No vayas a casa Capítulo 12: Di lo que estás pensando



La casa estaba temperada, y además aun no empezaba el invierno de forma oficial, de modo que Vicente dejó de lado la opción de dormir en la habitación de invitados del primer piso, y sólo sacó del armario de ese cuarto una manta de hilo, con la que se cubrió al recostarse en el sillón de la sala. Programó la alarma del móvil y trató de quedarse dormido, aunque esto fue mucho más difícil de lo que esperaba porque estuvo mucho tiempo pensando y dando vueltas a la misma situación; en cuanto despertó, fue a esperar a Iris afuera del cuarto, esperando que ese respeto por la intimidad forzosa fuera un buen signo de su arrepentimiento por sus acciones.

— ¿Qué haces ahí?

La voz de ella, al verlo de pie fuera del cuarto, fue cuidadosamente neutra, tras un instante muy breve de sorpresa al verlo al salir de la habitación; eran las seis treinta y cinco de la mañana.

—Iris, necesitamos hablar.

Estaba mirándola de forma abierta; no pensó en nada, ni preparó un discurso para ese momento. Decidió que lo mejor que podía hacer era ser sincero al cien por ciento, no importaba cuánto tuviera que soportar escuchar de ella, incluyendo las palabras ofensivas que sin duda se merecía.

—No es momento para eso, Benjamín tiene que ir a la escuela.
—Es que sí es el momento —cortó el paso hacia la habitación del pequeño, pero procurando no hacer contacto físico, cuando resultaba evidente que ella no lo quería—. No podemos dejar pasar esto, ni esperar más, si lo hacemos, va a ser peor.
—No quiero hablar de esto.
—Sí, quieres —dijo él con determinación—. Necesitas decirlo, necesitas decir lo que estás pensando, lo que pensaste de mí; antes que me escuches o que te pida disculpas, tienes que decirlo, o eso te va a hacer más daño. Tienes que hacerlo Iris.

Ella se lo quedó viendo durante un instante; en seguida, se acercó en un paso largo a él, levantando la mano derecha. Fue como si pusiera toda la fuerza de su cuerpo y mente en ese movimiento, pero no llegó a dar la bofetada que él pensó que daría, y el gesto se quedó en la mano alzada, pero no en la posición de asestar el golpe; en su interior, pidió que lo hiciera, que descargara la rabia y el pesar, que al menos empatara las cosas. Quedaron a tan sólo unos centímetros el uno del otro, y él pudo ver con claridad un resto de delineador en el párpado inferior de su ojo izquierdo, seña sutil pero al mismo tiempo brutalmente clara de que hasta ese punto había interferido su acción, hasta inmiscuirse en su rutina de cuidado personal diario. Lo miró con una furiosa determinación, sin miedo ni asomo de llanto, tan solo con un único sentimiento, una fuerza arrebatadora que él jamás había visto en ella.

—Hazlo.
—Si me pides que lo haga —replicó con intensidad—, quiere decir que en todos estos años no has aprendido a conocerme lo suficiente. Porque yo jamás haría algo como eso.

No, ella no lo haría; pero no se trataba de un caso normal, no era pedírselo porque quisiera, sino porque no veía otra salida.

— ¿Ni siquiera si eso ayudara a que te sintieras un poco más aliviada? Me lo merezco, merezco que lo hagas y que me digas lo que se te venga a la cabeza.

Iris lo miró como si al escuchar esas palabras no alcanzara a comprender por completo su significado; volvió a poner distancia entre ellos.

—No me sentiría más aliviada, porque yo no soy esa clase de persona. Escúchame muy bien, la única razón que me haría ser violenta con alguien, si pensarlo siquiera, es que algo amenace a mi hijo. Pero no pienses ni por un momento que algo como lo de anoche va a volver a pasar.

Quería abrazarla, arrodillarse a sus pies y pedirle perdón, pero algo se lo impidió; sintió que al hacerlo estaría intentando el camino fácil, el de inspirar lástima, lo cual a todas luces no funcionaría.

—Sé que no es una buena explicación —dijo con voz conmovida—, pero lo que dije anoche es cierto: no estaba pensando, pero eso no soluciona nada de lo que hice. Fui un estúpido, cometí un acto de agresión contra ti y no puedo perdonarme; no quería hacerlo, nunca he querido y lo sabes, me conoces demasiado como para que no lo sepas.
—Pero lo hiciste.
—Y no lo puedo arreglar ahora —sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero aun con el nudo en la garganta, siguió hablando—. No puedo arreglar eso, sólo puedo jurarte que nunca se va a volver a repetir, no solo porque no debió suceder, sino porque no mereces estar ni siquiera en riesgo de esto.

Se quedó un momento sin palabras. ¿Cómo podía explicar lo que realmente sentía, cómo derribar esa pared de desconfianza? Hizo acopio de valor y dijo algo que pasó por su mente, sin siquiera pensar la dimensión de sus palabras.

—No puedo perderte —replicó apenas siendo capaz de articular las palabras—. No sabes cuánto te amo, pero si tengo que irme, si me tengo que alejar por hacer algo indebido, lo haré.
— ¿De qué estás hablando?
—Solo estoy diciendo lo que siento —replicó con sinceridad—, te amo demasiado, y aunque pueda decir que no se va a volver a repetir, es como si no fuera suficiente; si quieres que me vaya, o si tan siquiera hubiera un peligro de que pasara algo así otra vez, lo dejaré todo si así tú lo decides.

El silencio que siguió fue más largo, pero no por ello menos intenso; Iris mantuvo su mirada, mientras su expresión cambiaba de la furia inicial a algo que no supo definir.

—No tienes que irte a ninguna parte.
—Estoy tratando de hacer que sepas lo que siento, es todo.
—Te creo —no era duda lo que inundaba su voz—, pero esto no es sencillo para mí.
—Lo sé.
—No sé cómo enfrentarlo —replicó ella aun manteniéndose a la misma distancia de él—, supongo que es una idea absurda, pero si me hubieras gritado en medio de una discusión, no me habría sentido tan violenta; pero fue en un momento de intimidad ¿Sabes lo que sentí? Sentí como si estuviera con un Vicente que no es el que conozco y al que amo. Uno al que no le importaba lo que pudiera pasarme.

—Eso es lo mismo que sentí yo —intervino él, luchando por controlar la ansiedad—. Te prometo que eso que pasó no era yo, era algo que está en un lugar al que no quiero volver; no quiero volver a provocar nada así, ni contigo ni en ningún aspecto.

—No entiendo por qué pasó eso.

—Me gustaría poder responder a esa pregunta, pero es lo que me ha estado torturando toda la noche —tenía que aprovechar que ella estaba empezando a hablar para continuar con eso—. Sólo puedo decir que esa es una parte de mí que no quiero tener, pero que al menos ahora sé que existe y puedo luchar contra eso.

Se hizo un silencio, que por un instante le pareció reconstruir algo de la complicidad que en ese momento parecía tan lejana; no le importaba mostrarse vulnerable ante ella, lo que necesitaba era que las cosas funcionaran. En ese día, cuando había tanto en juego, cuando la perspectiva laboral de ambos y sus proyectos familiares podían dar un gran salto hacia el futuro, era vital que recuperaran lo que existía entre ellos desde hace tanto tiempo.

— ¿Necesitas ayuda?
—No lo sé, pero estoy dispuesto a ir con un especialista si crees que eso puede ayudar.
—Escucha, solo...solo deja que pase algo de tiempo ¿Está bien? piensa en esto, veamos qué es lo que sucede hoy, o mañana. Tengo que ir a levantar a Benjamín, podrías bajar a hacer el desayuno.
—Claro.

Iris pasó a su lado sin tocarlo, pero tampoco lo evadió como antes, al momento de dar otro paso más, rumbo al cuarto de su hijo. Vicente dio un suspiro y bajó a paso rápido las escaleras.


2


La primera jornada desde el incidente del inexplicable golpe fue larga y tensa; Vicente se sintió sin ánimos durante todo el día, pero se animó lo suficiente para ir por Benjamín a la escuela y dedicarle parte de la tarde, entendiendo que no tenía que mezclarlo con algo que era exclusivo de los adultos. Con la ayuda de Jacinta dejó algo preparado para la noche, y le pidió que se fuera más temprano, con el objetivo de evitar que ella los viera a ambos en una situación tensa; aun no era momento de que sus problemas personales salieran del punto en el que se encontraba en esos momentos.
Recién al momento de llegar Iris se preguntó a sí mismo dónde iba a dormir esa noche; durante el día había entrado al cuarto, pero no tenía claridad respecto de ese asunto y además empezar la tarde preguntando algo como eso significaría estar trivializando un hecho que era mucho más importante. Iris lo saludó con una media sonrisa y un tono natural ante la presencia de Benjamín, pero omitió de forma deliberada el beso que de costumbre se daban; su hijo no lo notó, principalmente porque no era una especie de ritual entre ellos, de modo que la ausencia solo la notaba él. Pasaron buena parte de la tarde preparando juntos un trabajo para la escuela, que consistía en un diorama hecho con figuras de masilla de colores; a Vicente le pareció divertido que con todos los avances tecnológicos del presente, los niños siguieran haciendo trabajos al igual que él treinta años atrás, aunque en ese sentido el cambio iba por la modernidad de los materiales: la masilla que usaban era de múltiples colores, y se podía pintar con una pintura especial incluida, que tenía la cualidad de brillar en la oscuridad pero ser invisible ante la luz. Benjamín dedicó mucho tiempo a decorar las luminarias diminutas y los supuestos vidrios de las ventanas de las pequeñas casas del pueblito en cuestión, con una atención que rayaba en la obsesión; ambos dejaron incluso un poco de lado su parte del trabajo para observarlo, mudos por largo rato mientras contemplaban el minucioso decorado. En ese momento, sus miradas se cruzaron, y al menos tuvo la tranquilidad de que ante el orgullo mutuo de tener a su hijo con ellos, las cosas no habían cambiado entre los dos.
Daban más de las de las nueve de la noche cuando por fin terminaron el trabajo, y tuvieron la oportunidad de apagar todas las luces y contemplar el resultado del trabajo, gracias al cual el pueblito tenía una serie de tenues luces que ayudaban a verlo en la oscuridad, como si de una auténtica escena nocturna del trabajo; Iris reguló las luces para que no hubiera en la sala una oscuridad total, y pudieron sacar varias fotos del proyecto, que dejó a su hijo muy contento pero rendido, al punto que se negó a tomar un chocolate dulce y decidió por su cuenta ir a dormir.

—En nuestros tiempos la masa que se secaba más lento era el mayor avance científico ¿Te acuerdas?
—Sí, es divertido; me encanta ver cuando se esfuerza de verdad por hacer algo —comentó ella—. Puedes ver cómo cambia, que se interesa y está decidido a hacer aquello que se propuso contra viento y marea.
—Pero no es terco —comentó él—, tiene corazón, sabe aprender y hacer suyo lo que le enseñas ¿te fijaste en lo atento que estaba cuando le explicaste esa regla de que la luz debe estar a cierta distancia para que se proyecte bien? Después lo estaba calculando por sí solo. Eso lo heredó de ti.

Iris iba a responder algo, pero sintieron los pasos de Benjamín bajando la escalera. Ambos voltearon hacia él, que ya estaba con su pijama de Jimmy K pero con expresión contrariada.

— ¿Qué pasa cariño?
—Lo que sucede es —dijo con ceremonia—, que lo pensé mejor y creo que sí voy a querer ese chocolate dulce.

Por lo general sabía muy bien lo que quería, de forma que era un asunto importante cambiar de opinión; Iris sonrió y le respondió amablemente.


—Pues qué bueno que no te decidiste muy tarde; vamos a la cocina y lo preparamos. Cariño ¿Me esperas arriba? Subo en un instante.

Vicente asintió sin decir nada; no demostró ninguna emoción exagerada, solo una sonrisa y la actitud corporal de levantarse del sofá y rodearlo para ir hacia la escalera. No era momento todavía de cantar victoria, siempre podía ser que ella quisiera que conversaran a solas en el cuarto peor aún le dijera que durmiera en el cuarto de invitados, aunque era un avance que no se esperaba con tanta rapidez.
Al poner el pie derecho en el primer escalón, perdió el paso, resbaló y cayó de bruces.
No alcanzó a reaccionar de ninguna manera, por lo que al estrellar la cara contra un peldaño, lo único que vio fue una repentina oscuridad, y sus oídos se cerraron como si de un interruptor se tratara. Sintió el golpe al mismo tiempo que adelantaba las manos, pero esto fue tarde, ya que solo consiguió golpearlas también contra la madera pulida de los escalones; el peso de su cuerpo lo hizo quedar tendido de bruces, en una extraña posición, tras lo cual se deslizó, dando un medio giro involuntario que lo dejó sobre el costado izquierdo, con la vista tan nublada que por varios segundo no sólo no escuchó, sino que tampoco pudo ver nada.

— ¡Vicente!

Escuchó la voz de Iris como si se encontrara del otro lado de un túnel angosto, y trató de reaccionar de algún modo, pero le resultó imposible durante lo que pareció un tiempo muy largo; de pronto, pudo ver con más claridad, aunque todo se movía y estaba borroso, de forma similar a cuando se despierta de forma abrupta en un momento inapropiado. Con mucha torpeza hizo un esfuerzo por sentarse en el suelo ¿O estaba sobre un escalón? Sintió una extraña debilidad, como si el golpe y la caída hubiesen sido en las piernas en vez de en la parte superior del cuerpo.

—Vicente, Vicente.

La voz de su esposa continuaba escuchándose lejos, pero sintió que estaba cerca, y como si estuviera despertando, forzó la vista hacia ella, para conseguir enfocarla; durante lo que le parecieron muchos segundos hubo un gran silencio alrededor, hasta que logró verla a la cara: estaba pálida, arrodillada frente a él, hablando algo que en el momento no podía identificar con claridad.

—Estoy bien…

No escuchó su propia voz, pero hizo un esfuerzo por sonar natural. Sólo era un golpe, no se trataba de nada grave, pero ella lo seguía mirando con los ojos muy abiertos, y tenía sus manos en él, al parecer en los hombros.

—Vicente, mírame, mírame por favor.
—No es nada…sólo tropecé, no pasa…

La mirada de Iris era de verdadera preocupación, pero algo tras ella fue lo que en verdad lo asustó. Benjamín estaba a tres metros de ellos, de pie con su vaso color naranja en las manos, mirándolo como si se tratara de una aparición. Iris se percató del punto, y volteó hacia él, aunque sin dejar de sostenerlo por los hombros.

—Cariño, necesito que me ayudes con algo ¿Sí?
—Mamá, papá…

Ninguno de los dos dijo nada durante unos momentos, y esto fue lo que hizo que su miedo comenzara a convertirse en algo real; había una nota de histeria en la voz de Iris, nota que pudo controlar al dirigirse a su hijo.

—Cariño, papá se golpeó la cabeza, necesito que me traigas el móvil que está en la mesa de ahí. ¿Puedes?

Durante un eterno segundo el pequeño no se movió, y por una inexplicable razón, Vicente creyó que iba a escucharla gritar. Pero se contuvo, y siguió hablando.

—Hijo.
—Mamá…
— ¿Recuerdas cuando caíste del columpio? —dijo ella en un tono más agudo de lo que era su real voz, aunque en control de la forma en que se expresaba— Llamamos a la doctora y ella te puso una solución y una venda ¿Lo recuerdas?
—Si —la voz del pequeño era apenas un susurro—, si me acuerdo.
—Ahora es lo mismo, vamos a llamar a la doctora para que ayude a papá ¿bien? Trae el móvil por favor.

Algo que él no pudo captar hizo que el pequeño reaccionara; soltó el vaso, que esparció el contenido a su alrededor, y corrió a la sala, volviendo en un instante con el móvil entre las manos; sin embargo se mantuvo a cierta distancia de ambos, alargando el brazo.

—Gracias cariño. Ahora tienes que ir al baño y tomar una toalla ¿La que sea de acuerdo? Solo la tomas y la empapas de agua, no importa que se moje el suelo ¿Está bien?

Otra vez el niño salió a toda velocidad, mientras Iris marcaba con dedos temblorosos un número con la izquierda.

—Vicente, mírame. ¿Nadia? Perdón por la hora, es que —hizo una pausa, en que cerró los ojos con fuerza antes de seguir hablando—, escucha, Vicente tuvo un accidente, estamos en la casa. Se golpeó la cabeza, hay mucha sangre.

¿Mucha sangre? Por primera vez se miró las manos, que de forma involuntaria e había llevado a la cabeza, y las vio manchadas por completo. Parecía demasiada sangre.

—Sí, sí, estoy en eso, pero no sé ¿Cómo? Sí, está conciente, pero no sé si está en shock; tiene la vista perdida, se mueve, está sentado frente a mí, pero murmura, no estoy segura de si me escucha, pero no puede hablar y hay mucha sangre…

Su voz se cortó por unos momentos; Nadia era una doctora amiga de ellos, que desde hace muchos años estaba trabajando a tiempo parcial. Jamás atendía a nadie en emergencias.

—Está bien, lo haré, por favor date prisa. Sí, entiendo, gracias, gracias.

Cortó y dejó el móvil en el suelo, prácticamente soltándolo; de inmediato volvió a mirarlo fijo ¿No podía hablar? Creyó haber hablado ¿Era producto de su imaginación o en realidad no podía modular? Quiso ponerse de pie, presa de una repentina desesperación, como si la inmovilidad en el suelo después del golpe confabulara en su contra junto con la expresión de pánico en su hijo y en Iris, además de la certeza, dicha a través de ella, de que el golpe era más grave de lo que pensaba. Pero el cuerpo no le respondió, y siguió sentado en el suelo mientras ella lo sostenía de los hombros.

—Vicente, mírame por favor. No dejes de mirarme; la ayuda viene en camino. Vicente, no dejes de mirarme, no cierres los ojos.




Próximo capítulo: Desrealización

No vayas a casa Capítulo 11: Tienes razón



Iris recibió la noticia de la desvinculación de Vicente de la empresa con una cierta nota de sorpresa, aunque con calma, gracias a que él estaba muy calmado al respecto. Por su parte, ella tenía noticias nuevas también, aunque no se trataba en su caso de algo tan definitivo, y así se lo hizo saber esa misma tarde.

—Quedan aún algunos días de este mes; en el mes de junio voy a dar aviso de que me retiro tras las  vacaciones de invierno.

El periodo de vacaciones al que se refería comprendía las dos semanas intermedias del mes de julio; durante ese período la mayoría de los estudiantes salían a un corto lapso de descanso, y era oportunidad apropiada para reorganizar muchas cosas. La prontitud de esa decisión hizo que se sintiera ansioso y contento por ella.

—Eso es genial; pero supongo que ya lo hablaste con tus amigas.
—No. Esta vez quiero mantener el asunto en absoluto secreto, al menos hasta que ya la decisión sea algo concreto; además, solo tendré que esperar unos cuantos días.
— ¿Y qué te llevó a tomar la decisión? Me refiero a lo rápido que vas a hacerlo.

Iris no pensó la respuesta, lo que indicaba que se trataba de una decisión tomada, pero no de forma impulsiva.

—Me quedé pensando en lo que me dijiste, y aunque fue apresurado, sentí que era el momento correcto para tomar esa decisión; ya estamos terminando este semestre, y sabes que siempre dejo los proyectos avanzados a finales o terminados, para poder desligarme de la empresa al tomar el descanso. Luego es como empezar de nuevo, en cierto modo, y dije "si empiezo de nuevo ahora, buscaré excusas para extender esto hasta el año entrante" pero al mismo tiempo me voy a quedar con la idea de qué y cuándo es que lo voy a lograr. Así que decidí que no tenía que posponerlo.

Hubo un instante de duda en sus ojos en las últimas palabras, como si esa determinación los pusiera en riesgo a causa del repentino cambio en el trabajo de él. Vicente sonrió y la calmó.

—Yo también pienso que fue la decisión correcta; además, piensa que tendré un pequeño descanso ahora y tú después, ambos tenemos la oportunidad de adaptarnos. Ahora que recuerdo, te voy a enseñar un video que grabé de mi nueva oficina.
—Está bien.

En efecto, la apreciación de él sobre el recinto era bastante acertada, y recibió la aprobación de Iris por una buena construcción y orientación del espacio; acerca del nuevo empleo, fue poco lo que tuvieron que comentar, ya que en realidad no había nada que decir de momento.

Comenzar su primer día libre no fue lo que se había esperado; de alguna manera, mientras avanzaba la tarde del martes y ya tenía el mapa mental de las nuevas instalaciones, dejando atrás el mal sabor de boca de la salida de la empresa anterior, tenía la impresión de que podría descansar con toda calma al menos en un principio, pero su presencia en casa más temprano de lo habitual desató una tormenta de amor de hijo sin precedentes recientes, la que por cierto se extendió hasta el miércoles. Tuvo que hacer gala de todo su poder de convencimiento para sacarlo de la cama, y luego para llevarlo al colegio, pero por otra parte resultó encantador pasar ese rato con él a solas, compensando un poco el hecho de que de forma común se turnaban con Iris para ir a dejarlo, y siempre con el sentimiento de urgencia de ir a sus propias labores. Su esposa fue a su trabajo con una gran sonrisa de complicidad por los planes que habían hecho para esa jornada más tarde, pero también le dejó algunos encargos, que no eran más que recordatorios de cosas con las que él se había comprometido en la casa, y que por motivos de trabajo dejó una y otra vez para más tarde. Así las cosas, se dedicó durante casi todo el día a limpiar las canaletas del techo, recortar las ramas altas de los árboles de la casa de junto que se pasaban al jardín, limpiar los vidrios del segundo piso y cambiar muebles de lugar en la planta baja. para cuando hubo terminado, daban casi las cuatro de la tarde, y sólo le quedó tiempo para darse una ducha rápida y salir a buscar a su hijo. En resto de la tarde la pasaron en casa, y tuvo la deliciosa oportunidad de dormir siesta con él, ambos tendidos en el sofá de la sala mientras el televisor seguía encendido; esa era una costumbre propia de las vacaciones, porque los fines de semana nunca les quedaba tiempo para eso. Benjamín le preguntó si estaba de vacaciones de nuevo, ante lo que Vicente respondió con sinceridad que estaba cambiando de empleo; fue extraño que el pequeño, que de forma habitual quedaba excluido de las conversaciones propias de adultos, se tomara el asunto con tanta seriedad. Le preguntó si había algo de malo en el ya antiguo trabajo, y si es que se había ido porque alguien lo molestaba; hizo una ingeniosa analogía con la primaria en la que estaba, mencionando que en determinando momento un niño de otra clase  se había ido porque alguien lo molestaba. Vicente resumió la respuesta diciendo que no, que no existía ningún problema, pero que en el nuevo trabajo tendría más tiempo para él y para su madre, y que por lo tanto las cosas irían de una forma más cómoda para ellos; esta explicación satisfizo la curiosidad del pequeño, quien decidió que era una buena idea que su padre cambiara de empleo. Una vez que llegó Iris y pasaron la tarde, dejaron a Benjamín con Jacinta, y salieron a comer a un bonito restaurante de pastas, en donde disfrutaron de una agradable velada; de regreso en casa, con su hijo durmiendo en su habitación y el resto de la casa para ellos, a Vicente le entraron ganas de hacer algo lúdico entre los dos: le pidió a Iris que subiera al cuarto mientras él preparaba unos tragos para ambos, pero en realidad fue a buscar algo a la bodega ubicada a un costado de la cocina. Tuvo que rebuscar un poco, pero al final encontró en una caja un regalo que en su momento le pareció absurdo, pero que servía bien a sus intenciones: se trataba de un regalo hecho por una familia de conocidos en algún cumpleaños o algo parecido, un set de accesorios para asar carne, junto a un delantal blanco con pechera y un impreso de corbata de lazo en la parte superior. Sin contar que tenía un delantal mejor que ese para asados, la imagen le pareció un tanto ridícula, pero para ese propósito le pareció perfecto; una vez servidos los tragos en altas copas, se desnudó, se puso el delantal atando las cintas por la cintura, y subió en silencio.

—Con su permiso señorita, traigo su pedido.

Iris estaba sentada en la cama mirando distraídamente el móvil, y se tardó un instante en prestarle atención; cuando lo hizo, su expresión pasó de la sorpresa inicial a una sonrisa de complicidad. Vicente cerró la puerta tras sí y avanzó hasta el mueble a la derecha, para dejar sobre él ambas copas, moviéndose con deliberada lentitud; el delantal lo tapaba por delante hasta por encima de las rodillas pero no dejaba nada a la imaginación por la espalda. Iris soltó un suspiro ahogado.



—Se supone que pedí el servicio a la habitación para estar tranquila, pero esto es una falta de respeto.
—Le pido disculpas señorita, estoy muy avergonzado.
—No creo que sus disculpas sean sinceras.

Él volteó hacia ella, con expresión compungida en el rostro.

—No sé cómo disculparme.

Comenzó a avanzar lentamente, como si le pidiera disculpas y temiera acercarse a una figura de poder. Iris se había sentado, de forma muy apropiada, erguida y mirándolo con severidad; siguiendo un instinto, Vicente puso una rodilla en tierra y la miró, anhelante.

— ¿Puede disculparme?

Ella se tomó un dramático instante para responder, mirando en su dirección como si supiera cuánto podía depender de sus palabras. Al fin, habló con un tono firme, casi desprovisto de emoción.

—Voy a pensarlo.

Extendió la mano derecha hacia él, ante lo cual el hombre la tomó con suavidad y le dio un beso, apenas rozando con los labios; Iris llevaba unos pantalones holgados de tela y una camisa escotada, que realzaba la forma redondeada de sus pechos desde ese ángulo inferior en el que él estaba. Sin soltar la mano, se acercó más a ella, aunque sin tocarla aún, solo respirando muy cerca, mientras ella aún se hacía la indiferente.

"Sabes lo que le gusta"

Permaneció en ese jugueteo un instante más, mientras ella comenzaba también el acercamiento, deslizando los dedos por la tela sintética sobre los muslos.

"Hazlo"

Al fin Vicente rompió la distancia, y apoyó las manos en las rodillas de ella, sin hacer presión; entonces sintió sus manos deslizándose a un costado, entrando en contacto con la piel pero todavía sin hacer más, limitando el roce a una caricia muy queda, casi inmóvil. Poco a poco avanzó hacia la cintura, tomó la cinta que ataba el delantal y jugueteó con ella, pero sin desatarla.

"Hazlo"

Ambos se pusieron de pie, sin abrazarse aún, como si de alguna manera el blanco delantal fuera una barrera fría y distante que mantuviera a los dos en lugares distintos; Vicente puso con lentitud las manos en las caderas de ellas, sintiendo el calor, mirándola de forma esquiva, fingiendo que no sabía qué o cómo hacerlo.

"Tú sabes lo que le gusta que hagas"

En ese momento, le dio una fuerte palmada en la nalga izquierda.



— ¡Vicente!

A Iris se le escapó un gritito ante el sorpresivo gesto, pero él intentó atraerla hacia sí, sonriendo.

—Vamos, esto te va a gustar.
—Suéltame.

"Hazlo"

—No te hagas...

Iris se separó con un movimiento más brusco; la expresión relajada e interesada había sido sustituida por una de asombrada molestia.

—Sabes que no me gustan esas cosas ¿Qué te pasa?

Quedaron por un momento enfrentados, a tan sólo un metro de distancia, con aspectos tan contrapuestos el uno del otro; ella vestida, él semidesnudo, ella alterada, él ansioso.

"Seguro que se excita cuando lo hace él"

—Vamos —dijo en voz baja—, no fue nada.
—Sí, fue algo y no me agradó —sentenció ella. Su voz era tensa, pero había recuperado el control de sí misma—. Sabes que no me gusta ese tipo de rudeza.

No estaba bromeando.

"Seguro que cuando él se lo hace, se excita"

—No es rudeza, seguro que...

Vio en ella la mirada que lo había estado fulminando desde hacía unos segundos, y cortó el hilo de las palabras ¿Qué estaba a punto de decir?

— ¿Qué ibas a decir?
—Nada, nada.
—Di lo que ibas a decir.

La nota de desafío en su voz comprobó que estaba más molesta a cada segundo; jamás entre ellos había habido ningún tipo de violencia, ni física ni verbal. La rudeza en la cama era la referente a hacerlo con más intensidad, a volcar en el otro más ganas, pero en ningún caso a ser violentos, de ninguna manera. Y a él ni siquiera le gustaba eso.

—Cariño, perdóname, no estaba pensando en nada, fui muy estúpido.

Avanzó un paso, pero ella retrocedió uno igual; perfecto, había arruinado la velada.

—Lo siento, Iris, es en serio; no estaba pensando, actué como un estúpido.

Pensó que debía verse patético medio desnudo y pidiendo disculpas por arruinar una oportunidad que él mismo había propiciado; Iris cedió un poco, pero mantuvo la distancia.

—No entiendo por qué te comportaste de esa manera.

Tenía que argumentar algo. Quedarse con cara de idiota, esperando que eso solucionara algo, en verdad no tenía ninguna utilidad; tenía que dar alguna razón, por mucho que dentro de su cabeza no supiera por qué es que había tomado esa acción.

—Yo solo, solo intentaba hacer algo diferente, no estaba pensando, solo lo hice como si fuera parte del juego.

Decir eso empeoró las cosas; el rostro de Iris se contrajo en una mueca de desagrado.

— ¿Parte del juego? Me golpeaste Vicente.
—Me di cuenta que usé un poco de fuerza.
—No usaste un poco de fuerza —exclamó ella por sobre su tono de voz habitual—, no fue un poco de fuerza, fue un golpe.

Oh, no.

—Pero no era eso lo que pretendía.
—No sé lo que pretendías, y no quiero saberlo. Quiero que salgas del cuarto; duerme en la sala o en la habitación de invitados.
—Cariño, por favor, escucha, solo hablemos de esto, no lo hice con mala intención.

Volvió a intentar acercarse, pero ella retrocedió otra vez, quedando a tan solo un paso de la cama; su mirada era dura como el acero, su expresión, de furibunda determinación.

—No me importa; y si te importa a ti, entonces no te me acerques ahora, estoy muy ofuscada. Sal del cuarto ahora Vicente.

Sostuvo la mirada de ella un instante más, hasta que se rindió, y salió del cuarto, sin mirar atrás. Bajó casi a la carrera la escalera, y se metió a la cocina para volver a vestirse, mientras arrojaba el delantal al suelo en u inútil gesto de impotencia.

— ¿Por qué hice eso maldita sea?

Se puso los pantalones y la camisa, y abrió la puerta del refrigerador, más por hacer algo que por necesidad: se quedó mirando el contenido mientras respiraba agitado, sintiendo como se asentaba en su interior la frustración y la culpa por lo que había hecho. No había sido solamente una palmada más fuerte de lo necesario, había sido prácticamente un golpe, que fue menos grave por la circunstancia de estar abrazado, lo que le dejaba menos margen de movimiento; había dado un golpe, inintencionado o no, pero se trataba de un golpe, y ellos ni siquiera se habían gritado en todos esos años ¿Cómo podía haber hecho eso? Sacó una cerveza y se quedó con ella en la mano, apoyado en la puerta mientras le llegaba el aire frío del interior de la blanca máquina, junto con ese sonido muy leve, el murmullo del mecanismo funcionando para mantener la temperatura; mirando pero sin ver. Al menos contaba con que la humillación no había llegado a tanto como para que ella le dijera que fuera a darse una ducha fría ¿Cómo demonios? Podía imaginarse a Iris en el interior del cuarto, sentada muy erguida en la cama o recostada, aovillada en su lado, con los ojos inundados en lágrimas, no por el hecho, sino por su significado: pensando en tantas cosas, quizás creyendo que, las sospechas que de seguro tenía de sus aventuras anteriores hubiera convertido a su esposo en alguien a quien ella no conocía. No le había gritado, pero la fuerza de su voz, lo tenso de su rostro y esa actitud corporal distante, a la defensiva, habían causado el efecto mucho más que si hubiese vociferado por todo lo alto. Estaría pensando en qué momento su esposo, el hombre a quien amaba, pasó a hacer un juego tan peligroso como ese, cuántas veces lo habría pensado antes de llevarlo a la realidad ¡Pero él jamás había pensado eso! No se trataba de dormir fuera del cuarto, ni siquiera de estar en la patética situación, se trataba de todo lo que iba a pasar a partir de la mañana siguiente. Iris tenía que ir al trabajo, él quedarse en casa y ocuparse de Benjamín, pero estaría la frialdad de ella ¿Lo dejaría al menos darle un beso de buenos días? Tal vez se iba a comportar de forma cortés frente a su hijo, sin demostrar lo que estaba sucediendo, pero poniendo distancia entre ambos, como si se tratara de una pantomima, para que el pequeño no se enterara de nada. Luego se despediría con un escueto “Hablamos más tarde” y después estaría muy ocupada para contestar los mensajes; todo se estaba convirtiendo en una especie de pesadilla ¿Por qué tenía que pasar en un momento como ese? Todo estaba tan bien, él descansando unos días antes del nuevo empleo, ella con planes de empezar al fin una carrera propia, mejores perspectivas, y sucedía esto.

“Vas a poder solucionarlo”

Algo en su interior le decía que tenía que solucionarlo, pero no de la forma que muchas personas intentaban; no podía tratar de olvidar, ni hacer como si nada, tenía que enfrentar la situación.

“Habla con ella, de corazón”

Tenía que conseguir que ella hablara con él; que ambos hablaran. Salir del cuarto había puesto entre los dos un muro que sería más difícil de derribar al día siguiente, pero tenía la obligación de hacerlo, porque a cada momento resultaría más y más difícil; era primordial entablar la conversación: no importaba si ella era dura con él, se lo merecía, y no había nada que disminuir ni evadir.

“Ella va a escucharte”

Sería una jornada larga y difícil, pero lo haría; estaba obligado a hacerlo, a intentar por todos los medios que ella entendiera que no tenía ninguna mala intención, sino que solo se trató de una estupidez, de un momento en que no pensó en absolutamente nada, y que lo hizo cometer una idiotez de grandes proporciones. No podía usar la expresión error. Tenía que ser más directo, aceptar su culpa en eso, pero dejar en claro que se trataba de algo excepcional, salido de alguna parte oscura de su cabeza, una parte que de ninguna manera iba a volver a visitar.



Próximo capítulo: Di lo que estás pensando

No vayas a casa Capítulo 10: No pierdas el paso




Resultaba muy extraño estar pensando en su ahora ex compañero de trabajo, y a todas vistas ex amigo, como un enemigo. A lo largo de su vida, las amistades y las buenas relaciones, si bien no eran todas permanentes, nunca habían terminado de una forma violenta. Aunque en la universidad tuvo una pelea a golpes con un compañero de clase, pero es que no eran amigos especialmente; se trataba del típico grupo que se forma para los estudios, y que de forma inevitable, termina saliendo a alguna parte a beber o a pasar los tiempos de descanso entre jornada de clase. Allí nacieron muchos flirteos, algún noviazgo de un par de semestres, y amistades que se tomaban como verdaderas aunque no lo fueran así. Dentro de este contexto, Vicente se enrolló con una chica, algo sin importancia y de un par de noches, pero resultó que uno de sus amigos del grupo estaba interesado en ella y se enteró de estos escarceos en medio de una salida a beber, por lo que el trago y la envidia hicieron el resto; ambos se insultaron, se golpearon, y terminaron ambos en una comisaría, en donde solo les regañaron por dar un espectáculo patético en un bar un fin de semana. De más era por entender que el grupo se separó desde ese momento, y ni él ni el otro se quedaron con la simpatía de la chica, amén que tampoco volvieron a hablar más que para algo obligatorio dentro de las aulas. Y, a sus treinta y siete años, estaba pensando en qué era lo que había para sospechar de alguien a quien conocía hace mucho, y de quien al mismo tiempo tenía una idea, en un principio, distinta de lo que terminó siendo.

 -No, no puede ser...

De pronto se le pasó por la mente que Joaquín estuviese tan tranquilo porque se escondiera algo detrás de esa actitud; si bien se trataba de un hombre que, por las experiencias conocidas, no reaccionaba bien ante las situaciones de estrés, eso no le restaba inteligencia y capacidad de adaptación, además que no era lo mismo estar enfrentado a cualquier hecho sorpresivo que a una situación escuchada, masticada y digerida con anticipación. Si Joaquín se enteró la noche anterior de todo lo sucedido, tuvo tiempo de sobra para enojarse, sentirse frustrado y dejado de lado, y al mismo tiempo decidir qué hacer al respecto.

"Ambos estaban en la empresa antes que tú."

De hecho, todos estaban ahí, el padre, el hijo y su ex amigo; de pronto se sintió atrapado, como si recién en ese momento descubriera una trama que iba más allá de lo que se imaginó en un principio.

"Piensa, piensa"

Joaquín había llegado antes a la empresa. Lo suficiente antes para estar listo para su llegada. Tal vez estaba esperando junto a la puerta de su oficina, ensayando una salida casual, un tono amable en el saludo, para luego dar el golpe, reflejar con calma que ya lo sabía todo.
Quizás Gerardo había sido quien cambió los planes.
Tal vez todo era en realidad de otra manera: Sergio se vio obligado a llegar más temprano porque Joaquín lo llamó y encaró por la situación ocurrida; mientras esto ocurría, o incluso poco después, apareció el padre, enardecido por la noticia que acababa de conocer, decidido a encarar a su hijo. En ese caso, Joaquín se apartó, dejando que los peces gordos resolvieran el problema, oculto entre las sombras. Al fin y al cabo, había sido apartado ¿Por qué no dejar que los demás se mataran entre ellos? Asimismo, resultaba satisfactorio, desde el punto de vista de la revancha, ver cómo el hijo no se iba de esa empresa del todo tranquilo, viéndose obligado a escuchar la palabrería del padre; lo mismo pasaba con él, que sin sospechar nada, entraba como todos los días, solo para encontrarse con esa sorpresa. Ambos se iban, y Joaquín finalmente sí conseguía lo que quería, pues abandonaba informática y se quedaba con su ex puesto y, desde luego, el favor del dueño. Bien, las cosas podían haberse dado así, pero todavía le resultaba incomprensible que ese hombre, liviano y un tanto nervioso, actuara con semejante frialdad ante la pérdida, ante un hecho que, de seguro, lo frustró desde un principio.
El traidor puede saber que ha cometido traición, pero sigue doliendo más en su mente que alguien más haga lo mismo con él.

“Piensa”

No, no era posible. De pronto se dijo que, en tal caso, existía la posibilidad de que estuviera tan tranquilo por otro motivo, no simplemente porque se controlara.

“Él lo sabe”

¿Y si tuviera planeada una venganza que  no tuviera que ver con el trabajo? No, pero era imposible. A pesar de que Vicente siempre lo involucró en sus planes y lo utilizaba como pantalla en sus arrancadas, jamás hablaron a través de las redes con palabras específicas, todo era eufemismos, propuestos por ellos mismos ante los tan habituales casos de “desaparición” de móviles; por otro lado, él mismo jamás guardó tickets de moteles, ni de bares ni nada, tenía el móvil con contraseña y borraba de forma diaria el historial de llamadas, además que siempre se refirió a las mujeres por su nombre de pila y nada más. Por un momento se quedó pensando en la inmensa cantidad de atención que por años le dedicó a mujeres que no le importaban, y se sorprendió de ver lo poco que en realidad había sopesado esa situación.
Pero igual existía la posibilidad de que Joaquín hablara con Iris. ¿Qué le diría, en cualquier caso? “Escucha, tu esposo acaba de quitarme el puesto de trabajo, él te ha estado engañando por años pero no tengo pruebas” Incluso en su mente sonaba ridículo, homologable a cualquier tontería dicha por una mujer despechada, lo cual no era el caso.
¿Entonces por qué se sentía tan nervioso?
Recordó el incidente donde confundió a su última ex amante, donde estuvo atrapado en la tensión hasta descubrir qué era lo que había pasado en realidad; esta vez no tenía nada que hacer al respecto, nadie con quien investigar, estaba obligado a esperar. De ninguna manera iba a ir a exponerse con él, para preguntarle si, a pesar de ese mal término de la amistad, aún podía guardar sus secretos. Se sobresaltó al escuchar el tono del móvil anunciando una llamada.

— ¿Estás disponible ahora?

Era Sergio, llamando desde un número que no era el suyo; se escuchaba tenso, quizás un poco ansioso.

—Sí, lo estoy.
—Te envié un correo con la dirección donde está la oficina; veámonos ahí en treinta minutos.
—De acuerdo.

La llamada se cortó de inmediato. Vicente decidió no preocuparse de momento por lo que pudiera ocurrir con Joaquín y ver de qué se trataba, en la práctica, su nuevo empleo.


2

Las sorpresas continuaban en esa jornada. Si bien el contrato que firmó estaba leído y casi aprendido, no dejaba de llamar la atención que no se especificara una dirección de labores, sino que hiciera alusión a “Las instalaciones” y aunque no era inusual, sí dejaba u manto de duda; Sergio le dijo que era probable que, si el negocio iba mucho mejor de lo que esperaba, se realizara un cambio.
La dirección que figuraba en el correo era conocida, pero no por eso dejó de llamar su atención cuando llegó: ubicada en pleno barrio empresarial en el sector oriente de la ciudad, la torre del consorcio Verassategui dominaba todo el lugar, siendo visible casi desde cualquier punto; sin embargo, a tan solo un par de calles de distancia, resultaba tan impresionante como quien la había construido pretendía. Nada en varias manzanas a la redonda podía amenazar esa torre alta, con gigantescos espejos que reflejaban con desprecio el resto de la ciudad, como enseñándole al resto su inferioridad; sin embargo, el edificio en donde se encontraba su nuevo empleo no era menos llamativo, dentro de su propio entorno: se trataba de una construcción  robusta, de tres pisos de altura, con frontis directo a la calle y dos entradas a estacionamientos, una a cada lado, señaladas de forma apropiada como “despacho” y “ejecutivos”

—Vaya.

El frontis se alejaba mucho de la sencillez de la empresa de la que acababa de salir; se trataba de una fachada amplia, con una gigantografía con el logo de la empresa y el nombre Seri-prod resaltado, junto a la imagen que representaba el espíritu de la empresa: un laboratorio de maquinaria o una bodega tecnológica, con gente con trajes blancos trabajando sobre amplios mesones de fondo, y una mujer guapísima en primer plano, entregando un dispositivo a un hombre muy bien arreglado y tan sonriente como ella. La imagen, para alguien que trabajaba en el medio, resultaba extraña hasta cierto punto, porque era inexacta: nadie entregaba suministros por mano y sin envolver, mucho menos a una persona que lucía un cuidado traje de diseñador; sin embargo transmitía la idea base, es decir proveer de lo necesario para que el misterioso aunque apropiado proceso que se ubicaba atrás funcionara como era de esperarse. Abajo figuraban las correspondientes redes sociales y formas de contacto. Vicente acercó el auto a la entrada de ejecutivos, encontrándose con un joven de uniforme azul junto a la ventanilla.

—Buenos días.
—Buenos días, tengo una reunió con Sergio Mendoza.
— ¿Señor Sarmiento? Es un placer, mi nombre es Daniel. Pase por favor, don Sergio lo espera. Por favor baje, su estacionamiento es el número tres, es a la izquierda; el ascensor está a un costado, y la oficina del señor Mendoza es la primera de la derecha, la va a reconocer de inmediato.

En seguida activó el mando con el que el bloqueo se retiró de forma silenciosa; Vicente dio las gracias y siguió por una rampa hacia el primer subterráneo. Muy bien iluminada, y preparada, al igual que el muchacho, que no solo hablaba bien, sino que se mostraba muy seguro de su cargo. Por lo visto el hombre tenía las cosas muy bien preparadas.
Una vez fuera del auto, Vicente encontró el ascensor, subiendo con total silencio mientras su reflejo lo miraba desde distintos ángulos en las paredes del armatoste; tras un muy breve movimiento, llegó al primer piso y se encontró con la oficina, la que desde luego se podía reconocer de inmediato por la placa de bronce con el nombre y cargo. Dio un leve toque y entró, encontrándose a Sergio en el interior de una oficina tan amplia y bien decorada como se lo esperaba por la placa en el exterior: unas plantas artificiales de tallo largo y pétalos de colores pastel decoraban las esquinas, mientras un gran cuadro de un paisaje estaba atrás del escritorio, dando a las murallas un aspecto más luminoso, como si hubiera una ventana que dejara que el sol de ese día entrara a raudales. El escritorio era bastante plano, pero diseñado para verse enorme y fuerte, como si soportara no sólo el peso del ordenador, los documentos a un lado y una serie de muestras dispuestas en un aparador pequeño, sino también el cargo de quien lo ocupaba; Sergio en tanto, se había cambiado de ropa, llevando en ese momento un traje azul a la medida con corbata a juego, donde destellaba la piedra en el sujetador, como si de forma silenciosa dijera que era un brillante real, no una simple imitación.

—Siéntate.

Vicente se sentó. Era extraño, pero la tensión que se apoderaba del hombre durante la improvisada reunión el fin de semana, y la evidente molestia de la mañana parecían haber desaparecido por completo, o a lo sumo haber sido relegadas a un segundo plano. Sin embargo, ya no era más el hombre amable y sencillo que durante años vio cada día en el trabajo; había en él esa misma vitalidad, pero asomaba con mucha más fuerza una confianza en sí mismo que se imponía al resto.

—Quiero empezar por decirte que espero grandes cosas de ti —sentenció con calma—, eres un hombre eficiente y siento que de verdad puedes y debes hacerlo.

Eso era algo mucho más amable que todo lo que habían hablado ante,s pero Vicente necesitaba hacer una pregunta.

—Sergio, hay algo que necesito saber.
—Quieres saber por qué no te contacté en primer lugar para este proyecto —interrumpió el otro adelantándose  a la pregunta exacta que pretendía hacer—. Pero la verdad es que esa respuesta debería ser más bien una pregunta. ¿Por qué nunca pensaste en algo más?
—Creo que no entiendo.

Sergio se dio un momento para sopesar sus palabras.

—Escucha, la discusión que viste esta mañana, la reacción de mi padre, es la regla que ha medido nuestras vidas; sé que no es asunto tuyo, pero tiene que ver contigo ya que estás tan interesado en saberlo. Mi padre creció en otra época, y se convenció a sí mismo de llevar adelante una vida que no es la que yo quiero; supongo que tampoco es la que María Angélica quería, pero como no sé de ella más que por correo, no tiene mucha relevancia.

Ella era la hermana mayor, casada con un inglés de muy joven. Jamás había vuelto a pisar el suelo de ese país una vez que se comprometió.

—Yo no soy como él —dijo, a modo de reafirmar lo que ya estaba quedando en evidencia—. Él se contenta con tener una empresa que haga lo que tiene que hacer; con pagar las deudas, ser un buen  jefe, pagar los sueldos y cumplir con lo que él llama “deber social” como si con eso satisfaciera todas las necesidades emocionales de un ser humano. No tiene ambición ¿Nunca has visto que las cosas en esta empresa han sido siempre iguales? Llevo nueve años ahí, menos que tú, y al mirar hacia atrás, es como si llevara una semana, o toda la eternidad: no quiero eso, yo tengo ambición, yo quiero una empresa que mueva millones, cientos de trabajadores, que mi nombre sea un símbolo de alguien, que cada balance de año represente todo lo que he hecho. Tú siempre trabajaste para él, tan comprometido, eficiente, siendo capaz de ir a terreno, de entender el funcionamiento de todo, pero siempre en el mismo sitio. Sí, me puedes decir que mi padre era generoso con los bonos de producción, y es cierto que conseguiste cosas en todo esto, pero nunca me pareció que tomaras un riesgo; estabas en tu zona de comodidad, haciendo algo como si estuvieras en piloto automático, por lo que no fue difícil imaginar que si estabas cómodo y seguro, era esa la clase de persona que eras.

Notó un cierto desprecio en la pronunciación de la última frase, pero lo disimuló bien, al punto de que no quedara claro si en realidad lo decía con esa intención; por lo demás, sus palabras eran claras, pero sólo se impregnaban de pasión al hablar de él.

—Necesitaba a alguien que quisiera venir a trabajar conmigo, tomar el riesgo y hacer algo, pero te descarté porque pensé que, en primer lugar, que te negarías, y en segundo, que tu sentido de la lealtad haría que te pusieras de parte de él y hablaras más de la cuenta. Mientras no tuviera todo listo, no era tan sencillo hacer las cosas, tenía que guardar el secreto para evitarme ese tipo de escenas  por más tiempo.
—Y entonces fue cuando llamó a Joaquín.
—Él ya te había reemplazado, era mejor que nada; me sorprendió un poco que estuviera tan dispuesto, pero claro, con esa esposa que solo le gusta gastar dinero no era tan extraño después de todo. Lo que sí me sorprendió fue esa jugada que hiciste, interponerte entre él y esto a último minuto, habló más de ti que todo lo que vi en nueve años.

Esas palabras tenían un significado más importante de lo que parecía. ¿Quién era a los ojos de los demás, después de todo? Siempre había tenido una buena opinión de sí mismo, pero de ahí a ser considerado como alguien sin mayores ambiciones, para el caso era casi como ser un mediocre; tal vez su actitud tan sosegada, el hecho de preservar sus aventurillas tan secretas y el amor profeso a su familia, hacían que su apariencia dijera algo distinto de lo que era. Al final, lo que quería era éxito, conservar a su familia y las cosas buenas desde luego, pero ser parte del panorama no era una de sus aspiraciones.

—Bien, pues parece que siempre estuvo equivocado con respecto a mí.

Tuvo la precaución de no sonar desafiante, ni tampoco falsamente desinteresado; fue un diagnóstico, claro y contundente. Sergio no pareció molesto.

—Contestada ya esa pregunta, me parece que lo siguiente es que te concentres en tu trabajo, y yo en el mío, pero no aún. Vamos a empezar operaciones el jueves 26 de este mes, y pretendo que nos pongamos en funciones esa misma semana el lunes, por lo que te necesito aquí el lunes siguiente. Tienes descanso desde hoy hasta ese día.
— ¿Ya tengo oficina?
—Claro. No tiene tu nombre por supuesto, pero es la del número cuatro; si quieres puedes verla ahora mismo, a menos que tengas alguna otra duda.

No la tenía. Aunque pudiese haberse sentido molesto por el prejuicio, la verdad es que esta versión de Sergio, más honesta y real, le parecía cada vez mejor; salió de la oficina y fue a la que sería su lugar de trabajo: aunque no estaba decorada, lo que le hizo suponer que el dueño empezó por preparar la suya con rapidez, aun cuando el resto no estaba operativo. Se trataba de una oficina grande, sin nada más en su interior que un escritorio desnudo, dos sillas y un dispensador de agua pequeño, no operativo. Los cables y conectores para las máquinas estaban dispuestos, por lo que no le resultó difícil imaginar la estación de impresión, el mueble con muestras de dispositivos, el armario de documentos y el mesón de la esquina, junto a la puerta. Incluso había espacio para poner dos sillas altas con una mesa de vidrio, para recibir a visitas casuales o clientes con los que pudiera tener una comunicación más cercana que con la mayoría.

“Lo lograste”

Se sintió contento en ese lugar. Fue como si, de pronto, gracias a estar en ese sitio, aunque sin terminar, pudiera ya tener en su poder las ventajas y beneficios del nuevo trabajo, mucho más que cuando tenía firmado el contrato; al fin tenía lo que se había propuesto, un trabajo nuevo, proyección gracias a un empresario ambicioso y con metas altas, y el sueldo que le permitiría ayudar a Iris a cumplir un anhelo, que al mismo tiempo sería un deseo cumplido para ambos.

“Ya lo tienes en tus manos”

Pensándolo bien, esto era algo que debió haber pensado mucho antes. Benjamín ya tenía siete años, lo que significaba que en cinco más ya estaría a punto de entrar a secundaria, donde sería imprescindible tener para él todo lo necesario para que preparara el camino para los estudios superiores; por supuesto que querría estudiar, él amaba los estudios, de seguro se interesaría por algo, y eso pasaría de forma paulatina, pero ellos como padres debían estar preparados. La primaria en la que estaba no era más que el primer paso, tendrían que buscar una secundaria apropiada, y pensar en otras posibilidades, entre ellas aumentar el fondo para sus estudios.

“Lo has conseguido”

Por otro lado, Iris podría iniciar ya mismo su nuevo trabajo. Pensó que sería fabuloso que eso pasara, porque repercutía de forma inmediata en lo que pasaba con ella; sintió que ese leve instante de duda que se reflejó en el rostro de su esposa tenía que ver con sus aventuras extramaritales, con la sorpresa de verse obligada a dejar algo que era parte de su rutina.

“Ahora vas a empezar una nueva vida”

Pero, al ver su entrega y su amor, al entender que él en realidad estaba dispuesto, que no solo se trataba de palabras, ella dejó todo lo demás de lado. De algún modo, Iris tomó la misma decisión que él poco antes, y existía en eso algo mucho más relevante, que en su caso se debía a ver los resultados del amor de ambos a lo largo de todo ese tiempo.

“Es tu triunfo”

Si bien, en su caso, la realidad lo hizo extrellarse contra el peligro inminente, en el caso de su esposa, se trató de algo propiciado por los sentimientos; por verlo comprometido, dispuesto a correr un riesgo y jugar todo por ella, por su hijo y por lo de ambos. Él en verdad había logrado transmitir sus sentimientos, por lo que, a partir de ahora, no sería necesario depender de escapadas, ni siquiera de mirar a alguien más, porque juntos tendrían todo lo que necesitaban, tanto dentro del lecho como fuera de él.

“Lo conseguiste porque fuiste arriesgado”

Todo era tan distinto solo unos días atrás; ni siquiera pasó una semana, y ya las cosas eran por completo diferentes.

“Lo conseguiste porque seguiste un presentimiento”

Nada de eso habría pasado si no hubiera tenido ese infantil deseo de espiar en la pantalla del ordenador de Sergio. Resultaba casi cómico que, dado el caso, en ese instante habría estado golpeando la cabeza contra la pared al saber que quien creía su amigo se iba sin decir palabra, mientras que una oportunidad de trabajo excelente se escapaba sin saber por qué.

“Hiciste lo correcto”

Incluso entró a hurtadillas en la empresa para averiguar lo necesario; aunque esto último quedaría sepultado para siempre como un secreto, en su interior, sentía que esa seguidilla de hechos eran lo que en realidad era el detonante de ese gran y positivo cambio.

—Lo hice —dijo en voz alta—. Lo logré. Qué bueno que escuché ese presentimiento, y le hice caso.



Próximo capítulo: Tienes razón

No vayas a casa Capítulo 9: No esperes más



Vicente llegó a su trabajo el día martes con bastante tiempo de anticipación; en el maletín guardaba la copia del contrato firmado, algo innecesario pero que de alguna manera lo hacía sentirse tranquilo. La noche anterior con Iris había sido muy tierno, y se sentía contento de haber conseguido que ella entendiera su punto de vista al respecto; en la mañana se despidieron a la rápida y no hablaron del tema, tan sólo acordaron charlar con más calma en la tarde, aunque él sabía que ella estaría durante todo el día pensando en ese asunto, evaluando posibilidades, y de alguna manera preparándose para un momento que de seguro no esperaba sucediera con tanta prontitud.
Cuando llegó y estacionó el auto no se percató de la presencia del mercedes del padre de Sergio, cosa un tanto extraña tratándose de un vehículo vistoso; al entrar se topó con la recepcionista, quien le hizo un gesto con la cabeza mientras lo saludaba como si nada anormal estuviera pasando: Vicente captó este gesto y no hizo ninguna pregunta, pero caminó por el pasillo hacia su oficina sin comprender de que podría tratarse; cuando pasó por el lado de la oficina de Sergio entendió todo. La voz del padre de Sergio no era del tipo que se hace escuchar por ser muy alta, sin embargo se distinguía del resto por ser ronca debido a muchos años de ser un fumador empedernido, y en ese momento resultaba imposible negar que el hombre estaba enfadado. Se quedó quieto a muy poca distancia de la puerta, tratando de entender las palabras, aunque sin saber muy bien por qué lo estaba haciendo; lo tomó por sorpresa que unos momentos después la puerta se abrió de forma brusca, y ante sus ojos quedaron ambos hombres, el hijo de de cara al exterior y el padre volteando hacia afuera, resultando obvio que estaba muy alterado.
Gerardo Mendoza, el dueño de la empresa y Sergio, su hijo, eran muy distintos físicamente: mientras Sergio era alto, de complexión fuerte, piel clara y cabello oscuro, su padre era más bien bajo y corpulento, de piel morena y cabello encanecido, de rasgos muy duros, enmarcando los ojos negros por unas cejas pobladas que, junto con el bigote, le conferían un aspecto poco amigable. Siempre había sido un hombre estricto pero justo, pero al parecer en esos momentos las cosas no eran como de costumbre.

—Pero miren qué sorpresa frente a mis ojos. Podrías haberle dicho que esperara en su oficina al menos hasta que yo saliera de la tuya.

Estaba hablando con su hijo, despreciando su presencia al no mirarlo. Atrás, dentro de la oficina, Sergio miraba al exterior, a ningún punto en particular, con el ceño fruncido y una expresión indescifrable.

—Qué buenas actuaciones, qué falta de integridad en la forma de hacer las cosas. ¿quién más estaba metido en esto durante todo este tiempo?

Se trataba de una pregunta retórica; entonces el padre, en efecto, no estaba enterado de nada de eso, y por su expresión, resultaba evidente que el conocimiento reciente hacía peores las cosas de lo que Vicente pudo llegar a esperar antes. Sin embargo estaba muy sorprendido como para hablar antes que el hombre continuara con su parlamento.

—Me preguntó qué es lo que te hizo tomar una decisión como esa ¿más dinero? ¿No te he pagado lo suficiente ya, no te hice los suficientes premios durante estos años?
—Don Gerardo, yo…

Sergio intervino, adelantándose a sus palabras.

—Papá, él no tiene nada que ver en esto.
—Claro que tiene que ver —sentenció el viejo sin titubear— ¿Qué edad crees que tengo? Ya había conocido a ratas traicioneras desde antes que tú nacieras, no intentes hacer que esto aparezca como si fuera lo que realmente es. Tienes diez minutos para salir de estas instalaciones, tú, tu esbirro y cualquiera que esté involucrado en esto.

La expresión era equivocada a propósito; la situación lo estaba violentando mucho más de lo que parecía ¿qué había de los problemas familiares? Resultaba increíble que, llegado ese momento, el padre se comportara como si hasta el día anterior todo en su familia hubiese sido un lecho de flores. Vicente apretó la mandíbula para evitarse una palabrota en respuesta, pero otra vez fue el hijo del empresario quien se adelantó; había salido de la oficina y se interpuso entre ambos, aunque su actitud no era agresiva.

—Papá, sabes que no puedes decirme eso; hay protocolos que cumplir.

El padre se enfrentó a él. Por un momento, mientras el hombre viejo se llenaba de energía proveniente de la rabia que lo inundaba, no apreció más bajo de estatura, y se vio más alto y fuerte, como si con esa furia compensara en actitud lo que le faltaba en cuerpo.

—No me vas a decir tú a mí qué es lo que puedo o no hacer en mi empresa. Esta empresa, cada una de estas malditas paredes las fundé yo, sin tu ayuda, y no vas a quedarte en ellas ni un solo minuto más.
—No puedes hacerlo, ni siquiera tienes una base legal.
— ¿Crees que necesito una base legal para echarte de aquí como el perro callejero que eres? Quédate en este sitio si quieres, pero no olvides ni por un segundo que sé dónde están tus nuevas instalaciones. No olvides que no puedes estar al frente de esa puerta para protegerlas siempre.

El silencio que vino a continuación fue lo suficiente para que Sergio entendiera la amenaza implícita; su padre podía referirse a muchas cosas, pero lo que estaba dejando en claro, era que estaba dispuesto a todo con tal de que se cumpliera la orden que acababa de dar. El hijo mantuvo la mirada del padre durante un momento más, pero al final se rindió y se regresó a su oficina, en donde abrió un maletín al que empezó a echar una serie de papeles en desorden, sin revisarlos. Gerardo desplazó su mirada de él a Vicente, que todavía seguía muy impactado como para reaccionar.

— ¿Qué es lo que haces ahí?

Al escucharlo hablarle de esa forma, Vicente sintió, por primera vez, una oleada de culpabilidad ¿Qué lo había llevado a actuar de esa manera tan impulsiva? Ahora su idea de salir de esa empresa, de un modo más tranquilo, teniendo una conversación tensa pero civilizada con el dueño había quedado en un simple boceto, una concepción que jamás se haría realidad. Había trabajado arduamente durante doce años en una empresa, se ganó la confianza del dueño hasta convertirse en el mejor en su área, y ahora ese hombre, el mismo que lo felicitó tantas veces, lo miraba con desprecio.

—Lamento que las cosas hayan pasado de esta forma.
—Es interesante que hayas tenido la deferencia de pretender, dentro de tu cabeza, algo distinto a lo que está pasando —replicó el viejo esbozando una sonrisa sarcástica—. No quiero seguir perdiendo tiempo contigo, así que mejor sal de aquí, antes que pierda la compostura. Y no te despidas —agregó tras una breve pausa—, alguien lo hará por ti.

Su vista se había desplazado un poco hacia su derecha; Vicente volteó, y se encontró con Joaquín, parado a dos pasos tras él. Muy bien, entonces ya era el momento de sacarse las máscaras.

—Te puedo despedir de los demás, si quieres.

Había escuchado todo, entonces; qué increíble que la amistad que tuvieron por años en ese trabajo se terminara de esa manera, fría e impersonal, en un pasillo de la empresa.

—No creo que sea necesario.
—Pero quiero hacerlo —replicó el otro—, creo que es lo mínimo que puedo hacer por ti antes que te vayas, seguro que con tanto trabajo por delante no vamos a tener tiempo de vernos.

Vicente se quedó viéndolo, tratando de interpretar su actitud. Estaba tranquilo, demasiado tranquilo para alguien que acaba de descubrir que ha sido traicionado por la persona a la que pensaba traicionar por adelantado. Notó que no respiraba de forma agitada, ni había en sus ojos un símbolo, por pequeño que fuese, de rabia o frustración ¿Qué era lo que estaba pasando por su mente?

—No pareces sorprendido.
—No lo estoy; intenté hacer algo para conseguir un puesto mejor y más dinero, pero por lo visto tú, como siempre, te entrometes para lograr algo más.
—Jamás antes había pasado algo como esto.
—No, pero eso no es relevante; siempre tienes que ser el primero, el preferido, el regalado por todos.

Gerardo ya estaba a suficientes pasos de distancia; los dos hombres se desplazaron casi involuntariamente hacia un costado, mientras Sergio pasaba, caminando hacia la salida, con un maletín en la mano y una serie de carpetas. Vicente lo ignoró, concentrándose en las cosas que le estaba diciendo el otro.

—Hablas como si me guardaras rencor ¿Qué fue lo que te hice?

Joaquín se rio en voz baja; todo indicaba que se esperaba algo así.

—Esto no se trata de ti; es algo que viene contigo, eres de esas personas que tienen la capacidad de estar siempre en la primera línea, de conseguir lo que quieren aun sin proponérselo. Estoy seguro de que esta “oferta” vino a ti por un accidente, o porque lo descubriste a través de alguien más, a pesar de todos los intentos que hice para que el asunto quedara en secreto. Dios, Sergio te quería a ti, pero insistí, casi le rogué, le juré lealtad y un trabajo eficiente como si estuviera vendiéndole mi alma al diablo, me mantuve alerta, intercepté el correo ordinario, envié mensajes, hice todo lo necesario, pero un día antes te interpusiste y te quedaste con todo; de la misma manera que siempre lo haces. Como te quedaste con la esposa fiel e ilusa que piensa que la amas de forma incondicional. Como te quedaste con los bonos por rendimiento una y otra vez.

Estaba hablando con un tipo de resentimiento que Vicente nunca había escuchado en persona. Y fue, de un modo especial, muy fuerte escucharlo hablar así, como si fuera uno de esos paranoicos que creen que todo es parte del plan de alguien más, o una conspiración para destruirlos; Vicente jamás se había interpuesto en nada, pero viéndolo desde otra óptica, era Joaquín el que tenía un trabajo más estresante que el suyo, y era, definitivamente, quien tenía una esposa calculadora y absorbente. Pero eso no era su culpa.

—Escucha, sé que estás molesto por lo que pasó, y lo entiendo.
—No, no lo entiendes —repuso el otro con una sonrisa alegre que o descolocó—, no puedes  entenderlo, porque hasta ahora nunca has vivido una vida como la del resto. Nunca has estado en riesgo de perderlo todo, ni has sufrido porque alguien que te ama no te trate como corresponde, ni has visto como otros surgen en el trabajo mientras tú acumulas méritos para nada.

No iba a llegar a ninguna parte intentando dialogar con alguien que se encontraba en ese estado. Suponía que su amistad iba quedar dañada después de todo eso pero, después de todo ¿no estaba ya algo decepcionado de él desde antes? Resultaba difícil engañarse, y a juzgar por lo que estaba pasando justo en ese momento, de verdad que la amistad de Joaquín no era más que superficial.

— ¿Sabes qué? Piensa lo que quieras; no hice nada de esto para perjudicarte a ti, lo hice porque es lo que quería para mí. Por lo demás ¿Cómo puedes hablarme como si esto fuera una conversación de principios, si fuiste tú quien empezó todo esto?
—Porque eras tú el que estaba en una posición mejor que yo, por eso hablo como si se tratara de principios. No necesitas más dinero y comodidad, pero yo sí, yo quiero dinero para hacer feliz a mi esposa, para cambiar mi casa por una más grande, y quiero dejar de ser el de informática al que llaman para arreglar algo pero al que no ven a la hora de repartir los bonos y los premios.

Vicente hizo un airado gesto vago con las manos.

— ¿Y por qué no lo dijiste durante todos estos años? ¿Qué te ocurrió, era demasiado peso como para hablar, charlabas conmigo mientras te llenabas de esa rabia por gusto, por placer?

Joaquín seguía tan tranquilo a pesar del significado de sus palabras, que comenzaba a ser preocupante; era él quien estaba comenzando a actuar mal.

—Mi relación contigo no tiene nada que ver en esto, no seas inocente; siempre te he considerado un tipo agradable, alguien con quien se puede hablar, con quien compartir algo de información, pero nunca perdí el foco de lo que pasa contigo, y con una persona como tú es mucho mejor estar cerca que lejos, al menos así no te sorprende tanto lo que pasa. Y decirte ¿Decirte qué? ¿Para que me miraras con cara de buen amigo y me dieras un consejo, pero de todos modos no hicieras nada? Ya te lo dije, esto no se trata de ti, se trata de las personas que son como tú, que tienen esa vida llena de suerte y de buenos augurios.
—Lamento que pienses de esa forma, pero tampoco te voy a rogar ni nada por el estilo; me sorprende que ahora hables de esta forma, cualquiera diría que nunca fuiste realmente un amigo, pero eso me lo esperaba después de descubrir que estabas involucrado en esto.

El otro se cruzó de brazos, suspirando.

—No importa. Está hecho, estoy seguro de que ya firmaste el contrato, el dinero es tuyo.
— ¿Por qué te molesta tanto? Ahora puedes tener el mismo puesto aquí, puedes pedir más dinero, estoy seguro que te lo darán.
—No estoy molesto. Yo no.

Sn decir más, dio media vuelta y caminó a paso lento hacia su oficina, a la que entró cerrando la puerta con suavidad. Ni portazos, ni gritos, su actitud era por completo opuesta a las cosa que le había dicho tan solo un momento antes. Vicente se percató que el guardia estaba en el inicio del pasillo, a poca distancia de la entrada, mirándolo mientras el dueño hablaba con la recepcionista, a quien él no podía ver desde ese ángulo; no resultaba entonces una broma, el viejo lo haría expulsar por la fuerza si no salía. Apresuró el paso y entró a la oficina para recoger de ella todo lo que pudiera necesitar.


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Con Sergio inubicable luego de la experiencia dentro de la empresa, Vicente quedó a su suerte durante esa jornada. Antes de salir, la recepcionista le dijo, casi como si se tratara de algo confidencial, que se pondría en contacto con él, para que pudiera retirar los documentos correspondientes y cobrar el dinero que legalmente le correspondía; también le dijo que podía presentar la carta de renuncia hasta el día siguiente, que no se preocupara porque ella arreglaría las cosas. Seguro se trataba de instrucciones de Gerardo, todo con la intención de no verlo más. Fue extraño, pero la mujer no demostró el mayor impacto al hablarle, como si de alguna manera ya hubiese tomado partido por alguien dentro de la situación que sin duda escuchó, o le fue relatada por el dueño. De todos modos, en su caso era comprensible, ella, si bien no estaba involucrada de forma directa, se quedaba en el lugar, por lo que, desde luego que tomaría partido por quien más le convenía. Mientras iba en el auto, sin rumbo fijo, Vicente se sintió un poco deprimido, como si lo que pasaba fuera de algún modo su culpa, no solo lo pasado con Joaquín, sino todo en general.

“No es tu culpa”

Dio un par de vueltas por las calles de la ciudad, sin saber muy bien qué hacer. De momento no le apetecía volver a casa, no solo porque estaría solo, sino porque de alguna forma era una suerte de fracaso, como reconocer que se había ido humillado de su trabajo.

“Fue por algo mejor”

Necesitaba volver a sentirse tranquilo; la decisión había sido por dinero, pero por sobre todo por tranquilidad ¿Cómo no iba a tomarla? Y Joaquín, quien durante tanto tiempo pensó que era su amigo, se demostraba tal como era, con ese resentimiento a flor de labios, como si de alguna manera fuera él, Vicente, el culpable de las desgracias de los demás a su alrededor.

“No es tu culpa, hiciste lo correcto”

Por un momento pensó en llamar a Juan Miguel, un amigo en el que sí podía confiar, pero se sintió algo cansado como para lidiar con la palabrería constante de su amigo, con quien era necesario estar siempre alerta; quería hacer otra cosa, pero seguía sin tomar una decisión clara, así que optó por hacer una parada y pasar a una cafetería a por un café para llevar: lo pidió cargado y con crema, y se regresó al auto, dejando la bandeja de cartón con el vaso alto en el asiento del copiloto.

“¿No sabes por qué estaba tan tranquilo?”

La actitud de Joaquín no dejaba de ser extraña; se sorprendió de sus palabras, de la manera en que se refirió a él, casi como si todo fuera una escena de telenovela, pero si algo lo sorprendió en verdad, fue su aspecto de total calma. Joaquín no era del tipo de persona que reaccionaba con tranquilidad, era de los que ante una situación que lo presionaba se ponía tenso, que ante…

—Oh Dios.

Tuvo que detener el auto, pero un bocinazo lo hizo recordar que no bastaba con detenerse cuando se encontraba en medio del tráfico; aparcó a  un costado, sopesando las ideas en su mente.

“Fue por algo.”

Joaquín no había reaccionado bien la semana pasada ante el accidente de Abel; era un hecho que lo tomó por sorpresa pero ¿Desde cuándo sabía en realidad que él se había quedado con su puesto? Al verlo ahí, de pie enfrentándolo con esa actitud tan relajada pero a la vez guardando la compostura, no supo qué pensar, luego al oírlo creyó que era una forma de enfrentarlo, pero pasó por alto lo esencial, y es que no tenía por qué haberse enterado de todo justo en ese momento

“Ya lo sabía”

No existía nada que pudiera evitarlo. Él mismo dijo que tomó todas las precauciones para quedarse con el puesto en la nueva empresa de Sergio, y que él se interpuso en el último momento; eso significaba que se había enterado la noche anterior, o en la tarde después de salir del trabajo. Había tenido tiempo para decidir cómo comportarse, para tragarse la rabia y actuar de la forma en que quisiera. Alegre, tranquilo, despreocupado.

“Averigua qué es lo que pretende”

¿Qué era lo último que le dijo, antes de dar media vuelta y entrar en su oficina?

“Debes saberlo”

Le había dicho “No estoy molesto. Yo no.”



Próximo capítulo: No pierdas el paso.