que ser por un motivo concreto, como estar en una competencia?

Sebastián no supo qué decir.

—Eres muy joven ¿Qué edad tienes?
—18
—Un año menos que Sofía, mi hija. Si quieres un motivo, ahí hay uno; no la veo casi nunca, ella no quiere porque siente que soy muy poca cosa en comparación con la gran vida que tiene su madre, y tiene razón. O quizás, te ayudé sólo porque vi a un niño asustado en la calle, y no quise dejarlo solo.
—No soy un niño.
— ¿Porque tienes dinero y ya cumpliste la mayoría de edad? —replicó el hombre sonriendo— No te han enseñado nada sobre crecer ¿Verdad?

De pronto, Sebastián se encontró contándole a grandes rasgos casi toda su vida; sintió que era como un vendaval de palabras que sin saberlo a ciencia cierta, había estado detenido en él, y cuando tocó la vena correcta, explotó. Se sorprendió a la vez de ver al conductor tan concentrado, prestando atención a sus palabras, con real interés.

—Lo siento, estoy hablando demasiado.
—Parece que no lo haces a menudo —dijo el hombre retirando los platos— ¿Y qué es lo que piensas hacer ahora?
—No lo sé, dije que había firmado un contrato, y es cierto, pero no es para trabajar. Me contactaron de Sten mor.

El hombre asintió.

— ¿Y quieres ir?
—No estoy muy seguro; se supone que ahí podrían darme una educación, herramientas para convertirme en el mejor en lo que hago.

La comida había estado realmente deliciosa; lo principal era que no se trataba solo de sabor e ingredientes, también era algo más, ese esquivo condimento que no conseguía determinar, pero que estaba ahí, presente y dejando un exquisito sabor de boca.

—Pero no estás seguro si las competiciones en motocicleta son lo que amas en realidad.
— ¿Cómo…?
—Porque soy más viejo que tú —replicó con sencillez—. Escucha, has estado toda tu vida haciendo lo mismo, quizás es momento de que te tomes un tiempo antes de tomar una decisión ¿dijeron cuando te iban a llamar?
—No lo sé, no dijeron nada en especial.
—Entonces no te preocupes por eso en este momento —sonó su móvil, miró rápidamente la pantalla y siguió hablando—. Acabas de tomar una decisión muy importante, es natural que estés un poco confundido. Tengo que salir, me llaman para un trabajo.

Haber dormido en un lugar seguro, en compañía de un hombre al que no conocía, pero con el que había sentido más confianza que con su propio padre ¿acaso eso era lo que se sentía tener un padre de verdad? Pero se dijo que ya era suficiente y se puso de pie.

—Sí, voy por mi ropa, muchas gracias por todo.

El hombre le dedicó una mirada condescendiente.

—No he dicho que tengas que irte.
—Pero…
—Pero ¿Qué? ¿Tienes alguna idea mejor? Escucha muchacho, puede que mi departamento no sea lujoso ni grande, pero será tu residencia mientras decidas qué hacer con tu vida.

El joven no pudo evitar una expresión de sorpresa.

— ¿Es en serio? Yo… no sé qué decir, no sé cómo…
—No tienes que decir nada; sólo lava lo del desayuno y la ropa. El control de la Tv está en esa mesa.
—De acuerdo, yo… gracias. Lo siento, no te pregunté tu nombre.
—Mick. Ahora tengo que salir. Nos vemos más tarde.

Cuando salió, Sebastián sintió algo que no pudo describir bien; se sintió como en casa.

Más tarde, el joven estaba tendido en el sofá viendo un programa sobre naturaleza; nunca antes los había visto, y le resultó fascinante cómo mostraban las vidas de los animales como si fuera una película. En eso llegó Mick.

—Baja los pies de la mesa.

Sebastián lo hizo en el acto, y de hecho se puso de pie mientras el hombre entraba; venía con una gran bolsa de papel en las manos.

—Lo siento.
—Está bien, sólo no lo vuelvas a hacer —replicó mientras cerraba—, toma esto, deja las cosas en su lugar.

El joven recibió la bolsa mientras el mayor se quitaba el jacket negro.

—Necesito una ducha; ¿quieres poner una cerveza arriba?

Sebastián se llevó la bolsa a la cocina, y comenzó a sacar las cosas de la compra; tuvo que abrir varias puertas en los muebles para comprender en dónde dejar cada cosa. Se trataba casi por completo de artículos comestibles y unos cuantos útiles de aseo, los que dejó en la compuerta bajo el lavamanos; casi al fondo de la bolsa encontró otra, sintética, en donde figuraban algunas botellas, de una marca de cerveza que no conocía, y un par de Emporio. Mick apareció en tenida deportiva.

—Gracias.
—Por nada, aunque me costó encontrarlas, no sabía qué eran.

Sebastián Sonrió. Emporio era una bebida de fantasía para deportistas, que no correspondía a las hidratantes comunes, por lo que sólo estaba disponible en el apartado de productos específicos dentro de un mercado; que lo hubiera notado y buscado era un gran gesto.

—Gracias, de verdad. Y ¿Cómo estuvo tu día?

Esta vez fue su turno de escuchar, y por primera vez se sintió interesado y absorto en lo que sucedía con la vida de alguien más. Ser piloto de motocicleta desde tan joven le había reportado dinero y beneficios, pero lo convirtió en alguien muy solitario; en el centro de entrenamiento intercambiabas trucos, o hablabas con los otros acerca de suplementos alimenticios y técnicas de relajación, en las previas a las competencias el nerviosismo y la concentración hacían a todos muy silenciosos, y si triunfabas, había gritos y celebraciones, notas de prensa y saludos al público, pero sin tener a alguien cerca, era todo lo que tenías. Él siempre estuvo solo, con Rogelio presente de vez en cuando, aparentando ser el representante perfecto ante los demás, pero siendo frío o agresivo cuanto nadie más prestaba atención. Se vio a sí mismo atento a los detalles, queriendo saber más cosas de la vida de Mick y preguntando acerca de ellos no por cortesía, sino por verdadero interés. Y esa sensación resultó tan gratificante como haber sido corregido por él en un asunto tan trivial cono estar viendo televisión con los pies sobre la mesa de la salita, aunque no supo explicarse con claridad el porqué de la conexión entre ambos hechos; sin embargo, en esa ocasión esas preguntas resultaban irrelevantes en comparación con lo que estaba viviendo, porque de alguna manera, esa conversación sencilla llenaba un espacio dentro de él que nunca antes había conocido, algo que la adrenalina del deporte jamás había podido llenar.



Sten mor preludios: Capítulo 01: Oiren



Tash—han
Hace seis meses


—Oiren, ven aquí por favor.
—Ahora voy papá.

La casa siempre estaba en movimiento. Oiren vivía en la casa de sus padres, junto a sus tres hermanos, los abuelos paternos, y la esposa e hijos de su hermano mayor. Además, el negocio familiar, una tienda de abarrotes y diversos productos siempre tenía visitas y era necesario estar al pendiente. Sin embargo, él casi nunca atendía público, y su responsabilidad al respecto quedaba en labores internas como preparar los envases para algunos productos, separar otros y tener las listas adecuadas para hacer las compras necesarias cada mes; era el más listo para los números y el orden de modo que resultaba útil y práctico. Y así no tenía que estar expuesto a la gente todo el tiempo.

—Ayúdame un momento, aquí. Sabrina dejó caer estos recipientes y las piedras se mezclaron.

Había una pequeña sala entre la sala de la casa y el salón de venta en la parte delantera; usualmente lo utilizaban para tratar cualquier asunto que no quisiera ser visto u oído por los extraños pero que no ameritaba entrar en territorio familiar. En el suelo alfombrado había un gran número de piedras pequeñas, brillantes, desperdigadas por todas partes, y sobre un mesón a la derecha estaban las cajas de donde provenían.

— ¿Hay alguien esperando por ellas?
—No, las tiró por accidente.
—Entiendo, ahora mismo las dejo como corresponde.
—Estupendo.

Mientras su padre volvía a la parte delantera de la casa, reclamando algo sobre el personal descuidado y la juventud, el joven se trasladó al mesón y se dispuso a separar las pequeñas piedras en las cajas individuales.
Oiren sonrió ante la habitual queja de su progenitor, y se dispuso a separar las piedras; se trataba de dos clases muy similares en apariencia, pero que tenían objetivos diferentes. Mientras que el citrino era un tipo de cuarzo utilizado para infundir en las personas la alegría de vivir, la crisoprasa ayudaba en estado de alta tensión; en la tienda vendían pequeñas piedras de distintos tipos, que estaban almacenadas en cajas de madera natural sellada por el exterior y cubiertas de una tela especial por el interior, separadas por tipo, y que eran vendidas en pequeñas porciones a los clientes que las necesitaban por razones esotéricas. Eso a Oiren no le importaba, pero sí había una conexión entre las piedras y él, ya que las conocía con detalle y podía identificarlas con facilidad. Era de los pocas cosas para las que lo necesitaban al de forma exclusiva.

— ¿Qué haces?
—Separo citrino de crisoprasa.
—Entretenido.
— ¿Quieres que vaya? Puedo hacerlo allá.
—No, sabes que a papá no le gusta que nadie se lleve trabajo al cuarto.

La voz provenía de un diminuto intercomunicador con forma de elefante de caricatura, que siempre llevaba prendido al pecho, desde que era un niño. El otro estaba en la habitación de Ismael, su hermano mayor por cinco años.

—Para un ojo no entendido —dijo con tono académico—, es fácil confundir. Yo veo que el citrino es de un color amarillento y la crisoprasa, en tanto, es más bien verde, de una tonalidad clara y acuosa. Los cristales y piedras que se comercializan en este establecimiento han sido mezclados con una solución de color blanco, por lo que la diferencia de tono es más sutil; sin embargo, alguien con conocimientos ve los colores con claridad, como si fuera verde y rojo. Y, ya está listo.
— ¿Ya los separaste?
—Así es.

Un instante después apareció su padre en la sala, con una expresión indescifrable en el rostro.

—Baja la voz por favor; los clientes pueden pensar que estás delirando mientras los atendemos.
—Lo...lo siento papá —replicó Oiren con voz apagada—. Ya...ya están listas, aquí tienes.
—Gracias. Voy a volver adelante.
—Sí papá.

El hombre volvió a desaparecer, y el joven quedó solo en la sala, con las manos vacías.

—Oiren.
—Sí.
—Ven por favor.

El muchacho suspiró y fue a paso vivo hasta la última habitación de la casa, una que tenía acceso propio, era más espaciosa que los demás y era casi independiente en todo sentido. En la gran cama, al centro y oponiéndose a la puerta, reposaba Ismael; a pesar de que la expresión en su rostro era tan calma como siempre, Oiren no pudo dejar de notar un cambio. Él era el único que los notaba.

— ¿Te sientes mal, necesitas algo?
— ¿Papá te estaba maltratando, te dijo algo incorrecto?

Eran tan distintos. Oiren era más bien bajo para ser hombre, tenía una estructura física ancha y voluminosa, siempre estaba algo excedido de peso aunque luchaba por evitarlo, y tenía ese cabello oscuro y ensortijado; Ismael en tanto, lucía tan delgado, casi esquelético, con esa piel blanca frágil que parecía a punto de romperse, la frente amplia, los pómulos sobresalientes en el rostro demacrado y ojeroso, que sin embargo mostraba esos ojos color miel, brillantes y llenos de vida. La crueldad estaba en que Ismael había nacido con una enfermedad  degenerativa incurable, que dañó sus articulaciones y parte de su sistema nervioso desde que era un bebé, dejándolo inmovilizado e indefenso por completo; Oiren, que tenía cinco años menos que él lo había visto siempre así, experimentando el crecimiento propio mientras el de su hermano parecía agrandar junto con el cuerpo las trágicas consecuencias de una enfermedad que la ciencia aún no podía curar. Recientemente había visto informes de la sociedad médica internacional, que hablaban de una posible cura dentro de veinte años. Ismael era el inteligente, el fuerte, pero era por completo dependiente, y jamás podría moverse.

—No, no me maltrató.

Desde la cama, Ismael entornó los ojos.

—No me mientas Oiren, dejaste el comunicador con paso de audio.

Oiren siempre llevaba el comunicador; desde pequeño había sido una muestra de unión, la más férrea existente entre los cuatro hermanos; él era los ojos y oídos en la casa o en el exterior, Ismael era la fuerza y la orientación, la sabiduría para enfrentar los desafíos.

—Oh, pero no lo dijo con mala intención; es porque adelante se escucha todo y los clientes son muy quisquillosos.
— ¿No me estás mintiendo?
—Claro que no.

Sonrió, y su hermano también lo hizo; en su caso, los gestos del rostro eran más limitados, pero Oiren los identificaba con la misma facilidad que si fueran mucho más evidentes. El joven se acercó a una de las paredes para enderezar el afiche de "Solaria" una de las bandas favoritas de su hermano.

—Creo que en algún momento tendré que descubrir por qué es que este afiche se tuerce.
—La semana pasada cambiaste el soporte.
—Sí —replicó encogiéndose de hombros—, y medí que la distancia del pin fuera la correcta pero aún se mueve. Después lo revisaré.
—Oiren, siéntate aquí por favor.

El muchacho así lo hizo; debido a la construcción de la cama, Ismael estaba en una posición semi sentado, teniendo los soportes suficientes para que su cabeza se mantuviera recta y pudiera mirarlo a los ojos. No era una postura natural, pero él lo había querido así, decía que si iba a estar quieto, al menos quería ver de frente a la vida.

—Quiero saber si el próximo año vas a estudiar.
—No he pensado en eso en realidad. Además es sólo octubre, falta mucho para eso.
—No falta tanto; Oiren, tienes 21 años, y ya has postergado dos veces iniciar una nueva etapa en tu educación.

El joven se removió, incómodo.

—No lo estoy postergando.
—Sí, lo haces. Pero quieres estudiar y tienes talento ¡Mira todo lo que sabes sobre piedras y minerales! Y no sólo eso, aprendes y memorizas muchas cosas, y te sientes a gusto con eso.
—Pero eso no significa que...

La voz de su hermano prosiguió; el tono de voz que utilizaba era siempre monocorde debido al esfuerzo por hablar, pero incluso con eso, se entendía la intención con claridad.

—Quiero saber qué es lo que está deteniéndote.

Oiren sonrió muy incómodo ante las palabras que escuchaba; Ismael siempre tenía la facultad de hablar exactamente de los asuntos como eran. E incluso de ir más allá de lo evidente.

—Nada me detiene...
— ¿Es por mí?

El joven no pudo hablar durante unos segundos. Al final resultaba extraño que, de los dos, fuera Ismael el más fuerte.

—Yo... no quiero alejarme de ti.
—Pero se trata de tu futuro —dijo con intensidad—, es algo que tú quieres. Escucha, puede que el resto de la familia haya decidido dedicarse al comercio, pero esto no es lo que tú quieres. Tu futuro está en un centro de estudios, un sitio donde puedas desarrollar todo tu potencial.

Oiren sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas; el año anterior había estado viendo las páginas de distintos institutos, incluso de una universidad, pero dejó de lado esa opción cuando concluyó que el precio por estudiar era mucho más alto de lo que esperaba. Por otro lado, ni siquiera sabía qué opinarían sus padres, y había sido especialmente cuidadoso con respecto a no permitir que los demás intuyeran que algo le sucedía, pero mentirle a Ismael con la conexión que tenían era casi imposible.

—Yo... creo que aún no estoy preparado para enfrentar ese desafío.
—Eso no es cierto.
—Pero sabes lo tímido que soy; tengo dificultades para interactuar con las personas, y ese limitante me preocupa.
—Estás poniendo excusas donde no las hay. Oiren, estar estudiando en otro sitio será maravilloso.
—Pero...

Él se negaba de forma constante a hablar del tema, a pesar de que para su hermano era algo natural; Ismael tenía 26 años, lo que en cifras para la enfermedad que padecía, significaba que tenía cinco, quizás diez años disponibles, a lo sumo. De hecho, según los innumerables estudios que había leído a lo largo de los años, más del sesenta por ciento de los afectados por el mismo mal ni siquiera llegaban a los veintidós.

—No quiero irme —admitió en voz baja—; si comienzo a estudiar ahora, tendré que irme de casa por un tiempo y no... no...

No fue capaz de decirlo. Pero Ismael sí pudo, y habló con aplomo, pronunciando las palabras con serenidad.

— ¿Temes que pueda morir mientras tú no estás aquí?

Escucharlo mencionar aquello hizo que el muchacho diera un respingo, atenazado por un repentino temor. Sin embargo, las palabras no terminaron ahí.

—Mi hermanito –dijo con ternura—; escucha, ese temor que tienes es irracional ¡Podría suceder en cualquier momento! Podrías estar en la tienda del centro comprando suministros, o de visita en alguna parte por otro motivo.
—Ismael no sigas.
—O, podría suceder mientras duermes.

Con los ojos inundados en lágrimas, Oiren levantó la vista del suelo y miró directo a los ojos de su hermano. Esos ojos tan brillantes y expresivos, aquellos en los que se había visto y aprendido tanto, y que ahora lo miraban con un cariño tan grande que casi dolía.

—La muerte también es parte de la vida. Y esto que tenemos en el aliento es el tiempo, no puedes simplemente desperdiciarlo; yo estoy encerrado en este cuerpo, pero no puedo permitir que nadie más esté encerrado por mi causa. Es cierto que eres joven y te falta confianza en ti mismo, pero eso no lo conseguirás aquí en mi habitación.
—Ismael...
—Tampoco lo conseguirás atendiendo el negocio de la familia, eso no es para ti; lo que quieres hacer es estudiar, aprender y crecer ¿Acaso crees que nunca he visto cómo se transforma tu mirada cuando vemos los programas que muestran las instalaciones de las universidades en Torre de piedra? Si no aprovechas eso estarás condenándote a una existencia contraria a lo que quieres, y eso es una mala actitud que no espero de ti.

Nunca había hablado con tanta claridad respecto a esos temas; Oiren quiso decirle que no debía preocuparse por él, pero lo cierto es que en su interior pugnaban ambos sentimientos, el deseo de cumplir sus sueños, y el de no abandonar a su hermano. Quería ser fuerte, pero sólo deseaba que su hermano pudiera estar ahí para siempre.

—Lo siento. Sé que lo que dices es por mi bien, pero es muy difícil para mí.
—No debería serlo tanto; Oiren, mientras seas honesto contigo mismo y no abandones lo que es correcto, yo siempre estaré contigo.

Se miraron durante un largo rato sin hablar; de alguna manera la voz y las palabras consiguieron calmar su nerviosismo, y las lágrimas no llegaron a brotar de los ojos. Al fin, después de un extenso silencio, Ismael supo que ya era el momento de hablar.

— ¿Vas a pensar en lo que te dije?
—Yo...
—Por favor. Sabes que es la mejor decisión.

Se sintió ante la fuerte mirada de su hermano, y asintió, hablando en voz baja.

—De acuerdo, te prometo que lo voy a pensar.
—Esa es una mejor respuesta —replicó con una sonrisa—, pero tampoco te tomes esto a la ligera porque en muy poco tiempo tendrás que ponerte manos a la obra y comenzar tu postulación.
—Sí, está bien.

Se puso de pie, algo más animado, y volvió a mirar el afiche del que habían estado hablando unos momentos antes; entonces lo descubrió.

—Ya sé por qué es que el afiche se tuerce en la pared —dijo con cierto asombro—, no lo había notado antes.
—Entonces no me hagas esperar más y dilo.
—Este marco está hecho en un alto porcentaje de mica.
— ¿Y qué es eso?
—Es un tipo de mineral; en la antigüedad era valioso en la construcción de motores mecánicos, pero actualmente no tiene mayor valor, por lo que no es extraño que esté involucrada en la fabricación de objetos de soporte como cuadros o bases de distinto tipo, ya que es barato y no se estropea por los cambios de temperatura.

Ismael hizo una breve pausa de análisis.

—Entonces es como esos objetos antiguos de alunina.
—Algo parecido; el punto es que cuando se trabaja con este material, es muy frecuente que los productores lo mezclen con otros compuestos como amiantina para conseguir mayor limpieza de corte o una cierta flexibilidad, además de abaratar costos por supuesto, pero la amiantina es más ligera por centímetro cuadrado que la mica, por lo que si no se ha realizado una mezcla y distribución apropiada antes de hacer el molde, las cantidades de mica enlazadas en un punto pueden ser mayores y como consecuencia, el cuadro pesa más de un lado que del otro.

Volteó hacia la cama, con el afiche en sus manos; la vocalista del grupo estaba en el centro de la imagen, ataviada con una túnica larga, blanca y vaporosa, mientras los dos hombres, uno rubio y delgado, y otro de aspecto más rudo y que llevaba una suerte de media máscara robótica estaban a sus costados, mirando fijo al frente. Ismael le sonrió.

— ¿Ves lo capaz que eres?
—Gracias por confiar en mí.
—La confianza no tiene nada que ver en esto; es lo que veo en ti, sólo tienes que tener más confianza, la suficiente para poder comenzar a estudiar, y luego verás que todo irá sobre ruedas.



Próximo capítulo: Aziare. Darius