La última herida Capítulo 19: Sigue caminando - Capítulo 20: Sacrificio válido




— ¿Dónde vamos?

La doctora estaba cada vez más nerviosa; casi no tenía dudas, ese caso era algo parecido a lo que Roberto le había dicho anteriormente sobre Patricia, pero eso solo hacía que todo fuera muchísimo más peligroso: si los interminables rumores acerca de una congregación de profesionales que trataban a personas de poder, y aplicaban en ellas tratamientos sorprendentes y de alcances insospechados, quien sea que hubiera cometido un error, el que desencadenó el ataque de Patricia, estaba claramente dispuesto a todo con tal de mantener el secreto. Ese hombre llamado Vicente, el amigo de Matilde, ¿Cuánta gente más? No sabía en quien confiar y había dejado a Patricia en manos de Medel, quien por cierto no le producía la más mínima confianza, de modo que las alternativas se cerraban.

—Estamos llegando, ya lo verá.

En todo el mundo había pocas personas en quien podía confiar, pero si tenía que elegir a una sola, era Santito. Estacionó el automóvil y bajó a carreras; la casa no tenía timbre, pero ella entró sin golpear.

—Buenos días.

Santito era un hombre de edad indescifrable que vivía recluido por decisión propia en una casa donde hacía sus negocios de todo tipo: ella lo conoció en la época de la universidad, cuando andaba buscando métodos para mantenerse despierta, típica historia de estudiante que llega a un dato por medio del amigo del conocido de un amigo.

—Romina, qué alegría verte.

El hombre era de baja estatura, de piel pecosa y cabello corto, aunque desordenado; en ese momento vestía una jardinera de mezclilla con evidentes muestras de haber estado trabajando en el jardín.

—Santito, te necesito.
—Siempre me necesitas —dijo él riendo—, pero hace tiempo que no pasa.
—No, no es eso, necesito la ambulancia, no puedo explicarte por qué.

Le pareció mejor no decirle nada, aunque era improbable que alguien pudiera establecer una relación entre ellos.

— ¿Está todo bien?
—No, no lo está.

El hombre adoptó una actitud mucho más seria, que a pesar de su aspecto le dio un aire de autoridad; no era de los que hacen preguntas innecesarias.

—Atrás, las llaves están en la guantera.
—No sabes cuánto te lo agradezco. Escucha —replicó mirando a sus ojos tan oscuros—, si llega a aparecer alguien...
—No creo que me encuentren, iré a dar un paseo donde mis familiares en el sur.

Ninguno de los dos dijo más. Era un hombre inteligente, muy por sobre la media y gracias a eso podía desarrollar sus propios medicamentos y fórmulas, y era lo suficientemente astuto como para saber cuándo había peligro cerca.

—Perdóname por meterte en esto.
—He pasado por cosas peores —repuso él con liviandad—, no pasa nada. Pero promete que vas a cuidarte.
—Lo haré.

Un par de minutos después Matilde y Soraya subían a la ambulancia.

— ¿Qué pasará con su auto?
—Este barrio es tranquilo aunque está relativamente cerca del Boulevard, el progreso todavía no llega hasta aquí —tardaremos menos de diez minutos en llegar, dijo para si— estará a salvo, ahora lo importante es que podamos entrar y sacar a su hermana. Matilde, tiene que estar muy atenta, si Antonio está en las inmediaciones las cosas van a ponerse muy feas.

Aún no daba el mediodía, pero la jornada se estaba haciendo interminable. Mientras la doctora conducía rumbo a la urgencia en donde permanecía oculta Patricia, Soraya tuvo un sobresalto.

— ¿Qué pasa?
—Ay no, creo que he cometido una tontería.

Mientras lo decía, miró impotente su teléfono celular que ahora mantenía fuera de área. Con todo lo que pasaba lo había olvidado por completo.

— ¿Qué pasa?
—Más temprano, cuando estaba tratando de dar contigo, llamé a Eliana: le dije que Patricia había tenido un ataque.

Matilde sintió que el alma se le iba al suelo; Eliana, su amiga querida, su amiga tan acogedora y amable, ella sabía más de lo que era apropiado ¿cuánto tiempo había pasado desde la llamada a Soraya?

—No puede ser, si no te encontró a ti, puede querer contactarse con ella ¿Qué hacemos?
—Llámela desde mi teléfono.

La doctora le pasó su celular, y Soraya marcó el número de su amiga; después de unos momentos de angustiosa espera Eliana contestó.

— ¿Hola?
—Eliana.
—Hasta que llamas mujer, me tienes preocupada con lo que me dijiste temprano —replicó la mujer al otro lado de la conexión sin saludar—, tenías razón, Matilde no contesta el teléfono, estaba preocupada, pero me llamó Antonio y dice que está con ella y con Patricia, que tuvieron que trasladarla a otro centro porque se puso grave.

Soraya sintió que se le salía el corazón por la boca. Antonio había actuado rápido y con mucha precisión, pero ella no sabía si en ese momento se encontraba allí o no, junto a su amiga indefensa e inocente de todo lo que estaba sucediendo.

— ¿Te reuniste con él?
—No, pedí permiso en el trabajo, estoy tan atareada, ahora mismo voy para el Hospital General a acompañarla.

Aun podía advertirle. Durante un momento la mujer no supo cómo transmitir la información sin provocarle un ataque de histeria.

—Eliana, escucha.
—No puedo, estoy llegando al tren subterráneo.
— ¡Escúchame! —gritó nerviosamente—, no puedes ir, es una mentira, Antonio ha enloquecido, es muy peligroso.

La voz de Eliana adquirió un tono mucho más serio.

—No es momento para bromas.
—Estoy hablando en serio —dijo con voz firme—, por favor no vayas, devuélvete a tu trabajo.
—Soraya...
— ¡Haz lo que te digo! —exclamó desesperada—, te lo ruego, no hagas esto, es muy peligroso, no puedo decirte más detalles ahora pero no puedes ir.
—No entiendo de lo que estás hablando —dijo la voz dejando oír la duda en su voz—, dime qué es lo que está sucediendo.

Soraya miró a Matilde y tomó la decisión que creyó más acertada.

—Patricia no está en el Hospital General. Por favor, por lo que más quieras escucha mis palabras, no puedes confiar en Antonio. Es muy peligroso, te lo juro por mi abuela que está en el cielo que no es una broma.

Jamás sacaba a colación a su abuela, y eso hizo el efecto necesario para que su amiga le creyera.

—Soraya, estoy asustada, ¿Por qué Antonio va a ser peligroso?
—No tengo tiempo de explicarlo.

Matilde le hizo gesto de hablar ella misma, pero Soraya la silenció con un mano; lo mejor era mantenerla desaparecida.

—Pero...
—Por favor —continuó—, solo... solo regresa a tu trabajo y quédate ahí, te explicaré todo con detalles.
—Oh por Dios...

La voz de Eliana se quebró del otro lado de la conexión. Soraya se maldijo por haber puesto el teléfono en altavoz justo en ese instante, porque Matilde reaccionó como si la hubieran pinchado.

— ¿Qué pasa?
—Está aquí.



2


Roberto seguía contemplando embelesado el cuerpo de Patricia, específicamente su cara, que es donde se mostraba el cambio más dramático; ahí estaba, alguien tenía el secreto de la juventud y la belleza eternas y podía aplicarse, y no solo eso, era aplicable en seres humanos con resultados que no solo eran sorprendentes, también resultaban revolucionarios. Existía una probabilidad muy grande de éxito, que por cierto y sin lugar a dudas, se encontraba fuera de los márgenes legales pero la pregunta era ¿por qué? ¿Qué hacía que ese tratamiento estuviera al margen y por lo tanto oculto del conocimiento popular o siquiera médico? Esperaba que las muestras que había tomado sirvieran para dilucidar algunas de esas interrogantes, pero definitivamente tenía que mantenerse junto con Romina, apelaría a cualquier cosa con tal de hacerlo, era de vital importancia realizar un estudio mucho más acabado del tema.

—Preciosa —dijo en voz baja—, eres la llave de tantas verdades. Y mi puerta de salida.


3


— ¿Qué dices?
—Está en la vereda de enfrente —murmuró Eliana con un hilo de voz—, está ahí...

Matilde se cubrió la boca con las manos ante el terror que le estaba transmitiendo la voz de su amiga, pero Soraya volvió a amenazarla apuntando hacia ella con dedos temblorosos.

— ¿Te vio?
—No lo sé, Soraya...
—Dijiste que ibas al tren subterráneo.
—Si...
—Entra mujer, entra.
—Está bien, está bien. Soraya, creo que me vio.

Soraya contuvo una exclamación de angustia; sentía que las cosas estaban a punto de ponerse peores, pero tenía que mantener la calma, tenía que ayudar en lo que pudiera a su amiga, y lo que podía hacer era orientarla para que no se quedara inmóvil.

—Eso no importa ¿Estás bajando?
—Voy por las escaleras.

Matilde quería gritarle que corriera, que pusiera toda la distancia posible entre ese hombre y ella, pero entendía que debía mantenerse callada, que solo conseguiría confundir a su amiga si le revelaba su presencia en ese instante.

—Escucha, solo baja y entra en el primer tren, no importa donde vaya, solo sube.

La voz de Eliana se escuchaba agitada y nerviosa, e hizo una larga y tensa pausa.

— ¿Eliana?
—Creo que me está siguiendo —replicó con nerviosismo—, no veo ningún guardia, no veo nadie que...
—Escucha, solo escucha mis palabras —la interrumpió Soraya con tono firme—, no te preocupes por eso, solo entra al tren ¿está bien?

Eliana no acostumbraba reaccionar tan bien a situaciones de estrés y ellas lo sabían de la era del instituto, era quien más sufría con exámenes y esas cosas, de modo que ambas podían imaginarse muy bien lo que estaba sintiendo en esos momentos.

—Estoy en el andén, estoy angustiada, no estoy segura si me siguió o no y hay tanta gente...
—Tranquila, solo debes subir al carro, dime en que...

La voz de Eliana fue sustituida por un instante por un chirrido.

— ¿Eliana?

Luego se escuchó silencio, aunque la llamada continuaba; inmediatamente la voz de la mujer del otro lado de la línea.

—Soraya.
—Eli, háblame.
— ¡Soraya!

La llamada se cortó.

— ¡Eli!

Matilde no pudo contener un grito de espanto al escuchar la voz de su amiga e inmediatamente ver como la pantalla del celular anunciaba que la llamada se había cortado.

—Maldición.

Matilde sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—No puede ser, no puede ser, tenemos que hacer algo por ella, Antonio va, Antonio va...

Se quedó sin palabras y rompió en llanto; primero Patricia, ahora Eliana, las personas a las que quería estaban sufriendo, en riesgo y era su culpa, era su culpa y no podía seguir soportando algo así. Soraya no se movía, mientras por su mente pasaban miles de ideas atroces de lo que podía pasar en esa estación de metro. La doctora conducía en silencio, intentando no perder el norte mientras seguía hacia la urgencia; pero antes de un minuto el teléfono anunció llamada del mismo número al que habían llamado antes.

— ¿Soraya me oyes?
—Ay por Dios —exclamó la mujer soltando un gritito de angustia—, casi me matas del susto.
—Se cortó la llamada, estoy en el tren, no lo veo, creo que lo perdí, pero sigo muy nerviosa, no sé si puede estar en otro de los carros...

Matilde se secó las lágrimas mientras luchaba por volver a respirar con normalidad; la otra mantenía algo de su temple.

—Hacia qué dirección vas.
—Hacia presidente Hermias.
—Bien, sé lo que tienes que hacer, vas a seguir dos estaciones más y te bajas en Israelíes ¿Recuerdas la cafetería que está ahí?
—Sí, sí, la recuerdo.
—Pues te quedas ahí, pides un té o lo que sea y te calmas, voy a llegar en un rato, te voy a explicar todo lo que está sucediendo.
—Está bien pero no te tardes.
—Solo no te muevas de ahí ¿está bien?
—De acuerdo.

Cortó. Matilde sentía que había envejecido durante los últimos minutos.

—Qué susto por Dios. Tenemos que ir por ella.
—Primero lo primero —intervino la doctora—, estamos llegando a la urgencia, vamos a llegar por la entrada posterior. Es importante que se queden en la parte de atrás y estén listas y atentas a todo, no me tardaré.

No pudo decir más. El impacto sacudió la ambulancia y quebró la relativa calma en su interior.




Capítulo 20: Sacrificio válido


En el momento en que el neumático se reventó, Romina perdió el control del vehículo; sabía manejar bien y había conducido camionetas, pero la ambulancia era pesada y claramente necesitaba un ajuste, de modo que con un neumático menos, las cosas se salieron de control.

— ¡Noo!

Intentó inútilmente controlar el volante, pero la calle frente a ella se convirtió en un borrón sin sentido y cuando volvió a ver algo con claridad, la muralla estaba demasiado cerca. Impotente y con el corazón detenido por el impacto, Romina solo pudo atinar a presionar el freno con todas sus fuerzas, mientras escuchaba gritos y ruidos extraños en sus oídos.

"Vamos a morir"

No hubo más tiempo, y la ambulancia se estrelló contra la muralla; sintió el golpe, su cuerpo sin dominio de sí mismo, el colchón de aire recibiendo el golpe, ella aplastándose contra esa superficie, como cayendo de cara en el agua, sin alternativas.

"vamos a morir"

Todo se puso oscuro. Después la consumió el silencio.

Antonio respiraba con agitación mientras se ponía de pie del otro lado de la calzada. Era su única oportunidad y la había aprovechado muy bien, siguiendo en el ordenador portátil la señal del teléfono al que llamaba Eliana. Ya sabía hacia qué punto iban, tenía claro que Patricia en realidad nunca había salido de esa urgencia ¿Cómo no lo había supuesto? Estaba nervioso, por supuesto, pero el disparo había sido limpio, solo tenía que aprovechar la oportunidad y terminar con todo eso.

—Ya está...

Le estaba volviendo el alma al cuerpo. Tanto preocuparse y preguntarse dónde estaría Patricia, dónde podían haberla llevado en tan poco tiempo, cuando bastaba con saber que esa mujer que estaba con Soraya era doctora para deducir que la tenían oculta. Ahí, justo frente a sus ojos. Ahora solo tenía que deshacerse de Patricia, y todo habría terminado. No importaba si Soraya y esa doctora seguían vivas o no, lo importante es que él llegaría primero a la urgencia y terminaría el trabajo. Iba a irse cuando sonó su celular, pero en vez de preocuparse, respondió con tranquilidad.

—Ya está todo controlado, no hay de qué preocuparse.

Pero la voz del otro lado de la línea parecía más divertida de lo que nunca antes había escuchado de esa persona, y eso hizo que su respiración se cortara de golpe.

—Cometiste un error.
— ¿De qué hablas?
—No está muerta —replicó lentamente, disfrutando cada palabra—. No está muerta.

Por un momento pensó que su corazón había dejado de latir. Pero no, solo estaba latiendo mucho más fuerte, tanto que no parecía suyo, no parecía algo real. Sin decir nada, sin responder, solo escuchando esa siseante respiración, volteó lentamente hacia la ambulancia, la misma que creía albergaba a dos personas.

—No...
—Son demasiados errores en la misma jornada —dijo el hombre con total naturalidad—, no puedo permitirlo más.

Un nuevo silencio, tan amenazante como el anterior. No, no era posible, no podía haber sobrevivido.

—No puede ser...
—Envié a una persona a revisar el lugar cuando comenzaste a demorar las cosas —dijo aún más lento—, y ella no está ahí. Ni viva ni muerta.

Antonio sintió que se le contraía el estómago, como después de un golpe directo. Sangre helada, latidos disparados, estaba entrando en pánico, pero no podía permitirlo, no si su suposición era cierta.

—Sé dónde está.

No podía caminar, no podía moverse, el cuerpo estaba paralizado por el miedo; tenía que reaccionar, antes que comenzara a llegar la gente al lugar del choque.

—No sé cómo puedes saber dónde está si me dijiste que la mataste.

La ambulancia. Se obligó a caminar.

—Acabo de descubrirlo. Me desharé de ella, tendrás una prueba, te lo prometo.
—Ya no puedo confiar en ti. Te dije que hay demasiado en juego.

Es demasiado sencillo, reacciona, solo tienes que caminar un poco más y terminar el trabajo. Matilde está en la ambulancia, siempre estuvo allí, solo debes eliminarla; continúa hablando, termina el trabajo y todo será un mal sueño.

—Está aquí.

No lo sabía. La distancia entre él y la camioneta parecía no disminuir, eran kilómetros de angustia y de duda.

—No te creo.
—La intercepté de camino al lugar en donde está la otra —tenía que sonar convincente, tenía que dominar el maldito nervio que estaba torturándolo—. Terminaré el trabajo, te llevaré una prueba.

La voz no dijo nada durante unos segundos. Interminables segundos. Estaba siendo demasiado vago, necesitaba sonar creíble, necesitaba que escuchara el sonido del disparo a través del silenciador en el auricular, para que decidiera cambiar de opinión. Ya no le importaba nada, saldría de ahí, de ese país y de toda esa porquería en la que se había metido tiempo atrás, se iría tan lejos como fuera posible.

—Solo presta atención —dijo luchando por hablar con una seguridad que abandonaba su cuerpo—, voy a hacerlo ahora, solo escucha un momento más, vas a ser el primer testigo.

La voz no dijo nada, señal inequívoca de su espera, pero también de la amenaza. Antonio siguió caminando, cruzó la calle hacia el punto donde estaba la camioneta, inmóvil con el morro aplastado contra la muralla; miró en ambas direcciones, pasó un auto solitario cuyo conductor no prestó atención, no había gente cerca, pero las personas de ese edificio no tardarían en salir. Ya estaba llegando al vehículo, caminando lentamente desde atrás, cuando escuchó una voz.

— ¡Matilde! ¡Despierta!

No tendría que verla a los ojos de nuevo. Sonrió, las cosas estaban tomando el mismo curso, para cuando supieran que él estaba involucrado, estaría demasiado lejos.

— ¿Por qué Matilde, por qué no te quedaste en el ascensor?

Logró llegar a la ambulancia. Tan fácil, incluso la puerta trasera estaba entreabierta, seguramente por el golpe. Nunca había empuñado el arma con tanta seguridad en la diestra.

— ¡Baje esa arma!

La voz del policía sacudió su espacio y sus pensamientos; de forma inconsciente volteó hacia el origen de la voz y vio a un hombre de aproximadamente su edad, apuntando su arma mientras lo miraba con determinación.

— ¡Baje el arma o disparo!

No había tiempo de pensar. Qué más daba uno o dos.
Sonaron dos disparos, el primero derribó al policía, el segundo falló en dar en Antonio. Pero cuando se dio vuelta para terminar con su propósito, Antonio notó que la llamada había sido cortada.

—No, no, no, no... ¡No!

Marcó de regreso. Tenía que decirle que era solo un retraso, que las cosas iban a arreglarse, pero el número apareció apagado. El chirrido de los neumáticos vino casi de inmediato, con el sacudón de la ambulancia la puerta trasera se abrió, y el hombre pudo ver a Matilde y a Soraya, por un momento solamente, antes que el vaivén de la puerta lo golpeara. Escuchó los gritos de ellas y trastabilló hacia atrás, intentando en un ínfimo instante mantener el equilibrio y apuntar a su objetivo. Vio la mirada de Soraya directo en él y en el arma, pero para cuando pudo disparar, la ambulancia ya había hecho otro movimiento brusco y el motor rugía para poder arrancar.

— ¡Noo!

Disparó otra vez, luego de nuevo hacia abajo, tratando de darle a los neumáticos, pero el movimiento del vehículo no le permitió dar en el blanco. Activado por la adrenalina y la desesperación comenzó a correr, aun le quedaban tres balas, sabía que podía hacerlo, sabía que podía.

— ¡Ahh!

Una bala impactó en la pierna izquierda y lo tiró al suelo. Al caer perdió el arma, y con ella la única posibilidad de terminar con lo que se había propuesto. Gritó de dolor mientras caía al suelo.


2


Romina sentía que estaba apretando el volante mucho más de la cuenta, pero no podía soltarlo; el colchón de aire estaba sobre su pecho y sus piernas y creía tener sangre en la cara, probablemente en la nariz, pero no podía dejar de mirar al frente, si dejaba de hacerlo se quebraría por completo. El choque había sido menos fuerte de lo que podría haber sido en realidad, pero sentía la presión en la parte trasera del cuello, adormecimiento en la extremidades y el pulso acelerado, sus conocimientos médicos le decían que no estaba en shock y probablemente ya no iba a estarlo, pero el lado científico era amenazado por el corazón que solo sabía que el peligro era mortal, que los disparos eran reales y que solo la Providencia logró que salieran de ahí. Presionó el acelerador un poco más para alcanzar a cruzar la siguiente calle sin que la detuviera el semáforo y siguió derecho, no sabía dónde estaba, solo que tenía que seguir y seguir.
Mientras tanto en la parte de atrás, Soraya había dejado a Matilde tendida en el costado del vehículo, y con movimientos sorprendentemente lentos se acercó a la parte trasera y jaló la puerta y cerró. Cuando afirmó el seguro interno, se devolvió junto a su amiga que ya estaba reaccionando después de choque.

— ¿Matilde?

La joven se incorporó con lenitud y enfocó la vista en su amiga y luego en lo que la rodeaba; estaban en movimiento, dentro de la ambulancia aún, pero le dolía el cuerpo en partes distintas de las que ya arrastraba desde la mañana. Soraya tenía un corte en la mejilla y la miraba con ojos muy abiertos.

—Amiga...

Las dos mujeres se abrazaron tratando de consolarse mutuamente: si en algún lugar de su alma, quizás en lo más profundo, Soraya albergaba aunque fuese alguna duda acerca de la historia del intento de asesinato por parte de Antonio, ahora no le quedaba la más mínima. Aún por una fracción de segundo, lo había visto, mirándola con un arma en las manos. La ambulancia se detuvo.

— ¡Doctora!

Se soltaron y se acercaron a la parte de adelante. La mujer estaba sentada muy quieta, con los brazos sobre el volante y la cabeza apoyada en ellos, cerrados los ojos.

— ¿Puede oírme?
—Estoy bien —dijo la mujer con voz ronca— ¿Tienen alguna herida?
—Estamos bien —replicó Matilde sin mucha convicción.

Soraya se asomó a la ventana trasera. La reciente experiencia solo había aumentado sus sentidos, y en ese momento la posibilidad de volver a encontrarse con Antonio era tremendamente alta.

—Fue Antonio. Lo vi.

Matilde ahogó un grito de horror, pero se obligó a mantenerse en control; Patricia seguía en el mismo sitio y tenían que ir por ella.

—Tenemos que sacar a Patricia de ese sitio —dijo con voz temblorosa—, si Antonio está cerca, seguramente descubrió dónde está ella, o nos siguió para poder dar con su paradero, tenemos que ir.

La doctora la interrumpió con voz más segura.

—Ya lo sé. Lo sé —continuó más despacio—, lo sé, es solo que... estoy nerviosa, solo estoy tratando de controlarme.

Finalmente levantó la cabeza y se miró en el retrovisor. Tenía sangre en la boca junto a los dientes y estaba despeinada y pálida, pero fuera de eso parecía en buenas condiciones, para el año del que era esa ambulancia era casi un milagro que el colchón de aire se activara ante el choque, aunque eso le había salvado potencialmente la vida. Volteó hacia atrás.

—No podemos sacar a Patricia de la urgencia con el vehículo así, llamará la atención de todo el mundo antes siquiera de llegar a la puerta.

Soraya se secó la transpiración de la frente con la manga de su camisa.

—Es verdad, pero ¿Qué podemos hacer?
—Nada —sentenció Matilde—, no podemos hacer nada, pero no voy a dejar a mi hermana ahí ni un minuto más. Soraya, si tú...

La otra se le adelantó y la interrumpió con tono firme.

—Ni siquiera lo pienses. Estamos juntas en esto.

La doctora asintió.

—Es una locura, pero no tenemos tiempo para otra alternativa; iremos así como estamos, y roguemos porque las cosas salgan bien de una vez por todas.


4


Arriesgando todo y sin saber qué era lo que podía llegar a pasar y mucho menos el paradero de Antonio, las tres mujeres llegaron a la entrada posterior de la urgencia, y coordinadas con el doctor Medel, lograron subir la camilla a la parte trasera de la ambulancia; en un principio Romina pretendía librarse de él, pero no podía hacerlo sin dar explicaciones que solo complicarían todo, de modo que dejó que él subiera también. No disponían de mucho tiempo hasta que las personas que habían visto el vehículo y escuchado sus débiles explicaciones se lo dijeran a alguien importante, específicamente a cierta mujer que estaría encantada de arruinar la carrera de alguien más. Su vida profesional estaba terminada.

Matilde se quedó sin palabras al ver a Patricia tendida inconsciente en la camilla blanca en la que el doctor la había subido. Pero no era por ese estado, en el que por desgracia ya la viera antes, sino por el dramático cambio en su rostro. No era Patricia, o al menos no era completamente ella ¿Qué le habían hecho?

— Dios mío...
—No puedo creer esto —dijo Soraya tapando su boca con las manos—, sencillamente no puedo.

Una vez que salieron del perímetro de la urgencia, la doctora dirigió el curso de la ambulancia hacia el lugar en donde Eliana debía de estarlas esperando de no mediar alguna nueva complicación, pero no dejaba de pensar en que ese vehículo, ahora chocado, llamaba demasiado la atención, y en la ciudad era solo cuestión de tiempo para que la policía interviniera y quisieran saber lo que pasaba, ante lo que se sentía nerviosa y preocupada. Por algún motivo sentía que la policía sería solo un problema más.



Próximo capítulo: Nadie en quien confiar

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