No vayas a casa Capítulo 1: Remedio milagroso para un diente roto




Miércoles cinco de Mayo.

Año 2024. No es el futuro, es sólo un poco después de hoy.

—Vicente, cariño ¿no escuchaste cuando te grité que estás a punto de llegar tarde?

El hombre abrió los ojos y supo de inmediato que las cosas no estaban tomando el curso que se supone tomarían; Renata era linda, ágil en la cama y muy atractiva en general, pero tratarlo de “cariño” cuando llevaban acostándose apenas un par de semanas era ridículo y por lo demás, descortés.

— ¿Qué habrá sido de las mujeres que sabían ser amantes discretas?

Estaba tendido de espalda sobre la cama, mirando el tapizado del techo, una suerte de combinación de trazos al azar en varios colores; las líneas muy delgadas en tonos pastel de las paredes ascendían sin gracia, y en el techo formaban una especie de mapa con tonos surgidos de la nada que daban el aspecto de una zona de guerra con los puntos donde la guarnición iba perdiendo terreno.
Se levantó y caminó en línea recta hacia la puerta; tenía la costumbre de caminar hacia la puerta de salida de su habitación, pero en ese cuarto que no era el suyo, la puerta de enfrente a la cama era del enorme armario, la salida estaba más a la derecha. Rascándose la espalda dio con la puerta correcta y entró al baño y en seguida a la ducha.
Iris había cambiado al sujeto con el que se acostaba.

—Renata —gritó con falsa calma desde la ducha— ¿podrías poner un poco de café fuerte? Bajo en un instante.

Soltó el agua sin esperar respuesta. El trabajo de Iris siempre había requerido tiempo fuera de casa, y era justificado al cien porque era una de las vendedoras de propiedades más exitosas de la región; año a año otras empresas le ofrecían más dinero por cambiarse, pero ella declinaba con gentileza las invitaciones a abandonar “su barco” y les decía que, de seguro, cuando decidiera bajar en algún puerto, los llamaría para preguntar si tenían la oferta aún. Ella jamás se iría de Devo y Marcus Propiedades, en primer lugar porque ganaba más de lo que necesitaba para vivir, y en segundo porque en esa empresa tenía a sus alcahuetas que resguardaban sus espaldas mientras se revolcaba con un tipo.
En ocasiones, Vicente se preguntaba por qué no transparentaban ambos lo que sucedía en realidad en esa relación; Iris trabajaba moviéndose siempre, y por su parte, él tenía a su cargo la flota de despacho de insumos de la Tech-live, líder en la ciudad y de la cual se ocupaba tanto en la oficina como en el lugar de los hechos, cualquiera que fuera este. No estaban a menudo juntos en la casa, y siendo ambos personas saludables, enérgicas y estando en la treintena, era lógico que no bastara con un par de encuentros sexuales al mes, los que por cierto eran fogosos e intensos; nunca habían hecho el amor con desgano o por cumplir con algún tipo de obligación, pero eso no cambiaba el hecho de que tenían deseos que se quedaban inconclusos.
Aguantó el primer año por amor y respeto, el segundo porque tenían otras cosas en mente, y al tercero no se dio más excusas ni se siguió culpando; había pagado a una chica, hecho lo que quería y despachado a la monada de cabello largo y rubio a su casa en taxi, como todo un caballero. Después de eso, superado ya el escollo moral, decidió no invertir dinero en algo que podía conseguir gratis, y se aventuró a alargar algunos de sus viajes de trabajo, coartada de por medio, a  algún sitio alejado de la ciudad o incluso cerca del litoral o en las zonas campestres, donde un traje elegante y una cara desconocida seguían provocando interés y, en algunos afortunados casos, pasión. Con el tiempo los métodos habían mejorado, y un buen día, en uno de esos fines de semana que empezaban con desayuno en casa de sus padres y almuerzo en la casa de los padres de ella, supo que Iris tenía ya dado el primer paso. El sexo que tuvieron esa noche fue salvaje, y aunque no sucedió la clásica escena de nombres cambiados de las películas, algo en su comportamiento le dijo que ya era otra; tal vez lo que había hecho con ese sujeto la llevó a otros sitios de placer y desató nuevas intenciones con su marido, o quizás sólo se exacerbó algo que se obligaba a mantener controlado, pero sea como fuere, lo supo, y le gustó que así fuera. Cuatro años después, Vicente se figuraba un cambio de amante dependiendo de los cambios en la cama; sin embargo, su lado sensato, que en esos momentos no estaba en ese departamento, sabía que el matrimonio no resistiría aquella verdad, que la zona de confort en la que ambos estaban se mezclaría hasta fundirse en un campo de batalla, del que nadie saldría ganando. Y amaba a Iris lo suficiente como para no correr ese riesgo.
Salió de la ducha con las manos llevadas a la cabeza, secándose el cabello; lo llevaba con un corte muy tradicional, algo largo arriba y recortado al borde de las patillas, para poder tanto llevarlo casual como bien peinado hacia atrás. Tener el cabello color miel era algo raro en su familia de tez y pelo oscuros, pero a él le venía bien porque daba un cierto aire de distinción que, como líder dentro de una empresa, siempre era necesario; no era rubio como esos abogados deslavados de Tribunales, tenía piel bronceada y sin manchas, saludable y siempre con un muy buen tono, incluso si estaba cansado o con horas menos de sueño.
Entre el movimiento de la toalla sobre su cabeza, percibió que no estaba solo en el cuarto ¿acaso Renata iba a querer algo de cariño matutino? Se suponía que tenía que irse a trabajar, al igual que él.

—Y bien, confío en tu buena mano para el café.

Se colgó la toalla al cuello y confirmó que estaba solo en el cuarto; de acuerdo, empezaba a imaginar cosas.

— ¿Dijiste algo?
—Nada, bajo ahora mismo.

Se vistió rápido y bajó por las blancas escaleras del departamento rentado de Renata; había aprendido a identificar las señales que, poco a poco, evidenciaban que había llegado el momento de terminar con una aventura y no, no se trataba de sentimientos, en su caso nada de eso tenía lugar en aquella situación. En los últimos cuatro años había tenido, Renata incluida, un total de siete aventuras de más de una noche, y la situación siempre era la misma: comenzaban con reuniones en moteles, luego la chica lo invitaba a su casa, luego le decía que se quedara si quería, y en esa etapa, Vicente comenzaba a experimentar el rechazo a que ella tuviera la actitud incorrecta. Suponía que las chicas estaban convencidas de hacer que todo pareciera normal, pero si por una parte era más cómodo encontrarse en la casa que en un sitio de paso, era una forma de probar hasta adónde podían llegar, y de ellas, cada una a su manera, lo intentaban. Tener un fastuoso desayuno preparado un día de semana cuando él se encargaba la jornada previa de decir que apenas tenía tiempo para un café, sugerir que hicieran el viaje juntos porque, de forma casual, ella llevaba la misma dirección, llamarle cariño, todo eran pasos, pruebas que planteaban. No importaba que él jugara limpio y dijera que sólo quería diversión y sexo, ni siquiera importaba que dijera que era casado, igual estaba ese afán ¿por qué no se encontraba con una mujer que en realidad sólo quisiera utilizarlo para jugar y luego despacharlo a su casa? Es decir, las había, pero por alguna razón seguía sin encontrarla.
Renata era alta, de silueta voluptuosa y largo cabello oscuro, todo un bombón que tendría que dejar de lado de una vez por todas. Notó que ella hizo un gran esfuerzo por disimular su frustración al verlo en modo operativo acercarse a la cafetera que emitía un leve vapor.

—Tiene buen olor —dijo como si tal cosa—, es ideal para empezar el día, ahora tengo que irme a toda prisa.
— ¿De verdad?

Se dio un tiempo prudente para beber del jarrón y evitar así la mirada de ella; ese tono casual, como si no supiera nada de lo que él comentaba del trabajo y los horarios, de seguro esperando a que él dijera “No cariño, ven aquí, mi trabajo puede esperar”

—Sí —respondió con un tono neutral, sin dar a entender nada—, ¿tienes un día muy agitado hoy?
—No tanto en realidad.
—Fantástico, podrás descansar un poco. El café estaba muy bueno, lo necesitaba.

Sin decir más, con una actitud corporal natural, se acercó a la mesa de centro, dando la espalda a la cocina tipo americana en donde Renata seguía de pie, en un atento silencio. Tomó las llaves del auto, la chaqueta del traje y se dirigió hacia la puerta, con actitud relajada, pero sin volver a acercarse a ella.

—Me voy, que tengas un gran día.
—También tú.

Al menos tuvo la dignidad de no hacer algún tipo de escena de fingida indiferencia. ¿Cómo se las arreglaría Iris en ese sentido? Por otro lado, los hombres eran menos románticos, a lo mejor se conseguía del tipo que sólo quiere sexo y odia el compromiso. Alguien justo como él cuando no estaba con ella
A veces se preguntaba por qué habría tanto matrimonio destruido existiendo una posibilidad sensata de mantener lo importante entre ambos; quitando el apartado moral, una relación era una especie de trato, un arreglo en donde ambos ofrecían y recibían algo. En ocasiones, los costos de esa relación saturaban a uno o a ambos, pero no tenía por qué significar el término de la relación; así como algunas parejas hacían largos viajes “para arreglar el matrimonio” y otros tenían más y más hijos, Iris y él descargaban sus instintos sexuales aunque el otro no estuviera disponible, por lo que quedaban fuera de ese grupo de personas que están acumulando más y más dolor, hasta que ya no les importa lo que pase entre ellos. Subió a su automóvil, un Nissan 370z color gris metalizado, que era todo lo que quería de un automóvil, al menos por el momento. Desde niño había querido un auto deportivo, de modo que cuando recibió un bono especial en la empresa un par de años atrás, al fin pudo deshacerse del viejo auto que tenía desde la época de la universidad, y acceder a un coupé que podía usar en la ciudad con comodidad y al mismo tiempo manteniendo el rango de velocidad que quería en determinados casos. Iris –y eso era otra de las cosas que amaba de ella- no tuvo la clásica reacción “esposa” de decirle que era un gasto innecesario, y de hecho se tomó de esa idea para plantear que debería haber un tercer vehículo en la casa, una camioneta familiar para aprovecharla en los escasos pero enriquecedores paseos de día libre o vacaciones. Después de un tiempo estuvieron en condiciones de inflar un poco el fondo común de la familia, y compraron una bonita Land rover, de color azul para contentar a Benjamín, que por ese momento pasaba por su etapa de querer que algo en la familia fuera de su gusto exclusivo.
Acomodó un poco el espejo retrovisor y se dio una mirada rápida, para verificar los puntos estratégicos que siempre podían quedar marcados de alguna manera; eres un tipo de treinta y siete que luce de treinta y tres, se dijo sonriendo, y tras la comprobación, emprendió el camino de regreso a su vida normal. No volvería a aparecer por ahí.
Tech-live era una empresa de más de diez años de sólida existencia en la capital; el viejo y sabio Gerardo Mendoza importó la idea de Europa, y la instauró no sin dificultades en un principio. Una empresa relativamente pequeña que importa, clasifica, vende y reparte insumos para el área de la pequeña industria era una idea bastante revolucionaria en su momento, pero funcionó, y Vicente llegó a hacerse cargo de la flota de vehículos pequeños que despachaban de manera constante. En los doce años que llevaba ahí, se había convertido en la estrella de los despachadores, estando siempre presto a ir en persona a solucionar cualquier problema de facturas erradas, reclamos de clientes o incluso problemas técnicos de los transportistas, el personal lo tenía en alta estima y sus superiores valoraban su trabajo con bonos extra que nunca venían mal.
Salió del intrincado juego de calles que rodeaba el edificio en donde vivía su futura ex amante, y siguió por la ruta que rodeaba el parque reserva de la ciudad; desde ahí llegaría en veinte minutos a la empresa y aún tendría tiempo de comer algo a modo de desayuno. Su teléfono anunció una llamada: a las nueve y cinco una llamada de Iris podía ser muy extraña, considerando que no había pasado la noche en casa; contestó con el manos libres.

—Vicente ¿dónde estás?

Oh Dios ¿había olvidado algo? Tenía la costumbre de apuntar cada evento futuro en la agenda del celular, hasta los más pequeños. Pero no, la noche anterior avisó que no iba a llegar hasta la madrugada por estar cuadrando unas existencias, y Jacinta tenía a su cargo dejar a Benjamín en la escuela.

—Estoy a minutos de la casa —mintió mientras viraba en la esquina más próxima—. Si veo otro número antes de ver la fachada de mi casa al menos, me volveré loco.
—Acaban de llamarme de la escuela —dijo ella como si no lo hubiera escuchado—, Benjamín se cayó, parece que se rompió un diente.

Oh no.

— ¿Por qué no me llamaron a mí? Les he dicho que no pueden molestarte porque podrías estar en un negocio muy importante.
—No lo sé ¿podrías ir? Estoy frente a la vieja galería de arte de la pintora de la que te hablé, y mis clientes están a treinta segundos de aquí.
—Ya voy en camino, despreocúpate —repuso él con ternura—, tan pronto sepa qué fue lo que pasó te dejo un mensaje en el chat directo, ahora ve por ellos y vende ese elefante blanco.
—Dios te escuche.
—Dios te compraría el edén si se lo ofrecieras.
—Gracias.
—A ti por hacerlo realidad. Un beso.
—Otro para ti.

Estaba a pocos minutos de la escuela; suerte que se trataba de un establecimiento de calidad, porque de lo contrario pasaría lo que a los hijos de algunos repartidores que muy bien podían desangrarse sin que a nadie le importara. Benjamín era un niño delicioso, vivaz e inquieto, que a sus siete años tenía la madurez de uno de nueve y la energía de uno de doce; tenía su rapidez mental y sus ojos, y el encanto y compasión de su madre. En la entrada de la escuela, un edificio grande, de tres pisos pintado de un tono indefinible para él, pero que definiría como hojas de la flor de cerezo y precedido de un gran patio, se estacionó y fue directo a la entrada.

—Buenos días.
—Buenos días, necesito hablar con la directora Méndez en este momento.

El asistente que vigilaba la puerta lo miró, sin reconocerlo.

—Señor, para hablar con la señorita Méndez necesita una cita, si desea…
—No necesito una cita, mi hijo está en este establecimiento y acaba de tener un accidente, tengo que entrar ahora a ver qué ocurre con él, y tengo que hablar con la directora ahora mismo. Maestra Santibáñez. Maestra.

Cuando alzó la voz, la mujer que iba pasando a cierta distancia de la entrada volteó en su dirección; era una mujer de más de cincuenta años, alta y esbelta, que cuando más joven había sido bonita; ahora conservaba la elegancia de sus movimientos y una mirada sabia y recatada. Durante una milésima de segundo no se movió, al final se acercó a la puerta, asintiendo con la cabeza.

—Señor Sarmiento, buenos días.
—Lamento molestarla, pero acabo de enterarme que mi hijo sufrió un accidente.
—Debe estar en la enfermería, lo acompañaré.

Vicente entró sin prestar atención a la expresión de sorpresa y ligero enfado en el rostro del asistente, mientras la maestra e dirigía unas palabras.

— ¿Puede anotar al señor Sarmiento por favor? Se lo agradezco mucho.

A pesar de no ser maestra de su hijo, la señorita Santibáñez era relevante en su estadía allí; su madre, maestra de igual forma, le había hecho clases a él, de modo que cuando Benjamín estuvo en edad, ambos decidieron buscar referencias, y a través de esa búsqueda llegaron a ella. La mujer recordaba a Vicente de la secundaria, y de inmediato le recomendó la escuela en donde se desempeñaba su hija.

—Ya llegamos, al parecer está en la sala del fondo  —dijo asomando la vista por la ventana junto a la puerta.
—Se lo agradezco mucho.
—Recuerde tomarlo con calma —dijo ella con un perfecto tono académico—, no olvide que si su hijo sufrió un accidente, va a estar muy sensible a sus reacciones.
—Lo sé, es sólo que me preocupé, además que dejé instrucciones de que me avisaran a mí por cualquier situación y en lugar de eso llamaron a mi esposa; ya sabe que por su trabajo, ella puede perder un negocio que lleva semanas en realizar sólo por el hecho de que la interrumpan con una llamada. De hecho había pedido hablar con la directora.

La mujer lo contempló de la misma manera que su madre lo hacía más de veinte años atrás; con interés, pero tomando distancia de la situación.

—Entiendo a qué se refiere, pero ya sabe que aquí algunos procedimientos aún son algo anticuados. Si habla con la directora no conseguirá mucho, pero vamos a hacer el siguiente trato: usted va a mantener la calma ahí dentro, y tan pronto como yo esté en la sala de notas, corregiré el orden de los números de teléfono almacenados; de esa forma, en el caso de que sea necesario, la secretaria que esté a cargo llamará a su número aunque no lo pretenda, y el objetivo se cumplirá de todas formas.

Podría haber sido abogada. Su forma de hablar era convincente, y si bien la triquiñuela era sencilla, ponía en práctica un truco que dejaba a todos tranquilos a la vez y sonaba como la mejor idea. Vicente sonrió.

— ¿De verdad me ayudaría con este asunto?
—Por supuesto, no se diga más del asunto —replicó ella en voz baja—. Sólo necesito que se comprometa a mantenerse en su centro.
—Es una promesa.

La maestra se alejó, y Vicente entró en la enfermería con otra actitud. Adentro, la enfermera a cargo estaba tras un gran escritorio, redactando un informe.

—Buenos días enfermera.
—Buenos días —replicó la mujer levantándose del asiento—, lo lamento ¿usted es el padre de Benjamín?

Vicente se acercó y la saludó con suma cortesía.

—Soy Vicente.
—Es un placer, no nos habíamos visto.
—No —respondió él—, mi hijo no tiene una marca muy alta de accidentes.
—Es un verdadero amor —replicó la mujer con una amplia sonrisa—, le aseguro que se ha comportado como todo un héroe.
— ¿Se rompió un diente, cómo fue?

Ella hizo un gesto vago con las manos.

—Le he dicho tantas veces a Berenice que no hable sobre cosas de las que no tiene conocimiento, pero hay algunas cosas que son un poco incorregibles. Se cayó corriendo por el patio y se le salió el diente, el colmillo que ya tenía suelto, pero se puso triste porque insiste en que tenía que salírsele en la casa y no aquí; desde luego que tiene que guardar algo de reposo por el golpe, pero no es nada muy grave, en un rato estará bien.
—Entonces no es algo de mucho cuidado.
—En absoluto, pero sabe que siempre preferimos notificar cada hecho a los padres para que ellos tomen las precauciones del caso; de todos modos, nadie quiere que su hijo sufra un golpe aunque sea leve, y no le den aviso.
—En eso tiene razón.
—Lo dejo con él.

Benjamín siempre le parecía adorable en su uniforme de escuela. El pantalón de color gris cemento y esa camisa blanca como la nieve le daban un aspecto de un pequeño uniformado, con el toque de desorden visual propio de su edad enmarcando sus expresivos ojos color miel.

—Hola papá.

Estaba en modo reflexivo. Tenía en las manos una cajita transparente, dentro de la cual estaba el diente que había perdido poco antes, y lo miraba como si hubiera perdido la fe en la vida.

— ¿Qué sucede, por qué esa cara?
—El diente se cayó —explicó con tono muy serio—, me caí, me pegué en la boca y el diente se salió.
— ¿Te duele?

Negó con la cabeza, pero su expresión decía lo contrario.

—Y si no te dolió, dime por qué tienes esa cara de tristeza.
—Porque tenía que salirse en casa —replicó como si fuera obvio—, el ratón tiene un distrito y este no es su distrito, después ¿cómo va a saber que este diente es de su distrito y no lo robé?

La película del ratón de los dientes había aterrizado el mito de antaño, pero por otra parte, al convertirlo en una empresa, generó una nueva categoría de problemas asociados; por suerte en la cinta no se hablaba de sumas de dinero específicas.

—Creo que olvidaste algo muy importante sobre el ratón.

Benjamín lo miró sin demostrar estar de acuerdo con esa afirmación.

—Sé cómo funciona la corporación —dijo con tono de orgullo—, el maestro Bigotes lo dijo todo muy claro.
—Y no dudo que lo sepas, pero no hablo de eso. ¿Recuerdas que el ratón viene a buscar tu diente cuando el radar recibe una alerta?
—Sí.
—Esa alerta es por un diente caído, y el ratón asignado debe ir por él esa misma noche; él no llega hasta tu habitación porque sí, llega porque tu diente activó esa señal al caerse, y seguirá emitiéndola hasta que lo recupere. Las señales de cada diente son únicas, por eso es que el ratón puede ir hasta el correcto, no importa lo que pase.

La cara del niño se iluminó; Vicente estaba harto de la película, pero hasta que no llegara el siguiente estreno antes de navidad, seguiría viéndola de común cada tantos días. Por suerte había pensado en esa solución.

— ¿Lo dices en serio?

Vicente se cruzó de brazos, ofendido.

— ¿Y cómo crees que recibí mis obsequios del ratón cuando tenía tu edad? La corporación existe desde siempre, sé cómo solucionan esos pequeños inconvenientes.

Benjamín sonrió al fin, y se bajó de la camilla en la que estaba sentado, pero aunque estaba más animado gracias a la explicación que solucionaba su problema, aún tenía algo más en mente.

—Papá.
—Dime hijo.
—Si se me rompe un diente ¿me va a doler más que se haya salido este?

Amaba esas preguntas; no sólo eran importantes para su hijo, también eran una oportunidad increíble para él de crecer y ser mejor como padre. Asintió con lentitud, sonriendo sólo un poco, pero con expresión seria.

—Sí, te va a doler más, pero es como cuando te caes y te golpeas ¿recuerdas que se pasa luego?
—Sí. Soy valiente.
—Lo sé, confío en ti.

Salieron de la enfermería y caminaron por el pasillo hacia el patio. El salón en donde tenía clase estaba justo del otro lado de la superficie de cemento en donde ahora no había nadie.

— ¿Vas a ser más cuidadoso?
—Sí papá.
—Eso me gusta mucho. Ahora papá debe seguir en el trabajo. Nos veremos más tarde ¿de acuerdo?
—Sí papá.

Y se fue corriendo sin prestar mayor atención hacia la sala, desapareciendo tras la puerta de color celeste cielo. Vicente suspiró, era verdad que esas pequeñas situaciones podían causar problemas, pero al mismo tiempo resultaba maravilloso poder estar presente y ayudar a dar forma a esa pequeña mente que se estaba formando cada día. Cuando Benjamín nació, si bien las leyes asociadas al cuidado compartido ya eran un hecho, persistía en la sociedad una sensación de extrañeza ante un hombre que quisiera cuidar de su bebé; siendo honesto consigo mismo, él inclusive se sorprendió ante el torrente de emociones que provocó el embarazo de Iris. Siendo joven jamás había sentido un interés especial por los niños ni lo que llamaban “instinto” pero el hecho de sentir los latidos de su corazón en el vientre materno bastó para que supiera que se trataba de una de las cosas más importantes en su vida. Los últimos siete años en ese sentido, habían pasado muy rápido; sin embargo, recientemente Iris le había hablado de la parte que le iba a tocar a él en exclusiva en la crianza del niño dentro de poco tiempo, cuando estuviera entrando a la adolescencia. Al principio se sintió desconcertado, incluso un poco traicionado, como si el hecho de que su hijo, en determinado momento, fuese a ser un hombre, le arrebatara algo de lo que él como padre amaba en su persona; luego de meditarlo mucho, llegó a la conclusión de que su crecimiento, y eventualmente su paso a hombre, lo convertían como padre en algo más que lo que era en ese momento de modo que se transformaba en una expectativa enriquecedora y una posibilidad maravillosa de acompañarlo. Fue extraño, pero se sintió en extremo conservador pensando en hablar de sexo seguro y de relaciones amorosas, pero por otra parte, en ese aspecto tenía que hacer lo correcto, amén que en sus años de correrías siempre había sido consciente en ese sentido.
Después de dar una jovial despedida al asistente que custodiaba la puerta de la escuela, regresó al auto y emprendió camino a casa; no estaba cansado y pretendía llegar al trabajo de inmediato, pero ante la llamada de Iris, tenía que pasar por la casa y dar la impresión de que eso era el plan desde el principio.
Faltaban diez minutos para las diez cuando estacionó el auto frente a la casa; Jacinta estaba justo en el jardín, regando las plantas con una regadera portátil de color amarillo encendido. A esa hora era un buen momento porque, a pesar de que el sol daba justo sobre sus cabezas, por la orientación de la construcción quedaría muy pronto en sentido opuesto; la instrucción de Iris había sido muy específica cuando compraron la casa y desde luego tenía razón, ya que con una casa que miraba al oriente, se aseguraban mañanas iluminadas y tardes frescas, algo que era probable muchas personas no supieran al momento de adquirir una propiedad.

—Vicente, tan temprano por aquí.
—Vengo a darme una ducha y salgo para el trabajo; apenas terminé lo de ayer.
—Parece que hay mucho trabajo.
—Si todo lo que ordené anoche quedó como quiero, entonces no debería haber tanto. Me llamaron de la escuela.

Jacinta era una mujer de una edad indeterminada entre los cincuenta y los sesenta; de estatura baja, fuerte como un roble, parecía la encarnación de la típica Nanny de las películas norteamericanas: con el cabello recogido en un moño a la altura de la nuca, sus rasgos eran fuertes y decididos, pero en su mirada se evidenciaba el cariño que tenía por su profesión, y la dedicación que ponía tanto en el cuidado de la casa como en la asistencia en la crianza de Benjamín. A veces Vicente se preguntaba por qué no había sido maestra, pero Jacinta no era dada a hablar de sí misma, de modo que el asunto había permanecido para siempre como una incógnita para el matrimonio.

—Oh Dios ¿qué le sucedió a Benjamín?
—Nada grave, sólo es un golpe; vengo de allá, y por suerte está todo bien, excepto el asunto ese de los dientes para el ratón, pero creo que lo tengo controlado.

El suspiro de alivio de Jacinta era auténtico.

—Qué alivio, por un momento pensé que podía ser algo grave.
—De todas maneras quiero ser un poco flexible con él por hoy, se portó muy bien y no lloró según la enfermera.
—No diga más —lo interrumpió ella con  una sonrisa cómplice—, tengo unas frutas, haré su postre preferido para la tarde.
—Fantástico, se lo agradezco.

Entró a la casa y dejó la chaqueta del traje sobre el sofá.

La puerta de entrada se abrió, y en la sala entró el sol de la tarde, iluminando la estancia; estaba sentado en el viejo sofá, mirando sin demasiada atención hacia adelante, hasta que su visión fue inundada por Dana, que caminaba hacia él con esa gracia simple que la caracterizaba. No había en el mundo una mujer que pudiese parecerle más hermosa que ella, metida en esos jeans recortados hasta la mitad de los muslos y esa polera blanca ancha que ocultaba su silueta; le gustaba que no quisiera esforzarse por ser atractiva, y en cambio estaba segura de serlo. Los demás decían que era un poco marimacho, pero en realidad hablaban de esa forma porque Dana los intimidaba ¿quién más en el lugar sabía de mecánica sino ella? Ninguna otra mujer. Había crecido en un garaje con su padre y su tío, quienes la dejaron deambular entre juegos y preguntas curiosas; a menudo hablaban de esa época, la más feliz de su vida, cuando jugaba con las llaves y las tuercas en las tardes y se probaba el maquillaje y los vestidos de su madre los fines de semana. Cuando, como ella decía, la vida era perfecta; ahora era menos perfecta, pero no se dejaba apabullar por los cambios que habían ocurrido en su vida. Lo mejor de lo que había entre ellos y que no tenía nombre, era que podían hablar con un nivel de confianza que rayaba en lo infantil; con Dana no sentía vergüenza de nada, ni de ser inexperto, porque ella también lo era, y quería experimentar con él pero sin compromisos, sin hacer algo sólo por complacerlo. A diferencia de los otros, que buscaban a las chicas sólo por satisfacer su instinto de momento; en una ocasión, Vicente le dijo que eso lo había aprendido de su padre, la lección acerca de que cuando eres entregado en el sexo, lo que más recibes son beneficios. Pocos en el sector sabían lo de ellos, y menos aún alguien podía suponer que aún no habían llegado demasiado lejos; por las noches se torturaba y a la vez descargaba pensando en ella, recordando las cosas que hacían a veces, y al mismo tiempo ansiando llegar a más pero se mantenía fiel a su postulado original, esperar a que ella quisiera hacer lo que se le diera la gana. Sus amigos decían que para iniciarse con todas las de la ley, tenía que salir de ahí y visitar la ciudad, que en ese pueblo alejado y con pocos habitantes resultaba muy difícil, pero Vicente no estaba en realidad preocupado por eso: sucedería de la mejor manera, no por una aventura de una noche.


—Vicente, tu celular.

Reaccionó y miró en la dirección de la voz de Jacinta, lo miraba con una media sonrisa.

—Te estabas quedando dormido.
—Eso parece.

El teléfono móvil estaba anunciando una llamada: miró en la pantalla y vio que se trataba de Joaquín, su principal compinche en la empresa.

—Qué tal amigo.
—Vicente —la voz le dijo de inmediato que algo no estaba bien. Joaquín no era de hablar con seriedad a menos que estuviera sucediendo algo de verdad importante—, escucha, deja lo que estés haciendo y ven a la oficina.

Lo peor de una persona como Joaquín eran sus reacciones cuando se enfrentaba a cosas que no podía controlar o a las que no estaba habituado; se trataba de un hombre de naturaleza inocente, era bromista y muy relajado, por lo que cualquier situación triste o compleja lo hacía ponerse en extremo rígido y protocolar. Según él, como le había dicho en alguna ocasión, las malas noticias que tenías que dar en persona no se decían por teléfono porque era de mala educación, de modo que cuando le dio ese escueto mensaje, se despidió como si estuviera hablando con un comandante y cortó la llamada. Vicente pensó en llamar a alguien más, pero ante la duda y el peligro de llamar la atención de forma innecesaria, salió muy rápido en el auto.
A las diez cuarenta estaba estacionando en su puesto en el aparcamiento de la Tech-live e ingresó de inmediato por la puerta lateral, que daba a una de las tres bodegas de suministros; de inmediato supo lo que había pasado.

—No puede ser…

Joaquín apareció justo en ese momento y se acercó a él, con el rostro muy tenso; en la Tech-live se desempeñaba como analista de datos, lo que lo dejaba en la línea de fuego de situaciones de todo tipo cuando alguien más faltaba.

—Es tremendo Vicente, ya me contacté con Sergio y dice que viene para acá.

Aún estaba mirando lo que había sucedido en la bodega, con el impacto vívido, pero escuchar el nombre del hijo del dueño hizo que reaccionara.

— ¿Sergio? ¿Y qué le puede importar esto a Sergio?

Señaló las tres estanterías metálicas que estaban caídas como piezas de dominó, y el incontable desastre de piezas y partes desperdigadas por todos lados; se había vuelto loco ordenando todo eso la jornada anterior para poder justificar su ausencia la noche pasada, y ahora era un desastre peor que antes de empezar.

—Vicente, los estantes están así porque ocurrió un accidente: Abel se subió a ese para alcanzar algo de la última repisa, perdió el equilibrio y cayó encima del segundo, fue como un efecto en cadena. Por suerte alcanzó a proteger la cabeza del golpe.

Abel era un trabajador que ya había causado otras situaciones de peligro.

—Por Dios ¿Y qué le pasó, cómo está?
—Bien en general. Se lo llevaron a la urgencia del Martín del río hace como diez minutos, te llamé en cuanto pasó todo esto.

Vicente se inclinó y tomó del suelo un bombillo de ahorro Gu10; por un elemento de ese tipo un sujeto podría haberse matado.

— ¿Estaba despierto?
—Sí, puede que se haya roto una pierna además de los golpes, pero no parece nada más; sin contar todo esto por supuesto.
—Maldición, en diez minutos tiene que llegar el camión de Jorge.
—Esperemos que no pase nada grave, Abel estaba dando voces cuando se lo llevaron.
—Pero si fue su culpa.
—Por eso llamé a Sergio —explicó el otro—, porque me pareció que Abel podría querer aprovecharse del asunto, ya sabes cómo es.

Esa referencia era por un asunto que había pasado antes. Abel era un hombre conflictivo aunque evaluado por Sergio; algunos meses atrás había insinuado que las medidas de seguridad o anuncios en las instalaciones eran escasos o incompletos, y dejó entrever que una denuncia sería muy mal mirada. Hasta ahí podría considerarse una advertencia hecha con buenas intenciones, pero acto seguido dijo que sería una pena que algún trabajador descontento con su salario tuviera además un accidente por culpa de la empresa. Era improbable que este accidente fuese premeditado, pero existía la posibilidad de que quisiera utilizarlo en su beneficio.

—Oh cielos.
— ¿Qué pasa?
—Nada, es sólo que…

En ese momento recordó algo que se le había pasado por la mente poco después de aquel desagradable incidente: estaba revisando unas notas en la bodega principal sentado ante una mesita, cuando Abel pasó a su lado y le dio una patada accidental a su silla. Se disculpó de inmediato y sonaba sincero, pero Vicente no pudo evitar pensar, aunque no lo verbalizó, que si tenía por costumbre patear el mobiliario por no prestar atención a dónde ponía los pies, entonces le vendría bien quebrarse una pierna o caer por una escalera para aprender, antes que le causara un accidente a alguien más.

—Vas a pensar que es una tontería, pero hace tiempo deseaba que Abel tuviera un accidente.

Una sonrisa fugaz pasó por el rostro de Joaquín, pero se mantuvo serio.

—Casi la mayoría lo hemos pensado en algún momento, no tiene importancia.

Vicente esbozó una sonrisa; en su fuero interno, no estaba tan preocupado por Abel como deprimido por el trabajo perdido.

—Rayos, tengo diez minutos para ordenar todo esto.
—Y a todo esto, no me has dicho si este —indicó el suelo— trabajo valió la pena o no.
—Sí, lo valió y al mismo tiempo no.

Ambos comenzaron a recoger cosas del suelo y ponerlas en pequeños contenedores plásticos.

—Qué bueno que no movieron las cosas de aquí, ahora que miro con calma, la mayoría de los artículos cayeron en cierto orden así que no será tan trágico.
— ¿Y a qué te refieres con eso de sí y no?
—Todo eso se terminó.

Joaquín dio un bufido de incredulidad.

—Por favor, te conozco hace demasiado tiempo como para creer eso.
—No me refiero a eso, sino a ella en particular.
—Ya decía yo.
—Es en serio; hoy apareció una de las “señales.”
—Ah, entonces la nena empezó a imaginar que las cosas contigo iban más allá. Francamente —continuó meneando la cabeza, reflexivo—, me cuesta entender que tengas la capacidad de mantener esta doble “situación” de forma constante, yo le miento sobre mi sueldo a Eugenia y empiezo a transpirar.

Vicente se puso de pie y dejó el recipiente en un espacio vacío en una de las repisas que no se habían caído. Sí, resultaba extraño, sobre todo cuando pensaba de forma fría en las consecuencias de que sus planes quedaran al descubierto.

—Te entiendo, es sólo que…no lo sé, tal vez es que funcionamos en frecuencias diferentes; sea como sea, tendré que tomar algunos días de descanso y abandonar las pistas, dejar que todo se calme y luego ver qué hacer.

Joaquín dio un aplauso.

—Eso suena bien; te doy una semana.
—Qué divertido.

Una hora treinta minutos más tarde, la bodega ya se encontraba casi en las mismas condiciones en que Vicente la había dejado la jornada anterior; siendo Miércoles, debería sentirse tranquilo, puesto que en la empresa era el día más flojo de la semana, pero como había dedicado hasta pasado el mediodía a ordenar, en ese momento tenía acumulado todo el trabajo de esa mañana. Se estaba despidiendo mentalmente del almuerzo cuando su celular anunció una llamada, la que contestó sin siquiera mirar la pantalla por estar realizando el conteo de los interruptores conmutados para la fábrica de salchichas del sur.

—Hola.
—Lo hice Vicente, lo hice.

Tardó un segundo en asociar la voz con las palabras.

— ¿Vendiste la galería de arte?
—Sí —respondió Iris con tono triunfal—, lo logré, fui brillante.
—Siempre eres brillante cariño ¿y a quien se la vendiste?
—A una sociedad sin fines de lucro dedicada a la preservación de los inmuebles dedicados al fomento del arte y la cultura.
—Por Dios —exclamó él, sonriendo—, ese sí que es un nombre largo. Pero no entiendo, dijiste que esa galería estaba desvalorizada desde hace tiempo y que las obras perdieron mucho de su valor desde que la pintora desapareció del mapa para siempre después de esos escándalos con la prensa.

Se trataba de historia antigua, una serie de hechos policiales que habían sido cubiertos por la prensa hace doce o trece años; Iris le había contado mucho de ello en las últimas semanas mientras se enfrentaba al desafío de vender la que ella denominaba como “la galería maldita.”

—Sí, el tema es que en realidad sólo van a conservar el edificio, le cambiarán el nombre, rematarán los cuadros y pondrán en el interior algunas muestras de artistas de menos renombre y harán eventos como lanzamientos de libros o cócteles de la sociedad hípster; es decir que la galería les viene de lujo porque ya sabes que todos esos esnobs aman los edificios con historias macabras pero que hayan sido convenientemente redecorados y tengan mucha luz.

Hablaba a toda velocidad cuando estaba emocionada; ninguno de los dos lo había mencionado, pero ella estaba muy nerviosa, se trataba del primer negocio en su vida que le había costado tanto tiempo y además tantos fracasos previos.

—Muy inteligente de tu parte, apuesto a que los atacaste con lo del rediseño.
—Cayeron rendidos a mis pies cuando les mostré lo versátil del interior del lugar y cité, por pura casualidad, algunas muestras de arte poco conocidas pero de gran valoración en el norte de Escocia.
—Eres brillante, te amo.
—Yo también te amo. Tengo que colgar, llegaré más temprano hoy, espero que puedas también.
—Me jugaré la vida porque así sea, tenemos mucho de qué hablar y no puedo esperar para darte un abrazo y beber un poco de esa cerveza especial para celebrar.
—Es un excelente momento para eso —comentó ella con tono desenfadado—. Estaba pensando, de verdad esta vez tuve que poner mucha energía de mi parte, casi podría decir que lo conseguí sólo a punta de fuerza de voluntad.
—Por favor, eso sería subestimar tu talento.
—Para nada —replicó Iris con sencillez—, nunca he sido supersticiosa y lo sabes, pero en un caso como este, con tanto en contra, en alguna parte de mi cabeza pienso que tal vez si no es la intervención de algo sobrenatural, los deseos que tienes porque algo se haga realidad producen un tipo de energía.

Vicente tampoco era supersticioso; sin embargo, a lo que se refería Iris era algo mucho más terrenal, similar a lo que te hace terminar una maratón sólo por orgullo, incluso más allá de tu capacidad física. Él lo había hecho el verano anterior.

— ¿Te refieres a que produces ondas que le dicen al mundo “voy a lograrlo?”
—Exacto, justo algo como eso. Si no lo hubiera deseado tanto, si no hubiese querido con tanta fuerza no fracasar, no habría llegado a encontrar esos informes perdidos en internet con los que armé mi argumento de venta. Como cuando éramos niños ¿Cuánto tienes que desear que Santa te haga un regalo fabuloso para que esté en el árbol a la mañana siguiente? —se interrumpió una milésima de segundo—. Tengo que colgar, te veo más tarde.
—Te veo más tarde.

Iris estaba eufórica, lo que significaba que la noche sería fenomenal; si bien la intimidad entre ambos siempre era satisfactoria, el éxito comercial tendía a liberar más aún a su esposa, lo que lo ponía a él en una situación difícil de ignorar. Sergio aún no regresaba de la urgencia donde estaba internado Abel, y Vicente decidió decirle tan pronto lo viera, que necesitaba retirarse un poco antes; apuraría el trabajo lo más posible, dejando todo a punto, de forma que no tuviera opción de negarse.



Próximo capítulo: Karma a pedido

No vayas a casa

La espera ha terminado.

No te pierdas hoy el primer episodio de la nueva novela de terror No vayas a casa.
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La última herida Capítulo 35: Jefe de seguridad - Capítulo 36: Dos responsables, una cara

Capítulo 35: Jefe de seguridad

El hombre vestía ropa deportiva oscura con un capuchón que tapaba la mayor parte de su cara, y apuntaba el revólver directo al rostro de Matilde; ni Aniara ni Gabriel se movieron.

– ¡Dame las llaves!

Aniara hizo un leve movimiento, lo que hizo que el hombre reaccionara rápidamente y encañonara a Matilde, sujetándola por un brazo al mismo tiempo.

–Ni se te ocurra –dijo con voz amenazante– dame esa arma, y entrégame las llaves de la camioneta.
–Tranquilo –dijo Matilde– no es necesario disparar.

Nadie se movió durante unos instantes. Finalmente Aniara le entregó el arma, mientras Gabriel miraba atónito la escena.

–Las llaves.

Nerviosamente, Matilde buscó en su bolsillo y se las entregó. El hombre la arrojó bruscamente hacia los otros dos y retrocedió, apuntando en todo momento con su arma.

–No traten de hacer ninguna tontería, o se van a arrepentir.

Se alejó rápidamente hacia la camioneta, y en unos segundos el vehículo ya se había alejado ante los ojos de Matilde; cuando volteó, vio que Gabriel había emprendido una carrera a toda velocidad, seguido de Aniara, que poco después dejó de perseguirlo al verlo demasiado lejos. Ambas se reunieron poco después.

–Está en buena forma, lo perdí.
–Así veo.

Durante un momento ninguna de las dos habló. Luego cruzaron una mirada cómplice.


2


La puerta se abrió y Matilde entró, dejando a Aniara esperando fuera; se trataba de un cuarto cerrado y completamente a oscuras; la voz del hombre se dejó escuchar suave y armoniosa a los oídos al fondo del lugar.

–Cuidado con el mueble.

Al fondo del lugar una tenue luz salía de varias pantallas de  ordenador; ante el escritorio un hombre de figura gruesa y grande permanecía sentado, inmóvil.

– ¿Cómo te fue?
–Todo va bien –respondió ella– ahora necesito que hagas lo tuyo.

El hombre asintió y se volcó al ordenador. Matilde se quedó un momento mirando a xxx, pensando en cómo había cambiado en los últimos años; estaba más grueso, no necesariamente gordo, pero si más voluminoso, y ahora usaba el cabello muy corto y una barba como de dos días. Le caía bien, y no habría recurrido a él de no ser por el destino, que quiso que tuvieran una oportunidad de charlar a solas durante la ceremonia fúnebre de Patricia. Benjamín era un buen hombre en general, y su amor por Patricia había sido tan genuino como el de ella por él, pero ambos eran demasiado jóvenes como para que su relación funcionara; al momento de la separación de ellos pensó en él como un hombre inmaduro e ingenuo, lo que probablemente sería el resto de su vida, pero era un buen hombre, y se mostró realmente indignado por lo de Patricia.

–Debí haber estado aquí –le dijo en un momento– debieron matarme a mí en vez de a ella. El mundo es tan injusto y ella sólo hacía bien a todos; ahora todo es peor.

Era una declaración impulsiva e infantil de parte de alguien que además desconocía las reales implicancias del caso de Patricia, pero las lágrimas de xxx habían sido reales, y tan dolidas que fue una nueva amenaza para su temple; a poco estuvo de decirle algún consuelo más allá de lo permitido, pero se controló y mantuvo todo en orden. Pero al mismo tiempo se le ocurrió que él podría ayudarla, ya que tenía acceso a una de las dependencias de la Unidad de prevención de accidentes en ruta, por lo que sus ojos podrían ver cosas que muchos otros no. Nunca hizo preguntas, le bastó para su conciencia saber que lo que fuera que estuviera haciendo servía para hacer justicia en nombre de Patricia, y se comprometió a ayudarla cuando lo llamase, y no revelar jamás la naturaleza de sus actos.

–Esto es lo que está pasando ahora –dijo en voz baja– pero no me has dicho lo que quieres ver exactamente.
–No lo tengo muy claro –replicó ella mirando una de las pantallas de ordenador– pero se supone que debería haber algún movimiento de maquinaria, algo como camiones pesados cerca de un lugar grande, alguna edificación de grandes proporciones.

Los ojos de xxx se desplazaban a gran velocidad de una pantalla a otra, mientras los números diminutos en ellas indicaban la hora: pasaba de las once de la noche.

–Movimiento de máquinas de gran tamaño en la noche no es algo común en la zona más céntrica de la ciudad, pero si tú lo dices, puede suceder.
–Debería estar por suceder.

La espera se hizo un poco larga durante algunos minutos; Aniara seguía afuera, esperando. Matilde sabía cuán duro debía ser todo eso para ella, pero por desgracia era la única opción. Si eso resultaba, tendrían que recurrir a la ayuda solo de una persona más.

–Aquí puede haber algo –dijo xxx de pronto– es extraño.

Matilde se concentró en uno de los monitores: Camiones con grandes acoplados entraban en un terreno cercado y se dirigían hacia un edificio de tres plantas, muy parecido a lo que Patricia en su momento había descrito como las instalaciones de Cuerpos imposibles.

–Son ellos.
–Entonces esto te sirve.
–Es perfecto –replicó ella– no sabes cuánto te lo agradezco.

Benjamín se volteó y la enfrentó. Su mirada era profunda y sincera, quizás de las pocas que seguían pareciéndole confiables.

– ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
–Lo que has hecho es más de lo que crees. Pero necesito que me prometas que...
–Todo esto muere conmigo –se adelantó él esbozando una sonrisa– no me debes explicaciones Matidez, siempre te tuve cariño, y sobre Patricia... solo quisiera haber sido más capaz de cuidarla y de cuidar lo nuestro, no sabes cómo lo he lamentado todo este tiempo.

No habló durante unos eternos segundos. Entonces así era, después de todo ese tiempo, la seguía amando como siempre, quizás más que antes; por un instante sintió como su corazón azotaba su pecho, muestra física del deseo de revelarle toda la verdad, de darle a él y a ella al menos una oportunidad. ¿Por qué no? ¿Por qué no olvidarse de todo, y aprovechar la oportunidad que tenían e intentarlo, juntos de nuevo, al menos como una posibilidad? Seguro que él tenía suficiente amor para intentarlo sin hacer preguntas, pero si abría esa puerta, todo el horror y la muerte volverían a amenazar sus vidas, y con ello también las de quienes los rodeaban. Además su hermana no quería olvidar.

–Eres un hombre increíble, de verdad.
–No pienso lo mismo.
–Lo eres. Ahora lo mejor que puedes hacer por tu vida es ser feliz, o luchar por serlo lo más posible. No te quedes de brazos cruzados; hazlo por su memoria.

Él asintió sin decir nada. Había llegado la hora de ir a otro sitio.

–Tengo que irme.
–Ahora no te voy a volver a ver ¿verdad?
–No lo creo –dijo ella simplemente– pero está bien, fue un gusto volver a verte, y de nuevo gracias por todo.


3


A Manieri le habían descubierto una afección al corazón, y entre eso y su jubilación pasó muy poco tiempo; él también era querido por la familia y por ella misma, por lo que esa noticia fue lamentable y emotiva al igual que su presencia en la ceremonia, pero Matilde no podía dejar de sospechar de él. Sabía que era un policía a la antigua, que había sido mentor de Patricia y un oficial siempre recto, pero la experiencia con Céspedes y las trágicas consecuencias que sobre ella y Cristian habían caído le impedían confiar nuevamente en alguien de alguna institución; tuvieron una larga discusión con su hermana a la hora de iniciar los planes, pero al final tuvo que ceder y confiar en él una parte terriblemente importante y acudir a él. Manieri ni siquiera podía ver a Aniara, ya que como ella dijo, él era de las pocas personas, junto a ella y sus padres, que la descubrirían tan solo al mirarla a los ojos. Así que Matilde dejó pasar el tiempo, y en determinado momento fue a visitarlo para preparar el camino; le sorprendió ver el cambio que su salida de la policía hizo en el viejo oficial, y aunque en un principio lo atribuyó a su enfermedad, él mismo se encargó de dilucidar las dudas.

–Estoy cansado Matilde –le dijo en esa oportunidad– la verdad es que estoy cansado de todo esto. La tragedia que ocurrió con tu hermana, el asesinato de Mayorga, son cosas que me han hecho pensar mucho, más aún ahora que estoy retirado. Hay algo ahí afuera, algo más poderoso que la ley y que la policía, algo que puede hacer lo que queramos con nosotros; ya no son los tiempos donde uno podía luchar contra la delincuencia, donde sabías quiénes eran los malvados. Estos son tiempos donde la maldad es algo más fuerte, que no se ve, son tiempos en donde no hay diferencia entre un ladrón y una empresa o entre una gargantilla y la vida de alguien. Ya no puedo vivir así, no haciendo como si no pasara nada, tratando de salvar esquina tras esquina mientras están pasando cosas monstruosas alrededor y a nadie le importa nada.

Estaba frustrado. Seguro que lo de Patricia había ayudado su buen tanto, pero para el policía también era el resultado de tantos años de ver su trabajo frustrado, de compañeros muertos, de justicia que jamás llega; al escucharlo hablar ella supo que la decisión había sido la correcta, de modo que se aventuró a decirle lo que necesitaba de él, y a mencionar también que en medio de todo ese secreto, ni siquiera él podía estar enterado de los detalles de su plan. Durante una larga conversación en que él le explicó sin palabras concretas que no quería saber de qué se trataba exactamente lo que pretendía hacer, la joven le dijo de la misma manera sus intenciones, como si ambos hubiesen estado haciendo referencia a sueños o fantasías. Cuando se despidieron, ella tenía un manojo de llaves en su bolsillo, y una decisión por tomar, después de la cual no habría regreso.
No, no habría regreso.
El viaje en la camioneta había sido a toda velocidad hacia el lugar donde tenían el vehículo cargado, y de ahí nuevamente a toda máquina para alcanzar a llegar hasta su destino; se trataba de un sencillo camión aljibe, aunque tenía un modificación muy importante, de ahí que hubiese sido tan importante la intervención de Manieri para conseguir lo necesario. Una vez que llegaron descubrieron a los camiones dentro de un inmenso terreno en la zona oriente de la ciudad. Estaba bastante lejos de donde una vez había estado Cuerpos imposibles, pero cumplía con las mismas características: Cercado, en un barrio de alta sociedad, con gran extensión de terreno convertido en un parque y una imponente construcción al centro; fuertes máquinas estaban cargando unas estructuras hacia los enormes containers que esperaban estacionados, tal y como Antonio les había dicho en un momento que era, instalaciones modulares que podían quitarse en el momento en que se requiriera. Y en ese momento, ante la advertencia de Gabriel y sabiendo que era precisamente Matilde quien estaba de por medio, habían decidido retirarse antes de quedar nuevamente expuestos. Seguramente en esos momentos alguien debería estar viajando hacia su nuevo departamento, qué ingenuos al pensar que ella estaría esperándolos indefensa nuevamente.

–Mira, ahí.

Aniara ya estaba preparada, con el arma en la mano; mientras tanto Matilde condujo el vehículo hacia la entrada del lugar.

–Nos vieron.

Una pareja de hombres custodiaban la entrada, sin armas a vista pero probablemente preparados para enfrentar a algún posible intruso pero ¿Quién sospecharía de un vehículo de aseo comunal que se dedica a echar agua a los parques y plazas?
Uno de los hombres se adelantó levantando los brazos para hacer que se detuvieran, pero ya no había vuelta atrás; Aniara disparó a ambos rápidamente, haciéndolos caer, y sin detenerse, el camión entró en el lugar. No tenían mucho tiempo, de modo que la reacción debía ser a toda prisa.

– ¡Hazlo ahora!

Aniara dejó el arma en la guantera y abrió la puerta; no habían podido ensayar esos movimientos, pero por fortuna la mujer se desplazó hacia la parte trasera con toda facilidad mientras el camión continuaba internándose en el sitio. Al mismo tiempo, un hombre apareció armado entre dos camiones, mientras el ruido de los disparos hacía detenerse las máquinas y asomar de los montacargas y cabinas a los conductores. Al verlo, la joven supo automáticamente que era el encargado de seguridad del que Antonio le había hablado a Cristian, Elías Jordán. Si no se encargaban de él, seguramente todo el plan quedaría estropeado.

– ¡Hazlo!

El hombre armado era muy alto, de piel blanca, cabello rubio cortado estilo militar y de cuerpo fuerte; miró en dirección al camión con sus ojos color piedra y levantó el arma sin esperar más, pero Aniara ya estaba lista y abrió la llave del contenedor mientras dirigía el chorro hacia el camión más cercano. Matilde presionó el acelerador un poco más, para permitir que el efecto del líquido cayera sobre la mayor cantidad de vehículos posible antes que tuvieran que escapar; uno de los conductores bajó atropelladamente de su cabina gritando hacia el hombre armado, quien por un momento dudó sobre qué hacer, lo que hizo que no disparara. Sin embargo la distancia que faltaba para que llegaran hasta él era muy escasa, y faltaban aún tres camiones más sin contar lo que pudiera estar dentro de la construcción. El hombre armado corrió hacia el camión levantando el arma, seguramente dispuesto a reventar los neumáticos; Matilde no podía ver a Aniara, pero sabía que en ese momento no estaba mirando realmente, que estar arrojando combustible sobre los camiones que llevaban en su interior parte de la clínica que había destruido su vida estaba siendo un trance del que no podía salir. Con mano firme tomó el arma y asomándola por la ventana, disparó hacia el hombre. Falló. Sin embargo él no pareció alterarse por el tiro que pasó a poca distancia, y continuó su carrera afinando la puntería; tanto él como Matilde dispararon, pero fue el tiro de ella el que dio en el blanco, haciendo que Jordán cayera pesadamente sobre un costado.

– ¡Date prisa!

El grito de la otra atronó por sobre el ruido del motor y los gritos de desconcierto que estaban inundando el lugar; seguramente ella había visto algo que las obligaba a irse lo más rápidamente posible. Matilde esquivó al caído Jordán sin preocuparse de si estaba vivo o no, y presionó el acelerador con más fuerza: alrededor la gente bajaba a toda prisa de los vehículos ante la alerta del que había bajado en primer lugar, y entre ellos, otros hombres vestido de manera similar al jefe de seguridad trataban de poner orden al caos formado. En unos pocos segundos llegaron hasta la construcción, donde Aniara cerró la llave, y arrojó una pequeña botella con una mecha prendida. Lo siguiente fue el infierno.



Capítulo 36: Dos responsables, una cara


Cuando Aniara arrojó la primera botella encendida, el fuego se esparció a toda velocidad por el suelo y corrió hacia los vehículos estacionados con la valiosa maquinaria; inmediatamente Matilde giró el camión en ciento ochenta grados, y comenzó el camino de regreso a la salida, entre carreras y gritos de todo tipo alrededor; por el rabillo del ojo vio como la otra mujer volvía a entrar en la cabina del camión y recuperaba el arma, dispuesta a volver a disparar a quien fuera que se interpusiera.

–Bien hecho.

Estaba sudada y respiraba agitadamente, a todas luces esforzándose al máximo por mantenerse en control a pesar de todo. Un instante después arrojó por la ventana el resto de las botellas con la mecha encendida, desatando más fuego alrededor; sin titubear apuntó al camión que estaba más cerca de la entrada y disparó al tanque de gasolina.

– ¡Rayos!

El camión en el que iban ambas se sacudió violentamente con la onda expansiva de la explosión: por el retrovisor Matilde pudo ver como ese vehículo se convertía en un muro de llamas ardientes, a la vez que el fuego comenzaba a expandirse a los otros motorizados  y sobre el pasto y la tierra impregnada de combustible. Miró sus manos en el volante y vio que temblaban por el miedo que toda esa situación le había provocado, pero fuera de la tensión lógica y el azote del corazón en su pecho, estaba bastante bien.

–Date prisa, tenemos que salir de aquí.
–Lo sé.
–Espera.

Matilde miró por el retrovisor al infierno que se estaba desatando en el lugar. Aniara la sujetó del brazo.

–Detente.
–Tenemos que irnos.
– ¡Ahora!

Matilde se detuvo bruscamente, con el corazón nuevamente agitado ¿Qué le pasaba? Habían hablado muchas veces de eso, de lo que pasaría ante cualquier eventualidad, incluso si una de las dos era herida, y ahora que estaban fuera, con esa parte del plan funcionando tal como lo habían pensado, quería detenerse. Iba a decir algo, cuando por el retrovisor divisó lo que probablemente estaba viendo con tanta atención su hermana: entre el fuego y los hombres que trataban de apagar los distintos focos de incendio por doquier, pudo ver a una mujer abofeteando a alguien, probablemente a uno de los del equipo de seguridad. Jordán no se veía por ninguna parte. Siempre había sido ella.
Marcó el número en el celular.

2


A pesar de lo que probablemente estarían pensando los encargados de la clínica después del espectacular ataque de Matilde, esa parte no era la más importante del plan. Antes que eso estaba deshacerse de Jordán, y averiguar algo que seguramente era lo más valioso de todo lo que habían hecho hasta entonces. En las noticias de medianoche los reporteros cubrían ampliamente el ataque calificado como terrorista y la acción de bomberos en la zona, pero nadie explicaba de qué se trataba el atentado, o quiénes eran los dueños del lugar o por qué motivo se mantenía tanto secreto. Nadie lo haría. Matilde estaba sentada ante el ordenador portátil en el departamento de Aniara, mientras la otra se daba una ducha que en el viaje de regreso se le había hecho sumamente necesaria.

– ¿Qué crees que significa? –dijo la otra regresando a la salita– estuviste muy callada de regreso, parece que estamos pensando lo mismo.
–No puede haber otra explicación –sentenció la joven mientras seguía buscando en la red– es ella, solo puede ser ella.
–Es natural que esté entre ellos supongo, pero eso no significa nada más.
–Dijiste que me detuviera cuando la viste.
–Lo sé, pero ahora no estoy muy segura.

Matilde había decidido no mencionar nada acerca del exaltado estado de ánimo de Aniara; de momento prefería mantenerse enfocada en la misión que tenía.

–Es ella ¿No te das cuenta? Los científicos siempre están en medio de su trabajo, no pueden dejar de atender los avances de sus proyectos, es una deformación profesional. Entonces tenía la forma de hacerlo, de estar siempre ahí, sin llamar la atención, sin que nadie la viera pero al mismo tiempo atenta a todo.

Aniara no dijo nada, probablemente ignorando también su estado de ánimo; estaba enojada consigo misma igual que al principio, pero por mucho que se supiera culpable de muchas de las cosas que habían pasado, nada de eso exculpaba a la clínica, ni a sus fundadores, mucho menos a los que participaban activamente de esos tratamientos. Y ahora, después de tanto tiempo, al fin tenía la oportunidad de personificar en alguien su enojo, en saber que alguien tenía la responsabilidad.

–Incluso si es ella, no veo cómo puedes encontrarla en internet, con saber solo su nombre no tienes nada.

Se equivocaba. Antes de saber a quién estaban buscando no había prácticamente posibilidad, pero ahora las cosas tenían mucho más sentido, ahora sabía lo que debía buscar. Se le ocurrió buscar imágenes y referencias de clínicas, congresos médicos y lo que fuera similar, pero no en el presente, porque en ese momento, al ver a esa mujer había entendido que todo eso, el origen de aquella clínica y quizás hasta del tratamiento, estaba en el pasado, en alguien que no había querido quedarse atrás.

Pasaron un par de horas de búsqueda, de revisar imagen tras imagen de congresos médicos, de seminarios, clases y cursos de universidad, entrar en los historiales de las universidades y los grandes centros médicos, hasta que la encontró. Veinticinco años atrás.

–La encontré.

Aniara se acercó a ella, y se quedó mirando la borrosa imagen digitalizada de un periódico antiguo. Era ella.

–Adriana –dijo Matilde– la recepcionista de Cuerpos imposibles, la mujer que nos recibió en un principio, está ahí. La doctora Samanta Vera jamás murió en el accidente que aparece en ese diario.

La mujer que se había identificado como Adriana en la clínica Cuerpos imposibles, era la misma que aparecía notificada como muerta en un accidente automovilístico un cuarto de siglo atrás. Cabello más oscuro, mucho más hermosa, pero la misma cara, los mismos rasgos, la misma mirada segura de suficiencia y seguridad. ¿Quién iba a sospechar de una simple intermediaria, de alguien que solo te daba los buenos días? Matilde sintió náuseas nuevamente al comprender que lo que finalmente se utilizaba como un tratamiento de belleza en los pacientes actuales, no era más que un inhumano método para alcanzar la eterna juventud, una fuente interminable de modificaciones y curas que desafiaban al tiempo ¿cuántos habrían muerto en los últimos veinticinco años?

–Samanta Vera –dijo Aniara con tono ausente– ahí dice que murió junto a su esposo, pero no hay fotos de él.

Matilde copió el nombre del esposo, indicado también como doctor, supuestamente muerto en el accidente; Rodolfo Scarnia era cirujano al igual que ella, y como tal había sido llorado por el cuerpo médico y todos sus colegas, o al menos eso decían los viejos encabezados de la prensa.

–No puede ser.

Aniara tuvo que ir a sentarse para contener en algo la sorpresa que le produjo ver la imagen en la pantalla del ordenador. Si para Matilde estaba siendo difícil, no se imaginaba lo que estaba siendo para su hermana, aún más sabiendo que probablemente todo fuera mucho peor de lo que se imaginaron en sus peores proyecciones.

–Es él...

Aniara estaba lívida, el color abandonando su rostro, las palabras esfumadas de sus labios. Matilde pestañeó repetidas veces, tratando de despertar del sueño. Lo había visto, frente a sus ojos, y jamás se le habría pasado por la mente; era tremendo, no, era monstruoso.
El doctor Rodolfo Scarnia era Vicente.


2


– ¡Cálmate por favor!
– ¡No quiero calmarme, quiero que escuches lo que digo!

El descubrimiento había provocado un caos en los planes de las hermanas; Aniara estaba asustada de lo que significaba haber estado tan peligrosamente cerca de Rodolfo Scarnia, pero más de las implicancias que eso tenía para su hermana. De ahí a la discusión no había pasado mucho.

–Tienes que calmarte, nos estamos retrasando.

Aniara le dedicó el mismo tipo de mirada fulminante que a un delincuente.

–Parece que no lo entiendes, pueden matarte.
–Siempre supimos que eso podía pasar, de hecho habría pasado antes si no fuera por una serie de circunstancias.
–No es lo mismo Matilde, esto es demencial, es mucho peor de lo que fuera que nos hubiéramos imaginado antes.

Matilde lo sabía. Después de todo lo que había investigado, de lo vivido y leído, resultaba difícil no armar un panorama cuando los puntos cardinales estaban tan claros: Cuerpos imposibles trataba heridas, y las hacía desaparecer, mientras que dos renombrados cirujanos estaban entre ellos, uno haciéndose pasar por paciente, la otra por recepcionista. No solo era una forma intrincada e inexplicable de proceder, también sugería una serie de posibilidades, cuál de ellas peor que la otra. ¿Por qué el ataque? ¿Por qué tanta cercanía con Patricia? ¿Qué habría sucedido el día de la cita fallida? A esas alturas las amenazas de muerte por parte de la clínica parecían un inocente juego junto al nuevo panorama.

–Está bien, te doy el punto, pero si no fuera por esto, jamás habríamos sabido quién estaba detrás de todo esto, seguro que son parte de la cabeza de Cuerpos imposibles, sino la cabeza misma.

Aniara estaba pensando a toda la velocidad que podía, de la cual experimentaba interrupciones desde que dejara de ser ella misma; suponía  que debía agradecer seguir viva.

– ¿No te das cuenta que esto no es casual? –gritó Aniara– hay algo diferente en mí, por eso es que las cosas sucedieron de esa manera, por eso la caja. Si ellos llevan todos estos años tras algo, no es la fórmula de curar heridas, ni siquiera de mantenerse jóvenes, y lo sabes tan bien como yo; hay algo más, un motivo mucho más poderoso ¿Qué crees que pasará si te encuentran?
–Cuando pusimos en marcha este plan –replicó Matilde con fuerza– sabíamos que había mucho en riesgo, que íbamos a hacer sacrificios y que podíamos salir mal paradas, por eso es que hemos hecho todo hasta ahora, por eso las mentiras, no trates de hacerme sentir que sobro en esto.
– ¡Podrían hacerte cosas peores que la muerte, dime cómo quieres que me ponga!

Matilde la fulminó con la mirada.

–Quiero que demuestres que tienes madera para enfrentar lo que está pasando. No eres la única que está sufriendo aquí.

Se miraron largamente, sin hablar;  en ese momento la joven recordó aquel maldito día, cuando la vida de su hermana se escurría entre sus manos, y como en ese momento empezó a trazarse el plan que con tanta meticulosidad habían desarrollado. Su insistencia en acompañar al equipo forense obedecía únicamente al hecho de no querer separarse de ella, por lo que lo demás fue simplemente una consecuencia de eso: Alonso Cárdenas era el encargado del equipo forense que se llevó el cuerpo y a ella al laboratorio, pero también era conocido de Patricia, por lo que se produjo un serio conflicto con respecto a su identidad, el que omitió deliberadamente a la espera de mayor privacidad; cuando estuvieron a solas le pidió explicaciones a Matilde, pero si no creyó que Patricia y esa mujer fueran la misma persona, mucho menos pudo creer verla incorporarse, viva otra vez. Dentro del impacto que puede producir en una persona un hecho de semejante magnitud, Alonso se lo tomó bastante bien, después de unos minutos. Entonces demostró que realmente estaba hecho de acero, y le exigió que le dijera lo que estaba pasando; Patricia estaba sorprendentemente bien después de lo sucedido, por lo tanto entre ambas le explicaron que la habían tratado de asesinar para esconder el secreto del tratamiento ilegal que realizaba la clínica, mientras que la propia Patricia explicó que no era la primera herida mortal que recibía, motivo por el cual había decidido sacarse a sí misma del camino para proteger a su hermana y tener una forma de luchar contra la gente causante de todo aquello.
Alonso reaccionó con frialdad al respecto, y yendo directamente a un aspecto práctico, les dijo que en ese momento Patricia sí estaba muerta, porque se había comprobado que su corazón no latía, y mediante un certificado de defunción se había sellado su destino, por lo que en ese momento la mujer de una apariencia diferente a la que él conocía, no era nadie.
A partir de ahí consiguieron la ayuda de él para desarrollar un plan con el que pudieran descubrir la verdad tras el tratamiento y enfrentarse a los responsables.
 
–Jamás podremos escapar de todo esto. A veces me pregunto si tiene sentido luchar contra ellos.
–Entiendo que estés confundida –dijo Matilde lentamente– pero eso no nos ayuda ahora. Cuando volviste, dijiste que no ibas a parar hasta que alguien pagara por lo que habías hecho. Yo también hice la misma promesa, y ahora no podemos abandonar, no cuando estamos tan cerca de conseguirlo. Tenemos dos nombres, solo hay que seguir.

Aniara había nacido en reemplazo de Patricia. Ninguna de las dos había mencionado nuevamente el otro nombre.

–Tienes razón.





Próximo capítulo: Oficina sin espejos


No vayas a casa



Vicente Sarmiento es un hombre exitoso; está casado con Iris, la mujer de sus sueños, y juntos tienen al pequeño Benjamín, que completa un núcleo familiar fuerte y unido. Es un hombre exitoso porque tiene a su lado personas que lo aman, un trabajo estable y donde es valorado, y amigos con los que sabe que puede contar.
Sin embargo, algo está pasando alrededor de este hombre. Una fuerza misteriosa, que él aun no ha sabido identificar, está rondando en su vida, como unos ojos omnipresentes que lo siguen donde vaya, haga lo que haga. 
Pero esta fuerza no ha venido a él sólo para observar ¿Qué es lo que espera entonces? ¿Cuánto de lo que ha visto de él, es lo que el propio Vicente conoce de sí mismo?

Comienza el camino por descubrir esta verdad, oculta a plena vista, presente en el diario vivir, de la misma manera que los sueños y las fantasías.

No vayas a casa.








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La última herida Capítulo 33: Fiesta de gala - Capítulo 34: Dos videos




El Domingo 13 de Diciembre el centro de eventos del hotel San Martin estaba reservado para una celebración muy especial: se trataba de la fiesta de aniversario de Giovanna Gill y Esteban Lira, un matrimonio parte de la alta sociedad y miembro de distintas sociedades benefactoras; entrados en los setenta, ambos participaban activamente en todo tipo de celebración, y desde luego contaban entre sus amistades a figuras del espectáculo, la música y el mundo del arte, quienes habitualmente se reunían con ellos en diversos eventos. La conmemoración de sus cincuenta años de matrimonio había sido anunciada en todos los medios sociales con meses de anticipación, por lo que los reporteros de sociedad y medios de prensa estaban apostados en la entrada y el hall del hotel, para cubrir la llegada de cada uno de los invitados y analizar los atuendos.
El automóvil en el que llegó la mujer era rentado, conducido por un chofer joven y atractivo contratado para ese fin. El hombre, vestido elegantemente, descendió del vehículo y lo rodeó con paso ligero, a punto para abrir la puerta. La mujer que descendió era morena y alta, de figura delgada y atlética, y llevaba el cabello con un osado corte con flequillo a la izquierda; el vestido corto que llevaba era de fino satén importado, de color púrpura con un entramado hecho de hilo dorado que dibujaba una serie de hojas diminutas al costado izquierdo del cuerpo. El vestido hacía un juego perfecto con las sandalias de tacón alto con cadenas doradas que rodeaban los tobillos, y el elegante collar de eslabones de oro rosa del cual pendía una piedra de obsidiana; los pendientes que llevaba armonizaban el conjunto al ser de brillantes, e iluminaban el rostro maquillado profesionalmente. En la mano derecha, la mujer llevaba una cadena de brillantes engarzados en oro rosa, a juego también con la pequeña cartera de mano. La mujer ofrecía un espectáculo armónico y elegante en su caminar a través de la amplia recepción, mientras saludaba a algunos de los invitados que entraban al tiempo que ella e ignoraba a los medios de prensa; sabía que era probable que se hicieran algunas preguntas acerca de su identidad, pero su presencia no se debía a la fama o el conocimiento público, tenía que ver con otro motivo muy distinto.

–Buenas noches señorita.

El hombre en el umbral del salón donde se realizaba la ceremonia le sonrió cortésmente.

–Buenas noches.
–Si es tan amable, le agradecería que me indicara su nombre.

La mujer lo miró fijamente. Todo estaba en orden.

–Aniara Occebe.

El hombre visó rápidamente la información en su tableta digital.

–Le agradezco. Por favor pase, y si necesita cualquier cosa, solo llámeme, mi nombre es Gerardo.
–Lo recordaré.

Con un simple asentimiento, Aniara entró en el salón donde la música animaba la fiesta y a los invitados. El lugar estaba repleto de lo más destacado de la sociedad en la actualidad, por lo que no le fue difícil reconocer a cantantes, actrices e integrantes de familias de nombre destacado; a decir verdad, de manera corriente no habría reconocido a la mayoría, pero parte del trabajo hecho en los meses anteriores había sido aprender nombres y memorizar rostros, tantos como fuera necesario, y gracias a eso en un momento como ese podría decir con toda tranquilidad no solo el nombre, sino que varios otros datos más.

Tomó una copa al pasar y se humedeció los labios, dando la sensación de beber, aunque no lo hizo ni pretendía hacerlo. Entre todas esas personas, muchos tenían algo en común con ella, por mucho que jamás los hubiera visto en su vida; el dinero empleado en conseguir estar en la exclusiva nómina de invitados a esa celebración iba a valer la pena lo mismo que el traje y los accesorios, solo si podía cumplir con su objetivo. Que resultara tan extraño para ella estar ahí era lo menos importante, mientras pudiera mantenerse atenta y con los sentidos enfocados en lo que era realmente importante.
Entonces lo vio.
El hombre llevaba con elegancia el traje negro listado mientras balanceaba en la mano izquierda una copa que ya estaba hasta la mitad. Alto, fuerte, atractivo, de rasgos perfectos, mirada fuerte y actitud decidida, típico hombre ejecutivo, de mundo y con poder. Aniara lo miró fijamente y le sonrió.

– ¿Cómo estás?

El hombre hizo un breve asentimiento a unas personas que lo acompañaban y se detuvo frente a ella; sonrió seductoramente, seguro que dándose tiempo a reconocerla ¿a cuántas mujeres le habría sonreído de esa manera?

–Contento de estar aquí –replicó él sin perder la sonrisa– es un gusto ver a un matrimonio tan feliz como éste.

Ella desvió fugazmente la mirada hacia el gran listón con el grabado de felicitaciones y volvió a mirarlo a él.

–No todas las parejas llegan tan lejos.

Extendió la mano para saludarlo, a lo que el hombre dio un suave apretón. Ella no fue tan generosa.

–Gabriel Salmudena.

Ambos sonrieron en esa ocasión. Sin soltarle la mano, y solo cuando estuvo completamente segura de tener su atención, ella respondió el saludo.

–Aniara Occebe.

No soltó su mano, por lo que pudo sentir claramente como el hombre tensaba los músculos, la sonrisa repentinamente atravesada por un rayo de incredulidad.

–No digas nada, no es necesario.

Gabriel mantuvo la mirada de ella, pero en sus ojos se reflejó claramente el nerviosismo; hizo un débil intento por soltar la mano, pero la de ella aún estaba fuertemente cerrada.

– ¿Este nombre te trae recuerdos verdad?
– ¿Quién eres?
–Quien eres tú –replicó ella en voz baja– es una pregunta mejor hecha, y lo mejor que puedes hacer es dejar la otra mano a la vista, no vas a usar tu teléfono.

Durante ese par de segundos, la mujer pudo ver que el cerebro del hombre trabajaba a toda máquina; sin dejar de mirarla estaba evaluando la situación y también a ella, y seguramente gracias al apretón de manos sabía ya que no era cualquier persona.

–Si haces alguna tontería, no llegarás viva al final de éste día.
–Ya he estado en esa situación, y sin embargo sigo aquí –replicó ella sonriendo más ampliamente– pero no te preocupes, sé comportarme muy bien. Seré una niña buena si tú eres un niño bueno. Si eres todo un modelo.

El hombre se soltó con un ademán, pero no se movió de donde estaba. Ella comprendió que él estaba esperando entender si había alguien más allí, o si a su alrededor podría encontrar ayuda, o a alguno de sus aliados.

–Escucha, esto es lo que vamos a hacer: me llevarás a la clínica.



2


Matilde tenía estacionada la camioneta a varias cuadras del lugar en donde se ubicaba el hotel San Martin, pero tan pronto recibió la llamada arrancó el motor a toda velocidad; el entrenamiento conduciendo le había servido de mucho, por lo que manejar un vehículo de mayor envergadura que un auto ya no le resultaba complejo. Mientras hacía esto recordó cómo le había costado mantener a sus padres en Río dulce ese fin de semana, cuando hasta el momento habían cumplir con su opción de estar siempre presentes; tuvo que mostrarles los pasajes para demostrar que no solo no iba a estar Un par de minutos después se detuvo, y vio por el retrovisor cómo subía Aniara junto con el hombre al que estaban buscando; al verla, él no dio muestras de reconocerla.

–Nada de lo que están haciendo tiene sentido.
–No estás en posición de dar consejos, Gabriel –replicó la otra mujer lentamente– no ahora que no tienes el control de las cosas a tu alrededor.

Él sonrió.

–Secuestrarme no les dará dinero ni ningún beneficio, están cometiendo un error.
–Sabemos que trabajas para cuerpos imposibles.

Durante un segundo, el hombre no dijo ni hizo nada, excepto pasar rápidamente la mirada de una mujer a otra; no parecía preocupado por el arma que apuntaba a su rostro.

–Eres la hermana de la policía muerta.

La mirada de Matilde relampagueó en el retrovisor, pero no demostró sus sentimientos como fluían en su interior.

–Y tú aparentabas ser un amigo de Ariana de Rebecco.
– ¿Qué es lo que quieres?
–Entrar a la clínica donde se encuentra ahora –respondió ella simplemente– no es algo difícil para ti que oficias de guardia y asesino de ellos. Y el pago por tu trabajo es que conserves tu hermosa apariencia.

Gabriel se quedó mirando al cañón que lo apuntaba, y por primera vez pareció consciente del peligro que corría. Sin embargo mantuvo su frialdad.

–Matarme no te devolverá a tu hermana.
–No quiero matarte –replicó Matilde sin quitar la vista de la vía– pero dejarte desfigurado sería una muy buena recompensa para empezar.
–Quitarme el celular no basta para que tengas el control, ni siquiera esa arma te lo garantiza, simplemente puedo negarme a hablar.

Matilde dejó escapar una risa, que sonó mucho más ácida de lo que esperaba.

–Te amas demasiado a ti mismo como para dejar que te pase algo, o no habrías salido de esa fiesta junto a mi amiga cuando te pidió que vinieras.
–No tuve muchas alternativas.
–Podrías haber gritado pidiendo auxilio por mucho que te apuntara un arma, pero no lo hiciste. Y tampoco vas a arriesgar todo por lo que has luchado, no quieres perder lo que eres.

Un nuevo silencio, y quizás el primer momento en que se mostraba realmente preocupado.

–Está bien, quieres que te lleve a la clínica ¿Qué harás ahí? ¿Dispararle con tu arma? ¿Pedirles que te devuelvan a tu hermana?

La otra mujer, sentada junto a él, le dio un fuerte golpe con la empuñadura del revólver con el que lo apuntaba; Gabriel dio un breve grito de dolor y se retorció en sí mismo, mientras Matilde luchaba por mantenerse entera y tranquila.

–No estamos jugando Gabriel. Sé todo sobre ti, y sé que te aprecias mucho como para hacer algo que te ponga en peligro, estoy segura que eso fue lo que te llevó a ellos en primer lugar ¿Mataste a Ariana?

El hombre se tardó en responder, pero lo hizo una vez que volvió a erguirse, con toda la dignidad que un golpe en la cabeza le permitía.

–No estaba con ella cuando murió.
–Dime si la mataste o no.
–No, no la maté. Pero sabes que ella tuvo la culpa de lo que pasó, ella jamás tendría que haberte dado la información de la clínica, pero Ariana siempre fue demasiado débil.

Las mujeres cruzaron una fugaz mirada.

–Viniendo de ti debe ser un elogio. Supongo que tu trabajo con ella terminó cuando la asesinaron, por eso no estabas en el funeral.

El hombre no respondió.

–Eso pensé –dijo Matilde fríamente– pero si querían desquitarse con alguien, ella era la persona menos indicada, era totalmente inofensiva.

Gabriel sonrió sarcásticamente.

–Las personas inofensivas son una ilusión creada por la sociedad, para esconder cosas mucho más peligrosas de lo que parecen. ¿Quién diría que tú, una mujer completamente inofensiva, tomaría un arma para apuntarme y tratar de cobrar venganza contra la clínica?
–Tu manera de decir las cosas es bastante conveniente para ti, sobre todo ahora que estás con un arma en tu rostro.

Matilde y Gabriel se miraron largamente a través del retrovisor; internamente ella rogaba seguir teniendo el mismo temple que hasta ese momento.

–Tienes razón en que no quiero que me hagan daño, y tampoco quiero sufrir. Los seres humanos nos parecemos en muchas cosas, tu hermana y tú son la muestra de eso.
–Y matarnos era la solución a los problemas que generaron sus tratamientos.
–Qué sencillo para ti pensar eso ¿O no? –retrucó él ácidamente– ustedes son las víctimas y la clínica es el monstruo, no me digas que todavía leen cuentos de hadas.
–Nosotros no les hemos hecho daño alguno.
–Exponer a la clínica es un daño mucho más grande de lo que imaginas, tú no sabes cuál es el real poder de la clínica.

Muchas veces durante los últimos meses, Matilde y su hermana habían pensado en la mayor cantidad de probabilidades acerca de lo que iban a enfrentar; la planeación exigía cuidado y mucho tiempo, pero siempre pensaron que las probabilidades eran principalmente malas, ya que pensar eso es ayudaba a pensar en contingencias. Hacer que alguien como Gabriel, que en realidad tenía tanta importancia dentro del aparato de la clínica como cualquier otro peón, les daría información relevante a la hora de ingresar.

–El poder de la clínica pasa por la gente que la avala, no por lo que hacen. Sus tratamientos no son perfectos y lo sabes.
–Nada de lo que pasó debería haber sucedido en primer lugar, ustedes no están en el mismo círculo que las personas que se tratan en ese sitio; las posibilidades de falla en un tratamiento es mínima, y si tienes un poco de sentido común vas a entender que tu hermana también tuvo la culpa.

Matilde detuvo el vehículo en un semáforo en rojo; por el retrovisor veía como Aniara mantenía el revólver apuntando amenazadoramente al rostro de ese hombre, por fortuna sin delatar sus sentimientos. Ella también debía controlarse. Sin embargo no pudo evitar recordar ese momento, meses atrás, en el departamento de su hermana, cuando encontró entre sus cosas aquello que la hizo gritar de terror; al mismo tiempo descubrió cuál era el tratamiento real, lo que se escondía detrás de la belleza que implantaban en las personas, y supo que eso no podía simplemente quedar así. Sin embargo es imagen seguía vívida en su mente, despertaba con ella cada mañana frente a los ojos, como si estuviera constantemente delante de ella.

–No sabes de lo que hablas. Realmente no sabes de lo que hablas. Aniara, deja que él vea la caja.

Con un movimiento estudiado, la mujer le pasó el arma a Matilde, quien siguió apuntando sin mover el ángulo de disparo. Ante los atentos ojos de Gabriel, la mujer abrió una pequeña caja metálica, cuyo contenido enseñó al hombre.

Un segundo después se escuchó un grito de horror.





Capítulo 34: Dos videos


–Cierra esa caja.

Ninguna de las dos se movió. Los últimos dos minutos habían sido intensos para las tres personas dentro de la camioneta, pero nada había cambiado, Matilde seguía apuntando mientras Aniara mantenía la caja abierta frente a él.

–Supongo que no te quedan dudas.
–Aleja esa cosa de mi –dijo él con voz ronca– no hagas eso.

El hombre había perdido toda su galantería y frialdad al ver lo que había dentro de la caja; Matilde no podía culparlo, a ella le era muy difícil tan siquiera recordar el contenido, y hasta el momento agradecía que sus despertares luego de las pesadillas fueran silenciosos y no con gritos de espanto, sobre todo cuando sus padres estaban en casa.

–Es suficiente.

Aniara guardó la caja y recuperó el arma, aunque por el estado nervioso en que había quedado Gabriel, no parecía necesario amenazarlo.

– ¿Sabías de esto?
–Uno nunca sabe las cosas que...
–Contesta la pregunta –lo interrumpió Matilde– ¿Lo sabías?

Gabriel se secó el sudor con la manga de la camisa y respiró profundamente, aliviado de ya no tener cerca la caja que le habían mostrado. Luego se recostó en el asiento, respirando fuerte.

–Había escuchado algo pero nunca... demonios.
–Eso es lo que tú también tienes en tu cuerpo Gabriel.

El hombre hizo una mueca, conteniendo las náuseas.

–Está bien, si querías torturarme lo conseguiste, pero nada de esto va a cambiar lo demás ¿o acaso crees que con una pistola y eso vas a poder conseguir algo? Ya sabes que no.

La policía estaba descartada; quizás si Matilde hubiera tenido más claro eso desde un principio, sus acciones no habrían dejado tantos damnificados en el camino. La mirada sincera de Cristian Mayorga seguía viva en su recuerdo.

–Debería alegrarte estar en la posición en que estás, porque eso significa que no estarás en la de la gente de la clínica. Ahora solo tienes dos opciones, me llevas a la clínica sin trucos ni engaños, o jamás llegarás a volver a salir a la calle luego que terminemos con tu cara. Lo que suceda en ese lugar es solo mi asunto.


2


Desde que pusieron en marcha el plan y tuvieron como objetivo llegar a la gente de la clínica a través de la única persona cercana a la modelo que quiso ayudar a su hermana, Matilde se propuso pensar en Patricia como Aniara. Era un anagrama del nombre real de Miranda Arévalo, pensado para llamar la atención de Gabriel cuando lo encontraran, y además para poder mantenerla oculta mientras llevaran a cabo todo el desarrollo, pero para ella también era una especie de homenaje; en todo lo que había ocurrido, algo se mantenía inalterable, y es que no podía pensar en Miranda como una culpable, sino como una víctima. Era extraño, porque solo la había visto dos veces en su vida y apenas por unos momentos, pero al recordar, lo que sentía es que ella había sufrido las consecuencias de estar en el lugar y con las personas equivocadas, igual que ella. Jamás iba a saber a ciencia cierta a qué se refería exactamente con lo que le dijo la primera vez en esa calle, pero lo que encontró en el departamento de Patricia y todo lo sucedido en los meses posteriores hacían que pensara que ella, de alguna manera, había descubierto algo similar, o que por algún accidente esa verdad simplemente cayó en sus manos. Una mujer sola, rodeada de personas que solo querían negociar con ella, en un mundo donde los sentimientos probablemente tendrían poca importancia, seguramente no tuvo oportunidad ante lo que fuera que descubriera. Mientras la camioneta seguía su curso, decidió hacer la pregunta que tanto la inquietaba.

– ¿Qué le sucedía a Miranda la primera vez que la vi?

El hombre estaba más repuesto del mal rato, pero no había vuelto a su centro.

–Estaba alterada.
–Eso pude verlo. Lo que quiero saber es por qué dijo lo que dijo.
 
Gabriel la miró auténticamente sorprendido.

– ¿Alcanzaron a hablar?
–Sí.
–No lo sabía –dijo él en voz baja– no me di cuenta con el alboroto. Si lo hubiera sospechado, entonces podría haberla detenido antes que le diera los datos de la clínica.
– ¿A qué te refieres?

Por primera vez parecía preocupado, aunque sus emociones parecían constantemente lejos de lo que pasaba al interior del vehículo.

–Ariana era una mujer inestable y débil. Desde que comenzó a trabajar fue manejada por alguien más, siempre las decisiones estuvieron en otras manos, así que cuando llegó a la clínica para tratar una herida en la cadera por una caída, la atendieron sin mayores problemas. Eventualmente estaba tratada, y por su trabajo se hicieron necesarios nuevos tratamientos para hacerla más hermosa, y de pronto se volvió necesaria para la organización, ya que era un rostro conocido y querido por la gente, y ellos siempre necesitan personajes públicos que estén desviando la atención de todos.

Matilde sintió náuseas al pensar en las consecuencias de esos continuos tratamientos.

–Pero algo salió mal.
–A diferencia de lo que pasó con tu hermana, lo de Ariana fue un descuido de un trabajador de la clínica, que permitió que ella terminara en un sitio en donde no debía estar; ella era casi como una niña para algunas cosas, así que cuando vio una puerta abierta, simplemente se dejó llevar, pero el ataque de histeria que sufrió después no fue en la clínica, sino mientras íbamos en mi auto hacia un evento. Se puso como loca y dijo que iba a decir todo lo que había visto, y escapó de mí. 
–En ese momento se encontró conmigo.

Él asintió.

–Mientras la seguía la vi cayendo al suelo, y a ti cerca. Lloraba tanto y hablaba tantas incoherencias, que no creí que hubiera dicho algo importante.
–Para mí no lo fue, no estaba en condiciones de pensar en eso. 
– ¿Qué dijo?

Matilde no desvió la mirada para encontrar la suya, pero sabía que estaba mirándola.

–Dijo que lo que había visto era horrible.
–Probablemente tenía razón.

Aniara se había mantenido en absoluto silencio tal y como lo habían acordado desde el principio. Matilde sabía que estaba siendo una prueba difícil para ella, pero parte del acuerdo era mantenerla al margen de su propia historia, costase lo que costase.

–Sin embargo, ella después siguió trabajando –dijo ella con voz inexpresiva– hizo eventos, incluso estuvo en el edificio donde se encontró conmigo ¿Estaba drogada?
–Por supuesto que estaba drogada –replicó él– eso es evidente. Después de ese ataque la sometieron a un tratamiento para calmarla, y hacer que se olvidara de todo. No es tan sencillo deshacerse de alguien como ella que de un desconocido, además les servía mucho más viva. Pasaba casi todo el tiempo en otro mundo, por eso es que nadie nunca sospechó que había sido ella quien les entregó la información.

El poder de la organización que dirigía la clínica se tambaleaba cuando una modelo veía más de la cuenta. O cuando una mujer común entraba en contacto con ellos.

–Pero igualmente dejaron que accediéramos a todo eso.
–Cuando sucedió, fue una sorpresa para ellos supongo –repuso el hombre tratando de sonar liviano– según supe, simplemente fue una serie de malentendidos lo que permitió que llegaran tan lejos, pero cuando ya estaba hecho era muy tarde para echar pie atrás, de modo que simplemente se estableció vigilancia.
–Vicente, el empresario que tenía una herida en la espalda, y Antonio, mi amigo.
–Así es. Todas las personas que se han tratado en la clínica tienen a alguien cercano que los vigila, eso es parte de sus protocolos para mantener todo en secreto, por eso es que funciona. Sabes tan bien como yo que luego las cosas se complicaron.
–Y por eso decidieron acabar con todo, matar a mi hermana, a Miranda, al oficial Mayorga y al doctor Medel.
–Solo tu hermana era un peligro real en tanto tuviera la información genética en su cuerpo –replicó el hombre– Antonio estaba en lo cierto cuando te lo dijo.

Antonio les había dicho todo. Y probablemente, dentro de la clínica no hubiera nadie más peligroso para ellas que él.

– ¿Está vivo?
–No lo sé, no supe más de él, y se suponía que tampoco sabría más de ti.
–Pero igual me siguieron.
–Han pasado meses desde que todo eso terminó, hasta donde yo sé, una vigilancia como esa sería por unas seis a ocho semanas como mucho, pero veo que moviste bien tus cartas.

Matilde guardó silencio un momento. Así que sus planes sí habían funcionado bien, todo el esfuerzo por mantenerse oculta y disimular sus acciones había servido. Lo que no tenía claro aún era si había sido buena idea o no grabar esos videos. Ralentó la marcha conforme se acercaban a un nuevo semáforo, mientras según las indicaciones de Gabriel estaban cerca de las nuevas instalaciones de la clínica.

–No había mucho que hacer ¿no crees? –dijo forzando una sonrisa– sabes bien que no había forma de acudir a nadie, mucho menos a la policía. Pero hay algo que no comprendo, si dijiste que Patricia era el único peligro real ¿Por qué matar a los demás?

Gabriel estudió la situación un momento. Estaba claro que quería protegerse, y entendía que mientras hablara, no le harían daño.

–No sé lo suficiente.
–Mientes, estuviste con Ariana, por lo tanto estás involucrado.
–Está bien, lo que quiero decir es que no sé tanto como esperas; que Miranda haya deslizado información sin autorización, pese a estar medicada, indicaba que se había salido definitivamente de control, o que tal vez estaba tratando de buscar una salida, no lo sé. Pero se volvió peligrosa, y fue más oportuno para ellos eliminarla, además serviría para distraer la atención.
– ¿De la muerte del policía o de la amenaza de las acciones de Miranda y mías?
–Un poco de ambas supongo. Todo sucedió casi al mismo tiempo, y supongo que no tengo que detallarlo. Patricia sufrió ese accidente o lo que fuera y detonó todas las alarmas al mismo tiempo que Vicente iba a hacer una ronda de investigación, y lo siguiente que sabíamos es que un policía avisaba que te estaban tratando de ayudar, que Antonio había fracasado y que ese imbécil del doctor había contactado a alguien por su cuenta.

Matilde hizo una pausa. Las miles de conjeturas que había hecho durante ese tiempo incluían cosas como esa, pero no dejaba de ser sorprendente cómo funcionaba esa maquinaria, con una base central desconocida, y cientos de tentáculos en todas direcciones; y al mismo tiempo que era poderosa, tenía en su propia composición algunos puntos débiles que podían ayudarla.

–Es decir que la muerte de mi hermana era una obligación, la de Miranda una necesidad y todas las otras, fuerza mayor.

El hombre rió de manera similar a la que lo había hecho Antonio anteriormente.

–No entiendes el poder de la clínica. Hay demasiada gente adinerada, famosa y poderosa que se ha atendido con ellos como para permitir que tú o quien sea se interponga en su camino.
–Pero habitualmente no asesinan tantas personas.
–No estuviste involucrada en una situación normal, por eso es que movieron tantas piezas. Pero te vuelvo a decir, no hay nada que tú puedas hacer aquí.

Matilde asintió, como si estuviera dándole la razón.

–Hay algo que quiero saber: quién es el líder.
–No lo sé –replicó él como si lo que decía fuera absurdamente obvio– están escondidos, no tienen necesidad de estar presentes cuando pueden recibir el dinero con tranquilidad.
–Pero alguna vez deben haberlo hecho; deben ser doctores o cirujanos, solo personas expertas pueden haber conseguido que esto sea posible.

Gabriel meneó la cabeza.

–Si alguna vez estuvieron presentes, es de antes de mis tiempos.
– ¿Desde cuándo existen?
– ¿Que yo sepa? –dijo él perplejo– lo que uno puede saber es relativo, esto no es una empresa con un sitio web y una gran placa de mármol con su historia. Pero lo que sé es que son aproximadamente veinte años. Más que eso es imposible saber.

Pero un científico no se queda al margen de su trabajo, esa es una deformación profesional de cada uno de ellos. Esa persona o personas estaban ahí, en alguna parte, verificando que todo siguiera el curso que ellos querían. Su hermana había tenido razón en eso.

– ¿Hay algún jefe de seguridad de la clínica, alguien que se encargue de los asuntos como ese? No puedo creer que no

La mirada del hombre se ensombreció. Entonces lo conocía, y era peor de lo que parecía.

–No sé quién es, pero sí puedo decirte esto: cuando se entere de lo que tramas, desearás haber muerto junto a tu hermana.

Matilde detuvo el vehículo e hizo que los demás bajaran. Estaban al lado de un pequeño parque urbano, vacío y solitario en la noche.

–Vamos a cambiar de vehículo, terminaremos el viaje de otra forma.

Caminaron hacia el parque, del cual al otro lado se veía un auto blanco. Nadie dijo nada durante varios segundos, hasta que un grito amenazador hizo que los tres quedaran inmóviles, todas las miradas sobre el cañón de un revólver.







Próximo capítulo: Jefe de seguridad