Problemas técnicos

Por razones fuera del control de este escritor, el nuevo episodio, correspondiente al comienzo del segundo libro de No vayas a casa, se suspende hasta nuevo aviso.
Me disculpo por la no publicación.

No vayas a casa Capítulo 15: Lo que tú quieras



— ¿Quieres que te cuente otro cuento? A veces pienso que los cuentos te aburren un poco; tal vez deberíamos intentar algo más; en este lugar hay también otras cosas para leer, pero no sé… ¿Sabes algo? Creo que podemos leer algo más, será divertido. Voy a buscar algunas cosas, seguro que habrá algo entretenido, o quizás no tiene por qué ser entretenido, también puede ser instructivo. Te leeré algo muy original, no más cuentos por un tiempo. Vamos a aprender muchas cosas.

1

— ¡Nadia!

Se puso de rodillas junto a la mujer, pero antes de tocarla, reaccionó y tomó el reloj, guardándolo de inmediato en el bolsillo.

“Lo hiciste”

—Basta, basta. Basta.

“Lo hiciste”


—Nadia, contéstame por favor.

No se atrevía a tocarla ¿En realidad lo había hecho, qué había hecho?
Estaba tan quieta, pálida ¿Estaría fría?

—Nadia, contéstame.

Eso no era un sueño; no se trataba de una alucinación ¿Qué diablos estaba pasando? No tenía ningún motivo para hablar con ella, sólo quería salir un rato a despejarse, porque esa voz estaba acosándolo, y necesitaba estar más tranquilo y dejar de ser presionado por algo que no podía explicar. No existía motivo para ir a ver a Nadia a su casa.

—Oh no…

Nadia era una profesional de la salud. El tipo de persona a quien recurriría alguien que necesitara ayuda, estando en problemas; por un momento se olvidó de en dónde estaba y cerca de quién, y se preguntó si, de verdad, sería posible que hubiese hecho lo que, a todas luces, hizo.

“Lo hiciste”

— ¿Por qué?

“Porque hay algo en ti, que te niegas a aceptar”

Tuvo deseos de ponerse de pie y gritar ¿Qué es lo que tengo que aceptar? Pero se contuvo a tiempo; seguía arrodillado cerca de ella, pero sin moverse, respirando muy lento, de forma pausada.
Podía estar muerta.
No había nada dentro de él, ninguna sensación ni acción que tratara de salir ¿O sí?

“Hay algo en ti”

— ¿Qué cosa?

“Hay algo violento, algo que te hace agredir. Lo niegas, y tratas de ocultarlo, por eso hiciste esto”

—Eso no…eso no es cierto, nunca he sido un hombre agresivo.

Eso era del todo verdad. Fuera de algún evento demasiado aislado como para contar, no era agresivo, no sentía un afán de ese tipo, ni tampoco frustraciones de ningún tipo.

“Pero lo hiciste”

—No sé lo que pasa, no sé…no sé lo que hice.

Su reloj estaba ahí ¿Cómo negar aquella evidencia tan fuerte, tan incontrarrestable? No había motivo para ello, y sin embargo ahí estaba, junto al cuerpo de una mujer, de una amiga a quien conocía desde hace años, tendido inmóvil en el suelo.
Podía estar muerta.
Pero también podía no estarlo. Necesitaba acercarse a ella ¿Pero y si con eso causara algo peor? Tuvo el instinto de ponerse de pie y salir de ahí a toda velocidad, pero recordó que había llegado en automóvil, lo que hacía muy improbable que pasara desapercibido.
Tenía que hacer algo. Tenía que tomar una decisión.

—Dios…

Si estaba muerta, nada en el mundo lo salvaría del peligro al que eso lo exponía; pero independiente del resultado, ya estaba ahí; el reloj en el bolsillo del pantalón parecía quemar como una prueba de algo que no estaba en su mente, que no aparecía con la claridad que era necesaria, ya que su mente era un torbellino oscuro en donde algunas cosas quedaban vedadas a la vista, al menos en ese momento.

—Nadia…

Tenía que tomar una decisión; durante un momento se cuestionó seriamente quedar o salir de ahí, pero entendió que las opciones habían quedado anuladas desde el preciso momento en que llegó hasta la puerta de su amiga, con intenciones que resultaban difíciles de entender. Finalmente se animó, tragó saliva, y acercó dos dedos al cuello de la mujer que permanecía tendida de espaldas, inmóvil en el suelo.

“Lo hiciste, lo hiciste, lo hiciste, lo hiciste”

Estaba viva. El pulso era regular, y aunque estaba helada, algo comprensible por haber estado a la intemperie durante la noche, resultaba tranquilizador, al menos en un primer instante, que estuviera con vida.

“¿Qué vas a hacer?”

Esa era una pregunta que aún no sabía cómo responder; no sabía con exactitud lo que pasó la noche anterior ¿Cómo podía saber lo que iba a hacer a partir de ese momento? Que Nadia estuviera viva no tenía mucha importancia al lado de lo que podía significar que lo estuviera. Él estuvo ahí con ella, el reloj era, en efecto, una prueba irrefutable de su presencia en ese lugar. La noche anterior había salido de casa, tomado el auto, ido hasta las cercanías de la casa de Nadia, y luego de hablar con ella y llegado hasta ese mismo sitio ¿Qué? Se acercó más, arrodillándose, y la tomó por la cintura con la izquierda y el cuello con la derecha, hasta dejarla sentada en el suelo; la mujer seguía inconciente, pero al menos a simple vista no tenía ninguna herida ¿un golpe quizás? Haber llegado con ella hasta ese sitio, a pie, para luego golpearla, no tenía mucho sentido, pero en realidad nada de eso lo tenía. Por fuerza, tenía que hacer algo.

“Lo hiciste”

—No sé lo que hice.

Habló en voz más fuerte de lo que esperaba; estaba sudando frío, angustiado ante la situación, pasando de la sorpresa de confirmar algo que estaba frente a sus ojos y que aunque anticipaba por la voz, no conseguía creer, al miedo cierto de tener que enfrentar las consecuencias por un acto insólito, destructivo y concreto.

—No sé qué es lo que hice.

“La atacaste”

— ¿Pero por qué? Ella es mi amiga ¿Por qué le haría daño?

“Porque ella estaba averiguando sobre ti”

Escuchar eso hizo detonar una serie de imágenes que, como si de un golpe visual se tratase, aparecieron en su mente; con toda rapidez se vio a sí mismo bajar del automóvil, y luego caminar a paso animado por una calle, mientras la noche se hacía presente en la ciudad; dos cuadras exactas lo separaban de su destino. Caminaba en la noche, que estaba fresca y sin viento, mirando cada tanto a un lado y otro, sin toparse con nadie en el trayecto; poco después, llegar ante la puerta de la casa de Nadia, tocar el timbre y esperar. Ella sonríe, asiente con la cabeza y dice algo, que él no escucha en esos momentos ¿O no escuchaba entonces? No, ella no tiene cara rara, lo que significa que en ese momento ella lo escucha, e interactúa con él; pasa tiempo, ella asiente, y su expresión va mutando poco a poco, no en miedo sino en preocupación.

“Ella estaba averiguando”

¿Qué podía estar diciendo? La voz. Eso era, Nadia era una profesional de la salud, por eso es que acudió a ella; estaba preocupado, angustiado por esa voz recurrente, pensando que podría tratarse de algo grave y quiso ir con ella.

—Disculpa por venir a esta hora, pero estoy muy preocupado.
—Pasa por favor.
—No, yo…tal vez podríamos caminar un poco; lo siento, no sé lo que estoy diciendo, te estoy molestando mientras estás en familia…

Era extraño, porque su voz sonaba como si no le perteneciera; de pronto las imágenes se apagaron, pero quedó el sonido, como un eco que transmitía las palabras poco a poco, dejando el mensaje en su mente luego de que este hubiera quedado oculto tras un velo.

—Luces preocupado Vicente.
—Es que yo…Nadia, estoy asustado, creo que me están pasando cosas extrañas.
— ¿A qué te refieres?

Un instante de duda; había recurrido a ella para pedirle ayuda, para que ella lo orientara acerca de lo que estaba pasando por su mente. El sonido continuaba llegando, sin ser claro, ahogado pero entendible, dos voces en la negrura.

—Dime, puedes confiar en mí.
—Lo que ocurre es… ¿Tiene algo de malo? Quiero decir ¿Debo preocuparme si está sucediendo algo con mis pensamientos?
—Creo que no te entiendo.
—Escucha, es que… esto es muy extraño para mí, pero…tengo la sensación de que estoy escuchando una voz.

Esta vez el silencio proviene de ella. Está analizando, de seguro su lado profesional está surgiendo, diciendo qué hacer y cómo actuar; pasan unos momentos, luego él vuelve a hablar.

—Creo que escucho una voz.
—Me gustaría que te explicaras mejor, confía en mí, sabes que puedes hacerlo.
—Siento que hay una voz, que me habla y dice cosas que… que no son lo que yo estoy pensando, es decir que no tengo control sobre eso.
— ¿Desde cuándo te sucede?
—Hace un par de días.

Ella hace una nueva pausa; está analizando, de seguro recurriendo a sus conocimientos generales para poder hacerse una idea más clara. Ella no es especialista en enfermedades de la mente, pero sabía lo suficiente como para poder interpretar determinados comportamientos.

— ¿Cómo sabes que esa voz que escuchas es algo que no puedes controlar?
—Porque la siento fuera de mi cuerpo, fuera de mi mente; y no sé lo que va a decir, me acosa…

Dejó de hablar; se puso nervioso, casi pudo palpar la tensión en las cuerdas vocales, al estar revelando más de lo necesario ¿o más de lo que quería? ¿Qué tenía que ocultar?

—Vicente, has estado sometido a estrés.
—No se trata de eso; no sé cómo explicarlo, pero hay algo extraño.
— ¿Hablaste con Iris de esto?
— ¡No! No puedo, es decir, no quiero preocuparla.
—Vicente, ella es tu esposa y te ama ¿Por qué no le vas a decir?

Era una muy buena pregunta con una respuesta que no conocía; no podría decir a ciencia cierta por qué no iba a comentarle a Iris de esta situación ¿Acaso tendría temor de lo que eso pudiera significar?

—Temo por ella.
—No entiendo a qué te refieres.

En el momento en que estaba escuchando aquel recuerdo de su propia voz, de esa forma tan ajena y extraña, él tampoco.

—Hace unos días golpeé a Iris.

Un silencio lo suficientemente extenso como para golpearlo en el momento en que, abstraído de la realidad, veía como un visitante los recuerdos de sus propias palabras.

—La golpeaste ¿la golpeaste?

Había una cierta nota de alarma en su voz; era algo que no se esperaba de ninguna manera, por lo que resultaba entendible que reaccionara de esa forma, que se sorprendiera por esa noticia. Pero seguía siendo contenida en su hablar.

—Estábamos… estábamos en la habitación, era un momento íntimo y… no sé por qué lo hice, pero al momento…estábamos jugueteando ¿entiendes? Y de pronto yo pensé que había dado una nalgada, pero en realidad le di un golpe, fue con fuerza, como si lo hubiera hecho a propósito.

Ella no dijo nada; estaba dejándolo expresarse ¿Qué expresión habría tenido en esos momentos?

—No sé por qué lo hice, sólo que resultó obviamente un desastre, Iris se enfadó y lo entiendo, lo que no puedo entender, lo que nunca supe en ese momento es por qué lo hice, quiero decir que esas no son costumbres mías, no es algo que me guste hacer, no me gusta la violencia de ninguna manera y…
— ¿Fuiste a una terapia o algo por el estilo?
—No.
— ¿Qué sucedió después?
—Hablamos mucho con Iris; las cosas se fueron arreglando de a poco, hasta que al cabo de unos días todo volvió a la normalidad.
— ¿Y desde cuándo que escuchas esta voz de la que me hablas?
—Desde hoy en la mañana.
—Dijiste que desde hace un par de días.
—No lo sé, es que…es como si hubiera pasado más tiempo.
— ¿Qué te dice?

¿Qué responder? ¿Decir la verdad, lo que estaba pasando por su mente?
"Soy la voz de tu conciencia"
Eso desbarataría la versión que estaba entregando de los hechos; necesitaba que se entendiera lo que estaba diciendo, no que pensara que estaba actuando como un niño que se enfrentaba a algo que no entendía.
Pero el silencio se mantuvo, y no escuchó nada más; de pronto volvió al presente, a estar arrodillado en el suelo con Nadia en sus brazos, y supo que no iba a seguir escuchando nada más ¿Qué había pasado? ¿Acaso ella siguió haciendo preguntas, y él se sintió amenazado? No estaba seguro de haber pensado en eso antes, pero al verlo desde esa perspectiva, sentía que en realidad podía haber una conexión ¿Y si la agresión a Iris tuviera que ver también con eso? Sintió un escalofrío al pensar en que, quien estaba en el suelo, podía ser en verdad su esposa, la mujer a la que más amaba en el mundo ¿Cómo si no, se explicaba eso? Pero lo que pasó en ese momento no tenía ese ingrediente, la voz actuó después, en específico esa misma jornada, casi terminando el turno de trabajo en su nueva empresa; algo no estaba bien, pero de ahí a cometer esa agresión, la distancia no sólo era mucha, sino que planteaba una serie de interrogantes. De verdad se sentía amenazado y vulnerable, pero no podía seguir en esa situación sin ocuparse de lo inmediato. Se puso de pie con Nadia en sus brazos.


2


“Al principio hubo silencio.
El silencio es parte de la vida y la creación, es el origen de todo. Se dice que en un principio no había nada, solo silencio; un silencio eterno e infinito, tan largo como el horizonte, tan lejano como la última estrella en el firmamento. Pero en el principio de todo no habían estrellas, porque todo no era más que un espacio vacío, de modo que el silencio era aún más grande, más inmenso e incomprensible.
¿Qué hay ahí afuera?
El silencio no es sólo la ausencia de ruido, también es la presencia de una terrible oscuridad. Oscuridad y miedo. Miedo, oscuridad y dolor, dolor por el miedo, miedo por la oscuridad, oscuridad por el silencio.
Cuando comenzó, cuando el silencio absoluto se convirtió en el silencio interior, y existió una forma de entender que lo que pasaba ahí, no era más que una parte de la vida, una parte muy pequeña. Pero dentro de ese sitio, seguía habiendo silencio.
Era tan enorme, tan pesado, que el miedo extendido se convirtió en todo, en el centro y borde de las cosas; el miedo se convirtió en un mando, algo difícil de controlar, imposible de derrotar sin armas, sin entendimiento y sin fuerzas. Sumergirse en el silencio lleno de miedo es lo que hace que la nada sea aún más fría.
En determinado momento comprendió que el silencio no era bueno si era absoluto, porque las cosas absolutas aplastan cualquier otra posibilidad, destruyendo alternativas; el silencio es parte de la vida, es algo natural, pero la ausencia de algo que reemplace al silencio también es parte de toda existencia
Poco a poco el tiempo pasaba, de forma inexorable, pero al mismo tiempo, era como si no estuviera sucediendo nada. Silencio y tiempo alrededor ¿Qué era el tiempo? ¿Cómo sabía que existía el tiempo si en ese sitio sólo había silencio? Las cosas debían explicarse de alguna forma, pero esta no existía, sólo el silencio, pero este también comenzó a tener una apariencia; algo que era posible definir. Ahí, en ese sitio, el silencio era todo, era la ausencia de algo más, la forma de entender que debía haber una oposición, pero que esta no tenía cabida porque el silencio selló todas las opciones; aquella cosa estaba en todas partes, pero no era todo.
¿Cómo se llama lo que se opone al silencio?
¿Qué es, de dónde viene?
El silencio era algo, que estaba ahí y al mismo tiempo estaba en otros sitios. Existían otros sitios, existían lugares donde todo no era sólo esa monotonía y simpleza, y existía también una forma de saberlo.
El silencio y el tiempo.
Comprendió que lo que estaba ocurriendo, ese mar de silencio y miedo, no era todo, que en realidad era una celda, dentro de la cual estaba, presa de un confinamiento injusto, pero por completo real. En otro sitio había sonido, luz, y vida, todas cosas de las que no tenía conocimiento en ese interior.
El Ser representaba la unidad única, irrepetible pero replicable.
El Ser está en el Lugar, que ocupa una parte del vacío, y crea la oposición al silencio, mientras transcurre el tiempo.
Sí, había silencio, pero no se trataba sólo de eso; comprender que el silencio no era absoluto, ni el miedo eterno, abrió una brecha en la antes impenetrable muralla. Pero esa brecha, por mínima que fuera, de todas formas era algo, y sirvió para comprender que, entre todo, había algo más; el miedo se volvió una sustancia más que un todo, y el silencio fue comprendido como un algo más que como un absoluto. El silencio comenzó a perder poder, cuando llegó el entendimiento de que había algo más, de que eso no era todo.
El tiempo es generoso, el silencio es calmo, la vida es buena.
Tiempo, silencio, vida, muerte, lugar y ser.
Y el ser comenzó a ser, a vivir dentro de un lugar, mientras tuviera tiempo, y entendió que la vida era un trozo de tiempo que le había sido otorgado, mientras la muerte esperaba su turno, de modo que comprendió que era necesario hacer algo para contrarrestar el silencio, que como un manto oscuro evitaba que cualquier otra cosa pudiese suceder.
Los oídos aprendieron a conocer los sonidos  y los ojos aprendieron a ver las cosas, y todo se unió en el ser, para que estuviera completo.
Tuvo ojos para ver, oídos para oír, y comprendió de forma plena que el silencio no era absoluto ni su poder total, supo que se trataba de algo pasajero, y que bajo su manto aumentaba el miedo, pero por el mismo motivo, se encontraba en la posibilidad de salir de ahí, y conocer el sonido, la voz y la luz.
Pero el silencio también podía ser un aliado, y lo entendió así; porque el silencio podía ser fuerte, y era paciente. Aprendió entonces a usar su informe poder en su beneficio, usando ese manto que nadie podía tocar, a través del ruido; estar dentro del silencio pasó de ser un manto de dolor y miedo, a ser la coraza de protección que mantenía el secreto y preparaba el camino para el futuro. El silencio, antes temido, se  convirtió en aliado.”


3


— ¿Cómo está?

Ambos estaban en la urgencia de la clínica Santa Beatriz, lugar en donde trabajaba Nadia y adonde Vicente la llevó después de encontrarla. Tan pronto como llegó al auto con ella, llamó por teléfono a Iris, le indicó de forma breve lo que había pasado, y emprendió viaje hacia el centro asistencial. Iris llegó casi junto con él, avisándole que había llamado a Sebastián para informarle.

—Vamos a tener que realizar una serie de exámenes para descartar posibilidades y saber lo que ocurrió.

El doctor los dejó en la sala de espera. Iris se veía angustiada por el estado de salud de su amiga.

— ¿Le contaste  a Sebastián?
—Sí, lo llamé mientras me estaba subiendo al auto; esto es terrible, me pregunto qué pudo haber pasado.

Todo se iba a saber una vez que Nadia despertara ¿Por qué simplemente no le decía a su esposa lo que estaba pasando, lo que había ocurrido?

—Entonces debe estar por llegar.
—Cuéntame cómo fue, qué fue lo que pasó.

Tendría sólo una oportunidad para decir lo que estaba sucediendo. Si se trataba de decir la verdad sobre algo, ningún otro momento era mejor que ese para tomar las riendas de la situación; perdería a Iris, de seguro iría a la cárcel o a una institución de salud, pero al menos tendría la verdad de su lado.

“Yo traté de ayudarte”

La voz no se había manifestado antes otra vez, desde que se levantara del suelo con el peso muerto del cuerpo inmóvil de Nadia; volvía a repetir lo mismo, sin que Vicnete supiera para qué lo estaba haciendo.

—Fue una sorpresa en realidad.

Tenía la oportunidad. Tenía que decidir sobre cómo iba a hacer las cosas, o tal vez simplemente aprovechar de callar hasta que estuvieran en una situación menos desventajosa, quizás un poco después en la casa, cuando nadie los pudiera escuchar ni interrumpir.

—Dijiste que estaba en ese parque.
—No sé qué pudo haber pasado —replicó en voz baja—, se me ocurrió que ella podría haber pasado por alguna parte, y pasé por algunas calles buscando algún letrero de atención las 24 horas, pero no lo encontré, así que me bajé y continué a pie, por si encontraba algo.
—Y en ese momento la viste.
—No exactamente. Me acerqué al parque porque creí que había algún mercado de atención todo el día, y cuando iba a cruzar hacia el otro extremo, la vi.

El rostro de Iris se contrajo en una expresión de angustia y temor, como si lo que estuviera escuchando fuera un riesgo latente incluso para ellos que estaban a buen resguardo en ese lugar, lejos de la noche y la calle.

—Qué horrible.
—No parece haber recibido ninguna herida, al menos eso es lo que vi.

Iris se puso de pie, con los brazos cruzados delante del cuerpo.

—Recuerdo de hace años, estaba en la escuela, que hubo un caso así, a un chico lo asaltaron en un parque ¿Recuerdas?

No, no lo recordaba, no estaba para recordar anécdotas de prensa.

—No, no lo recuerdo.
—A un chico lo asaltaron en el parque Virgen de Rosario, y o dejaron tirado entre unos matorrales; al día siguiente lo encontró la policía, pero esto fue en invierno, el muchacho quedó con secuelas ¿te das cuenta?

Sí, se daba cuenta, pero ella no podría saber jamás lo fuerte que resultaba para él saber que estaba a punto de ser parte de una noticia igual a esa. Lo que tendría que hacer era hablar con ella, decirle toda la verdad, o al menos la parte de ella que pudiera recordar.

“El reloj era la única prueba”

—Cariño, tienes que tranquilizarte.
—Lo sé, es sólo que es difícil ¿Cuándo vimos a Nadia la última vez? Hace un par de semanas, cuando vino a verte luego de que caíste.

De hecho, esa era la última vez oficial; ella le había recetado unos anti inflamatorios y una serie de exámenes, que no arrojaron ninguna anomalía. Algo estaba pasando en su cabeza desde entonces, y quizás se trataba de algo que no era posible identificar a través de un escáner.

“Sin el reloj no hay pruebas”

Había dejado el reloj a buen resguardo en la guantera del auto; de algún modo sintió una especie de repulsión al verlo, como si su cercanía fuera al mismo tiempo un talismán que lo alejara del mal y el señuelo que identificaba al culpable.

“No hay pruebas”

Las habría, en cuanto Nadia despertara y diera su versión a la policía. Vicente estaba pensando en que lo mejor sería decirle todo a Iris ese mismo día, más tarde. Le diría lo que sabía, incluso aquellos temores expresados que no recordaba, aquello de que creía que la voz en su cabeza y la agresión a Iris podían estar conectados. Le diría incluso que temía por su seguridad, aunque no sería necesario, las consecuencias sobre su amiga bastarían para confirmar esa teoría.

—Perdóname un momento, necesito mojarme la cara.
—Está bien, no te tardes, Sebastián de seguro va a querer hablar contigo.

Se metió al baño, que estaba a sólo unos cuantos metros de él, y quedó de pie mirándose al espejo. Había actuado con una inusitada frialdad al llevar a Nadia al hospital, indicando su nombre y llamando a Iris para explicarle la parte de la historia que concernía a ese momento. Incluso entonces, dentro del baño tan blanco y aséptico, se dijo que su frialdad había sido enorme, al no quebrarse en ningún momento, casi como si lo que hubiera pasado no tuviera como víctima a alguien que conocía, como si lo hecho a ella fuera acción de alguien más. Desde el momento en que hablara con Iris, toda su vida estaría destrozada; las posibilidades de ocultar eso eran virtualmente nulas.

“No tienes que decirlo”

Se mojó la cara mientras intentaba mantener la calma.

—Basta, no necesito escucharte.

“Necesitas escuchar, porque no escuchas”

—Una amiga mía está internada, ni siquiera sé lo que tiene o lo que hice a ciencia cierta, por supuesto que no necesito escucharte.

“Yo puedo ayudarte si me dejas”

—Nadie me puede ayudar.

“Yo puedo”

—No, no puedes, sólo eres producto de mi imaginación. De mi imaginación enferma, que golpeo a una persona sin saberlo, que la pude haber matado o dejado morir.

“Hay algo en ti que es violento”

—No puedo creer que esto esté pasando.

De alguna forma era como si no comprendiera del todo la extensión de lo que había pasado. Pero la voz seguía ahí.

“Puedo ayudarte”

—No hay forma de ayudarme.

“Yo puedo”

Nadia hospitalizada, y él ahí, a minutos de que llegara su esposo, el hombre al que conocía, un amigo de años, a quien miraría a la cara sin decirle la verdad ¿O para decirla de una vez por todas? Quizás lo más conveniente sería decir la verdad de golpe, sin pensarlo tanto, sólo siendo sincero podría sacarse eso de encima y estar en paz al respecto; Sebastián le daría una golpiza, llegaría la policía, Iris lo miraría con terror, pero al menos Benjamín no estaría cerca de esa tragedia.

“Puedo ayudarte”

—No hay forma de ayudarme. Todo se va a terminar.

“No hay ninguna prueba”

—Por supuesto que hay una prueba —repicó con hastío—, Nadia les dirá lo que le hice de todas maneras, esa es una prueba con la que nadie puede competir.

“No hay ninguna prueba”

—Sí, si la hay, maldición.

Cerró el grifo, y se quedó mirándose en el espejo; daba la sensación de recién estar conociendo en detalle lo que estaba pasando, recién entendiendo la real dimensión de todo eso.

“No hay pruebas”

— ¿Por qué dices eso, por qué no me dejas en paz?

“Trato de ayudarte, sólo deja que lo haga”

—No me puedes ayudar.

“Sólo deja que lo haga”

—Todo se va a saber en cualquier momento.

“Nadie lo sabrá jamás”

Cerró los ojos, pidiendo dentro de sí que la voz dejara de hablar de esa manera, que dejara de hacerse presente. Resultaba largo y extenuante estar escuchándola, porque a cada palabra la decía que en realidad, el miedo del que le habló a Nadia, no era más que un hecho, mucho más concreto que estar hablando con alguien más como si pretendiera que no lo hacía.

“Nadie lo sabrá jamás”

—Basta, basta, no quiero seguir escuchando.

“Debes escuchar. No hay pruebas”

—Maldita sea, eso ya lo dijiste, pero las habrá.

“Si no hablas, nadie sabrá lo que pasó”

— ¿Por qué?

“Porque ella no recordará nada”

¿Cómo podía saber eso? Tenía que hablar con Iris, tenía que dejar de tener miedo por lo que iba a pasar de todos modos, y enfrentar la situación como un hombre maduro, usando lo que le quedaba de cordura en esos momentos. Tenía que salir de ahí y decir lo que había pasado, sin importar las consecuencias.

—No puedes saber eso.

“Ella no va a recordar nada. Y si tú no hablas, nadie lo sabrá. Será tu secreto”

¿Qué clase de secreto serpia ese? No podía concebir la idea de estar en silencio al respecto, ignorando lo sucedido como si de verdad se tratara de algo que no tuviera que ver con él; comenzaba a sentir la punzada de culpa y remordimiento por sus acciones, por no ser capaz de reconocer desde un principio que las cosas estaban fuera de control. Cuando agredió a Iris, él mismo sugirió ir a un terapeuta, pero al final no hizo nada porque las cosas no se complicaron, y se obligó a  sí mismo a creer en que sólo se trataba de una pésima etapa, pero nada más.

“Nadie sabrá”

—Eso no puedes saberlo.

La negativa iba perdiendo fuerza; sí, existía una posibilidad de que ella no recordara nada, se comentaba de muchos casos clínicos similares ¿Por qué no iba a pasar en ese también? No, serpia dejar demasiado a la duda, y aunque las cosas tomaran ese rumbo ¿Quién aseguraba que no volviera a pasar?

“Puedo ayudarte”

—Me gustaría que te callaras. ¿Cómo vas a ayudarme?

“He tratado de ayudarte, pero no escuchas”

— ¿De qué manera me puedes ayudar?

“Sólo tienes que dejarme hacerlo. Deja de negar que me escuchas, y deja que te ayude. Hay algo violento en ti, pero puedes controlarlo, con mi ayuda”

Estaba en el baño de una clínica, mientras una amiga agredida por él estaba en tratamiento y su esposo estaba a punto de llegar; estaba junto a su esposa sin haberle dicho lo que sabía que ocurrió, y aun así, algo se interponía entre la cordura y el presente, algo seguía sin tener total sentido, y era que él estuviera pensando en esas cosas con la distancia suficiente como para pensar en alternativas.

“Nadie lo sabrá”

—No quiero herir a nadie.

“No lo harás”

— ¿Con tu ayuda?

“Con mi ayuda”

— ¿Qué tengo que hacer?

“Aceptar que soy la voz de tu conciencia”

—Acepto que eres la voz de mi conciencia.

“No quiere herir a nadie”

—No quiero herir a nadie.

“No quieres hacer daño”

—No quiero hacer daño.

“Quieres que te ayude a controlar esa parte violenta que hay en ti”

—Quiero que me ayudes a controlar esta parte violenta. No quiero herir a las personas que amo.

“Nadie lo sabrá”

—Nadie lo sabrá.

“Te ayudaré”

—Me ayudarás.

“Soy tu conciencia”

—Eres mi conciencia.

“Soy quien te escucha, quien te ve y quien sabe lo que es lo mejor para ti. Puedo ayudarte, si me dejas”

—Ayúdame. Ayúdame a no ser quien no soy.

“Así será”




Fin de libro 1

No vayas a casa Capítulo 14: Una mano sobre tu hombro




"Vicente"

Se trataba de un recuerdo muy vívido; Vicente estaba en su oficina, solo, sentado ante su escritorio, con la pantalla con el fondo animado de la empresa, que todavía no cambiaba por uno personalizado. Había sido un largo día, aunque satisfactorio.

"Vicente"

Tuvo un ligero sobresalto; esa voz estaba sonando con demasiada claridad, demasiada fuerza como para ser una simple voz almacenada en su mente. Se puso de pie, notando recién en ese momento el cansancio en las articulaciones; al fin que en toda la jornada sólo fue a almorzar, ni siquiera tuvo que salir a la bodega, ya que no fue necesario. Se estiró, pensando en que además de buscar un sitio alternativo para almorzar, también sería bueno localizar una buena cafetería a la que ir a despejarse durante un par de minutos.

"Sé que me oyes"

Volvió a sentarse; varios habían mencionado su nombre, pero nadie le había dicho algo como eso. Cerró los ojos un momento, masajeando las sienes con las yemas de los dedos, repitiéndose que eso no estaba sucediendo en realidad; las cosas no eran así, él en realidad...

"Sé que me oyes"

El sobresalto esta vez fue más genuino que la anterior; desplazó la mirada hacia la pantalla del ordenador, y verificó que estuviera apagado el reproductor de sonido, y de inmediato en el navegador que no existiera alguna pestaña abierta con música o algo parecido, pero sólo tenía trabajo y más trabajo. Seguramente eso era parte del estrés y no lo percibía como en otras ocasiones.

"No es estrés, sé que puedes oírme"

Se quedó muy quieto, mirando fijo la pantalla. No, no podía estar escuchando una voz estando solo en ese sitio ¿No sería alguien jugando una especie de broma?

"No"

Pero de las personas que conocía de su anterior empleo, y que estaban ahí, ninguna era de confianza: sabía quiénes eran, conocía sus nombres y en qué área estaban, pero nada más.

"No"

Miró de forma involuntaria en todas direcciones, a la puerta enfrente de él, a la puerta número cuatro que además tenía la placa con su nombre. Desde la posición en la que él estaba, en la esquina izquierda al frente estaba la mesa alta que dispuso con dos sillas, en donde una pirámide de cristal en tres dimensiones quebraba la formalidad de la oficina: ese espacio estaba reservado para alguna reunión más informal, o un cliente al que te conociera por anticipado y le invitara un café; a la derecha estaba la máquina expendedora de agua con su silencioso burbujeo, el pequeño mueble a un lado, y más atrás el mueble de acrílico azul donde reposaban una serie de muestras de los diversos materiales que vendía Seri—prod. A la derecha de su escritorio estaba el archivador de documentos, a la izquierda la estación de impresión, tan vistosa como pequeña a la vez, un modelo del año pasado, que no medía más de ochenta por noventa, amén del mueble incluido por la marca, que era un ligero pero inteligente armatoste con espacios para depositar en ellos los documentos copiados con total tranquilidad.
Estaba solo.

—No, no estoy escuchando esto, tengo que tomar un café para dejar de pensar tonterías.

"No son tonterías. Soy la voz de tu conciencia"

Estuvo a punto de soltar una risa al oír eso, pero se contuvo al instante ¿Qué clase de chiste podía ser ese? Sergio no parecía la clase de persona que gasta complejas bromas a sus trabajadores, o al menos la versión más actual de él no lo hacía ¿Quién podría entonces?

"Soy tu conciencia"

La voz de la conciencia. Frunció el ceño ante esa aseveración, como si de alguna forma pudiese ser cierto. Se decía que la conciencia era la voz interior, que te decía lo que era correcto y lo que no, estableciendo límites morales para las acciones de todas las personas.
Pero la conciencia no tenía una voz, se trataba de una expresión popular.

"Soy la voz de tu conciencia"

Basta, de dijo. Esto no está pasando, sólo estoy muy cansado, ha sido un largo día.

"Necesitas descansar un poco"

—Basta.

Al ponerse de pie, puso las manos sobre la cubierta del escritorio, mirando fijo al frente de la misma manera en que lo haría con alguien que estuviera molestándolo en esa oficina. Salvo que allí no había nadie más.

"Deberías salir un momento y tomar algo de aire"

—No, no es eso, yo...

Pero sí era lo que necesitaba, estaba pensando en eso justo un momento antes. No, era ridículo estar escuchando una voz que no provenía de ninguna parte, se trataba de una especie de alucinación causada por el cansancio y el estrés; sabía que un cambio brusco en la vida de una persona, como uno laboral, provocaba tensiones internas, e incluso podía cambiar el ánimo de alguien sometido a esa situación. Las cosas estaban mucho mejor que antes, su matrimonio era fuerte de nuevo, Benjamín estaba bien, Iris tenía más y más planes acerca de su nuevo empleo y él mismo se sentía contento con lo que estaba sucediendo, no había motivo para estar angustiado, aunque quizás sí un poco agotado. Además, de trataba del primer día.

"No me ignores Vicente"

Desplazó con lentitud la vista entre una esquina y otra de la oficina, como si de alguna forma ese barrido visual pudiese aclarar las dudas que comentas comenzaban a agolparse en su cabeza. Pero era la misma oficina que hace un instante atrás.

—Esto es solo cansancio. Estoy hablando conmigo mismo.

"Soy la voz de tu conciencia"

—La conciencia no habla.

"La mayoría del tiempo la gente no escucha a su conciencia, pero siempre habla"

Caminó hacia la esquina en donde estaba la máquina dispensadora de agua, sorprendiéndose de encontrarse más cansado de lo que esperaba; un tipo de agotamiento físico que hacía más lento cada movimiento. Mientras lo hacía, pensó en algo sin importancia, como la dirección de la empresa: la voz figurada en su mente era la misma que escuchaba salir de sus cuerdas vocales al hablar, pero la voz que estaba hablándole no era igual. No podía determinar un tono, o decir si se trataba de una entonación ruda, violenta o amenazante, ni siquiera si era ronca o suave; y sin embargo, tenía plena claridad de que no era la misma ¿Cómo identificarla? No era algo que pudiera describir, y al mismo tiempo sabía que no era su misma voz, que nunca antes la había escuchado de labios de ninguna persona, tan real y a la vez tan imposible de explicar.

— ¿Por qué haces esto?

"No he hecho nada"

No, en realidad no había hecho nada. Pero seguía sin ser normal que estuviera hablando solo ¿o estaba hablando con alguien más?

—Esto es ridículo.

"La mayoría del tiempo, la gente no escucha la gente no escucha la voz de su conciencia"

—Eso es porque la conciencia no habla.

"La conciencia siempre habla ¿Nunca has escuchado esa voz interior que te advierte de algo?"

Claro que sí; incluso era un dicho, o una expresión popular, hacer referencia a esa "vocecilla" que actuaba en momentos complejos. El Grillo que te hablaba en el oído, justo cuando estabas a punto de hacer algo fuera de la ley o de tus propios preceptos morales. "Escucha la voz de tu conciencia, y sabrás qué hacer" era una expresión común, hasta la decían en las películas, como una forma de explicar que la razón y el entendimiento venían del interior de cada uno. Pero entre eso y escuchar una voz de forma tan patente, existía distancia.

—Esto no es agradable, no sé por qué estoy hablando... así...

Estuvo a punto de decir "contigo" pero se detuvo a tiempo; sin embargo, si no estaba hablando solo ¿cómo definir lo que pasaba en ese preciso momento?

"No estás hablando solo"

Tuvo otro sobresalto; la voz no sólo estaba respondiendo lo que decía en voz alta, acababa de contestar algo oculto en sus pensamientos.

—Basta, esto no es normal.

"Es muy normal; soy la voz de tu conciencia, yo sé lo que piensas"

Se suponía que la conciencia era en realidad la voz del mismo sujeto siendo correcto, por lo que actuaba en momentos en que la persona estaba a punto de hacer algo que, de seguro, podría traer malas consecuencias.

"En ocasiones no me escuchas"

¿Y cuando sí? Se dio cuenta de que llevaba varios segundos con el vaso blanco con agua en la mano izquierda, sin moverse ni hacer nada, incluso sin percibir la frialdad del líquido que debería ser refrescante. Levantó el brazo y se acercó el borde a la boca, notando recién en ese momento que tenía los labios secos, como si hubiese estado respirando de forma agitada; no supo si era así o no.

— ¿Me has aconsejado?

"Por supuesto, para eso existo"

En ese caso dame una prueba, estuvo a punto de decir, pero otra vez de contuvo; dejó el vaso en el recipiente para descartables y miró hacia el escritorio, que por un momento le pareció estar muy lejos de él, como si la caminata de tan sólo un par de pasos a la máquina hiciese puesto entre ambos puntos una distancia incomprensible.

"Hay veces en que no escuchas lo que intento decirte"

— ¿Cómo cuáles?

Se escuchó decir, sin querer decirlo; sin embargo no dijo más, quedando a la espera de algo, queriendo y a la vez no, saber lo que iba a escuchar.

"En ocasiones me escuchas, y ganas"

Esa forma de hablar, era a la vez neutra, y tenía una entonación, aunque no pudiera definirla ni explicarla; era algo que estaba comprendiendo dentro de su cabeza como un hecho experimentado, no un aprendizaje.

— ¿A qué te refieres?

"Te di el consejo"

—  ¿Cuál?

"Que miraras en la pantalla de él. Que averiguaras.

Recordaba ese momento a la perfección; estaba en la oficina de Sergio, hablando con él de asuntos de trabajo en la otra empresa, cuando una llamada urgente exigió que el otro saliera por un momento para contestar sin ser oído. Se quedó solo en ja oficina sin nada que hacer, hasta que se le ocurrió mirar en la pantalla del ordenador, sólo para curiosear y ver algo que las buenas costumbres indicaban que no era correcto hacer.
Algo que él no habría hecho por iniciativa en otro contexto, en ningún contexto.

—Tú...

"Te aconsejé que miraras"

Él no habría hecho algo como eso. No era particularmente curioso, pero además de eso, le parecía incorrecto estar husmeando en la propiedad ajena. Se preguntó qué instinto o pensamiento infantil lo llevó a eso.

—Yo no habría hecho eso. No pretendía hacerlo.

"Pero tenías que hacerlo"

 — ¿Por qué?

"La conciencia no sólo es la voz que te habla, también es, en cierta forma, el oído que escucha"

Dejó de oírla, y por un instante no supo qué pensar o sentir; sin embargo, no tuvo tiempo para decidir qué era lo que sentía, porque otra vez escuchó la voz insustancial, en ninguna parte y al mismo tiempo junto a él.

"A veces, hay cosas que se dicen cerca de ti, pero tú no has escuchas. Yo sí"

No tenía intención de ver lo que pasaba en ese ordenador, y sin embargo lo hizo; se dijo a sí mismo que se debía a un instinto infantil, guiado por el aburrimiento, pero nada más.

— ¿De qué hablas?

"Si hubieras prestado más atención a lo que hablaban a tu alrededor, lo sabrías. Yo escuché que ellos hablaban, no muy lejos de ti. Yo sabía que te iban a traicionar"

La voz calló, mientras su mente viajaba a toda velocidad hacia los acontecimientos pasados ¿existía realmente la posibilidad de que Joaquín hubiese estado hablando con Sergio dentro de la Tech—live? No, él no tomaría ese riesgo, si hizo todo lo posible por ocultar sus intenciones, no haría tal cosa; pero por otra parte, Sergio sí estaba haciendo muchas cosas el respecto, prueba de ello fue esa misma situación.

"Yo te aconsejé que miraras, que investigaras"

Consejos. ¿Qué clase de consejos puede dar una voz que se supone no existe, quien puede tener más razón que la propia razón?
Sintió que respiraba con una cierta dificultad.

—Tú...

"Tenías que abrir los ojos, escuchar, ver y comprender. Yo te ayudé a que lo hicieras"

Desde un principio se había dicho que, de no ser por ese providencial accidente, no se habría enterado de todo ese asunto hasta que estallara delante de él; en cierto modo agradecía esa oportunidad, y al ver los resultados posteriores, de sentía contento, iniciando una nueva etapa en su vida. Todo se lo debía a esa extraña e inexplicable actitud.

— ¿Me ayudaste?

"En ese momento, hiciste caso de mis palabras, y gracias a eso es que ahora las cosas han cambiado"

La posibilidad de que un agente externo influyera en sus acciones resultaba chocante, pero si mismo tiempo...¿era en realidad un agente externo? ¿cómo referirse a algo que en teoría estaba en el interior de su ser, pero que al mismo tiempo actuaba como si no dependiera de él?

—Entonces tú me aconsejaste mirar en el ordenador.

"Sí"

Pero en ese momento, no había escuchado una voz; no se trató de algo específico, pero sí ocurrió algo. Lo que se dijo en su interior ¿qué era? Pensó en mirar la pantalla del ordenador que estaba en el punto opuesto a él, y al mismo tiempo se dijo que eso era ridículo, que no era su costumbre meterse en los asuntos de los demás; pero de todas maneras lo hizo.

—Tú sabías que estaba sucediendo algo, lo escuchaste.

"Escucho más allá de ti, cuando se trata de ti"

—Ese asunto no se trataba de mí si no estaba incluido.

Pero se reconoció mintiéndose a sí mismo; sí era su asunto, sí le importaba, le importaba lo suficiente como para ir hasta la oficina, a hurtadillas...

—Tú... ¿Qué más me has dicho?

"Te he dicho muchas cosas. Pero no siempre prestas atención"

— ¿Qué cosas?

"Te aconsejé que averiguaras la verdad"

— ¿Tú me aconsejaste que fuera hasta la oficina de Sergio en un horario no apropiado, para investigar acerca de él?

Silencio; seguía ahí, de pie junto a la máquina expendedora, aguardando nada, escuchando sin saber a ciencia cierta si quería seguir escuchando o no, y a la vez presa de una fascinación inexplicable.

"Sí"

Escuchar eso hizo que las cosas tomaran un cariz distinto; entonces todo estaba conectado, no era un accidente que estuviera en esa oficina, teniendo aquellos pensamientos, no era coincidencia que luego no pudiera dejar de pensar en ese asunto, al punto que se hizo necesario saber más, abrir las puertas que entre abrió poco antes, y terminar con esa incógnita que no lo dejaba en paz. ¿y qué hay de la impulsiva llamada a Sergio, de la idea repentina aunque no por eso menos efectiva, de hacer la propuesta arriesgada?

"Yo te aconsejé"

Cerró los ojos tan solo una milésima de segundo, y los entre abrió, encontrando otra vez la misma oficina, pero sintiendo casi como si la voz proviniera de alguien que estuviera junto a él, una presencia física innegable aunque invisible, una respiración caso imperceptible que daba paso a una voz clara, medida, suave, indefinible en toda su extensión y a la vez imposible de explicar.

—Tú causaste todo eso.

"No he causado nada. No puedo. Te ayudé a ver y oír, para que no estuvieras en la oscuridad"

— ¿Por qué?

"Porque la oscuridad es mala, causa dolor, pérdida y abandono"

—No puedes saber eso; se supone que eres tan solo...

"Soy la voz de tu conciencia, sé muchas cosas que has sentido"

Pero no debería. O, tal vez ¿por qué no? Después de todo, lo que sucedió tuvo un término más que satisfactorio para él, podía disponer mucho mejor de su tiempo, Iris podía comenzar a poner en práctica su iniciativa personal, lo que mejoraría la vida de ambos, y desde luego la de Benjamín.

— ¿En qué más me has ayudado?

"No siempre escuchas"

Sintió que un escalofrío comenzaba a formarse por el centro de la espalda; el golpe a Iris, aquella situación que...

"Quería que escucharas, que entendieras cómo acercarte a ella, pero no atendiste, y la golpeaste"

El escalofrío recorrió su espina dorsal como un rayo; la voz otra vez respondía algo antes de que él pudiera formular una pregunta pero ¿era de verdad necesario hacerlo?

—Yo no quería hacer eso.

"Quería que no lo hicieras"

—No, no es cierto —masculló en voz baja—, yo no quería hacerlo ¿me obligaste a hacerlo?

"La conciencia no puede obligarte a hacer algo. Yo sólo te hablo"

— ¿ Entonces por qué hice eso? Yo no quería golpearla.

"Querías hacer algo distinto, lo entiendo, pero no era lo correcto"

No, claro que no lo era.

—Vicente.

La voz lo hizo dar un salto esta vez; la puerta de la oficina de había abierto, asomándose Daniel, un hombre de no más de veinticinco que hacía aseo y diversas labores en la empresa. Lo quedó mirando con una expresión entre confundida y asombrada.

—Disculpe, pensé que no había nadie.

Se trataba de un hombre amable, con quien ya había cruzado un par de palabras; Vicente tardó lo que le pareció un tiempo muy largo en reaccionar, saliendo del estado en el que estaba antes para regresar a las tareas comunes y corrientes. Tragó saliva.

— ¿Por qué no iba a haber nadie?

Sonó cortante y frío, algo que el otro hombre percibió, aunque hizo un esfuerzo por ocultarlo; frunció levemente el ceño, pero si voz siguió siendo atenta.

—Creí que usted se retiraba a las seis.

No continuó, un poco a la expectativa; estaba parado justo en el umbral de la puerta, con esta tras sí y la mano derecha sobre el pomo, en descanso pero atento ¿tan duro se escuchó el hablar?

—Sí, trabajo hasta las seis.

Aún sonó cortante, pero menos que la primera vez; Daniel asintió dándole la razón, aunque en realidad no había necesidad de ello.

—Por eso pensé que no estaba, como ahora dan las seis treinta.

Lo dijo con voz y expresión calculadas para no tener ninguna inflexión; Vicente desvió la mirada hacia el reloj de pared que estaba en la esquina opuesta, tras la mesa alta: seis treinta y tres minutos. No era en tarde, estaba...
¿Cuánto tiempo había pasado? Estuvo mirando el reloj durante varios segundos, como si a través de la insistencia pudiera desmentir un hecho que estaba siendo evidente en ese preciso instante. Un reloj en una pared tenía más clara la hora que él.

—Sí, lo que ocurre es que yo...

No supo qué decir; faltaba poco para terminar la jornada, pero no eran aún las seis, mucho menos pasado el tiempo necesario para que fueran las seis treinta ¿cómo había pasado eso? Daniel pareció captar su sorpresa porque hizo ademán de salir.

—Disculpe, lo dejo solo.
—No, espera... —¿qué iba a decirle?— Lo lamento, no quise ser descortés, es sólo que estoy muy cansado.

Por primera vez su voz sonó natural, como él de verdad hablaba con cualquier persona; el otro hombre le dedicó una mirada de comprensión.

—Tal vez debería ir a casa a descansar.
—Sí, es cierto, eso es lo que voy a hacer. Gracias.
—Por nada.

El hombre salió, cerrando la puerta tras sí; Vicente caminó hacia el escritorio y se sentó pesadamente mirando la pantalla en reposo, donde una nave al estilo de las películas de ficción antiguas deambulaba por un espacio pintado de diminutas y brillantes estrellas; pasó mucho más tiempo del que creía ¿estaría durmiendo en realidad? No escuchó nada, otra vez estaba solo en la oficina, sin pensamientos confusos ni una voz inexplicable que respondiera preguntas que él aún no formulaba. Nada.

2

El viaje de regreso a casa había tenido un extraño sabor; desde hacía tiempo que no era necesario estar prestando tanta atención a todo lo que sucediera en las calles, y es que por supuesto, todo era nuevo en un trayecto que difería bastante del anterior y que utilizó durante años. Tendría que estar al pendiente de las intersecciones en donde podía formarse congestión, además de calcular con precisión los tiempos para no retrasarse; una vez en casa, después de saludar a Iris, fue directo a la ducha, sintiendo que necesitaba refrescarse y olvidar todo lo que había pasado durante la última parte de la jornada.
No sabía qué hacer ¿cómo explicarse ese extraño suceso? Él no sentía que fuese un sueño, parecía tan real…

“Es real”

Su vista se despegó del espejo de medio cuerpo y, casi de forma instintiva, lo hizo mirar en todas direcciones. Solo estaba él, con la camisa en las manos, al interior del espacioso cuarto de baño.

“No tengas miedo”

No era posible. No podía estar soñando de nuevo.

—Esto no está pasando.

“Sí, está pasando, soy la voz que te acompaña a cualquier parte”

Miró hacia la puerta, en ese momento cerrada, súbitamente angustiado ante la posibilidad de que Iris entrara y lo viera hablando solo. Pero no se sentían sus pasos ni su voz, y probablemente siguiera con Benjamín en la sala.

“Estás cansado”

Su respiración volvía a ser agitada, como si dentro del lugar el aire comenzara a disminuir y obligarlo a hacer un esfuerzo por mantener el ritmo normal; en el espejo, la púnica figura que se veía, era la suya.

—Esto no es agradable, me siento perseguido.

“No tienes motivo para eso. Sólo tienes que aceptar que soy la voz de tu conciencia, el motivo por el que te sientes nervioso es porque te niegas a ver y a oír.

— ¿Tienes algo que ver con lo que pasó con Iris?

Esa pregunta salió sin pensarlo. Desde el extraño hecho acaecido en la tarde, no dejaba de tener esa pregunta en mente ¿Acaso era una forma de explicar un comportamiento que, de otro modo, resultaba por  completo fuera de toda lógica?

“Intenté hacer que entendieras, pero no escuchabas; tenías que ser tierno y sumiso con ella, no atacarla”

—Claro que no tenía que atacarla.


Su voz salió mucho más fuerte de lo que esperaba, y esto lo hizo quedarse congelado; un instante después, la voz de Iris se escuchó desde el primer piso.

— ¿Ocurre algo?
—Nada cariño, no es nada.

Iris no respondió, lo que significaba que le había creído esa respuesta. Pero vaya sí que estaba pasando algo. Arrojó la camisa al cesto de la ropa que había en una esquina y se apoyó en el borde del lavamanos, mirando fijamente su imagen reflejada en el espejo.

—Esto no está pasando, estoy escuchando cosas.

“No estás escuchando cosas, sólo escuchas mi voz”

—Es que es eso lo que no puede suceder —dijo conteniendo una nueva exclamación—, debo parecer un loco hablando con mi reflejo mientras escucho una voz imaginaria que me dice cosas que no puedo comprender.

“Puedes entender, si te calmas y escuchas”

— ¿Escuchar qué?

Al instante se arrepintió de haber hecho esa pregunta. Esquizofrenia. Sintió otra vez, igual que en la oficina, ese escalofrío justo en el medio de la espina dorsal, una especie de corriente eléctrica que hizo que contrajera todos los músculos del cuerpo ¿No eran los esquizofrénicos los que escuchaban voces?

“No estás escuchando voces, solo es la voz de tu conciencia”

—Que no pueda controlarlo hace que parezca peor.

Soltó una risa nerviosa, que por suerte alcanzó a callar antes de que fuera a un volumen más alto; por algún motivo que no lograba identificar con total claridad, la posibilidad de que una voz interior actuara fuera de su propio control resultaba muy atemorizante.

“No has perdido el control de ti mismo”

—Deja de hacer eso maldita sea.

Se llevó las manos a la cabeza, respirando con dificultad mientras cerraba los ojos y se obligaba a pensar con claridad. Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando.

—Esto no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, esto no está pasando…

Mientras estaba en esa posición, enfrentado al espejo del cuarto de baño, encogido en sí mismo mientras se esforzaba por recuperar el ritmo normal de respiración, sintió un nuevo peligro amenazando su presente ¿Y si al abrir los ojos veía algo inexistente en el espejo? ¿Qué podía suceder si eso, que de forma cierta estaba pasando a su alrededor, de alguna manera lograda trascender de lo que escuchaba a algo que podía ver? No, no era así, él realmente no tenía la seguridad, se trataba de una especie de ilusión, algo que pasaba en su cabeza pero nada más; levantó la cabeza hacia el espejo y abrió los ojos: no había nada distinto a lo que un segundo antes.


3


—Entonces me dijo que eso no era posible, después de que cinco minutos antes dijo que sí.

Vicente asintió, medio presente y medio en otra parte; otra vez las cosas estaban como siempre,  y tras la ducha se sentía cómo y relajado mientras tomaban una once ligera; Benjamín estaba ensimismado comiendo, algo que le pasaba de vez en cuando. A menudo estos procesos lo llevaban a alguna reflexión importante acerca de los temas más variados; Iris estaba hablándole de un asunto de trabajo, específicamente sobre un cliente que cada dos por tres cambiaba de opinión. Ella casi siempre lograba manipularlo para que las cosas se hicieran de la mejor manera posible, pero siempre era un problema estar lidiando con su carácter.


—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante la sorprendida mirada de Iris. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

“No lo hagas Vicente”

Se vio a sí mismo abriendo más los ojos, aunque conteniendo la intención de mirar en todas direcciones; sin embargo, supo que se había puesto tenso y que eso se notaría.

— ¿Vas a salir papá?

Miró a ambos de hito en hito, durante más tiempo del necesario para responder a una pregunta tan sencilla. Al final no contestó y se alejó de la mesa de la cocina.

—Vuelvo en muy poco tiempo.

Salió de la cocina, mientras escuchaba que Iris le decía algo a Benjamín, aunque él no pudo entenderlo. Mientras llegaba a la sala, ella lo alcanzó.

—Vicente.

Volteó y la miró a los ojos; la expresión de ella en esos momentos era indescifrable.

—Vuelvo en un rato.
—Vicente, son casi las nueve treinta de la noche ¿Adónde vas?
—Te digo después ¿De acuerdo?

Iba a continuar caminando, pero ella se interpuso en su camino antes que superara el sofá.

—Mejor dime ahora. De repente te pusiste muy extraño ¿Qué es lo que ocurre?

“No lo hagas”

—No está pasando nada ¿Qué podría pasar?

Iris frunció el ceño; su mirada no escondió la sorpresa, pero al mismo tiempo había algo de alarma en ella ¿Había dicho algo inapropiado?


—Tal vez podrías decírmelo tú ¿Por qué estás así?

¿Así cómo? Estuvo a punto de hacer la pregunta, pero de inmediato se dijo que eso no sería lo correcto, que él tendría que saber si estaba de un ánimo o de otro; pero no estaba nervioso, estaba distinto, o mejor dicho estaba como siempre, sólo necesitaba hacer algo.

“No lo hagas”

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva para ella; no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

“Vicente, no debes hacerlo”

—Escucha, es sólo que me siento un poco estresado, el día no fue tan bueno en realidad, tuve mucha carga de trabajo.

Lo cual contradecía todo lo que él mismo le había dicho al momento de llegar cuando ella le preguntó por su primer día en el nuevo empleo; Iris estaba pensando lo mismo, de ahí que su expresión no cambió un ápice.

—Eso no fue lo que me dijiste antes.
—Lo sé, es que estoy emocionado, supongo que la emoción me ganó —estaba hablando muy rápido, tenía que contenerse—, todo está bien con el trabajo, nada más algo de cansancio, fue un día largo, incluso no me di cuenta de la hora que era y salí más tarde; saldré un rato, volveré en seguida, en serio.

Algo se le escapaba de la expresión de Iris, pero en ese momento lo que más necesitaba era salir; ella cedió, apartándose del camino pero sin dejar de mirarlo.

—No te tardes.
—No, claro que no.

Esbozó una sonrisa torpe y fue hacia la puerta, tomando las llaves con un gesto poco controlado; mientras iba hacia el costado de la casa para sacar el auto, miró a un lado y otro, casi esperando que alguien lo esperara a la salida.

“No lo hagas Vicente”

Se sintió un poco más seguro dentro del auto, con el cinturón de seguridad puesto y los vidrios alzados. Pero se tardó un instante más en poner en marcha el vehículo.



3


La voz de Iris lo despertó, aunque no fue de una forma violenta; sintió, aún entre sueños, que el tono de ella no era el de siempre, sino que estaba impregnado de una tensión que era evidente. Después de la caminata nocturna, llegó relajado y con la mente despejada, por lo que al acostarse se sumió en un sueño profundo y que esperaba fuera reparador. Se incorporó en la cama y vio a Iris sentada al borde, muy tiesa, hablando por teléfono.

—Sí, entiendo.

Ella estaba escuchando a alguien del otro lado de la línea, pero se percató de que él estaba despierto y lo miró con semblante preocupado ¿Qué podía estar pasando?

—Comprendo; Sebastián, hasta este momento no hemos sabido nada. Los é, vamos a estar al pendiente ¿De acuerdo? Por favor llámame tan pronto sepas algo.

Eran las seis de la mañana, poco antes de la hora en que tenían que levantarse; Iris colgó y dejó el teléfono en el pedestal cristalino del velador, y volteó hacia él con la misma expresión de preocupación en el rostro.

— ¿Qué pasa?
—Al parecer Nadia desapareció.

¿Desaparecer? Vicente frunció el ceño, sin comprender.

— ¿A qué te refieres con desaparecer? ¿Pelearon?

Iris negó con la cabeza.

—No, Sebastián dice que todo estaba como de costumbre, además sabes que ellos dos nunca pelean; anoche él salió a comprar algo, y cuando volvió, Nadia no estaba, salió como si hubiese ido a la tienda de la esquina, pero sin el móvil ni nada. Sebastián no ha sabido nada de ella hasta ahora, llamó a todo el mundo y nadie ha tenido noticias suyas.

“¿Qué hiciste Vicente?”

Apretó los puños, pero afortunadamente, su expresión tensa pasó desapercibida.

—Es muy extraño pero ¿No habrá ido a atender a algún paciente? A lo mejor se trataba de una emergencia.
— ¿Hace más de diez horas? —replicó ella con escepticismo— De cualquier manera, él pensó lo mismo, pero su maletín está en la casa al igual que el móvil, y está preocupado, dice que por lo que vio de su ropa, salió con la tenida que estaba en casa ¿Qué puede haber pasado?

“Vicente, no debiste hacerlo”

Estaba volviendo a suceder. Pero era un muy mal momento, necesitaba poner algo de distancia antes que terminara diciendo algo que no debía; se puso de pie con actitud resuelta.

— ¿Te dijo algo más, lo notaste muy…nervioso?
—Claro que está nervioso ¿Cómo estarías tú si yo me esfumara y no llegara a dormir ni avisara?

Era una pregunta retórica, y Vicente trató de evadir la pregunta hecha por él mismo y lo inoportuno del comentario.

—Lo que quiero decir es, qué está haciendo él en estos momentos.
—Llamó a la policía, pero ya sabes que tienen esa normativa en que si una persona no lleva desaparecida más de 24 horas, no puedes hacer la denuncia por desgracia presunta; es una tontería, uno sabe cuando está pasando algo con una persona del entorno cercano, es una tontería…

Calló durante unos momentos, pensando en algo que, en otras circunstancias más tranquilas, habría expresado con más tranquilidad pero no menos fuerza; su compasión y calidad humana era algo fuerte y siempre evidente en ella.

“No debiste hacerlo”

Se estaba volviendo molesto. Después de salir a caminar, no había sucedido de nuevo, incluso sentía que todo eso no era más que fruto del cansancio, que se evaporaría con unas buenas horas de sueño. Pero ahí estaba.

“No debiste”

—Cariño, tienes que estar tranquila, no hay mucho que podamos hacer, creo. Voy a buscar un vaso de agua ¿Quieres algo?
—Nada, gracias.

Salió de la habitación fingiendo tranquilidad, pero tan pronto estuvo a pie de la escalera, bajó a paso silencioso y rápido; mientras caminaba a la cocina, recordó que en realidad no había ido a caminar, sino que tomó el auto antes de emprender el viaje.

“No debiste”

—Déjame en paz.

“No debiste”

Entró a la cocina y cerró la puerta; sirvió un poco  de agua en un vaso, pero la dejó sobre la mesada, aún sin beber.

“No debiste”

— ¿No debí qué?

“Ella no quería hacerte ningún daño”

¿Ella?

“No debiste”

— ¿De qué hablas?

“Eso tú ya lo sabes”

Pero no lo sabía. La voz seguía molestándolo ¿Cómo podía estar pensando en eso cuando una amiga estaba…?

—Dime de qué hablas.

La voz no contestó de inmediato; su tono seguía siendo neutro y claro, tan irreal y tan estremecedor al mismo tiempo, por la pulcra falta de sentimientos.

“¿Dónde está tu reloj?”

De forma instintiva se miró la muñeca derecha, pero desde luego, no dormía con reloj.

“¿Dónde está tu reloj?”

El reloj quedaba siempre en el velador junto a su cama, se lo quitaba antes de acostarse.

“¿Dónde está tu reloj?”

Siguiendo un impulso inexplicable, salió de la cocina y subió las escaleras, los peldaños de dos en dos; entró al cuarto con la mayor tranquilidad posible, pero tan sólo al cruzar el umbral vio que el reloj no estaba en el velador.

— ¿Ocurre algo?
—Nada, un segundo.

Se inclinó junto al velador y revisó, comprobando que no estaba. Sin decir más, salió de nuevo del cuarto, yendo a la sala, sitio en donde podría haber estado; pero no era así.

“¿Dónde está?”

—Tal vez podrías decirlo.

“Tú ya lo sabes”

No, no los sabía ¿Cómo iba a saberlo? Se sintió extrañamente vulnerable ¿Por qué algo tan sencillo lo hacía sentir así? De pronto, las imágenes comenzaron a aparecer en su mente: él caminando, cerca de una zona en donde había árboles y vegetación; conocía ese sitio ¿Dónde era? Vio sus pasos desde arriba, y escuchó una voz, pero no era la suya, estaba hablando con alguien. Era una voz fuerte, con carácter, que hablaba de forma pausada pero impregnando cada palabra de su sabiduría y experiencia. Era una voz de mujer.
“No debiste”

— ¿Dónde está el reloj?

“Ella no quería hacerte daño. Pero tú no te controlabas, y no me escuchabas”

Oh por Dios. Había salido a caminar la noche anterior. No, no, salió en el auto, recordaba…en algún momento estacionó el auto, y luego caminó ¿En qué dirección fue?

— ¿Qué fue lo que pasó?

“Intenté hacerte entender”

En ese momento, la imagen de la persona a su lado, caminando, se hizo clara en su mente: era Nadia.

—Oh por Dios; tengo que estar soñando.

“No me escuchaste”

¿Por qué había ido a hablar con ella en medio de una incipiente noche? Había ido hasta su casa, pero no en auto, se había bajado antes y llegado a pie; luego ambos caminaban, se trataba de un lugar que él conocía ¿Cercanías de la casa de ella? Nadia y Sebastián, su esposo, vivían en una casa cerca del centro de la ciudad, a no más de media hora a buena velocidad de donde vivían ellos; se trataba de una zona antigua, revitalizada en el último tiempo por la reconversión de muchos sitios en nuevas fuentes de negocio, siendo de ellas un restaurante temático alabado por la crítica especializada. A poca distancia de ese restaurante, había un pequeño pero muy bien cuidado parque urbano; sus pasos deambulaban por ese sitio.

“Ella no quería hacerte daño, pero tú sí.”

—No, yo no le haría daño, no tengo ningún motivo.

“Dentro de tu mente hay un motivo; hay algo en ti que te lleva en esa dirección , he estado tratando de explicarte, de que entiendas, pero te niegas”

—No hay nada de eso, no es…

“El reloj. Lo tenías puesto, cuando te acercaste demasiado a ella; trató de liberarse, pero no pudo, y el reloj cayó”

El silencio sucedido a esas palabras resultó más estremecedor que el contenido de las mismas. No, no era posible, todo eso era un mal sueño, era producto del estrés. Salió al patio de forma apresurada y se acercó al auto, viendo en la consola que, en efecto, había estado en movimiento; se sentó ante el volante, esperando encontrar allí el artefacto que desmentiría toda esa locura que estaba escuchando. Pero no estaba.
Volvió a entrar a la casa, y tuvo que contener la sorpresa de encontrar a Iris en la sala.

“El reloj cayó”

— ¿Qué estabas haciendo afuera?
—Es que yo —necesitaba saberlo, necesitaba que eso quedara descartado como fuese, para eso tenía que existir un método—, estaba, escucha, creo que tenemos que hacer algo por Sebastián.

Su esposa le dedicó una mirada entre confundida y sorprendida; eran demasiadas sorpresas seguidas, estaba obligado a agregar algo de sustento a sus palabras.

—Lo que podríamos hacer es salir a buscarla, o a preguntar por ella.
— ¿Pero por qué haríamos eso, para qué?
—Porque eso es lo que corresponde, quiero decir, si Sebastián está preocupado y Nadia se fue sin el móvil, él tendría que quedarse en casa ¿No es así? Pues si lo hizo, tal vez podríamos salir y preguntar, en los lugares cercanos, o en sitios que ellos frecuentan ¿No van a ese restaurante que está cerca de su casa?
— ¿El Morlacos? —replicó ella algo confundida aún— Sí, van a menudo según sé.
—Esa es la idea, quizás todo esto no se trata más que de un malentendido, o Nadia esta con un paciente, alguien que le habló de forma muy urgente y sólo no puede llamar de vuelta, o está tan ocupada que no se ha dado cuenta de nada, deberíamos hacer algo, es una ayuda que puede servir, es como poner más ojos en distintas partes.

Iris lo miró con una expresión que denotaba que lo que dijo le causaba extrañeza, pero al mismo tiempo le parecía una buena decisión.

—Es muy lindo lo que dices amor; es un gesto muy noble.

“El reloj prueba que estuviste ahí”

—Entonces ¿Qué dices?

“El reloj prueba lo que hiciste”

—No me parece mal, pero Benjamín tiene escuela; escucha, no tengo nada importante hoy en la oficina a primera hora ¿Qué te parece si nos coordinamos para ayudar?
—Pienso lo siguiente —la atajó él antes de que prosiguiera—, aún es temprano, yo puedo salir ahora mismo, me doy una vuelta por el sector, hago algunas preguntas en las gasolineras o tiendas de 24 horas, y estamos en contacto.
—Me parece buena idea —replicó ella más animada—. Prepararé a Benjamín y lo dejaré en la escuela un poco antes para poder unirme a ti ¿Te parece?
—Genial.


4


El viaje en automóvil había sido casi topando la velocidad límite; se puso unos jeans y una campera sobre una camisa deportiva, y emprendió el viaje mientras el reloj no marcaba todavía las siete. No había vuelto a escuchar nada, pero ese silencio era estremecedor casi de la misma forma que las palabras con las que lo había estado acosando de forma continua antes de salir ¿Por qué no podía sacarse eso de la mente? Estacionó el auto a un costado del parque, y descendió de él, guardando el móvil en el bolsillo trasero del pantalón, adentrándose en el trozo de bosque implantado dentro de la urbe aún medio a oscuras, aún medio en silencio y desprovista de las miradas de personas no adecuadas.

“El reloj es la prueba de que estuviste aquí”

Aquí. Ya no era “ahí” sino “aquí” con la misma seguridad y falta de sentimiento que antes. Caminaba a paso lento, anticipando que sucediera algo que al mismo tiempo esperaba no fuera una realidad. No, no podía ser, todo eso no era más que imaginación y una coincidencia, junto a esa presencia mental que no encontraba modo de explicar, pero que estaba acosándolo de alguna manera. Pasó junto a una estatua del porte de una persona, con la forma de un caballo obeso, y la vio.

—Oh por Dios…

El sustento de su cuerpo parecía haberse disuelto en tan solo una milésima de segundo; Nadia estaba tendida en el suelo, muy quieta y pálida, inconciente; a su lado, tirado en el suelo, estaba su reloj. Vicente ahogó un grito.



Próximo capítulo: Lo que tú quieras

No vayas a casa Capítulo 13: Desrealización



Nadia era una mujer alta, de poco más de cuarenta según sus propias palabras, de figura fuerte por el atletismo, pero que tenía una constante apariencia de cansancio: se notaba en sus gestos desmañados, así como en sus ojeras y en la actitud corporal, siempre con los hombros un poco caídos. A Vicente le pareció que se había demorado muy poco en llegar desde la llamada de Iris, pero al estar sentado en el suelo con su esposa sosteniéndolo todo el tiempo mientras le hablaba en voz baja, quizás su percepción de la realidad estaba un poco trastocada; para el momento en que llegó Nadia, vestida de impecable azul en un traje pantalón que pasaba por uniforme de clínica de la alta sociedad al mismo tiempo que por un atuendo para una cita formal, él ya hablaba con normalidad, aunque tuvo que quedarse en el suelo ante las exigencias constantes de Iris; Benjamín se quedó con Jacinta, quien apareció a los pocos minutos para hacerse cargo de él, aunque en la sala mientras los adultos se trasladaban al cuarto. Ponerse de pie y subir la escalera fue una prueba más difícil de lo que esperaba, pero la afrontó aceptando el apoyo de Iris y dando cada paso con calma.

—Recuéstate lento, vas a sentir pesadez y un poco de inseguridad, pero es normal; asegúrate de seguir mis movimientos y escuchar todo lo que te digo ¿De acuerdo?
—De acuerdo.

Nadia era agradable al trato, cercana y entretenida en la vida común, pero cuando se desempeñaba como profesional era otra historia: su voz era un poco más dura, marcando de forma sutil la autoridad, modulando de forma clara, y explicando con sencillez lo que ocurría. Resultaba imposible negar que era ella quien estaba a cargo, no importaba si estaba haciendo algo o no.

— ¿Recuerdas lo que pasó al caer?
—Solo... —hizo una pausa, desplazando la mirada de Iris a Nadia. La profesional lo miraba con atención y dedicación, pero sin una pizca de piedad; en ella, atender a alguien enfermo era prioridad de trabajo, no de sentimentalismos— solo iba a subir la escalera y perdí el equilibrio, luego me estrellé contra la escalera, pero...
—Es probable que hayas sufrido un leve cambio de presión —explicó ella con calma—. Puede suceder si has estado mucho tiempo sentado en un sitio bajo o con la cabeza inclinada, ya que el ritmo al que funciona tu cuerpo varía.



Necesitaba decirlo; de algún modo se sentía más vulnerable al no verbalizarlo.

—Pero solo fue una caída, no entiendo por qué quedé tan...mal.

Nadia había dejado el maletín a los pies de la cama, y estaba sacando de él una serie de cosas. Iris estaba sentada en el taburete, mirando la escena en absoluto silencio.

—Vicente, ninguna caída con compromiso de conciencia es "Solo" una caída; cuando sucede un accidente de este tipo, pueden pasar muchas cosas, desde un sangrado como el que te ocurrió, o algo que no se note a simple vista, como que una vena interna quede comprimida o directamente se rompa. Al parecer no has tenido pérdida de conciencia, aunque es normal que te sientas un poco perdido porque las caídas con en su mayoría eventos inesperados, con el paso de las horas lo recordarás todo. Pero quiero estar segura de que no hay un compromiso mayor, así que tendrás que hacerte los exámenes que dejaré prescritos, mañana en la tarde. Seis horas de reposo: esto significa estar recostado en tu cama o tendido en ángulo de 45 grados durante todo ese tiempo y moverte sólo para lo necesario, evitar movimientos bruscos, música fuerte y bebidas alcohólicas.

Las instrucciones parecían apropiadas para alguien que hubiese tenido un gravísimo accidente; Vicente entendía que había estado sometido a debilidad y algo de extravío por el golpe, pero siempre estuvo conciente y sabiendo lo que pasaba en ese momento, no tuvo naúseas y de hecho, el dolor había disminuido de forma gradual. Sin embargo vio la postura rígida de Iris y decidió no seguir rebatiendo lo que dijera Nadia. Como si esta adivinara lo que ella estaba pensando, volteó hacia la mujer y habló con calma.

—Quiero que entiendan que la cantidad de sangre no tiene relación con la magnitud de un golpe, y las medidas que te he indicado son preventivas, nada más. Seguro que parece un poco impactante ver toda esa sangre, pero en realidad no es tanta, se trata de un elemento que se dispersa con facilidad, y cuando te golpeas la cabeza, por el escaso espacio que hay entre las venas y el hueso, la presión es más fuerte y hace que el líquido se dispare.
Esas palabras parecieron calmar parte del estrés en Iris, que aunque no se relajó, habló con cierta tranquilidad.

—Parecía mucha sangre.
—Hiciste lo correcto al contener la herida con una toalla mojada —indicó mientras aplicaba un producto con sus manos enguantadas—, la herida no es grande, es un corte de a lo sumo dos centímetros de largo, y es en el frontal, que no es de las zonas más delicadas en el cráneo; despreocúpate por la cantidad de sangre, te aseguro que si pudieras recogerla no harías ni el fondo de un vaso.
—Eso me tranquiliza; Benjamín se asustó.
—Va a estar bien, solo tienen que tratar esto con honestidad, de forma directa; tan pronto como le expliquen la forma en que sucedió, lo comprenderá, no hay de qué preocuparse.

Terminó de guardar sus elementos en el maletín; Vicente tenía en la frente, hacia el lado izquierdo, un parche que se sentía muy ligero y suave, y una sensación superficial de alivio gracias a los calmantes tópicos.

—Quiero que mañana por la tarde te hagas estos exámenes para descartar cualquier tipo de complicación; a primera vista es un traumatismo leve con una herida cortante, pero nada más. Llámenme por cualquier cosa que suceda, y por supuesto tan pronto tengan listos los resultados de los exámenes.
—Muchas gracias Nadia.
—No hay nada que agradecer —repuso la mujer con énfasis—, sabes que lo hago encantada, aunque prefiero que nos veamos en modo amigos y no como médico y paciente.

Iris se puso de pie y la acompañó a la salida; Jacinta volvió a los pocos minutos con Benjamín, quien aun se veía tímido y asustadizo.

—Gracias por traerlo Jacinta.
— ¿Se siente bien?
—Sí, muchas gracias. Hijo, ven acá.

Benjamín se movía a un ritmo muy lento para él; en su rostro se veía con toda claridad el estrés y el temor reflejados.

— ¿Qué pasa hijo?
— ¿Te duele mucho la cabeza?

Hablaba también en voz muy baja, y desprovisto de su habitual chispa e inteligencia; Vicente hizo que se sentara con él en la cama.

—Ya no me duele tanto. Tuve un accidente nada más, me caí porque iba caminando sin ver por dónde iba.
—Ah.

Se quedaron en un silencio incómodo para ambos; Vicente no lograba identificar qué era lo que lo tenía tan mal, cuando estaba viendo que ya se encontraba bien.

— ¿Te asustaste por la sangre?
—No.
—Escucha, no es nada malo que te sientas así, pero en serio no pasa nada.
—Está bien.

Otro silencio; la situación se le escapaba de las manos ¿Qué era lo que sucedía en realidad?

—Hijo, dime qué pasa.
—Nada.
—No me digas que nada. Se ve que te sucede algo, quiero que me digas qué es.

Benjamín se tomó largos momentos para decidir qué decir; nunca hablaba por hablar, cuando se trataba de asuntos que para él eran serios.

—Es que...
—Vamos, puedes decírmelo.
— ¿Te acuerdas de Pietro?

Tuvo que pensar un momento antes de saber de quién le estaba hablando, y lo recordó: se trataba del perro de un amigo de la escuela que había muerto el año pasado.

—Sí cariño, lo recuerdo.
—Es que…
—Dime lo que tengas que decir, no lo dudes.
—Es que cuando escuché a mamá gritar y fui a ver…tus ojos…tus ojos eran como los de Pietro cuando lo atropellaron.

El perro del amigo de su hijo había muerto atropellado afuera de la casa cuando ambas familias compartían un fin de semana y el can escapó; el auto intentó esquivarlo, pero el animal iba a toda velocidad y se llevó el golpe de lleno. Los adultos no alcanzaron a evitar que los niños, tras correr tras el perro y llegar los primeros a la calle, lo vieran tras el fatal accidente: no quedó con heridas expuestas y murió al instante, pero ambos quedaron muy mal al ver su expresión, el pánico, el hocico abierto, los ojos fijos en la nada.

—Hijo, sé que te asustaste —replicó con calma—, pero esta es una situación completamente distinta ¿Estoy aquí hablando contigo cierto? Escucha, cuando me golpeé la cabeza quedé confundido, y sabes algo, no podía fijar la vista ¿Sabes lo que es eso?

El niño negó con la cabeza.

—Es como cuando fuimos al parque de diversiones y subimos en los carros en la montaña ¿Te acuerdas que al bajar no podíamos caminar derecho, porque estábamos mareados?

Benjamín asintió sin hablar, pero la expresión en su rostro comenzaba a cambiar; encontrar una explicación racional era fundamental para que no se hiciera ideas equivocadas de las cosas.

—Esto es algo muy parecido; estaba mareado por el golpe, y es natural que en ese caso uno abre mucho los ojos y trata de mirar muy fijo, porque es una manera de intentar hacer que las cosas no se muevan. Mírame.

El pequeño lo miró fijo; el temor en sus ojos se desvaneció más, aunque se notaba cansado, de seguro por la agitación pasada.

—Estoy bien ¿De acuerdo?
—Sí.
— ¿No vas a estar asustado por lo de Pietro?
—No.
—Eso me gusta; tal vez deberías ir a acostarte.
—Pero me quiero quedar un poco contigo ¿Puedo?
—Claro que sí; ven acá.

Benjamín se acostó a su lado y lo abrazó; se quedaron quietos, en silencio, Vicente escuchando el vigoroso latido de su corazón junto a su cuerpo. Esa preocupación por él, por un detalle aparentemente insignificante, y la relación que hizo entre dos hechos inconexos, hablaba de su gran compasión, y de los maravillosos sentimientos que tenía; sintió que pasó un período largo antes de que Iris entrara al cuarto.

— ¿Cómo te sientes?
—Bien, estamos bien.

Iris sonrió al ver a Benjamín abrazado a él; se había quedado dormido.

— ¿Quieres que lo lleve al cuarto? —dijo él en voz baja— Bajo de inmediato.
—No he dicho que bajes —replicó ella también hablando en voz baja—, no es necesario.
—Pero no quiero incomodarte.
—No me incomodas Vicente —repuso ella mirándolo con sinceridad—, deberías disponerte a dormir, yo llevaré a Benjamín a su cuarto.

Se acercó y tomó entre sus brazos al pequeño, que se dejó cargar sin alterar su sueño; Vicente se puso de pie con lentitud, y caminó hacia el baño. Al mirarse en el espejo, se sorprendió de ver que el golpe y corte era más leve incluso de lo que la propia Nadia había indicado: tenía un parche en el lado izquierdo de la frente, justo donde comenzaba el cabello, pero era del porte de una moneda, blanco y en efecto, muy suave al tacto.

—Qué tontería —dijo para sí en voz baja—, tengo que poner más atención en lo que hago.

Salió del baño y fue al borde de las escaleras; Jacinta ya estaba en su casa, y por suerte nadie había tocado la escalera luego del golpe. En verdad, lo que se comentaba acerca de la sangre era cierto: manchaba de una forma casi cinematográfica al caer, y desde luego, al ser una caída, de seguro salió despedida. Fue a la cocina y sacó un trapeador nuevo, y lo llevó con un balde para limpiar.

— ¿Qué estás haciendo?
—Limpiando lo que ensucié —repuso de forma liviana—, está húmedo así que terminaré en un instante.

Iris bajó las escaleras hasta ubicarse a un lado de él.

—Iba a hacerlo en un minuto.
—Pero quiero hacerlo —dijo él comenzando a pasar el trapeador—, escucha, me siento bien, de verdad; sé que Nadia dijo que no tenía que hacer esfuerzos, pero esto no me cuesta nada, mira, está saliendo con mucha facilidad.

Iris se rindió, y quedó observando mientras él escurría el trapeador en el recipiente.

—Benjamín estaba asustado, dijo que tenía cara de loco o algo así.
—No te veías nada de bien si es a eso a lo que te refieres —comentó ella en voz baja—; también me asusté, no fue sencillo verte así, a simple vista parecía algo mucho más grave.
—Por suerte no lo fue; y ahora tendré que pasar una aburrida mañana en cama viendo películas.

Ella obvió cualquier comentario acerca de su humor y fue al grano.

—Tienes que hacerte esos exámenes.

Lo dijo con cierta intención, pero Vicente ya anticipaba que iba a suceder; de los dos, era ella la que siempre se preocupaba de esas cosas, y él quien prestaba menos atención. Pero estando las cosas así, prefería hacer todo como correspondía y obedecer.

—Tomaré una hora para las seis de la tarde en el centro radiológico —repuso con firmeza—, apenas estemos levantados lo haré, para que no me dejen para más tarde.
—De acuerdo.

La sangre estaba diluyéndose en el agua; poco a poco las salpicaduras en la superficie perdían color, volviéndose opacas, difusas y con un aspecto menos vivo, mucho más irreal.

2

Tras la ronda de exámenes y la visita de Nadia, quedó descartado cualquier tipo de daño secundario luego del golpe, aunque la profesional de todos modos recomendó unos calmantes y estar al pendiente de cualquier cosa que se saliera de lo normal. Lo cierto es que no solo no sucedió nada extraño, sino que al día siguiente ya se sentía como si jamás se hubiera dado ese golpe; los días de descanso antes de comenzar de forma oficial su trabajo en Seri-prod pasaron muy rápido, con las cosas en calma, y la relación con Iris reconstruida y sólida otra vez. Al principio había sido un poco difícil recuperar la intimidad, ya que ella se mostró naturalmente poco receptiva, pero por fortuna él ya pensaba en que eso podría suceder y utilizó todo su encanto y delicadeza para explicar con hechos que el lamentable hecho de unos días atrás era una mala acción que no se volvería a repetir. La primera vez fue algo tensa y torpe por parte de ambos, no llegó a ser satisfactoria a plenitud pero sirvió para tender un puente entre ambos, de modo que a la siguiente y desde ahí en adelante las cosas volvieron a ser como antes. En ese aspecto, Vicente sintió que tenía en las manos u pequeño gran triunfo, ya que cuando la conexión entre ambos se restableció, pudo comprobar que ella estaba muy contenida, deseosa de volver a tener sexo con él sin tapujos ni tener que preocuparse por nada, lo que significaba que, de hecho, ella también había dejado sus andanzas fuera del hogar; nada tenía que ver allí el orgullo de hombre, más bien se trataba de una forma tácita de comprobar que lo de ambos estaba más fuerte que antes.
Sergio volvió a ser, al menos en apariencia, el mismo que Vicente conocía desde siempre; tras el estrés de la abrupta salida de la empresa de su padre, el hombre se mostró seguro de sí mismo y a sus anchas en las nuevas instalaciones; el equipo de trabajo, del que Vicente encontró tres caras conocidas de la empresa anterior, fue convocado el miércoles 25, día en que se hicieron las presentaciones de rigor, y el dueño dio un mensaje motivacional basado en las intenciones de éxito de la empresa y el esfuerzo que era requerido de parte de todos para que ese proyecto no solo fuera exitoso, sino que perdurara en el tiempo. A las nueve de la mañana en punto, Vicente estaba ya en su flamante oficina, que ya tenía la placa con su nombre en el exterior, y se dispuso a empezar la jornada, no sin sentir un poco de nervios por el proyecto y su puesta en marcha definitiva; revisó la prensa especializada, encontrándose con un tibio reportaje que hablaba del área y el comienzo en funciones de la nueva empresa, aunque se desviaba del tema central al aprovechar la circunstancia para detallar los esfuerzos de la pequeña y mediana empresa por conseguir suministros a precios bajos y sin tener que someterse a las reglas de las grandes distribuidoras; fue extraño, pero esperaba algo mucho más polémico, una suerte de arbitraje previo al comienzo de una batalla que de ninguna manera pasaría desapercibida dentro del rubro de los suministros para la industria y manufactura ¿habría dinero de por medio? Quizás Sergio se había encargado de callar estos rumores desde antes que salieran a la luz, con el objetivo de comenzar con el pie derecho y no empañar las funciones.
La jornada inicial fue tranquila, a media máquina, pero le reportó varios datos que ya conocía, de clientes que hacía un par de años eran parte de la lista de su antiguo trabajo, pero que dejaron de serlo de la noche a la mañana; en cualquier caso, estos clientes estaban ahora en un estrato un poco superior, ya que sus empresas pasaron de pequeñas a medianas o expandieron su rubro. Faltaba poco más de un mes para que Iris dejara su trabajo, pero las cosas ya estaban en marcha desde antes; ella comenzó a administrar contactos, y generar una nueva agenda de contactos, con los que tenía pensado trabajar; a partir de esto ponía las bases para tener a su disposición el material necesario para comenzar con un trabajo nuevo.

“Vicente”

El nuevo horario de trabajo lo eximía de trabajar los fines de semana, aunque a cambio de eso, le exigía dejar todo listo el viernes para que su presencia no fuese necesaria, ya que la empresa trabajaba todos los días; de esta forma, programaba los despachos para sábado y domingo, dejaba la lista de bodega por agregar en caso de tener recepción, y preparaba la primera hora del lunes. Aquel jueves ya estaba viendo que el viernes sería bastante ajetreado, de modo que sería necesario que aprovechara cada segundo de su tiempo.

“Vicente”

Sentado ante el escritorio, guardó los cambios en la carpeta de “pendientes de revisión” y dejó el pad en modo espera; se llevó las manos a la cara, sintiendo por primera vez en el día el cansancio del trabajo. Había estado trabajando de forma ardua, incluso estando pendiente a medias mientras almorzaba; tenía que conocer un poco mejor la zona para decidir dónde almorzaría, porque el restaurante que eligió ese día, si bien no era malo por definición, no tenía un menú muy variado para el precio que cobraba.

“Vicente”

Cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza; tenía que hacer pausas como siempre lo había hecho con anterioridad, porque eso de estar pegado a la pantalla resultaba agotador para la vista, y de cierta manera hacía menos eficiente su propio trabajo. Se sorprendió de que en esa jornada no saliera del escritorio ni una sola vez, aunque esta era una costumbre aprendida y ejercida desde siempre.

“Vicente”

Soltó una risa ahogada mientras ponía el terminal en modo de espera y deslizaba el teclado bajo la pantalla.

—Siento como si alguien me hablara.

Y no le parecía raro después del día, sobre todo la mañana; se volvió casi vital durante las primeras horas del día, tanto para los otros trabajadores como para Sergio, que se apoyó mucho en él en esos momentos. Lo habían nombrado tantas veces y llamado por el número interno que a las cinco de la tarde ya creía que escuchaba su nombre a cada momento.
Pero cuando el nombre retumbó en su cabeza una vez más, levantó la vista.

—Cielos.

Estaba solo en la oficina; después de almuerzo, la tarde había sido tranquila en general. Esa voz no era más que un recuerdo de lo sucedido durante el día, igual que la factura de Edison & Hno que no encontró por dos horas cuando la necesitaba.

—Creo que voy a poner música —musitó con cierto cansancio—, nadie me está hablando, esto no es real.

“Lo volveré real”




Próximo capítulo: Una mano sobre tu hombro