Sten mor preludios Capítulo 05: Febo



Altocielo. Hace un mes.

—Vamos Febo, bebe algo.
—Gracias, pero estoy trabajando y no quiero arruinar mi concentración –replicó con una sonrisa–, pero si tienes algo sin alcohol te acepto de inmediato.
—Está bien.

La chica se perdió entre la gente, mientras él alistaba los últimos detalles para comenzar con el espectáculo de esa noche; trabajaba como D.J. de forma ocasional, y en ese momento el trabajo lo había llevado hasta una concurrida fiesta en Altocielo. Los ánimos estaban muy arriba en el contorno de la piscina, del que por suerte él estaba a prudente distancia sobre una tarima armada para tener las máquinas fuera de peligro.

—Señoras, señores… sólo déjense llevar…

Sus palabras, dichas a través del sintetizador especial, se esparcieron como un susurro por todo el lugar, al mismo tiempo que una cortina de luz púrpura se elevaba desde el suelo, por los bordes del recinto, formando una burbuja; por un momento el silencio y la atención fueron casi completos, y antes que ese delicado misticismo se rompiera, los primeros acordes de la música se esparcieron como lluvia por todo el lugar. Febo había comprado ese sistema combinado hacía poco, y era casi el único en el circuito que hacía sus propis propias programaciones, calibrando los emisores de luz y sonido y combinando la estética con los niveles de música; la idea era generar un efecto hipnótico, que si bien duraba muy poco, resultaba estupendo en la impresión que su actuar dejaba en el público. En esta ocasión se trataba de un evento de música minimal, por lo que los asistentes eran lo usual, jóvenes, por lo general adinerados y amantes de la moda; al estar cerca de una piscina, era evidente que la combinación de música relajante y alcohol desataba todas las inhibiciones. Al rato se le acercó una pareja, tanto él como ella muy tonificados, altos y esbeltos, apenas cubiertos con trajes de baño realmente reveladores: estaban de moda, y eran unas piezas modulares que se colocaban sobre las zonas íntimas, y tenían infinidad de diseños que daban la impresión de tatuajes; estas piezas tenían un brillo natural que hacía que, lo quisieras o no, dirigías la vista al brillo en ellas antes de que tu cerebro procesara si querías ver en esa dirección o no. Por suerte Febo ya llevaba lo suficiente en el mundo de las fiestas juveniles y no reaccionaba ante nada.

—Nos gusta mucho esta música –dijo ella casi arrastrando las palabras, inclinándose sobre la mesa de sonido—, eres muy talentoso.
—Gracias –dijo con una sonrisa cordial, sin dar nada a entender—, me hace sentir muy bien que les guste.
—Nos encanta –comentó el hombre pasándose innecesariamente una mano por el pecho, como si estuviera esparciendo algo—. Es muy estimulante, te hace pensar en muchas opciones.

Febo sonrió, sin dejar de manipular los controles sobre la sofisticada mesa de sonido; en algunas personas el responsable de la música, así como el del bar, tenían un aura especial, como si a través de ellos se pudiera llegar a experiencias nuevas. Pero él dejaba la pasión fuera del trabajo, nunca podías saber si alguien que se te acercaba con una copa o con poca ropa era menor de edad, o tenía un novio o novia enfadado en alguna parte.

—En ese caso no las pongan todas en práctica todavía, la noche es muy joven.

A ambos pareció hacerles mucha gracia la respuesta, y sonrieron de un modo entre divertido y seductor, tras lo cual se besaron y comenzaron a moverse lenta y sensualmente al ritmo de la música; muy bien, estoy a salvo, se dijo entre dientes.

—Su trago, señor.

La chica que había estado hablando con él le alcanzó una copa que contenía una fusión multicolor muy aromática. Febo sonrió al recibirla.

—Gracias.
—Por nada. Nos vemos al rato, no me olvides.
—Nunca podría.

A la mañana siguiente, el bus de traslado desde Altocielo a Ed—viri iba a capacidad completa, a la velocidad habitual que permitía un desplazamiento rápido y vista del paisaje que tanto gustaba a los turistas. La carretera que conducía desde Altocielo hacia Ed—Viri ofrecía una hermosa vista al amarecer; Febo iba en uno de los asientos del segundo piso del autobús urbano, con los audífonos manteniéndolo apartado del sonido de las conversaciones de los demás y la vista fija en el amarecer. Comenzaba una jornada de lunes y tendría que estudiar, pero de momento podía regocijarse en la contemplación y en escuchar crunk a un volumen medio; no era su estilo de música preferido, pero después de haber estado varias horas siguiendo el ritmo minimal necesitaba sacudir un poco las neuronas en vez de dormir. Le gustaba su trabajo ocasional como Dj, le permitió conocer sitios, y a muchas personas, aunque sabía que cuando entrara en el Instituto de ciencias del espacio tendría que dejarlo.

—Febo, al fin te encuentro.
—Ylonda, qué gusto.

Ylonda era una de sus amigas en el la preparatoria; habían entrado a la sala el primer día de clases y desde entonces llevaban una gran amistad; su llamada siempre era signo de reunión con los amigos del grupo.

—Me gustaría saber si podemos hacer grupo de estudio en tu casa.

Febo hizo un dramático suspiro.

—Ylonda, ni siquiera he llegado a mi casa, recuerda que ayer te dije que tenía un evento como D.J.; de hecho, todavía no llego a Ed—Viri.

Ella hizo un sonido de suspiro que era evidentemente una parodia al suyo.

—Ya tengo solucionado eso. Compramos para preparar un delicioso almuerzo, y de postre: crema de frambuesa y bayas, tu favorito. Sólo tienes que estar ahí, ser atendido y privilegiarnos con ese cerebro.
—Te odio por conocerme tanto.
—A mí nadie puede odiarme. ¿A qué hora estarás por tu casa?
—Recién dan las ocho y diez, supongo que a mediodía estaré presentable.

Corto y volvió a escuchar música; por un momento quiso concentrarse en el paisaje, y miró por la ventana los largos prados de rodeaban la carretera. Esa zona no poblada entre Altocielo y Ed—viri era sencilla, y al mismo tiempo compleja en significado, si querías ver más allá: sorteando una curva, el vehículo enfiló hacia la ciudad y esta ocupó el horizonte frente a sus ojos: al ser un ciudad valle, desde la carretera y con la luz de la mañana, podías apreciar la zona más poblada al centro, resaltando el imponente edificio de la gobernación central, la zona comercial  a un costado, el palacio de artes resplandeciendo al otro, y las zonas de cultivo rodeando los pueblos de artesanos que se expandían hasta los faldeos de los cerros Farllón. Ed—viri era una ciudad hermosa, pero su futuro no estaba allí, sino en Altocielo, en el instituto de ciencias deI espacio; en ese lugar podría aprender todo lo necesario para, en un futuro, trabajar en el mismo instituto, o en la base espacial, aplicando los conocimientos al campo de la técnica y el desarrollo de maquinaria. Desde que era un niño, ansiaba con conocer y experimentar con el espacio, pero fue hasta la secundaria que tuvo la primera oportunidad de asistir a una exposición en el Centro de estudios espaciales en Altocielo, y cayó rendido ante todo lo que el mundo del espacio tenía para ofrecerle. Por desgracia, el estado financiero de la familia no era el óptimo, tras la quiebra de la empresa familiar y la necesidad de empezar de cero, por lo que sus opciones de terminar los dos últimos años de secundaria en la preparatoria de Altocielo se vieron frustrados y debió esperar a terminar los estudios. Cuando cumplió 18 decidió vivir por su cuenta, consiguió un empleo en una tienda y al cabo de un tiempo tenía los planes preparados para el futuro; para cuando cumplió 22, menos de un año atrás, ya estaba en la última etapa de la preparatoria para el instituto, lo que significaba que sólo debía prepararse al máximo para que al momento de dar las pruebas pertinentes fuese aceptado de inmediato, sin necesidad de pasar el proceso de inducción de cuatro meses. En la actualidad era solvente, tenía un trabajo de medio tiempo para disponer de lo necesario y otro que era casi por diversión, y las cosas iban realmente sobre ruedas; además, sus amigos eran un gran aporte, sabía que podía contar con ellos en cualquier caso y asimismo ellos contaban con él; el núcleo más fuerte lo formaba Ylonda, a todas luces la líder y quien daba las órdenes, Maxi, el divertido deportista, Orii, la entusiasta y curiosa, y él, que tenía las mejores calificaciones y por supuesto el centro de mando. Si bien todos estaban viviendo en Ed—viri, los demás se hospedaban en alojamientos comunes, los que a pesar de ser cómodos y baratos, no permitían la dinámica de un grupo cerrado como el de ellos, y mucho menos el nivel de concentración que muchas veces era necesario, a la hora de estudiar. En un principio le pareció extraño ser el anfitrión, pero Ylonda facilitó las cosas haciéndose cargo con su habitual naturalidad y eso resultó de maravillas, por lo que ya resultaba impensable que se reunieran en otro sitio.

Más tarde, Ylonda cumplió con su palabra y se ocupó de todo con su habitual gracia e ingenio; después de almorzar se trasladaron a la sala, en donde desplegaron todo lo que necesitaban en ese momento.

—Bien, aquí es donde te necesitamos— dijo ella, dirigiendo la acción una vez que estuvieron instalados— El problema que nos tiene contra las cuerdas en primer lugar es que necesitamos calcular la distancia y fuerza específica a la que un objeto –una bombilla, agregó— se destruirá una vez lanzado desde una plataforma antes de tocar el suelo, pero este objeto es lanzado de forma horizontal, no hacia abajo.
—Sería más sencillo –opinó Orii—, si fuera hacia abajo, porque aplicaríamos el principio de gravedad estándar, pero en este caso tenemos diferencias de opinión; yo digo que el problema no tiene solución porque si el objeto fuese lanzado con suficiente fuerza como para ser destruido, se destruiría en la plataforma y sólo los pedazos saldrían disparados.
—Mientras que yo –comentó Ylonda—, digo que si utilizamos para el experimento esas ridículas bombillas que nos propusieron, es porque están diseñadas para romperse de otra forma y no sólo al estrellarse.

Febo recordaba vagamente las referencias a las bombillos: complicados artefactos que convertir la electricidad en luz; estaban hechos de una base de algún metal que no se viera afectado por la descarga eléctrica, un circuito de conversión y una burbuja de cristal.

—Supongo que si el objeto del proyecto es determinar algo es porque existe una forma de hacerlo y se me ocurre una: si en la plataforma disponemos de un sistema de aire comprimido para el lanzamiento y lo combinamos con colchones de aire dispuestos en torno a la estructura que vamos a lanzar, podemos asegurarnos de que el lanzamiento será exitoso y al mismo tiempo, que dicha acción destruirá la bombilla, esto porque la fuerza del disparo incluye un elemento inestable, lo que dispersará el colchón, dejando el objeto a merced de la fuerza de la velocidad.

Mientras hablaba, los demás habían estado realizando una serie de cálculos y mediciones, tanto numéricas como físicas, y parecieron sorprendidos con el resultado.

—Increíble, tienes razón de nuevo –comentó Maxi—, estuve haciendo unas mediciones y, si podemos establecer un margen de inestabilidad al aire comprimido, podríamos determinar el efecto que mencionaste con precisión.

Febo se tragó un puñado de bayas moradas mientras se ponía de pie.

—Todavía tengo algo de sueño ¿Alguien me recuerda si tenemos restricciones?
—Las tenemos –comentó Orii—; una de ellas es que no podemos usar más de dos elementos y un objeto: ya tenemos el dispositivo para el colchón de aire como objeto y el colchón y el aire comprimido como elementos ¿Cómo programamos el concepto de inestabilidad?

Por supuesto, el proyecto no se trataba de destruir el bombillo sino de encontrar una forma específica. Con los adminículos apropiados podrían montar un dispositivo que generara un colchón de aire, y al mismo tiempo el propicio para la aceleración, pero no disponían de una tercera opción. Eso significaba que toda su propuesta original estaba mal; era necesario re imaginar y pensar en una alternativa válida. Entonces se le pasó por la mente una idea extraña, pero que de alguna forma tenía sentido.

—Escuchen, creo que estoy equivocado.
—Equivocado no –comentó Ori—, sólo te faltó un detalle.

Pero Febo sentía cuanto no estaba en la línea correcta, y en esa ocasión también fue así.

—Quizás —titubeó un momento, pero no fue a causa de la duda, sino a que aún estaba trabajando a toda máquina en la idea final—. Quizás… esperen, el proyecto se trata de determinar unos parámetros específicos para una determinada acción, no cumplir con una ley establecida.
— ¿Adónde quieres llegar?
—Nuestro problema es cómo proteger el objeto para poder medir una distancia de disparo ¿Pero y si en vez de eso programamos la destrucción del objeto sin preocuparnos por los variables que puedan destruirlo?
—No entiendo.

El joven tomó entre sus manos una baya y se la enseñó al resto.

—Si dejo caer esta baya, es improbable que se rompa al golpearse contra el suelo porque al ser muy liviana la acción del aire en suspensión ayudará a amortiguar el golpe. Pero si la arrojo violentamente contra la pared, es mucho más probable que se rompa o la piel exterior se rasgue. Se me ocurre que si te lanzo esta baya a ti que estas a un metro y tú la golpeas con una vara metálica, sabremos de forma específica que se romperá al llegar a un metro.
— ¿Y cómo aplicas eso al bombillo?
—Lo lanzamos con un elemento que es el colchón de aire para protegerlo de la fuerza del lanzamiento, y el segundo elemento, que es aire comprimido, lo lanzamos a una velocidad mayor en trayectoria de choque.
—Lo que nos permite controlar –comentó Ylonda— con toda facilidad la distancia a la que va a producirse  el choque, es genial.
—Gracias.

Iba a decir algo más, pero el móvil anunció una llamada; por el tono muy suave y en bajo volumen, supo de inmediato de quién se trataba; se alejó del grupo y contestó.

—Hola.
—Hola Febo. Ha pasado tiempo sin que llames.

¿Qué podría estar pasando? El pasar de toda la familia era muy tranquilo como para que les ocurriera algo que ameritara su presencia.

—No he tenido motivo para llamar.

Se hizo un incómodo silencio; el mismo que sucedía en casa cuando aún vivía con ellos.

—Estoy estudiando con mis amigos.
— ¿Y cómo ha ido eso?
—Papá ¿por qué llamaste?

No valía la pena irse con rodeos; decidió enfrentar la situación.

—Tu hermano ha estado con algunos problemas de salud y...
—Papá, no voy a volver para ayudarlos con el negocio de la familia.
—Pero tu hermano...
—Ha tenido problemas de salud desde que tengo memoria —replicó con tranquilidad—, recuerda que es por eso que estuve haciéndome cargo por tanto tiempo.

Había llegado a un momento en que toda esa historia pasada ya no le dolía; durante toda su adolescencia fue un bastón para la familia, pero llegó la ocasión en que se dio cuenta que estaba quedándose estancado en eso, y que de ninguna manera podría crecer o cumplir sus objetivos si seguía haciendo lo que ellos necesitaban; ahora sus amigos eran su familia y con eso bastaba para él.

—Hijo, si estás molesto por algo, podemos solucionarlo.
—No hay nada que solucionar; escucha, ustedes tienen una forma de vivir y yo otra, eso es todo. No tengo nada en contra de ustedes y de verdad espero que puedan arreglar lo que sea que les esté pasando, pero eso tendrá que ser sin mí. Y quiero que, por favor, se acostumbren a esto, no quiero que me llames de nuevo por algo como esto.

Se hizo una pausa, en la que Febo supo con exactitud lo que iba a pasar: ahora vendría el instante de la lástima, de apelar a los sentimientos.

—Como tú quieras. Te queremos hijo.

Febo no dijo nada al respecto, pero ya había sido suficiente.

—Buenos días, voy a seguir estudiando.

Cortó sin esperar; y se sorprendió, gratamente, de verse a sí mismo tranquilo, sin alterarse como en el pasado.



Próximo capítulo: Lena

Sten mor preludios Capítulo 03: Sebastián



Pristo. Hace seis meses.

Los gritos del público aún resonaban en sus oídos. Sebastián iba recostado en el asiento trasero del auto de traslado, con una botella de Emporio en una maro y el móvil en la otra, mirando con cierta avidez los mensajes en las redes sociales; la carrera había terminado hace más de dos horas, y él seguía siendo parte de lo más comentado de la jornada en Pristo. Incluso fuera de los fronteras de la ciudad; Sebastián era piloto de carreras en motocicleta en el circuito nacional medio en la categoría Precisión y velocidad, por lo que vivía de forma constante en medio de la adrenalina y la emoción de ganar mientras se aseguraba de tener los mejores estándares.

— ¿Me detengo aquí?

No había reconocido al conductor, pero en ese momento notó que era uno que antes lo había trasladado; estaban estacionados junto a un centro urbano, en donde su presencia causaría conmoción y muchachas gritando. Desechó la idea, esta vez.

—Gracias, pero ahora no, prefiero ir directo al hotel.
—Lo que usted diga.

Mientras el viaje continuaba en silencio, el joven miró el móvil con cierto desazón, pero sabía que no se trataba de eso solamente; era estar todo el tiempo en el ojo del huracán, de una u otra manera. Era estar pendiente del móvil cuando terminaba una carrera, y mirar con enfermiza atención las estadísticas de repercusión, y la cantidad de comentarios positivos. Las drogas estaban prohibidas para los menores de edad, y con doble razón para los deportistas, pero nadie hablaba del efecto de la fama, de la adicción a ese esquivo y distante amor de los fans, que te idolatraban por tu éxito, y se acostarían contigo sin pensarlo dos veces, pero que en realidad sólo amaban a una versión ficticia de ti.
Pero que no reconocerían en la calle a tu yo real; que no sabrían ver que en ese momento estaba nervioso porque hace tres días había tomado la primera decisión en su vida, por su cuenta, sin preguntar ni pedir permiso. Una decisión que tenía que comunicar, pero que había estado retrasando, amparado en la excusa de no haber tenido la oportunidad apropiada.
Cuando el vehículo se estacionó, vio el auto de Rogelio junto a la entrada, y tuvo la instintiva idea de decirle al conductor que continuaran en otra dirección. Pero se contuvo.

“No, no esta vez.”

Bajó del vehículo y tiró la Emporio a un cubo para la basura. La habitación del hotel estaba en el segundo piso, de forma que decidió subir por las escaleras, esperando que esos segundos de anticipación le permitieran tener el temple que necesitaba.
Cuando deslizó la tarjeta de identificación por el lector junto a la puerta y no escuchó nada dentro, pensó que las cosas tal vez irían mejor de lo que esperaba. Quizás sólo había visto los resultados y estaba ahí para darle una escueta felicitación; al fin y al cabo, Rogelio se preocupaba de él en cuanto sus resultados eran los más satisfactorios en las competencias. Tendría que estar satisfecho de que Sebastián ganara ese día.

—Es un poco tarde para que vengas llegando.

Estaba serio, pero nada más. Sentado en el sofá daba la impresión de ser un auténtico padre preocupado por la ausencia de su hijo, y eso amenazó con ablandar a Sebastián.

—Estaba festejando un poco, fue una carrera intensa, pero gané.
—Sí, vi los resultados; ganaste otra competencia.

Esbozó una leve sonrisa, mientras se ponía de pie; Sebastián también sonrió, algo nervioso, poco acostumbrado a las felicitaciones de su padre.

—Hice una gran presentación —dijo con más confianza—, y estoy seguro de que el último giro estará entre los diez mejores del mes.
—Merecería estar entre los mejores diez.

Ambos quedaron en silencio; Sebastián olvidó por un momento las ideas que había tenido al llegar al hotel, y se dijo que quizás esa era una oportunidad de cambiar en algo las cosas. Se dijo, una vez más, que todo lo que hacía él era para que consiguiera mejores resultados, quizás no de la forma apropiada, pero igualmente por su bien; una vez más, se dijo en su interior que se entenderían, y que quizás la decisión que había tomado por su propia cuenta haría que pudieran conversar y entenderse.
Por lo mismo, no pudo reaccionar a tiempo cuando Rogelio le dio una bofetada.

— ¡Ahh!

Cayó de rodillas, más por la sorpresa que por el golpe, aunque este de todos modos había sido dado con fuerza; cerró los ojos, impotente.

—Un excelente movimiento sobre la motocicleta —dijo Rogelio con sorna—, eso es todo para lo que te alcanza tu tan comentado talento.
—Papá; espera.
— ¿Que espere qué? ¿En serio eso es lo mejor que puedes hacer?

Sebastián se puso de pie, con la diestra llevada a la mejilla en donde recibió el golpe. Había sido un tonto, igual que las otras veces.

—Gané la carrera.
—Con estadísticas promedio —replicó el otro— ¿Acaso no ves que te estás estancando? En cualquier momento otro que sí se esfuerce te va a alcanzar.
— ¡Hice una buena carrera!
— ¡No vuelvas a gritarme!

Levantó la mano, pero Sebastián retrocedió de un paso, poniendo distancia entre ambos. Y por primera vez se sintió contento de haber tomado una decisión que desde hacía tres días lo tenía con un gran sentimiento de culpa.

—Escucha, esto no va a continuar.
—No me interesan tus disculpas.

Esa era la historia de su vida; desde que tenía recuerdos, siempre presionado por Rogelio, amenazado, oprimido para extraer de él los resultados necesarios, como un animal de carga o de tiro, nada más que eso, sin remordimientos.

—No es una disculpa —repuso con fuerza—. Se acabó.
— ¿De qué estás hablando?
—Ya no voy a seguir en esto, y tú no vas a volver a tocarme.
— ¡Soy tu padre y haré lo que sea mejor para ti!

El joven lo miró por un momento con cierta distancia, como si todo lo que había vivido hasta entonces se condensara en esos gritos en la impersonal habitación de un hotel.

—No has hecho nada por mi beneficio; lo hiciste por ti, para tener todos los meses dinero fresco en la cuenta, y supongo que también porque querías proyectar lo que no pudiste hacer desde que te lesionaste la pierna.

Rogelio no pudo evitar un gesto de ofensa por la alusión a la herida que muchos años antes, en su adolescencia, lo obligó a abandonar las competiciones. Sebastián sabía que era un golpe bajo, pero ya no había vuelta atrás.

—No te voy a permitir otra falta de respeto.
— ¿Y qué es lo que vas a hacer, golpearme? —dijo desafiante— eso no lo vas a volver a hacer; estoy seguro de que no te has dado cuenta; pero desde hace tres días que soy mayor de edad.

La expresión enfurecida de Rogelio cambió, por una mueca de confusión; sus palabras también demostraron este sentimiento.

— ¿Qué?
—Estoy seguro de que estabas en alguna fiesta, bebiendo; pues yo pasé ese día entrenando, solo. Pero no fue lo único que hice, también firmé un contrato, y me voy a ir de aquí, muy lejos.

Escuchar algo sobre un contrato reactivó la furia de su padre, pero no se dejó intimidar.

—No puedes firmar ningún contrato, yo soy tu tutor legal.
—Lo fuiste mientras yo era menor de edad —replicó Sebastián, imparable—. Ahora no tienes poder sobre mí y ni siquiera pienses en volver a ponerme una mano encima, porque te denunciaré por agresión.

Quedaron enfrentados, a tan poca distancia y al mismo tiempo tan separados. El joven destellaba fuerza y decisión, y aunque nada de eso había sido planeado, sabía muy bien qué decir.

—No puedes ir a ninguna parte ¿A dónde piensas ir? Tienes una carrera, hay contratos que cumplir.

No pudo dejar de notar el cambio entre decirle que “había contratos que cumplir” y lo que siempre le dijo en el pasado, que era “su” responsabilidad.

—Estás equivocado, no hay contratos, eres tú el que los tiene ¿recuerdas esos documentos que me hiciste firmar cuando cumplí quince? En ellos te otorgo los beneficios económicos de mis presentaciones y la potestad de gestionar los contratos por mí. Así que ahora me iré y no tengo que preocuparme por nada, tú tendrás que arreglártelas con los abogados de las marcas que pagaron por verme.

Era una declaración de guerra, y Rogelio así lo sintió; de un momento a otro, y de un modo inesperado, estaba viendo que la persona a quien había controlado con mano de hierro durante años estaba escapando, y que al mismo tiempo planteaba un escenario por completo inesperado: el de no contar con las ganancias fijas que mes a mes reportaban los contratos con auspiciadores.

— ¡No puedes hacer esto! ¿Qué crees que va a pasar con tu carrera?
— ¡Deja de mentir! Nunca te ha importado mi carrera, lo que te importa es el dinero, pues tendrás que hacer algo para variar, busca un trabajo, soluciónalo de alguna manera.
— ¿Adónde piensas ir?

Sebastián sonrió. Se preguntó por un mínimo instante de dónde estaba sacando esa fuerza, pero no importaba; ya estaba hecho, ahora nada lo detendría.

—No te lo voy a decir. Escucha, no debería hacerlo, pero en la cuenta hay algo de dinero, te debería servir para un par de meses mientras haces algo útil por ti mismo; yo no tengo nada que hacer aquí, no quiero la ropa que está en este cuarto, ni quiero verte a ti.

Rodeó a Rogelio, manteniendo cierta distancia, y se dirigió rápido hacia la puerta; se estaba quebrando, y no quería mostrar esa debilidad. Pero la voz del otro hombre se elevó, obligándolo a detenerse.

—Sebastián, no puedes hacerme esto.

Se suponía que eso era una recriminación, que debía llegar hasta su corazón y quebrarlo. Pues no, no después de todo lo vivido.

—No te estoy haciendo nada —respondió, lentamente—. Y después de cómo me has tratado no esperes que me importe; tú no me criaste, lo que hiciste fue entrenarme. Tenía que ser el mejor y triunfar sobre todos ¿Recuerdas? Sin perder tiempo en sentimentalismos. Y a golpes y humillaciones, nunca con un estímulo, nunca reconociendo ni apreciando nada de lo que hice. Yo sólo quería tu amor —sintió la voz temblorosa, pero se repuso—, pero ya no lo tuve, ahora es demasiado tarde. No me busques Rogelio, porque no me vas a encontrar.

Salió de la habitación del hotel, luchando por no escuchar los gritos que traspasaban las murallas; no supo cómo bajó por las escaleras, pero de pronto se encontró parado en la calle, en medio de la noche; era un famoso deportista, era mayor de edad, tenía mucho dinero, y se sintió completamente desprotegido en el mundo. Una voz a su espalda lo hizo sobresaltarse.

— ¿Estás bien muchacho?

Se volteó sorprendido; era un hombre de poco más de cuarenta, vestido de forma sencilla con unos pantalones oscuros y una camisa. Asistió aclarándose la garganta.

—Sí, estoy bien.
—No es eso lo que parece —repuso con seriedad— ¿Necesitas ayuda?

Sólo en ese momento lo reconoció: era el conductor del vehículo en el que había llegado unos minutos antes, y quizás también de ocasiones anteriores. Se dio cuenta de que no tenía ningún plan de respaldo; iba a decirle lo del contrato, y en determinado momento presumió que eso causaría problemas, pero fue tan ingenuo que nunca pensó en qué hacer si se daba una situación como esa.

—Yo… —replicó con voz angustiada—. Por favor sácame de aquí.

Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, se encontró en un sofá algo duro pero cómodo; estaba cubierto con unas cobijas, pero fue sólo después de unos momentos que recordó que la noche anterior, luego del altercado con su padre, subió al vehículo, y se derrumbó. El hombre se hizo cargo de él, y sin hacer preguntas, le dijo que podía quedarse en su departamento hasta que se sintiera mejor; ya era de mañana, y el joven, con el cuerpo algo adolorido, se sentó en el sofá mientras dejaba las cobijas a un lado. El hombre apareció en la sala y le dedicó una sonrisa.

—Parece que te sientes mejor.
—Estoy mejor, gracias.
—Voy a hacer desayuno; la puerta del costado es el baño, no sabía qué talla de ropa serías pero creo que acerté. Deja la ropa en el cesto, y ven a la cocina en cinco minutos.

Sebastián sintió algo muy extraño al escucharlo; no se trataba de una orden, ni fue dicha de modo imperativo o con violencia, pero al escuchar, fue como si no hubiera otra alternativa más que obedecer la instrucción. Entró a un baño que a pesar de no ser tan espacioso como los de los hoteles que visitaba de forma regular, tenía algo distintivo, y es que no era igual a todos los otros; había un aroma refrescante en el ambiente, y un tubo de gel para dientes a medio usar, como en una casa. Mientras se duchaba, se preguntó por qué ese conductor habría tomado la decisión de actuar de esa forma, y se lo preguntó unos momentos después al entrar en la cocina.

—Era evidente que te estaba pasando algo, chico —dijo con naturalidad—. No podía dejarte así en la calle.
—Pero no me conoces y aun así me trajiste a tu casa.
— ¿Y qué ibas a hacer, robar algo?

Mientras hablaba, le tendió un plato en donde sirvió un trozo de un budín artesanal; el aroma hizo que se distrajera de lo que pretendía decir, pero probar un bocado lo hizo perder el hilo de la conversación. El sabor no sólo era exquisito, también tenía un ingrediente especial, algo que no podía identificar bien, pero que lo hacía fascinante. Había probado platillos de primera calidad en Ciudad capital y otros exóticos en One—garui, pero nada de eso tenía este condimento especial; hizo que sintiera un estremecimiento, aunque sin saber por qué.

—Es…es delicioso.
—Me alegra que te guste.
—Pero todavía no entiendo por qué me ayudó.
— ¿Piensas que todo en esta vida tiene que ser por un motivo concreto, como estar en una competencia?

Sebastián no supo qué decir.

—Eres muy joven ¿Qué edad tienes?
—18
—Un año menos que Sofía, mi hija. Si quieres un motivo, ahí hay uno; no la veo casi nunca, ella no quiere porque siente que soy muy poca cosa en comparación con la gran vida que tiene su madre, y tiene razón. O quizás, te ayudé sólo porque vi a un niño asustado en la calle, y no quise dejarlo solo.
—No soy un niño.
— ¿Porque tienes dinero y ya cumpliste la mayoría de edad? —replicó el hombre sonriendo— No te han enseñado nada sobre crecer ¿Verdad?

De pronto, Sebastián se encontró contándole a grandes rasgos casi toda su vida; sintió que era como un vendaval de palabras que sin saberlo a ciencia cierta, había estado detenido en él, y cuando tocó la vena correcta, explotó. Se sorprendió a la vez de ver al conductor tan concentrado, prestando atención a sus palabras, con real interés.

—Lo siento, estoy hablando demasiado.
—Parece que no lo haces a menudo —dijo el hombre retirando los platos— ¿Y qué es lo que piensas hacer ahora?
—No lo sé, dije que había firmado un contrato, y es cierto, pero no es para trabajar. Me contactaron de Sten mor.

El hombre asintió.

— ¿Y quieres ir?
—No estoy muy seguro; se supone que ahí podrían darme una educación, herramientas para convertirme en el mejor en lo que hago.

La comida había estado realmente deliciosa; lo principal era que no se trataba solo de sabor e ingredientes, también era algo más, ese esquivo condimento que no conseguía determinar, pero que estaba ahí, presente y dejando un exquisito sabor de boca.

—Pero no estás seguro si las competiciones en motocicleta son lo que amas en realidad.
— ¿Cómo…?
—Porque soy más viejo que tú —replicó con sencillez—. Escucha, has estado toda tu vida haciendo lo mismo, quizás es momento de que te tomes un tiempo antes de tomar una decisión ¿dijeron cuando te iban a llamar?
—No lo sé, no dijeron nada en especial.
—Entonces no te preocupes por eso en este momento —sonó su móvil, miró rápidamente la pantalla y siguió hablando—. Acabas de tomar una decisión muy importante, es natural que estés un poco confundido. Tengo que salir, me llaman para un trabajo.

Haber dormido en un lugar seguro, en compañía de un hombre al que no conocía, pero con el que había sentido más confianza que con su propio padre ¿acaso eso era lo que se sentía tener un padre de verdad? Pero se dijo que ya era suficiente y se puso de pie.

—Sí, voy por mi ropa, muchas gracias por todo.

El hombre le dedicó una mirada condescendiente.

—No he dicho que tengas que irte.
—Pero…
—Pero ¿Qué? ¿Tienes alguna idea mejor? Escucha muchacho, puede que mi departamento no sea lujoso ni grande, pero será tu residencia mientras decidas qué hacer con tu vida.

El joven no pudo evitar una expresión de sorpresa.

— ¿Es en serio? Yo… no sé qué decir, no sé cómo…
—No tienes que decir nada; sólo lava lo del desayuno y la ropa. El control de la Tv está en esa mesa.
—De acuerdo, yo… gracias. Lo siento, no te pregunté tu nombre.
—Mick. Ahora tengo que salir. Nos vemos más tarde.

Cuando salió, Sebastián sintió algo que no pudo describir bien; se sintió como en casa.

Más tarde, el joven estaba tendido en el sofá viendo un programa sobre naturaleza; nunca antes los había visto, y le resultó fascinante cómo mostraban las vidas de los animales como si fuera una película. En eso llegó Mick.

—Baja los pies de la mesa.

Sebastián lo hizo en el acto, y de hecho se puso de pie mientras el hombre entraba; venía con una gran bolsa de papel en las manos.

—Lo siento.
—Está bien, sólo no lo vuelvas a hacer —replicó mientras cerraba—, toma esto, deja las cosas en su lugar.

El joven recibió la bolsa mientras el mayor se quitaba el jacket negro.

—Necesito una ducha; ¿quieres poner una cerveza arriba?

Sebastián se llevó la bolsa a la cocina, y comenzó a sacar las cosas de la compra; tuvo que abrir varias puertas en los muebles para comprender en dónde dejar cada cosa. Se trataba casi por completo de artículos comestibles y unos cuantos útiles de aseo, los que dejó en la compuerta bajo el lavamanos; casi al fondo de la bolsa encontró otra, sintética, en donde figuraban algunas botellas, de una marca de cerveza que no conocía, y un par de Emporio. Mick apareció en tenida deportiva.

—Gracias.
—Por nada, aunque me costó encontrarlas, no sabía qué eran.

Sebastián Sonrió. Emporio era una bebida de fantasía para deportistas, que no correspondía a las hidratantes comunes, por lo que sólo estaba disponible en el apartado de productos específicos dentro de un mercado; que lo hubiera notado y buscado era un gran gesto.

—Gracias, de verdad. Y ¿Cómo estuvo tu día?

Esta vez fue su turno de escuchar, y por primera vez se sintió interesado y absorto en lo que sucedía con la vida de alguien más. Ser piloto de motocicleta desde tan joven le había reportado dinero y beneficios, pero lo convirtió en alguien muy solitario; en el centro de entrenamiento intercambiabas trucos, o hablabas con los otros acerca de suplementos alimenticios y técnicas de relajación, en las previas a las competencias el nerviosismo y la concentración hacían a todos muy silenciosos, y si triunfabas, había gritos y celebraciones, notas de prensa y saludos al público, pero sin tener a alguien cerca, era todo lo que tenías. Él siempre estuvo solo, con Rogelio presente de vez en cuando, aparentando ser el representante perfecto ante los demás, pero siendo frío o agresivo cuanto nadie más prestaba atención. Se vio a sí mismo atento a los detalles, queriendo saber más cosas de la vida de Mick y preguntando acerca de ellos no por cortesía, sino por verdadero interés. Y esa sensación resultó tan gratificante como haber sido corregido por él en un asunto tan trivial cono estar viendo televisión con los pies sobre la mesa de la salita, aunque no supo explicarse con claridad el porqué de la conexión entre ambos hechos; sin embargo, en esa ocasión esas preguntas resultaban irrelevantes en comparación con lo que estaba viviendo, porque de alguna manera, esa conversación sencilla llenaba un espacio dentro de él que nunca antes había conocido, algo que la adrenalina del deporte jamás había podido llenar.



Sten mor preludios: Capítulo 01: Oiren



Tash—han
Hace seis meses


—Oiren, ven aquí por favor.
—Ahora voy papá.

La casa siempre estaba en movimiento. Oiren vivía en la casa de sus padres, junto a sus tres hermanos, los abuelos paternos, y la esposa e hijos de su hermano mayor. Además, el negocio familiar, una tienda de abarrotes y diversos productos siempre tenía visitas y era necesario estar al pendiente. Sin embargo, él casi nunca atendía público, y su responsabilidad al respecto quedaba en labores internas como preparar los envases para algunos productos, separar otros y tener las listas adecuadas para hacer las compras necesarias cada mes; era el más listo para los números y el orden de modo que resultaba útil y práctico. Y así no tenía que estar expuesto a la gente todo el tiempo.

—Ayúdame un momento, aquí. Sabrina dejó caer estos recipientes y las piedras se mezclaron.

Había una pequeña sala entre la sala de la casa y el salón de venta en la parte delantera; usualmente lo utilizaban para tratar cualquier asunto que no quisiera ser visto u oído por los extraños pero que no ameritaba entrar en territorio familiar. En el suelo alfombrado había un gran número de piedras pequeñas, brillantes, desperdigadas por todas partes, y sobre un mesón a la derecha estaban las cajas de donde provenían.

— ¿Hay alguien esperando por ellas?
—No, las tiró por accidente.
—Entiendo, ahora mismo las dejo como corresponde.
—Estupendo.

Mientras su padre volvía a la parte delantera de la casa, reclamando algo sobre el personal descuidado y la juventud, el joven se trasladó al mesón y se dispuso a separar las pequeñas piedras en las cajas individuales.
Oiren sonrió ante la habitual queja de su progenitor, y se dispuso a separar las piedras; se trataba de dos clases muy similares en apariencia, pero que tenían objetivos diferentes. Mientras que el citrino era un tipo de cuarzo utilizado para infundir en las personas la alegría de vivir, la crisoprasa ayudaba en estado de alta tensión; en la tienda vendían pequeñas piedras de distintos tipos, que estaban almacenadas en cajas de madera natural sellada por el exterior y cubiertas de una tela especial por el interior, separadas por tipo, y que eran vendidas en pequeñas porciones a los clientes que las necesitaban por razones esotéricas. Eso a Oiren no le importaba, pero sí había una conexión entre las piedras y él, ya que las conocía con detalle y podía identificarlas con facilidad. Era de los pocas cosas para las que lo necesitaban al de forma exclusiva.

— ¿Qué haces?
—Separo citrino de crisoprasa.
—Entretenido.
— ¿Quieres que vaya? Puedo hacerlo allá.
—No, sabes que a papá no le gusta que nadie se lleve trabajo al cuarto.

La voz provenía de un diminuto intercomunicador con forma de elefante de caricatura, que siempre llevaba prendido al pecho, desde que era un niño. El otro estaba en la habitación de Ismael, su hermano mayor por cinco años.

—Para un ojo no entendido —dijo con tono académico—, es fácil confundir. Yo veo que el citrino es de un color amarillento y la crisoprasa, en tanto, es más bien verde, de una tonalidad clara y acuosa. Los cristales y piedras que se comercializan en este establecimiento han sido mezclados con una solución de color blanco, por lo que la diferencia de tono es más sutil; sin embargo, alguien con conocimientos ve los colores con claridad, como si fuera verde y rojo. Y, ya está listo.
— ¿Ya los separaste?
—Así es.

Un instante después apareció su padre en la sala, con una expresión indescifrable en el rostro.

—Baja la voz por favor; los clientes pueden pensar que estás delirando mientras los atendemos.
—Lo...lo siento papá —replicó Oiren con voz apagada—. Ya...ya están listas, aquí tienes.
—Gracias. Voy a volver adelante.
—Sí papá.

El hombre volvió a desaparecer, y el joven quedó solo en la sala, con las manos vacías.

—Oiren.
—Sí.
—Ven por favor.

El muchacho suspiró y fue a paso vivo hasta la última habitación de la casa, una que tenía acceso propio, era más espaciosa que los demás y era casi independiente en todo sentido. En la gran cama, al centro y oponiéndose a la puerta, reposaba Ismael; a pesar de que la expresión en su rostro era tan calma como siempre, Oiren no pudo dejar de notar un cambio. Él era el único que los notaba.

— ¿Te sientes mal, necesitas algo?
— ¿Papá te estaba maltratando, te dijo algo incorrecto?

Eran tan distintos. Oiren era más bien bajo para ser hombre, tenía una estructura física ancha y voluminosa, siempre estaba algo excedido de peso aunque luchaba por evitarlo, y tenía ese cabello oscuro y ensortijado; Ismael en tanto, lucía tan delgado, casi esquelético, con esa piel blanca frágil que parecía a punto de romperse, la frente amplia, los pómulos sobresalientes en el rostro demacrado y ojeroso, que sin embargo mostraba esos ojos color miel, brillantes y llenos de vida. La crueldad estaba en que Ismael había nacido con una enfermedad  degenerativa incurable, que dañó sus articulaciones y parte de su sistema nervioso desde que era un bebé, dejándolo inmovilizado e indefenso por completo; Oiren, que tenía cinco años menos que él lo había visto siempre así, experimentando el crecimiento propio mientras el de su hermano parecía agrandar junto con el cuerpo las trágicas consecuencias de una enfermedad que la ciencia aún no podía curar. Recientemente había visto informes de la sociedad médica internacional, que hablaban de una posible cura dentro de veinte años. Ismael era el inteligente, el fuerte, pero era por completo dependiente, y jamás podría moverse.

—No, no me maltrató.

Desde la cama, Ismael entornó los ojos.

—No me mientas Oiren, dejaste el comunicador con paso de audio.

Oiren siempre llevaba el comunicador; desde pequeño había sido una muestra de unión, la más férrea existente entre los cuatro hermanos; él era los ojos y oídos en la casa o en el exterior, Ismael era la fuerza y la orientación, la sabiduría para enfrentar los desafíos.

—Oh, pero no lo dijo con mala intención; es porque adelante se escucha todo y los clientes son muy quisquillosos.
— ¿No me estás mintiendo?
—Claro que no.

Sonrió, y su hermano también lo hizo; en su caso, los gestos del rostro eran más limitados, pero Oiren los identificaba con la misma facilidad que si fueran mucho más evidentes. El joven se acercó a una de las paredes para enderezar el afiche de "Solaria" una de las bandas favoritas de su hermano.

—Creo que en algún momento tendré que descubrir por qué es que este afiche se tuerce.
—La semana pasada cambiaste el soporte.
—Sí —replicó encogiéndose de hombros—, y medí que la distancia del pin fuera la correcta pero aún se mueve. Después lo revisaré.
—Oiren, siéntate aquí por favor.

El muchacho así lo hizo; debido a la construcción de la cama, Ismael estaba en una posición semi sentado, teniendo los soportes suficientes para que su cabeza se mantuviera recta y pudiera mirarlo a los ojos. No era una postura natural, pero él lo había querido así, decía que si iba a estar quieto, al menos quería ver de frente a la vida.

—Quiero saber si el próximo año vas a estudiar.
—No he pensado en eso en realidad. Además es sólo octubre, falta mucho para eso.
—No falta tanto; Oiren, tienes 21 años, y ya has postergado dos veces iniciar una nueva etapa en tu educación.

El joven se removió, incómodo.

—No lo estoy postergando.
—Sí, lo haces. Pero quieres estudiar y tienes talento ¡Mira todo lo que sabes sobre piedras y minerales! Y no sólo eso, aprendes y memorizas muchas cosas, y te sientes a gusto con eso.
—Pero eso no significa que...

La voz de su hermano prosiguió; el tono de voz que utilizaba era siempre monocorde debido al esfuerzo por hablar, pero incluso con eso, se entendía la intención con claridad.

—Quiero saber qué es lo que está deteniéndote.

Oiren sonrió muy incómodo ante las palabras que escuchaba; Ismael siempre tenía la facultad de hablar exactamente de los asuntos como eran. E incluso de ir más allá de lo evidente.

—Nada me detiene...
— ¿Es por mí?

El joven no pudo hablar durante unos segundos. Al final resultaba extraño que, de los dos, fuera Ismael el más fuerte.

—Yo... no quiero alejarme de ti.
—Pero se trata de tu futuro —dijo con intensidad—, es algo que tú quieres. Escucha, puede que el resto de la familia haya decidido dedicarse al comercio, pero esto no es lo que tú quieres. Tu futuro está en un centro de estudios, un sitio donde puedas desarrollar todo tu potencial.

Oiren sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas; el año anterior había estado viendo las páginas de distintos institutos, incluso de una universidad, pero dejó de lado esa opción cuando concluyó que el precio por estudiar era mucho más alto de lo que esperaba. Por otro lado, ni siquiera sabía qué opinarían sus padres, y había sido especialmente cuidadoso con respecto a no permitir que los demás intuyeran que algo le sucedía, pero mentirle a Ismael con la conexión que tenían era casi imposible.

—Yo... creo que aún no estoy preparado para enfrentar ese desafío.
—Eso no es cierto.
—Pero sabes lo tímido que soy; tengo dificultades para interactuar con las personas, y ese limitante me preocupa.
—Estás poniendo excusas donde no las hay. Oiren, estar estudiando en otro sitio será maravilloso.
—Pero...

Él se negaba de forma constante a hablar del tema, a pesar de que para su hermano era algo natural; Ismael tenía 26 años, lo que en cifras para la enfermedad que padecía, significaba que tenía cinco, quizás diez años disponibles, a lo sumo. De hecho, según los innumerables estudios que había leído a lo largo de los años, más del sesenta por ciento de los afectados por el mismo mal ni siquiera llegaban a los veintidós.

—No quiero irme —admitió en voz baja—; si comienzo a estudiar ahora, tendré que irme de casa por un tiempo y no... no...

No fue capaz de decirlo. Pero Ismael sí pudo, y habló con aplomo, pronunciando las palabras con serenidad.

— ¿Temes que pueda morir mientras tú no estás aquí?

Escucharlo mencionar aquello hizo que el muchacho diera un respingo, atenazado por un repentino temor. Sin embargo, las palabras no terminaron ahí.

—Mi hermanito –dijo con ternura—; escucha, ese temor que tienes es irracional ¡Podría suceder en cualquier momento! Podrías estar en la tienda del centro comprando suministros, o de visita en alguna parte por otro motivo.
—Ismael no sigas.
—O, podría suceder mientras duermes.

Con los ojos inundados en lágrimas, Oiren levantó la vista del suelo y miró directo a los ojos de su hermano. Esos ojos tan brillantes y expresivos, aquellos en los que se había visto y aprendido tanto, y que ahora lo miraban con un cariño tan grande que casi dolía.

—La muerte también es parte de la vida. Y esto que tenemos en el aliento es el tiempo, no puedes simplemente desperdiciarlo; yo estoy encerrado en este cuerpo, pero no puedo permitir que nadie más esté encerrado por mi causa. Es cierto que eres joven y te falta confianza en ti mismo, pero eso no lo conseguirás aquí en mi habitación.
—Ismael...
—Tampoco lo conseguirás atendiendo el negocio de la familia, eso no es para ti; lo que quieres hacer es estudiar, aprender y crecer ¿Acaso crees que nunca he visto cómo se transforma tu mirada cuando vemos los programas que muestran las instalaciones de las universidades en Torre de piedra? Si no aprovechas eso estarás condenándote a una existencia contraria a lo que quieres, y eso es una mala actitud que no espero de ti.

Nunca había hablado con tanta claridad respecto a esos temas; Oiren quiso decirle que no debía preocuparse por él, pero lo cierto es que en su interior pugnaban ambos sentimientos, el deseo de cumplir sus sueños, y el de no abandonar a su hermano. Quería ser fuerte, pero sólo deseaba que su hermano pudiera estar ahí para siempre.

—Lo siento. Sé que lo que dices es por mi bien, pero es muy difícil para mí.
—No debería serlo tanto; Oiren, mientras seas honesto contigo mismo y no abandones lo que es correcto, yo siempre estaré contigo.

Se miraron durante un largo rato sin hablar; de alguna manera la voz y las palabras consiguieron calmar su nerviosismo, y las lágrimas no llegaron a brotar de los ojos. Al fin, después de un extenso silencio, Ismael supo que ya era el momento de hablar.

— ¿Vas a pensar en lo que te dije?
—Yo...
—Por favor. Sabes que es la mejor decisión.

Se sintió ante la fuerte mirada de su hermano, y asintió, hablando en voz baja.

—De acuerdo, te prometo que lo voy a pensar.
—Esa es una mejor respuesta —replicó con una sonrisa—, pero tampoco te tomes esto a la ligera porque en muy poco tiempo tendrás que ponerte manos a la obra y comenzar tu postulación.
—Sí, está bien.

Se puso de pie, algo más animado, y volvió a mirar el afiche del que habían estado hablando unos momentos antes; entonces lo descubrió.

—Ya sé por qué es que el afiche se tuerce en la pared —dijo con cierto asombro—, no lo había notado antes.
—Entonces no me hagas esperar más y dilo.
—Este marco está hecho en un alto porcentaje de mica.
— ¿Y qué es eso?
—Es un tipo de mineral; en la antigüedad era valioso en la construcción de motores mecánicos, pero actualmente no tiene mayor valor, por lo que no es extraño que esté involucrada en la fabricación de objetos de soporte como cuadros o bases de distinto tipo, ya que es barato y no se estropea por los cambios de temperatura.

Ismael hizo una breve pausa de análisis.

—Entonces es como esos objetos antiguos de alunina.
—Algo parecido; el punto es que cuando se trabaja con este material, es muy frecuente que los productores lo mezclen con otros compuestos como amiantina para conseguir mayor limpieza de corte o una cierta flexibilidad, además de abaratar costos por supuesto, pero la amiantina es más ligera por centímetro cuadrado que la mica, por lo que si no se ha realizado una mezcla y distribución apropiada antes de hacer el molde, las cantidades de mica enlazadas en un punto pueden ser mayores y como consecuencia, el cuadro pesa más de un lado que del otro.

Volteó hacia la cama, con el afiche en sus manos; la vocalista del grupo estaba en el centro de la imagen, ataviada con una túnica larga, blanca y vaporosa, mientras los dos hombres, uno rubio y delgado, y otro de aspecto más rudo y que llevaba una suerte de media máscara robótica estaban a sus costados, mirando fijo al frente. Ismael le sonrió.

— ¿Ves lo capaz que eres?
—Gracias por confiar en mí.
—La confianza no tiene nada que ver en esto; es lo que veo en ti, sólo tienes que tener más confianza, la suficiente para poder comenzar a estudiar, y luego verás que todo irá sobre ruedas.



Próximo capítulo: Aziare. Darius

Sten mor Preludios: Anticipo de nueva portada



Es difícil guardar las imágenes conforme se está más cerca de un resultado, así que decidí hacer una pequeña composición basado en el diseño que Pelafudraws está haciendo como portada para Sten mor Preludios.
Esta es la primera vez que tengo una portada diseñada por un dibujante, y es también el inicio de un proyecto visual que acompañará a Sten mor, con una serie de artes de los personajes de la historia.
Si desean pueden ver el trabajo de Pelafudraws  en instagram aquí o en su página de facebook aquí.







Pronto comienza la serie Sten mor.


No vayas a casa Capítulo 32: Aunque no me veas





Cuando tocaron a la puerta, Iris no demostró ningún sobresalto, sin embargo siguió sentado en la misma posición, dándole la espalda a la puerta del cuarto de invitados.

—Iris, hija.

Su madre había sufrido mucho, y de cierta forma se sentía culpable por ser parte de ese sufrimiento en el presente, por ser parte de la pérdida de su nieto. Y sin embargo estaba ahí, entera y firme, dispuesta a apoyarla, pero sobre todo a entenderla. Ya había enterrado a un esposo, y dentro de poco lo haría también con un yerno y un nieto ¿Cuántos más tendría que ver irse antes que ella?

—Tenemos que hablar.
—De acuerdo.
—Podrías venir a la sala.
—No —notó un cierto tono de alarma en su voz, pero lo corrigió de inmediato—. No es necesario.

Su madre se tomó unos segundos para analizar la respuesta, y concluyó que debía decir más de lo que tenía planeado en un principio, pero no todo si podía evitarlo.

—Casi dan las seis de la tarde, deberías comer algo.
—No tengo apetito.
— ¿Quizás beber algo?
— ¿Cómo un calmante por ejemplo, un agua de melisa? — su voz no había sonado especialmente sarcástica, pero de todas formas no quiso dar la impresión equivocada—. No lo necesito, no estoy pasado por un estado nervioso ni histérico.
—No dije que fuera así.
—Lo sé.

No contestó, su mente ida hacia otros pensamientos. Pero su madre sabía que la estaba escuchando y habló de nuevo.

—Hay algo que debes saber. Es sobre Vicente.
—Dímelo.

Permaneció expectante ante el momentáneo silencio de su madre, sabiendo que ella lo que quería era su mirada, verla a los ojos en medio de lo que fuera que pretendiera decirle. Pero tuvo que negárselo y mantener la misma postura.

—La policía nos informó algo que ocurrió durante la ausencia de Vicente, es decir durante el tiempo en que tú no sabías en dónde estaba.
— ¿Qué fue lo que hizo?

La pregunta, dicha con tal simpleza, causó un efecto poderoso en su madre, que tragó saliva antes de hablar.

—Vicente… la policía dice que es probable que haya atacado a alguien más, antes de llegar aquí.
— ¿Mató a alguien?

No era una pregunta, en esencia, a pesar del tono con que fue dicha. Gloria optó por decir de una vez todo lo que sabía.

—Eso es lo que están investigando.
—Dime lo que te dijeron.
—La policía dice… que se cometió un homicidio en una residencia para personas inmovilizadas por algún tipo de enfermedad. Dicen que tienen pruebas de que el automóvil de Vicente fue visto en el sector, y la descripción del hombre que estuvo ahí concuerda con la de él.
—Es decir que fue él.
—Pero aún es necesario realizar una investigación.
—No. Mamá, no me mientas por favor. No te mientas a ti misma, eso no tiene ningún sentido, no lo hago ya.

Quiso seguir hablando, pero no lo hizo; a partir de ese día, algunas cosas quedarían escondidas para siempre en su mente, se trataría de verdades que jamás nadie conocería. Sin embargo, necesitaba expresarlo al menos del alguna forma.

—Pienso en esto como un monstruo, pero no como uno gigantesco, sino más bien como una especie de parásito, un ser que entró en Vicente y lo llevó a la locura y desesperación, pero cuyo objetivo era mucho mayor que ese. Quería destruirnos a todos, y en eso tuvo éxito.
—Hija, tu vida va a continuar.
—Sin duda, pero la pregunta es ¿Crees que mi vida va a continuar, o que voy a seguir viviendo?
—Hija…
—Sé que estoy siendo desconsiderada contigo, y puedes recriminármelo si eso es lo que quieres. Pero esto no sigue, yo solo sigo viviendo. No habrá otro hijo, ni otra pareja, nada de eso para mí; no porque no pueda, sino porque no hay espacio para eso. Ya no hay nada para mí; pero esto tiene que tener un final adecuado.

Iris se puso de pie con suma lentitud, y giró el cuerpo para poder ver frente a frente a su madre; no eran especialmente parecidas, pero de cierta forma se vio reflejada, o quizás sólo se trataba de la consecuencia lógica de saber que ella misma, si llegaba a esa edad, lo más probable es que se volviera una versión aumentada de ello, con los gritos y llanto siendo los responsables de las canas, las arrugas y por supuesto, la falta absoluta de ganas de vivir.

—Déjame acompañarte.
—No, esto es algo que tengo que hacer sola. Pero puedo hacerlo, sé que piensas que no, pero es natural que sientas que eso es lo que puede estar pasándome.
—Pero no estás bien; entiendo que quieras estar a solas después de lo que ocurrió, pero no puedes encerrarte para siempre.

¿Encerrarse? A Iris la expresión casi le hizo gracia.

—No me voy a encerrar; es sólo que no hay nadie a quien quiera ver. ¿Podrías traerme unas tijeras y un espejo?
—Hija, la gente de El servicio ya está aquí.
—Aun no es tiempo para eso.
—Necesitan prepararlo para…
— ¿Para meterlo en una caja? —su mirada dio un momentáneo brillo de ferocidad, pero se dominó a tiempo antes de sonar agresiva—. No necesitan mucho tiempo para eso. Y además, he decidido que quedará con la ropa que tiene ahora mismo, y que el proceso se hará aquí, en mi presencia.

Sabía que su madre era una persona comprensiva, y a eso había que agregar que había pasado por una experiencia similar en el pasado, por lo que entendería que ella quisiera hacer las cosas a su manera; sin embargo, eso sonaba extraño, y notó su mirada un tanto sorprendida desplazándose a la cama.

— ¿No piensas cambiarlo?
—Era la ropa que tenía puesta antes de morir —replicó con serenidad, aunque implacable—. Además, noté que subiste la temperatura del cuarto desde el control central, así que la ropa está seca. Y fue su última tenida, no lo voy a despojar de eso.
—Está bien, se hará como tú digas; pero las personas del servicio deber hacerse cargo.
—Dije que no. Tráeme por favor unas tijeras y un espejo.

Su madre asintió, y salió del cuarto en silencio. Volvió un instante después con lo que Iris le había pedido, pero se animó a decir algo antes de salir.

—Hija. No es bueno que ese dolor se quede dentro de ti. Te hará peor.
—Dile por favor a Juan Miguel que venga en cinco minutos.
—De acuerdo.

La mujer se rindió y salió del cuarto; Iris, en tanto, puso el espejo de mano sobre el velador, y lo dispuso a la distancia correcta para poder verse el rostro, aunque en realidad no le importaba ver con detalle su cara. Tomó con la izquierda su cabello, lo alisó lo suficiente para que estuviera parejo, y con un corte cuidadoso lo seccionó a la altura de la nuca. Cuando soltó el cabello vio que caía como una melena, larga hasta el borde del lóbulo de la oreja, lo que hacía que quedara manejable y al mismo tiempo, distinto. Podría parecer un cambio por estética, pero la verdad es que sintió la necesidad de cortarlo, dado que usaba el cabello de la misma manera desde que supo que estaba embarazada de Benjamín. Depositó el mechón de cabello en una bolsa descartable que extrajo del cajón del velador, y lo guardó en el mismo sitio junto con las tijeras y el espejo; no necesitaba mirarse para saber cómo estaba.
Juan Miguel dio dos toques muy suaves a la puerta y entró.

—Permiso.
—Pasa.

Él se quedó de pie a un paso de la puerta, y ella tuvo un instante para mirarlo con detención, algo que de forma paradójica no había hecho consigo misma; y le sorprendió el cambio experimentado en él en comparación con lo que era en el diario vivir. Siempre era tan energético, el tipo de persona que podría dormir hablando, siempre con un tema de conversación, pendiente de todo, inquieto y de sentidos abiertos. Ahora, en cambio, estaba muy quieto, silencioso, con el rostro contraído por el dolor que de seguro estaba viviendo. Tal vez no había vivido lo que ella, pero vio el cuerpo de su amigo, la vio a ella con el cuerpo de Benjamín en sus brazos. Por un momento quiso preguntarle si, en realidad, él había alcanzado a divisar lo que pasaba al momento de entrar, y sus dichos ante la policía eran una forma de encubrirla, pero decidió que no era así, que por casualidad del destino él simplemente no estaba en el ángulo preciso para poder ver, por lo que aceptó por real la versión que ella dio.

—Quería darte las gracias.
—No hay nada que agradecer.
—Yo pienso que sí; estuviste aquí el primero.
—Pero eso no sirvió de nada.

Ese sentimiento de culpa era real; no era una pose, no estaba diciendo palabras de buena crianza.

—Te equivocas. Estuviste aquí para mí, me apoyaste en el peor momento paro mí y eso es mucho más de lo que debiste haber hecho.
— Iris, de verdad no sabes cuánto lo lamento.
— Puedo imaginarlo, Vicente es… era tu amigo, es comprensible que te sientas mal, y sé que no solo se trata de él, sino que es por todo.

Ambos guardaron silencio por un momento; Iris sabía que las cosas no serían sencillas para nadie, quizás de otro modo para él porque su conexión no era la misma, pero de todos modos sería un trago amargo.

—Quiero pedirte dos cosas.
—Por supuesto, dime de qué se trata.
—La primera —replicó con seriedad—, es que no dejes nunca de ser como eres. Tal vez nunca llegamos a conocernos tanto como tú y Vicente, pero te aprecié como su amigo porque él te valoraba mucho —por un momento su voz perdió algo de la fría serenidad que había manejado hasta el momento, pero se recompuso—. Siempre decía que tu energía era como una central eléctrica, y que lo cansabas, pero eso es parte de ti y es importante que no lo pierdas.
—Gracias.
—No, gracias a ti. Aunque ahora no puedas verlo, tu presencia me ha ayudado mucho. Lo segundo que quiero pedirte, es...

Dudó, sin saber de forma concreta cómo empezar; había mucho que no podía decir, y Juan Miguel lo interpretó en esa misma dirección cuando habló.

—Es sobre lo que hizo Vicente ¿verdad?

Esas palabras simplificaron mucho las cosas, porque le dieron el punto de apoyo que necesitaba para decir lo que tenía en mente sin cometer errores.

—Se trata de eso. Sé que es difícil entender lo que voy a decir, incluso a mí me cuesta hacerlo, pero quiero pedirte que no pienses en que esto fue hecho por Vicente.
— ¿A qué te refieres?
—No estoy tratando de negarme a los hechos —replicó con más firmeza—. A lo que quiero llegar es que el Vicente que fue mi pareja, el padre de Benjamín, tu amigo, no hizo esto; no pudo hacerlo ¿entiendes? Tú lo conociste, sabes cómo era, y si es así, sabes que él no pudo hacerlo; esto —hizo un gesto vago con las manos, para ayudarse en la explicación—, fue hecho por un virus. Piensa en esto como un virus, una enfermedad que mató a la persona que él era, dejando sólo la cáscara vacía, habitada por algo que en realidad no era él.

Juan Miguel frunció el ceño, no por estar en desacuerdo, sino más bien por no comprender del todo sus palabras; Iris entendió que tendría que ser mucho más enfática que eso, que tendría que recurrir incluso a su propio dolor, o al de él, para conseguir su objetivo.

—Iris...
—Escucha, esto es muy importante, porque se trata de la memoria de Vicente, y sé que lo querías, que lo quieres como amigo, tus sentimientos son claros, pero están en conflicto, lo entiendo muy bien porque a mí también me pasó; es similar a la enfermedad que sufrió mi padre, si veo hacia el pasado, sé que hay dos personas, uno de ellos es el padre que conocí y que amé, y el otro es un hombre que nunca supe quién era. Es de una importancia vital que puedes entender esta diferencia.
— ¿Y tú, puedes hacerla?

Iris miró un momento hacia la cama, al pequeño cuerpo que yacía inmóvil a tan poca distancia de ella, al mismo tiempo tan lejos y tan cerca.

—Sí, la puedo entender; pero no creas que esto es un método para engañarme; pero ahora que las cosas han llegado hasta este punto, hay que entender que hay determinados puntos que nunca podremos aclarar, y tomar eso de la forma equivocada haría que la memoria de Vicente se viera perjudicada.
—Lo que dices es algo hermoso —dijo él con voz temblorosa por la emoción—. Incluso en este momento, aún puedes ver por él y preocuparte de él.
—No es nada de eso, es sólo que por el amor que tengo por ambos me hace pasar en esto, y siento que es necesario; es demasiado el dolor como para seguir aumentándolo. Es importante hacer esto, sobre todo ahora que la vida va a cambiar tanto

Él la miró durante un instante, mientras ella hacía la pausa necesaria; tuvo que reconocerse a sí misma que, por primera vez, pensaba en la casa con un una dimensión más completa, pero aunque estuviera percibiendo un asomo de debilidad al respecto, ya no había vuelta atrás.

—Voy a cambiar muchas cosas, es necesario; venderé esta casa y compraré un departamento para una persona. No puedo seguir viviendo aquí, y además, será lo último que haga con mis conocimientos como experta en propiedades; tendré dinero para vivir con tranquilidad, y de todos modos no quiero seguir trabajando.
— ¿Estás segura de que esa es la decisión correcta, es eso lo que quieres?

Iris dio una rápida mirada alrededor, como si a través de esas paredes pudiera ver también las del resto de la construcción. Y logró estar en paz con la idea que ya había formado en su mente.

—Sí, estoy segura. Sé que Vicente estaría de acuerdo, que sería él quien me dijera que lo hiciera sin pensar más; él habría sido el primero en decir que escapara, si es que hubiese tenido tiempo para hacerlo.

Desvió la mirada un instante a la cama, y supo que ya era el momento.

—Dile por favor a la gente del servicio que ya puede pasar; lo que falta es muy poco.
—De acuerdo.

Poco después, entraron los hombres del servicio fúnebre. Era extraño lo que sucedía con esas personas, porque tenían un aspecto, que aunque no era necesariamente símil entre ellos, los hacía parecerlo, de forma que no habría podido decir, ni aun estando en mejores condiciones, si alguno de ellos era del grupo que estaba presenta cuando fue necesario el servicio tras la muerte de su padre. Se preguntó, en un instante de distracción, por qué a lo largo de la jornada no habían tenido noticias de los padres de Vicente, pero concluyó que lo más probable es que ya hubieran sido informados de los hechos y optaran por dirigirse al servicio legal y esperar para poder dar la despedida a su hijo. Se dijo, asimismo, que debería hablar con ellos, tal vez no de inmediato pero en su momento, para tratar de hacerles entender lo mismo que le había dicho a Juan Miguel; pero ahora había algo mucho más urgente que atender.

—Buenas tardes señora.
—Buenas tardes —replicó con seriedad—. Quiero indicarles qué es lo que necesito ahora, así que tomen atención, por favor.


2


Fue un tanto difícil, de cualquier modo, hacer que comprendieran que la principal diferencia radicaba en el cómo, y no en el qué. Por momentos casi sintió deseos de reír, como si de alguna forma estuviera usando su capacidad negociadora para lograr acuerdos que fueran útiles para sus propios intereses; nunca le había parecido tan irrelevante y al mismo tiempo necesario saber usar las palabras del modo correcto, pero lo cierto es que le permitió conseguir que lo que dijo sonara convincente, a pesar de lo poco usual de su petición. Por lo mismo, al realizarse la operación, esta resultó tal como ella esperaba: improvisada y con pocos asistentes.

— ¿Estás segura de lo que estás haciendo?
—No hará ninguna diferencia mamá. Ahora por favor espera en la capilla con los demás, esto sólo tardará un instante; estaré con ustedes dentro de unos minutos y podrá realizarse todo de acuerdo a lo que se habló antes.
—Sólo recuerda que si necesitas compañía o te sientes débil…

Iris llevaba en ese momento un vestido negro completo, largo hasta los tobillos, de un diseño simple que nunca había usado; estaba usando el cabello peinado hacia atrás y nada de maquillaje ni accesorios, con el objetivo de verse ordenada y sin elementos que llamaran la atención de forma innecesaria. Al menos podía confiar en que sus actitudes serían atribuidas al dolor de la pérdida, por lo que podía darse determinadas libertades sin sentir mucho cargo de conciencia.

—Estoy bien mamá. Esto no va a tomar mucho tiempo, nos veremos dentro de unos minutos.

Se despidió con un asentimiento de cabeza, y entró al lugar; le llamó mucho la atención que desde la entrada el sitio estuviera tan frío, como si operara un control de temperatura del cual no había ninguna salida evidente en ningún sitio; como si de alguna manera, en ese lugar, el frío fuese una artimaña demasiado inteligente como para ser descubierta a simple vista. Asimismo, ella en particular estaba experimentando ese tipo de frialdad desde el centro de su ser, lo que la había mantenido alejada de sus personas cercanas, pero al mismo tiempo segura, para no flaquear.
Avanzó algunos pasos por el pasillo central del lugar, encontrándose de pronto con un hombre de unos 35, vestido de negro riguroso, que la esperaba con una expresión solemne; fue como si se hubiera materializado al percibir que ella iba en esa dirección.

—Déjeme acompañarla.

Se trataba de alguien que sabía muy bien lo que estaba haciendo, y cuidaba los detalles; habló con un tono comprensible y claro de amabilidad, pero que estaba mezclado con una cuota justa de decisión, lo que hacía que cualquier respuesta negativa quedara anulada por completo; el hombre dominaba el lugar pero dejaba que pareciera que estaba solicitando el permiso de la persona para acompañarla. Se trataba de una estrategia muy inteligente, pensada además para mantenerse siempre atento a cualquier posible crisis nerviosa de un deudo. Pero ella no iba a sufrir ningún colapso nervioso.

—Por aquí por favor.
—Gracias.

El cambio en la temperatura se sintió al cruzar el umbral de una pesada puerta. Sin embargo, pudo ver que estaban aún a una puerta de distancia del sitio al que se dirigía en realidad; se trataba de una habitación cuadrada, sin nada en ella más que una mesa un poco alta y estrecha que no parecía tener una razón de ser, ubicada a la derecha del recinto, junto a la pared en una zona donde había un inexplicable recuadro, una especie de recorte vuelto a poner, y que era del mismo color anaranjado opaco de las otras paredes. El hombre la enfrentó con una indiscutible expresión seria en el rostro.

— ¿Está segura de su decisión?
—Sí, lo estoy.
—Le pido disculpas por preguntar de nuevo, pero es necesario que lo confirme.
—Lo entiendo. Pero estoy bien, y tengo muy clara mi decisión.
—Comprendo.

El hombre hizo una pausa muy breve, que podría ser interpretada como el momento en que acepta la decisión escuchada, antes de ponerse manos a la obra.

—Espere un momento aquí, por favor.
—De acuerdo.

El hombre salió por la misma puerta, y volvió a los pocos segundos acompañado de otros dos: el pequeño ataúd estaba cubierto con una tela de color blanco níveo, que resaltaba casi con luz propia dentro del cuarto en el que estaban. En ese momento comprendió que la mesa era para ese propósito, y quizá hubiese sido dispuesta allí de forma especial según su petición. Al ver el ataúd también de color blanco sintió una oleada de alivio; había estado separada tan sólo unos minutos, pero le pareció un tiempo muy largo. Ahora necesitaba hacer la última parte, para lo que se acercó a paso decidido a la mesa, pese a lo cual se dirigió de palabra al hombre.

—Hágalo, por favor.
—Como usted diga.
—Necesito quedarme sola aquí, que nadie me moleste.
—No se preocupe, dejé indicaciones muy específicas.
— ¿Hay alguna forma de dar aviso sin salir o abrir la puerta? Necesito quedarme aquí hasta el final.
—Sí —señaló el hombre acercándose a la puerta mientras los otros salían en absoluto silencio—, sólo tiene que pulsar este botón. Usualmente es para pedir asistencia, pero estaré conectado y atento, de forma que haré lo que usted decidió.
—Comprendo.
—La dejo. Y por favor pierda cuidado, esta sala está aislada, así que hay tranquilidad.

Sin decir más salió de la sala sin hacer ruido; Iris pensó que el comportamiento del hombre era perfecto, ya que se ajustaba a la situación con naturalidad y sin hacer ningún tipo de aspaviento.
Ya estaba sola en esa sala, de pie junto al ataúd.
Tal como ella lo había especificado, fue dejada sola en ese pequeño cuarto; enfocó la vista en la mesa, ignorando de momento el sordo sonido del movimiento que se estaba desarrollando a su izquierda, en la pared opuesta a la entrada. Por un momento la conversación que tuvo con ese mismo hombre en el cuarto de invitados de su casa revivió palabra a palabra; lo que más le llamó la atención fue que el sujeto no demostró sorpresa alguna por la petición, y sólo se dedicó a confirmar de forma eficiente cada dato.

—Se quedará aquí y no harán ningún tratamiento en el cuerpo —anunció con tono decidido, aunque sin sonar exagerada—. Voy a estar junto a él todo el tiempo.
—En eso no hay problema, se hará según sus instrucciones.

Iris asintió.

—Esto es muy importante. Va a mantenerse con la misma ropa que tiene ahora mismo, y es importante que el ataúd esté sellado pero que disponga de una ventana a la altura del rostro, con vidrio para que se mantenga cerrado. Supongo que disponen de uno en los materiales correspondientes.

Pensó que el hombre se mostraría sorprendido, pero si lo estuvo, lo disimuló muy bien.

—Disponemos de todo lo necesario.
—Estoy aclarando que lo que deseo que se haga sin sacarlo del ataúd. ¿Me estoy explicando bien?
—Desde luego —replicó el hombre con un ligero asentimiento, ignorando que esa costumbre pertenecía a otra época—. No es ningún inconveniente.
—Es primordial que se realice esta jornada.
—Me contactaré con los organismos correspondientes —dijo él con un tono que daba por hecho que esa petición no sería problema—. Y se hará esta misma tarde, tras la ceremonia.
—No.

Percibió su propio nerviosismo al mencionar la negativa, pero se ordenó guardar la compostura. No importaba qué tan destrozada estuviera por dentro, tenía que mantenerse firme.

—Se hará antes de la ceremonia.
—Disculpe, no había entendido— dijo él corrigiéndose de inmediato, asumiendo el supuesto error y pasando por alto la agitación de ella—. Se programará de esa manera. Pero debo comentarle que, si bien no hay dificultad en que esté en todo momento acompañando el proceso, al momento de llegar al lugar, deberá permanecer un par de minutos en las instalaciones mientras es trasladado desde el vehículo hasta la entrada en donde se realizará el registro de los datos, y de inmediato se reunirá en él.
— ¿Es esto necesario?
—Así es —replicó el hombre prontamente—, ya que en el recinto hay un oficial del registro nacional que comprueba la entrada, autoriza los documentos y deja todo en regla —y, como si leyera su mente—. Es un trámite interno en el que debe estar el ministro de fe de este organismo, y quien lleva a la persona. Sólo serán dos o tres minutos.
— ¿Pero no van a abrir el ataúd, ni siquiera la ventanilla?
—En absoluto, se trata de un trámite legal, todo lo demás ya está solucionado.
—Entiendo. En ese caso no tengo más opción, pero deben darse prisa, que sea el menos tiempo posible. Y que nadie abra la ventanilla.
—Descuide, me ocuparé personalmente de ello.

Y había cumplido al pie de la letra las instrucciones dadas por ella. Cuando bajó del vehículo, apenas tuvo tiempo de convencer a su madre por última vez y entrar, por lo que tuvo una cierta tranquilidad. Sin embargo, quedaba un asomo de duda, una cierta incertidumbre que sería aclarada dentro de un instante. Al fin abrió la ventanilla del blanco ataúd, y lo vio.

—Hola, Jacobo.

Se quedó inmóvil contemplando el rostro del pequeño, lo único visible tras la lámina transparente en el ataúd; la cabeza reposaba sobre una superficie suave y mullida, algo a todas luces innecesario, pero que no dejaba de ser un gesto acorde al momento. En ninguna parte del mundo un niño vestido a con un pijama debería dormir en un ataúd.
De seguro habría muchas cosas que nunca quedarían aclaradas por completo, pero era lo de menos; lo más importante lo había sabido durante la tarde, mientras fingía tranquilidad y aislamiento, pero su verdadero motivo era investigar, e ir más allá.

“No sigas por favor”

Descubrió que la conexión establecida por él era cierta, pero que no era en su caso, lo mismo por lo que antes pasó Vicente, y que después vivió Benjamín: pero no se detuvo: no podía perder tiempo en sentimentalismos, tendría toda la vida para llorar por eso. Al principio sintió que estaba buscando a ciegas, pero poco a poco entendió que se trataba de una mente, que pese a todo funcionaba igual que la de cualquier persona. Había, en cualquier caso, una diferencia fundamental con lo que ella entendía por mente, ya que una vez que se encontró allí, vio alegría, miedo y odio, pero ningún otro sentimiento. Era casi como estar viendo una película, en donde podía decidir, a través de un menú de acceso, qué era lo que quería ver, por lo que aprendió con rapidez de qué forma investigar aquello que le hacía falta saber; era una mente adulta y al mismo tiempo sin una edad determinada, que tenía muchos recuerdos entre los cuales escarbar. Casi todo era Vicente, y un odio tan grande hacia él, que lo impulsó durante lo que pareció una eternidad a perseguirlo, acosarlo, y tratar por todos los medios de convertirse en él; mientras ella buscaba en ese océano oscuro y tenebroso, sentía algo parecido a un ruego, una súplica por el alejamiento, que no dejó de hablar hasta que ella decidió detenerse por un momento.

“No me hagas daño”

— ¿Qué necesidad tengo de hacerlo? —replicó ella con el pensamiento—. Nada de esto estaría pasando si me dijeras qué es lo que pretendías, pero no quieres hacerlo. Tienes el valor para destruir, pero no para responder.

Y siguió buscando dentro de esa mente; encontró el odio hacia Vicente, y la forma en que Jacobo, como se denominaba a sí mismo, quería para sí las cosas que él tenía. Deseaba convertirse en alguien más, pero al mismo tiempo destruirlo ¿Cómo podía subsistir un pensamiento al mismo tiempo que el otro?
Entonces lo recordó.
Recordó que le dijeron que Vicente había cometido un crimen en contra de una persona en un recinto para personas inmovilizadas.
Inmovilizadas.

— ¿Tú eres el hombre que murió?

“No me hagas daño”

El gemido lastimero no la intimidó, ni hizo que cambiara su actitud. Por el contrario, hizo que siguiera precisamente en esa dirección, comprobando que escarbar en sus pensamientos le causaba un enorme dolor.

—Eres tú, todo el tiempo has sido tú. ¿Por qué perseguir a Vicente?

Bastó un poco más de presión, y encontró el recuerdo apropiado, el momento que lo trasladaba a la infancia, y al momento en que su odio había comenzado; un niño inmóvil, odiando a otro sólo por un motivo: que ese otro podía moverse. Recordaba que en algún momento en la universidad había mencionado vagamente el tema, pero no con detalles ¿Entonces se trataba de eso, de una historia con un inicio tan inocente, que había degenerado en una ruta de dolor y muerte?

—Quisiste ser Vicente —dijo en su mente, implacable—. Quisiste quitarle todo lo que tenía, y cuando lograste matarlo a él, decidiste seguir con quien quiera que estuviera relacionado con él; era una forma de eliminarlo para siempre de la existencia. Supongo que después me matarías a mí, y encontrarías la forma de seguir deambulando de un sitio a otro. Como dije, eres un parásito.

La voz volvió a elevarse, dolida, sufriendo a cada segundo; escuchar ese eco mientras con su mente entraba en ella era molesto y persistente como garras en un cristal, pero lo soportaría.

“Déjame ir por favor”

—No.

“Ya no tengo nada —imploró—. No me queda nada, pero estás haciendo esto y duele, es un dolor que no puedo soportar”

—Pero tú causaste esto —replicó ella, casi con sencillez—. Tú lo hiciste, ahora deberás resistir, porque no tienes alternativa.

“Tú no entiendes el dolor que he sentido en esa oscuridad. Y ahora estoy encerrado de nuevo, pero esta oscuridad es completa, no puedo salir de aquí”

—No, claro que  no puedes. Eres un parásito, pero un ser así sólo puede vivir dentro del cuerpo de alguien más, porque se alimenta de él. Y cuando el cuerpo de Vicente estaba agonizando, entraste en el de mi hijo, pero por alguna razón no alcanzaste a hacerlo cuando se trataba de mí ¿Supiste lo que iba a hacer verdad? Descubriste que tu engaño había quedado al descubierto, y trataste de pasar a mí. Lo que creo que pasó es que no tuviste tiempo, que algo en tus cálculos falló y eso hizo que la historia fuera muy distinta a como tú pretendías.

“Por favor, es tanto el dolor que siento”

—Y aún debes sentir más, ¿Por qué sientes ese dolor del que hablas? ¿Qué lo ocasiona?

“Tú —respondió con angustia—.Tú lo estás haciendo, tú me causas este dolor.”

— ¿Al entrar en tus pensamientos?

“Nunca he tenido nada. Nunca pude gritar ni llorar, ni moverme, ni sentir nada en mi cuerpo. Pero nadie había llegado hasta mí, nadie había podido estar tan cerca. Y duele, está causando más dolor del que nunca creí.”

—Seguro no pensaste en eso cuando estabas entrando en la mente de Vicente ¿verdad? ¿Alguna vez te preguntaste cuánto dolor estabas causando, te preguntaste cual fue la horrible desesperación en la que él debe haber cardo caído cuanto llegó el final? No. Seguro que no; no lo hiciste, pero lo sabías.

Las experiencias ajenas eran difíciles de interpretar, ya que dedujo que eran una abstracción de los hechos reales; pero de todos modos quiso averiguar más. Y fue entonces que comprendió que había estado buscando de la forma equivocada, que el odio era su regocijo de una forma similar a la alegría, que si quería saber más, tenía que buscar entre los pensamientos alegres. Y fue en ellos donde encontró algo leve, pero al mismo tiempo satisfactorio en extremo. Encontró una sinfonía, más bien un atronador espectáculo de sonidos de dolor y angustia, y supo que eso en particular, que ese terrible sonido, no representaba otra cosa más que la muerte de Vicente, el momento exacto en que, superado por el poder de algo que no podía contrarrestar, perdió la batalla y se perdió para siempre; sintió sus manos temblar mientras encontraba este recuerdo en especial, y se dijo que no debería seguir, que si encontraba el momento en que se había sobrevenido la muerte de Benjamín, no podría soportarlo, y que por causa de ese quiebre, no podría completar su intención. Tendría que quedarse con la muerte de su hijo, y negarse la a la vez dolorosa y necesaria experiencia de su último aliento; la muerte del cuerpo lo reemplazaría.


3


Cuando comprobó, poco después, que en efecto los padres de Vicente dispusieron de una ceremonia sencilla para despedirlo, y que eso se debía a las acusaciones en su contra, se sintió dolida otra vez, pero lo cierto es que no tenía alternativa, y nada podía hacer para remediarlo; por suerte pudo hablar con ellos y convencerlos de que él nada tenía que ver en realidad con lo ocurrido, pero fue fácil. Sin embargo, estaba ya tan desolada por dentro, que incluso podría haber dicho que fue menos difícil enfrentar esa situación, verlos a la cara y mentirles acerca de una verdad que jamás podrían saber; como padres y personas, estaban dolidos por la muerte de su hijo, y se sentían culpables por crímenes que no tenían perdón, y ella nada podía hacer al respecto. Primero, porque no tenía pruebas de ello, y segundo, porque hacerlo significaría causarles quizás más dolor e incertidumbre. Hablaron durante bastante tiempo, y mientras lo hizo, se aseguró de decirles que, independiente de lo que pudieran decir las autoridades, ellos debían mantener a salvo el recuerdo de su hijo, ya que ella haría lo mismo por su parte; de seguro estarían pensando en sus palabras, y su particular forma de ver la vida, durante mucho tiempo o para siempre, pero al menos pudo quedarse con la tranquilidad que la única sobreviviente de esa familia no iba a odiarlos, ni a tratarlos con desprecio por lo sucedido. En cualquier caso, fue duro verlos y reconocer a Vicente en alguno de los rasgos de ellos, como si de alguna manera estos se marcaran más ahora que el dolor estaba comenzando una nueva etapa y por lo tanto, estuvieran más presentes. Las referencias que hizo ante ellos acerca de Benjamín fue el momento más difícil de todo, pero aún con eso, no pudo llorar, las lágrimas se habían secado en su ser, y quizás no volverían a aparecer. Por suerte ellos tuvieron que esperar hasta el día siguiente para realizar la ceremonia de despedida, por lo que alcanzó a estar presente en el final del funeral, y acercarse al ataúd a despedirse.

—Adiós mi pequeño. Perdóname por no haberte protegido, por no haber podido salvarte del peligro. Espero que estés en un mejor lugar, en donde los sueños se hagan realidad, y puedas volar por el espacio como un héroe. Te amo Benjamín.

Nadie escuchó las palabras que susurró sobre la suave madera de la tapa del ataúd, y nadie nunca las oiría, pero eran para ella la verdad absoluta y, a fin de cuentas, era la única que importaba. Después de eso, y la extensa conversación, se despidió de ellos experimentado un fuerte sentimiento de cansancio, explicable por las muchas emociones a las que había estado expuesta.
La última parte de su camino fue en dirección a la casa hogar en donde se había cometido el crimen anterior; en ese caso fue menos afortunada porque el cuerpo de ese hombre ya había sido sepultado, pero luego pensó que se trataba de lo correcto, ya que de esa forma podría evitar tener en mente un recuerdo traducido en imágenes, las que se grabarían de forma mucho más permanente en su inconsciente; los cosas jamás cambiarían y ella no olvidaría, pero supo que ese rencor y maldad que encontró en esa inexplicable persecución podrían aplacarse mejor y ser relegados a un segundo plano si se trataba sólo de sonidos y palabras dichas en la oscuridad. Utilizó todo su poder de convencimiento, y consiguió que la dejaran entrar al lugar de los hechos, y aunque no logró intimidad ahí, al menos pudo sentirse en el mismo lugar que fue el último que lo vio con vida, y despedirse, esperando de alguna forma que consiguiera descansar en paz.


4


“¿Qué vas a hacer?”

— ¿Yo? No hay mucho que pueda hacer ¿verdad?

Ya había pasado el tiempo suficiente; la conexión entre ella y ese ser oculto aún en el cuerpo inerte de su hijo le había permitido alcanzar un conocimiento algo más extenso de la historia que él había provocado, pero aunque sintiera un fuerte impulso por conocer más y más del origen de aquella situación, tuvo la entereza de asumir que estaba llegando al momento en que esa búsqueda no era otra cosa que un sustituto de todo lo que había perdido, como si de forma inconsciente pensara que a través de la recreación de las últimas escenas de dolor y pérdida, y de saber cómo había pasado, lograra también reconstruir algo de lo perdido. No. No más.

—Dije que eres un parásito, y así lo creo.

“No me hagas daño. Por favor, ya no puedo soportar este terrible dolor”

—Cuando lo dije, no pensaba en la real dimensión de mis palabras, pero ahora lo veo; eres un parásito, y aunque me cueste creerlo, pienso que hay un motivo por el cual ahora mismo, incluso más allá de la muerte del cuerpo de mi hijo, aún estés ahí. Siento que hay algo en ti que perduraría, que inclusive más allá de la muerte, eventualmente encontrarías la forma de seguir, de alojarte en el cuerpo de algún ser minúsculo que apareciera a devorar las entrañas, y a través de ese método encontrarías la forma de regresar, de perdurar y estar siempre presente, volviendo como una pesadilla que no termina jamás.

“Por favor”

Iris oprimió el botón a un costado de la puerta, y en ese momento entendió el objetivo de ese extraño recuadro en la pared, junto a la mesa en la que reposaba el cuerpo inerte dentro de un blanco ataúd; en un instante y de forma silenciosa, el rectángulo de pared se abrió, y el ataúd fue tomado con suma delicadeza por unas manos enguantadas, las que lo retiraron de esa sala, dejándola sola. Mientras el recuadro volvía a su lugar, ella volteó hacia la pared opuesta a la puerta de entrada, en donde se descubrió con lentitud el grueso cristal que permitiría la vista del siguiente recinto, el origen de que se sintiera calor en ese lugar, y que existiera un poderoso sistema de refrigeración en las restantes instalaciones. Había una persona, que antes había extraído el ataúd, cubierta por completo por un traje blanco aislante que le daba un aspecto ligeramente sombrío y amenazador, quien depositó el ataúd sobre un carro alto para en seguida empujarlo algunos pasos hacia su destino.

— ¿Sabes en dónde estás?

“Has entrado en mí —rogó la voz con desesperación—. Yo no sabía que existía este dolor, es mucho peor que haber estado toda mi vida en esa oscuridad.

—Estás en un lugar que está más allá de mí.

“Sólo quisiera volver —continuó con infinita amargura—, quisiera volver a esa oscuridad, en donde nadie podía tocarme, donde nadie podía dañarme de esta manera”

—Pensé que esto no tendría fin —sentenció Iris—. Que te las arreglarías para volver; pero ahora sé que hay una manera de eliminarte para siempre, de destruirte para que jamás puedas regresar.

“¿Qué vas a hacer?”

El hombre detuvo el carro algunos pasos después de llegar al punto al que se dirigía.  El recinto era una sala cuadrada, en donde resaltaban cerca de las paredes algunos dispositivos que parecían repisas metálicas de metal bruto, y en el centro de esta, el gran horno metálico empotrado en una estructura que salía del suelo; había algo fascinante en el lugar, de igual forma que el fuego embobaba a los inocentes, y es que en ese sitio no había nada, parecía sacado de una película antigua sobre el fin de los tiempos, sobre una época en que se realizaran extraños rituales de consagración a la vida eterna, o a la destrucción.

—La única forma de eliminarte es mediante el fuego. El fuego consume la energía, la disipa hasta que ya no queda nada; cuando el cuerpo sea sólo cenizas, no habrá ningún sitio al que puedas escapar, y en ese lugar no habrá nadie ni nada en lo que puedas esconderte. No va a quedar vida alguna en el interior de ese lugar, nada de lo que puedas sujetarte, nadie a quien destruir.

El hombre abrió la puerta del gran horno, ante lo que Iris sintió un involuntario respingo; no supo si fue su idea, pero le dio la sensación de que al abrir, el calor abrasador provocó un cambio en el aire, nublando por un ligero espacio de tiempo la atmósfera alrededor. Pero tan pronto como lo percibió, pasó.

— ¿Puedes verlo?

“¿Qué estás haciéndome?

—No te haré nada —se mantuvo a un paso del vidrio que la separaba del lugar en donde se iba a realizar la operación, mientras el hombre cerraba la puerta y accionaba un seguro. Sintió una pasajera debilidad, pero se forzó a seguir firme, de pie sin afirmarse en nada—. Lo que se hará es un proceso natural en la sociedad, algo de lo que sin duda escuchaste alguna vez ¿cuánto tiempo pudiste estar dentro de la cabeza de Vicente, escuchando todo lo que pasaba a su alrededor? ¿Cuántas veces me escuchaste, o me viste a mí?

“Tengo miedo”

—Deberías sentirte agradecido —replicó ella, casi en un susurro—, lo que va a ocurrir es algo muy bueno, es una costumbre muy usual en algunas culturas. Algunas de ellas ven la cremación del cuerpo como una forma de liberar el alma, y estoy de acuerdo con eso.

“¿Qué?”

—Pero la cremación libera el alma de un muerto, de alguien que ya ha pasado de esta vida. Y en cambio tú, tú sigues con vida. Sigues con vida, sobreviviendo a pesar de la muerte del cuerpo de mi hijo; en tu caso, la cremación será la forma de destruirte para siempre.

“¡Nooo!”

El hombre salió de su campo visual, de seguro para activar el mecanismo. No se vio ni oyó nada en el interior, pero un débil resplandor rojo, que provenía de una pequeña luz al costado de la puerta del armatoste, indicó de forma silenciosa que había comenzado el proceso; Iris sintió una oleada de dolor, que no era causado por la conexión que todavía permanecía en su mente, sino por el conocimiento concreto de que el cuerpo de su hijo estaba a punto de perderse para siempre. Pero insistió en ser fuerte, en mantenerse a pesar de lo que estaba pasando; después de todo, su hijo ya estaba muerto, sólo faltaba terminar el círculo. De seguro la sala en la que estaba tenía un aislamiento para el sonido al igual que para el calor, pero eso no impidió que con su mente pudiera seguir viendo el interior de aquella otra.

—Ahora estás en el interior de un gran horno ¿Puedes verlo?

“¡No por favor! ¡Tengo miedo, sólo quiero volver a la oscuridad!”

—El cuerpo está siendo acosado por el calor —determinó como si pudiera ver el interior de la atroz máquina—, y cuando las paredes externas se derrumben, podrás ver una luz que te va a envolver.

“¡Sácame de aquí! ¡No quiero sufrir más, no me hagas esto, te lo suplico!”

Iris se quedó muy quieta, conservando la vista fija en el horno mientras se realizaba el proceso y guardaba un silencio absoluto; su mente se llenó por un momento de un sonido horroroso, un agónico grito que se expandió como un eco sin fin, un ruego traspasado de dolor más allá de cualquier comprensión, quizás excepto la suya. De pronto esa voz, ese rugido impregnado de desesperación simplemente se cortó, y la mente de la mujer quedó vacía de todo, desprovista de otros pensamientos que no fueran los suyos. Se volvió hacia la puerta y se acercó a ella, pulsando el botón de llamada que hizo que el mismo hombre de antes apareciera en un instante, con una expresión muy solemne en el rostro.

— ¿Necesita ayuda?
—Ya no —replicó ella de un modo enigmático—. El proceso terminó.
—Así es —asintió él con un movimiento imperceptible de la cabeza—. Dentro de unos minutos tendrá el ánfora.
— ¿Pueden hacerla llegar a la capilla donde se va a realizar la ceremonia? No quiero esperar aquí.
—En eso no hay ningún problema. Acompáñeme por favor.

Iris dio una última mirada al cristal que la separaba de la siguiente sala, y vio con una especie de tranquilidad el horno, en cuya puerta la luz roja ya se había apagado.
Respiró profundo y pensó en esa mente, sin decir palabra, intentando entrar o localizarla como ya había ocurrido en el pasado, pero no encontró nada. Solo silencio.


Fin