No vayas a casa Capítulo 25: Alguien cerca de ti




— ¿De qué manera me puedes ayudar?

“Sólo tienes que dejarme hacerlo. Deja de negar que me escuchas, y deja que te ayude. Hay algo violento en ti, pero puedes controlarlo, con mi ayuda”

Estaba en el baño de una clínica, mientras una amiga agredida por él estaba en tratamiento y su esposo estaba a punto de llegar; estaba junto a su esposa sin haberle dicho lo que sabía que ocurrió, y aun así, algo se interponía entre la cordura y el presente, algo seguía sin tener total sentido, y era que él estuviera pensando en esas cosas con la distancia suficiente como para pensar en alternativas.

“Nadie lo sabrá”

—No quiero herir a nadie.

“No lo harás”

— ¿Con tu ayuda?

“Con mi ayuda”

— ¿Qué tengo que hacer?

“Aceptar que soy la voz de tu conciencia”

—Acepto que eres la voz de mi conciencia.

“No quiere herir a nadie”

—No quiero herir a nadie.

“No quieres hacer daño”

—No quiero hacer daño.

“Quieres que te ayude a controlar esa parte violenta que hay en ti”

—Quiero que me ayudes a controlar esta parte violenta. No quiero herir a las personas que amo.

“Nadie lo sabrá”

—Nadie lo sabrá.

“Te ayudaré”

—Me ayudarás.

“Soy tu conciencia”

—Eres mi conciencia.

“Soy quien te escucha, quien te ve y quien sabe lo que es lo mejor para ti. Puedo ayudarte, si me dejas”

—Ayúdame. Ayúdame a no ser quien no soy.

“Así será”


2


Iris bajó a paso lento y silencioso la escalera; jamás se había sentido tan nerviosa ante un hecho tan sencillo como que alguien tocara a la puerta de su casa.
Llegó abajo, cruzó la sala y se quedó un momento quieta, mirando la madera de la puerta, sin reaccionar.

—Vamos, vamos.

Respiró profundo y abrió. La sorpresa fue grande al encontrar a Nadia del otro lado del umbral. Estaba en una tenida casual poco habitual en ella, muy rígida, de brazos cruzados, mirándola con una expresión que no atinó a identificar.

—Nadia, qué sorpresa.
—Supongo que Vicente no ha aparecido.

Las palabras la descolocaron, pero lo que más lo hizo fue el tono; no estaba hablando como profesional ni como amiga, sino como una mujer enfadada, o quizás determinada.

—No, no ha llegado aún. Disculpa, pasa por favor.
—No es necesario —replicó la otra mujer con severidad—, no voy a entrar a tu casa.

De alguna forma sonó violento, incluso agresivo, aunque no había hablado con más dureza que un segundo antes; Iris frunció el ceño.

—Disculpa, no entiendo ¿ocurre algo?
—Ocurre algo.
—Nadia, disculpa pero no comprendo; sabes que estoy preocupada por Vicente y agradezco que hayas venido, pero…

La otra mujer hizo un gesto imperceptible, pero que fue suficiente para que Iris guardara silencio, a pesar de no saber muy bien por qué.

—Escucha, esto no es fácil para mí, espero que lo entiendas.
— ¿A qué te refieres?
—Pero sé que es mucho más difícil para ti, y es por nuestra amistad que estoy aquí.

Iris asintió de forma vaga, aunque no era necesario que diera el pie para que Nadia siguiera hablando; sin embargo, se sintió extrañamente asustada por su forma de expresarse, como si de alguna forma sus modos y la extraña presentación quisieran decir algo que ella no alcanzaba a comprender.

—No entiendo.
—Ayer en la noche, muy tarde —explicó la otra—, recordé qué fue lo que pasó cuando me golpearon.

Hasta el momento, en las conversaciones que tuvieron tras el ataque, Nadia se había referido a ese hecho como “accidente”

—Lo recordaste.
—Lo siento Iris, eres mi amiga y eres la última persona a quien quisiera hacer pasar este momento, pero no puedo guardar el secreto. La persona que me atacó, fue Vicente.

Iris sintió un temblor en la mandíbula, más reacción involuntaria que acción pensada. Porque no estaba pensando en lo que pasaba.

— ¿Qué?
—Vicente fue a mi casa esa noche —explicó la otra mujer, con intensidad que reflejaba que no era tampoco para ella un trago fácil de pasar—, quería ayuda de mi parte, como profesional, porque estaba preocupado, por lo que le estaba pasando. Dijo que estaba ocurriendo algo en su mente, que creía escuchar voces; también dijo que te había golpeado.

Iris se quedó un momento sin reaccionar; y luego, la imagen de Vicente esa misma noche, en la casa, actuando en lo que ella pensó en ese momento, era un poco extraño, quizás estresado.

—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante su sorprendida mirada. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

— ¿Vas a salir papá?

Miró a ambos de hito en hito, durante más tiempo del necesario para responder a una pregunta tan sencilla. Al final no contestó y se alejó de la mesa de la cocina.

—Vuelvo en muy poco tiempo.

Salió de la cocina, dejando a ambos sin responder a esa pregunta; Iris le dedicó a su hijo una mirada de cariño y le dijo que en seguida volvía, y apresuró el paso hacia la sala, para interceptarlo.

—Vicente.

Volteó y la miró a los ojos; la expresión de él en esos momentos era indescifrable.

—Vuelvo en un rato.
—Vicente, son casi las nueve treinta de la noche ¿Adónde vas?
—Te digo después ¿De acuerdo?

Iba a continuar caminando, pero ella se interpuso en su camino antes que superara el sofá.

—Mejor dime ahora. De repente te pusiste muy extraño ¿Qué es lo que ocurre?
—No está pasando nada ¿Qué podría pasar?

Ella frunció el ceño, mostrándose disgustada ante esa pregunta; era una actitud extraña en realidad, como si escondiera algo.

—Tal vez podrías decírmelo tú ¿Por qué estás así?

Él se revolvió un poco incómodo, como si le costara trabajo pensar en una respuesta apropiada. Pero al final lo hizo, con un tono de voz algo alterado, pero en general, normal. O eso fue lo que ella quiso escuchar en ese instante.

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva, no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

—Escucha, es sólo que me siento un poco estresado, el día no fue tan bueno en realidad, tuve mucha carga de trabajo.

Lo cual contradecía todo lo que él mismo le había dicho al momento de llegar cuando le preguntó por su primer día en el nuevo empleo; todo eso era extraño, tanto la actuación de él como las circunstancias en que se daba. Ahora era como una espectadora con muy buena visual de lo que en ese momento no era tan importante.

—Eso no fue lo que me dijiste antes.
—Lo sé, es que estoy emocionado, supongo que la emoción me ganó —estaba hablando muy rápido—, todo está bien con el trabajo, nada más algo de cansancio, fue un día largo, incluso no me di cuenta de la hora que era y salí más tarde; saldré un rato, volveré en seguida, en serio.

Ella cedió, apartándose del camino pero sin dejar de mirarlo.

—No te tardes.
—No, claro que no.

Esbozó una sonrisa torpe y fue hacia la puerta, tomando las llaves con un gesto poco controlado; Iris pensó en ese momento, lo recordaba con claridad, que no era para ponerse tan preocupada, que sólo era un poco de estrés y nada más. Que Vicente estaba recién entrando en un nuevo empleo del que no tenía queja, pero sí una cierta carga desde el anterior. Que eso era todo.

En la madrugada, la despertó el sonido del teléfono. Era Sebastián, muy preocupado y nervioso, contándole a tropezones lo que había sucedido, casi al borde de las lágrimas.
—Comprendo —dijo con tono tranquilizador cuando él hizo una pausa—; Sebastián, hasta este momento no hemos sabido nada. Los é, vamos a estar al pendiente ¿De acuerdo? Por favor llámame tan pronto sepas algo.

Iris colgó y dejó el teléfono en el pedestal cristalino del velador, y volteó hacia él con la misma expresión de preocupación en el rostro.

— ¿Qué pasa?
—Al parecer Nadia desapareció.

Vicente frunció el ceño, sin comprender.

— ¿A qué te refieres con desaparecer? ¿Pelearon?

Iris negó con la cabeza. Dios, lo estaba recordando todo con tanta nitidez y tan rápido, que sintió ganas de gritar.

—No, Sebastián dice que todo estaba como de costumbre, además sabes que ellos dos nunca pelean; anoche él salió a comprar algo, y cuando volvió, Nadia no estaba, salió como si hubiese ido a la tienda de la esquina, pero sin el móvil ni nada. Sebastián no ha sabido nada de ella hasta ahora, llamó a todo el mundo y nadie ha tenido noticias suyas.

—Es muy extraño pero ¿No habrá ido a atender a algún paciente? A lo mejor se trataba de una emergencia.
— ¿Hace más de diez horas? —replicó ella con escepticismo— De cualquier manera, él pensó lo mismo, pero su maletín está en la casa al igual que el móvil, y está preocupado, dice que por lo que vio de su ropa, salió con la tenida que estaba en casa ¿Qué puede haber pasado?

— ¿Te dijo algo más, lo notaste muy…nervioso?
—Claro que está nervioso ¿Cómo estarías tú si yo me esfumara y no llegara a dormir ni avisara?

Era una pregunta retórica, y Vicente trató de evadir la pregunta hecha por él mismo y lo inoportuno del comentario.

—Lo que quiero decir es, qué está haciendo él en estos momentos.
—Llamó a la policía, pero ya sabes que tienen esa normativa en que si una persona no lleva desaparecida más de 24 horas, no puedes hacer la denuncia por desgracia presunta; es una tontería, uno sabe cuando está pasando algo con una persona del entorno cercano, es una tontería…

—Cariño, tienes que estar tranquila, no hay mucho que podamos hacer, creo. Voy a buscar un vaso de agua ¿Quieres algo?
—Nada, gracias.

Se mostró preocupado. Estaba nervioso, pero se mostró asombrado, confundido, preocupado…

—Vicente fue quien ¿te atacó?

Sintió que su expresión debía ser la imagen misma del patetismo, parada en el umbral de su puerta mientras su familia se despedazaba por una verdad que no había podido siquiera sospechar.

—Lo lamento Iris, pero es así.

Sintió un intenso frío en su interior ¿Qué es lo que se supone que iba a hacer? No era sólo que estuviera desaparecido, ni que a su hijo le causara miedo, era algo más, era que ya había pasado a la acción, que había atacado a Nadia, a una amiga que ambos conocían desde hacía mucho tiempo.

—Yo… —se quedó sin palabras, por un momento muda ante la enormidad de lo que estaba descubriendo— Yo no sé qué decir…

Nadia suavizó un poco la expresión de su rostro.

—No pensé ni por un momento que lo supieras; si hubieses sabido, me lo habrías dicho.

Sonaba casi como una acusación.

— ¡Desde luego que sí! Nadia, no puedes llegar ni a pensar que…
—En este momento no estoy proyectando nada, sólo estoy remitiéndome a los hechos, a lo que puedo recordar con claridad —hizo una breve pausa en la que suspiró—. Escucha, esto tampoco es fácil para mí, y entiendo que Vicente, que es probable que él en verdad tenga una enfermedad mental, tal como te lo dijo a ti antes de desaparecer, y como me lo dijo a mí antes de atacarme. Si yo no hubiera sufrido ese periodo de amnesia, quizás podría haber ayudado a que no desapareciera ahora.

Pero ese episodio de amnesia era el mejor escenario luego de haber sido atacada por alguien de la contextura de Vicente. Y después de eso, ambos habían salido a buscarla ¡Oh por Dios! El propio Vicente la había encontrado.

—Yo…Nadia, no sabes cuánto lo siento, esto… es algo que no puedo entender, que haya sucedido…

Se volvió a quedar sin palabras cuando, a lo lejos, escuchó el sonido del despertador en el cuarto, que había olvidado apagar. Ese sonido la transportó al cuarto, a una parte en el armario en donde, tan sólo minutos antes, había encontrado ropa de Vicente, sucia y escondida.
Que no era la misma ropa que llevaba el día en que atacó a Nadia.

Sintió nuevamente deseos de gritar.




Fin del libro dos.



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