No vayas a casa Capítulo 22: Te busqué




Salió del centro tras una breve despedida, dejando el lugar sin mirar atrás; la mujer que lo atendió le dedicó una mirada benevolente, sonrió y le preguntó si iba a volver, a lo que él respondió que lo haría en algún momento, pronto.

—Le agradezco por su tiempo, estoy segura de que le ha hecho muy bien.
— Sí, yo también lo creo —replicó él con lentitud—, de hecho, estoy seguro de que me reconoció.

La mujer disimuló una mirada de incredulidad, pero guiada por el sentimiento que tenía con todos los internos, asintió levemente y respondió con naturalidad.

— Estuvo un largo rato ahí ¿Habló con él?
—Eso era lo más importante en todo esto —replicó de forma enigmática—. Necesitaba hablar con él, comunicarme de frente, sin disimular ni mentir.
—Comunicarse.

La expresión de ella no fue escéptica, pero se permitió la posibilidad de pedir algo de claridad sobre un asunto que en cualquier caso dejaba margen de especulación.

— ¿Nunca se ha preguntado qué es lo que están pensando? Me refiero a que ellos son personas como nosotros, aunque estén inmovilizadas.
—Eso lo sabemos con claridad —replicó la mujer con calma—, tenemos la experiencia, el testimonio si quiere, de que ese estado muchas veces anula las capacidades del afectado, pero esto no siempre es así. Personas que han despertado de un coma pueden haber percibido mucho de lo que pasa a su alrededor.
— ¿Y en este caso en especial?
— Creo que el caso de Jacobo no es más que la muestra de muchos otros casos como él.
—Debe estar muy solo, sin nadie de qué preocuparse, nadie con quien compartir sus penas y alegrías.
—Por desgracia —señaló ella—, la ciencia no ha avanzado lo suficiente aún como para permitirnos saber estos respuestas. Nos queda la tranquilidad de saber que aquí los cuidamos lo mejor que es posible, dándoles dignidad y un espacio que sea útil.
—Lo roté —dijo él—, hay una preocupación por cuidarlo, no es sólo tenerlo ahí como si fuera un mueble. Hay una pregunta que necesito hacerle antes de irme.
—Lo escucho.
— ¿Es normal que alguien en su condición viva tanto tiempo? Me refiero a que las personas que sufren una parálisis total, con todo ese deterioro —dudó antes de seguir—, pensé qué no vivían mucho.
—No, no lo hacen —replicó ella con calma—. La mayor parte de las personas con inmovilidad total comienzan a experimentar fallos de sistema mucho antes de los treinta, pero su caso es algo diferente.
— ¿Alguna razón en especial?
—Sería maravilloso poder saberlo —reflexionó la mujer—, pero lo cierto es que no hay un motivo especifico. A lo largo de los años, los exámenes han demostrado que más allá del deterioro propio de la enfermedad que lo dejó postrado, su cuerpo resiste muy bien el paso del tiempo.
—Tal vez tiene muchas ganas de vivir.
—Es posible.

2


— ¿De qué estás hablando hijo?

El niño se incorporó en la cama, Sentándose vuelto hacia ella, con los pies colgando. En su rostro había una inconfundible expresión de miedo, aunque también había confusión, una batalla que se libraba en su interior; sus ojos vagaban., erráticos de un punto a otro, como si de alguna forma temiese que ellos no fueran los únicos ahí. Ver esa expresión en el rostro de su hizo fue de un impacto atroz para ella.

—Hijo, quiero que me expliques de qué hablas.
—No quiero que te enfades conmigo.

Por un motivo que no supo identificar, Iris no pudo moverse del umbral de la puerta; debería avanzar unos cuantos pasos, pero no fue capaz de hacerlo ¿En qué clase de locura se había convertido su vida?

—No me voy a enfadar contigo, sólo quiero que me digas de qué se trata esto.

Su cuarto seguía siendo el mismo, con el tipo de iluminación que no admitía oscuridad total, y daba cierto realce a las figuras que estaban pegadas al techo; la luz permitía un descanso reparador, y en esas circunstancias, también ver todo con detalle. No había nada aterrador en ese cuarto, pero la expresión del niño le hizo entender que sucedía algo macabro a su alrededor.

—Cariño, tienes que decirle a mami.

¿Por qué se debatía tanto entre hablar y guardar silencio? Nunca había tenido problemas para expresarse, y de hecho su comportamiento ante distintos hechos siempre era directo, reflexivo y con opinión. Iris sonrió; sabiendo en el instante que eso no ocultaba por completo la verdad de sus convulsionados sentimientos.

—No quiero que venga.
— ¿De quién estás hablando?
—Me dio miedo verlo.

¿Por qué resultaba tan difícil hacer la pregunta que estaba en su mente desde un principio? Sintió terror de que cualquiera de las ideas que en los últimos segundo hubiera pasado por su cabeza, no fuera nada en comparación con lo que en realidad estaba sucediendo.

—Hijo, aquí solo estamos tú y yo. Y papá; ahora está un amigo. Es todo.

La expresión en el rostro de su hijo le hizo ver que estaba equivocada; tenía que acercarse a él, o después sería imposible salvar esa distancia.

—Escucha —dijo forzándose a sonar tranquila—, creo que no estoy comprendiendo ¿Me podrías explicar? Por favor.

El pequeño frunció el ceño, luchando por encontrar el modo de expresar algo que a todas luces era muy complejo. De pronto, una horrible idea pasó por la mente de la mujer. ¿Estaba hablando de alguien más? Nunca estaba solo en casa pero... Oh no, se dijo, en el nombre del cielo, no.
Avanzó temblorosa hacia él; el miedo a escuchar algo que le parecía inconcebible fue mayor a ese extraño sentimiento de lejanía que un segundo artes sentía en su interior, y eso la hizo llegar junto a lo cama y ponerse de cuclillas, mirándolo a sus ojos más abiertos de lo normal.

—Cuéntale a mami ¿Sí? Nadie más lo va a saber, será nuestro secreto.
— ¿Me lo prometes?

Benjamín  nunca pedía promesas a sus padres; Iris sintió que se le oprimía el corazón; todo lo que tenía en su poder en ese instante era su voz, y la fuerza que tuviera para hacerse convincente, para llegar a su hijo, que como nunca era una criatura pequeña, indefensa y sola.

—Claro que sí cariño. Por el meñique.

Al hacer ese leve contacto, sintió la piel fría junto a la suya, reacción que le dijo mucho más sobre el estado en el que se encontraba el pequeño que sus palabras hasta ese momento.

—Ayer por la tarde.
—De acuerdo, ayer por la tarde. Estábamos  tú y yo; llegó papá.

El niño hizo un gesto de negativa con la cabeza, tan leve, que casi pareció un estremecimiento.

— ¿Había alguien más?

El niño volvió a negar, aunque de forma. Imperceptible; Iris estuvo a punto de hacer una exclamación, pero se detuvo a tiempo, entendiendo que la débil energía que estaba impulsado a su hijo a hablar podía quebrarse. Aun que desde lo mas profundo del sentimiento se negaba tan siquiera a la posibilidad de que su hijo hubiese sito violentado de forma alguna, supo que ese era un piso que Tenia que dar, y que si era necesario, tendría que hacer las preguntas que fueran necesarias. Aguardó un momento, luchando por controlarse y ordenar sus ideas, y habló con la mayor serenidad de la que fue capaz.


— Bien, por favor dime a qué te refieres con eso.

El niño estaba sentado en el borde de la ama, ambos manos entrelazadas, estrujando los dedos en un acto que demostraba, una vez mis, lo difícil que era aquello para él; pero también era posible que no sólo fuera difícil de expresar, sino también de entender.

— Tranquilo hijo. Hace un momento dijiste que los ojos de papá eran muy oscuros.
— ¡No era papá!

El grito la tomó por sorpresa; el pequeño tenía los ojos llenos de lágrimas. Y un temblor en la mandíbula, el que poco a poco se extendía por su cuerpo.

— Está bien, no era papá – replicó con lentitud— ¿Podrías decirme por qué no era papá?
— Sus ojos –dijo él con un hilo de voz– los ojos de papá son …Son claros…
—Y en ese momento no lo eran.

Negó con la cabeza; otra vez su mirada se desenfocó, y movió la cabeza a los lados, buscando quizás en su entorno en las cosas que conocía un medio para graficar lo que estaba fuera de su campo de comprensión; pero no había nada fue lo pudiera ayudar.

— Eran muy oscuros –volvió a decir–. Eran oscuros, y malos. No era él, no quiero que me vuelva a mirar así.

Iris sintió una enorme confusión al escuchar esas palabras ¿Cómo podía ser y no ser la misma persona? Entonces recordó algo que ya había estado rondando en su mente desde antes, incluso desde la madrugada en que encontró a Vicente en la sala, ido y angustiado. La diferencia es que no lo vio de esa forma, no puso el énfasis en los mismos puntos; cuando su padre estaba en una etapa avanzada de la enfermedad, en determinado momento sucedió algo que le hizo entender que las cosas jamás iban a volver a ser como antes. Fue una tarde, en el jardín de la casa, en un instante de aparente tranquilidad; no fue ningún arrebato violento como otros, en esa ocasión no vio ese dolor o rabia en su interior, pero fue algo mucho más fuerte, con un significado enorme y desolador. Vio a su padre, al hombre que la tomó en sus brazos, al que la acompañó en su graduación, el mismo que se puso celoso y enfadado por su primer novio, y no pudo reconocerlo. Sus rasgos eran los mismos, pero la persona que había sido durante toda su vida ya no estaba ahí, había sido borrada por una enfermedad maldita, dejando en su lugar a un hombre que casi no podía valerse por sí mismo, y que a la vez era poseedor de un fuerza y agresividad que era inexplicable e imprevisible.
¿Era algo como eso lo que había visto su hijo? ¿Acaso las preguntas que planteó Vicente no eran más que una suerte de premonición ante algo que de verdad estaba pasado dentro de su mente?
El golpe.
Por un momento, tomó distancia de lo que estaba sucediendo dentro del cuarto de su hijo, y se obligó a pensar de forma más fría, considerando más opciones que las que estaban a la vista; cuando, algunos días atrás Vicente la golpeó, fue sorprendente, molesto y definitivamente una situación violenta, pero ella no lo tomó de otra forma. Y a juzgar por lo que él mismo le dijo después, haciendo conjeturas sobre lo que podía estarle pasando, tampoco hizo otro tipo de conexión. Se puso de pie con lentitud, mientras su mente salía del embotamiento en el que hasta ese momento estaba. Todo iba perfecto esa roche, y él se arriesgó con un juego íntimo, que de un momento a otro…

— Oh por Dios…

Mirando la situación en retrospectiva, lo primero que pensó cuando sucedió, cuando él pasó de las caricias a un golpe, fue que esa actitud, además de agresiva, no tenía nada que ver con él. Incluso, cuando hablaron después, ella le dijo que era como si en ese momento no lo conociera.
Como si no fuera él.
Y su mente viajó otra vez al pasado, cuando él le contó que había firmado el contrato para la nueva empresa; una acción llevada a cabo de golpe, sin tiempo para meditar o evaluar todas las opciones posibles, antes de poner en riesgo un trabajo seguro y con muchos años de estabilidad. Y antes, cuando tuvo esa pesadilla… aquel incidente en el que ya había estado pensando un par de minutos antes. ¿Cuántos otros podía haber? ¿Desde cuándo Vicente estaba viviendo esos cambios sin que ella lo supiera, sin si quiera saberlo él? Giró y volvió a mirar a su hijo, en una nueva dimensión que no había esperado vivenciar jamás.

— ¿Te hizo algo?
—No mamá.
—No me mientas.

El niño volvió a negar, aunque esta vez sólo con un movimiento de cabeza; Iris notó  áspera que había sonado su voz al hablar, y volvió a mirar a su hijo, poniéndose de cuclillas frente a él.

— Escucha cariño, no estoy enfadada ¿De acuerdo? Es sólo que recesito saber todo lo que ocurrió.

El niño seguía mirándola muy fijo, los ojos abiertos en la misma expresión de angustia de antes.

— ¿Podrías… podrías decirme si esto había pasado antes?

Negó otra vez de un modo casi imperceptible.

—De acuerdo.

Quiso decir algo más, pero se quedó por un momento sin palabras. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? La respuesta apareció clara en su mente, representando algo que sin duda sería un quiebre más; pensó que podía ser el principio del fin de su matrimonio, pero quedó en evidencia que las cosas se estaban destruyendo, al menos para Vicente, desde mucho antes que se lo dijera. Y quizás jamás lo supiera con exactitud.

—Escucha hijo, vamos a estar tranquilos ¿Está bien?

Él la miró con un dejo de ansiedad.

— No va a venir de nuevo –lo dijo con muy poca convicción, sintiéndose incapaz de verbalizar la conexión entre Vicente y Benjamín. De alguna marera sentía que, al no haber un una forma de referirse a la persona a quien su hijo se refería exactamente, decir de modo claro que ere su padre iba a crear una imagen definitiva en la mente del niño, con la que no podría luchar después para revertirla—. No va a volver a molestarte, ni a mirarte de esa forma.


3


—Vicente ¿dónde estás?

No todas las voces eran iguales. Al principio le costó entender que no se trataba solamente del tono que podían expresar, sino que en la mente de él, las voces tenían un significado diferente unas en relación con otras.

—Estoy a minutos de la casa —el vehículo comenzó a tomar otra ruta, distinta de la que tenía en un principio; los pensamientos también cambiaron de destino—. Si veo otro número antes de ver la fachada de mi casa al menos, me volveré loco.
—Acaban de llamarme de la escuela —a pesar de estar escuchando a través de un aparato mecánico, la voz tenía un significado para él. Era importante—, Benjamín se cayó, parece que se rompió un diente.

Eso significaba que las voces, aquello que sucedía en el exterior y que le estaba vetado, no sólo eran sonidos; de alguna manera se grababan en el interior de la persona, y adquirían un poder.

— ¿Por qué no me llamaron a mí? Les he dicho que no pueden molestarte porque podrías estar en un negocio muy importante.
—No lo sé ¿podrías ir? Estoy frente a la vieja galería de arte de la pintora de la que te hablé, y mis clientes están a treinta segundos de aquí.
—Ya voy en camino, despreocúpate, tan pronto sepa qué fue lo que pasó te dejo un mensaje en el chat directo, ahora ve por ellos y vende ese elefante blanco.
—Dios te escuche.
—Dios te compraría el edén si se lo ofrecieras.
—Gracias.
—A ti por hacerlo realidad. Un beso.
—Otro para ti.

Benjamín era el hijo de ambos; era el resultado de su unión, tanto como de la fornicación, ambas cosas que él sólo conocía desde lejos; era importante para ambos ¿Sería más importante que ella? La mujer a la que dejó poco antes no era importante, era nada más una diversión. En la entrada de la escuela se estacionó y fue directo a la entrada; lo que había pasado lo alteraba, y eso se anteponía a los otros sentimientos.

—Buenos días.
—Buenos días, necesito hablar con la directora Méndez en este momento.

El asistente que vigilaba la puerta lo miró, sin reconocerlo.

—Señor, para hablar con la señorita Méndez necesita una cita, si desea…
—No necesito una cita, mi hijo está en este establecimiento y acaba de tener un accidente, tengo que entrar ahora a ver qué ocurre con él, y tengo que hablar con la directora ahora mismo. Maestra Santibáñez. Maestra.

Se dirigió a una mujer mayor que estaba dentro del lugar; ella era alguien a quien él reconocía, pero no era importante, al menos no de la misma manera. Durante una milésima de segundo ella no se movió, al final se acercó a la puerta, asintiendo con la cabeza.

—Señor Sarmiento, buenos días.
—Lamento molestarla, pero acabo de enterarme que mi hijo sufrió un accidente.
—Debe estar en la enfermería, lo acompañaré.

Existían diferentes niveles de importancia para las personas que lo rodeaban ¿Cómo identificar cuál era el realmente más importante de todos? Necesitaba saber más.

— ¿Puede anotar al señor Sarmiento por favor? Se lo agradezco mucho.

Vicente la conocía, pero muy poco; en realidad ella le resultaba útil en esos momentos ¿por qué a ella no le importaba que él la utilizara? No le estaba sonriendo por otromotivo más que conseguir algo.

—Ya llegamos, al parecer está en la sala del.
—Se lo agradezco mucho.
—Recuerde tomarlo con calma —ella tenía un tono de voz que inspiraba autoridad. Era como la voz de las enfermeras en jefe—, no olvide que si su hijo sufrió un accidente, va a estar muy sensible a sus reacciones.
—Lo sé, es sólo que me preocupé, además que dejé instrucciones de que me avisaran a mí por cualquier situación y en lugar de eso llamaron a mi esposa; ya sabe que por su trabajo, ella puede perder un negocio que lleva semanas en realizar sólo por el hecho de que la interrumpan con una llamada. De hecho había pedido hablar con la directora.

La mujer le dedicó una mirada condescendiente; el tipo de mirada de la enfermera cuando lo miraba, en esas escasas ocasiones.

—Entiendo a qué se refiere, pero ya sabe que aquí algunos procedimientos aún son algo anticuados. Si habla con la directora no conseguirá mucho, pero vamos a hacer el siguiente trato: usted va a mantener la calma ahí dentro, y tan pronto como yo esté en la sala de notas, corregiré el orden de los números de teléfono almacenados; de esa forma, en el caso de que sea necesario, la secretaria que esté a cargo llamará a su número aunque no lo pretenda, y el objetivo se cumplirá de todas formas.

Entonces ella era un medio para entrar a la escuela sin tener que cumplir con lo que los otros hacían para hacerlo; la preocupación de él por el hijo era el motivo por el cual estaba alterado. Y ella lo ayudaba porque ¿por qué? Tal vez porque era su trabajo.

— ¿De verdad me ayudaría con este asunto?
—Por supuesto, no se diga más del asunto. Sólo necesito que se comprometa a mantenerse en su centro.
—Es una promesa.

La maestra se alejó, y Vicente entró en la enfermería; esos lugares eran todos iguales entonces, no se trataba sólo de los que había visto él en esos años. Esas paredes blancas, el techo iluminado, esa apariencia de que todo estaba bien. Ver al niño hizo que una oleada de sensaciones invadieran su mente, pero no eran del mismo tipo que otras que había visto antes. Era una fuerza, algo que lo relajaba, que hacía que la alteración de hace tan sólo unos segundos atrás remitiera.

—Hola papá.

El niño tenía un problema; y él pensaba que no era algo en verdad grave, pero se comportaba como si lo fuera ¿Para engañarlo?

— ¿Qué sucede, por qué esa cara?
—El diente se cayó —explicó con tono muy serio—, me caí, me pegué en la boca y el diente se salió.
— ¿Te duele?

Negó con la cabeza, pero su expresión decía lo contrario.

—Y si no te dolió, dime por qué tienes esa cara de tristeza.
—Porque tenía que salirse en casa, el ratón tiene un distrito y este no es su distrito, después ¿cómo va a saber que este diente es de su distrito y no lo robé?

En su mente, la respuesta sonaba a algo sin mucha sustancia, parecido a lo que escuchaba de personas que apenas conocía, pero en este caso quedaba ahí, y era importante para él.

—Creo que olvidaste algo muy importante sobre el ratón.

Benjamín lo miró sin demostrar estar de acuerdo con esa afirmación.

—Sé cómo funciona la corporación, el maestro Bigotes lo dijo todo muy claro.
—Y no dudo que lo sepas, pero no hablo de eso. ¿Recuerdas que el ratón viene a buscar tu diente cuando el radar recibe una alerta?
—Sí.
—Esa alerta es por un diente caído, y el ratón asignado debe ir por él esa misma noche; él no llega hasta tu habitación porque sí, llega porque tu diente activó esa señal al caerse, y seguirá emitiéndola hasta que lo recupere. Las señales de cada diente son únicas, por eso es que el ratón puede ir hasta el correcto, no importa lo que pase.

La cara del niño se iluminó; todo se trataba entonces de una película, un juego de niños, el que él seguía por el niño. Pero no pensaba estarlo engañando; se trataba de algo más, de una forma de entendimiento distinta.

— ¿Lo dices en serio?
— ¿Y cómo crees que recibí mis obsequios del ratón cuando tenía tu edad? La corporación existe desde siempre, sé cómo solucionan esos pequeños inconvenientes.

El niño sonrió, y se bajó de la camilla en la que estaba sentado, pero aunque estaba más animado gracias a la explicación que solucionaba su problema, aún tenía algo más en mente.

—Papá.
—Dime hijo.
—Si se me rompe un diente ¿me va a doler más que se haya salido este?

Entonces vio en la mente de él la respuesta; lo que esa mentira aparente provocaba era lo mismo que la generaba: amor. ¿Era entonces el amor una fuerza tan poderosa como para hacer que todo en él cambiara de un segundo a otro?

—Sí, te va a doler más, pero es como cuando te caes y te golpeas ¿recuerdas que se pasa luego?
—Sí. Soy valiente.
—Lo sé, confío en ti.

Salieron de la enfermería y caminaron por el pasillo hacia el patio. Durante esos breves segundos, esa sensación amorosa se intensificó; el contacto físico también ayudaba con eso, otra cosa más que él no tenía.

— ¿Vas a ser más cuidadoso?
—Sí papá.
—Eso me gusta mucho. Ahora papá debe seguir en el trabajo. Nos veremos más tarde ¿de acuerdo?
—Sí papá.

En efecto, se trataba de una fuerza muy poderosa, que residía en su interior.

—Vicente, tan temprano por aquí.
—Vengo a darme una ducha y salgo para el trabajo; apenas terminé lo de ayer.
—Parece que hay mucho trabajo.
—Si todo lo que ordené anoche quedó como quiero, entonces no debería haber tanto. Me llamaron de la escuela.

Llegó entonces a casa, a un sitio que provocaba otro tipo de sentimientos similares, pero no iguales ¿cuál era la diferencia central en eso? No podía amar una construcción que no era más que un sitio, pero al mismo tiempo, entendió que tenía un significado más concreto que eso. En ese momento estaba cansado, pero se sentía bien.

—Oh Dios ¿qué le sucedió a Benjamín?
—Nada grave, sólo es un golpe; vengo de allá, y por suerte está todo bien, excepto el asunto ese de los dientes para el ratón, pero creo que lo tengo controlado.

Esa mujer mayor sí era alguien a quien él apreciaba. Aprecio. Esa era una gran diferencia; había personas a las que amaba, y otras a las que sólo tenía simpatía, mientras que algunas estaban entre eso, seres a quienes consideraba pero no amaba. Ella era importante en la vida, pero no de forma tan directa, por lo tanto no servía.

—Qué alivio, por un momento pensé que podía ser algo grave.
—De todas maneras quiero ser un poco flexible con él por hoy, se portó muy bien y no lloró según la enfermera.
—No diga más, tengo unas frutas, haré su postre preferido para la tarde.
—Fantástico, se lo agradezco.

Entró a la casa y dejó la chaqueta del traje sobre el sofá. Se sentó, cerrando los ojos durante un momento.
Ahora las cosas tenían que ser diferentes, tenía que aprender las sutilezas que antes habían escapado a su control. Es sólo que era muy difícil hacerlo, la magnitud de sus actos no siempre quedaba en evidencia desde el primer momento; pero había aprendido con ellos que no podía simplemente actuar, porque después no podía revertir las cosas que hiciera de forma definitiva. A ellos, en cualquier caso, no le importó volverlos locos, porque no eran nada importante para él; sólo querían deshacerse de él desde un principio, y cuando él enfermó, ella se deshizo de él con toda rapidez, aunque de todos modos era tarde, y el daño hecho no podría ser salvado por nadie.
Pero Vicente era un caso diferente.
En este caso, no se trataba sólo de destruir por destruir, quería llegar mucho más lejos, y convencerlo de hacer algo que odiara, de hacerlo culpable de sus propios crímenes. Que pagara por lo que le había hecho. Pero tenía que hacer una prueba, así que buscó entre los recuerdos, y encontró uno que no era reciente, pero que de alguna forma siempre estaba ahí, casi siendo posible tocarlo.
La puerta de entrada se abrió, y en la sala entró el sol de la tarde, iluminando la estancia; estaba sentado en el viejo sofá, mirando sin demasiada atención hacia adelante, hasta que su visión fue inundada por Dana, que caminaba hacia él con esa gracia simple que la caracterizaba. No había en el mundo una mujer que pudiese parecerle más hermosa que ella, metida en esos jeans recortados hasta la mitad de los muslos y esa polera blanca ancha que ocultaba su silueta; le gustaba que no quisiera esforzarse por ser atractiva, y en cambio estaba segura de serlo. Los demás decían que era un poco marimacho, pero en realidad hablaban de esa forma porque Dana los intimidaba ¿quién más en el lugar sabía de mecánica sino ella? Ninguna otra mujer. Había crecido en un garaje con su padre y su tío, quienes la dejaron deambular entre juegos y preguntas curiosas; a menudo hablaban de esa época, la más feliz de su vida, cuando jugaba con las llaves y las tuercas en las tardes y se probaba el maquillaje y los vestidos de su madre los fines de semana. Cuando, como ella decía, la vida era perfecta; ahora era menos perfecta, pero no se dejaba apabullar por los cambios que habían ocurrido en su vida. Lo mejor de lo que había entre ellos y que no tenía nombre, era que podían hablar con un nivel de confianza que rayaba en lo infantil; con Dana no sentía vergüenza de nada, ni de ser inexperto, porque ella también lo era, y quería experimentar con él pero sin compromisos, sin hacer algo sólo por complacerlo. A diferencia de los otros, que buscaban a las chicas sólo por satisfacer su instinto de momento; en una ocasión, Vicente le dijo que eso lo había aprendido de su padre, la lección acerca de que cuando eres entregado en el sexo, lo que más recibes son beneficios. Pocos en el sector sabían lo de ellos, y menos aún alguien podía suponer que aún no habían llegado demasiado lejos; por las noches se torturaba y a la vez descargaba pensando en ella, recordando las cosas que hacían a veces, y al mismo tiempo ansiando llegar a más, pero se mantenía fiel a su postulado original, esperar a que ella quisiera hacer lo que se le diera la gana. Sus amigos decían que para iniciarse con todas las de la ley, tenía que salir de ahí y visitar la ciudad, que en ese pueblo alejado y con pocos habitantes resultaba muy difícil, pero Vicente no estaba en realidad preocupado por eso: sucedería de la mejor manera, no por una aventura de una noche.
El recuerdo comenzó a desvanecerse; estaba cansado, no era fácil hacer eso, invocar un recuerdo y hacer que lo viviera de forma vívida, casi como si estuviera pasando en ese momento. Además, la voz de la mujer mayor se interpuso, llamándolo a la conciencia.

—Te estabas quedando dormido.
—Eso parece.

El teléfono móvil estaba anunciando una llamada: miró en la pantalla y vio que se trataba de Joaquín, alguien cuyo nombre significaba amistad para él.

—Qué tal amigo.
—Vicente, escucha, deja lo que estés haciendo y ven a la oficina.

La llamada significaba algún tipo de problema en el trabajo; y quien llamaba, era alguien, un amigo, pero no tan relevante en su vida. Tampoco era relevante.

—Es posible que se haya roto una pierna además de los golpes, pero no parece nada más; sin contar todo esto por supuesto.
—Maldición, en diez minutos tiene que llegar el camión de Jorge.
—Esperemos que no pase nada grave, Abel estaba dando voces cuando se lo llevaron.
—Pero si fue su culpa.
—Por eso llamé a Sergio, porque me pareció que Abel podría querer aprovecharse del asunto, ya sabes cómo es.

Una situación extraña entre lo que antes había pasado con el niño, y lo que ahora pasaba con el hombre del que hablaban. Él no le importaba, su accidente tampoco.

—Oh cielos.
— ¿Qué pasa?
—Nada, es sólo que…

En ese momento recordó algo que se le había pasado por la mente poco después de aquel desagradable incidente: estaba revisando unas notas en la bodega principal sentado ante una mesita, cuando Abel pasó a su lado y le dio una patada accidental a su silla. Se disculpó de inmediato y sonaba sincero, pero no pudo evitar pensar, aunque no lo verbalizó, que si tenía por costumbre patear el mobiliario por no prestar atención a dónde ponía los pies, entonces le vendría bien quebrarse una pierna o caer por una escalera para aprender, antes que le causara un accidente a alguien más.

—Vas a pensar que es una tontería, pero hace tiempo deseaba que Abel tuviera un accidente.
—Casi la mayoría lo hemos pensado en algún momento, no tiene importancia.
—Te entiendo, es sólo que…no lo sé, tal vez es que funcionamos en frecuencias diferentes; sea como sea, tendré que tomar algunos días de descanso y abandonar las pistas, dejar que todo se calme; tendré que tomar algunos días de descanso y abandonar las pistas, dejar que todo se calme y luego ver qué hacer.

Entonces, en efecto esa  mujer no era relevante para él; había sido un divertimento, como otras a las que recordaba, pero nada más.
Una nueva llamada, de la esposa.

— ¿Vendiste la galería de arte?
—Sí, lo logré, fui brillante.
—Siempre eres brillante cariño ¿y a quien se la vendiste?
—A una sociedad sin fines de lucro dedicada a la preservación de los inmuebles dedicados al fomento del arte y la cultura.
—Por Dios, ese sí que es un nombre largo. Pero no entiendo, dijiste que esa galería estaba desvalorizada desde hace tiempo y que las obras perdieron mucho de su valor desde que la pintora desapareció del mapa para siempre después de esos escándalos con la prensa.

La noticia que ella le daba resultaba de inmediato en alegría para Vicente; entonces se sentía mejor con que las personas a las que amaba estuvieran mejor, y se angustiaba si ellas tenían alguna clase de problema.

—Sí, el tema es que en realidad sólo van a conservar el edificio, le cambiarán el nombre, rematarán los cuadros y pondrán en el interior algunas muestras de artistas de menos renombre y harán eventos como lanzamientos de libros o cócteles de la sociedad hípster; es decir que la galería les viene de lujo porque ya sabes que todos esos esnobs aman los edificios con historias macabras pero que hayan sido convenientemente redecorados y tengan mucha luz.

Mientras ella hablaba, él recordaba en parte el nerviosismo anterior; eso quería decir que cuando alguien que le importaba estaba mal, eso se transmitía a él, pero le costaba entender si era por asociación o por naturaleza. No, no podía ser algo natural, por fuerza debía ser algo aprendido, algo que nunca hizo con respecto a él en el pasado.

—Muy inteligente de tu parte, apuesto a que los atacaste con lo del rediseño.
—Cayeron rendidos a mis pies cuando les mostré lo versátil del interior del lugar y cité, por pura casualidad, algunas muestras de arte poco conocidas pero de gran valoración en el norte de Escocia.
—Eres brillante, te amo.
—Yo también te amo. Tengo que colgar, llegaré más temprano hoy, espero que puedas también.
—Me jugaré la vida porque así sea, tenemos mucho de qué hablar y no puedo esperar para darte un abrazo y beber un poco de esa cerveza especial para celebrar.
—Es un excelente momento para eso. Estaba pensando, de verdad esta vez tuve que poner mucha energía de mi parte, casi podría decir que lo conseguí sólo a punta de fuerza de voluntad.
—Por favor, eso sería subestimar tu talento.
—Para nada, nunca he sido supersticiosa y lo sabes, pero en un caso como este, con tanto en contra, en alguna parte de mi cabeza pienso que tal vez si no es la intervención de algo sobrenatural, los deseos que tienes porque algo se haga realidad producen un tipo de energía.
— ¿Te refieres a que produces ondas que le dicen al mundo “voy a lograrlo?”
—Exacto, justo algo como eso. Si no lo hubiera deseado tanto, si no hubiese querido con tanta fuerza no fracasar, no habría llegado a encontrar esos informes perdidos en internet con los que armé mi argumento de venta. Como cuando éramos niños ¿Cuánto tienes que desear que Santa te haga un regalo fabuloso para que esté en el árbol a la mañana siguiente? Tengo que colgar, te veo más tarde.
—Te veo más tarde.

Sí, los deseos más íntimos lograban cosas que resultaban increíbles. Él lo sabía, lo había puesto en práctica con ellos, cuando entendió que el silencio en el que estaba era mucho menos absoluto, y si bien un cárcel, jamás un encierro definitivo.

No siempre podía estar al pendiente; a veces, las cosas se diluían, por su propio cansancio, o porque alguien estaba cerca, interviniendo en su tranquilidad. Por suerte en el sitio en el que estaba esas personas no estaban siempre ahí, y podía actuar con más tranquilidad.

—Después de todos estos años, no quiero que nuestra relación se vuelva un compromiso, que estemos juntos porque ya hay algo armado; quiero que siga siendo real y que sepas que es real para mí.

Él mismo no sabía muy bien lo que estaba diciendo. De alguna forma, un hecho tan sencillo como recibir una llamada de ella diciendo que necesitaba su ayuda en un asunto familiar, más la experiencia de la noche pasada, habían causado un efecto que ahora, sólo por la noche, comenzaba a sentir. Sabía que ella era una mujer independiente y capaz, que de no tener a un hombre con ella, habría hecho las mismas cosas; en un caso como ese habría logrado hacer la venta de la galería y encargarse del pequeño accidente de su hijo sin desatender ninguna de las dos cosas, pero al saber que contaba con él, decidió de forma natural recurrir a su ayuda. No se trataba de delegar funciones, sino de apoyarse en alguien en quien podía confiar. Iris podía confiarle su hijo a él, sin cuestionarse nada al respecto, asumiendo que Vicente no sólo era un padre amante, sino un hombre capacitado para enfrentar situaciones familiares sin mayores inconvenientes. Eso hablaba del amor que le tenía, y por otra parte, sentir apretado el corazón al escuchar que podría pasarle algo a su hijo, y al mismo tiempo tener la imperiosa necesidad de quitarle a ella ese peso de encima decían mucho acerca de sus sentimientos: lo que le había comentado a Joaquín acerca de terminar sus correrías con aquella mujer era cierto, pero quizás, al menos de momento, se trataba de algo más, de mantener las cosas en un punto sin riesgo. Amor, nuevamente el nexo que lo unía; entonces se trataba de eso, cuando él amaba a alguien, formaba un lazo con esa persona, de un modo similar al que sus padres establecieron, o debieron establecer con él desde siempre, si no hubieran querido alejarlo y deshacerse de él. Cuando ese lazo estaba formado, pasaba a tener la necesidad de esa persona, y al mismo tiempo obtenía como recompensa el alivio y los sentimientos de calma y júbilo al ver sus logros o que estaba en buenas condiciones. Vicente era Vicente, pero en esos momentos también era la suma de las personas a las que amaba. Ella y el niño.

Abrió los ojos con el recuerdo vívido, casi frente a él; un recuerdo de la infancia, de la adolescencia, que se convirtió, a la larga, en la primera decepción que tuvo en su vida. Después de unos instantes de inmovilidad sobre el lecho, miró la hora en el despertador de su velador: Tres quince. Volteó hacia la derecha, y se encontró con la mirada de Dana, clavada en la suya, sus grandes ojos desprovistos de vida al mismo tiempo mirando en el fondo de él, como si buscaran algo, como si desearan alcanzarlo.

—Rayos.

¿Era entonces más simple de lo que parecía? ¿Se trataba sólo de buscar en sus recuerdos el que fuera el correcto, y utilizar ese poder en su beneficio? El amor pasado también existía, estaba arraigado en su interior aunque no pensaba en ello de común; pero cuando se despertó y tomó conciencia de todo, se disipó la posibilidad de manipularlo. Se resistía sin saber, evitaba el ataque sólo con estar conciente.
En ese caso, tendría que atacar durante el sueño.



Próximo capítulo: No dije nada

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