No vayas a casa Capítulo 3: ¿Me oyes?




— ¿Qué te pasa hombre, por qué esa cara?

Vicente dio un respingo al sentir que estaba escuchando algo. Pero en esa cafetería, sentados a una mesa, sólo estaban Joaquín y él.

—No es nada, es sólo que...

"Te extrañé, Vicente. ¿Dónde estuviste todos estos años?”

Había sonado tan real, como si de verdad la voz estuviera cerca suyo, casi susurrando al oído.

—Cualquiera diría que viste un fantasma.
—No digas tonterías —replicó Vicente sonriendo—, esas cosas no existen. Fue como si... no sé explicarlo.

Otra vez se quedó en silencio durante unos momentos; no era la primera vez en los últimos días que tenía algún recuerdo o sensación al respecto. Miró en el reloj de pulsera y vio la fecha, tomando conciencia real. No se había percatado del paso del tiempo.

— ¿Qué pasa hombre? Ya me tienes preocupado con esos silencios y esa cara.
—No me había dado cuenta.
— ¿De qué?

Vicente bebió un poco más de café.

—Se trata de Dana ¿Te acuerdas que te conté sobre ella?

Joaquín hizo memoria durante una fracción de segundo antes de recordar; cuando lo hizo, asintió de forma solemne, tal como lo hacía ante los hechos que le parecían serios e importantes.

—Sí, claro que me acuerdo. La chica con la que tenían amoríos cuando eras un adolescente; me has contado de ella, la querías bastante.
—Sí, pero no te he contado toda la historia, me refiero a lo que me une a ella hasta el día de hoy.
— ¿Y piensas que eso es lo que te tiene en otro mundo como ahora mismo?
—Puede ser —replicó Vicente—, no es una historia agradable en todo caso.

Joaquín le hizo un gesto a una de las chicas que atendían en el café, ante el que ella le guiñó un ojo. Él iba más seguido y siempre tomaba el mismo tipo de café, de modo que casi no tenía que hablar.

—Pues para eso están los amigos.
—Joaquín, este es un asunto muy personal.
—Vicente, por Dios —dijo el otro haciendo una mueca—, sabes que siempre puedes  contar con mi discreción, sólo dime quién no tiene que saber esto.
—No se trata de eso, es sólo que me parece que es muy delicado. Mira, Dana era hija de una familia del mismo pueblo en donde yo vivía, San Andrés.
—Ese pueblo ya no existe ¿No?

La pregunta despertaba de forma inevitable los recuerdos; en realidad toda esa historia lo hacía. No extrañaba San Andrés, con sus calles pequeñas y la tierra por todas partes, ni la calle central que era el único sitio donde había algo de vida, con la pensión, la oficina del administrador del pueblo, la tienda de abarrotes, la obvia y pasada de moda oficina de correos y el restaurante en donde comía la mayoría. Un pueblo pequeño en las afueras de la capital, adonde se llegaba por una única ruta, que no era más que un  paso entre la zona industrial previa y la carretera que conducía a zonas de sembradío posteriores; la única vez que ocurrió algo interesante, un hecho policial para ser más precisos, él no pudo presenciarlo, y con respecto a sus padres, los recuerdos buenos y malos de ellos persistían más allá del lugar físico en donde se encontrara, lo único que seguía siendo sólo de allí era ella.

—Hace algunos años el desarrollo se lo llevó, pero en realidad sigue existiendo, no es que lo hayan borrado del mapa.
—Ah.
—Ahora es un pueblo más grande, está asfaltado, y vive mucha más gente porque la industria ha crecido mucho; sólo dejaron el altar de Nuestra señora de la fe, porque desde luego quisieron preservarlo para los habitantes; vivíamos bastante cerca, considerando que estábamos en un pueblo pequeño, y la verdad, desde niños no tuvimos prácticamente contacto. Fue hasta que teníamos once que empezamos a hablar más.
—Pero eso fue antes que empezaran a tener amoríos.
—Desde luego —comentó Vicente con una sonrisa nostálgica—. Pero creo que eso fue lo principal que hizo que nos volviéramos cercanos, que cuando empezamos a tener contacto éramos básicamente chicos, así que jugábamos y vivíamos en nuestro mundo sin mayores complicaciones. Empecé a ir a casa de sus padres, todas las tardes como si fuera parte de mi rutina diaria; salía de la escuela a las tres de la tarde, iba a ducharme y almorzar y salía disparado a la casa de los papás de Dana, y entraba por la puerta del garaje, en la parte de atrás. Siempre estaba el padre, o él y un amigo, trabajando en la vieja Ford Ranger del año noventa, y Dana jugando con las herramientas por cualquier parte, o armando castillos con trozos de madera o lo que sea. Para ellos era un alivio que yo llegara porque así ella no los molestaba, y para los dos era fantástico porque podíamos divertirnos sin tanta atención de los adultos.
La madre de Dana trabajaba en el restaurante del pueblo, llegaba tarde pero siempre de buen humor; siempre fue muy simpática conmigo, nos daba jugos de fruta natural y me mandaba a casa con ropa extra si hacía frío, aunque yo sólo tenía que caminar un par de metros. Un día, cuando teníamos catorce, es decir tres años después de empezar a tratarnos, su madre llegó a casa mientras nosotros estábamos en la plaza del pueblo, y encontró a su esposo muerto, por un ataque fulminante al corazón. Fue un periodo muy duro para ella, sobre todo porque el la madre se dio a la bebida, y las cosas comenzaron a ir de mal en peor.

Joaquín hizo la pregunta obvia dado el caso.

— ¿Comenzó a golpearla?
—Peor que eso, se olvidó de que existía. Perdió el trabajo, pero conseguía dinero o la benefacción de quienes la conocían para que no las echaran a la calle, pero siempre estaba irritable, gritaba y echaba a Dana, o a mí también si me veía por ahí; así que le dije a Dana que fuera a mi casa y pasaba mucho tiempo conmigo, como comprenderás las cosas se dieron por sí solas. Un año después conoció a un sujeto, y ambos creímos que las cosas iban a solucionarse, pero ese sujeto era violento y ambos se sumergieron en una relación tóxica, de la que Dana otra vez estaba desplazada.
—Qué tremendo.
—Teníamos quince años pero de todos modos no podíamos hacer lo que quisiéramos; le dije a mis padres que quería que ella se viniera con nosotros, pero era imposible, me explicaron algo que en ese tiempo no entendía bien, que mientras fuéramos menores de edad, no podíamos simplemente irnos de casa o trasladarnos a otro sitio. Además, por alguna razón su madre no dejaba que se fuera, aún cuando estaba ignorándola y haciéndola vivir en esa situación todo el tiempo.

Hizo una pausa, pensando en lo que había sucedido. Por momentos parecía algo tan lejano, una historia  casi de otra persona, pero lo cierto es que él también había estado allí. Los juegos sexuales entre ambos eran entretenidos, y ambos aprendieron de sí mismos y del otro mientras por el pueblo se hablaba mal de la madre de ella y se empezaba a hablar mal de la propia Dana, pero a ninguno de los dos les afectó lo que sucediera por fuera; sí, los dos estaban preocupados de la situación en la casa de su madre, pero incluso con eso, existía algo propio, un sub mundo creado entre los dos, al que nadie más tenía acceso, algo así como el último recuerdo de la infancia.

—Las cosas se pusieron peores con el tiempo —continuó en voz baja—. Su madre decidió irse de San Andrés con ese sujeto, y se llevaron a Dana con ellos. Recuerdo que me dijo que iba a buscar una forma de salir de esa situación, que tendría las mejores calificaciones para que al cumplir los diecisiete fuera posible entrar a una escuela privada y con ello poner distancia entre ellos; que a su madre le vendría bien deshacerse de ella con una justificación, y que ella se labraría un futuro. Pero eso nunca pasó.

Joaquín estaba absorto en la historia que estaba escuchando. Eso era una de las cosas buenas, de las muchas que tenía, que cuando se interesaba por un tema, de verdad lo hacía.

—Nunca me contaste qué sucedió con ella.
—A los quince se fue del pueblo, y poco tiempo después perdimos el contacto. cuando cumplí dieciocho nos vinimos a la ciudad con mis padres y pensé que nunca más la encontraría, que no serviría de nada seguir insistiendo con los amigos del pueblo a que me pasaran datos si es que llegaban a enterarse. Traté de encontrarla en internet, pero fue inútil; cuando estaba en segundo año en la universidad, casi por pura casualidad, volví a tener noticias de ella, y fue de la peor manera: una amiga que estaba en Trabajo social me estaba contando de distintas experiencias, cuando entre todo lo que me contaba salió el nombre de Dana; fue como si me transportara en el tiempo ¿Puedes creerlo? La chica estaba en un centro de rehabilitación, intoxicada, ida.

Joaquín ahogó una exclamación de sorpresa; sí, a Vicente también le parecía una historia difícil de creer al pensar en ella casi veinte años después.


—Había caído en las drogas. Fui a verla al centro en el que estaba internada, pero ni siquiera me reconoció. Hablaba con las personas, podía ocuparse de sí misma si es que eso significa algo, pero era como si no se diera cuenta de la realidad; me contaron que llevaba casi un año internada allí, que había llegado en pésimas condiciones por causa de una sobredosis de medicamentos y anfetaminas. El estado en el que estaba era lo mejor a lo que se podía aspirar, pero ella realmente nunca iba a volver a ser la misma de antes, y así fue.

Ambos guardaron silencio mientras las palabras de Vicente parecían hacer eco en su propia mente. Qué desgraciada podía ser la vida en algunas ocasiones.

—Esa fue la última vez que la viste, supongo.

—No. La veo muy poco, pero he seguido al pendiente de ella. Dana no tenía más familia y por lo que averigüé hace años, su madre murió, así que no había nadie pendiente de ella; hice lo que me pareció más justo con lo que podía, empecé a enviar dinero a la casa en donde se encuentra.
— ¿Hasta el día de hoy?
—Sí. Al principio eran aportes pequeños, y apelaba a la beneficencia o conseguir que alguna organización apoyara para que no la lanzaran a la calle, pero con el tiempo y teniendo un buen trabajo, pude hacerme cargo de una forma más completa, para que ella tenga al menos un buen pasar.

Joaquín dio un largo suspiro antes de dar un trago al café; estaba dispuesto a escuchar una historia antigua, pero en esos momentos se encontraba de verdad sorprendido.

—En serio me dejaste de una pieza ¿Por qué nunca me lo habías contado?
—Supongo que sentía que es una historia triste y no pretendía convertirla en algo de lo que jactarme, como decir: “oh, mira lo que hago por alguien más”
— ¿Iris lo sabe?
—Desde luego nunca ha sido un secreto, pero es natural que sea una historia que prefiero mantener con un perfil bajo.
—Te entiendo; es increíble cómo las personas pueden cambiar tanto su vida. Decías que ella pretendía estudiar y salir de la situación en la que estaba ¿Qué la habrá hecho caer en esa situación?

Vicente se había hecho la misma pregunta muchas veces, aunque en el presente ya no más. Había llegado a una especie de paz al respecto, sintiendo que más allá de lo que no podía arreglar, había hecho algo por la chica de sus sueños, por lo menos para permitir que tuviera un buen pasar, dentro de las posibilidades. No respondió a la pregunta retórica de Joaquín, pero este continuó como si estuviese adelantándose a la conversación.

— ¿Hace cuánto que no la ves?
— ¿Qué?
—Dijiste que ibas cada cierto tiempo ¿Hace cuánto que no vas?
—No lo sé, fui el año pasado pero…

Su amigo hizo una mueca como si estuviera señalando algo obvio.

—Tienes que ir a verla.
— ¿Por qué lo dices?
—Vicente por Dios, acabas de decirme que has estado pensando en ella sin motivo, es lógico que es porque te está llamando.

—Joaquín, eso es ridículo, ni siquiera sabe quién soy cuando me ve.
—Esa mente tuya es tan ágil para algunas cosas y tan poco para otras —reflexionó con una media sonrisa—. Escucha: Eugenia dice que las personas o las situaciones te llaman, y que cuando eso pasa tienes que hacer caso de ese llamado.

Eugenia, la esposa de Joaquín, era una mujer bastante llamativa. Atractiva casi por fuerza, imperiosa en su actuar, y siempre con una opinión de todo, resultaba imposible que no saliera en alguna conversación.

—Eso suena como algo místico.
—No hombre, no en ese sentido. Mira, es como cuando fuiste a la bendita maratón que casi te mata el año pasado ¿Recuerdas?
—Muy gracioso, claro que lo recuerdo, me abandonaste antes del día en cuestión.
—Porque hice caso de algo que me estaba llamando, y tuve razón. Desde hacía días que sentía una extraña comezón en el tobillo izquierdo ¿Te acuerdas que me dijiste que podía ser una picada de insecto?

Joaquín había contraído justo antes de la maratón un virus poco común, pero que fue detectado a tiempo por haber ido a realizarse un examen, eso lo recordaba.

—Ya.
—Pero yo no dejaba de pensar en que podía ser otra cosa, y veía la consulta de mi doctor en todas partes. Al final fui, y en verdad tenía algo, de hecho el doctor me dijo que de haber corrido, al estar expuesto al sol y todo, podría haber empeorado. Hombre, si estás pensando en ella, es por algo, sólo ve a verla y ya, o llama al centro para que te digan cómo está. No te cuesta nada, y cuando lo hagas vas a ver que te quedas tranquilo.

En realidad, ya era segunda vez en dos días que terminaba hablando de las energías puestas en algo, de modo que no le resultaba desconocido, y tampoco podía causarle ningún problema. Vio la hora: las nueve treinta, seguro estarían muy ocupado en el centro a esa hora, pero de todos modos hizo la llamada; sólo en ese momento pensó que, gracias a la tecnología, su comunicación con el centro era a través del correo, ya fuera para confirmar un dato o dar aviso de visita. Al cabo de algunos tonos contestó una amable voz femenina.

—Buenas, necesito saber acerca de una paciente que está internada, por favor.
— ¿Usted es familiar?
—Sí —respondió para saltarse las formalidades—. Mi nombre es Vicente Sarmiento, llamo para saber sobre Dana García.
—Un momento por favor.

Se escuchó con toda claridad cómo la mujer dejaba el auricular sobre el escritorio, y sus pasos alejándose del lugar. Se quedó mirando a la nada mientras esperaba, intentando escuchar algo más que un murmullo, pero en realidad no podía distinguir ningún sonido. Después de unos segundos alguien volvió a coger el auricular, pero no era la misma voz; era una mujer, pero de mayor edad, y sonaba muy seria.

— ¿Señor Sarmiento?
—Sí.
—Soy María del Carmen la encargada de turno en el Centro, hemos hablado en alguna ocasión cuando ha venido.

Algo no estaba bien. No recordaba a la encargada de turno, pero su voz le parecía un poco familiar; había una mujer robusta que siempre estaba muy ocupada.

—Claro, dígame.
—Señor Sarmiento, lamento informarle que Dana no se encuentra muy bien; en este momento está hospitalizada.

Se quedó en silencio, inmóvil mientras escuchaba esas palabras; no podía ser que estuviera pensando tanto en ella justo en un momento como ese.

— ¿Qué fue lo que ocurrió?
—Fue internada esta mañana —explicó la mujer seriamente—. Como sabe, tenemos mucho trabajo y programamos las llamadas en determinado momento, la asistente iba a llamarlo dentro de unos minutos, a las diez, tenemos indicado este número y el correspondiente a su oficina personal.

Iban a llamarlo dentro de media hora; Joaquín se había quedado muy quieto, mirándolo con atención; por lo visto se le notaba en la cara que algo no estaba bien.

— ¿Está muy grave?
—Contrajo un cuadro gripal este fin de semana; al principio no pareció nada grave, nuestro médico le recetó medicamentes, pero esta mañana amaneció con fiebre altísima, y el médico recomendó internarla de inmediato. Al parecer su organismo está fallando.

Hace años le habían explicado que el cuerpo de Dana había envejecido mucho con el consumo de estupefacientes; a pesar de no haber sido más de un par de años, a lo sumo cuatro, se trataba de diversos tipos de sustancias, las que hicieron estragos de manera definitiva, afectando no sólo su mente. El doctor le dijo que aunque era una mujer en la veintena, tenía más de cincuenta, si en edad corporal se refería. Eso significaba que en esos instantes estaba en una edad física cercana a los sesenta, lo cual en una persona sana no debería ser mucho; pero Dana no era una persona sana.

— ¿Hay algún informe? Quiero decir, si saben si se trata de algo grave o…

De pronto, no pudo terminar la frase. No era temeroso de hablar acerca de la muerte, y de hecho formaba parte de los temas que se trataban desde siempre en su familia, pero de alguna manera, el estar conciente de ello con respecto a una persona a la que creía haber ayudado a tener un mejor pasar, resultaba fuerte, era como si lo que había hecho hubiese sido sólo cosmético.

—No lo sabemos aún, es muy reciente como para tener más información; además, los casos médicos de personas con problemas son difíciles de interpretar, ya que no obedecen a las reglas habituales. De momento puedo decirle que estaba estable, dormida para que pudiesen administrarle lo necesario, y que se están realizando una serie de exámenes.
— ¿Podría decirme cuándo estarán listos los exámenes? Me refiero a que necesito saber con detalle y estar al tanto de lo que suceda.
—Comprendo. Si le parece puedo comunicarme con usted tan pronto tenga resultados.
—Llame a este número, a la hora que sea; por favor, tengo que estar informado.

La voz se escuchó tranquilizadora a través de la conexión.

—Descuide, me comprometo a llamarlo personalmente tan pronto tenga información al respecto.

Vicente se despidió de forma escueta y finalizó la comunicación.

2

Sergio era un hombre alto, de porte extranjero y apariencia que demostraba que se trataba de una persona de mundo; el hijo del dueño de la Tech-live había viajado desde la época de la universidad, lo que lo hacía tener conocimiento y mundo. Resultaba estimulante hablar con él, ya que siempre trataba de ponerse en el lugar del otro, pasando por alto el hecho de ser hijo del dueño y en la práctica, quien llevaba las riendas de la empresa.

—Vicente, estaba viendo los reportes de mercadería del mes pasado y hay algo que no entiendo.

La oficina de Sergio era pequeña para ser la del gerente, aunque por dentro estaba muy bien decorada, y lucía un par de cuadros clásicos en las paredes, los que daban un toque personal; Vicente se sentó ante el escritorio, en donde ya reposaba un tazón de café de cada lado.

—Dígame en qué lo puedo ayudar.
—Se trata de esto —le enseñó una gráfica en la pantalla de su ordenador—, estaba viendo que la venta del circuito integrado I55 bajó mucho en comparación con el mes anterior, por lo que estoy viendo que nos quedan existencias hasta ahora.

Los circuitos integrados eran una parte fundamental en casi cualquier despacho o lote de pedidos realizados por una empresa; al tratarse de un dispositivo de uso múltiple, que prestaba utilidades tanto para sistemas de alternancia de energía, retardo de toma y enlace, era necesario en muchos sistemas eléctricos.

—Sí, de hecho tenemos existencias este mes, pero yo no las considero de sobra.
— ¿Por qué motivo?
—Porque estos circuitos —replicó con calma—, siempre son necesarios; el I55 se está usando mucho desde hace uno o dos años, y conforme pasó el tiempo me di cuenta que quedábamos con pendiente, así que le dije a Bernarda de Pedidos que aumentara la cantidad cada dos meses, de esa manera tenemos disponibilidad sin subir los costos.

—Entonces se trataba de eso —reflexionó el otro en voz baja—, por eso Bernarda me dijo que te preguntara por este asunto. Oh, espera un momento.

Estaba recibiendo una llamada justo en ese momento; desconectó el móvil de la base y se levantó del asiento, saludando de forma muy cordial a su interlocutor. Un instante después estaba abriendo la puerta de la oficina.

— ¿Puedes esperar un minuto? Tengo que comentar algo después contigo.
—Sí, no hay problema.

Se quedó quieto en el asiento; un momento después sacó el móvil y revisó las redes, pero no había ningún mensaje nuevo ni nada que requiriera su atención de forma urgente; Sergio probablemente le iba a pedir que revisara algo acerca de las existencias, o un turno extra por algún nuevo material, y sería una buena oportunidad para hablar de descanso, algo como un permiso con goce de sueldo por un par de días. Todavía no lo llamaban del centro en donde Dana estaba internada, pero tampoco había pasado tanto tiempo, de hecho estaba sobre la hora en que se suponía que lo contactarían ¿Qué le estaría ocurriendo?

¿Qué estará viendo Sergio en el ordenador?

La pregunta surgió de forma natural en su mente, producto del aburrimiento y la inactividad; se sintió como un chiquillo, pensando con malicia acerca de las cosas que alguien más hacía en el ordenador. Pero la puerta de la oficina estaba cerrada, y no se escuchaba la alegre voz del hijo del dueño.

¿Qué mal puede hacer echar un vistazo?

Se puso de pie, mirando hacia la puerta de la oficina, como si alguien pudiese entrar de improviso para denunciar la infantil treta que estaba pensando hacer; pero en el lugar solo había silencio, y un suave olor a desodorante ambiental de lavanda que en esa empresa estaba por todas partes.
Rodeó el escritorio con paso sigiloso, sin hacer ningún movimiento, hasta que su vista estuvo en el ángulo perfecto para ver lo que había en la pantalla.
Se devolvió al asiento y quedó muy quieto, como si estuviera aguardando a que sucediera algo; un segundo después regresó Sergio, terminando la llamada telefónica.

—Lo siento, era de un proveedor que está haciendo una propuesta para que traigamos algo adicional a la carpeta.
—No hay problema —dijo Vicente—. Dijiste que querías hablar de algo más.
—Cierto. Vicente, te quería preguntar qué opinas de lo que sucedió con Abel.

De acuerdo, eso no se lo esperaba. Pensaba que con su detención, ese asunto terminaría por cerrarse.

— ¿Opinión en qué sentido?
—No lo sé, es sólo que no quisiera haberme equivocado con negarle apoyo de la empresa de forma tan brusca.
—Pero él era un traficante, eso ya está comprobado.
—Lo sé, es que —replicó intentando explicarse, haciendo gestos vagos con las manos—. Esto nunca había pasado en esta empresa, y no quisiera que quedara la sensación de que aquí no podemos ayudar a las personas que tengan alguna clase de problema.

Esa forma de pensar demostraba un gran nivel personal, lo que también tenía mucho que ver con su educación y el mundo que conocía; pero al mismo tiempo, la sociedad en la que estaban era un poco diferente a la europea, por lo que no era malo que Vicente aportara algo al respecto. Mientras tanto, las ideas sobre lo que acababa de ver en esa pantalla seguían dando vueltas en su cabeza.

—Sergio, si voy a ser sincero, este asunto de Abel puede servir para que la empresa haga un comunicado, o una charla, para ofrecer ayuda a alguien que tenga algún problema de adicción, pero si alguien llega a ser traficante, no es porque sí, hay algo detrás y no es un problema, sino que simplemente esa persona decidió lucrar con eso, o con las adicciones de otros.

Estaba sonando quizás demasiado brusco, pero a Sergio eso no pareció afectarle; más bien se tranquilizó al escucharlo.

—Creo que tienes razón; gracias por ese consejo, creo que voy a hacer algo al respecto, tal vez si me contacto con alguna ONG. Lo que ocurre es que no quiero que nadie se sienta afectado como si lo estuviera acusando, pero si Abel vendía drogas, es muy posible que alguien aquí consuma y preferiría ayudarlos con un consejo que ir preguntando por ahí si es que la gente se droga o no.

Era una opción bastante inteligente. Pero Vicente necesitaba salir de ahí, así que optó por una idea que lo sacara de la primera línea de preguntas.

—Sofía Cabrales tiene algo que ver, me parece que hace servicio social; tal vez a través de ella puedas encontrar una organización que se encargue de este asunto.
—Qué buena idea, le voy a preguntar. Muchas gracias Vicente.
—Por nada, permiso.

Salió de la oficina sintiéndose ahogado por estar tanto tiempo ahí, luego de ver lo que estaba en la pantalla del ordenador de Sergio. Se metió en el baño y echó el pestillo, para poder ver con tranquilidad la información a través del navegador del móvil; en efecto, el hijo del dueño estaba a punto de volar con alas propias: en la página de registro empresarial, estaban todos los datos asociados a Sergio, a nombre de una sociedad comercial nueva, llamada Seri-prod. ¿Por qué esto era tan importante? Porque la empresa tenía el mismo rubro que la Tech-live, o que significaba que el hijo pretendía separarse de los negocios de su padre, pero no precisamente para ayudarlo. Se trataba de competencia, y en la ciudad ya habían algunas otras empresas dedicadas a la venta de artículos para la pequeña industria, aunque ninguna tan grande y bien asentada como esta; si comenzaba una nueva empresa, bien la familia quería montar un monopolio, o existía algún tipo de rencilla interna que él desconocía, y que estaba a punto de hacer que las aguas hasta entonces tranquilas se pusieran turbias. Su teléfono anunció una llamada que lo sobresaltó: Era del centro de tratamiento, y tan pronto como vio el número llamando, supo que las oticias no eran buenas.

— ¿Hola?
— ¿Señor Sarmiento? —la voz era la misma de la mujer mayor de más temprano. Estaba seria, hablando despacio y con cuidado—. Lamento informarle que Dana ha fallecido.

Al escucharlo, todo fue distinto a como esperaba que fuera. Si bien en todos esos años nunca había enfrentado de modo concreto la probable muerte de su amiga de la infancia, esa mañana, al hacer la llamada y mientras esperaba que lo llamaran de regreso, esperaba que si le daban una mala noticia, sería como perder a alguien con quien aún mantuviera contacto, una amiga importante. Imaginó conmoción y lágrimas, pero en ese momento, mientras la mujer del otro lado de la línea aguardaba con respetuosa cautela un tiempo prudente antes de preguntarle si seguía escuchando, sólo sintió vacío.
Por supuesto que lamentaba la muerte, y más aun que alguien que había sido tan importante terminara de ese modo, pero no era como imaginaba el dolor de la pérdida de alguien amado, al menos no en el presente. ¿Quién era en realidad la mujer que había muerto? Él conocía, él amó a la chica, a la adolescente, sufrió por su alejamiento, se preocupó por ella y lamentó no poder ayudarla a escapar de su madre y sus malas decisiones, pero dos o tres años después, a la mujer que encontró, la que encontró por casualidad del destino a través de una amiga de la universidad, la que estaba tan metida en las drogas que había perdido mucho de sí misma, no sabía quién era.
¿Lo recordaría Dana? Mientras estaba quizás en qué sitio, con quien o haciendo qué ¿Habrá pensado en él? Llevaba más de una década ayudando a su mantención y cuidado en ese centro, pero a esa mujer no la conocía, de igual forma que ella no lo había reconocido al volver a verlo; era duro, pero era la verdad, esa mujer que por desgracia vio truncada su existencia, se convirtió en alguien distinto a quien él recordaba, y ahora ambas estaban muertas.

—Lo siento —dijo adelantándose a las palabras que seguro escucharía—. No sé qué es lo que... lo que trato de decir es que supongo que hay que hacer una serie de trámites y no sé...
—Nosotros nos encargamos de los trámites asociados —de pronto la voz sonó compasiva, algo que lo hizo sentir muy incómodo ¿Por qué lo trataba como si estuviera sufriendo? Él estaba vivo y tenía un buen pasar, era Dana quien había terminado mal sus días, y además de forma muy temprana. La voz siguió hablando—; tenemos un convenio con una asociación fúnebre, de modo que todo el proceso está cubierto.
— ¿Cuando será la ceremonia?
—Mañana por la tarde.

Se hizo un nuevo silencio. Mañana. ¿Sería correcto ir, o dar las condolencias y aceptar las palabras de alivio a la distancia? ¿Qué tanto derecho tendría él de estar ante una tumba sin memoria, rodeado de personas que no lo conocían, sabiendo que ellos la conocían más y de forma más cercana? Con sus delirios o dolores, ellos sí sabían quién era, él sólo era una versión pasajera de un benefactor que pensaba que con dinero se podía sustituir la vida, y la memoria. Llamó a Iris.

—Por supuesto que sí cariño —dijo ella. Resultaba agradable que su tono de voz fuese el habitual que usaba con él, y no una voz melosa ni de lástima—, lo correcto es que vayas; el centro no está lejos de la ciudad así que es perfectamente posible; de todos modos deberías pedir permiso para retirarte antes, así puedes venir a cambiarte.
—Sí, tienes razón, eso es lo que voy a hacer.

Hacía tiempo que no necesitaba del consejo de Iris para algún asunto; no se trataba de permiso o autorización, sino de una opinión centrada, de parte de alguien en quien pudiera confiar, y a ese respecto Iris siempre tenía buenos argumentos. Había mantenido una respetuosa distancia del asunto de Dana, dejando espacio para que él la visitara por su cuenta, pero al mismo tiempo manteniéndose interesada e informada sobre el paso de los acontecimientos. Presente pero sin acosar; no supo si era correcto decirle que lo acompañara, de modo que optó por mantener las cosas tal como estaban.

—Gracias.
—No hay nada que agradecer ¿Quieres hablar del asunto?

Esa era una buena pregunta ¿Qué tenía que decir al respecto? La muerte de Dana podía ser una relativa sorpresa, pero en vez de ser un punto de cierre, había abierto más temas para él; no, no era el momento apropiado de hablar.

—En este momento no, después puede ser; la verdad es que siento que cambiaron muchas cosas ahora que recibí la noticia. Gracias cariño.

Cortó y salió del baño; a su alrededor las cosas seguían como antes ¿Por qué algo iba a cambiar? Pensó que no necesitaba hacerse más preguntas en ese momento, que ya era suficiente de estar angustiándose por algo que ya estaba fuera de su control.

"Vicente"

Pero en ese momento sí que escuchó algo. Volteó a ver, encontrándose solo en el pasillo; no, no era su imaginación ¿Pero de qué estaba hablando consigo mismo? Claro que era su imaginación, y de hecho la prueba estaba en lo que antes le había dicho Joaquín, palabras que él escuchó con escepticismo. "Cuando piensas mucho en algo, es como si estuvieras llamándolo" y era verdad, porque de alguna manera, las cosas lo habían conducido a estar alerta ante la muerte de Dana.
Era natural que ahora que tenía la noticia de su muerte, su imagen y voz estuvieran más presentes que antes. Sólo que con los años, la voz de ella se había desdibujado, hasta convertirse en algo que no podía explicar, ni siquiera a sí mismo. Podía hablar de la voz de Iris, describir el tono rasposo y pausado de Joaquín, contar cómo la voz de su hijo había evolucionado desde un sonido indefinible a una vocecita bastante gruesa para su edad, pero si se trataba de Dana, aunque en determinado momento recordara  las cosas que se habían dicho, no le era posible recordar con exactitud cómo era esa voz; no recordaba si era aguda, o quizás grave, sólo podía buscar y encontrar una buena experiencia, pero hasta antes de que empezaran los problemas familiares, lo que quedaba en la memoria era el recuerdo, su sonrisa o la forma en que bromeaban, pero al parecer el paso de los años había estropeado el recuerdo. ¿Sería algo parecido a lo que pasó con ella? ¿Sería acaso que el recuerdo de su infancia feliz fue borrado por los estupefacientes, quitando el sonido, y luego las caras y hasta los nombres?

—Espero que descanses en paz, Dana.

No solía hablar solo, pero de alguna manera sintió que era la forma correcta de dar un inicio al término de ese asunto; el funeral sería lo siguiente, y de cierta manera era necesario, tenía que cerrar ese ciclo y tener la capacidad de quedarse con los mejores recuerdos.

"Vicente"



Próximo capítulo: ¿Dónde estás?

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