No vayas a casa Capítulo 17: Te marchaste




El dolor punzante en el muslo aumentó de golpe; sintió una especie de corriente de energía, como una sacudida que llegó hasta la cadera. Perdió el equilibrio y cayó sentado en el suelo.

—Rayos.

No fue un golpe fuerte, de hecho no era nada del otro mundo, pero caerse por un simple calambre resultaba algo molesto en ese momento. Un simple calambre.
Que no tenía nada de simple.

"No vas a dejarme"

¿Qué significaba eso? Mientras seguía sobándose la pierna, sintió algo distinto, aunque no era la primera vez: la voz ya no era la misma de siempre. Unos momentos antes había percibido ese cambio, en que la voz monótona y ausente sentimientos adquiría un tono más real, aún imposible de identificar, pero más humana, expresando un sentimiento.

— ¿Dejarme? —repitió tontamente.

El dolor se esfumó con la misma rapidez con que había aparecido; quedó una sensación de adormecimiento, que venía desde el interior del muslo, similar a lo que producía el frío intenso. Lo suficiente como para que todavía no pudiera levantarse.

"¿Por qué me desprecias?"

—No eres real.

"¡Soy real!"

Fue un grito. Un grito dentro de su cabeza, que lo hizo quedar sin respiración, impactado y sorprendido por lo que estaba sucediendo. Y, por primera vez desde que todo eso comenzó, se preguntó algo que cambiaba todo, la pregunta que movía el foco de la inquietud hacia un sitio en donde las cosas para él quedaban en un punto más inestable y definitivamente más riesgoso.

— ¿Quién eres tú?

Se sorprendió a sí mismo hablando en voz muy baja, temeroso de que alguien más escuchara sus palabras, murmurando sin poder poner más fuerza a las cuerdas vocales. Pero no sólo era eso, también fue que, al exteriorizarlo, descubrió por primera vez que el hecho de que el factor determinante en todo eso no fuera el cómo, sino el por qué, hacía que cualquier cosa pensada, dicha y hecha por él en los últimos días quedaba sumergida en un pantano del que, en ese instante, no veía la orilla.

"Soy real"

La voz cambió su tono de la sorpresiva furia a otro ¿cuál era? Las dos palabras quedaron flotando en su mente durante unas milésimas de segundo, permitiendo que entendiera cuál era el tono con el que habían sido dichas. Rencor.

"Soy real"

Lo repitió, pero esta vez cobró fuerza y volvió a ser furiosa, sólo que más contenida. Vicente seguía sentado en el suelo con la pierna flectada hacia el pecho, rodeándola con las manos.

—Tú...

Por un momento no pudo seguir; notó que la mandíbula inferior experimentaba un ligero temblor, y que la voz estaba a punto de quebrarse; con la garganta seca, cerrada, sintió al mismo tiempo un deseo irrefrenable de escapar, y una necesidad imperiosa de expresar lo que estaba pensando. La pugna entre ambas sensaciones hizo que olvidara el dolor en la pierna, y que su vista se perdiera en un vacío que no era capaz de identificar.

—Tú... No eres la voz de mi conciencia.

De nuevo el mismo enfrentamiento entre ambas sensaciones, queriendo oír y al tiempo ensordecer. No hizo una pregunta, fue una afirmación, con una seguridad pasmosa en esas circunstancias, seguridad que contrastaba con el nerviosismo creciente en su organismo.

"No"

La respuesta fue entregada con el tono de voz propio de una verdad descarnada, dicha sin mayor intención que confirmar algo que ya es sabido por el interlocutor. Al escuchar esa respuesta, quiso reír de alegría y gritar de terror al mismo tiempo, pero no hizo ninguna de ellas. No estaba loco como para escuchar voces dentro de su cabeza ¿o lo estaba lo suficiente como para escuchar los pensamientos alguien que no era él?

— ¿Quién eres? ¿Qué eres?

No obtuvo respuesta. Por primera vez desde que comenzó a ocurrir todo eso, pudo experimentar la diferencia entre saber que iba a escuchar la voz, y saber que iba a mantenerse en silencio; fue como si escuchara que una respiración se hacía más y más lejana, aunque en realidad no estaba pasando nada. Y quiso hablar, exigir o rogar que no dejara de hablarle, que le respondiera más preguntas, pero se quedó sin energías como para poder formular estas palabras, al mismo tiempo que nacía en él un enorme miedo a saber cualquier tipo de respuesta.


2


El paso de la noche fue en vela. Fingió estar durmiendo el tiempo suficiente como para que Iris se durmiera profundo, y luego de levantó a hurtadillas, bajando al primer piso.
De pronto fue como si todo lo que lo rodeaba, la casa y lo que había en su interior, hubiese tomado un significado distinto por completo al que tenía antes para él. Mientras estaba en su lado de la cama se preguntó ¿por qué resultaba tan relevante ese nuevo conocimiento? Y no le costó encontrar la respuesta: desde que toda esa absurda y loca situación comenzó, todo se remitía a su interior, a cosas que podían o no estar pasando dentro de su mente; se engañó de distintas formas, pero al final de cada día, cuando estaba en casa, sabiendo que su hijo estaba a salvo y su esposa junto con él, entendía que el mundo, su mundo, seguía siendo el mismo. Quizás estaba bajo presión, o comenzando a experimentar un síndrome, pero aún así, eso le pasaba a él, era algo que existía sólo dentro de su ser. Pero al oír esa voz de aquella manera, al tener esa confirmación clara, significaba que ese "algo" que antes asoció a un estado mental, era algo que estaba fuera de su control, y eso lo aterraba.

"No puedes borrarme"

Tan claro como lo volvía a escuchar en esos momentos. Pero esta vez la voz estaba más serena ¿por qué lo alteraba más escucharla ahora que demostraba sentimientos que antes, cuando era una especie de eco sin vida?
Porque ahora tenía una vida que parecía propia.

— ¿Qué eres?

No contestó, pero esa respuesta silenciosa decía tanto como las otras.

— ¿Qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres?

Sin respuesta. Pero estaba ahí. ¿Qué quería decirse a sí mismo con "ahí"? ¿Cómo podía estar en alguna parte si no era nada?

— ¿Qué eres?

"Yo soy... Real"

— ¿Real como qué? ¿Quién eres, dónde estás?

"Estoy en ti"

Sin quererlo, miró en todas direcciones, como si con eso pudiera descartar la posibilidad de que, en realidad, hubiera algún ahí. La sala estaba en semi oscuridad, sólo encendida una luz tenue en el centro del techo, programada para dar un aspecto cálido; sin embargo, en ese momento las sombras alrededor parecían tan tétricas como antes lo eran las luces brillantes en el cuarto de baño.

—No puedes estar en mí. Tú no eres la voz de mi conciencia como quisiste que creyera.

"No soy la voz de tu conciencia"

—Acabo de decir eso maldita sea.

Inspiró profundo para evitar gritar. Al hacerlo, apretó los músculos del cuerpo, como si estuviera sintiendo un escalofrío, aunque en realidad no podía saber si estaba en un ambiente cálido o no, sus sentidos estaban demasiado golpeados como para poder saber eso. Ahora había paz en la voz ¿por qué? ¿Cuál era el cambio desde la vez anterior, sólo un par de horas antes?

—Dime quién eres.

"No puedes borrarme"

— ¿Por qué estás haciendo esto?

"No deberías querer borrarme, yo quise ayudarte pero no escuchas"

—Quisiste ayudarme —masculló con rabia—. Todo esto es ridículo.

"No quieres mi ayuda. Por eso lo hice"

Por su mente pasó el fuerte calambre en la pierna; sucedido al mismo tiempo que la voz demostraba por primera vez algún tipo de sentimiento. Una reacción natural ¿Qué podría tener de extraño sufrir un calambre? Pero en ese momento se dijo que no era un simple malestar, que algo distinto era lo que estaba pasando, sólo que se lo dijo en segundo plano, sin prestar realmente atención a eso, porque la voz y sus palabras recientes resultaban mucho más importantes.

— ¿Qué hiciste?

"No puedes borrarme, no puedes"

No era obstinación, más bien sonaba a que estaba explicando una y otra vez algo que ya estaba claro; como cuando él mismo le repetía a Benjamín que no podía tener algo con lo que insistía una y otra vez. Sintió escalofríos.

—Dime por qué.

"Intenté ayudarte, porque estás pasando por algo que no puedes controlar"

Entonces lo recordó. Cuando los recuerdos volvieron a él la jornada pasada, y se vio a sí mismo junto a Nadia, atacando a Nadia, era como si todo eso no hubiera pasado; recuerdos propios, desde su punto de vista, y al mismo tiempo ajenos, como si de alguna manera fuesen implantados en su memoria.

"Algo que no puedes controlar"

Él atacó a Nadia. La dejó inconsciente, abandonada a su suerte en plena calle; sólo la fortuna había impedido que pasara algo más grave pero ¿por qué no recordaba lo sucedido? Los recuerdos aparecieron después, pero nunca parecieron suyos.

—Yo no hice eso. Yo no ataqué a Nadia.

La voz no contestó.

— ¿Qué has hecho?

Otro silencio; en ese momento, algunos hechos inconexos comenzaron a tener sentido, como si de un rompecabezas tratara. La razón por la que no recordaba haber agredido a Nadia tenía directa relación con el ataque mismo, y esa voz que de pronto apareció, estaba relacionada con aquellos momentos que no podía recordar con claridad. Ahora lo veía desde el presente hacia el pasado, pero era como si, de a poco, hubiese comenzado a perder el control de sí mismo; no sabía con claridad si lo que estuvo perdiendo fue el control de su propia persona, o la capacidad de saber lo que estaba pasando.

—Dime qué fue lo que hiciste.

"No escuchas mis consejos"

Necesitaba aclarar sus ideas. Hasta ese momento, todo tenía que ver con el interior de su mente; el ataque a Nadia era un asunto demasiado complejo, algo que no podía enfrentar, para lo que terminó ocultando todo al momento de ir a verla. Ocultó toda esa información, pero si se trataba de algo complejo, había ocultado lo demás, lo que significaba que, escarbando un poco, podía dar con el origen de otras interrogantes. Entonces se hizo una pregunta más crucial aún ¿desde cuándo estaba sucediendo todo eso?

—Dime... ¿desde cuándo estás...aquí?

Quiso correr, salir de la casa a toda velocidad aunque estuviera en boxers, aunque fueran las dos de la mañana, y escapar de alguna manera de lo que estaba sucediendo, pero supo que eso no sólo no tenía sentido, sino que no resolvería nada en lo inmediato.

"Llevo mucho tiempo aquí"

—Dime qué es lo que quieres.

"No quisiste escucharme"

—No quiero escucharte —replicó entre dientes—, no quiero que existas, quiero que desaparezcas para siempre.

"Quise ayudarte"

— ¡No!

No le importó que su voz saliera más fuerte. Estaba en la planta baja, Iris no lo escucharía y Benjamín seguro dormía con tranquilidad; pero al menos en ese momento, necesitaba expresar, aunque fuera un poco, la frustración que estaba sintiendo. No es la voz de la conciencia, no es algo que está pasando dentro; se trata de algo que viene de fuera.

"No"

Algo le decía que las cosas eran de determinada forma. Algo le dijo que estaba involucrado con el asunto de Nadia, que debía investigar; algo le dijo que tenía que intentar...

—Oh no... tú... tú no quieres ayudarme, nunca quisiste.

"No"

—Dime qué es lo que quieres.

"Quiero destruirte"


3


— ¿Sucede algo cariño?

Vicente volteó hacia la escalera, y vio a su esposa al borde de ella, mirándolo con una expresión en la que se conjugaba la preocupación y el sueño, aunque la primera prevalecía. Estaba muy erguida, como solía pararse cuando algo la sacaba de su zona de tranquilidad, envuelta en la bata y con los brazos cruzados a la altura del estómago.

—Estoy bien.
—Son casi las cuatro de la mañana y estás aquí en la sala. Y tu cara no es de que todo esté bien.

¿En verdad había pasado tanto? Al escuchar la voz de su esposa, notó que estaba sudado, y experimentando un cansancio muy alto. Tuvo la intención, casi instintiva, de mirar en todas direcciones, como parta comprobar si estaba sucediendo algo extraño que pudiera delatar su conversación con una voz invisible.

—Estoy bien, en serio.
— ¿Por qué estás aquí?

No estaba escuchando nada en esos momentos; la voz parecía haberse esfumado otra vez, dejando la inquietante sensación de vacío en su interior. No estaba, pero su no estadía confirmaba una vez más que se trataba de algo, porque lo que no existe, no puede dejar de estar.

—No podía dormir, bajé para no molestarte.

¿Cómo se había dado cuenta? ¿Tal vez habló algo sin darse cuenta del real volumen de su voz?

—Vicente, me preocupa que estés así.

Era una afirmación, pero al mismo tiempo un paso a la comunicación, una forma de hacerle ver que no se trataba una crítica, sino de la oportunidad de hablar, sincerarse y decir las cosas tal como eran. El problema es que no tenía nada claro en la mente, no se percató ni siquiera del paso del tiempo, por lo que no disponía de una excusa. Y en esos momentos revelar lo que estaba pasando era más impensable aún que hablar del asunto de Nadia ocurrido anteriormente. La expresión de Iris, en el potencial caso de revelar lo que estaba pasando, sería una mueca difícil de olvidar.

—No me siento muy bien, pero te prometo que no es nada grave.

Iris descendió las escaleras a paso lento; ahora estaba envuelta en la bata color rosa pálido, con los brazos cruzados en actitud de auto protección, o tal vez como si sintiera frío. ¿Estaba haciendo frío en ese instante? De pronto se preguntó si ella habría percibido, en las horas o días anteriores, algo que la hiciera sospechar, y pasar de la preocupación a sentirse amenazada por algo; algún suceso o comportamiento además del incidente del cuarto, que ya estaba superado.

—Vicente, mírame.

Percibió en su interior un extraño sentimiento de rechazo, pero no hacia ella, sino con respecto a él mismo, como si de alguna manera el tocarla en ese momento pudiese contaminarla, o afectarla de un modo todavía indescifrable. Sintió la opresión en el pecho y quiso decirle que se alejara, que no quería lastimarla pero ¿cómo decir algo así sin que significara otra cosa?

—Iris.

Dijo su nombre en voz muy baja, conteniendo la emoción, de súbito presionado por un peligro que no era físico, y quizás, tampoco mental.

"Quiero destruirte"

En esa ocasión no lo escuchó, pero el eco de la voz llegó a su mente casi con la misma intensidad. Era una declaración, la afirmación de algo que hasta entonces permanecía oculto tras un velo de misterio. No había vuelto a repetirlo, pero esa afirmación era más que suficiente.

—No me siento bien —dudó un momento, pero llegado a esa instancia, no tenía mayor alternativa. A pesar del desvelo, y del estado en el que se encontraba, tuvo la claridad suficiente para entender la oportunidad que se daba: Iris sabía, gracias a su gran percepción y capacidad empática, que algo no estaba bien en él, y que no se trataba de un simple dolor de cabeza o insomnio. Si no aprovechaba ese momento para decir algo contundente, generaría en ella una desconfianza que luego sería difícil de borrar—. No me siento nada bien.
—Explícate.
—Siento —hizo una pausa. No, no podía arriesgar tanto, al menos no hasta saber más—, siento que estoy perdiendo mis capacidades; creo que podría estar presentando algún tipo de cuadro de deterioro mental.

La mirada de Iris había estado fija en la de él durante todo ese tiempo, con una calma y atención que daban a entender que sólo podía tener ojos para él. Ahora, al escuchar esa declaración, su ceño ser fruncía ligeramente, y los músculos de la cara de tensaban. Vicente supo que escuchar eso era violento para ella, después de haber vivido con la enfermedad de su padre; pero no dio esa versión para agredirla, sino porque, llegado el momento, sería la única salida aún válida para justificar lo que pudiera suceder.

— ¿En qué te basas para decir eso?

Hubo una cierta violencia en la voz, como si le costara referirse a ese asunto después de tantos años; Vicente sabía que costaba.

—Han estado pasando cosas extrañas conmigo.
—Podría ser estrés.

Lo dijo de forma un poco apresurada; aún a la moderada distancia que los separaba, él pudo notar la sequedad en la garganta, y cómo el hablar estaba significando un esfuerzo mayor al habitual.

—No es eso. Iris, algo no está bien conmigo.

Ella había estado avanzando para tocarlo, pero un sentimiento superior la hizo detenerse. Estaban a un costado del sofá, separados por un metro y medio, que en ese momento era como una vida completa, tristezas pasadas y miedos.

—Hay cosas que no han estado funcionando bien los últimos días; tengo lagunas mentales, son momentos que no puedo recordar, no puedo saber lo que pasó o lo que hice.

Los ojos de ella se empequeñecieron; ese era el primer síntoma, muchas veces desapercibido, que comenzaba el camino. Asociado a cansancio, falta de sueño, estrés o distintos factores, siempre ignorado, de alguna manera despreciado en pro de mantener la estabilidad; no tomado en cuenta por la persona afectada, y de alguna manera tampoco por quienes estaban a su alrededor, ciegos por una malentendida conveniencia. Sin embargo mantuvo la calma, de seguro diciéndose en su interior que no era posible, que era todavía muy pronto; Iris era una persona que no se dejaba apabullar con facilidad, no sin haber completado la información que necesitaba.

— ¿Desde cuándo es que estás sintiendo esto?

Por un momento creyó ver en sus ojos un asomo de censura, como si la potencial respuesta fuese algo a criticar, pero contuvo también ese sentimiento; su estómago se comprimió de la culpa por estarla haciendo pasar por esa situación ¿Cómo explicarle que lo que decía era en realidad el mejor de los escenarios posibles y no el peor?

—No estoy seguro.
—Pero tiene que haber pasado algo que te haga pensar en esto.
—Ahora es un ejemplo; me levanté, pero no sé lo que pasó en estas horas, son casi dos horas y no sé lo que ocurrió.
—Pero podrías estar un poco dormido...

Su voz casi se quebró, sujetándose con debilidad a una súplica que sabía por adelantado no tendría buen destino. La veía con tanta claridad, de una forma en que parecía que la débil luz de la sala que estaba encendida se estuviera concentrando sólo en ella, en ella en su aspecto más real y al mismo tiempo más vulnerable, con los brazos cruzados protegiendo el corazón, y los dedos de la mano que quedaba oculta apretados, haciendo que la fuerza descargara la presión contra la palma. Vicente negó con la cabeza mientras contestaba.

—No estaba durmiendo; no me dormí en ningún momento, es sólo que... No lo recuerdo. Y ha pasado antes, me he encontrado a mí mismo mirándome en el espejo del baño, o sentado ante el volante en el auto, y no sé cuánto tiempo luego ahí, ni si hablé o hice algo ¿Entiendes? No hay nada en mi memoria. Si se tratara de un acontecimiento aislado, podría creerlo, pero no es así.

Guardó silencio al ver una nota de pánico en los ojos de ella; pero aún estuvo tranquila, hizo un esfuerzo por apartar de sí lo que la afectaba, y concentrarse en el presente; pero también existía un conflicto, que enfrentaba lo que él decía con sus propios recuerdos del pasado reciente; su mirada vagó por unos segundos, de seguro haciendo conexión entre lo que él decía y los hechos pasados. ¿Cuánto de lo que recordaba sería lo mismo a lo que él se refería? Supo entonces que ella comenzaba a sentir lo que sucedía, a relacionar quizás cosas sencillas de la vida diaria que en otras circunstancias no tendrían importancia, pero que ahora cobraban una, y descomunal.

—Está bien, escucha —se interrumpió a sí misma, probablemente sintió su propia voz más aguda de lo necesario—, entiendo que es complicado, pero también puede ser un cuadro de estrés agudo.

"No"

—Lo primero aquí es mantener la calma, no preocuparse. Puede ser un cuadro de estrés agudo, lo principal es saber exactamente qué es lo que ha estado pasando. Pero cuando te golpeaste la cabeza, los exámenes salieron bien, no había nada que...

Volvió a interrumpirse; de seguro había notado que, tocando ese punto, estaba dando más realce a las palabras de Vicente, en vez de rechazarlas; Iris siempre sabía lo que decía, pero esa madrugada las cosas no eran como siempre.

—Ahora tenemos que descansar; voy a llamar al Centro de análisis y tratamiento mental para pedir una hora para un especialista, tienes que hacerte una serie de exámenes para que sepamos con claridad de qué se trata ¿está bien?

La actitud de Iris, y su fuerza ante un evento como ese, con todo lo que implicaba, hizo que su sentimiento de amor hacia ella fuera más grande y más sólido. Y el terror que sentía ante la existencia de la voz, mucho más visceral.

—Lo siento.
— ¿Por qué te estás disculpando? —la pregunta de ella sonó un tanto alterada, pero hizo otra vez un esfuerzo. No iba a llorar.
—Por hacerte pasar por esto. Es sólo que no quiero que tú y Benjamín estén en riesgo.

No quiso continuar, pero ambos sabían muy bien de qué hablaban; el padre de Iris comenzó a sufrir los síntomas propios de una enfermedad mental degenerativa, y el final de sobrevino con bastante rapidez. Pero primero estuvo el amargo trance, de verlo ido, sin reconocer a nadie, siendo agresivo sin querer serlo; ese periodo, a muy poco de salir de la Universidad, había sido duro para todos.

—No tienes que sacar conclusiones apresuradas —dijo ella con énfasis, aunque con poca fuerza—, no conseguimos nada preocupándonos más de la cuenta. Escucha, mañana veremos lo de la hora con un especialista, todo lo demás lo vemos después ¿de acuerdo?

En muchas ocasiones, Vicente se había sentido siendo egoísta, como si la mayor parte de las cosas que hacía en la vida fueran por interés propio; pero en eso era distinto, y si existía aunque fuera la más mínima posibilidad de poner en riesgo a su familia, estaba obligado a hacer algo al respecto. Sentía miedo acerca de lo que pudiera pasar, o significar la existencia de esa voz, pero resultaba mucho más importante proteger a los suyos.
Se dijo que no iba a permitir que algo, sea lo que fuere, amenazara con controlarlo.

"Pero ya lo hiciste"

Abrió mucho los ojos, retrocediendo un paso; Iris captó ese movimiento y, como activada por un resorte, se puso tensa.

— ¿Qué?

Ella trató de encontrar su mirada, pero él volteó hacia la ventana, la mirada perdida en un punto indefinible.

"Ya lo hiciste. Y si pude hacerlo una vez, puedo hacerlo de nuevo"

— ¿Vicente?

Escuchó la voz de ella, impregnada de un tono de alarma propio de la situación que acababa de ocurrir; aún sin mirarla supo que su expresión habría mutado al miedo, y que su reacción anterior de no acercarse estaría en pugna con la de sí hacerlo, de abrazarlo y decirle “Estoy aquí, escúchame” de la misma forma en que lo había hecho con su padre años antes. Pero eso fue algo que percibió con distancia, ya que lo que pasaba con la voz estaba ocupando todo el espacio de su atención. No, no era posible, no había llegado tan lejos.

—No.

"Has estado viviendo un engaño hasta ahora"

— ¿Por qué?

Sabía que no tenía que hablar en voz alta, pero la amenaza dentro de la sutil y suave voz lo impulsaban a seguir preguntando; era un momento en que tendría que saber.

"Ya está hecho. Se lo hiciste a ella. ¿Podrás mirar su rostro otra vez cuando sepas lo que hiciste?"

¿Cuando sepas lo que hiciste? No lo dijo, en ese momento calló pero la expresión se grabó a fuego en su recuerdo. ¿De quién estaba hablando? Nadia estaba recuperándose.

"Hasta ahora has vivido en una ilusión"

—Vicente.

La voz ahora era dulce, amigable, casi se podría decir que divertida. Estaba disfrutando de esa incógnita, de hacerlo saber algo a partes, de tenerlo prisionero de una duda que debía resolver.

"¿Sabes lo que le hiciste?"

No estaba hablando de Nadia; perdida su mirada en la nada, de espalda a su esposa, pero internamente en otro sitio muy lejos de allí, intentó encontrar en su memoria y dar con un resultado, encontrándolo imposible.

"Crees que se olvidó de ti cuando te olvidaste de ella. Pero no fue así"

¿De quién podría olvidarse?

—Oh, no...

"Ella no te olvidó. La enviaste al olvido"



4


A partir de ese momento, cualquier expectativa de conciliar el sueño de convirtió en una utopía que no tendría lugar; convenció a Iris de quedarse en el cuarto de alojados en la primera planta para dejarla dormir, y aunque ella insistió en que no estaba de acuerdo, aceptó por la perspectiva de seguir la intención de él. Odiaba quedarse fuera del cuarto, pero la alternativa era más riesgosa. ¿Cómo podría haber supuesto que ese nuevo escollo se interpondría entre él y la tranquilidad?
Una vez que estuvo encerrado en el cuarto de alojados, se encontró insomne y solo, pero a la vez, acompañado.

"La enviaste al olvido"

La voz había callado otra vez, como descubriendo en la práctica que esos intervalos estaban volviéndose más amenazadores cada vez que sucedían. Tuvo temor de hacerlo, y se quedó sentado en la cama, mirando el número en el teléfono móvil, esperando reunir la fuerza y decisión necesarias para enfrentar la decisión y el paso a dar. Se preguntó mil veces si sería lo correcto, si quizás sería un error, o estaría poniendo en riesgo algo más, como la tranquilidad que esperaba haber conseguido luego de dar aquel paso. Al final se decidió, y aunque era de madrugada, hizo la llamada.
Renata no contestó. Su móvil figuraba fuera de servicio.

—No puede ser.

El móvil de Renata nunca estaba fuera de servicio. Trabajaba en una clínica estética para la alta sociedad, en donde en cualquier momento podían recibir la llamada urgente de una modelo o señora enemiga del tiempo que necesitaba de forma desesperada un cambio en su anatomía. Y cada llamada era dinero. Ni siquiera enviaba al buzón voz.

—No puede ser, no puede ser...

"Has estado viviendo en una ilusión"

¿Hasta dónde podía llegar lo que estaba pasando? ¿Se trataba de un tipo de enajenación, algo no sólo fuera de su entendimiento, sino de su control, e incluso de su memoria?

"¿Podrás mirar su rostro?"

Sabía que algunos episodios eran confusos, pero al fin recordó lo sucedido con Nadia ¿acaso no era el primer incidente?

"¿Sabes lo que le hiciste?"

También existía la posibilidad de que su teléfono móvil estuviera descompuesto, o la hubieran asaltado. O que simplemente no quisiera contestar. Pero habían pasado más de dos semanas desde la última vez que supo de ella, no era posible que después de todo ese tiempo aún tuviera la precaución de apagar el móvil ante una probable llamada de él. Miró la hora: cinco cincuenta; no podía simplemente ignorar esa situación, por muy paradójico que fuera estar pensando en saber de ella cuando fue él quien hizo lo necesario para apartarse. Ahora todo ese rollo de estar buscando aventuras parecía algo tan ajeno y lejano, los juegos infantiles de alguien más, a quien no reconocía. Iris, era casi seguro, despertaría alrededor de las seis en modo operativo, dispuesta a hacerse cargo de todo y acompañarlo a realizar cualquier examen que fuera necesario.

Se vistió y salió en silencio, tomó el auto y salió a toda velocidad.
Al llegar al edificio en donde estaba el departamento rentado de Renata, tuvo un instante de vacilación mientras bajaba del vehículo, pero al fin decidió que ya no podía dar pie atrás. Al menos hasta esa hora podía decirle a Iris que fue a dar un paseo, y nada más.

—Buenos días.

A diferencia de las otras veces en que estuvo ahí, el conserje lo saludó, ya que desde luego no iba acompañado por alguien que él conociera.

—Buen día. Necesito saber si se encuentra la señorita Fosquin está, es el departamento 601.
—No está señor —replicó el conserje de forma automática—. No hay noticias de la señorita Renata desde hace muchos días.

No. Eso no podía estar pasando. Tragó saliva casi de forma compulsiva.

— ¿A qué se refiere con que no hay noticias?
— ¿Usted es amigo de ella?
—Claro que soy su amigo —notó la violencia en su voz, y se controló—. Lo siento, es sólo que he tratado de saber de ella y no contesta el móvil...
—No, no lo contesta —dijo el hombre como pasando por alto lo que él decía—. La verdad es extraño, nunca había pasado en cuarenta años que alguien desapareciera de un día para otro de un departamento.
— ¿Desaparecer?
—El día seis —explicó el hombre como si eso diera forma a sus palabras—, salió en la mañana y no ha vuelto; la hemos llamado al número del que tenemos la referencia pero no contesta.

No era posible que una persona estuviera tanto tiempo desaparecida y nadie hiciera nada.

—No entiendo, si ella no está y no saben nada ¿Por qué no llamaron a la policía?
— ¿Porque la persona que habita un departamento que ya está pagado no llega en unos días? —replicó el hombre con cierto escepticismo—. La señorita Fosquin ha pagado el semestre por adelantado, por lo tanto no hay nada de qué preocuparse; hay muchas personas que pagan por adelantado.
—Pero usted dijo que habían intentado comunicarse con ella.
—Eso es porque habitualmente las personas que no van a estar en varios días dejan un aviso al respecto, o una instrucción sobre si puede ir alguna persona de parte de ellos, o peticiones de que alguien del personal del edificio se encargue de alguna labor; pero no lo hizo, la hemos llamado tres veces a lo largo de estos días y no contesta, es un poco extraño porque siempre dejaba aviso si se iba a ausentar por uno o dos días.

Veinte días. La cantidad de tiempo pasada era mucho más de lo que en cualquier caso habría podido imaginar, y abría un horizonte de dudas tan enorme como el que se presentaba con respecto a su propia situación.

—Gracias.
— ¿Quiere dejarle algún recado?

Por un momento temió que su mirada reflejara el pánico que esa pregunta le producía, pero por suerte ese sentimiento pasó desapercibido; en cambio, asintió mientras comenzaba a despedirse.

—No es necesario, intentaré contactarla por otros medios.

Cuando volvió al automóvil, notó que estaba temblando ¿por qué esa maldita voz no le decía qué era lo que pasaba, si es que de verdad pasaba algo?
Pero saber que no estaba no disminuía la incertidumbre, y en cambio la aumentaba hasta niveles que no era capaz de entender bien; Renata tenía veinte días de no volver a su departamento, y él no conocía a nadie más cercano a ella. En el móvil, entró a redes sociales y la buscó, con lo que su nivel de alarma subió de forma considerable al ver que su perfil llevaba ausente el mismo tiempo que ella de su departamento.
¿Dónde estaba?
Pero tampoco podía tener una respuesta así como así, por fuerza debía existir algo que lo ayudara, aunque no imaginaba qué. La voz insistió en que se trataba de algo que él había hecho, pero a diferencia de lo sucedido con Nadia, ahora no había ningún recuerdo que apareciera de pronto en su mente.
"Pero ya lo hice" había dicho la voz.
Esa parte, esas palabras en particular hicieron sentido de un modo distinto; decía que ya lo había hecho, luego de que él pensara en que debía evitar que lo controlara algo que estuviera fuera de su ser. ¿Entonces era eso, algo lo controló de una forma en que ahora no recordaba nada? ¿No recordaba porque no había nada que recordar?
No tenía adónde ir, ni tiempo o siquiera un plan para poner en práctica. La voz no estaba, daba la impresión de haber aprendido a incitar su descontento a través del silencio, entregar sólo una parte de las pistas y dejar el resto en duda. Tenía que volver a casa antes que Iris se preocupara más de la cuenta. Si es que no estaba ya preocupada; pero en ese caso lo habría llamado por teléfono en primer lugar.
¿Cómo descubrir algo, si ese algo no era parte de sus recuerdos? ¿Qué tan mal podían estar las cosas con él como para dejarse dominar por algo que ni siquiera podía explicar con claridad?

—Hay una posibilidad...

Siguiendo un presentimiento, se dijo que era lo único que podía hacer era enfrentarlo, de la misma manera que enfrentó el camino hacia ese edificio; saliendo de la zona de pequeñas calles, enfiló el automóvil hacia el único otro lugar en donde existía una conexión entre ambos: el bar en donde se conocieron.
Se trataba de un sitio sencillo pero con estilo propio, inspirado en la década de los setenta, en el extremo norte de la ciudad; Vicente entró allí una tarde durante una escapada, se miraron, y al cabo de poco rato estaban coqueteando, tomando un trago y, por supuesto, seduciéndose. El motel más cercano estaba a veinte minutos, los que parecieron largos mientras él conducía y ella le acariciaba los muslos; de forma increíble, rememorar eso no le producía ningún tipo de satisfacción ni interés, quizás por el cambio que había experimentado con respecto a su relación de pareja, o tal vez por algo más profundo.
Detuvo el auto en la calle con la que hacía esquina con la del bar, pero antes de bajar se quedó pensando en lo que había pasado esa tarde, tratando de reconstruir los hechos tal como habían sucedido. Después de salir del bar, él le dijo que lo acompañara en su auto, a lo que ella respondió que quería beber algo; Vicente tenía lista una lata de cerveza en el auto para beber un poco y justificar el aliento a alcohol, pero de ninguna manera podía beber otra cosa, así que ella dijo que no le importaba beber sola mientras ambos se divirtieran. Salieron por la calle Norte, que llevaba a la carretera urbana y a través de ella al motel. No, ella mencionó lo de beber algo cuando ya iban en camino, de forma que él le dijo que tendrían que parar si en una salida veían una botillería funcionando. La vieron.
E hicieron una parada en la mitad del camino.

"¿Cómo vas a mirarla a la cara?"

Salió de la carretera. Se trataba de una salida que conducía a un conjunto de casas bastante antiguas, una zona residencial bastante típica que se había quedado al margen de las modificaciones hechas por la empresa vial. Los había atendido una persona que les pidió que esperaran unos minutos, ya que tenía que buscar la botella específica que Renata quería, un trago no muy caro pero poco usual. Vicente le dijo que se tomara el tiempo necesario, y ambos caminaron sin rumbo fijo. La botillería estaba en el inicio del conjunto de casas, el que a su vez estaba distante de la salida de la carretera por unos cientos de metros de terreno vacío.
Estaban divagando mientras esperaban a que el dependiente buscaba el trago que ella quería. A tan sólo unos metros del borde la carretera urbana, y a unos cuantos cientos de esas villas pobladas por gente de esfuerzo, como de común se denominaban por la prensa, había una zona desierta, un extraño paraje con pasto seco y piedras alrededor que muy bien podría estar junto a una carretera rumbo al campo.
Un lugar para perderse.
Resultaba extraño, pero las carreteras urbanas tendían a establecer un límite social entre las personas. Muchas veces de un lado, como en ese, había edificios de oficinas y grandes empresas, y del otro casas antiguas, habitadas por personas que a menudo eran parte del rechazo al avance científico y de obras, pero que de manera irremediable quedaban aislados, sujetos a una forma de vida fuera de época, rodeados incluso por una porción tierra con errores que nunca serían tapados por los avances del otro extremo.
Un terreno baldío, un lugar para desaparecer.
Hizo el viaje en el límite de la velocidad, ignorando los primeros y tímidos rayos del sol que anunciaban el inicio del día; pasaba poco de las seis, pero aunque sabía que Iris iba a llamarlo, puso el teléfono en silencio cuando estaba a poco de llegar a su destino.
La salida de una carretera, hacia ningún sitio importante para alguien ajeno, un lugar para morir.


6


—...y así fue como todo comenzó.
Te gusta este cuento ¿verdad? Puedo verlo en tus ojos cuando te lo leo. Oh, disculpa.

La voz de alejaba poco a poco, interactuando con la de alguien más. Pero aún era posible escucharla.

— ¿Cansada? Para nada, es muy estimulante hacerlo. No, te equivocas, tiene reacciones; al principio, cuando empecé a cuidarlo, pensaba lo mismo, que no había nada, pero aprendes a entender ciertas variaciones. Hay cambios en sus ojos, no es como en las películas eso de los pestañeos, se trata de algo mucho más sutil. Puedes ver que su mirada se pierde cuando es algo que no le interesa, y cómo sus ojos están fijos en ti cuando le hablas de algo que les gusta; hacer ese cambio es dedicarle tiempo y atención.
Le estaba leyendo este cuento, es su favorito, puedes ver el brillo en sus ojos. ¿No lo has oído? Se llama "El manto del silencio" pienso que le gusta porque habla sobre la historia, es como contar la historia del mundo y de la humanidad, es muy bonito en realidad.
¿Qué? Claro que sí. Yo sé que la gusta, sé que es su favorito.


7


Estacionó el auto a un costado de la salida de la carretera; no tuvo mayor dificultad en encontrar el punto en donde había sucedido.
La voz no estaba, nada había en ese lugar más que él.
Estaba sobre el suelo, en una cavidad en la tierra lo suficientemente grande para que una persona pudiera estar recostada a su largo, y tan cubierta de matorrales por los bordes como para que no fuera posible verla, a menos que quien llegara se acercara a mínima distancia. La cavidad en el suelo era, con toda probabilidad, producto de los movimientos de tierra hechos por los trabajos de la empresa constructora, que en su desdén por determinados sitios generaba montículos, los que en muchos casos quedaban hundidos o quebrados, dispuestos a que en ellos naciera la vegetación. Miró por un momento arriba, y se encontró con que, por casualidad, si alguien asomara por el borde de la reja protectora de la carretera, no podría ver la cavidad, ya que el ángulo era demasiado cerrado; por otra parte, la calle asfaltada que conducía a la salida de la vía rápida tomaba una curva, que hacía innecesario acercarse hasta ese punto.
De pronto fue como si toda la luminosidad de la mañana que comenzaba permitiera que su vista fuese mucho más nítida, apreciando los detalles de la macabra escena como si, en vez de separarlo un par de metros, fueran tan sólo algunos centímetros. Estaba tendida de espalda, el abundante cabello negro enmarañado, cubriendo parte del rostro, dejando a la vista la mejilla izquierda y parte del mentón; la piel era de un color ceniciento, donde las grietas habían formado caminos incontables sin dirección ninguna. Siguiendo la curva del pómulo hacia el rabillo del ojo, había un largo surco negro, contiguo al ojo que ya no existía: en su lugar, el párpado estaba muy abierto, sellado al contacto con la piel por una membrana y una sustancia gelatinosa de un color indefinible; por el borde del lacrimal se extendía un camino de color negro verdoso, que se veía solidificado con el paso del tiempo; otro camino se marcaba desde la comisura de la boca, perdiéndose hacia el cuello donde el cabello se mezclaba con la tierra y los hierbajos propios del terreno. Sobre el tallo de un solitario diente de león que se mecía, una mariposa de color anaranjado con unas diminutas pintas amarillas, permanecía inmóvil, con tanta vida en su pequeño y frágil cuerpo como jamás volvería a haber en el que, ignorado por esta, permanecía a una muy escasa distancia. El cuerpo había perdido sustancia, por lo que las ropas sobre él, ya de un color difícil de especificar por causa de los líquidos emanados, estaban adheridas como si de papel mojado se tratase, sobre una superficie rugosa; el brazo izquierdo, descubierto desde poco más abajo del hombro, mostraba un color de piel más pálido que el de la cara, aunque los efectos del paso del tiempo sobre él eran, por contradicción, más evidentes: los dedos de la mano estaban anormalmente quietos, detenidos en forma de garfios cada uno de ellos, separados más de lo que de manera natural estarían, ya que en ellos el paso del tiempo había secado la piel, convirtiendo cada uno de ellos en vestigios como ramas secas, con las uñas sobresalidas y el dorso de la mano, expuesto a la luz del sol, en un mapa por el cual deambulaban unos pequeños insectos oscuros. Se dirigían al centro de la mano, donde la piel abierta y seca era una especie de grieta, y los bordes mismos de esta eran pequeñas puntas salientes, resquebrajadas y resecas. El volumen del cuerpo era amorfo, resaltando más el lado que quedaba cubierto por los matorrales del borde, como si de alguna forma algo abajo mantuviera una porción más erguida, en tanto el lado izquierdo perdió su forma, desdibujando las curvas para volverlas una masa, contenida en parte por los tejidos de la tela que, humedecidos y vueltos a secar por los efluvios corporales, eran una especie de cascarón sin definición clara. Lo que, a primera vista parecía parte de la vegetación, se mostró entonces como una serie de vaporoso moho de color blanco verdusco, surgido desde el interior de la piel y expandido con los días hasta encontrar en el terreno una forma de mantenerse. Si bien en un principio había visto que corría una hilera de insectos diminutos hacia la mano tendida sobre el suelo, con el pasar de los segundos entendió que había muchos más, la mayoría de ellos mimetizados en su tránsito con el color oscuro de la ropa o con las piedrecillas propias del lugar.
No sintió náuseas ni mareo, sólo una larga sensación de vacío, como si al mirar esa escena que jamás esperó, todo lo que había pasado antes se convirtiera en una sola cosa, sin lugar a dudas ni preguntas.
No estaba escuchando voces, nadie lo controlaba desde ningún sitio. Había algo en él, una faceta de su propia personalidad que lo llevó a matar, mucho antes incluso de que comenzara a sospechar de sí mismo.
Se alejó del pequeño promontorio de tierra y matorrales, y caminó a paso lento hacia el automóvil, ignorante de la luz matutina que inundaba todo y del sonido en eco de los automóviles pasando a alta velocidad, se sentó en el suelo, apoyando la espalda en el guardafangos delantero, derrotado, solitario.

—Tengo que decidir cómo hablar de esto.

Su voz sonó ronca a sus propios oídos; garganta cerrada, ojos secos, miembros temblorosos. Ya no había nada más que dar vueltas a ese asunto, estaba más allá del punto en donde debía detenerse, y si no pudo o no supo de sus propios actos, entonces debía usar lo que le quedaba de cordura para entregarse a la policía, antes de destrozar la vida de alguien más.

"Tócala"

Por extraño que a él mismo le pareciera, volver a oír la voz no tuvo el mismo efecto de las veces anteriores; ya nada importaba, su mente y el destino de esta eran nada en comparación con el horrendo daño causado.

"Tócala"

—Tengo que...tengo que llamar a la policía. Lo mejor será que llame a Iris, que le diga... que le diga que ha ocurrido una desgracia y que debe dejar a Benjamín con Jacinta. Que mi niño no se entere...

Su voz se secó.



Próximo capítulo: No explicaste

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